00 ⋆ who is he?
───✸ capítulo cero !
►¿Quién es él?
❛ He had a cigarette with
his number on it.
He gave it over to me,
"Do you want it?"
I knew it was wrong,
but I palmed it. . . ❜
La carrera de psicología era una de las pocas razones por las que sin duda alguna su monótona (y en ocasiones, miserable) vida era mil veces mejor. Había tomado la sabia decisión de cursar las clases en el horario de la tarde, por lo que podía darse el lujo de despertarse cuando quisiera y no tener que madrugar.
Salía a la universidad alrededor de las dos de la tarde los cinco días de la semana, para llegar a verde hogar a las nueve de la noche a cenar, estudiar e ir directo a la cama. Su plan era especializarse en la psicología clínica, y para ello debía terminar la carrera general. Ya llevaba dos años de ventaja, otros dos de la carrera y los dos del posgrado, y tendría el título de psicóloga clínica.
En la carrera el leer era fundamental. No se le dificultó acostumbrarse a las tardes en la biblioteca estudiando, ni a las prácticas de observación en las que podía ver de cerca como un especialista trataba a un paciente mientras debía anotar los posibles trastornos que padeciera la persona. La psicología era simplemente una de las ramas más hermosas que Jung Na-rai había visto, y Jae-heon no hacía más que agradecer a los cielos que su hermanita menor por fin hubiera encontrado algo que la hiciera feliz.
Las clases no eran cansadas. Por otro lado, las veces que llegaba a casa de noche y con la barriga rugiendo, sí. Justo como ahora.
La pelinegra apresuró el paso hasta cruzar la puerta principal de verde hogar, aquel complejo de apartamentos tan desgastado en el que llevaba viviendo ya un tiempo. Sus pies siguieron el camino que recorría al entrar al edificio, mientras su atención estaba puesta en el desastre de libros de tesis dentro de su bolso de tela que colgaba de su hombro. No solía traer tanto material de estudio, pero esta vez parecía haber vaciado toda la estantería de filosofía de la biblioteca.
No era propio de ella excederse en sus sesiones de estudio, pero el examen de final de cuatrimestre ya contaba con fecha fijada, y estudiar todo lo necesario para sacar la nota suficiente era una obligación que ascendía por sobre todo lo demás.
En un principio, nunca se imaginó a sí misma llevando una vida tranquila; desde la secundaria siempre pensó que se quedaría estancada en el mismo infierno, aguantando el acoso y abuso de sus compañeros, pero ahora estaba ahí, con dos años de carrera universitaria y bien dentro de lo que cabía. Se sentía normal. Se sentía orgullosa.
En medio de su tarea de organizar los libros dentro de su bolso por color y tamaño, Na-rai sintió su piel erizarse al oír una voz resonar a un par de metros de ella. Sin levantar completamente su cabeza, la chica miro de reojo como el hombre de uniforme designado como el guardia del edificio sonreía ampliamente desde el área de la recepción al verla.
Sintió la garganta seca al notar como el hombre abandonaba su puesto en la pequeña cabina, caminando en dirección a ella. No es que a Na-rai le cayera mal, simplemente no se sentía completamente a gusto con él. Le parecía extraña la forma tan intensa en la que se le quedaba mirando cuando usaba ropa corta debido al calor, o cuando decidió usar esa minifalda rosada que le regalo su hermano el día de su cumpleaños.
Quizás solo era paranoica y nunca podría superar sus malas experiencias, pero no pensaba correr el riesgo. No ahora, no cuando todo estaba saliendo tan bien.
La chica vio la mano del contrario balancearse de un lado a otro, saludándola a una distancia cada vez menor. El pánico recorrió cada punta de su ser, producto de la sonrisa que pintaba el rostro ajeno. Volteo con pánico a los lados, no había nadie alrededor, era de noche y la fachada de aquel guardia se parecía con cada paso a la marcha de un asesino en serie. Debía salir de ahí de inmediato.
—¡Señorita Jung!
Aquel distorsionado llamado fue lo suficiente espabilante para obligarla a apartar la mirada, acelerando el paso hacia el ascensor. En estos momentos aquella cabina de metal parecía ser su única salvación, y pensaba llegar hasta allí sin importar qué.
Subió el pequeño escalón que daba paso hacia los ascensores a toda prisa, y cualquiera que haya visto la escena diría que prácticamente se lanzó dentro sin siquiera ver si había alguien más ahí. Aunque no necesito mirar por sí misma para saber la respuesta, pues su rostro choco con una superficie cálida y dura, que pronto identifico como el torso de un hombre que ya se encontraba ahí. La pelinegra quiso alzar la mirada para disculparse, cuando otro llamado del guardia se oyó a pocos pasos.
—¡Jung Na-rai! —exclamo el de uniforme alertando a la contraria. Antes de que pudiera ver su silueta aparecer frente a ella, pulso rápidamente el botón quince de su piso haciendo que las puertas de metal se cerraran.
Cuando quedo encerrada en la intimidad de la cabina, un estruendoso suspiro de alivio abandono sus labios. Estaba a salvo.
Acordándose de la compañía de la otra persona, volteo encarando al hombre, quien portaba un semblante serio y un aura intimidante que, extrañamente, la hizo paralizar de una sola mirada suya.
Aquel hombre vestía pantalones y saco formales, con una camisa de estampado debajo. Todo de él emanaba un leve aroma a cigarrillo que no le molesto en lo absoluto, por más que nunca fue tolerante al olor a tabaco. Conecto miradas con el contrario, y cuando sus ojos se posaron en ella con una intensidad asfixiante, sintió su cuerpo temblar de un escalofrío.
Sentía la necesidad de no apartar su mirada de él, pero recordando su atropellada entrada y el hecho de que había chocado contra su pecho, la vergüenza la obligo a dar un paso atrás.
—Lo siento. —se disculpó dando una leve inclinación. Una vez incorporada, se colocó al extremo contrario del ascensor, asegurándose de mantener cierta distancia entre ella y el desconocido.
Fingió continuar organizando los libros en su bolso, viendo como el hombre se limitaba a presionar un botón en el panel del ascensor sin emitir el mínimo sonido. Lo vio mantener la mirada fija en sus zapatos, lo que le dio la oportunidad de poder analizar todo de él.
Era alto, sin duda alguna, más alto que ella. Desde su lugar pudo notar una barba de candado de poco tiempo, quizás de un día o dos, cabello azabache y una cicatriz de quemadura que se extendía desde una de sus mejillas hasta su clavícula, donde se perdía por el inicio del cuello de su camisa. Para cualquier otra persona, aquella cicatriz sería razón suficiente para temblar de miedo, pero por alguna razón, Na-rai no pudo evitar pensar que no hacía más que favorecerle a su fachada misteriosa.
Era de musculatura fornida, atractiva, madura; a simple vista, podía intuir que el pelinegro debía de sacarle unos cuantos años. Aunque, una aproximación de unos cuantos años no sería correcta. Él debía de ser mucho más mayor que ella.
Por esa razón, la extrañeza llego a ella al no sentir el mínimo sentimiento de incomodidad. Estaba en un lugar cerrado, de noche, con un completo desconocido con más años que ella, y aun así, se encontraba de lo más cómoda en el silencio que ninguno de los dos se molestaba en romper. No era que le temiera a todos los hombres (por más que siguiera teniendo cierta paranoia con ellos), sin embargo, si le pedían hacer una lista de todos los hombres que realmente le agradaban, solamente estaría Jae-heon, y era su hermano.
No supo por qué, pero ese hombre de semblante inexpresivo le cayó bien. Se sentía cómoda con un hombre al que no conocía, un sentimiento que no había experimentado hace muchos años.
Divisó el número digitalizado en rojo que indicaba el tablero: apenas iban por el piso dos. En contra de todo su ser, aparto la mirada del pelinegro para terminar de arreglar el desastre en su bolso. Todavía faltaba mucho para su destino, por lo que pasar más de diez pisos mirando fijamente a alguien que no conocía no era precisamente lo más sensato.
Saco un bolígrafo que quedo dentro del libro de donde tomaba sus apuntes, colocándolo por encima de su oreja para poder acomodar los libros unos al lado de otros y así ocupar el menor espacio posible. Estaba tan encismada en como lograr que todo cupiera dentro, que no pudo evitar sobresaltarse al escuchar la voz del contrario llenar el pequeño espacio, en especial porque se dirigía a ella.
—Oye.
Fue un simple gruñido, pero definitivamente su cuerpo tembló. No porque tuviera miedo, no, nada de eso. Su voz era ronca y grave, la combinación que provoco que su cuerpo vibrara en un cosquilleo placentero. Llevo su mirada con lentitud hacia él, su ritmo cardiaco acelerándose al notar como el cuerpo contrario estaba volteado hacia ella, con sus ojos fijos en los suyos.
No entendió el porqué de su reacción ante la atención de ese hombre mayor en ella, pero lo que si sabía es que él resultó ser la razón de que en su estómago hubiera un revoloteo de pequeñas maripositas que rogaban por salir a la superficie.
La mirada sobre ella era seria, no demostraba ni una pizca de emoción, y aun así, la hizo sentir mil y una emociones en un instante. Trago duro en un intento de formular palabras concisas que salieran de su boca, por más que la mirada de ese hombre pareciera quemar todo de su persona.
—¿Sí?
—Tu bolígrafo —el de la cicatriz hizo un vago gesto con la cabeza, señalando la pluma que llevaba entre su oreja y su cabello negro—, dámelo.
Algo dentro de ella la hizo ignorar el posible tono grosero que uso al pedirle aquello. Las palabras se reescribieron dentro de su cabeza, cambiando la palabra “grosero” por “autoritario”. Sí, eso sonaba mejor. Sonaba más.. espabilante.
Titubeante, alterno su mirada entre el atractivo hombre de traje que la miraba fijamente y el bolígrafo en su oreja, terminando por parar en que sus ambas manos estaban ocupadas agarrando fichas de estudio. Al ver como el contrario no desvío su rígida mirada ni un segundo de ella, los nervios se apoderaron de su cuerpo.
Metió una de las fichas dentro de su bolso y por no querer durar más de lo necesario, opto por atrapar la ficha restante entre sus dientes y su labio inferior, quitando el bolígrafo de su cabello para ofrecerlo con las dos manos al mayor, quien sin saber por qué divagueo su mirada en el agarre de sus labios para luego aceptar la pluma que la menor le consiguió prestar con tanto esmero.
No recibió un gracias, aunque él no lucia como el tipo de persona que se lo dijera a un desconocido, o a alguien en general. En vez de eso, solo la miro un segundo antes de voltearse, y para Na-rai eso fue pago suficiente.
Lo vio sacar algo pequeño y largo de su bolsillo, y dirigir el bolígrafo a ello. Tenía el impulso de querer espiar, asomarse por encima de su hombro, pero acercarse de esa forma a él era una idea demasiado disparatada. En vez de eso, guardo dentro de su bolso la ficha que tenía entre los dientes terminando de arreglar todo su material de estudio.
Su bolso estaba abierto mientras colgaba de su hombro, y segundos después, el mayor dejo caer dentro de este el bolígrafo que le había prestado. Na-rai agacho la mirada para no prestar atención a su acercamiento, creyendo que su interacción había llegado a su fin y que el hombre regresaría su mirada a sus zapatos mientras ambos esperaban a que el ascensor parara en algún piso, pero estaba equivocada.
Sintió el cuerpo del mayor acercarse al suyo dejando un reducido espacio entre ambos, el calor de su persona cerca de ella, el fuerte aroma a colonia espolvoreando su nariz al punto de que pareció tener un efecto similar a un somnífero, aturdiéndola.
No tenía idea de donde le latía el corazón, si en el tímpano por oír a la perfección cada uno de sus latidos acelerados, o en la garganta, por el hecho de que su ritmo cardiaco era tan violento que no le dejaba siquiera respirar correctamente.
Llevo su confundida mirada al mayor, viendo como este extendía su mano en su dirección con un cigarrillo entre sus dedos. Entrecerró los ojos en un intento de ver el trazo del bolígrafo negro escrito en él, pero antes de que pudiera identificar una palabra, la voz del de traje resonó por el ascensor provocando que llevara su mirada directo a su persona.
—¿Lo quieres? —fue lo único que con leve tosquedad alcanzo a salir de sus labios.
Na-rai sintió un cosquilleo en la parte baja de su vientre, producto de todo lo que tenía que ver con el hombre frente a ella; su colonia, su actitud, lo ronca de su voz, incluso la forma en la que su inexpresiva mirada parecía hacer todo lo posible por ver a través de ella. Sus manos empezaron a sudar, su garganta se secó de golpe.
De repente, todo tipo de incomodidad hacia los hombres que pudo haber sentido desde su plena existencia desapareció ahí mismo. No hizo más que preguntarse que era lo que tenía ese hombre que lograba nublar su mente con solo permanecer cerca de ella, porque se sentía tan a gusto, y más importante, se preguntó: “¿quien es él?”.
Analizo la situación desde otra perspectiva: un hombre mucho mayor que ella le acaba de ofrecer un cigarrillo, un hombre atractivo, un hombre que fácilmente podría tener la edad del jefe de departamento de su universidad. Aceptarlo era moralmente incorrecto, estrictamente prohibido. Pero algo en su cabeza la hizo despojarse de toda moralidad, después de todo, no había más nadie allí.
Estaban solos en un espacio cerrado. Nadie sabría que lo acepto, nadie más que ella y él, y ese podía ser su pequeño secreto.
Pyeon Sang-wook no sabía exactamente el porqué de su comportamiento, pues nunca fue una persona a la que le gustara la cercanía del otro. No tenía idea de que era lo que tenía esa pelinegra que le resulto tan interesante, mucho menos sabia porque le ofreció ese cigarrillo con algo escrito en él.
Durante los minutos que llevaba encerrado ahí, pudo sentir la intensa mirada de la contraria escudriñar toda su persona sin apartarla un misero segundo. Lo miraba de arriba a abajo con lentitud, como si no quisiera saltarse ni un solo detalle del desastre que tenía en frente. Lo raro era que no parecía tenerle miedo, todo lo contrario a lo que cualquier otra persona haría.
Para su desconcertante sorpresa, juraba oírla rogar internamente a un Dios inexistente porque aquel ascensor no abriera sus puertas jamás, y así no tener que apartarse de su lado. Cada que su mirada se posaba en ella la veía temblar, pero tenía el presentimiento de que eso le gustaba. Por alguna razón, a él también le gusto.
Na-rai relamió sus labios bajo la atenta mirada del pelinegro, sintiendo el aire abandonar sus pulmones con una rapidez impresionante. Permaneció sin habla unos cortos momentos para después verlo acercarse más a ella, haciéndola callar un suspiro por la deliciosa mezcla de su colonia junto con un aroma a tabaco.
Sus ojos estaban fijos en los suyos, pero pudo ver como extendía el cigarrillo nuevamente entreabriendo los labios, su voz calando hasta el fondo de sus huesos en un murmuro que la hipnotizo por completo.
—¿Lo quieres? —repitió el hombre mayor, esta vez con más lentitud.
La forma de posar sus ojos en ella le dio un vuelco al corazón. No la vio con morbo como alguna vez la vieron sus compañeros, ni odio tal y como la veía su padre antes de golpearla al llegar borracho. La veía diferente, con intensidad, como nunca antes la vio un chico a lo largo de su adolescencia.
« No fumo », es una de las muchas excusas que pudo haber dicho para rechazarlo. Sabía que estaba mal, en serio lo sabía. Si alguien llegaba a preguntarle, diría que intento resistirse, pero que la forma en que la miro, la hizo perder.
Ignoro todo remordimiento dando una pequeña sonrisa, sintiendo maripositas en la boca del estómago. Tomo aquel cigarrillo con cautela, sofocada de su cercanía, rozando inconscientemente su mano con la del de la cicatriz. Hizo lo posible por mantener la calma, aun cuando el tacto de su piel contra la suya logro acelerar su respiración.
—Sí, gracias. —murmuro la de pelo corto, ganando otra mirada del contrario.
Sang-wook intento despegar sus ojos de ella, sin éxito. La tímida sonrisa que le regalo la pelinegra sembró algo cálido en su pecho, y eso lo hizo sentir extraño. Extraño, bien, pero extraño. Nunca fue una persona que llegara a sentir curiosidad por alguien más, menos por alguien tan diferente a él.
Sostuvieron contacto visual por lo que le parecieron años, y como si no acabara de acelerarle el corazón y ofrecerle un cigarrillo, Na-rai vio como el hombre le dio la espalda volviendo a su respectivo extremo del ascensor. Parpadeo múltiples veces, desconcertada de que su aroma se hubiera disipado de forma tan repentina.
Si no fuera por el cigarrillo que seguía entre sus dedos, pensaría que todo aquello no fue más que una alucinación suya. Noto como el pelinegro metió una de sus manos dentro del bolsillo de su pantalón, el apretón que dio en él le dio a entender que ese hombre de expresión tan sería era realmente capaz de sentir algo.
Llevo su mirada al cigarrillo, divisando una serie de números. Sintió sus manos sudar al darse cuenta de que no era cualquier serie de números, si no un número de teléfono. Su número de teléfono.
Había algo más escrito en el costado, un nombre que por poco hace que se tambalee en su lugar.
“Pyeon Sang-wook.”
Por supuesto que había escuchado ese nombre antes, después de todo, ese era el nombre que bailaba en las bocas de los demás inquilinos entre advertencias, colaborando que no era más que un aterrador mafioso con el que era mejor no toparse. Eso explicaba su forma tan peculiar de actuar y la atrayente aura misteriosa que lo rodeaba. Solo recordaba su nombre ligado a la palabra “peligro”, pero eso la hizo sentir aún más curiosidad por él. A un lado de ella, no lucia tan terrible como todos decían.
La situación la estaba carcomiendo por dentro, aunque quiso enterrar ese sentimiento en lo más profundo de su conciencia.
Un hombre de mala reputación, mucho mayor que ella, acababa de darle un cigarrillo con su nombre y número de teléfono escrito, cigarrillo que había aceptado. No era menor, pero se notaba a millas que aquel pelinegro no iba precisamente por su rango de edad, así que relacionarse con alguien así no era correcto. Al cabo de un rato, las advertencias que resonaban en su cabeza se ahogaron apenas emergieron a la superficie, siendo sofocadas por el cosquilleo que seguía presente en su cuerpo.
Después de tantos años, al fin había encontrado a alguien que la había hecho sentir algo, alguien que la hizo sentir segura. Sí, no lo conocía, pero eso realmente no le importaba. Aquel hombre mayor había fijado sus ojos en ella, como jamás nadie lo había hecho, y juró que con solo verla a los ojos logró encender algo dentro de sí que la devolvió a la vida, y ni siquiera la culpa la haría negar que eso le gusto. Además, nadie tenía porque saberlo. Nadie nunca lo sabría.
El ruido de las puertas del ascensor abriéndose la obligó a salir abruptamente de sus pensamientos, llevando su mirada al tablero. Ambos miraron con confusión el número en color rojo, no estaba en ninguno de los dos pisos que habían pulsado. En cambio, las puertas se abrieron un piso antes de llegar al del pelinegro, dejando a la vista a una mujer de cabello corto y una carriola infantil.
—Señora Lim —pronuncio frunciendo el ceño, desconcertada de ver a la mujer mayor frente a ella. Rápidamente, escondió el cigarrillo detrás de su espalda, tomando cierta distancia del contrario—, ¿qué hace por aquí? Este ni siquiera es su piso.
Vio como la mujer de baja estatura alzo ambas comisuras en una sonrisa amable.
—Ah, Na-rai, que lindo verte. Da-eun tenía problemas para dormir, así que estamos dando un paseo. ¿No es así, Da-eun?
Llevo su mirada a la carriola a la par del hombre, viendo como dentro del coche no había el mínimo rastro de un infante. Forzó una sonrisa junto con una inclinación mientras la mujer sonreía en dirección al pequeño asiento, dejando un espacio en la cabina para que tanto la mayor como la carriola pudieran caber con facilidad.
Intento no mirar más de lo necesario aquel cochecito, no soportaba tener que ser testigo del aura entristecida que rodeaba la vida de esa amable mujer. Según se rumoreaba, había perdido a la bebé hace un año en un incidente en la calle. De solo tenerla al lado, sentía la terrible necesidad de echarse a llorar.
Una vez las puertas se cerraron dejando en intimidad la cabina, un silencio incómodo recorrió el lugar. Su mirada vagueaba de vez en cuando al extremo contrario del ascensor, donde el hombre de traje se encontraba recostado de la pared con sus ojos fijos en el tablero. La intromisión de la mujer no le agrado completamente, pues ahora que se encontraba en compañía ajena, no podría tomarse tanta libertad de ver al pelinegro sin levantar sospechas.
—¿Estudiaste mucho hoy, Na-rai? —pregunto la mayor captando su atención, que estaba ocupada en guardar el cigarrillo en su bolsillo sin que se diera cuenta. Por un momento, se olvidó del bolso lleno de libros que colgaba de su hombro. Asintió torpemente con la cabeza, ampliando la sonrisa en el rostro de su contraria—. Escuche que ya casi es época de exámenes. Estoy segura de que te irá bien, eres muy inteligente.
—Se lo agradezco, unnie. —dio una pequeña sonrisa, siendo interrumpida por el pitido del ascensor indicando que había parado en un piso.
—Cuando Da-eun sea grande, me encantaría que sea tan inteligente como tú. —sonrió nuevamente en dirección al pequeño asiento vacío, erizando su piel. Vio con cierta desilusión como el hombre de la cicatriz tuvo la intención de salir, a lo que la mayor se hizo a un lado—. Vas adelantada, ¿no? Ir por el segundo año de carrera solo con veintidós es motivo de felicitación.
Estuvo a punto de responder apenada de la atención que ponía en ella, cuando el pelinegro paro de forma abrupta su lento caminar, quedando parado justo en frente de las puertas de metal. Llevaron su mirada al hombre de espaldas, e inevitablemente, sintió una extraña punzada recorrerla de arriba abajo.
Sang-wook no podía creer lo que habían escuchado sus oídos. ¿La chica del ascensor era en realidad tan joven? Estaba consciente de que no debía tener más de treinta, pero no se le pasó por la cabeza que estuviera en el inicio de sus veinte. Un escalofrío recorrió su espalda dorsal, sin saber exactamente por qué de repente aquel hecho le resulto tan importante.
Sacudio su cabeza apartando ese pensamiento, reanudando su caminar. No tenía tiempo para distracciones, necesitaba encontrar a un idiota.
Sus ojos siguieron cada paso del pelinegro hasta que doblo al final del pasillo, perdiendo su silueta de vista a la vez que fruncía el ceño. Se preguntó por qué de pronto el contrario había parado su caminar ante la mención de su edad, mientras las puertas del ascensor volvían a cerrarse. Él había llegado a ella como un milagro, acelerando su corazón, que alguna vez pensó no latería de esa manera jamás. Esperaba volver a verlo, esperaba volver a sentir esa emoción.
El hecho de que fuera mayor que ella había pasado a otro plano existencial. No le importaba en los más mínimo, es más, sentía que eso lo hacía mucho más emocionante.
Metió su mano libre dentro de su bolsillo, apretando el cigarrillo con el número de teléfono escrito. No estaba segura de si lo llamaría, en especial por la forma en la que reacciono, pero estaba dispuesta a hacer lo que fuera con tal de que esa intensa y madura mirada se posara de nuevo en su persona. Ahora que cupido había mandado su flecha en forma de cigarrillo, sabía que lo necesitaba. Lo necesitaba como nunca antes necesito a nadie más.
Porque él encendió algo en ella.
Y pensaba aferrarse a ello a como
diera lugar.
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