¿No estabas enfermo ?
Canción del one shot: Lover
PARTE 1
Era una tarde inusualmente tranquila en Sacramento, y Teresa Lisbon agradecía tener algo de paz después de semanas de casos complicados. Al salir de la oficina, revisó su teléfono, encontrando un mensaje de Patrick Jane. No era raro que él le enviara notas ingeniosas o preguntas absurdas, pero esta vez el tono era distinto.
-Lisbon, me siento terrible. ¿Podrías venir?-
Ella frunció el ceño. Jane rara vez admitía estar mal, y menos aún pedía ayuda. Algo debía estar realmente mal para que se lo pidiera directamente. Sin pensarlo dos veces, tomó su coche y se dirigió a su casa.
Cuando llegó, encontró la puerta entreabierta, lo cual ya era motivo suficiente para preocuparla. Entró rápidamente y lo vio en el sofá, cubierto con una manta y con un aspecto tan pálido que casi no parecía él mismo.
—¡Jane! —exclamó, arrodillándose a su lado.
Él abrió los ojos lentamente, y una sonrisa débil cruzó su rostro al verla.
—Llegaste rápido... Siempre tan eficiente, mi Teresa-
—¿Qué te pasa? ¿Por qué no fuiste al médico? —dijo ella, preocupada mientras le tocaba la frente. Estaba caliente, pero no alarmantemente.
—Es solo un resfriado. No hace falta dramatizar... aunque debo admitir que es mucho más agradable enfermarse si estás aquí. -
—Dio, eres imposible incluso cuando estás enfermo —respondió ella, negando con la cabeza pero sonriendo con cariño.
Sin perder tiempo, Lisbon se puso manos a la obra. Buscó en la cocina de Jane, preparando té y revisando si tenía medicinas. No había nada útil, por supuesto. Era tan descuidado consigo mismo como siempre.
Cuando regresó a la sala, lo encontró observándola con una expresión que mezclaba cansancio y adoración.
—Eres un desastre —le dijo, dejándole la taza en las manos.
—Lo sé. Pero soy tu desastre, ¿no? —respondió él con una sonrisa débil.
Lisbon se sentó junto a él, colocando una almohada para que estuviera más cómodo.
—Bebe el té y luego descansa. No quiero que te empeores.
—Solo si prometes quedarte conmigo.
Ella suspiró, pero ya sabía que no podía decirle que no.
—Está bien. Pero solo hasta que te duermas.
Jane sonrió triunfalmente, cerrando los ojos mientras sostenía la taza.
Mientras él se quedaba dormido, Lisbon lo observó en silencio, recordando cuánto había cambiado su relación en los últimos meses. Lo que comenzó como una amistad basada en la confianza mutua había evolucionado en algo mucho más profundo. Y aunque aún estaban navegando las complicaciones de esa complica amistad, momentos como ese le recordaban por qué valía la pena.
Lisbon no sabía cuánto tiempo había pasado observándolo dormir, pero la tranquilidad en el rostro de Jane era tan inusual que no podía apartar la mirada. Siempre estaba tan lleno de energía, de planes y trucos, que verlo así, vulnerable y calmado, la desarmaba.
Sin embargo, su tranquilidad no duró mucho. Jane comenzó a moverse incómodo en el sofá, murmurando algo entre sueños. Lisbon se inclinó hacia él, preocupada.
—Jane... despierta, estás soñando.
Él abrió los ojos de golpe, su respiración irregular. Por un momento, pareció perdido, pero cuando su mirada se encontró con la de ella, se relajó.
—¿Estás bien? —preguntó ella, colocando una mano en su hombro.
Jane asintió, pero no dijo nada. Lisbon sabía que no era solo el resfriado lo que lo afectaba. Los fantasmas de su pasado aún lo perseguían, incluso ahora que habían encontrado una especie de paz juntos.
—¿Fue uno de esos sueños? —susurró, refiriéndose a los recuerdos que a veces invadían su mente, especialmente cuando estaba vulnerable.
Jane asintió de nuevo, finalmente encontrando su voz.
—Sí, pero no importa. Estás aquí, y eso lo hace más soportable.
Lisbon no insistió. Sabía que él hablaría cuando estuviera listo, y no antes.
—Ven, acuéstate bien —dijo, ayudándolo a recostarse mejor en el sofá.
—¿Te quedarás? —preguntó él, con una vulnerabilidad que rara vez mostraba.
—Sí, me quedaré —respondió ella, sabiendo que no podía irse aunque quisiera.
Jane se relajó, cerrando los ojos otra vez. Lisbon se levantó y fue a la cocina a preparar algo de comida. Había revisado la despensa antes y encontró suficiente para hacer una sopa simple. Mientras cocinaba, sus pensamientos volvían a él.
Sabía que Jane era un hombre complicado, lleno de cicatrices y secretos. Había tardado en dejar que alguien se acercara a él, pero cuando finalmente lo hizo, Lisbon se dio cuenta de que todo valía la pena. Había algo profundamente humano en él, algo que la hacía querer cuidarlo incluso cuando él insistía en que no lo necesitaba.
Al regresar con un tazón de sopa caliente, lo encontró despierto, mirándola con esa sonrisa traviesa que aún podía mostrar, incluso enfermo.
—¿Sopa casera? ¿Qué hice para merecer tanto?
—Sobrevivir a ti mismo ya es suficiente mérito —respondió ella, colocando el tazón en la mesa junto al sofá.
Jane se incorporó con esfuerzo y tomó la cuchara, probando un poco.
—Está deliciosa. ¿Te he dicho que eres increíble? -
—No lo suficiente como para compensar todas las veces que me has sacado de quicio.-
Jane soltó una risa suave, pero su sonrisa se desvaneció un poco cuando miró el tazón.
—Gracias, Teresa. Por todo.-
—No tienes que agradecerme. Somos compañeros ¿recuerdas?-
—Sí, pero esto es diferente. Es solo... por mí.
Lisbon no supo qué decir. Jane rara vez hablaba con tanta sinceridad, y ella sabía lo difícil que era para él admitir que necesitaba a alguien.
—Siempre estaré aquí para ti, Jane. Lo sabes, ¿verdad? -
Él la miró con una intensidad que hizo que su corazón se acelerara.
—Lo sé. Y espero que lo sepas también.-
Por un momento, el tiempo pareció detenerse. No era la primera vez que compartían un momento íntimo, pero la fragilidad de Jane le daba un peso diferente. Lisbon se inclinó hacia él y le dio un beso suave en la frente.
—Ahora termina tu sopa y descansa. No quiero que te empeores.-
—Solo si prometes quedarte conmigo un poco más.-
Lisbon sonrió y asintió, sentándose a su lado mientras él continuaba comiendo.
Ella sabía que Jane podía ser complicado, frustrante y, a veces, insoportablemente terco. Pero también sabía que lo queria, y eso hacía que todo valiera la pena.
La noche cayó lentamente, envolviendo la sala en un suave manto de penumbra. Jane había terminado su sopa y se recostó nuevamente en el sofá, cubierto con una manta que Lisbon había traído. La casa estaba en completo silencio, excepto por el crujir ocasional de los muebles y la respiración pausada de Jane.
Lisbon se sentó en el suelo junto al sofá, apoyando la espalda en el borde mientras revisaba su teléfono. Cada tanto, miraba de reojo a Jane, notando cómo sus ojos la seguían, incluso en su estado febril.
—¿No te cansas de mirarme? —preguntó ella, alzando una ceja, aunque su tono era suave.
—Nunca —respondió él con esa sinceridad desarmante que siempre la dejaba sin palabras.
Ella negó con la cabeza, pero no pudo evitar sonreír.
—Deberías dormir. Mañana vas a sentirte mejor.
—Tal vez, pero ahora prefiero estar despierto. —Hizo una pausa, como si eligiera cuidadosamente sus palabras—. Prefiero estar contigo.
Lisbon sintió un calor subirle por el cuello, pero fingió ignorarlo.
—No eres precisamente un caballero cuando estás enfermo, Jane. Suenas como un adolescente en su primera cita.
—Eso es porque mi compañera es la mujer más impresionante que he conocido.
—¿Cuánta fiebre tienes? —Lisbon estiró la mano para tocar su frente, pero Jane la tomó antes de que pudiera hacerlo.
Sus dedos se entrelazaron con los de ella, y la intensidad en sus ojos la dejó completamente inmóvil.
—Teresa —dijo en voz baja—, llevo mucho tiempo queriendo decirte algo, pero nunca encontré el momento correcto.
Ella intentó retirarse, pero su mano permaneció atrapada entre las de él.
—Jane, no es necesario que...
—Sí lo es. Porque si algo me ha enseñado este día, es que no quiero dejar nada sin decir.
Lisbon tragó saliva, su corazón latiendo con fuerza.
—¿Qué es lo que quieres decirme?
Él la observó por un momento, como si estuviera grabando cada detalle de su rostro.
—Te amo, Teresa. Te amo más de lo que pensé que era capaz después de todo lo que he perdido.
La confesión la dejó sin aliento. Habían pasado meses entre juegos y juegos en esa amistad, pero Jane nunca había dicho esas palabras antes. Siempre se lo guardaba, protegiéndose detrás de su humor y su sarcasmo.
—Jane... yo...
—No tienes que decir nada si no estás lista. Pero necesitaba que lo supieras.
Ella lo miró fijamente, sus ojos brillando con emociones que apenas podía contener. Sin pensarlo demasiado, se inclinó hacia él, dejando que sus labios se encontraran en un beso suave pero cargado de todo lo que no podían expresar con palabras.
Jane respondió al beso con la misma intensidad, ignorando el dolor de su cuerpo enfermo. Era un momento que había esperado más tiempo del que admitiría, y ahora que lo tenía, no quería dejarlo ir.
Cuando se separaron, Lisbon permaneció cerca, su frente apoyada en la de él.
—Te amo, Jane. Siempre lo he hecho, incluso cuando eres el hombre más frustrante que he conocido.
Jane sonrió, esa sonrisa genuina que reservaba solo para ella.
La habitación estaba en silencio, iluminada solo por la luz tenue que entraba por la ventana. Jane y Lisbon se encontraban en la sala, después de la confesión de Jane Lisbon se sentó a su costado en el sofá. La cabeza de Jane se apoyo al hombro de la pelinegra.
Lisbon sintió el peso de su mirada sobre ella. Sin que él dijera palabra, sus ojos lo decían todo: un deseo profundo, una conexión que había sido guardada por mucho tiempo. Los dos sabían lo que estaba a punto de suceder, pero ninguno de los dos se atrevía a romper el momento.
Jane, moviéndose lentamente, se acercó a ella. Sus manos temblaron ligeramente cuando la tocó, como si estuviera esperando alguna señal. Lisbon, sintiendo la misma tensión, no dio un paso atrás. En cambio, dio un pequeño suspiro, cerrando los ojos al sentir cómo sus labios se acercaban a su cuello.
El primer beso fue suave, como una promesa, tan ligero que casi no lo sintió, pero el calor de su aliento la hizo estremecer. Jane siguió con otro, esta vez más cerca, más profundo. Sus labios se movieron suavemente por su cuello, buscando ese rincón que, sin querer, siempre había sido su punto débil.
Lisbon cerró los ojos y se inclinó ligeramente hacia atrás, dejando que el momento la envolviera. Cada beso parecía estar trazando un mapa en su piel, un rastro de cariño y deseo que no necesitaba ser verbalizado. Jane, como si supiera exactamente qué hacer, continuó acariciando su cuello, dejando que sus besos la relajaran, que la envolvieran en una sensación de completa confianza.
—Jane... —susurró ella, su voz apenas audible, pero llena de emoción.
—Te he estado esperando para esto... —respondió él, su tono grave, cargado de algo mucho más profundo que el simple deseo.
Lisbon sintió cómo su corazón latía más rápido mientras sus manos se posaban en su pecho, acercándolo aún más a ella. El calor entre los dos se hacía palpable, pero no era solo físico. Era una conexión que había estado construyéndose lentamente, que finalmente estaba allí, sin barreras.
Jane, sintiendo cómo la atmósfera cambiaba, dio un paso atrás, pero solo para mirarla a los ojos. Ambos sabían que ese momento era más que un simple beso. Era la manifestación de lo que sentían el uno por el otro, algo que nunca antes se habían atrevido a explorar.
Con una sonrisa suave, Jane acarició su mejilla, y sin decir palabra, la besó una vez más, esta vez con la misma intensidad, pero más lenta, como si quisiera que ese instante se alargara para siempre.
Lisbon respondió al beso, cerrando los ojos y dejándose llevar por lo que finalmente sentía que era suyo.
A pesar de estar enfermo, Patrick no quería esperar más. Comenzó a acariciar el sedoso cabello de la pelinegra mientras profundizaba el beso.
Lisbon solo podía pensar en lo bien que se sentía aquello. Sentir su aroma impregnado en ella, sentir su boca contra la suya. Teresa apoyó sus manos en su cuello. No quería soltarlo. Más bien, no podía.
Patrick la empujó hacia abajo. Había momentos en los que salían pequeñas risas de ambos.
Por un momento, Jane detuvo los besos. Se quedó admirando cada centímetro de ella. Su belleza era algo que Patrick podría admirar hasta la muerte.
Le sacó un mechón de cabello con delicadeza mientras sonreía.
Poco a poco, comenzó a depositar pequeños besos en su cuello. Sabía qué partes de su cuerpo eran más sensibles, y planeaba aprovecharlo para demostrarle cuánto la amaba, cuánto le importaba.
Lisbon soltaba pequeños jadeos. En ninguna de sus fantasías había imaginado que Patrick podía ser tan bueno.
Jane deslizó su mano debajo de la blusa de Teresa. Sabía exactamente lo que Lisbon quería, y estaría encantado de complacerla.
Masajeó suavemente sus pezones, primero de manera lenta, pero poco a poco aumentó la intensidad.
Lisbon ya no podía esperar más; lo necesitaba ahora más que nunca.
Patrick, dándose cuenta de esto, comenzó a desabrochar el sujetador de Teresa con destreza.
Cuando terminó, la tomó por la espalda, listo para llevarla a la habitación.
—¿Qué pasa? —preguntó Teresa al notar que Jane se detuvo. A Patrick le parecía sumamente adorable cuando fruncía el ceño, y esta vez no era la excepción.
Le dio un tierno beso en la frente y le susurró al oído con su voz tan seductora:
—No voy a dejar que la primera vez que lo hagamos sea en un sofá, Lisbon.
Teresa sintió un escalofrío. Había esperado esto, pero escucharle decirlo la hacía sentirse aún más nerviosa. Le agarró la espalda y la cargó hasta la habitación. La sostuvo como si fuera una princesa; ella era perfecta y no quería romperla. Teresa soltó pequeñas risas mientras la cargaba.
Al dejarla en la cama, Jane se acercó a ella y, al ver su expresión, lo supo.
–¿No llevas ropa interior, verdad? —preguntó con una sonrisa pícaramente intrigada. Lisbon se sorprendió, ya que no pensaba que Patrick lo notaría, pero era obvio que tenía razón.
Al no obtener respuesta, él lo interpretó como una afirmación.
—Bueno, eso lo cambia todo —dijo Jane con voz ronca y áspera, mientras sonreía de forma traviesa.
—¿Qué cambia? —preguntó Lisbon, intrigada. Sabía que Patrick siempre podía sorprenderla, y esta vez no fue la excepción.
—Te voy a hacer tener un orgasmo con ropa puesta —le susurró al oído lentamente, y a Teresa se le escapó una pequeña risa.
—Eres un maldito narcisista —respondió Teresa, mirando a Jane con una expresión que reflejaba su incredulidad. Él la miró fijamente, disfrutando del aroma a lavanda que tanto amaba de ella.
—Creo que confías demasiado en tus habilidades —dijo Lisbon con una sonrisa desafiante.
—¿Apostamos? —preguntó Jane con picardía, ya sabiendo quién ganaría.
—Mmmm, ¿pero qué apostamos? —Teresa se quedó pensativa, mirando al techo, mientras Patrick ya sabía perfectamente lo que quería.
—Si yo gano, me tienes que decir "sí" a todo durante dos días. Y si tú ganas, yo te diré "sí" a todo durante dos días —dijo Jane, extendiendo su mano para sellar el trato. Teresa no podía evitar preguntarse cómo él sabía exactamente lo que quería.
—Eso no era lo que yo quería si yo ganaba —respondió Teresa entre risas, acercándose lentamente a su boca.
—Lisbon, yo sé todo sobre ti. Asi como se que estás mintiendo —murmuró con una sonrisa traviesa antes de besarla con pasión desenfrenada. Ella se quedó sin aliento, completamente entregada.
Él sabía cada uno de sus puntos sensibles, y no tenía ni una duda de que hacer con cada uno de ellos.
Patrick continuó besándola, y esta vez fue él quien profundizó el beso, llevando las manos de Teresa a su espalda, atrayéndola aún más cerca de él. Lisbon no pudo evitar suspirar al sentir su cuerpo tan cerca, su respiración entrecortada, su mente aún nublada por la intensidad de lo que estaba viviendo.
—No tienes idea de lo que me haces sentir —murmuró Patrick contra sus labios, haciendo que Teresa sonriera entre besos.
—Creo que tú tampoco —respondió ella, su voz un susurro lleno de deseo.
Con un movimiento suave, Patrick apartó un poco de cabello de su rostro, observándola con una expresión que transmitía algo más que simple deseo. Era una mezcla de admiración y cariño, algo que Lisbon había deseado por tanto tiempo, algo que finalmente estaba viviendo.
—Te quiero aquí, ahora, en este momento —dijo él, bajando la mirada hacia sus labios, luego hacia su cuello, sin apartar la vista de ella. Teresa sintió como su cuerpo respondía a cada palabra, a cada caricia.
Con delicadeza, pero con una seguridad que no podía negar, Patrick comenzó a meter sus manos debajo de su blusa, sabiendo exactamente cómo hacerla sentir especial, sin apresurarse, disfrutando cada momento.
—Te quiero, Teresa —dijo con una voz ronca, mirando su piel con un brillo en sus ojos.
Lisbon, completamente atrapada en la emoción del momento, se entregó por completo a él. Cada caricia, cada beso, la hacía sentir más viva, más conectada con lo que estaba viviendo. No había duda de que este momento marcaría un antes y un después en sus vidas.
El deseo entre ambos crecía, pero también había algo más: una profunda conexión emocional, algo que ninguno de los dos había experimentado antes, algo que hacía que todo lo demás desapareciera a su alrededor.
El aire entre ellos se volvía más denso con cada segundo que pasaba. Patrick podía sentir cómo el cuerpo de Teresa respondía a sus caricias, cómo su respiración se volvía más acelerada, pero al mismo tiempo, podía percibir algo más, algo que solo los dos comprendían. La conexión entre ellos era más que física; había una complicidad en sus miradas, un entendimiento que ninguno de los dos había experimentado antes.
Lisbon cerró los ojos al sentir las manos de Patrick recorrer su espalda con una suavidad que contrastaba con la intensidad de su deseo. Cada toque, cada roce, parecía decir más de lo que las palabras podían expresar. Teresa podía sentir cómo su corazón latía al unísono con el de él, cómo sus cuerpos se alineaban sin esfuerzo, como si todo en ese momento tuviera un propósito claro: estar juntos, aquí y ahora.
—Jane... —susurró ella, su voz temblando ligeramente, pero cargada de emoción. Al pronunciar su nombre, sentía una mezcla de vulnerabilidad y fuerza, como si finalmente estuviera dejándose llevar por todo lo que sentía por él.
Él la miró, y por un instante, su expresión cambió. Había algo más en sus ojos, algo que no era solo deseo. Era una promesa, una promesa de cuidarla, de estar allí, no solo en este momento, sino en todos los demás que vendrían.
—¿Qué pasa? —preguntó Teresa, aunque sabía que no necesitaba responder. El silencio entre ellos era perfecto. Sin embargo, Patrick se inclinó hacia ella y, con una suavidad inesperada, susurró:
—Quiero que sepas que esto no es solo un juego para mí. Esto no es solo una noche más... es tú y yo, Teresa. Es lo que siempre quise, lo que he estado esperando.
Sus palabras, aunque sencillas, golpearon el corazón de Lisbon con una fuerza inesperada. Durante tanto tiempo, había temido que este momento fuera solo una aventura pasajera para él, algo que quedaría en el olvido al día siguiente. Pero ahora, al escucharlo, Teresa sintió que todo lo que había vivido con él, todas esas miradas furtivas, las conversaciones entrecortadas, los momentos de complicidad, finalmente tomaban sentido. Estaba aquí por una razón. Estaba aquí porque él también la quería, más de lo que ella había imaginado.
Patrick besó su cuello nuevamente, sus labios recorriendo su piel con una pasión que solo él sabía provocar. Cada beso era como una promesa, una declaración silenciosa de lo que sentía. Teresa no podía evitar rendirse a la sensación. El calor que emanaba de él era embriagador, pero lo que la hacía sentirse aún más viva era la seguridad que le transmitía. No solo la deseaba, la valoraba.
—Patrick... —susurró ella una vez más, sin poder evitarlo. Ya no estaba preocupada por lo que sucedería después, no le importaba el futuro ni el qué dirán. En este instante, solo existían ellos dos.
—Sí, Lisbon.. —respondió él, rozando su nariz contra la de ella en un gesto lleno de ternura. —Confía en mí. No hay nada más importante que tú ahora mismo.
Con esa simple frase, todo lo que había estado guardando Teresa se desbordó. Podía sentir cómo su cuerpo respondía a sus palabras, cómo su mente dejaba de ser un caos y se enfocaba completamente en él. Cada caricia era un recordatorio de lo que habían vivido juntos, de los pequeños gestos que siempre habían compartido, y de cómo, a pesar de todo, siempre habían vuelto el uno al otro. La confianza que ambos tenían, el entendimiento tácito de que no importaba cuán difíciles fueran las circunstancias, siempre estarían allí.
Lisbon no pudo evitar reírse, una risa suave, llena de emoción y alivio. Se acercó a él, y con un toque delicado, le acarició la mejilla.
—Nunca imaginé que estaríamos aquí. —La verdad salió de sus labios, sin adornos, sin filtros. Patrick sonrió ante sus palabras, pero había algo en su mirada que reflejaba algo más profundo que una simple sonrisa.
—Siempre supe que este momento llegaría —dijo él, con esa confianza inquebrantable que siempre lo caracterizó. —Solo esperaba que fuera contigo.
Lisbon sintió como su corazón daba un vuelco ante esas palabras. Su mente y su cuerpo, finalmente en sincronía, entendieron que lo que compartían no era solo físico. Había un lazo profundo, una conexión emocional que no podía ser ignorada. El deseo seguía siendo fuerte, pero el amor, ese amor inconfundible, también estaba ahí, creciendo con cada palabra, con cada beso, con cada toque.
El ritmo de sus corazones se aceleró al mismo tiempo. Los dos sabían que lo que sucedía entre ellos en ese momento era algo irreversible. No solo era pasión, no solo era atracción. Era algo mucho más grande. Era la promesa de un futuro, de una vida compartida.
Después de esos momentos de pasión y complicidad, el ambiente entre ellos se calmó. Patrick, notando que Teresa necesitaba algo más que solo contacto físico, se levantó lentamente de la cama y cogió la manta que estaba al pie de ella. La extendió sobre ellos dos, rodeando su cuerpo con un calor reconfortante.
Lisbon, aún sin decir una palabra, se acomodó más cerca de él, buscando ese contacto cercano que tanto necesitaba. Cuando lo hizo, se tumbó sobre su pecho desnudo, respirando profundamente el aire que parecía impregnado de él.
Patrick no pudo evitar sonreír al sentir la suavidad de su cabello contra su piel. Con una mano, acarició suavemente la espalda de Teresa, trazando círculos lentos con sus dedos.
—Me gusta tu olor... —susurró, con una voz baja y cálida. Estaba completamente relajado en ese momento, disfrutando del contacto, del momento, de ella. Teresa levantó la cabeza y lo miró, sus ojos brillando con una mezcla de ternura y vulnerabilidad.
—¿Mi olor? —preguntó, sorprendida, aunque una sonrisa traviesa se formó en sus labios.
—Sí —respondió él con una sonrisa cómplice—. Es como si tu esencia se quedara conmigo, como si de alguna manera siempre estuvieras cerca, incluso cuando no lo estás.
Lisbon cerró los ojos, sintiendo la suavidad de su voz y el calor de su cuerpo. Se acomodó aún más en su pecho, como si quisiera quedarse allí para siempre, como si no existiera ningún lugar más seguro y perfecto que esos brazos. Patrick continuó acariciando su espalda, de forma lenta y tranquila, como si quisiera que cada toque transmitiera más que solo afecto.
El silencio entre ellos no era incómodo, sino lleno de comprensión. Ambos sabían que ese momento no era solo un beso, ni una caricia. Era una conexión profunda que no necesitaba palabras, un entendimiento tácito de lo que se sentían el uno por el otro. No había más preocupaciones, no había más miedos. Solo estaban ellos, bajo la manta, rodeados de calma y afecto.
—Quédate conmigo —susurró Patrick, con un tono suave, mientras continuaba acariciando su espalda con delicadeza.
Lisbon sonrió y asintió levemente, sintiendo que, por primera vez en mucho tiempo, todo parecía estar en su lugar. No había nada más que necesitara. Estaba con él, en ese momento, y eso era todo lo que importaba
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