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Las cartas nunca leídas



Cancion: August-Taylor Swift

Lisbon nunca pensó que un día tendría que regresar a ese cuarto. Al principio, cuando Jane aún estaba en el CBI, el pequeño y desordenado espacio arriba de la sede no parecía más que una curiosidad para todos los que pasaban cerca. Nadie le dio mucha importancia a esa habitación. La puerta estaba casi siempre cerrada, polvorienta, y nadie sabía qué había dentro. Aunque no podía evitar que su mente se llenara de preguntas.

El hecho de que Jane le haya dicho que era la única persona a la que había llevado allá arriba le hacia sentir mariposas en el estómago. Lisbon, a pesar de eso nunca le prestó atención a ese mugroso lugar

 Tanto así, que con la CBI cancelada y ya el paso de algunos años, apenas recordaba ese lugar. Jane podía ser alguien misterioso, pero tambien podia ser alguien encantador a la vez. Teresa sabia bien que no conocía del todo a ese rubio fanático del té. Siempre quiso saber más de él y pensar que ese lugar era su espacio, su refugio le hacía sentir curiosidad. Y aunque la lógica le decía que no tenía sentido investigar, una parte de ella siempre sintió que algún día tendría que descubrir lo que se escondía allí. Lo que Jane guardaba en ese rincón de la CBI, un rincón apartado, en el que solo él parecía estar cómodo.

Era un mes de agosto particularmente caluroso cuando decidió finalmente entrar. El edificio estaba vacío, Teresa subió las escaleras con pasos lentos, como si, al igual que las viejas paredes, pudiera sentir la presencia de Jane en el aire. Cuando llegó a la puerta, se dio cuenta de que ya no tenía excusas. Estaba allí, frente a ella, el lugar que siempre había sido un enigma.

La puerta crujió al abrirse, y el polvo se levantó del suelo. El cuarto estaba en un estado lamentable: papeles desordenados, muebles viejos cubiertos con sábanas sucias, cajas de cartón apiladas y objetos rotos que probablemente no le importaban a nadie. Pero en ese caos, Teresa vio algo que la detuvo en seco. Una pequeña caja de madera, en un rincón cerca de la ventana polvorienta. La caja no estaba cubierta de polvo, como si alguien la hubiera tocado recientemente.

Con manos temblorosas, se acercó y la levantó. Al abrirla, encontró algo que no esperaba: un conjunto de cartas, cuidadosamente dobladas. Las reconoció de inmediato, pues era el tipo de papel que Jane solía usar para escribir. Sin pensarlo, las sacó una por una, y comenzó a leerlas, con el corazón golpeando fuertemente en su pecho.

La primera carta estaba fechada 3 años atrás. Estaba escrita a mano, con esa caligrafía única que había aprendido a reconocer tan bien. El contenido era simple, pero profundo.

"Lisbon,

Sé que esto suena extraño, pero hay algo que me pesa. Algo que debo decirte y no he tenido el valor de hacerlo. Estuve pensando en todo lo que pasó entre nosotros, en cómo las cosas cambiaron tan rápidamente. Tal vez no debí haberte dejado ir tan fácilmente, pero la verdad es que no sé si alguna vez estuve preparado para tener una vida normal. Me has mostrado lo que es la estabilidad, la calma, algo que nunca tuve antes. Y aunque quiero creer que podríamos haber sido felices, sé que no soy el hombre que necesitas.

No sé qué futuro podría ofrecerte, pero te deseo lo mejor, de todo corazón.

Patrick."

Lisbon se quedó quieta, mirando las palabras. Todo lo que ella había sentido, lo que había esperado, estaba ahí, en esas simples líneas. No le sorprendió, no realmente. Pero lo dolió, y mucho. Su mente comenzó a retomar el dolor de los momentos que compartieron, el amor que había permanecido en su interior durante tanto tiempo.

Volvió a mirar la carta, buscando alguna pista que le explicara el porqué. Sabía que él había tenido miedo de ser feliz. Sabía que Jane nunca pensó que merecía la paz. Pero leer esas palabras ahora, después de todo lo que había pasado, fue como una daga. La había dejado atrás, al igual que siempre lo había hecho con los demás. Y de alguna forma, ella nunca dejó de esperar. Nunca dejó de soñar con un futuro juntos, aunque en su corazón sabía que eso nunca llegaría a suceder.

Tomó otra carta de la caja. Esta tenía la fecha de solo un mes atrás. Sus manos, ahora sudorosas, temblaban mientras leía.

"Lisbon,

Sé que no he sido el hombre ideal para ti, pero no puedo seguir con esta mentira. Hace tiempo tomé una decisión, y aunque me duele, es lo mejor para todos. Después de todo lo que hemos vivido, sé que nuestra relación nunca será lo que esperábamos. No quiero arrastrarte a un futuro incierto. He estado pensando en lo que eres, en lo que representas para mí, y no puedo ser el hombre que necesitas. Estoy dejando atrás mi vida en el CBI, y con ello, cualquier posibilidad de lo que algún día soñé.

Lo mejor para ti es seguir adelante sin mí.

Patrick."

La sensación de desgarro fue inmediata. Su pecho se apretó, y la tristeza la inundó por completo. Ella nunca había sido la persona que dejaba todo al azar, pero Jane siempre había sido una constante en su vida. Y ahora, leer esas palabras, tan finales, tan definitivas, fue como un golpe directo al corazón.

Lisbon cerró los ojos y respiró profundamente. Estaba sola. Más sola de lo que jamás pensó que podría estar, porque las palabras de Jane habían confirmado lo que siempre había temido: él nunca sería capaz de quedarse.

Lisbon no pudo dejar de mirar las cartas. La luz que se filtraba por la ventana polvorienta iluminaba las palabras de Patrick, pero esa luz no parecía ofrecer consuelo. Cada letra, cada palabra, le recordaba lo que no fue, lo que nunca sería. La habitación, que había estado tan vacía y desordenada, ahora parecía una prisión donde las emociones se amontonaban sobre ella, como un peso insoportable.

El sonido del ventilador, que no dejaba de girar, era lo único que interrumpía el silencio sepulcral en el que se encontraba sumida. Teresa dejó las cartas sobre la mesa, sus dedos aún temblorosos por la intensidad de lo que había leído. Un llanto reprimido se acumulaba en su garganta, pero no lo dejó salir. No quería ceder al dolor, no ahora. Después de todo, ¿para qué? No iba a cambiar nada. Patrick Jane había tomado su decisión, y ahora todo lo que quedaba era el eco de lo que podría haber sido.

Tomó aire, con la esperanza de que la angustia desapareciera, pero no lo hizo. Cada palabra de esas cartas la atacaba con más fuerza. Recordaba todos esos años que habían compartido, las veces que se habían salvado mutuamente, los momentos en los que se habían dejado llevar por algo que parecía mucho más grande que la vida misma. Ella había creído en él. Ella había creído en ellos.

Durante meses, había esperado que algo cambiara. Sabía que Jane tenía miedo de los sentimientos, que nunca estaba listo para comprometerse de verdad, pero en el fondo, Teresa había creído que algún día, tal vez, él podría ser capaz de quedarse. Tal vez, solo tal vez, él entendería lo que tenían. Pero las cartas eran una bofetada a esa esperanza. Ella nunca había sido suficiente.

A lo lejos, escuchó las voces de esos recuerdos en la CBI, las risas de Jane, a Van Pelt hablando con Rigsby y a Cho interrogando a alguien. Teresa cerró los ojos y los ignoró. No quería enfrentarse a nadie. Quería desaparecer en ese cuarto polvoriento, donde las huellas de Jane aún dejaban su marca en cada rincón, en cada objeto olvidado. Pero no podía.

Se levantó lentamente, dejando atrás las cartas que habían destrozado su corazón. La puerta del cuarto se cerró tras ella con un estrépito que resonó en su mente, como si la cerradura hubiera sellado una parte de su alma que ya nunca podría abrir.

Durante días, Teresa se sumergió en su trabajo, intentando distraerse, buscando algo que la mantuviera ocupada. No quería enfrentar la realidad. No quería admitir que, a pesar de todo lo que había hecho por él, Patrick nunca la había considerado una opción. Se sentó en su escritorio, rodeada de papeles y casos pendientes, pero su mente estaba en otro lugar, perdida en un mar de pensamientos y recuerdos de momentos que ya no existían.

A lo largo de esos días, las cartas nunca la dejaron en paz. Cada vez que se sentaba en su escritorio o cerraba los ojos para descansar, las palabras de Patrick se filtraban en su mente, como un eco persistente que no podía silenciar. Las palabras de su adiós, las palabras que nunca le dijo en persona, pero que había escrito con tanta claridad en esas cartas.

Era doloroso. Más doloroso de lo que había anticipado. Ella había estado tan segura de que, al final, él volvería a ella, que sus sentimientos por él siempre serían más importantes que cualquier miedo o inseguridad que pudiera tener. Pero no. Ahora, se daba cuenta de que había sido una ilusa.

Un día, mientras Teresa estaba en la cafetería de su nuevo trabajo de policía, un compañero suyo se le acercó. No podía evitar que la preocupación se reflejara en su rostro.

— Teresa, ¿estás bien? —preguntó, con una mirada de duda y comprensión.

Ella levantó la mirada, forzando una sonrisa.

— Sí, claro, solo... —hizo una pausa, buscando las palabras adecuadas—, solo un poco cansada.

Él la miró con desconfianza, sabiendo que algo no estaba bien, pero no insistió. En cambio, se sentó a su lado, y por un momento, Teresa se permitió relajarse. Al menos tenía amigos que la apoyaban, que no la juzgaban por lo que sentía. Pero en el fondo, sabía que nadie podría entender lo que estaba pasando por su mente. Nadie podría comprender el dolor de descubrir, en el momento más inesperado, que el hombre que amabas nunca había sido capaz de amarte de la misma manera.

Ese mismo día, cuando llegó a su departamento, un sentimiento de vacío la invadió. La soledad la rodeaba. El teléfono estaba en silencio, y su mente volvió a esos recuerdos compartidos con Patrick. No podía evitarlo. Recordaba su risa, la forma en que la miraba, los momentos en los que sentía que tal vez había algo más entre ellos. Pero todo eso ahora estaba enterrado bajo una capa de tristeza que parecía imposible de remover.

Mientras sacaba un libro de la estantería, se dio cuenta de que en su corazón ya no quedaba espacio para la esperanza. Ya no podía esperar que él volviera, que se diera cuenta de lo que había perdido. Patrick Jane había tomado una decisión, y ya no había nada que ella pudiera hacer para cambiarlo. No había nada que pudiera hacer para arreglar lo que se había roto entre ellos.

La verdad se instaló en su mente como una fría certeza: lo que más temía había ocurrido. Él nunca estuvo destinado a quedarse, y ahora ella tendría que seguir adelante, aunque el peso de su ausencia le pesara como una carga insoportable.

Han pasado tres meses desde que Teresa encontró las cartas. Tres meses desde que la verdad de Patrick Jane la golpeó como un tren de carga. Durante ese tiempo, ella intentó convencerse de que podía seguir adelante. Los días pasaban entre reuniones, casos y resoluciones, pero no había manera de escapar del vacío que él había dejado atrás. Cada rincón de su vida, cada lugar que visitaba, tenía un resquicio de él. Una broma, una mirada, una palabra que había dicho alguna vez, todo parecía estar impregnado de su presencia. Y sin embargo, él ya no estaba allí.

Las cartas seguían atormentándola. No importaba cuántas veces las dejara de lado, siempre encontraba una excusa para volver a ellas. Como si, de alguna manera, esperara que algo cambiara, que de alguna forma, Patrick decidiera regresar y decirle que se había equivocado. Pero, al final, las cartas eran lo único que quedaba, y esas palabras definitivas seguían grabadas en su mente.

Un día, mientras revisaba antiguos casos, el teléfono de su oficina vibró. Era un mensaje de su hermano, con un par de fotos adjuntas. Teresa lo abrió sin mucho interés, hasta que vio la imagen que había recibido. Era una foto tomada en un café de Los Ángeles, con una mujer rubia, de apariencia elegante, sentada junto a Patrick. En sus manos, ella sostenía una taza de café, y Patrick la miraba con una sonrisa tranquila. En la siguiente foto, la mujer estaba acariciando su vientre, y aunque la imagen no era explícita, Teresa no necesitaba más para entender lo que veía. Esa mujer estaba embarazada.

La noticia la golpeó como una bofetada. Las piernas de Teresa cedieron, y ella se dejó caer en la silla. No sabía qué pensar. No podía comprender lo que estaba sucediendo. Después de todo lo que habían pasado juntos, después de todo lo que ella había esperado, ver esas fotos fue un recordatorio brutal de que su vida ya no tenía cabida en la de él.

¿Por qué? ¿Por qué no le había dicho nada? ¿Por qué nunca le había hablado de esta mujer, de su futuro, de lo que estaba construyendo mientras ella seguía atrapada en el recuerdo de lo que podría haber sido? Sentía una mezcla de rabia y dolor tan profunda que le nublaba la razón. Era como si todo lo que había sido tan real para ella, todo lo que había significado Patrick en su vida, fuera una mentira.

Teresa no podía entender cómo él había podido seguir adelante tan fácilmente. Todo lo que ella había sentido por él, todo lo que ella había dado, parecía no haber tenido el más mínimo impacto. Y lo peor de todo era que, aunque su corazón se rompía, una parte de ella seguía deseando que esa mujer no fuera nada serio, que él no estuviera realmente comenzando una vida sin ella.

Se levantó bruscamente, con el teléfono aún en la mano. Caminó hacia la ventana, mirando hacia el horizonte sin realmente ver nada. Lo que más deseaba en ese momento era salir de allí, escapar de todo esto, de la sensación de traición y de pérdida que se había instalado en su pecho.

Las preguntas comenzaron a llenar su mente. ¿Por qué nunca le habló de esa mujer? ¿Por qué nunca le permitió ser parte de su vida? Sabía que Patrick había tenido sus motivos, que él nunca había sido bueno para las relaciones, que había tenido miedo de algo tan simple como el amor. Pero ahora, cuando veía esas fotos, no podía evitar pensar que todo había sido una excusa. Que tal vez, simplemente, no la había amado lo suficiente.

Teresa suspiró y miró la foto una vez más. Las lágrimas amenazaban con caer, pero las contuvo. Sabía que ya no tenía tiempo para lamentarse. El amor no podía ser tan unilateral. No podía seguir esperando lo que nunca iba a llegar.

Y, sin embargo, una parte de ella seguía preguntándose si habría alguna posibilidad de cambiar el rumbo de las cosas. Tal vez, si lo buscaba, si hablaba con él, si le explicaba lo que sentía, todo podría arreglarse. Pero Teresa sabía que no podía hacer eso. Sabía que ir tras él, después de todo lo que había pasado, solo significaría más dolor para ella.

Ella no podía aferrarse a una ilusión. No podía seguir esperando que Patrick Jane regresara para completar su vida. Era hora de seguir adelante, de dejar que el pasado quedara atrás, aunque le doliera más de lo que había creído posible.

Pero entonces, algo dentro de ella la hizo detenerse. Algo la empujó a hacer lo que sabía que no debía hacer, pero que de alguna manera sentía que tenía que hacer. Con la misma determinación con la que enfrentó los casos más difíciles, Teresa tomó una decisión.

Iba a ir a Los Ángeles.

Iba a buscarlo.

Iba a enfrentarse a la realidad de una vez por todas, y, si era necesario, dejarlo ir para siempre.

Los días siguientes al mensaje de su hermano pasaron entre un mar de incertidumbres. Teresa ya había tomado la decisión, pero en su mente se repetía una y otra vez la misma pregunta: ¿Qué haría al llegar? No lo sabía. No tenía idea de cómo sería ese encuentro, ni si aún quedaba algo por decir entre ellos.

El vuelo a Los Ángeles fue largo y silencioso. En el avión, Teresa apenas pudo dormir. Miraba por la ventana, observando cómo el paisaje se desvanecía bajo las nubes, sin lograr encontrar consuelo en la distancia. No le importaba cuánto se alejaba de su vida, de su dolor, lo cierto era que siempre lo tendría en su mente. Patrick había sido su historia, su constante. Y aunque intentara salir de su vida, algo siempre lo traería de vuelta. Sabía que tenía que enfrentarlo, pero no estaba segura de que el enfrentarse a él fuera a aliviar nada.

Al llegar a Los Ángeles, Teresa se sintió extraña. La ciudad era vibrante, llena de vida, pero al mismo tiempo se sentía completamente ajena a ella. Las calles, las luces, la gente, todo parecía indiferente a lo que ella estaba viviendo. Era como si todo en la ciudad siguiera su curso sin prestarle atención a su presencia.

Tomó un taxi hasta el barrio donde su hermano le había dicho que vivía Patrick. Un lugar tranquilo, elegante, pero no lo suficientemente lujoso como para sentirse fuera de lugar. A lo lejos, las casas tenían ese aire de calma que contrastaba con el caos de la ciudad. Teresa cerró los ojos por un momento y tomó aire. Estaba a punto de enfrentar una verdad que podría destruirla por completo.

El taxi se detuvo frente a una casa de dos plantas, con un jardín bien cuidado y ventanas que dejaban ver lo que parecía un ambiente acogedor. Teresa bajó lentamente del vehículo, el sonido de sus tacones resonando en la calle vacía. Miró hacia la entrada, dudando por un instante, pero la determinación volvió a llenar su pecho. Tenía que hacerlo. Necesitaba respuestas, aunque sabía que, en el fondo, no quería escucharlas.

El timbre sonó con un eco suave, y el corazón de Teresa se aceleró. Esperó, y cuando la puerta se abrió, su aliento se cortó. Frente a ella, Patrick Jane estaba allí, pero no era el mismo hombre que ella recordaba. Su cabello estaba un poco más corto, su mirada más tranquila, y en su rostro, aunque relajado, había una expresión de incomodidad, como si no quisiera estar allí.

— Lisbon... —dijo él, con una mezcla de sorpresa y algo más, algo que no alcanzaba a identificar.

Teresa no pudo evitar mirarlo fijamente. Habían pasado meses desde que se habían visto, pero parecía que el tiempo no había pasado para él. O tal vez sí, pero él había encontrado su lugar en el mundo sin ella. Y eso la dolió más de lo que estaba dispuesta a admitir.

— Necesito hablar contigo, Patrick. — Su voz salió firme, aunque sus manos temblaban levemente.

Patrick hizo una pausa antes de invitarla a entrar. Teresa aceptó sin pensarlo demasiado, pero no podía dejar de preguntarse si todo esto realmente valía la pena. Si él iba a darle alguna respuesta que pudiera aliviar su dolor. Si había algo que pudiera arreglar lo que se había roto entre ellos.

El interior de la casa era cálido, con muebles elegantes pero sencillos. Todo estaba perfectamente ordenado, tal vez demasiado. Se sentaron en el sofá, en un silencio incómodo. Teresa no sabía por dónde empezar, ni cómo sacar todo lo que llevaba dentro sin quebrarse. Patrick, por su parte, parecía estar esperando, pero sus ojos evitaban los de ella. Como si temiera lo que pudieran decirse.

— Te vi en la foto —dijo Teresa, sin rodeos. Sabía que tenía que comenzar con lo que la había traído hasta allí—. Con ella... la mujer en la foto. ¿Está bien? ¿Es lo que quieres

Patrick suspiró, como si esas palabras lo hubieran alcanzado en el lugar más profundo de su ser. Por fin levantó la mirada hacia ella, y por un momento, sus ojos se encontraron. Un silencio pesado llenó la habitación, y Teresa sintió cómo el nudo en su garganta se hacía más grande.

— Teresa, yo... —empezó, pero se detuvo. No sabía cómo explicarlo. No sabía cómo decirle que, aunque ella había sido su vida, él nunca había sido capaz de quedarse. Que nunca fue suficiente, ni para él ni para nadie. Que no tenía la capacidad de dar lo que ella merecía.

— Lo vi en la foto —repitió ella, y aunque sus palabras eran firmes, su voz temblaba. No sabía por qué aún le dolía tanto. No sabía por qué, después de tanto tiempo, su corazón seguía siendo un campo de batalla por algo que nunca sucedió—. ¿Por qué no me lo dijiste? ¿Por qué no me diste la oportunidad de elegir, Jane?

Patrick cerró los ojos por un momento, como si las palabras que ella había dicho lo atravesaran, y Teresa vio en su rostro una tristeza que no había reconocido antes.

— Porque no quería lastimarte —respondió finalmente, su voz baja y dolorida—. No quería que me odiaras.

Teresa tragó saliva. Todo lo que había esperado, toda la esperanza que había guardado para este momento, parecía desvanecerse en el aire. No importaba cuánto lo mirara, no importaba lo que le dijera. Ella ya no era la mujer en su vida, y él ya no era el hombre que ella amaba.

Y entonces, como una punzada de dolor, entendió lo que no había querido ver antes. Él había elegido otro camino. Había decidido formar una vida con otra persona, alguien que probablemente lo amara de la manera en que ella nunca pudo.

Pero eso no era lo peor. Lo peor era que ella había perdido la oportunidad de ser parte de su vida.

— Tienes razón —dijo Teresa, con una calma que la sorprendió a ella misma—. No debí haber venido.

Y con eso, se levantó y se fue.


















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