El embarazo
Cancion: Perfect
Lisbon suspiró profundamente mientras dejaba caer su cuerpo sobre el sofá de la sala. Había tenido un día largo en la oficina y, aunque su embarazo apenas comenzaba a ser evidente, ya sentía el peso de la fatiga. Estaba a solo tres meses de gestación, pero eso no había detenido a Patrick Jane de convertirse en el hombre más sobreprotector del planeta.
—¡Lisbon! —La voz de Patrick resonó desde la cocina—. ¿Te preparé té de jengibre o prefieres agua con limón?
—Patrick, de verdad estoy bien. Solo quiero descansar un poco —respondió ella, cerrando los ojos por un momento.
Segundos después, sintió un peso en el sofá a su lado. Cuando abrió los ojos, Patrick estaba allí, con una taza en una mano y un cojín en la otra.
—¿Qué estás haciendo ahora? —preguntó con una mezcla de irritación y diversión.
—Asegurándome de que mi hermosa esposa y madre de mi futuro hijo esté completamente cómoda. —Le colocó el cojín detrás de la espalda con cuidado excesivo—. ¿Ves? Perfecto soporte lumbar.
Lisbon rodó los ojos, pero no pudo evitar reír. Había algo encantador en la manera en que Patrick intentaba cuidar de ella, aunque a veces era un poco excesivo.
—Jane te agradezco mucho todo esto, pero en serio... estoy bien. No necesitas tratarme como si fuera de cristal.
Él se inclinó hacia adelante, con esa sonrisa traviesa que tanto la desconcertaba.
—No eres de cristal, pero estás llevando a nuestro bebé. Eso te convierte en lo más importante del mundo para mí.
Ella lo miró, y aunque quería insistir en que estaba exagerando, no pudo. Había algo en la sinceridad de sus ojos que la desarmaba por completo.
—Solo... no exageres, ¿sí? —dijo finalmente, tomando la taza que le ofrecía.
—¿Exagerar? ¿Yo? Jamás.
Lisbon no pudo evitar reír ante el tono inocente de Patrick. Claro, como si él pudiera hacer algo sin exagerar.
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El sonido del despertador resonó por la habitación, y aunque el día comenzaba como cualquier otro, para Lisbon siempre había algo especial en las mañanas desde que había quedado embarazada. Un pesar inexplicable en el estómago, una sensación de incomodidad que la acompañaba cada vez que el sol se alzaba. Las náuseas matutinas se habían convertido en una constante en su vida, y cada vez que sentía ese retortijón en su abdomen, su mente se sumía en un mar de pensamientos oscuros.
Esa mañana no fue diferente. Cuando el reloj marcó las 6:30, Lisbon se despertó con una sensación de que algo no iba bien. Su estómago retumbaba, y sintió cómo las náuseas la invadían poco a poco. Se levantó rápidamente de la cama, sin hacer ruido, con la esperanza de evitar despertar a Patrick, quien siempre estaba al pendiente de ella. Sin embargo, al dar el primer paso hacia el baño, escuchó la voz de él.
—¿Lisbon? ¿Estás bien? —preguntó él desde la oscuridad de la habitación.
Lisbon no pudo evitar sentirse culpable. Se había acostumbrado a que él estuviera siempre a su lado, cuidándola, como si ella fuera una porcelana a punto de romperse. Pero no quería preocuparlo más de lo necesario.
—Estoy bien, Patrick. Solo necesito ir al baño, nada grave —respondió, con la voz apenas audible.
Patrick apareció en el umbral de la puerta en segundos, todavía con el cabello desordenado y con la camiseta que solía usar para dormir.
—No, no estás bien. —Dijo con firmeza, tomando su mano antes de que pudiera avanzar—. No quiero que pases por esto sola.
Lisbon le sonrió con una mezcla de gratitud y frustración.
—De verdad, Patrick, es solo un malestar. No quiero que te preocupes tanto.
Pero él no estaba dispuesto a escucharla. Tomó su brazo suavemente y la condujo de regreso a la cama, donde la acomodó entre las sábanas con mucho cuidado, como si fuera una niña pequeña. A pesar de todo, Lisbon tenía que admitir que sentía una extraña paz cuando él estaba cerca. Su presencia la tranquilizaba, aunque a veces deseara que dejara de ser tan sobreprotector.
—Voy a preparar algo para ti, ¿de acuerdo? —dijo él con una sonrisa que, a pesar de su seriedad, tenía un toque juguetón.
Lisbon se recostó en la cama, cerrando los ojos. Cuando el malestar la invadió nuevamente, se abrazó a la almohada, sintiendo el vacío momentáneo en su estómago. Sin embargo, su mente comenzaba a centrarse en una única cosa: Patrick. Su preocupación por ella, su devoción, su amor tan inquebrantable. Aunque a veces la hacía sentir que estaba bajo un microscopio, no podía evitar sentir que no podía estar más agradecida de tenerlo a su lado.
En la cocina, Patrick ya había comenzado a preparar su té de jengibre y galletas de avena, con esa meticulosidad que solo él era capaz de lograr. Sin embargo, en su rostro se leía la preocupación. Cada vez que ella pasaba por un episodio de náuseas, sentía que el mundo se desmoronaba. Y aunque él no lo admitiera abiertamente, le aterraba la idea de que algo fuera mal con el bebé. Pero Lisbon siempre lo tranquilizaba con su fortaleza, su capacidad de aguantar y enfrentarse a cualquier adversidad. Él no podía más que admirarla y, al mismo tiempo, cuidarla aún más.
Cuando finalmente regresó a la habitación con una bandeja llena de lo que había preparado, encontró a Lisbon mirando por la ventana, con una expresión pensativa. Se acercó lentamente, colocando la bandeja sobre la mesa de noche.
—He traído lo que creí que te podría sentar bien. —Le ofreció una de las galletas con una sonrisa.
Lisbon la miró y luego lo miró a él. Había algo en sus ojos que no pudo identificar, algo entre la preocupación y el amor profundo que sentía por ella. No pudo evitar sonrojarse un poco, pero luego se obligó a sonreír.
—¿Y si no me apetece comer nada? —preguntó en tono juguetón.
—Entonces, no comerás nada —respondió él, sentándose a su lado en la cama—. Pero de todos modos, quiero que tomes algo, incluso si es solo un sorbo de té.
Lisbon suspiró, aceptando finalmente el té, y dio un pequeño sorbo. La calidez de la bebida la reconfortó, y por primera vez en la mañana, se sintió un poco mejor. Pero la incomodidad persistía, aunque la presencia de Patrick a su lado hacía que fuera más soportable.
—Gracias, Patrick. De verdad... no sé qué haría sin ti —dijo ella en voz baja, tocando suavemente su mano.
—No tienes que agradecerme —respondió él con una suavidad en su voz que solo ella conocía—. Estoy aquí porque quiero estar aquí. Porque te amo.
Lisbon le sonrió, con los ojos brillando de emoción.
—Te amo también —susurró, sintiendo un calor profundo en su pecho.
Patrick no pudo evitar sonrojarse ligeramente, aunque su mirada seguía siendo seria, como si estuviera evaluando cada palabra que pronunciaba. En ese momento, no necesitaban más palabras. Se abrazaron en silencio, ambos encontrando consuelo en el otro, y por un breve momento, todo el malestar y las náuseas parecieron desvanecerse.
Sin embargo, sabía que este sería un largo viaje. El embarazo no era fácil, ni para ella ni para él, pero juntos podrían enfrentarlo todo. Y en ese silencio compartido, se dieron cuenta de que había algo más profundo que el amor en su relación. Era la certeza de que, pase lo que pase, siempre se tendrían el uno al otro.
Unas semanas después, el embarazo de Teresa Lisbon comenzó a volverse más evidente. Aunque aún no era demasiado visible para los demás, ella misma lo notaba: su cuerpo había cambiado de maneras sutiles, pero con un impacto significativo. Su estómago comenzaba a abultarse levemente, y los primeros indicios de hinchazón en su abdomen la hacían sentirse incómoda. Aunque los cambios eran naturales, Lisbon no podía evitar sentirse insegura sobre cómo su cuerpo estaba reaccionando a la gestación. La idea de que el mundo pudiese notar que ya no era la misma mujer que antes la perturbaba.
Esa mañana, como cada día, despertó temprano y decidió ir a la cocina antes que Patrick, pues sabía que su sobreprotección había alcanzado nuevas alturas. Lo había notado en las últimas semanas: Patrick estaba aún más atento, casi exageradamente preocupado por ella. Y aunque agradecía su amor y su dedicación, no podía evitar sentirse como si le estuviera poniendo una barrera invisible entre ella y su independencia.
Cuando llegó a la cocina, intentó preparar algo simple para el desayuno, pero al ver su reflejo en el espejo de la nevera, se quedó un momento observando su figura. Su vientre era pequeño, pero ya visible. La hinchazón, aunque leve, era suficiente para que se sintiera diferente, como si su cuerpo le estuviera fallando.
—¿Lisbon? —La voz de Patrick la hizo saltar, y se giró rápidamente.
Él estaba parado en la puerta de la cocina, mirándola con una expresión que no podía ocultar: preocupación.
—¿Todo bien? —preguntó, con los ojos fijos en su abdomen, como si pudiera detectar cualquier cambio en ella de un solo vistazo.
Lisbon asintió rápidamente, intentando restarle importancia al tema.
—Claro, todo bien. Solo estoy... ¿un poco hinchada? —respondió, con un tono que trataba de sonar despreocupado, pero no logró disimular la incomodidad en su voz.
Patrick caminó hacia ella rápidamente, tomando su mano con suavidad.
—No, no lo estás. Eres hermosa, más hermosa que nunca. No te preocupes por eso. —Colocó ambas manos en sus hombros, mirándola directamente a los ojos—. Los cambios en tu cuerpo son parte de este proceso maravilloso. No tienes por qué sentirte mal, ¿entendido?
Lisbon suspiró y se apartó un poco de él, sin poder ocultar su incomodidad.
—Es solo que no me siento yo misma, Patrick. Mi cuerpo está cambiando y no sé cómo sentirme al respecto. —Se dejó caer en una silla, pasándose una mano por el rostro—. Me siento gorda, ¿sabes?
Patrick se quedó en silencio por un momento, y luego se agachó frente a ella, mirándola con una ternura indescriptible.
—Tú no eres gorda, Lisbon. Estás llevando a nuestro hijo, y eso te hace más fuerte, más hermosa. —Sonrió y le acarició suavemente la mejilla—. Cada cambio en tu cuerpo es una prueba de lo increíble que eres. No dejes que algo tan pequeño te haga sentir mal.
Lisbon lo miró con una mezcla de gratitud y frustración. La verdad era que él tenía razón. Pero no era tan fácil aceptar esos cambios.
—¿No te molesta? —preguntó, sabiendo que su pregunta sonaba tonta, pero necesitaba saberlo—. ¿No te molesta que no sea como antes?
Patrick negó con la cabeza inmediatamente.
—No, no me molesta en lo más mínimo. —Se acercó un poco más y la abrazó—. Lo único que me molesta es verte insegura. Lo único que me molesta es que no veas lo increíble que eres.
Lisbon, abrumada por la emoción, lo abrazó con fuerza, como si estuviera buscando consuelo en sus palabras. Y aunque aún no podía aceptar completamente el cambio en su cuerpo, las palabras de Patrick le dieron un poco de paz.
—Gracias —murmuró contra su pecho, cerrando los ojos mientras disfrutaba del abrazo.
Patrick la sostuvo por un momento más, sintiendo cómo su cuerpo se relajaba poco a poco en sus brazos.
—Te prometo que todo estará bien. No importa cómo cambie tu cuerpo, siempre veré a la misma mujer fuerte y hermosa que me enamoró.
Lisbon sonrió, aunque era una sonrisa pequeña, casi tímida. La inseguridad seguía allí, pero la seguridad que Patrick le ofrecía era un refugio al que no podía resistirse.
De repente, y con un poco de humor, Patrick hizo una broma para aliviar el ambiente.
—Y no te preocupes, aunque sigas teniendo más hinchazón, siempre serás más hermosa que cualquier modelo de revista. Además, te quedan geniales esos pantalones de maternidad.
Lisbon lo miró, levantando una ceja.
—¿Sabes? A veces me haces pensar que eres un loco.
Patrick soltó una risa suave, sin perder la oportunidad de abrazarla nuevamente.
—Bueno, si me vuelvo loco, siempre podré culpar a la paternidad, ¿no?
Lisbon se echó a reír y le lanzó una almohada al rostro, no demasiado fuerte, pero con una diversión que hacía mucho que no sentía.
—¡Eso no vale, Patrick!
Y así, entre risas y bromas, Patrick le recordó que los cambios en su cuerpo no definían su valor. En ese momento, ella entendió que lo único que realmente importaba era cómo se sentían el uno al otro, y cómo juntos podían enfrentar cualquier desafío, desde el embarazo hasta cualquier incertidumbre que el futuro les trajera.
Los días pasaban y, aunque la hinchazón en el vientre de Teresa comenzaba a ser más evidente, algo había cambiado en su interior. A medida que su relación con Patrick se volvía aún más fuerte, los momentos de duda y de inseguridad parecían disiparse, aunque solo fuera por un breve instante. Lo que más la llenaba de incertidumbre era lo que vendría con la llegada de su hijo. La incertidumbre sobre cómo serían como padres, si serían buenos en este nuevo rol. Pero había algo que los mantenía unidos: el amor y la confianza que compartían.
Una tarde tranquila, ambos se encontraban en su casa después de una larga jornada de trabajo. Lisbon se encontraba en el sofá, descansando y rodeada de revistas de bebés, mientras Patrick preparaba un té para ella. Aunque parecía que se estaba acostumbrando a los cambios, ella no dejaba de pensar en el futuro, en su hijo y, especialmente, en el nombre que llevaría. La elección de un nombre para su hijo se había convertido en un tema constante entre ellos.
—Patrick —llamó ella suavemente, observando el nombre de un bebé en una de las revistas que estaba hojeando—. ¿Qué opinas de "Lucas"?
Patrick salió de la cocina con dos tazas de té en las manos y se sentó junto a ella. Le ofreció una taza y luego, antes de tomar un sorbo, miró la revista que sostenía Lisbon.
—Lucas, ¿eh? —dijo, pensativo, como si realmente estuviera sopesando la opción—. Es bonito, pero... no sé. ¿No prefieres algo más único? —sonrió traviesamente—. Algo que tenga un toque especial.
Lisbon lo miró con una mezcla de exasperación y cariño.
—¿Qué quieres, un nombre que suene como si fuera de un héroe de película? —bromeó.
Patrick rió, levantando las manos en señal de rendición.
—No, no. Pero sí quiero que sea un nombre que tenga algo... único, como nuestro hijo.
Lisbon frunció el ceño, pensativa. Aunque Patrick había dado en el clavo, y aunque no podía evitar admitir que le gustaba la idea de un nombre especial, no podía decidirse.
—Estoy de acuerdo —dijo ella, después de un rato—. Pero quiero que también tenga algo de... significado. Algo que nos recuerde por qué decidimos tener un hijo.
Patrick asintió, y una sonrisa apareció en su rostro.
—De acuerdo. ¿Qué te parece "Gabriel"? —preguntó.
Lisbon lo miró fijamente, sin saber qué pensar, y luego empezó a reír.
—¿Gabriel? ¿De verdad? ¿Acaso estás tratando de inspirarme confianza, o es que no sabes qué nombre darle? —bromeó.
Patrick se quedó un momento en silencio, sin saber si estaba bromeando o no. La verdad era que la elección del nombre se había convertido en algo más complicado de lo que él había anticipado.
—No lo sé —dijo con una sonrisa nerviosa—. Solo pensé que "Gabriel" tenía un toque especial. Y además, me gusta cómo suena.
Lisbon lo miró con dulzura.
—Es bonito —admitió—. Tiene algo de noble, de fuerte. Pero no sé. Necesitamos algo que también nos haga sentir conectados, ¿sabes? Algo que sea nuestro, como familia.
Patrick pensó en sus palabras y asintió lentamente, comprendiendo la profundidad de lo que decía.
—Tienes razón. Tiene que ser algo más que solo un nombre. —Suspiró y se pasó una mano por el cabello, antes de mirar a Lisbon a los ojos—. ¿Qué te parece si lo dejamos en "Daniel"?
Lisbon lo miró sorprendida. No lo esperaba, pero al mismo tiempo, el nombre resonó en su corazón de una manera inesperada. Era simple, pero a la vez tenía algo profundo, algo que le hacía sentir una conexión inmediata con la idea de su hijo.
—"Daniel" —repitió en voz baja, como si estuviera probando el sonido de la palabra.
Patrick observó su reacción con atención.
—¿Te gusta?
Lisbon sonrió, una sonrisa genuina, una sonrisa que no solo indicaba que el nombre le gustaba, sino que también simbolizaba una nueva etapa en sus vidas.
—Sí —respondió, sus ojos brillando—. Me gusta mucho. Daniel. Es perfecto.
En ese momento, ambos se dieron cuenta de que no necesitaban más opciones, no necesitaban una lista interminable de nombres para sentir que estaban eligiendo el adecuado. El nombre "Daniel" tenía algo de sencillo, pero también de profundo. Era su elección, la de los dos, y era lo que importaba.
Patrick la miró fijamente, como si estuviera a punto de decir algo más, pero al final simplemente se acercó y le dio un beso en la mejilla, sintiendo una oleada de amor hacia ella.
—Entonces, es oficial. Nuestro hijo se llamará Daniel. —Sonrió con una satisfacción tranquila, feliz por haber tomado la decisión juntos.
Lisbon lo abrazó, sin decir nada más, pero con todo el amor en su gesto. Aunque aún quedaban muchas incertidumbres por resolver, había algo que no cambiaría: lo que sentían el uno por el otro. Y eso, al final, era todo lo que necesitaban.
El sol se había puesto, y la tarde se desvaneció en una cálida noche de verano. La casa de Patrick y Teresa estaba tranquila, rodeada por un aire ligero y fresco que entraba por las ventanas abiertas. Los dos habían tenido un día largo, lleno de trabajo y responsabilidades, pero esa noche, decidieron relajarse. Como en las semanas anteriores, eligieron ver una película juntos. Lisbon estaba cómoda en el sofá, envuelta en una manta que Patrick había colocado alrededor de sus hombros, y él, sentado junto a ella, tenía una mano descansando sobre su abdomen, como si no pudiera dejar de sentir la conexión con el bebé que llevaban dentro.
La película era una de esas comedias románticas ligeras que Patrick solía elegir cuando quería hacerla reír. Mientras las escenas pasaban y los personajes se encontraban en situaciones ridículas, Teresa no podía dejar de sentir cómo su cuerpo se relajaba bajo el calor de la manta y el sonido suave de la película. Aunque no lo admitiera fácilmente, le gustaba estos momentos de calma con Patrick, lejos del estrés diario, sin la necesidad de pensar en nada más que en disfrutar el uno del otro.
—¿Te gustan este tipo de películas? —preguntó Patrick, mirando a Lisbon mientras una sonrisa ligera se dibujaba en su rostro.
Lisbon miró la pantalla, donde el protagonista había comenzado una escena de confesión de amor. La mirada de Patrick nunca se apartaba de ella, y a pesar de que estaba atrapada en la trama de la película, no podía evitar sentirse observada con cariño.
—Sí, me gustan —respondió finalmente, echándose hacia atrás, buscando la comodidad de la almohada en el sofá. —Son sencillas y me permiten desconectar, aunque algunas veces los personajes sean un poco... exagerados, ¿no?
Patrick rió suavemente, sin apartar la vista de ella.
—Lo son, pero eso es lo que las hace divertidas. Además, ¿quién no quiere un poco de exageración en estos días? —dijo en tono juguetón. Miró su reloj y luego volvió a poner su atención en su esposa—. A veces creo que deberíamos tener más de estas noches. Más tiempo para solo estar juntos y relajarnos, sin preocuparnos por nada más.
Lisbon sonrió, tocando su vientre con delicadeza. No era solo el bebé lo que la hacía pensar en el futuro, sino también el hecho de que, a pesar de todo lo que había pasado, ella y Patrick estaban construyendo algo nuevo. Algo que los conectaba aún más. Ella había aprendido a abrazar los cambios que se venían, aunque las dudas todavía eran inevitables. Pero con Patrick a su lado, sentía que todo sería más fácil.
—Me parece una buena idea —respondió, cerrando los ojos por un momento—. Necesitamos momentos como este. Son los que me recuerdan lo que realmente importa.
Patrick asintió, luego se inclinó hacia ella, ajustando la manta para cubrirla mejor.
—Lo sé. —Su voz se suavizó—. Y quiero que sigas siendo feliz. Quiero que disfrutes cada día de este embarazo, y quiero que no te preocupes por nada más. Ya verás que todo saldrá bien.
Lisbon miró a Patrick con una mezcla de amor y gratitud. Sentía que las palabras de él siempre eran un refugio al que recurrir. Ella, que solía ser la persona que tomaba decisiones, la que lideraba con firmeza, ahora sentía una vulnerabilidad que a veces la asustaba. Sin embargo, él estaba allí, dándole esa seguridad que no podía encontrar en ninguna otra parte.
—Te prometo que lo intentaré —dijo con sinceridad—. Lo que más quiero es que nuestro hijo crezca en un hogar lleno de amor, y que sepa cuánto lo deseamos.
Patrick le sonrió con dulzura, su mano aún descansando sobre su abdomen.
—Lo va a saber, Teresa. Lo va a saber cada día, cada vez que lo miramos. Y también sabrá lo afortunado que es de tener una madre tan increíble. —Hizo una pausa, como si quisiera agregar algo más—. Y un padre bastante afortunado también.
Lisbon rió suavemente, sin poder evitarlo. Las palabras de Patrick siempre la hacían sonreír, incluso en los momentos más difíciles.
Después de un rato, la película terminó, y la casa volvió al silencio, solo interrumpido por el sonido lejano de la ciudad. Ambos se acomodaron en el sofá, con Patrick abrazando a Lisbon, que descansaba en su pecho, mientras se preparaban para dormir. Teresa estaba agotada, sus ojos luchaban por mantenerse abiertos, pero había algo en el ambiente, algo en la paz que sentía junto a Patrick, que la hizo relajarse por completo.
Antes de que se quedara dormida, Patrick la miró con atención, su mente repleta de pensamientos sobre lo que había sucedido en los últimos meses. Pensó en la forma en que su vida había cambiado desde que conoció a Teresa, en lo que ambos habían superado juntos. Y ahora, estaban a punto de embarcarse en una nueva aventura: ser padres.
El amor que sentía por ella nunca había sido tan fuerte. Se dio cuenta de que todo lo que había vivido hasta ese momento había sido solo el preludio de lo que realmente importaba. El futuro les traía desafíos, pero también una oportunidad única de crear algo nuevo juntos.
Bajó la mirada al vientre de Teresa, en el que ya estaba su hijo, el pequeño Daniel. Con una sonrisa suave, se inclinó hacia ella, dejando un suave beso sobre su barriga.
—Buenas noches, mi amor —susurró, sintiendo la calidez de su piel, el latido de su corazón. No necesitaba más que esto: estar con ella, estar con su familia, y eso le bastaba.
Lisbon, casi dormida, sonrió, su rostro reflejando una paz que hacía mucho que no sentía.
—Te quiero —susurró, sintiendo que todo a su alrededor estaba en su lugar.
Patrick acarició su cabello, disfrutando del silencio y la calidez de la noche.
—Y yo a ti, Teresa. Más de lo que imaginas. —Y con eso, ambos se sumieron en un sueño tranquilo, sabiendo que, aunque el camino por delante no sería fácil, siempre lo caminarían juntos, con amor y esperanza.
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