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PʳᵒˡᵒᵍᵘE.

Fecha: enero 2177.

Ubicación: Clasificada.

El sonido estridente del monitor pegado a su pared despertó parcialmente al niño.

Sabía lo que significaba: más pinchazos a sus ya cansadas piernas, brazos y garganta. Siempre que eran esas fechas, los hombres de blanco aparecían en la quietud de esas cuatro paredes para llevarlo a otra habitación igual de limpia con el olor a desinfectante predominando sobre todo el lugar. No quería voltearse. De hecho, se abrazó aún más las piernas hasta que creía fundirlas contra su pecho famélico y llenarlo con algo más que no sea el asqueroso aire artificial que estaba por perforarle los pulmones.

Esperaba que ese día no tuviera otro ataque respiratorio, si no, lo castigarían por hacer que las pruebas salieran mal. Ya no podría resistir otro correctivo por parte de los que eran sus cuidadores al igual que la única compañía humana en el lugar. Una ligera interferencia por el comunicador escondido en su habitación lo hizo encogerse aún más en su lugar, esos sonidos lo volvían aún más vulnerable, seguido, una voz resonó por todo el lugar.

―Sujeto A-359-212-CHW-00, levántese y proceda a la zona de suministro ―La voz era gruesa, masculina y bastante imponente para el niño, era el doctor mayor, al que tenía mucho más miedo hacer enfadar.

Difícilmente podía usar sus pies para apretar el paso dado que su mala alimentación junto con las intervenciones quirúrgicas y extraordinarias lo volvieran un poco más débil en esa parte del cuerpo; para hacerlo sufrir más le instalaron un apoyo de tubo metálico, evitando lo más que podían del contacto con el niño sin el riesgo de sufrir otro "ataque involuntario".

Con la poca fuerza en sus debilitados y frágiles brazos, se incorporó lo más rápido que podía y acercarse hasta el barandal de metal pegado a la pared, comenzado su martirio. Colgando de la mitad de su cuerpo se trasladó hasta el orificio de donde le llegaban tres cápsulas: dos vitaminas fuertes y el sedante. Aun así, por más que sus bracitos intentaran por todos los medios posibles, nunca era tan rápido como querían sus cuidadores, no después de que la semana pasada hubieran obtenido muestras de tejido, hueso, líquido cefalorraquídeo y probaron una nueva terapia de choques para poder eliminar "sus defectos" y regresarlo a su antigua vida. Recuerda las razones por la que lo pusieron en esas cuatro paredes.

Por su culpa.

Era lo único que decían.

―El sujeto es inestable.

―El sujeto atacó a sus cuidadores sin provocación.

―El sujeto necesita un correctivo, para que aprenda a respetar a sus mayores.

―El sujeto es como un perro sarnoso, y ha mordido la mano que le da de comer.

―El sujeto se comporta como un niño malcriado, tiene suerte de estar aquí.

―El sujeto es tan mediocre, no sabe hablar o escribir lo básico.

―El sujeto tiene que mejorar, por su bien.

Todo aquello volvía a empezar, una y otra y otra vez. Hasta que el chiquillo de ojos hundidos tenía la mala suerte de revivir sus recuerdos en forma de pesadillas, donde está plenamente consiente en todas las revisiones médicas, escuchando cada una de esas palabras recalcando el error de haber nacido. A veces tiene la mala suerte de soñar tan fuerte en esas citas médicas que cuando despierta en un quirófano, aprisionado con cadenas de titanio que rompe al instante por el dolor y su cuerpo desata su mutación para protegerse. Lo sedantes nunca se hacen esperar hasta casi a punto de morir de un coma narcolépsico en un par de ocasiones, si fuera un niño normal, pero no, no lo era. A veces gritaba con todas sus fuerzas por el dolor de las enormes agujas en su cuerpo mientras le sacaban material genético, seguido de un choque eléctrico o un narcótico aún más poderoso para volverlo a dormir.

El último incidente casi crea un gran problema con su mutación, que es como llamaban a su defecto, cuando en medio del quirófano comenzó a nacer un árbol, el cual hirió a tres enfermeros y dos médicos de cabecera, a cargo de su "operación". Eso le costó choques eléctricos, dosis cada seis horas de narcóticos y más horas sentado frente a un televisor donde muchos médicos le regañaban y otros más le explicaban la importancia de esa operación para ayudarlo a ser un niño sano, incluso tenían el descaro de mostrar lo archivos de las autopsias de aquellos pueblerinos a los que afectó con su "diferencia genética".

Para el exterior y gusto de los médicos, lloraba hasta convencerlos de que se arrepentía de lo que pasó. Por dentro, sabía que hizo lo correcto, tuvo la justicia que merecía. A pesar de ser un niño, no era estúpido para dejar que esos hombres le dijeran que los abusos de sus vecinos eran normales o justificado, y su madre siempre le dijo que era tan bondadoso que no merecía ser tratado de manera cruel, no importa que tenga ese poder en sus venas.

―Sujeto A-359-212-CHW-00 en proceso de sedación aproximadamente en dos minutos, permanezca sentado en el suelo hasta que sus cuidadores decidan que es momento de entrar y trasladarlo ―anunció el monitor al tiempo que el pequeño demacrado asentía.

Parpadeó muchas veces, sintiendo más peso del sueño sobre su cuerpo, cada vez más largos los tiempos en los que veía todo negro. Pero su sentido del oído seguía en total alerta, un reflejo que jamás sucumbió a los efectos de la droga y jamás reveló a los médicos por miedo a lo que podrían hacerles a sus oídos después de la última vez que usó su voz. Logró escuchar el clic de su puerta, luego los pasos de los que estaban a su cargo junto con el ligero silbido de la camilla llegó hasta su lado. Nunca ha entendido lo que hablaban sobre sus signos vitales o los chistes sobre sus vidas personales mientras lo sacaban de esas cuatro paredes hacia la Sala de Pruebas y Corrección. Después, perdía un poco el hilo de la conversación cuando le suministraban aire de un olor extraño, que le daba más sueño, cuando escuchó ciertas palabras que lo hicieron temblar desde su interior.

―Ya cumplirá la edad límite ¿Qué haremos con él? ―preguntó uno de los que fue su cuidador más tiempo.

―No te preocupes, después de estas muestras lo llevarán al campo final, donde podrá descansar en paz ―respondió una de las pocas doctoras que lo han atendido y la que es menos grosera con él.

―Sus muestras son tan comunes como los demás que ni su incidente en Gwangju fueron de ayuda para la corrección ―respondió al que con el tiempo aludió al director del Complejo Militarizado en el que estaba internado―. Vendrán al anochecer y se desharán de él como los demás.

Lo último, fue lo que disparó un instinto de supervivencia que creyó haber perdido.

Su cuerpo estaba a completa merced del sedante, sin embargo, su conciencia estaba en completo control del niño y por fin todo encajó. Con el paso del tiempo, sin saber qué tantos años han cobrado factura en sí mismo, HyungWon comprendió que algo más ocultaban con respecto a ese lugar. Desde que llegaron por esa puerta derruida para decirle que harían que su dolor se fuera después de estar horas llorando sobre el frío cadáver de su madre, él confió en ellos, dejando atrás lo único que amaba en ese mundo para conocer otra clase de jaula.

En el trascurso de la última operación sintió las incisiones en la parte del cuello, las pinzas quirúrgico penetrado su tejido muscular, moviendo cosas y extrayendo otras. El bisturí cortó su zona abdominal, parte de la rodilla y un líquido frío fue depositado, que recorrió su torrente sanguíneo en cuestión de segundos. Seguía escuchando voces de instrucciones y términos que su cerebro no comprendía.

Una vez que dejaron de introducirle cosas raras en su cuerpo y cerraran sus heridas, siguió escuchando a sus cuidadores junto a una nueva voz que nunca antes registró estando encerrado.

―General ¿Qué sucede? ―preguntó su médico de cabecera.

―Escuché que su factor de regeneración era increíblemente poderoso, así que vine a verlo ―el tono ronco, que denotaba mucho el mando en esa simple oración, el niño no quería verlo o correría asustado―. ¿Tiene algo malo?

―Sus resultados de generación del gen recesivo X son tan comunes como los demás, el factor de construcción de células madres igual.

― ¿Y los análisis sobre su extraño síndrome de reconstrucción celular?

―Ya alcanzará la edad en la que no podremos seguir dándole el tratamiento, las drogas dejarán de tener efecto en él y podríamos detonar la mutación.

― ¿Me está diciendo que gastamos millones de dólares en este chiquillo y fue tan incompetente para no tener los resultados que le pedimos?

En su fuero interno, el niño estaba feliz de que por primera vez alguien lo hiciera sentir inferior, menos que un ratón, hasta encontraba lo irónico de cómo es que comenzó a tartamudear el hombre que por tantos días le decía que hablara con propiedad.

―No... n... o... señor... general ―carraspeó―. Es sólo que de alguna manera sus niveles de repente dejaron de ser los óptimos, su etapa de niñez termina y sus estructuras ya no serán tan valiosas para la búsqueda de la cura, sus niveles de producción de glóbulos deformados por su mutación hacen que los análisis sean menos precisos o legibles.

―Me dan un puto dolor de cabeza, saquen a esta basura de aquí y del niño, mátenlo, antes de que yo mismo le ponga una bala en la cabeza.

―No se lo recomiendo general ―respondió una de las doctoras que era amable con el niño, escuchó con claridad que los demás a su alrededor tragaron en seco―. El sistema defensivo de los niños con mutaciones X es demasiado agudo.

―Está sedado ―respondió con el tono ahora más enfadado.

―Le recuerdo que sus reflejos son casi a niveles impensables que pude responder en cuestión de milisegundos, incluso podría sobrevivir a una lluvia de balas si está al menos semiconsciente, y con el paso del tiempo, el sedante ya no tiene efecto en él, una bala ocasionaría la activación de su mutación y bien sabemos que si sobrepasa el nivel con el que cuenta, morirá media ciudad.

El bufido proveniente del que era un militar demostró lo frustrado que estaba por estar rodeado de tantos médicos.

― ¿Lo que trata de decirme es que tengo que ponerle una canción de cuna antes de matarlo?

―Es lo que hacemos en el edificio final, creamos un ambiente para que el sujeto no se sienta en peligro y puedan suministrarle fármacos que su sistema reconocerá como no peligrosos.

―Está bien, sólo sáquenlo de aquí.

No lo podía creer.

¿Lo iban a matar? Después de tantos años estando a su merced, soportando esas palabras hirientes...

No, eso jamás.

Se lo prometió a su madre.

El niño despertó después de unas horas en su habitación en el complejo, rodeado siempre del color blanco y su fiel amiga, la barra en la pared. Se revisó las rodillas que tenían vendajes con pocas manchas de sangre, al igual que las heridas de su estómago parecían a punto de desaparecer, más le dolía mucho la garganta; no sabía si sus cuerdas vocales seguían funcionando. La última vez que intentó hablar le dolió tanto que se abstuvo de intentarlo de nuevo, el sentimiento de rabia le carcomía todo el cuerpo al enterarse de que iban a deshacerse de él reptaba a una velocidad impresionante. Él no quería irse, era el único lugar en el cual se sentía medianamente protegido, a pesar de que a diario lo mataban de hambre y denigraban con palabras hirientes en sus narices, creyéndolo un idiota con retraso por no saber hablar o escribir.

Quería quedarse, hasta que su amigo llegara por él, sólo entonces sería feliz.

Sintió un escozor en su mano derecha. No, no podía estar pasando ahora. Miró y las venas negras que tanto resaltaba por la capa de su piel trazaron un claro 2 al lado del 1. Él no sabía leerlos, lo había olvidado, pero la única vez que pasó esto lo sometieron a un tratamiento que le destrozó sus huesos y del que casi moría de no ser por su voluntad de quedarse; si eso era lo que sus médicos decían que era la razón por la cual ya no lo cuidarían, sería cuestión de tiempo para que cumplieran las demandas del señor que no conocía.

Por el reloj sabía que era hora de su medicación como reemplazo de su cena, pero fue diferente esa vez, porque la puerta camuflada en la pared se abrió y un grupo de una médica con enfermeros llegaron con una bandeja de su medicina y una adicional.

―Hola cariño ―saludó la doctora, era joven y hermosa, de cabello castaño corto hasta los hombros y tenía unas gafas en color dorado, ahora sólo le tenía miedo y resentimiento―. ¿Qué tal te sentiste después de tu operación? ¿Algún cambio?

Negó con la cabeza, mirándola sin ningún sentimiento que pudiera delatar que sabía algo de lo que escuchó.

―Muy bien, voy a acercarme ¿está bien? ―asintió, quería todavía tratar de convencerla que era bueno y no quería que lo echaran.

Tomó un cilindro liso de metal del que sacó un par de jeringas. Los enfermeros le llevaron los frascos con sus vitaminas y se alejaban por miedo a lo que un pobre pequeño sería capaz de hacerles, sólo que había algo raro en ellas. No eran del color que les recordaba, eran más transparentes, como el agua purificada. Podría no saber hablar o leer, ni escribir, pero recordaba detalles particulares después de vivir encerrado y anhelando libertad de al menos volver a caminar en las colinas de su hogar, desarrollando una memoria un tanto extraña. La doctora notó el ceño extrañado del niño.

―Son tus vitaminas ¿recuerdas? Las que te ayudan a sentirte mejor ―le explicó, tratando de hacer gestos con sus manos para que pudiera entenderla, en su interior el niño sólo la maldecía y gritaba la palabra traidora―. Tranquilo sólo dolerá un poco.

Quería empujarla e irse, pero sabía que sería un intento en vano. Algo en sus pensamientos le recordó la vez en la que sintió los susurros de otros niños como él que era mala idea. No sabía cómo es que lo recordaba, pero estaba seguro de que intentaba escapar en ese momento, sería aplastado. Sin querer levantar más sospechas, extendió su magullado brazo de todas las veces que fue inyectado hacia la doctora.

―Que buen niño ―le dijo, tocando su cabello con ternura―. ¿Sabes qué día es hoy? ―preguntó mientras administraba los medicamentos―. Es tu cumpleaños.

Ella esperaba algo, pero su mirada seria la extrañaron. Otros niños con los que ha trabajado hubieran estado emocionados, él sólo la miraba sin sentir nada.

―Hoy irás a otro lugar, uno con mejores médicos que nosotros, para que puedas curarte ―dijo sin más.

Mentirosa.

Fue lo que dijo en su mente. Es oficial, ya no les servía para nada.

―Doctora Kwan ―interrumpió uno de los enfermeros, pasándole la última jeringa con un suero en color azulado, uno que nunca había visto, pero los susurros advertían que era algo que les quitaba las fuerzas, ese no era la medicina que ponían en él para sus operaciones―. No tenemos tiempo, el transporte llegará en unos minutos.

―Silencio ―demandó ella y luego le sonrió al niño que estaba derramando lágrimas, ella se las limpió con un pañuelo que sacó de su bata de la laboratorio―. Tranquilo, vas a estar bien.

Cuando le tomó el brazo que estaba más sano, notó el 12 en la mano del infante, fue un segundo en el que pudo notar que esa mujer parecía preocupada por él, de verdad. Ella apretó los labios y un destello en sus ojos lo hizo sentir extraño. Ella no era mala, lo podía sentir, incluso su rabia por lo que sea que esté pensando.

Ella le inyectó el último suero.

En menos de dos minutos comenzó a sentirse pesado, pero no lo suficiente como para estar inconsciente como en otras ocasiones. Sus sentidos sensoriales de hecho aumentaron, tanto que sintió las agujas en sus antebrazos suministrándole otros líquidos, cuando le llevaron hasta una camilla y cómo es que la doctora daba indicaciones.

―Escúchame con atención ―susurró, eso lo inquietó ¿ella sabía que estaba despierto? Las correas de metal frío tocaron su cuerpo y le erizaron la piel―. Sé que nos entiendes y no eres un retrasado como los demás piensan, así que espero que puedas escapar por éxito, seré breve. Cuando lleguemos abajo y te suban a una camioneta, tienes que escuchar cinco veces: Verificación del Componente, después contar hasta treinta sesenta veces. Entonces serás libre, sólo deja que la rabia active tu poder, aprieta mi meñique si me entiendes.

La mano de la mujer pasó muy ceca de él y con su manita hizo lo indicado.

―Suerte allá afuera, Chae HyungWon, aléjate de las ciudades.

¿Lo estaba ayudando a escapar?

No estaba seguro, pero de pronto podía sentir ese rayo de esperanza. Justo como aquel día en el que otra persona igual a él, le tendió la mano para ayudarlo a levantarse del lodo y le dijo que estaba bien ser diferente.

Con las indicaciones en su mente, estuvo cada vez más consiente de sí mismo, sus extremidades podían sentirse más fuertes, al igual que el ritmo de sus palpitaciones eran tranquilas.

Su oído en un estado de alerta máxima, en cuanto llegó la quinta estación inició la cuenta, siendo paciente y estando en los últimos sesenta, comenzó a recordar las veces en las que fue tratado con crueldad por simplemente cuidar de un pequeño árbol que crecía cerca de su casa hablándole como su igual. A su madre llorando junto al pequeño altar que tenia de su esposo, el olor de la sangre llegando hasta sus sentidos cuando una roca le impactó en su cabeza, las patadas propinadas de otros niños mayores, escupiéndole al cuerpo junto a muchas maldiciones, gritándole fenómeno y que esperaban matarlo ahora que no tenía a su ángel guardián cerca. Los insultos y el miedo que sintió cuando deseó tener el poder para hacerles frente y terminó todo cubierto de sangre y órganos desparramados por todo el lugar.

También recordaba haber corrido hasta su casa y encontrar a su madre apresada por dos hombres y un tercero que le propinaba golpes. Sobre lo furioso que se sentía por no poder hacer nada, pero lo que colmó el vaso fue haber visto coraje en los ojos de su adorada madre, diciéndole la última palabra:

―Libéralo.

En su pecho, pudo sentir el incremento repentino de sus palpitaciones, su torrente sanguíneo parece haber aumentado de temperatura en cuestión de milisegundos.

El monitor a un lado de su camilla comenzó a registrar y soltar una alarma de hiperactividad en HyungWon. Los médicos que iban en la cabina se despertaron enseguida, leyendo el electrocardiograma, junto los datos que comenzaron a asustar a los presentes. Uno de los ayudantes fue hacia el estante, buscando un sedante aún más fuerte mientras el otro médico fue hasta el intercomunicador hacia la cabina del conductor al escuchar que se abría el canal.

― ¿Qué pasa allá dentro Doc.?

―El sujeto está despertando, pero no es nada de lo que tenemos que...

No alcanzó a decir más, pues el asfalto se resquebrajó con un potente sonido. Ramas gruesas de árboles surgieron para golpear la parte del parachoques del camión blindado, los médicos se estrellaron contra la parte delantera de la cabina, el más lejano dio de lleno contra la parte delantera metálica, abollando una parte y en el proceso, su cráneo se rompió como si fuera una especie de cáscara de coco seca y frágil. Sólo que, en lugar de lugar de agua dulce, fue una explosión de sangre y sesos desperdigándose contra el metal. El segundo médico no sufrió tanto, sólo una dislocación de hombro y cadera.

Los que iban en la cabina del conductor al quedar un poco desorientados por el golpe, vieron con ayuda de las luces altas cómo es que una raíz enorme les había bloqueado el camino, no recibieron tanto daño excepto por los cortes en sus caras a causa el estallido del vidrio. Tomaron sus armas junto a unas máscaras de oxígeno menos puro que el de afuera y corrieron al inicio del tanque que tenían por camioneta, donde estaba el sujeto, antes de abrir, una sacudida violenta junto al alarido del último de los médicos preocupó a los soldados, cargaron las armas con municiones letales listos para darle el descanso final. Luego, hubo silencio.

Con un poco de miedo se acercaron hasta la puerta y al tocar palanca, éstas se abrieron de un estruendo y los soldados retrocedieron en cuanto el cadáver del médico salió despedido frente a ellos. Los agentes se acercaron a socorrerlo, sin embargo, ya no había vida en él. En cambio, miles de agujeros llenaban gran parte de la región de tórax, garganta y cráneo, convirtiéndolo en una coladera humana por la que escurría lo poco que quedaba de sangre en ese saco de huesos y carne.

El color se les fue del rostro al escuchar unas ligeras pisadas detrás de ellos. Se giraron en redondo con sus cañones en mano, apuntando a la oscuridad. Dos luces brillantes en color esmeralda más brillante que hayan visto los miraba fijo, como un depredador ante su presa, listo para cazarlos.

En cuanto la luz de la luna iluminó la delgada y maltrecha figura, les dio miedo la ira cargada en aquellos ojos. Las venas de su cuello resplandecían por la carga de poder en su interior, su rostro tenía salpicaduras de sangre al igual que su batita de dinosaurios, los soldados apuntaron y dispararon una enorme cantidad de balas. Ninguna le hizo daño ya que unas raíces de árboles que se enredaron alrededor de las armas y las arrebataron mucho antes de que ellos apretaran el gatillo.

― ¡MONSTRUO! ―gritaron al quedar desarmados.

Una sonrisa arrogante e irónica del niño los hizo notar, que los entendía. El fuego en sus ojos aumentó más, moviendo los labios suavemente, susurró al viento, pero sobre todo a las raíces siseantes que lo flanqueaban, se movían como serpientes hipnotizadas por su maestro flautista y era sólo un niño pequeño que haría lo que fuera por conseguir su libertad.

―Mátalos.

Como si el bosque a su alrededor lo entendiera, creó una pequeña muralla de árboles gruesos y más vivos que nunca, las ramas se alargaron en cuestión de segundos y acribillaron de igual manera, el pecho del soldado a la izquierda de la vista del pequeño. Al segundo, una raíz cercana le abrió la carne fresca de los pies y lo clavó al suelo, luego, otra más surgió del centro del asfalto y se insertó con lentitud por la ingle de su enemigo, destrozando todo cuanto se le atravesara y saliera grotescamente por su boca, quitando la máscara en el proceso dándole la satisfacción a HyungWon de verlo sufrir lo que él tuvo que soportar por años.

―Yo no soy un monstruo, ustedes lo son.

Sus pies en carne viva, seguían su movimiento casi mecánico y automático hacia la calle al final de todo el desastre. Cerca del límite entre la ciudad y lo que antes fue una arboleda artificial en la que niños iban a jugar, o los que no le tenían miedo al colapso de sus pulmones por oxígeno.

El niño moribundo de repente comenzó a perder su sentido del tacto en la suela de sus pies masacrados por cristales, suciedad y quemaduras que no han terminado por cicatrizar. El dolor comenzó a consumirlo, cayó en medio de la calle abandonada donde comenzó a vaciar lo que quedaba de su estómago; llegó a vomitar lo que creía que era, parte de algún órgano interno que sufrió graves lesiones la noche anterior. Con la llegada del Sol a su punto máximo en el cielo, HyungWon se arrastraba con lo poco que le quedaba de fuerzas en sus bracitos cortados, hasta llegar a una casa de madera, destruida y casi devorada por un gran árbol de flores azules. Dentro, había sombra y un pequeño charco de agua estancada del que no tuvo reparo en beber, cualquier cosa era mejor que los ácidos en su garganta por más de tres años en su sistema.

Una vez saciada su sed, siguió arrastrándose hasta donde recordaba al cadáver inerte, con el líquido carmesí corriendo caliente a borbotones. Fue lo último que conserva de esa mujer a la que amó por mucho tiempo como recuerdo, en cuanto quitó un par de tablones, una estructura cayó, derribando parte del techo. La luz se filtró revelando las raíces del árbol que creció en el lugar donde su madre murió.

HyungWon comenzó a derramar lágrimas como signo de cansancio de todo su arrebato, su cerebro todavía no comprendía lo que pasaba. Sólo que podía sentir a la dulce mujer y sus susurros en el viento, pidiendo que se acercara hasta las gruesas raíces.

Obedeció.

Al llegar, escaló hasta la parte más alta, donde las ramas descendían. Entonces el ente de madera comenzó a moverse y crujir abriendo un agujero; el niño ya casi perdiendo las fuerzas al mismo tiempo que su vista, dejó que su cuerpecito cayera por la abertura y aterrizar sobre un suave campo de flores azules, con el perfume de su madre rodeándolo con ternura, como si sus delgados y cálidos brazos aún pudieran tocarlo. Se sentía en casa al fin, lejos de todos esos bufones que tocaron su cuerpo para "curarlo". Un dulce canto proferido en ecos melodiosos le recordaron la canción que la única persona que amaba en el mundo le dedicaba antes de ir a dormir, como su amuleto para un buen sueño, libre de pesadillas y era lo que necesitaba, soñar.

A lo lejos, tres autos con un dispositivo de rastreo localizaron un pico parecido al de una bomba atómica en una zona destruida, el que iba al volante habló por el intercomunicador hacia los otros dos vehículos.

―Jefe, encontré la lectura más fuerte de la noche ―esperó sólo dos segundos para recibir indicaciones de su compañero en el auto de más adelante.

―Detente, hay un obstáculo en el camino ―su voz, a diferencia del primero era suave y tersa como la seda, ideada para seducir y que, si no fuera porque su jefe venía con ellos, le pediría que cogieran una vez que terminaran de venir por su objetivo.

― ¿Qué sucede? ―preguntó el líder del equipo.

―Tiene que ver esto.

Los tres vehículos apagaron sus motores y salieron de las bien armadas camionetas militares en color negro. Los presentes quedaron sin habla. Ese pequeño pueblo que antes era un asentamiento pobre y distante de la ciudad, ahora era una fortaleza natural. Gruesos troncos de sauces rodearon el límite y sólo una persona del tamaño de un niño podría caber por los huecos formados entre cada ente con hojas. El más bajito de los hombres se acercó y por el aire que salía del otro lado, era visiblemente más puro, el viento alrededor de ellos parecía que les daba voces a los árboles. Analizó y sólo pudo encontrar un espacio en el que podría pasar.

― ¿Algún punto débil, Kitty Gang? ―el hombre de piel morena se acercó cargando su arma preferida.

―Al parecer no para hombre de tu tamaño o del de AGUST D ―confirmó, por una de las rendijas, veía un bosque espeso y un camino que llevaba hasta su corazón―. Tal vez si cambio mi talla...

―A la mierda con eso, abriremos nuestro paso ―refunfuñó el hombre de cabello rubio platino y al que respondía al apodo de AGUST D. Se acercó y posó sus manos en los tronos, comenzado a descomponerlos, sólo que a los pocos segundos escuchó un rugido y una rama lo golpeó en el estómago, de no ser por sus reflejos, hubiera sido abierto en canal y sus entrañas se encontrarían en el suelo―. ¿Pero qué mierda es este lugar?

― ¿Un bosque sensible? ―inquirió el bajito de cabello rosado y labios abultados hacia el más alto―. ¿Una mutación agresiva, Eclipsis?

―Puede ser ―llevó su mano hacia el intercomunicador, donde se conectó a la frecuencia de su otro agente en el área―. Tarian ¿Puedes ver algo desde arriba?

―Las lecturas aciertan a lo que dijo Kitty ―respondió el otro hombre que estaba en la cabina de comunicaciones―. Los picos de energía llevan a unos dos kilómetros desde la posición actual de Kitty, tiene que ir recto y llegará al origen, pero tengo problemas para calcular datos más precisos sobre quién la ocasiona ni qué porcentaje puede tener o su edad.

―De acuerdo, irás solo ―ordenó al único que cabría por esos agujeros sin correr el riesgo de morir por ramas salvajes―. Mantente comunicado siempre, mata si tienes qué, negocia de igual forma.

―No me gusta cómo suena ―dijo AGUST y se dirigió a Eclipsis―. Deberíamos llamar a White Tiger y JK, para una mejor protección.

―No, nuestros picos llamarán la atención de los perros rojos. Ya es demasiado arriesgado venir tú y yo, si llamamos a los mocosos, alertaremos a esos lame culos ―determinó Eclipsis―. Kitty, entra ya.

―De acuerdo jefe ―le guiñó un ojo y luego se acercó hasta su pareja―. Tranquilo, estaré bien, regresaré antes de que te des cuenta.

―Toma ―su compañero y no sólo de cama, le pasó uno de los cañones automáticos de plasma concentrado, le agradeció con una sonrisa coqueta―. ¿Crees poder pasar por ahí?

―No lo dudes gatito ―estuvo orgulloso del sonrojo en el mayor―. Dame sólo unos segundos.

De su rostro un vaporcito del color de su piel emanó al mismo tiempo que su rostro disminuía de tamaño y edad, hasta tener la contextura de un niño de diez años. Se echó con mucho esfuerzo el cañón detrás de la espalda y pasar por la corteza, al parecer los árboles decidieron no atacarlo facilitándole la entrada. Activó su intercomunicador y regresó a su tamaño original como adulto, se colocó las gafas de cristal donde estaba marcada la ruta que debía seguir. No perdió el tiempo, echándose a andar por el camino de asfalto roto, de no ser por los árboles con hermosas flores creciendo de ellos, el lugar le resultaría aterrador, como un pueblo fantasma, pero había algo en ese lugar que hasta resultaba vivaz y calmo.

Dobló la esquina hasta llegar a una casa, la única que parecía seguir en pie con un hermoso árbol creciendo en medio. El más alto de todos los demás, con flores azules eléctricas soltando polen por el tejado, antes de hablar escuchó muy atentamente: era un llanto suave. Descolgó su arma hábilmente con su brazo y se acercó hasta la puerta, la vivienda se encontraba destruida como la mayoría del pueblo.

―Chicos, voy a entrar ―avisó en voz baja.

―Tienes diez minutos ―dijo Tarian y sus ojos en el cielo―. Los de la Roja mandaron unidades y bien armadas.

―Entendido.

Se adentró, viendo que los riachuelos y un gran hoyo en el techo conducía a la fuente de sonido. Al asomarse se quedó paralizado.

―Es un niño.

Uno en muy mal estado, reconocía que estaba vivo por los gimoteos que salían de su boca. Todo lo demás indicaba un estado deplorable: Sus mejillas estaban hundidas, algunas con rasguños que no sanaban como debía, las partes expuestas de piel, sus muñecas y tobillos quedaron casi hasta los huesos. Se le rompió el corazón al ver que planta de sus pies estaban en muy mal estado y gran parte de su cuerpo estaba cubierto en sangre. El niño abrió los ojos, tenían poca luz, pero lograron desorbitarse al ver al hombre con arma en manos.

―No, no, no, tranquilo soy como tú ―dijo apresurado, se quitó el guante de su mano derecha, donde las venas que tanto caracteriza a los Agmas, eso detuvo al niño de intentar atacarlo―. ¿Ves? Soy un amigo ―HyungWon se encogió en su lugar, alejándose lo más posible de él―. No, no te quiero hacer daño, mira, traje esto.

Tomó de su bolsillo un paquete de chocolate y lo abrió, comió un trozo, mostrándole que no hay peligro.

―Es rico ¿quieres? ―le tendió el chocolate, HyungWon lo aceptó, pero sus manos temblaban sin control―. ¿Puedo acercarme? ―el pequeño asintió―. De acuerdo, ¿Quieres decirme tu nombre, campeón?

―HyungWon ―su voz parecía casi a punto de extinguirse, su garganta le dolía y se llevó las manos al cuello.

―Tranquilo, puedes decirme Kitty, pero creo que no deberías hablar ―se quitó la chaqueta, con cuidado, se la colocó en los hombros. Le dolía ver a un niño de unos ocho tal vez menos edad en ese estado y con el olor a putrefacción emanando de él―. ¿Tienes frío? ¿Hambre?

A las preguntas el niño seguía asintiendo.

―Te llevaré a un lugar seguro ¿te parece? Con personas como tú y como yo ―extendió sus manos, la voz al otro lado del intercomunicador le habló.

―Cinco, Kitty, se acercan rápido.

―Ven, cariño, tenemos que ponerte a salvo ―revisó rápidamente, esa bata y las iniciales en el pecho del niño le dieron la pista para llevárselo―. O esos hombres con bata de laboratorio vendrán a hacerte más daño.

HyungWon tembló, pero no de miedo, sino de rabia. No quería regresar a esas paredes, así que pensó que personas como él le ayudarían a sentirse a salvo, porque todavía creía en las palabras de su amigo: aún hay en quienes puedes confiar y solamente puede ser con las que son como él. Extendió sus brazos para que el adulto lo llevara entre los suyos. Con delicadeza lo sacó del nido hecho de ramas y en cuanto llegó a las calles, corrió hasta llegar al inicio del muro, tratando de decidir cómo pasar con el niño, cuando los propios árboles se movieron cuando HyungWon les ordenó con un gesto de su débil mano.

―Vaya, encajarás bien con nosotros ―dijo Kitty Gang.

Tanto Eclipsis como AUGUST D retrocedieron, sin poder creer que un niño de ese tamaño y con salud aparentemente acabándose tuviera ese grado de poder ya desarrollado. Sin tiempo que perder, se lo llevaron a la camioneta, dándose cuenta de que el niño en brazos de Kitty, se quedó noqueado.

Para la próxima vez que HyungWon despertó, el pitido del monitor lo hizo hiperventilar creyendo que estaba de vuelta en su jaula, se quitó la cánula nasal y antes de quitarse las agujas en su brazo, llegó el mismo hombre que lo sacó de su posible tumba.

―Espera, pequeño, no, estás muy débil ―le tomó sus manitas, y le susurró con ternura y oprimió un botón―. Tranquilo, estás bien, estás a salvo.

HyungWon, se tocó el cuello, porque se sentía pesado. Al palparse, la venda le indicaba que habían visto el desastre ocasionado por sus antiguos cuidadores, sus piernas se sentían débiles al igual que su espalda baja.

―Hyung, que bueno que llegas ―el chico al que identificó como Kitty miró hacia las personas que ingresaron por la puerta―. El bello durmiente despertó de su sueño de belleza.

Todos parecían muy atemorizantes, a diferencia del hombre a su lado en la camilla. Ataviados con ropa oscura, con armas de verdad en sus cinturones y en correas alrededor del pecho o muslos; incluso la única chica entre ellos lucía capaz de matarlo con sólo mover un dedo. Todos con ojos penetrantes y lo único que le daba un poco de confort era ver que tenían la misma marca de nacimiento con la que todos los identificaban como demonios.

Se colocaron en posiciones estratégicas, tomando precauciones para actuar si algo pasaba. Abriéndole el paso al último de los presentes. Un hombre de altura considerable, hombros anchos como los de un nadador nato, de rasgos simétricos, contando con unos ojos cafés tan amables que extrañaron al niño de que los humanos sin mutación pudieran verlo de la manera en la que lo hace él. Ni siquiera usando una bata sobre ese suéter rosa afelpado lo inquietaron, de hecho, se sentía aliviado de ver al menos una mirada que no cortara como el hielo a parte de la del muchacho de cabello rosa a su lado.

Llegó hasta su lado con una bandeja de platos con algo que parecía puré de diferentes colores, un par de vasos de agua y frasquitos con medicina. Al reconocerlas, se apretujó contra el único chico al que confiaba.

―No, no, no, tranquilo, no es peligroso ―su voz era melodiosa, como si estuviera hecha para encantar a las personas―. Sólo es medicina, estás muy débil y no puedo darte el suero para ustedes si no recuperas tus niveles de masa corporal, azúcar en sangre y necesitas vitaminas para que puedas volver a caminar.

Negó, sus signos vitales junto a las lecturas de energía por la mutación comenzaban a elevarse.

―Está bien, de acuerdo, no frascos sospechosos ―le hizo una seña a la chica de cabello corto y negro―. Gracias Lisa, ¿puedes pasarme las vitaminas de dinosaurios?

―Claro.

Mientras ella iba al gabinete, el hombre de suéter afelpado, con ahora apariencia de médico se sentó en la camilla y puso la charola en sus piernas, tomó la cuchara y le dio una probada a la comida. Todo bajo la atenta mirada de niño, que parecía haberse fundido al hombre de cabello rosa, en el fondo de su estómago rugió en respuesta al delicioso aroma desprendiendo de los platos.

― ¿Tienes hambre, pequeño? ―HyungWon volvió a asentir con la cabeza―. Ven, no te haré daño.

Miró hacia el mayor, buscando su aprobación.

―Está bien, puedes confiar en él.

―Ven.

HyungWon, con un poco de miedo se acercó hasta quedar a su lado y aceptar ser alimentado. Sonrió con alegría al sentir el sabor de lo que sea que haya probado era diferente al agua vitaminada con ácido que le deban en el complejo donde lo "curaban", moviendo algo dentro del corazón del que sería el pilar funcional del niño.

―Eso es, con calma, tienes mucho que probar y vivir, pequeño HyungWon ―le acarició el cabello con ternura―. Me llamo Kim SeokJin y cuidaré de ti ahora.















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Bueno, aquí iniciamos otro viaje, espero que estén ansiosos por descubrir más sobre este universo que ya lleva bastante tiempo en modificación, planeación y ahora ya estará disponible para que ustedes la disfruten.

Sólo tengo que decirles que van a amarla, estoy orgullosa de que por fin puedo traer algo más crudo y oscuro, a mi parecer.

De los nervios ya no sé que decir, ahora les toca a ustedes decir sobre sus expectativas.

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