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«fly away?»

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RECOMENDACIÓN: Reproduzcan en repeat "Talking to the Moon" de Bruno Mars.

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  VALE, ¿por dónde empiezo esta vez? Vamos desde el comienzo, porque segura estoy de que mi historia no es fácil de entender a la primera.

¿Qué piensan de mí cuando les digo que dejé a Ben en el altar? ¿Que me precipité?, ¿que él no era para mí?, ¿que fue un error lanzarnos a un casamiento lleno de responsabilidades siendo tan jóvenes?, ¿que fui una idiota por dejar a un chico tan bueno como Ben con el anillo en la mano?, ¿que él nunca me mereció aunque pareciera todo lo contrario?, ¿que yo era quien no lo merecía a él?, ¿o tal vez que sencillamente, nunca fuimos realmente el uno para el otro? Cualquier respuesta es válida en realidad, y no voy a juzgarlos por pensar una, u otra. Si bien pudo ser precipitado en muchos aspectos, no lo considero un error. Me dejé guiar por mis emociones y por lo que sentía; confié en mis corazonadas a ciegas, y es imposible recriminarle algo a una persona cuando eso es lo que su corazón le dice. A día de hoy no me arrepiento, aunque quizás en otro momento de mi vida sí lo hice. Ben fue muy importante en mi vida. Me enseñó muchísimas cosas que me fueron puliendo como persona. Muchos de sus valores y de sus actitudes se quedaron en mí, y no se borraron nunca. Cuando lo conocí, yo era una niña inmadura que pintaba con latas de pintura los casilleros de la preparatoria; ahora soy una adulta, y sigo pintando, pero no con latas de pintura. Él me hizo tener sueños en la vida, y aunque en cierto punto yo los perdí cuando me sumí en mi terrorífica y hostil soledad, en el fondo seguía teniendo presente —y quizás inconscientemente—, lo que yo deseaba.

  Si se preguntan qué tiene que ver Ben con este capítulo de mi historia, lamento decirles que no soy yo sentada en mi taburete recordándolo. No voy a avanzar en el tiempo y a dejarlos con la duda de qué pasó luego de que me fui del castillo de Evie envuelta en llanto, así que pueden sacar sus pañuelos otra vez, porque el drama de mi vida no ha terminado.

  Ben fue la persona más amable que conocí, y una de las que en más confié en mi vida. Cuando llegué a Auradon, les confieso que no fue nada fácil para mí. El lío de la galleta, su rompimiento con Audrey, luego la cita en el lago, y finalmente la coronación. Toda una odisea interminable fue esa relación. Admito que me ilusioné muchísimo con él, y sus sonrisas hermosas. Su mirada fue la cosa más pura y cristalina que alguna vez vi, y mentiría si les dijera que no me gustaba cómo él me miraba, porque cuando Ben me miraba, yo sentía que sólo era yo en su vida y su universo. Él siempre me vio como si yo fuera lo único que le importaba en la faz de la tierra, me hacía verme a mí misma como vital en su vida, ¿pero hasta qué punto? Desearía poder decirles que para toda la vida, pero es egoísta, porque yo lo dejé en el altar, y Ben tenía que seguir adelante. Él era el rey, tenía miles de responsabilidades, y a diferencia de mí, no podía escapar de ello ni aunque quisiera. Ben siempre estuvo firme ante cualquier circunstancia adversa, y eso era admirable, y obligatoriamente destacable. Pese a todo, él supo levantarse cuánto antes y continuar su vida, y aunque esto me resultó irónico basándome en todos los "Te amo, Mal" que me dijo, hoy lo entiendo, y pienso que fue lo mejor en verdad.

Aunque aquella mañana gris, no todos mis pensamientos eran perfectos.

  Luego de pasar una interminable noche ahogándome en el suplicio de mi llanto desconsolado, me sentía perdida, sin rumbo. Ver estrujada en la mesita de noche aquella invitación al casamiento de Ben era una punzada en el pecho.

¿Por qué no lo dejaba ir aún?

Me dolía, porque negarlo no era la solución, y en el fondo de mí algo aclamaba a rugidos de sufrimiento una explicación. ¿No me había jurado amor eterno? ¿No me había dicho que sólo le importaba yo, y que únicamente conmigo quería pasar el resto de su vida? Era tan siquiera absurdo debatirme eso, porque había sido yo quien lo había dejado plantado en el altar, y también había sido yo quien lo había evitado por años. No era justo culparlo por algo, y me lo repetí tantas veces, que terminé aceptándolo.

Ese día me levanté, me duché, y me vestí con aquella ropa que había dejado olvidada en mi armario una vez mi relación con Ben acabó. Me sentía patética, inútil, y deshabitada. Parecía no haber dentro de mí ninguna luz que alumbrara la penumbra de mi dolor interno. Cuando me peiné frente al espejo analicé el fracaso que mi vida era en todos los ámbitos. Sin amigos, con una terrible soledad rodeándome, y perdida en el dolor de una desilusión abismal, ¿podría haber un sector en mi alma devastada para algún pensamiento positivo? Es muy complicado ver la luz de la superficie cuando ya chocaste con el iceberg, te partiste a la mitad, y te estás hundiendo lentamente en un sombrío, gélido e infinito océano de pesares. ¿Qué tan desesperante puede ser no ver la luz, ni el fondo? ¿Qué doloroso puede ser no saber cuándo acaba el sufrimiento de consumirte en una crítica y dramática agonía poco a poco? No hay peor forma de morir que paso a paso, ahogada en tus propios caos.

Cuando salí caminando por el pasillo con un único pensamiento en mi cabeza, no me importó que todo estuviera hundiéndose. Quizás, tal vez y sólo quizás, esperamos a estar sumidos en miseria y destrucción para armarnos de valor e ir donde nunca pudimos. ¿Por qué será que el ser humano siempre es así? ¿Por qué será que hasta que no nos veamos despedazados, no intentamos unir nuestras piezas? ¿Por qué desde el primer daño no intentamos repararnos? Es nuestra necesidad de destruirnos, de sentir todo muriendo. No recapacitamos hasta que no llegamos al fondo, y aunque sea así, no todo es perfecto pese a reconocer lo mal que estamos, porque hay quienes nadan hacia la superficie, y aunque nunca logren salir a flote, se mantienen tratando de buscar la luz. Otros se quedan en el fondo sentados sobre su Titanic hundido, contemplando con frialdad lo que a muchos les daría miedo. Hay otros que no hacemos ninguna de las dos, porque el barco nos parece espeluznante, o porque la superficie está muy lejos; y en realidad, ni quedarse viendo el barco hundido es tan malo, ni salir rápidamente a la superficie es tan bueno. Te quedas allí, rodeada de sus ruinas, y lo sublime que un día fue su travesía por el mar, y entiendes que no puedes temerle a los restos de lo que un día para ti fue tan espléndido y lindo. Nadar alrededor de mi Titanic, contemplar por dentro sus más oscuros y sórdidos pasillos, y luego admirarlo tal y como es: misterioso y tenebroso, fue lo que decidí hacer. Quizás se pregunten el sentido de ver belleza en un barco hundido, destruido, que poco a poco se va descomponiendo en el lecho marino con el paso del tiempo. Para mí, admirar hoy lo rota que quedé, es una forma de recordarme lo duro que fue llegar a lo que soy hoy; y es que luego de enorgullecerme de mis escombros, salí a flote; a la superficie. ¿Pero podrías nadar libremente por el oscuro océano temiendo a lo que hay en el fondo? No, y es lo mismo con los sentimientos: no puedes andar libre por la vida temiéndole a lo que pasaste.

Llegado a este punto, creo que ya saben quién es mi Titanic en esta historia, y de una vez, tenía que despedirme de él porque no podía nadar entre sus ruinas toda la vida.

—Pase.

Abrí la puerta de su despacho lentamente, y pasé. Se le cayó el bolígrafo de la mano, y la perfecta sonrisa que siempre tenía del rostro también. ¿Qué quedó para mí? Mi corazón casi explotó, casi se me descompuso de las punzadas que lo golpeaban. Dolía, pero tenía que ser fuerte, porque en mí había una pizca de esperanza que me susurraba que luego de eso, todo sería mejor.

—Mal. —Se levantó de la silla.

Caminé hacia su escritorio con lentitud mientras veía a los lados, y sonreí con tristeza al recordar todo. Seguía idéntico a como fue una vez, y no sólo la decoración, o las paredes, también él: Ben. Con su traje azul, sus cabellos castaños, sus labios finos, y sus ojos puros, era la misma impresión que incluso la primera vez que lo vi.

—Qué nostalgia —le dije terminando de ver todo, y lo miré a él, que me observaba a mí—. ¿Cómo estás?

—Bien, bien —contestó uniendo los labios en una línea, y se metió las manos en los bolsillos. Estaba nervioso, qué bien lo conocía yo—. ¿Puedo ayudarte en algo?

—No, sólo vine a verte un momento. —Tomé un cuadro que tenía sobre su escritorio, y lo vi sonriendo—. Lo conservas aún.

—Sí, me cuesta deshacerme de él. —Ben caminó hacia el balcón.

—Quizás ya sea hora de guardarlo en el cajón. —Puse la fotografía mía y de él otra vez sobre su escritorio, y miré hacia la habitación de nuevo llenando mi nariz de ese olor a libros que allí había—. Te vas a casar con Audrey.

Ben estuvo en silencio dándome la espalda unos segundos, como si pensara qué decir, y sentí que se llenaba de aire para hablarme.

—¿Estás enojada porque me voy a casar con Audrey?

—Mentiría si dijera que no, porque al menos una pequeña parte de mí lo está, pero... la vida sigue. —Acaricié su escritorio, y caminé lentamente hacia su balcón—. No voy a quedarme estancada en un casamiento fallido toda mi existencia, ni por más injusto que sea para ninguno de nosotros algo de lo que pasó.

—¿Entonces por qué estás aquí? —me preguntó, y se giró para verme.

—Vine a despedirme de ti.

Ben se quedó en silencio, y yo le entregué la arrugada invitación a la boda. Nos miramos, y otra vez un tenso, y aparentemente eterno silencio, llenó la habitación con su presencia.

—En toda mi vida, he hecho muchas cosas incorrectas. —Tomé sus manos, y se las vi—. Pero te aseguro que nada de lo que hice una vez fue con intenciones de lastimarte a ti, ni a nadie. —Levanté la vista y lo miré a los ojos—. Yo te amé, y mi amor por ti fue real aunque haya demostrado todo lo contrario abandonando nuestro casamiento a última hora. —Volví a bajar la vista con lágrimas en los ojos. Me costó unos segundos volverla a alzar—. Pero no era el momento, Ben, yo era muy joven y aún me faltaba mucho por aprender, y quizás, tú también. Esto me lastima, porque si a alguien nunca quise herir fue a ti. Saber que destruí tu sueño y tu corazón me quiebra el alma, porque aunque hayan pasado años, sigues siendo muy importante para mí. No te voy a olvidar nunca, y no sé si sea egoísta, pero tampoco me olvides. Yo te amé, y mi amor por ti fue una de las cosas más lindas y sinceras que sentí, Ben; es por eso que te deseo lo mejor, y espero que seas feliz, como mereces ser por lo bondadoso, gentil, y humano que eres. Mereces lo mejor, y aunque yo no lo haya sido, no voy a dejar tu alma prisionera toda la vida. Tengo que dejarte ir de una vez, Ben, por tu bien.

Ben bajó la cabeza, y yo conocía ese gesto. Le alcé el rostro delicadamente y con dulzura, y le limpié las lágrimas de las mejillas, apartándole unos cabellos castaños de los ojos.

—Estoy muy orgullosa de ti, Ben. Vas a ser un gran hombre.

¿Cuánto daño habría en él? ¿Cuánto sufrimiento y cuánta agonía?

—¿Me amaste de verdad? —me preguntó, y le sonreí con las lágrimas en las mejillas igual.

—Te amé, con todo lo que era, y no me arrepiento de haberlo hecho.

Ben me abrazó, y yo lo abracé. No me dijo nada más, ni yo a él. Sólo esperamos que el tiempo se consumiera, como el polvo de una estrella cuando explota al morir, y que finalmente y de una vez por todas, nuestros sentimientos de dolor, lo hicieran también.

«˚✧/»

  El vacío que sentía al caminar de vuelta a la preparatoria, era tan fuerte como un agujero negro en medio del espacio.

  Los brazos cruzados sobre el pecho por el frío, la mirada en el suelo, la nariz húmeda de llorar, los ojos rojos, y el corazón hecho pedazos. Me consolaba saber que Ben no me odiaba, y que había entendido mis sentimientos. Si alguna vez creí que en un hombre como él habría lugar para remordimiento, me equivoqué. No había cambiado, no había dejado de ser tan de luz y bondad. Poco a poco me iría sintiendo mejor, con eso me alentaba en medio de mi tristeza. Sólo tenía que darme tiempo a mí misma, ¿no? Tal vez pintar muchos más cuadros, e irme en busca de mi madre como una aventura sin fin, me ayudaría. ¿De eso se alimentan los héroes, no? De viajes y conquistas. Quizás lo que yo necesitaba para sentirme mejor, era un cambio de aires, como el que Evie tomó.

  No esperé tan siquiera un mensaje suyo al despertar, y aunque estuve despierta casi toda la noche, no escuché mi teléfono sonar. Ella tenía que estar lejos, a millas de distancia buscando su camino, su rumbo, y su nueva vida. Tampoco iba a juzgarla más. Fui su forma de olvidar temporalmente sus líos propios, debía dejar pasar eso aunque fuera doloroso tener sentimientos atascados dentro.

  Abrí la puerta de mi habitación, e inhalé profundamente con los ojos cerrados mientras la cerraba. La soledad, otra vez. Era como no sentir nada, era lo peor que había. Tenía que afrontarlo, aunque fuese una llaga ardiendo al rojo vivo en dolor. Consumirme en mi oscuridad —al menos un día más—, fue lo que elegí. Dejé que las lágrimas se me salieran otra vez, y sollocé sin reprimir lo que sentía porque de haber tratado, tampoco habría podido aguantar. Dejé que mi dolor saliera, y me llené de él. Tan perdida y sola, en busca de una luz que me guiara en medio de mi laberinto de espinas sin salida, decidí desplomarme para tocar el fondo otra vez.

  Pero, ¿qué gracia tendría tocarlo otra vez?

  Abrí mis ojos al sentir sus brazos y su perfume, y mi corazón se detuvo junto al espacio-tiempo. Ella me abrazaba, como si yo fuera una valiosa y frágil reliquia a segundos de resquebrajarse para siempre, y sin vuelta atrás. Su respiración agitada en mi oído, su corazón descontrolado latiendo contra el mío, y sus manos apoyadas en mi espalda temblando, ¿qué significaba? ¿Por qué había regresado? ¿Por qué me apretaba contra su pecho tan fuerte como si no quisiera soltarme jamás? ¿Por qué ella estaba allí?

  Miré a sus ojos, rojos y con ojeras. No tenía tan siquiera maquillaje puesto, y era notable lo hinchados que estaban. A ella parecía no importarle que la viera así, porque también me miraba; y a diferencia de su mirada un día antes, esta parecía firme, segura, y decidida. No me decía nada, ni yo a ella tampoco. Subió una mano lentamente hacia mi rostro, y limpió mis lágrimas acomodando uno de mis mechones morados detrás de mi oreja. Estuvo contemplándome sin emitir un sonido que no fuera el de sus exhalaciones casi diez minutos; y no me importó. Nuestro silencio, y nuestras miradas eran todo en medio de aquella sepulcral tristeza, y aunque así fue, el hecho de que Evie estuviera allí cambiaba todo, y lo vuelvo a repetir: yo estaba perdida en ella, como un cosmonauta solitario flotando en el espacio.

  —¿Quieres huir conmigo? —me preguntó, y se acercó rozando nuestros labios en un cálido beso.

  Era todo lo que yo necesitaba...

  —¿Hacia dónde? —dije con más lágrimas fuera abrazada a su cuello.

  —Lejos de todo esto. —Hizo que alzara el mentón para que la viera fijamente—. Tú y yo, volando hacia el horizonte del atardecer.

  —¿Y dejamos todo esto?

  —Lo dejamos —afirmó, y sus ojos me parecían tan seguros y cálidos, que no pude dejar de verlos.

  —¿Sin mentiras? —Cerré mis ojos.

  —Sólo tú y yo —me susurró besando la comisura de mis labios.

  Y no supe con certeza si en ese momento, sería le mejor decisión para mi vida, pero tomé la mano de Evie, y corrimos juntas dejando todo atrás en busca de un sueño; nuestro sueño. No me importó nada más, porque nada más que ella me quedaba. Éramos Evie y yo, contra el mundo, contra todo. Tomadas de la mano, y sin ver atrás ni pensar de lo que huíamos, sólo nos enfocamos en lo que buscábamos, ¿y qué buscábamos? Nos buscábamos a nosotras mismas, en un millón de gente. Así son las almas gemelas, se buscan por años, se atraen, y se unen, hasta fusionarse para siempre en una sola e inseparable que perdurará toda la infinidad del tiempo, aunque miles de circunstancias y factores, traten de influir. Esta es la diferencia entre un amor, y un alma gemela. El alma gemela va detrás de ti, y no te deja escapar ni aunque quieras. Tú estás destinada a ella, y ella a ti, y todo lo anterior se resume en esto: Evie y yo, fuimos almas gemelas de un principio a fin; desde muestra primera mirada en la Isla cuando éramos niñas, hasta el choque de frentes cuando éramos jóvenes aún, o hasta que me juró que me amaba frente al mar siendo adultas.

  Siempre busqué a mi amor verdadero en la vida esperanzada de que sería eterno e indestructible, y nunca supe hasta un tiempo después, que lo único eterno e invencible que hay además del universo, son las almas gemelas. Qué ironía, lo tuve al lado y nunca lo vi. Quizás la verdadera belleza de la vida, es invisible a nuestros ojos como los átomos lo son para las estrellas.

  Evie fue invisible y normal para mí hasta que me di cuenta de lo tan unidas, enlazadas, y fusionadas que estábamos. De ahí en adelante, sólo me dejé iluminar por ella, y me perdí en sus oscuridades y en sus luces, porque Evie era misteriosa y a veces sombría, pero les confieso algo, así siempre fue perfecta para mí.

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