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༆༆

«how feel the really happiness?»

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ERA un día normal, común y corriente. Aves revoloteando, mariposas por todos lados, personas felices, y niños correteando. Sin extenderme: un día típico en Auradon de esos en que el sol amanece tan feliz que me martiriza con sus rayos todo el día, y por más que trate de ignorarlo, es muy difícil. Hay costumbres que no se pierden ni aunque ya tengas veinte años y no estés en la edad adolescente de dormir hasta el mediodía. En mi caso, la costumbre de amanecer antes de mediodía desapareció cuando perdí mi despertador de hebras azules. Cuando Evie se mudó, la pizca de la chica isleña que llevaba dentro se fue con ella. Se acabaron las maldades, el dormir hasta tarde, el desvelarse hablando de cualquier cosa, o los chismes de amigas. Evie siempre me dejaba dormir más, y aunque le dijera que me despertara temprano, nunca me hacía caso. Se excusaba diciendo que le gustaba escuchar mis gruñidos cuando soñaba, y que despertarme parecía cruel por lo angelical que me veía sumida en mi cansancio, pero yo creo que lo hacía porque teniéndome despierta y caminando por toda la habitación, yo le impediría diseñar.

Quién sabe. Evie siempre fue muy pacífica, odiaba los conflictos y algo que desajustara lo que estaba haciendo; y por tanto, yo podría haberle resultado molesta alguna vez con mis bromas de mal gusto. Con el tiempo entendí que no era nada fácil diseñar con alguien al lado charloteando, y precisamente lo comprendí bien cuando empecé a pintar y mi celular no dejaba de sonar con alguna llamada o mensaje de Ben. Luego de que la barrera se quebrara, y el perfecto final que nunca fue final llegara, decidí dedicarme a pintar en mis ratos libres. Entre las ocupaciones que tenía como dama de la corte y futura reina, no es que tuviese muchos ratos libres, pero los pocos que aparecían entre horarios ocupados, eran como respiros profundos en medio del desorden. Empecé pintando flores, los árboles, el lago, o el castillo de Ben. Luego preferí pintar el amanecer o el atardecer, y pasar horas en ello. Me dediqué por mucho tiempo a calcular el momento exacto y preciso en que el sol se posa sobre el horizonte, y ahí, con el pincel acariciar el lienzo tiñéndolo de diversos colores y tonalidades. Prefiero cuando el atardecer se pone morado y rojo, cerca del mar, y no es nuevo esto, el morado es mi color preferido, y si casi todo en mí ha cambiado, al parecer esto nunca lo hará.

  Ese día parecía uno más, conmigo haciendo un retrato de Carlos, Jane, y Chico en el jardín de la preparatoria.

  —No sé por qué no vendes tus cuadros, Mal. Tienes mucho talento. De seguro tendrías una clientela en la puerta de la preparatoria.

  —No te muevas, Carlos.

  No era la primera vez que me hablaban de vender mis cuadros, pero no, para mí eso no era una opción. Yo guardaba mis cuadros, porque cada uno de ellos me transmitía a todo momento lo que había sentido al pintarlo. Fue como si una forma de conservar mis emociones y sentimientos apareciera en bandeja frente a mis ojos en medio de tantas crisis. Lo tomé como una manera de recordarme todo lo que había pasado, y también como un bastón del que sostenerme cuando quisiera caer y rendirme. Pintar me hacía distraerme de todo, y encontrar una salida muchas veces melancólica, de mi caos interior propio. Esto no cambió ni años después.

—Está hecho.

Lo hacía muy bien, la mayoría de la gente decía que genial. Me esmeraba en ello, porque increíblemente esa paz que pintar me daba, me sacaba de mis borrascosos tormentos y mis infiernos.

—Wow, es tan realista y natural. Sabía que podría contar contigo, Mal. Es magnífico. Te esmeraste muchísimo. Gracias, muchas gracias, Mal.

No contestar ya se había vuelto una rutina. Me había vuelto fría, más de lo que quería. Tenía motivos de sobra, porque aunque los años hubieran pasado y yo hubiera superado aquello, nada era lo mismo. Una parte de mí estaba apagada y perdida, y daba la impresión de que tardaría tantos años en encenderse como una estrella en formarse.

  —Por cierto, Evie me dijo que iría a pasar por tu habitación más tarde.

  —Evie sabe muy bien que a esta hora estoy ocupada.

  —Por eso me lo dijo.

  Miré a Carlos, y reí en ironía. Evie era de imponerse muchas veces, porque ella sabía que en mi agenda siempre la tenía de prioridad aunque los años pasaran, y el tiempo volara como un águila sobre el mar. Hacía meses que no compartíamos más que un saludo, o un par de mensajes antes de dormir. Decir que extrañaba a Evie era obvio, porque ella siempre fue eso que yo busqué cuando me sentí a la deriva, pero lastimosamente no podía depender de ella y lo que pudiese hacer por mí. Evie había hecho su vida, y tenía su propia agenda veinte veces más ocupada que la mía para que yo estuviese como un cachorro abandonado tras ella. Yo había tomado mis propias decisiones y me había aislado de todos. Era momento de seguir enfrentado eso.

  —Veré qué puedo hacer por Evie.

Eché a andar con mis cosas por los pasillos. Extrañaba también los tiempos de preparatoria en que podía pintorretear casilleros y hacer maldades. Más que aquella escuela de colores tiernos, extrañaba "Dragon Hall" y los chicles pegados bajo las mesas, y no era una cuestión de que aún siguiera buscando molestar a todos, sino que allí por un día fui más feliz y libre que en años en Auradon. Nunca tuve que fingir nada, siempre fui solamente yo, y tampoco nadie trató de cambiarme. Quizás mi problema en Auradon siempre fue lo complejo que me resultó adaptar mi arisca e ineluctable personalidad a ese día a día tan básico; o quizás siempre fue lo totalmente indispuesta que yo estaba a aceptar esos métodos de vida. Sería muy complicado definir por cuál de las dos razones terminé tan mal, pero si algo es serio, es que no estuve muy lejos ni de una ni de la otra.

Lo único positivo que podía sacarle a Auradon en aquellos momentos era que habían tazas de café caliente. Una de las cosas que más se me pegó de Ben fue tomar café a todas horas. Luego de años alejada de las responsabilidades de una futura reina ya no me hacía falta tomar y tomar café para mantenerme despierta, pero si algo es verdad es que la costumbre de beber café es muy difícil de desaparecer. No había día en que yo no me tomara una taza de café, y a veces tenía que sonreír irónicamente por cómo me veían los estudiantes de la preparatoria cuando me sentaba en la cafetería con mi café mañanero. No puedo juzgarlos por verme así, a veces me parece que el tiempo no pasa y sigo teniendo dieciséis años. Quizás se trata de algún hechizo, o alguna maldición que me impide envejecer. Lo cierto es que no creo haber crecido nada, y tampoco creo que mi cara cambió. Si algo nuevo tengo, son unas ojeras y un par de pendientes más en las orejas. Por lo demás, sigo diciendo que soy igual, aunque a veces Jay me diga que parezco una Maléfica adulta aburrida con mi té y mis pinturas. Supongo que esa tranquilidad es hereditaria, ¿no, mamá?

  —¡Y un milagro ha sucedido! Hola, Mal.

  Jay se sentó frente a mí, y yo sólo alcé una ceja viéndolo.

  —¿Y a ti quién te invitó a sentarte?

  Me dio risa, porque Jay creyó que por un momento era verdad la broma. Quizás habíamos perdido la confianza suficiente como para tratarnos así, que era lo más probable dado el poco tiempo en el que interactuábamos. Me reía otra vez, y le hice una seña al dependiente para que trajera otro café.

  —Qué delicado te has vuelto, Jay. —Bebí de mi café—. ¿Cómo estás?

  —No tan bien como tú, pero ya sabes. Los entrenamientos ocupan todo mi tiempo. No tengo ni diez minutos para sentarme en paz a jugar un juego en la consola. Estoy bien, aunque apenas pueda respirar con los segundos contados.

  —Suena muy dramático. —Lo vi—. Te escucha alguien y cree que estás amenazado a muerte o estamos desarrollando algún tipo de actividad ilícita en esta mesa. Cuidado, que no voy a pagar tu fianza ni una vez más por robo de prendas a Chad.

  —¿No se te olvida nada, eh? —Jay sonreía, y en eso llegó su taza de café—. Pareces ser la misma maldita de siempre.

  —Ya lo dijiste tú —reí bajo bebiendo café a su par.

  —¿Y cómo lo sigues llevando?

  Bajé la taza, y sonreí mostrando mis hoyuelos. Jay esperaba una respuesta.

  —Bien —contesté—, lo llevo bien.

  —¿Tengo que asumir lo que llevas bien?

  —Sé a lo que te refieres.

  —Entonces dime de qué hablo, señorita adivina.

  —¿Benjamín Florian Beast y sus derivados?

  —Sonó rencoroso eso, eh. —Volvió a tomar del café y lo dejó de lado—. ¿Segura que todo bien?

  —Claro, ¿qué debería no estarlo? Ya sabes cómo digo: lo pasado pisado, aplastado, y superado, Jay.

  O me había vuelto muy buena mintiendo, o Jay había perdido la costumbre de analizar mi mirada al hablar. Mentiría otra vez si dijese que no esperé que se riera y me tomara la mano quedándose ahí, porque cada vez que necesité a Jay alguna vez y él lo supo, eso era lo que hacía. Jay siempre fue como un hermano mayor para mí, uno que me protegía de todo. Era la segunda persona más cercana a mí luego de Evie, y el segundo que más me conocía. En esa mesa de cafetería no parecía ni ser cercano, ni tampoco el segundo que más me conociera. Ahí estaba todo frío ya, y no hablo de sólo el café, sino también del vínculo que una vez tuve con él. No podría culparlo por no darse cuenta de que yo aún estaba mal, porque si de algo me encargué yo misma de hacer, fue de aislarme y de apartar a todos los que me querían de mí.

  —Entonces ya me voy, Maléfica.

  —¿Cuándo dejarás de llamarme así? Sabes que odio que me llamen por mi nombre completo.

  —Quizás cuando dejes de comportarte como tu madre con esa postura de señora vieja y elegante. No te pintes el cabello de negro, por favor —se burló levantándose.

  —Vuestro sentido del humor me parece tan aburrido y necio, como un bebé de cuidar —imité a mi madre, y Jay se rio con ganas. Luego yo.

  —Me pareció escucharla por unos segundos. Confirmo una vez más que, estás envejeciendo.

  —Quizás sólo madurando, así que no me tires años encima que todavía tengo estómago para coger una araña, y dejártela en el guardarropas.

  —¿Quién diría que tú maduraste? Nunca te imaginé con veinte años.

  —¿Creíste que dejaría de cumplir años entonces? Porque esa frase no tiene sentido.

  —Idiota, tú entendiste qué quise decir —farfulló pegándome suave y se inclinó para besarme la mejilla—. No tomes tanto café que noto tus ojeras inmensas. Esas pinturas te están haciendo daño.

  —Chistoso —bromeé, y Jay se apartó sonriéndome—. ¿Qué es esa cara? ¿Tienes una declaración de amor para mí o qué?

  —Estaba pensando en algo, pero creo que no tiene sentido.

  —Posiblemente no lo tenga como todo lo que dices —dije, y me recosté en el espaldar de la silla bebiendo un sorbo de café—, pero si no lo dices no podemos saber si lo tiene o no, así que desembucha.

  —Es tonto, Mal. No tiene sentido.

  —¡Oh, vamos! —Dejé la taza y lo miré fijo—. Dime de una vez, Jay. Quiero saber, anda, desembucha ya.

  —Me estaba preguntando si querías ir a ver un partido mío. Ya sabes, como en los viejos tiempos... Es un poco estúpido, pe-

  —Iré —afirmé sin dejarlo terminar—. ¿Cuándo es?

  —¿Es en serio? —respondió, me miró sorprendido, y luego sonrió de oreja a oreja—. Pues mañana en la tarde, como a las cuatro. En el terreno de aquí de la preparatoria.

  —¿Seguro que no van a golear a tu equipo? No quiero perder mi valioso tiempo viéndote rodar por los suelos, Jay.

  —Sabes que no pierdo cuando ustedes me apoyan.

  —¿Debo suponer que alguien más irá aparte de mí? Para llevar mis gafas de sol negro y una peluca irreconocible, digo.

  —¡Idiota! —rio, y hacía mucho que yo no veía una sonrisa como esa que Jay llevaba—. Se suponía que era una sorpresa, pero creo que lo jodí y ya me delaté. Invité a Carlos, y a Evie, aunque ella no me ha contestado la invitación aún.

  —Es normal, se demora en contestar los mensajes. Evie siempre está muy ocupada con sus diseños. —Bebí de mi café.

  —Supongo que deberé esperar paciente —dijo y miró hacia el pasillo—. Ya me voy, debo entrenar para mañana.

  —Sí, ve. Mañana estaré ahí, y por cierto, Jay... ¿Tienes alguna idea de si tu novia me dejó unas pinturas en el aula de química?

  —¿Lonnie dejando pinturas en el aula de química? No, no me dijo nada de eso.

  —Está bien, entonces nos vemos mañana.

  Jay se marchó, y yo terminé de tomarme el café, y luego me fui. Caminé por los pasillos llenos de estudiantes, y decir que no me dio cierta nostalgia al recordar los primeros días de escuela con mis amigos, y todo lo que habíamos vivido, era mentir. Llegué al aula de química, y toqué la puerta.

—Adelante —dijo Doug.

Doug se había convertido en el nuevo profesor de química. Se había graduado con perfectas calificaciones, y juzgarlo por apenas tener veintidós y ya tener trabajo, no era muy lógico. Doug siempre fue uno de los más inteligentes de la clase —en mi opinión el más.

—Hola, Doug. Vine a buscar algo —dije y vi hacia unas cubetas que habían en el suelo—. Específicamente ese algo.

—Sí, sí, tómalas. Lonnie me dijo que vendrías por ellas. —Se veía muy ocupado escribiendo en unas hojas—. ¿Por dónde iba?

Me agaché para tomar las cubetas, y me di cuenta que estaban algo embarradas. Así me ensuciaría, por lo que gruñí, y me quité uno de los paños que llevaba en el cuello, y luego limpié la agarradera. Cuando fui a levantarme y a tomar las cubetas, escuché pasos, y una voz.

—Doug.

No tenía que girarme para saber de quién se trataba, porque el tupido, ronco, y sexy tono de esa voz, era imposible de no reconocer. Sonreí, y me giré observando a Evie parada frente al escritorio de Doug con ambas manos en las caderas.

—¿Podemos hablar?

—Evie..., ahora no es el momento. —Doug me veía algo nervioso, y se quitaba los anteojos limpiándolos y haciéndole señas a ella con la mirada.

—No, no, yo ya me voy —dije levantándome con las cubetas y una sonrisa—. No quiero escuchar sus dramas amorosos, en serio.

—Me temo que no puedo dejarte escapar así tan fácil luego de escuchar, M.

Evie corrió a abrazarme, y tuve que soltar las cubetas de pintura para cargarla porque se me enganchó encima. Su risa era contagiosa, y la sonrisa que tenía dibujada en la cara también. Ella siempre había poseído un espíritu lleno de alegría y felicidad a todo momento, y dicho espíritu era muy transmisible.

—Sigues pesando menos que una pluma, E.

—Y tú sigues con esa misma carita, M.

Evie se bajó, y me tomó las manos mirándomelas. Siempre lo hacía, porque le gustaba cerciorarse de que estuviera cuidándome las uñas. Esta vez me miró un poquitito inconforme.

—Te estás descuidando, ¿o es idea mía?

—Me pinté las uñas antier, Evie, pero manejando tanta pintura tengo que lavarme las manos cada veinte minutos si no quiero estropear mi ropa.

—¿Debo creerte esta vez, o no?

Arrugué la nariz y me reí, Evie también lo hizo y me acarició el rostro con una mirada tierna.

—Te he extrañado mucho, M. Me moría por verte de nuevo.

—Yo también te extrañé mucho, E. —La abracé, y besé su mejilla agarrando las cubetas otra vez—. Es bueno ver a mi mejor amiga luego de tanto tiempo, pero debo esfumarme antes de que a todo Auradon le dé por acosarme.

—¿Ya te vas? —preguntó viéndome.

—De hecho sí, tengo que llevar esto a mi habitación, y guardar todo lo demás que traigo encima. Muero por darme un baño.

—Voy contigo entonces —soltó y me besó la mejilla—. No quiero perder la oportunidad de conversar con mi mejor amiga.

—¿Y...?

—¿Doug? —Evie lo vio, y me pareció que se había puesto seria antes de verme, y sonreír—. Tengo mucho tiempo para hablar con él. Ahora quiero estar contigo.

No iba a negarme. La compañía de Evie era lo mejor que podía pasarme. De verla mi día mejoraba drásticamente. Su carácter alegre, y sus conversaciones, era lo que cualquiera que pasara un momento difícil necesitaba.

  —Entonces vamos.

  Evie y yo nos fuimos directo a mi habitación; ella tomada de mi brazo, y yo bromeando enérgicamente de cualquier cosa.

  —¿Y cómo ha estado todo? Los diseños y el trabajo, ya sabes.

  —Va bien, M. A su manera va bien. Es mucho trabajo, pero lo sobrellevo. Parece a veces que no doy abasto.

  —Es costumbre en ti. Rompes los límites siempre —reí abriendo la puerta—. Bienvenida a mi pocilga.

  —Oh, my, God. ¿Hacía cuánto no entraba aquí?

  No sabría decirle con exactitud a Evie cuánto tiempo había pasado desde su última visita, pero eso no importaba. Yo estaba feliz de tenerla allí, en mi cuarto regado que una vez compartí con ella.

  —Eso no importa. —Dejé las cubetas y caminé al baño—. Ahora mismo lo único que me interesa es que estás aquí.

  —Dios, M, tienes muchas pinturas lindas. ¿Segura que no quieres que te haga una promoción? Estoy segura de que muchos clientes míos amarían estas pinturas. Son magníficas.

  —Emm, no —dije saliendo del baño como una flecha para agarrar a Evie de la mano y alejarla de mis pinturas—. Siéntate ahí tranquilita, y no husmees en mis pinturas.

  —¿Por qué? ¿No quieres que las vea?

  —No, no quiero que nadie las vea. No me gusta mostrarlas.

  Me alejé de Evie para meterme de nuevo al baño, y me quité la ropa yendo directo a la ducha.

  —¿Tienes algún complejo de que tus pinturas no son buenas? —dijo desde el cuarto.

  —No, de hecho sé que lo hago bien, pero ese no es el problema.

  —¿Entonces cuál es?

  —No lo entenderías, E. Es mejor no hablar de ello.

  —¿Por qué? —Se asomó viéndome desde la puerta.

  —Quizás no soy lo suficientemente valiente para hablar de eso, nada más.

  Evie se quedó allí parada, recostada al marco mientras me veía con una ceja alzada. Su mirada era fija, tanto que de hecho, no pude sencillamente ignorarla y tuve que ceder a verla cruzando miradas.

  —¿Qué pasa?

  —Me gusta tu tatuaje.

  Y esta era una de las novedades que tenía yo, un tatuaje situado en la parte baja del abdomen, encima de la cadera. Era un dragón, un pequeño dragón que estaba volando con las alas extendidas.

  —¿No lo habías visto? —pregunté estirándome la piel y alzando la vista para verla—. Me lo hice como hace un año. Pensé que te lo había mostrado.

  —No lo hiciste. Me parece curioso. ¿Puedo ver de cerca?

  —Claro —reí—. Entra, no es la primera vez que me ves sin ropa.

  Evie caminó lentamente, y el sonido de sus tacones contra el piso era muy llamativo de escuchar. Quizás lo normal que siempre fue en nosotras aquellos tipos de confianza hizo que cualquier tensión que hubiese en aquel momento, pasara desapercibida.

  —¿Te dolió? —Evie me acarició el tatuaje.

  —Un poco, pero no como para lloriquear o retorcerse.

  —Típico de ti. —Me vio con una sonrisa ladina—. Ocultas el dolor con esas respuestas graciosas.

  Y no sé si eso fue un doble sentido, pero me quedé ida por unos segundos, y luego traté de disimular riéndome.

  —¿Lo dices por algo en específico?

  —Lo digo tal vez porque pareces vivir creyendo que no te conozco, y que no somos mejores amigas.

  —¿Qué quieres decir? —La vi con el ceño fruncido.

—Sabes lo que quiero decir, y mejor de lo que crees.

—No entiendo de qué va todo esto, Evie.

  —Ya sabes dónde estoy, M. —Se separó de mí viéndome con una mirada que no reflejaba más que una extraña culpa—. Cuando necesites hablar de cualquier cosa, puedes buscarme. Siempre estaré para ti aunque insistas en mortificarte tú sola.

  Quizás quise hacerle ver a Evie que lo que decía era absurdo, porque no le estaba ocultando nada, pero tanto ella como yo sabíamos que no era así. Ella siempre fue especial, pese al tiempo que pasó, y todo lo que sucedió. Ver sus ojos me seguía transmitiendo la misma seguridad y el mismo sentimiento que había sentido hacía cuatro años, cuando regresé a la Isla y ella fue a buscarme. Hay cosas que guardo dentro de mí, y que nunca dije por una u otra circunstancia, pero tarde o temprano, con el paso del tiempo implacable, fui cuestionándome a mí misma todas las razones que tuve verdaderamente para hacer cada cosa que hice. Al final vi más de lo que había; y me di cuenta de un montón de cosas que me llevaron a quedarme parada en aquel altar, muda, y sin una razón para decir un sí que no fuera por un supuesto compromiso hacia un pueblo. También quedé muda en aquella ducha escuchando los pasos de Evie al alejarse, y aunque traté de no pensarlo, en el fondo de mí había algo que me decía que seguían habiendo cosas mal, y que aquello seguiría atormentándome.

  Pero no sólo para mí estaba mal, porque si algo siempre la vida me dejó claro, es que las apariencias engañan; y las de Evie cumplían esta regla a la perfección.

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