08
S U K U N A
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Tras ponerse la bata, lo siguió a una sala en la que habían dos sofás azules, parecidos al tono del cielo en su mayor apogeo. También había una mesita redonda en el centro, y un gran ventanal a su izquierda, por el que podía verse la ciudad; ya era medio día.
El hombre de cabello oscuro le preguntó si quería algo de comer o tomar, y sin esperar respuesta, pulsó un botón por el que se abrió la mesilla y salió una bandeja con comida; lo que pareció pollo y rodajas de naranja, lo cubrían, con varios dulces. Ya no tenía hambre, había desayunado bien.
Sólo tomó algo de agua. Mientras aún permanecían en silencio. Seguro que el estilista pensaba que él estaría odiando al Capitolio por tener tantas facilidades para comer lo que quisieran, todo ello, y a cualquier momento del día. Pero no le daría el gusto de ver su rostro molesto; le daba igual.
Para él, era únicamente importante Rochelle y su hogar. Con su gente, y con que tuvieran de que alimentarse, era suficiente.
No necesitaba estos excesos.
—No parece que nos deprecies —le dijo, cómo si le hubiese leído el pensamiento.
—No lo hago. No es de mi incumbencia cómo vivan los demás. Y tampoco me importa.
—Bueno —dijo Geto—, dejando esto de lado, regresemos al tema en cuestión. Tu traje. Petra, la estilista del otro tributo de tu distrito, Uraume; y yo, hemos estado pensando en que vuestros trajes irán a juego. Como ya sabrás, es costumbre que los trajes reflejen el espíritu de cada distrito.
Era cierto. En la ceremonia inaugural los tributos tienen que llevar algo referente a la principal industria de su distrito. Cómo el Distrito 4, la pesca; o el Distrito 12, la minería. El Distrito 2 era la base del armamento del Capitolio, por eso era costumbre vestirlos de oro, representando la joya de la capital. Cómo romanos o guerreros fuertes, ya que de su distrito, también salían la mayoría de agentes de la paz.
—¿Iremos de soldados romanos? —preguntó. Pues ya se hacía a la idea. Tampoco le disgustaba; Rochelle había llevado un precioso modelito de guerrera en su año, que le había quedado como anillo al dedo.
—Creo que esa idea está muy vista ya; desde los pasados juegos, la gente del Capitolio se acostumbra a ver esos trajes. Entre Petra y yo, queremos algo nuevo; por lo que hemos decidido cambiar un poco las tornas.
—¿En qué sentido?
—El Distrito 2 se basa en el armamento y la fuerza que refleja para el Capitolio. Las armas, conducen a la guerra, y la guerra a muerte y sangre —al ver la expresión confundida de Sukuna, le sonríe cínicamente—. ¿No te asustará..., mostrar un poco de realidad a la población, verdad?
Las cejas de Sukuna se arquearon y algo interesado por su para nada, normal estilista, asintió a su proposición. De todas formas estaba destinado a la arena, ¿Qué importaba entonces molestarlos un poco?
Horas después, Sukuna ya está vestido con el traje preparado. Un traje sencillo, de corsé blanco con líneas doradas —haciendo alusión al oro de todos los años—, se cerraba en su pecho con lazo dorado y se extendía de su espalda como una capa hasta sus pies. Sus mangas eran marrones con runas amarillas, semejantes a sus tatuajes, y estas cubrían hasta la punta de sus dedos, con un degradado del marrón al oro. Su parte superior tenía una capucha, pero aún no la llevaba puesta. Su parte inferior eran unos pantalones sencillos blancos y botas de cuero que le llegaban hasta las rodillas. Parecía que relucía en dorado.
Viéndose frente al espejo, se fijo en su cabello.
Su nuevo cabello.
Seguía con su original rosáceo en la parte superior, pero le habían rapado desde la oreja hasta la nuca y lo habían teñido de marrón oscuro. Realmente era un cambio muy grande; pero incluso aunque le pidió que se lo tiñese de todo oscuro, Geto, su estilista, se negó.
Ahora agradecía no haberlo cambiado; se veía bien así. Y lo más importante era que ya no se parecía tanto a aquel chico del distrito doce. Además, le habían cortado un poco del frente, y se lo habían engominado hacia atrás. Definitivamente, le gustaba llevarlo hacia atrás.
Geto, se acercó a su espalda observando el maquillaje dorado en los ojos de Sukuna. Era un delineado sutil con bastante iluminador. Realmente aquel chico se veía muy bien, se vería bien con cualquier cosa, admitió el estilista en su cabeza.
—Ten. Ponte esto.
Sukuna tomó la diadema que le había pasado. Se la puso en su frente. Era un decorado de oro metalizado, con alas a sus lados, unas pequeñas y brillantes.
—Quiero que pulses el botón del centro cuándo lo creas mejor; y entonces, junto a Uraume, cogeréis los cubos —le explicó el hombre de cabellos negros. Quien también se había cambiado de ropa, pues ahora vestía una túnica dorada y algo transparente. Junto a una cinta atada en su moño, y sus uñas pintadas de negro.
Sukuna asintió sabiendo a lo que se refería con los cubos, y acariciando sus uñas doradas, lo observó con aquellos rubíes ojos. —¿Por qué estás dispuesto a hacer esto? —le pregunta—. Podría ser peligroso. Para mí ya da igual, estoy dentro de los juegos al final. Pero, ¿y tú?
Los ojos negros parecieron atravesar el alma del chico. —Podremos hablar de eso más tarde, cuando pase esta ceremonia —desvío el tema con sutileza—, dejando eso, quiero avisarte de que también le he hecho un traje a tu mentora. Pienso vestirnos a los cinco de igual forma, como un equipo.
Sukuna lo vio de reojo al escuchar la referencia a su mentora y la forman en que los llamaba, a todos ellos. Su ceja se arqueó susceptiblemente, cosa que el otro analizó.
—¿Un equipo? —preguntó—. Obviando eso, ¿por qué has decidido hacerle algo a Rochelle? Ella no está relacionada conmigo, sólo es mi mentora.
Geto se cruzó de brazos. —Por favor, no trates de ocultar lo que es tan visible; al menos para mi. He visto la grabación del día de la cosecha, y claramente era muy obvia la forma en que no sois desconocidos el uno para el otro. Pensé... que verla vestida con la misma tonalidad tuya, Uraume, Petra y yo, sería una forma de unión entre nosotros. Además, es una mujer atractiva y no podía dejar que otro estilista la vistiese de una forma que no encajase con todos nosotros.
—Escúchame bien —declaró Sukuna con furia en su voz y apuntando con su dedo—. Por mucho que hayas descubierto que somos cercanos, te aviso de que no puedes decirle a nadie sobre esto. Todos los tributos, sabemos perfectamente que no se puede confiar en el Capitolio y, mucho menos, en que sepan quienes son tus personas preciadas. Así que, tanto para ti como para cualquiera que habite este lugar, ella no es nada para mi. Si sé que se lo dices a alguien, y por alguna razón ella acaba en aprietos, te las verás conmigo. No me importa que seas uno de este maldito lugar.
Sukuna era bastante consciente de que si alguien como él, un simple estilista, se había pillado que ella era importante para él; tenía que ser más cuidadoso. No quería que por algo que cometiese, la castigasen a ella. Se culparía por el resto de su vida.
Aunque... teniendo en cuenta lo que acababa de hacer, que había sido amenazar a un estilista del Capitolio, esperaba no tener consecuencias a sus emociones incontrolables.
Geto sonrió a sus palabras, parecía que había encontrado algo que le gustaba en el más alto y acuerpado. Pero se apresuró a hablar.
—Supongo sabrás que hay peores personas que yo en el Capitolio. Puedes odiarme; odiarnos a todos nosotros, pero hay quienes se merecen más eso; quienes siguen fielmente las reglas del juego y hacen daño a inocentes —le habló el hombre con dureza en su voz—. ¿Sabes lo que le pasa a los tributos... relativamente atractivos que ganan los juegos? Me supongo que tú mentora, quien ganó los pasados juegos y estuvo de gira visitando distritos, incluido el Capitolio, conocerá bien lo que se mueve entre las grandes ligas. No es contra mi a quien debes dedicarle esas amenazas.
Aquello removió una sensación extraña en el joven Ryomen. No entendía a la perfección lo que estaba diciendo; pero si sabía que Rochelle había estado de gira por los distritos para celebrar su victoria. Por ende, también viajó al Capitolio y estuvo algunos días en este, antes de regresar al propio y recibir su casa en la aldea de vencedores.
Entonces con la mirada retraída, una memoria llegó a su cabeza. La sensación amargosa que se instaló en su pecho al ver cómo el acompañante del doce se había dignado a acariciar el cabello de la morena y tocar su cabello sin invitación. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza.
Recordó la extraña Rochelle que había entrado por su casa al recordar los juegos; la tensión al sentirse abrazada por él y, lo que había costado que se recuperase y regresase a ser ella. Rememoró las veces que tras los juegos, si alguien rozaba su brazo u hombro, la forma en que temblaba ligeramente su cuerpo.
Siempre lo había asociado a la culpabilidad de haber matado en los juegos y a lo que vivió allí dentro.
Sin embargo tras lo que acababa de escuchar, quizá era...., Era imposible. No. No había pasado nada de eso; estaba seguro.
Geto observó cómo este se había distanciado un poco de la conversación, y entonces, dio por terminada la sesión, y aquella situación algo tensa entre ambos.
—Vamos, Sukuna. Es hora de encontrarnos con los demás.
Los rubíes lo vieron temblando entre sus pupilas; la maraña que se apretaba en su estómago, lo había puesto incómodo. —Bien. Acabemos con esto —respondió, apretando sus puños y tensando su mandíbula.
No pensaría más. No pensaría en nada hasta que llegase la noche, y volviera a dormir junto a ella.
Caminaron fuera de la habitación dónde lo habían renovado por completo, al salir, se encontraron de inmediato con Uraume y su estilista, Petra. Lucían trajes parecidos, y para sus más intrusivos pensamientos, le pareció un poco cursi ir todos de color oro.
La estilista de Uraume, vestía una túnica parecida a Geto, sin embargo era más corta y con bordados dorados de purpurina en su falda. Por otro lado, su ojos rubíes se desviaron hacia la mujer tributo de su distrito. Vestía un traje, ningún vestido como habituaban las mujeres. Era todo blanco y estilizado, de bordes dorados y abierto en su pecho. No era que él se fijase en eso, pero era un traje un poco desvelador, pues al estar abierto en su centro, permitía ver parte de los laterales de su pecho.
Con tacones de quizá cinco centímetros transparentes, se acercó a él. Le habían recogido su cabello rojizo en un moño alto, y trenzado. Tenía hilos dorados brillando en su cabello. Y al igual que él, vestía una diadema en su frente metalizada en oro, cuya se extendía por sus laterales como alas de pájaros. Altas y hacia arriba.
—Te ves genial, Sukuna —le dijo ella, con sus labios dorados y maquillaje de ojos sutil.
Parecía que las mejillas de Uraume habían tomado un color rojizo. Sukuna le agradeció. Ciertamente, no se sentía él mismo. Con su corazón aleteando, algo nervioso. Sentía que era otro de esos muñecos que manejaban a su favor y preferencia. Odiaba ser el peón de otros, y por eso, aún cuándo sabía que se veía genial, sentía algo de repudio.
Geto se le acercó por detrás y le dijo cerca de la oreja: —Trata de disimular tu disgusto. Todos te estarán viendo.
Sukuna le vio por el rabillo de ojos, y apretando sus puños, asintió. Uraume pasó desapercibida aquella conversación, al verse muy centrada en detallar cada centímetro del joven Ryomen, junto a su cambio de cabello.
Minutos después, los llevaron al nivel inferior de Centro de Renovación, que es un lugar enorme, parecido a los establos de caballos. La ceremonia inaugural va a comenzar, y todas las parejas de tributos están subiendo a sus carros jalados por cuatro caballos. Los de Sukuna y Uraume eran blancos, con diademas dorados en sus frentes. Les habían pintado incluso los cascos de sus pies también de color oro. Por otro lado, el carruaje era blanco, con unas enormes alas en sus costados, brillantes y metalizadas. Se acercó a acariciar a uno de los corceles, animales tan bien entrenados que ni siquiera necesitaban un jinete que los guiase; de cierta manera, se sintió semejante a ellos.
Animales de uso único para entretenimiento; esclavos de otros, dónde sus vidas, si estaban fuera de utilidad, eran innecesarias.
Acariciando su crin blanca, sintió que algunos de sus malestares se fueran con sus dedos atravesando el pelaje. —¿Qué piensas? —preguntó una voz femenina a su espalda.
Sukuna tornó hacia aquella reconocida voz. Sus ojos se ensancharon, y su corazón dio un golpeteo arrollador en las paredes de su cuerpo. Rochelle estaba mucho más hermosa de lo que jamás podría haber imaginado. Aseguraba que, en los juegos del anterior año, su estilista no le había hecho justicia; no tanto como lo había hecho Geto.
Vestía un vestido blanco ceñido a su cuerpo, abierto en un corte sirena al final de sus pies, lo que realzaba su gran altura y piernas largas. Tenía un escote corazón, y una ala de brocado en encaje se posaba su hombro, cubriéndole únicamente su hombro derecho. Su melena rizada había sido trenzada a un lado, para realzar las alas que vestía en una corona al frente. Eran unas alas metalizadas dorados hacia abajo, cómo queriendo cubrir sus ojos.
Tenía una sonrisa disimulada, lo que conseguía atraer la atención a sus ojos pintados de blanco con iluminador dorado. Definitivamente, ella había brillado mucho más que él.
El corazón de Sukuna se hinchaba y se encogía por turnos como un pájaro zarandeado por una tormenta. Como no consiguiera aplacarlo, le despedazaría.
—Estás..., te ves..., —según a ojos de Rochelle, el rostro confuso y sorprendido de Sukuna es muy fácil de leer. Se le sale una risa suave a la chica de piel morena, lo que consigue sacarle una también a él—. Ni siquiera decirte lo hermosa que estás, podría equivalerse con la realidad.
Rochelle sonríe aún más, marcando aquella quijada tan delgada de su rostro. Toma una expresión sutil y añade con su voz suave: —Veo que el equipo de preparación también ha hecho un gran trabajo contigo, tributo.
Tras unas miradas complacientes, ambos se echaron a reír. Sukuna sabía que la única capaz de calmar todos sus males, nervios y sentimientos irracionales, era ella. Podría admitir incluso que los juegos le daban igual; ahora que ella estaba a salvo, y en casa, era más que suficiente. No le importaba siquiera su propia vida tanto como la de ella.
Los ojos rubíes no dejaban de detallar a la mujer de piel morena, aún más al verla de perfil hablando con su estilista, Geto. Ella era tan preciosa. Y temía que estos juegos, estos malditos juegos, la hubieran destruido de alguna forma. Temía profundamente por los miedos infundados por su estilista, y lo que podría haber ocurrido al año anterior.
De repente, la música de apertura inició, embullando sus oídos. Estaba a todo volumen por las avenidas del Capitolio. Sukuna observó a su alrededor, ciego de las luces y con el corazón agitado. Realmente nunca le había gustado ser el centro de atención de nadie.
Las puertas que daban al exterior se abren, dando paso a toda la gente que las ocupaba. El desfile duraba unos veinte minutos, y terminaba en el Círculo de la Ciudad, dónde los recibirían, sonaría el himno y los escoltarían hasta el de Centro de Entrenamiento. El que sería el lugar dónde permanecerían todos los tributos hasta el inicio de los juegos.
Los carros empiezan a salir. El primero siendo el Distrito 1, ahí estaba aquel joven delgaducho de cabello oscuro; iban relucientes, brillantes como joyas propias. Puesto el Distrito 1 fabricaba artículos de lujo para el Capitolio, se vestían acorde a ello. Los nervios comenzaron a recorrer su cuerpo, sabiendo lo que haría con los cubos de pintura, que se resguardaban en su carro.
Subiendo de un salto al carro, ayudó a su compañera Uraume para que subiera también. Geto les indicó como posar rápidamente, recordándoles sonreír, y mantenerse erguidos. También le recordó a Sukuna que presionase el botón cuándo lo creyese perfecto, y seguidamente el uso de los cubos.
Sus caballos comenzaron a avanzar. Parecían un carro alado, que había sido rociado en color oro al completo. Sukuna tornó a ver a Rochelle una última vez, y ella le vio con una mirada alta, llena de orgullo. Eso le hizo sacar sus embrollos en el estómago y mirar al frente con cautela.
Ciertamente sus trajes dorados, se parecían mucho a los anteriores años de su Distrito; pero eran muchísimo más elegantes. Además de que portaban armas, por supuesto, con balas de fogueo. Según le habían indicado Geto, debía pulsar el botón, hacer el espectáculo y luego usar los cubos.
Rochelle, su mentora, y Geto saldrían en las cámaras más adelante; cuándo se adelantaran para ir al Centro de Entrenamiento. Deseaba que ella se robara el aliento de las cámaras mostrando su tremenda belleza.
Uraume, teñida bajo las luces que atacaban sus cuerpos, le dedicó una sonrisa, y lo miró con superioridad. Sukuna asintió y optó por tomar la misma mirada para dedicar al Capitolio. Al entrar en la ciudad, la alarma inicial de gentío se transforman en vítores y mucha algarabía. Estos personajes siempre han amado con demasía los distritos profesionales.
«¡Distrito 2! ¡Distrito 2!» logran escuchar por todo el lugar. Después de haber alabado al Distrito 1, todos se tornan a vernos y ensanchar sus sonrisas orgullosos. Sukuna desvía su mirada para verse en las pantallas de televisión; ciertamente se veían impresionantes. Parecían asemejarse a ángeles de halos dorados.
La escasa luz de la luna los hace resaltar aún más. Brillar por el alrededor. Sukuna recordó la mirada de Rochelle, y dejando un sutil suspiro, sonrió con altanería hacia la gente, hacia las cámaras; ondeando su mano con alegría. Los vítores aumentaron aún más cuando Uraume también hizo lo mismo.
Entonces, a mitad del recorrido cuando la gente ya se ha calmado viendo a los carros detrás, Sukuna opta por tomar ese como el momento perfecto. Robar la atención de los otros distritos, y conseguir así mayores patrocinadores.
Llamando a una Uraume hipnotizada por el público, le señala presionar el botón porque es el momento. Sukuna se sube la capucha de su espalda, para ocultar su nuevo corte de pelo. Seguidamente, ambos hunden el centro de sus diademas aladas, y estas con ese movimiento, se transforman y extienden en sus rostros. Convirtiéndose en máscaras que les cubren hasta sus peinados perfectos. No dejan ver sus rostros, pero ellos pueden ver a través de metal avanzado tecnológicamente.
Escucha, entonces, como la gente regresa la atención a ellos, y tomando eso de iniciativa, toman sus armas. Han sido bien entrenados, por lo que están coordinados para darles un giro sobre sus brazos, alzarlas al aire y disparar seis tiros de fogueo cada uno con sus armas, marcando así los doce distritos.
Eso llama la atención de todo el público, los que probablemente han dejado de ver al Distrito cinco o seis. Entonces, Uraume y Sukuna resguardan sus armas a sus espaldas de nuevo, y tomando los cubos de pintura roja, se los lanzan por el cuerpo con ágiles movimientos. Manchando sus trajes blancos de una pintura que trata de asemejarse a la sangre, además de sus caballos blancos y carruaje nevado.
Todo había quedado manchando por sangre. El Distrito 2 acostumbraba a portar trajes que asemejaran las armas, pero tal como le dijo Geto, eso producía guerras, y estas por consecuente, las muertes. Querían mostrar el lado oscuro de este capitalismo.
La gente del Capitolio se había vuelto loca, los bañaban en flores por su actuación tan maravillosa; era probable que no hubieran entendido el mensaje, pero aún así, Sukuna estaba orgulloso de lo que había hecho. La música alta, los vítores y la admiración le corren por las venas, lo que consigue emocionar el latido de su corazón.
Estaba seguro de que Rochelle estaba orgulloso de él, en aquel momento. Y también estaba muy seguro de que los patrocinadores caerían a sus pies, rogando por darle todo lo que necesitase en la arena, al igual que a Uraume.
Segundos más tarde, la gente aún agitada por sus gritos y vítores al Distrito 2, se vuelve a alzar al vuelo. Con más ilusión y algarabía. Quizás muy felices de descubrir que, en estos juegos, los estaban entreteniendo de verdad. No lograba ver que sucedía carruajes más atrás, pero después de gritos inentendibles, se escuchó como aclamaban ahora, al Distrito 12. Gritaban y gritaban el nombre de Yuji Itadori y su compañera.
Algo carcomió por dentro al hombre de tatuajes. No sólo le había fastidiado los únicos juegos en los que participaría, sino que también su noche de debut. Estúpido ser que llevaba su misma sangre en sus venas.
Vio en las cámaras como estos tributos llevaban trajes negros de cuero, encendidos en fuego. Era impresionante, podía admitirlo, pero eso no le quitaba la ira que sentía al ver el reluciente y sonriente rostro de su gemelo en las pantallas.
Más tarde, ahora gritaban en unión todos los ciudadanos: «Sukuna y Yuji», eso le quitó toda la gracia y felicidad que sentía. Uraume incluso pudo notar la tensión en sus hombros. No obstante, gracias a sus máscaras, no había necesidad de que ocultase su rostro malhumorado.
¿Cómo podía la gente del Capitolio compararlo con alguien del Distrito 12? ¿Cómo iguales? La rabia que hervía sus venas, no se calmó en ningún instante.
Ya ni siquiera prestó atención al resto de la noche. Los caballos los llevaron justo a la mansión del presidente Satoru, dónde se habían detenido los doce carros. La música por fin se había detenido; la rabia hacía que sus oídos dolieran al escuchar aquella tortuosa música.
Ignoró todo aquello que el presidente soltó, sin embargo aún así, mantuvo su porte serio y regio. Si dándose cuenta de que por alguna razón, el presidente lo miraba a él y al estúpido tributo del Distrito 12. Como odiaba que le hubiera robado gran parte del protagonismo.
Pues las cámaras, se dedicaban a grabar a ambos distritos. Un rato el suyo, otro el 12. Era inquietantemente frustrante. Y todo aquello habían conseguido que Sukuna perdiese el control, por lo que solo deseaba que aquello acabase lo más rápido, para regresar a los brazos de Rochelle.
Se preguntó entonces que estaría haciendo en aquel momento.
Para terminar aquel espectáculo, suena el himno de nuevo tras las palabras del presidente, quien les había dado la bienvenida. Recorren el círculo una última vez los doce carros, para así, por fin, desaparecer en el Centro de Entrenamiento. Dejando atrás las luces, y la gente.
En cuanto cierran las puertas, Sukuna baja del carro de inmediato, ayudando a Uraume. Por supuesto, su rabia no la pagaría con nadie de su distrito. Por lo que, ignorando a los equipos de preparación que se acercaban a decirle piropos ininteligibles, arrebató un cubo de agua a uno de los trabajadores y se acercó a los caballos. Mantenía aún la máscara en su cabeza, pero como le permitía ver y respirar con normalidad, prefirió mantenerla para que nadie viese su rostro rabioso.
Rochelle todavía no había llegado, y eso lo mantenía más inquieto de lo normal. Necesitaba relajarse hasta que ella apareciese, por lo que, sabiendo que los caballos eran tan esclavos como él, ignorantes a las decisiones de los demás, se disculpó con ellos, y comenzó a retirarles la pintura roja de sus cabezas. Sabía que luego recibirían un buen baño, pero quería quitarles al menos lo que vestían en los ojos. Estos relinchaban pero se dejaban del hombre con máscara de oro.
Los pensamientos comenzaron a acomodarse en su cabeza, teniendo en cuenta que al igual que él, el resto de tributos estaban bajando de sus carruajes. Sabían que algunos querían verlos con odio por su estrellato, pero al ser uno de los distritos más poderosos, estos no hacían más que agachar sus cabezas. Eso conseguía relajarlo. Estaba seguro de que había llamado, aunque fuera de alguna forma, la atención del presidente y, su tentativa de guerra y la verdad tras las muertes.
Se preguntaba la razón de la tardanza de Rochelle, no obstante, atribuía una idea a la belleza de su vestido y de que seguro la habían detenido junto al estilista. Observó como Uraume se acercó a su lado, también ignorando al resto de tributos. Ella si se había quitado la máscara, devolviéndola a su real forma, aquella diadema de alas doradas.
—Sukuna, ¿estás bien? —le preguntó ella con sus suaves movimientos. Su cabello rojizo, atado en aquel moño, y su rostro maquillado, habían quedado impolutos a la sangre de su todo su cuerpo.
Sukuna negó. —Lo estaré —respondió, limpiando la sangre del segundo caballo. Estos parpadeaban, por fin viendo adecuadamente.
El agua con la que los limpiaba, había conseguido quitar restos de esa pintura en sus manos.
Entonces, Uraume comenzó a ayudarlo con otro de los cubos. Le pareció tierna su ayuda, por lo que le asintió con la cabeza. Uraume era una buena chica, y tanto como Rochelle, sabían que lo mejor para cuándo él estaba de aquel modo, era dejarlo reposar sus pensamientos; o en todo caso, si era muy explosiva su ira, dejar que la morena de cabello rizado se encargase de aquello.
No obstante, interrumpiendo sus pensamientos, una mano se posó en el hombro de Sukuna. Al ser más pequeña y delgada, él imaginó que se trataba de su preciada morena; empero, al girar y ver a la persona, toda su ira, que ya se había calmado de apoco, regresó con más fuerza.
Ahí estaba. Tras la máscara dorada, podía ver al chico de gran parecido al suyo. El reflejo amarillo que ocultaba su rostro, permitía ver el del joven más bajo. Sonriente, con los ojos iluminados. Casi se le desencaja la mandíbula al ver al portador de toda su rabia, frente a él.
—¡Hola! ¡Me llamo Yuji Itadori! —le dijo con sus ojos castaños, diferentes a los suyos, achinándose en sus esquinas al sonreír tanto—. Puede que no te hayas dado cuenta, pero, realmente tenemos un parecido impresionante, y me preguntaba si podríamos hablar de ello —le decía con su tono de voz agudo y aquel traje de cuero, brillando en su cuerpo.
—¿Ah? —simplemente soltó el joven más alto; lo que consiguió hacer temblar sus manos y por ende, liberar el cubo de sopetón, asustando a su vez a los caballos.
Uraume también se asustó y se acercó a verlos. Los tributos no podían acercarse los unos a los otros hasta el inicio de los entrenamientos. Pero lo que más le preocupaba a ella, era la rabia que estaba tensando los puños de su compañero.
Sukuna arrancó la máscara de su cabeza, de un manotazo, dejando su rostro limpio de sangre a la intemperie. Reluciendo su maquillaje sutil, y nuevo corte de pelo, con aquel traje manchado en sangre.
Junto a sus rubíes ojos, Yuji tragó grueso. La expresión molesta y su apariencia, sólo denotaban una presencia realmente intimidante en el más alto.
—¿Me estás pidiendo que ande de amiguito tuyo? —le inquirió Sukuna con un tono de voz lleno de ironía—. Un asqueroso tributo del distrito más pordiosero, ¿cree que puede medirse al tamaño de uno del dos?
Yuji abrió sus ojos exaltado, y retrocedió algunos pasos al escuchar sus palabras. Claramente, no se esperaba aquella reacción del tributo del Distrito Dos. Sukuna extendió uno de sus dedos, empuñándolo en el pecho del más bajo, y clavándole una mirada asesina, teñida de oscuridad bajo sus tatuajes delineados, le dijo.
»Lo que más odio en este mundo, es que alguien como tú, se digne a medirse como un igual a mi—casi le escupió las palabras, y empujándolo con fuerza gracias a su dedo, consiguió desestabilizar al muchacho para tirarlo al suelo.
Yuji, perplejo ante aquella reacción, añadió:
—¡Sólo quiero conocer a alguien que es mi jodida copia exacta! —le vociferó con rabia el más bajo, de cabellos rosados.
Sukuna sintió su labio temblar de la rabia, y para cuándo sus puños se apretaron con nudillos blancos, queriendo asestarle un golpe ahí mismo, a la única razón de su vacío interno; al responsable de su rabia y molestia desde el día que leyó la carta, y de como sus padres habían decidido venderlo a él para quedarse con el dinero, los sentimientos se cruzaron en su pecho. Apunto de explotar ante el chico en el suelo, Rochelle se interpuso entre ambos.
Aquel delicado rostro de piel chocolate, con su precioso vestido blanco se mostró ante él. La diadema de alas, la hacían ver más extraterrenal de lo que ya parecía.
—Sukuna, ya está bien. Vámonos —le pidió ella, e ignorando por completo a la razón de todos sus males, se marchó con ella.
Sin mirar en ningún momento hacia atrás, y dejando al chico de ojos castaños, asustado, confundido y perplejo, en el suelo. Por lo que alcanzaba a oír, se habían acercado los de su equipo a ayudar, pero realmente, ya le daba igual.
El Centro de Entrenamiento tiene una torre diseñada exclusivamente para los tributos y sus equipos. Este sería su hogar hasta el inicio de los juegos. Por ende, cada distrito, poseía una planta entera para ellos. Sólo había que subir por un ascensor, pulsar el número correspondiente a tu distrito y llegarías fácilmente al destino. Conforme subían, junto a Uraume y sus estilistas en silencio, Sukuna veía al suelo que quedaba abajo como la gente se convertía en hormigas.
Nadie había comentando nada sobre lo que había ocurrido hacía unos segundos. No obstante, Rochelle denotaba la mirada retraída de Sukuna y su vista posada en las motas de polvo que eran aquel Yuji y su equipo aún en los carruajes. Al encontrarse todos en el ascensor, y por mucho que aquel ascensor de paredes de cristal y velocidad increíble deslumbrase a los tributos, quiso apaciguar la tensión del ambiente.
—Como mentora vuestra, tras que me estuvieran entrevistando junto a Geto y Petra, gracias a sus hermosos trajes y fantásticas idea, he estado hablando de vosotros lo mejor que he podido. Nuestro Distrito es uno de las más fáciles y favoritos para atraer patrocinadores, pero nunca está de más, hablar aún mejor de vosotros —decía la morena con alegría.
Uraume la observó con atención. —Te lo agradezco, Roch. Ojalá consigamos muchos para la arena.
—Estoy seguro de que lo haréis. Aunque, he de decir que va a ver mucha competencia este año, sobre todo después del deslumbrante espectáculo que han hecho los del doce —metió la cucharada en la llaga el estilista de Sukuna.
La mirada rojiza se centró en él, casi fulminándolo, y el hombre de cabellos negros no hizo más que sonreír, al saber que había dado con el punto de rabia de su tributo. Escuchó como la mujer estilista, petra, le decía que se callase. Con una Rochelle que rio por lo bajo, tratando de desvanecer el ambiente incómodo, las puertas se abrieron.
Sukuna ni siquiera esperó a hablar con ellos, salió disparado de la puerta, y gracias a las indicaciones de unos personajes posados en las esquinas, de traes serios y maquillajes extraños, encontró su habitación.
Rochelle les pidió disculpas, y les pidió a todo el equipo que perdonasen su comportamiento. Diciéndoles que estarían listos para cenar. Con los asentimientos de todos, ella marchó tras él.
En su caminata rápida, Sukuna pudo darse cuenta de que aquel lugar era mucho más grande que su casa incluso. Con artilugios automáticos, aún más lujosos que el vagón del tren. No obstante, él ignoró todo eso y se lanzó a su cama con aquel maquillaje y ropa manchada de sangre.
Le daba igual mancharlo todo. Ahora mismo, dentro de él, todo era un simple desastre. Escuchó como su puerta se abrió de nuevo y unos tacones resonaron el el suelo. Sus manos morenas se deslizaron por un mando que había en una mesilla de noche, y colocando en una ventana, una imagen de un hermoso bosque, con el ambiente mismo en la habitación, pareció que se habían adentrado en el suyo de su distrito. Tan lejano ahora mismo.
Escuchando el susurrar de los árboles y el viento, sintió como la morena se sentó a un lado suyo, hundiendo el lado derecho de la cama, pero no tanto, lo que le parecía adorable. Queriendo abandonar los pensamientos de todo lo sucedido, los recuerdos ahondaron su mente.
Recordó que el día de la cosecha, de su propia cosecha, fue la primera vez desde que había regresado, en que Rochelle se acostó junto a él.
Con un ligero temblor de labios, sintió como ella se quitó sus tacones y se acostó junto a él. Frente a frente de nuevo. No tardó en acariciar sus delgados rizos.
—Chelly..., ¿puedo preguntarte algo?
—Dime —respondió ella en la soledad de la habitación, el rumor del bosque y sus respiraciones melancólicas.
Acariciando su cabello, Ryomen pareció dudar. En el fondo de su garganta, las preguntas y el miedo se atropellaban. Desesperadas por salir, por resolver. Queriendo olvidar lo sucedido y queriendo solucionar las dudas que su estilista había provocado en él de inmediato.
—Cuándo estuviste de gira, tras vencer tus juegos, ¿pasó algo..., algo tan horrible que puede que no me quieras contar?
El cuerpo de la morena se tensó de inmediato. Incluso Ryomen pudo notarlo en cada fibra de su cabello. Los ojos cítricos, casi de oro lo observaron con seriedad en la penumbra de la habitación. Parecían querer quemarlo vivo, convertirlo en cenizas a través de las llamas que atravesaban sus ojos. Eso había conseguido eliminar su suave mirada anterior.
—No pasó nada. Ya lo sabes, kuna. Sólo fui de gira, conocí al presidente, Gojo Satoru, pues me colocó la corona de vencedora y regresé a casa —respondió sin vida. Cómo un diálogo que se hubiera limitado a aprender de memoria para recitar llegado el momento.
Tomándola de improvisto, Sukuna se sentó en la cama y tiró de su brazo para encararla de frente, machándola levemente de la pintura roja. —Sabes que entre nosotros no hay secretos. Puedes confiar en mi, Roch...
Ella frunció su ceño, algo molesta y apartó su agarre de forma brusca y hosca.
—No sé que cosas puedes estarte imaginado, Ryomen —le dijo. Ella nunca lo llamaba por su apellido—. Pero no hay nada que deba contarte, porque nada pasó durante mi viaje.
Recogió unos rizos tras su oreja para tratar de calmar su respiración, mientras vestía una expresión confusa y forzadamente endurecida. Parecía que su corazón de queroseno, estaba apunto de sangrar el alquitrán que la estaba ahogando; hasta que se levantó de la cama.
No había ido a la habitación de él para hablar de cosas, que no venían al caso. Sino para lo que acababa de suceder con su hermano gemelo.
El murmullo de la desilusión logró salir de sus labios acelerados y gravitatorios, inconforme con lo que él le había preguntado de improvisto.
—¿No me crees, Ryomen? —regresó a preguntar ella.
Otra vez. Ryomen. No le gustaba que lo llamase de esa forma.
—No es eso. Sabes que no es eso —le dijo el chico, saliendo de la cama junto a ella. A una respectiva distancia para no molestarla aún más.
Ella negó, apretando sus brazos y hundiendo sus hombros vagamente. —Olvídalo. Me voy a mi cuarto a quitarme esto que llevo puesto, y a cenar algo. Si quieres, puedes bajar también a cenar. Seguro que tu estilista quiere hablar contigo de la impresión que habéis creado.
No obstante, Sukuna la sujetó del brazo y la encerró entre los suyos. Hundiéndola contra su cuerpo, mientras fruncía su ceño.
—Lo siento. Por favor, no te vayas. Quiero que estés a mi lado. Mi corazón no puede soportar tanto ahora mismo —le dijo él cerca de su oreja.
Rochelle suspiró angustiada. Obviando sus malestares, ella se mantuvo a su lado. Teniendo en cuenta, que su primera intención era ayudarlo.
Entretanto Sukuna apretaba sus puños tras la espalda morena. La expresión de odio se reflejó en sus rubíes ojos, y su mandíbula se tensó. Aquella reacción por parte de la morena, tan hosca e irrazonable, muy a su pesar, le confirmaba lo que tanto temía que hubiera pasado.
No lograba entender como ella no confiaba en hablarlo con él, sin embargo, esperaría hasta el día en que ella estuviera lista. Esperaría incluso años.
Los errores forman parte de la naturaleza de cualquier ser humano. Para algunos se pagan precios más caros. Siendo los susurros de una desilusión. Algunos eran más torcidos y equivocados. No obstante, ¿Cómo habían podido crear algo tan bello y, aún así, destruirlo?
Capitolio. Capitolio. Maldito Capitolio.
Se repitió una y otra vez en su cabeza, hasta que ambos clamaron sus respiraciones y se abrazaron profundamente. Acercando sus corazones y uniendo sus heridas sangrantes.
Sukuna juró aquella misma noche, que los haría pagar. Que haría pagar a todos ellos, y para conseguirlo, primero, debía ganar los juegos.
Y eso era lo que iba a hacer; aunque eso significase matar a su gemelo con sus propias manos.
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¡Nuevo capítulo, yujuuu!
Espero que lo disfruten y lamenten la tardanza. Amen tanto a Sukuna, como lo hago yo.
Un capítulo de seis mil palabras, sólo para ustedes. Así que llénenlo de comentarios y votos.
¡All the love, Ella!
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