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sᴀᴠᴀɢᴇ ᴏᴘʀᴇss









sᴀᴠᴀɢᴇ ᴏᴘʀᴇss
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— ¿Quién diablos eres?

Frente a mí estaba un tipo extraño; era enorme, imponente, con su piel de un tono amarillo y negro que resaltaba sus facciones duras. Sus cuernos sobresalían de su cabeza como si fueran garras demoníacas, y sus ojos, de un amarillo penetrante, me miraban con desconfianza, oscuros y vacíos. Tenía una musculatura formidable, marcada y preparada para el combate, y su presencia era tan opresiva que casi podía sentir el aire a su alrededor volverse más pesado. Un zabrak.

Me observaba con cautela, sus ojos deslizándose hasta mi sable de luz, aún en mi mano. Durante unos segundos, todo mi cuerpo quedó en trance, paralizado por el aura que parecía emanar de él. Fue solo un instante, pero el suficiente para que mi mente despertara. Rápidamente encendí mi sable, el resplandor violeta iluminando el área a nuestro alrededor mientras me colocaba en una postura defensiva.

— ¿Quién eres tú? —le pregunté, tratando de mantener la calma.

El zabrak alzó una ceja, su voz áspera y profunda. — Yo pregunté primero.

Su tono despectivo y el hecho de que no me diera una respuesta me irritaron, pero intenté ocultarlo. No podía permitirme volverme vulnerable al Lado Oscuro en este planeta.

— Soy una… una turista de Alderaan—mentí, tratando de no vacilar—, vine a explorar.

El zabrak alzó esta vez las dos cejas, de forma casi burlona. — ¿Y todos los turistas de Alderaan se tiran a una laguna con un sable en la mano para tomar un colgante? ¿O tú eres especial?

Ignoré sus palabras y mi mirada se desvió al suelo, buscando discrétamente la reliquia Sith entre las rocas y el fango, pero no había ni rastro de ella. Mi corazón comenzó a latir más rápido, un pequeño pánico recorriéndome al no encontrarla. Entonces levanté la vista rápidamente y ahí estaba, el zabrak, girando el colgante entre sus dedos con indiferencia, como si fuera un simple juguete.

Sentí una oleada de desesperación mezclada con ira recorriéndome, pero traté de mantener la compostura mientras él seguía mirándome aténtamente.

— Devuélveme el colgante —comencé sin perder tiempo—, y a cambio te dejaré irte de aquí ileso.

El zabrak ensanchó su sonrisa, claramente divertido, — ¿Así es como agradeces a tus rescatadores?

Un escalofrío recorrió mi cuerpo al recordar lo que había sucedido en el agua, pero no podía distraerme. Por lo que suspiré y levanté un brazo abriendo la palma de mi mano. — Bien, como quieras.

Sentí el familiar tirón de la Fuerza mientras la reliquia se deshacía de su agarre comenzaba a moverse en mi dirección, pero justo a mitad del trayecto, se detuvo en seco. Mi mirada se congeló al ver cómo el colgante retrocedía ligeramente, como si algo lo empujara hacia atrás.

Él lo estaba empujando hacia atrás.

Mi respiración se aceleró, y observé con incredulidad cómo el zabrak manipulaba la Fuerza con la misma habilidad que yo. Mis ojos se abrieron de golpe, la comprensión cayendo sobre mí como un peso abrumador. Esos ojos amarillos... el poder de la Fuerza… Solo una cosa los explicaba.

Tragué saliva con dificultad.

— Un Sith.

El zabrak, aprovechando mi desconcierto, recuperó el colgante completamente. Lo observó durante un segundo antes de alzar la vista hacia mí, con una expresión de cínico desdén.

— No es muy considerado que los turistas roben cosas que no les pertenecen —hizo una pausa y esbozó una sonrisa más fría, más peligrosa—. Especialmente cosas que podrían causarles graves daños.

A pesar de mi asombro, no dejé que me intimidara.

Gruñí, adoptando una postura más agresiva, encendiendo de nuevo mi sable y preparándome para lo que fuera necesario. Sabía que no debía perder el control, el Lado Oscuro estaba prácticamente respirando en mi nuca y no podía permitirme caer por un maldito colgante.

— Me llamo Helene Shield —me presenté con frialdad—. Y en nombre de la Orden Jedi te exijo que me des ese dichoso colgante por las buenas o acabarás tragándotelo.

Lo miré directamente, tratando de intimidarlo. Pero no pareció ni inmutarse. De hecho, dejó escapar una risa sarcástica antes de responder con desprecio.

— Oh, gracias por la aclaración. Ya comenzaba a pensar que eras una babosa de los Hutt.

Fruncí el ceño, sintiendo una punzada de ofensa, los Jedi no parecían asustarlo en absoluto. Apreté con más fuerza el mango de mi sable, tomando una respiración profunda antes de exigir de nuevo.

— Devuélveme el colgante.

El zabrak negó, como si estuviera disfrutando de cada segundo.

— Lo siento, pero como presido el Consejo AntiJedi Intergaláctico —empezó con una sonrisa burlona—, me niego a ser generoso.

Alcé las cejas, burlándome yo esta vez.

— ¿Consejo AntiJedi Intergaláctico? ¿En serio? ¿Tantos haters tenemos? —solté, entre risas—. ¿Cuántos miembros tiene? ¿Puedo unirme? Le tengo mucho odio a uno en especial.

El zabrak ignoró mis preguntas, y en su lugar me miró con un deje de superioridad en sus amarillentos ojos.

— Savage Opress.

— ¿Qué?

— Ese es mi nombre.

Lo observé unos segundos, buscando en mi memoria, pero no me sonaba de nada.

— Te debieron odiar mucho cuando naciste para ponerte ese nombre —señalé con desdén.

Él rodó los ojos, como si no le importara en absoluto, y luego añadió: — Soy el hijo de la Madre Talzin.

Fruncí el ceño.

— ¿Madre Talzin? —repetí, confundida—. ¿Tienen monjas aquí o algo así?

Por un segundo, su rostro adquirió una expresión perpleja ante mi ignorancia. Pero se recuperó rápidamente y negó con la cabeza, incrédulo.

— No tienes idea de dónde estás, ¿verdad? —dijo con un tono cargado de desprecio—. He podido sentir tu presencia desde kilómetros de distancia. Mi aldea está justo detrás de este pantano, y te aseguro que no estarán muy contentos de ver forasteros.

Resoplé, ya harta de todo el lío que había significado venir a este maldito planeta.

— Mira, yo solo estoy aquí por una misión —respondí con irritación—. Y créeme, deseo tanto como tú largarme de este sitio y volver a Coruscant. Ahora, dame el colgante.

Savage me miró fijamente durante unos segundos como si fuera a negármelo de la manera más frustrante posible, pero entonces una sonrisa lenta y maliciosa se estiró en su rostro.

— Te lo daré... con una condición.

Me tensé, llena de sospecha. No confiaba en él ni en lo que pudiera pedirme.

— ¿Cuál? —pregunté, entrecerrando los ojos.

Él hizo una pausa, dejando que el suspense se colara entre nosotros, y luego su sonrisa se amplió aún más, sus ojos brillando con un humor oscuro y retorcido que me heló la sangre, antes de que respondiera:

— Póntelo.

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Permanecí allí mirándolo, sintiendo una mezcla de furia y aprensión sabiendo exactamente lo que implicaría ponerme ese colgante. Podía sentir el Lado Oscuro vibrando dentro de la reliquia, casi como si me susurrara desde la distancia. Negué de inmediato, con firmeza.

— No pienso hacerlo.

Savage Opress me miró con una sonrisa burlona, girando lentamente el colgante en sus dedos. — Entonces, no hay trato.

— ¿Por qué quieres que me lo ponga? —pregunté, aunque el tono de mi voz dejaba claro que no me interesaba en absoluto complacerlo. Pero había algo detrás de esa petición que quería entender.

Él inclinó la cabeza hacia un lado, como un cazador estudiando a su presa. — Siento algo en ti… —dijo, su voz resonando con un peligroso interés—. Algo poderoso. Quiero ver si el Lado Oscuro puede corromperte, pequeña Jedi.

Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Lo que más me molestaba no era la insinuación en sí, sino la certeza que había en su tono, como si ya supiera la respuesta. Como si no estuviera preguntando, sino afirmándolo.

Negué nuevamente, mis manos apretándose alrededor del mango de mi sable de luz. — Ya te dije que no.

Savage dio un paso más cerca, girando lentamente a mi alrededor. Lo sentía como una sombra, oscura e insistente. Su presencia me envolvía, y aunque mi instinto era atacar, sabía que si lo hacía de la manera equivocada, estaría jugando directamente en sus manos. El Lado Oscuro me acariciaba la piel con las garras de una bestia agazapada, esperando que yo cometiera un error.

— No tienes por qué resistirte tanto —susurró, dando vueltas a mi alrededor, su voz baja y persuasiva—. Solo quiero saber de qué material están hechos los Jedis. ¿Qué podrías perder con intentarlo?

Así que quería que fuera su experimento….

Mis pensamientos volaron al comunicador. Podría alertar a los demás, hacerles saber que estaba frente a un posible Sith con la reliquia que tanto buscábamos. Pero algo en mí se negaba a hacerlo. No quería ni que Anakin, ni Shaak Ti, ni Obi-Wan llegaran a salvarme. Imaginé la cara del Consejo cuando llegara al Templo con la noticia de que había derrotado a un usuario del Lado Oscuro y conseguido el colgante yo misma. Tenía que hacer esto sola.

Apreté los dientes y mi puño alrededor del sable, mi mente calculando cómo salir de esto sin tropezar en la oscuridad.

— ¿Y bien?

Respiré hondo, evaluando mis opciones. El miedo a caer en el Lado Oscuro me hacía vacilar. Si atacaba directamente, corría el riesgo de que esa sombra que había sentido me atrapara. Pero, ¿cómo podría recuperar la reliquia sin que él se diera cuenta?

Finalmente, tomé una decisión. Solté un suspiro y, resignada, tiré mi sable de luz a un lado. Savage alzó una ceja, claramente sorprendido. Sus ojos amarillos brillaron con satisfacción, como si supiera que había ganado. Pero cuando extendí mi mano hacia su figura, utilicé la Fuerza para lanzarlo contra un árbol detrás suyo.

El zabrak fue arrojado violentamente y cuando intenté atraer el colgante hacia mí, algo lo detuvo nuevamente a medio camino. Savage se levantó del suelo, sus ojos brillando con una intensidad peligrosa mientras el colgante permanecía firmemente en su mano.

Sonrió, con una satisfacción que no esperaba.

— Bueno —habló, su voz más oscura que antes—... que así sea, entonces.

Savage encendió su sable con un rugido que resonó en el aire, y mis ojos se abrieron con sorpresa. Un sable de doble hoja. El brillo rojo iluminó su rostro, intensificando la amenaza en sus ojos amarillos.

Hice un puchero. ¿Por qué a mí nunca me ofrecieron un sable de doble hoja?

No tuve tiempo de lamentarme cuando Savage ya venía corriendo hacia mí, como una bestia salvaje, blandiendo ambas hojas con una fuerza que me hizo tensar el cuerpo de inmediato.

Con un gesto rápido, atraje mi sable de vuelta a mi mano usando la Fuerza, y lo encendí en un destello violeta justo a tiempo para bloquear su primer golpe. El impacto sacudió mi cuerpo, obligándome a apretar los dientes. No tenía otra opción. Tenía que pelear, pero con el menor enojo posible.

Savage atacaba con una ferocidad implacable, cada movimiento de su sable parecía un torbellino visual. Yo retrocedía, usando la forma Ataru, dando saltos ágiles para esquivar los embates que parecían destinados a partirme en dos. Cada golpe resonaba en mis brazos, pero logré mantenerme firme. El estilo de combate de Savage era diferente al de Anakin. No tenía la precisión calculada de él, sino pura fuerza bruta.

Anakin…

Mi mente vagó un momento hacia Skywalker. Recordé cómo mantenía la calma al principio de nuestros duelos, dejando que yo atacara mientras él esquivaba con precisión casi irritante hasta que me agotaba y luego tomaba la ofensiva con su estilo agresivo. Eso me dio una idea.

Comencé a concentrarme más en la defensa, bloqueando sus ataques, saltando hacia atrás o desviando sus golpes con la Fuerza, dejándolo que se cansara con el tiempo. La frustración comenzó a irradiar en su mirada cuando se dio cuenta de que no estaba logrando lo que quería.

— ¡No te estás esforzando, Jedi! —gruñó irritado, lanzando un ataque hacia mí con más violencia.

Sonreí maliciosa.

— Solo estoy calentando.

La rabia en sus ojos aumentó y arremetió contra mí con renovada furia, pero ahora era yo quien llevaba el control. Savage cargó de nuevo, pero esta vez, lo noté más descuidado, más cansado. Y cuando vi la oportunidad, decidí cambiar el juego. Comencé a atacar, cada golpe más certero y con mayor fuerza. Con un movimiento rápido, desarmé su sable con la Fuerza, haciendo que su arma saliera disparada de sus manos. Antes de que pudiera reaccionar, lo empujé con una oleada de energía, lanzándolo al suelo con violencia.

Su cuerpo, sin equilibrio, cayó al suelo. No perdí ni un segundo. Lo empujé con la Fuerza, aplastándolo contra la tierra, y me lancé sobre él, mis rodillas presionando contra su tórax, manteniéndolo inmovilizado.

Ambos jadeábamos por el esfuerzo. Mi rostro quedó peligrosamente cerca del suyo, lo suficiente para ver la rabia ardiendo en sus ojos. Pero yo sonreí, victoriosa.

— ¿Quieres seguir comprobando de que material estamos hechos los Jedis? —pregunté, entre respiraciones entrecortadas.

Savage me miró, su pecho subiendo y bajando rápidamente bajo el peso de mi cuerpo. Por un segundo, pensé que había ganado, que este duelo había terminado. Pero entonces algo en él me hizo vacilar.

— ¿Tanto te costaba ser agradecida con tu salvador? —escupió, con una sonrisa torcida.

Y antes de que pudiera responder, sentí un tirón en mi cuello.

Mi concentración se quebró. En el momento en que me di cuenta, era demasiado tarde. Savage, con una rapidez que no esperaba de alguien tan agotado, había aprovechado mi distracción. En un abrir y cerrar de ojos, sentí el frío metal del colgante rodeando mi cuello.

Lo miré horrorizada mientras él sonreía con satisfacción.

— Ahora, pequeña Jedi —dijo con una sonrisa victoriosa—... veamos qué tal te sienta el Lado Oscuro.





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La fatiga me abrumó mientras sentía el peso aplastante envolviéndome como un sudario.

Era imposible no sentir cómo el odio burbujeaba en mi interior, exigiendo una salida, buscando destruir algo o a alguien. Cuando me recompuse intenté desquitarme con Savage, pero para mi sorpresa, ya no estaba. Había desaparecido como un cobarde y no pude evitar burlarme de su huida.

Miré mis manos, sabiendo que debía quitarme el maldito colgante, pero no podía. La desesperación ahogaba cada rincón de mi ser, mientras el poder vibraba a través de mí, haciéndome sentir más fuerte que nunca. Era adictivo. Y por un momento, la tentación de seguir sintiéndome invencible fue casi insoportable.

Pero todo se desvaneció en cuanto escuché un grito agonizante.

Mi corazón se detuvo. ¿Anakin?

Alarmada, sentí cómo su presencia llenaba el aire. No era solo un grito, era un llamado desesperado de auxilio.

El miedo me invadió. Sin pensarlo dos veces, encendí mi sable de luz y empecé a abrirme paso, cortando cualquier cosa que se interpusiera en mi camino. En cada golpe de mi sable, el deseo de vengarme de Savage se mezclaba con la necesidad de encontrar a Anakin. Sus gritos resonaban más fuerte, mi desesperación aumentó con cada paso que daba.

Finalmente, todo mi mundo dio paso a algo que no esperaba y me detuve en seco al llegar al borde de un acantilado.  ¿En qué momento había dejado el pantano atrás?

Pero no hubo tiempo para dudas, no cuando escuché su grito otra vez, más cerca, más desesperado.

— ¡Helene! —su voz perforó el aire.

Corrí hacia el borde del acantilado notando como la tierra rocosa del planeta pasaba del rojizo a un tono más oscuro que me hizo dudar de mi realidad visual. Finalmente llegué al límite y lo vi ahí abajo, tendido en la orilla de un río de… ¿sangre? ¿lava? La superficie del agua brillaba con un tono carmesí, como el cielo sombrío de Dathomir.

Anakin estaba allí, encorvado, su cuerpo parecía retorcido de dolor. Lágrimas teñidas de rojo caían por su rostro y mi corazón saltó cuando su mano izquierda se levantó hacia mí, temblando, extendiéndose como si suplicara que lo salvara.

— Ayúdame… —La súplica en su voz me desgarró.

El Lado Oscuro vibraba en mí, empujándome hacia una decisión. Podría dejarlo morir aquí. Dejarlo sufrir, hundirse en ese río de muerte, y regresar al Templo victoriosa. Nadie podría cuestionar mis logros, mi poder. Podría destruirlos a todos si lo intentaran.

Pero otra parte de mí… me gritaba que lo ayudara, porque Anakin se había convertido de una manera u otra en alguien importante en mi vida. Él era quien me impulsaba a ser mejor, quien sacaba mi verdadero potencial. ¿Cómo podía dejarlo morir?

Bajaría.

Tenía que salvarlo, el Lado Oscuro rugió en forma de posesividad mientras veía a Anakin y rápidamente comencé a examinar los puntos del acantilado por los que descendería sin matarme en el proceso.

Pero antes de que pudiera hacerlo, una mano firme me detuvo bruscamente, tirando de mi brazo hacia atrás. Me giré de golpe, lista para luchar, pero me encontré cara a cara con una figura que despreciaba con todo mi ser. Savage.

Su presencia era una mezcla de fuerza bruta y maldad pura. El odio burbujeaba en mi interior, alimentado por el deseo de venganza y la desesperación. La Fuerza rugía a través de mí, instándome a atacar, a acabar con él de una vez por todas y no dudé en abalanzarme sobre él con un grito de ira. Nuestros sables chocaron con un sonido agudo y penetrante, presionando más fuerte para quemar el rostro del otro.

— ¿Qué te hizo pensar que podías jugar conmigo de esa manera? —grité, con mi voz llena de desprecio.

La mirada de Savage era completamente seria, pero sonrió sin un toque de diversión. — Si quieres salvar a tu chico, será mejor que obedezcas.

Su amenaza me hizo girar rápidamente, acordándome de que Anakin estaba agonizando y estuve por saltar al río desde mi lugar hasta donde pensaba que estaba. Pero mi impulso se detuvo bruscamente cuando me di cuenta de que él ya no se encontraba allí.

Miré a mi alrededor desconcertada y busqué respuestas en el rostro burlón de Savage.

— Ha conseguido huir —dijo Savage con una sonrisa cruel y satisfecha—, pero no estará a salvo por mucho tiempo.

Un escalofrío recorrió mi cuerpo, mezclándose con la furia que crecía dentro de mí. La desesperación me consumía, y el sable violeta apuntaba directamente al pecho de Savage. Mi respiración se volvía cada vez más agitada, y el odio se estaba apoderando de mi mente.

— ¿Qué es lo que está sucediendo? —exigí, mi voz cargada de ansiedad y rabia.

Savage Opress se acercó lentamente, con su sonrisa ampliándose en una mueca de malicia.

— Anakin está siendo perseguido por alguien que quiere verlo muerto —dijo, su voz cargada de veneno antes de sisear: —. Su nombre es Obi-Wan Kenobi.

Las palabras me golpearon como una bofetada y la incredulidad me paralizó por un momento.

¿El Maestro Kenobi? No podía ser verdad, él era su mentor, ¿por qué diablos le iría a hacer daño?

— ¡Mientes! —le grité, mi voz temblando de furia—. ¿Por qué lo haría?

— Kenobi quiere deshacerse de todo aquel que considere una amenaza para él —gruñó Savage—. Anakin es demasiado poderoso para dejarlo vivir.

Mis pensamientos se enredaron en un torbellino de confusión. La idea de que Obi-Wan, alguien a quien había respetado, quisiera acabar con Anakin fue insoportable. Mi mente se llenó de preguntas y un enojo cada vez más creciente. Anakin no era solo un Jedi más; era mi fuente, mi energía, mi poder… No podía dejar que lo matara.

Notando mi ira, Savage hizo una oferta que me pareció tentadora.

— Si me llevas hasta Kenobi, juntos podremos derrotarlo —aseguró, con compromiso—. Y ese muchacho estará a salvo.

La propuesta era seductora y mi mente comenzó a considerar la idea. La posibilidad de salvar a Anakin y al mismo tiempo vengarme de Obi-Wan era demasiado atractiva. También me prometí a mí misma que, una vez que hubiera terminado con Kenobi, no dejaría que Savage viviera para disfrutar de su victoria. Él también pagaría por sus crímenes. Nadie jugaba conmigo de esa manera.

Asentí, mirando el brillo en sus ojos. — De acuerdo.

Castigaría a Obi-Wan Kenobi por hacerlo.

Lo castigaría por tocar lo que era mío.

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