sʜᴀᴍᴇʟᴇss
sʜᴀᴍᴇʟᴇss
⫘⫘⫘⫘⫘⫘
En otras circunstancias, una ceremonia Jedi habría sido más agradable. Pero esta vez no lo era.
Estábamos en el Templo, en la misma sala en donde Kit, Aayla y yo habíamos sido ascendidos a Caballero y Damas Jedi. La luz del atardecer se filtraba a través de los ventanales altos, proyectando un brillo cálido sobre el suelo pulido de piedra. A mi lado, Cal permanecía en silencio, con los brazos cruzados, observando junto a mí cómo Anakin y otros padawans aguardaban su turno para ser ascendidos. La sala se sentía cargada de un aire agridulce que nadie podía ignorar.
Anakin estaba allí, al frente de todos, con la mirada fija en el Consejo y una postura recta y decidida. A pesar del orgullo que me llenaba al verlo, no podía evitar un pequeño resquemor al saber que estaba siendo ascendido a Caballero Jedi a una edad tan temprana. No era común que alguien de su edad lo lograra tan rápido, y parte de mí se preguntaba si estaba realmente preparado.
Pero, en el fondo, sabía que si alguien merecía este honor, era él. Había pasado por pruebas que ningún otro de su generación habría soportado, había demostrado lealtad, habilidad, y coraje. Así que era más que digno.
Respiré hondo y dejé ir el recelo, como quien libera un peso que no tenía razón de ser.
— Está bien —murmuré, casi para mí misma, mientras apretaba suavemente los brazos contra mi costado—. Se lo merece.
Cal me miró de reojo, pero no dijo nada. El Maestro Yoda avanzó lentamente hacia el grupo de Padawans, y su pequeña figura irradiando calma me hacía preguntarme si de verdad había lamentado todas las pérdidas de la batalla de Geonosis. Ningún maestro se veía lo suficientemente afligido, excepto Shaak Ti.
— El camino del Jedi, largo y desafiante es. Hoy, un nuevo capítulo comienzan. Con el título de Caballero, mayor responsabilidad llega —habló, con sus ojos recorriendo a cada uno de los jóvenes—. Compasión, equilibrio y sabiduría, siempre recuerden tener. No para ustedes mismos viven. Para la paz, para la justicia, un Jedi es.
Mientras Yoda hablaba, Anakin buscaba algo con la mirada, sus ojos moviéndose inquietos por la sala hasta que finalmente se encontraron con los míos.
Me sonrió, de manera genuina e intenté devolverle el gesto, pero lo que salió fue más una mueca.
— Nuevos comienzos celebramos, pero a aquellos que no están con nosotros también honramos —siguió Yoda, con una voz llena de pesar—. En Geonosis, muchos de los nuestros cayeron. Valientes fueron, todo por la paz sacrificaron. Recordarles, debemos. En vano nada será.
El salón se sumió en un silencio respetuoso. Sentí un nudo en el estómago al pensar en los compañeros que habíamos perdido, en aquellos que habían dado su vida. Yoda miró a cada uno de los presentes con gravedad. — Por ellos, continuamos. Por la paz, por la justicia. Nunca olvidemos.
— ¿Va a repetir lo mismo tres veces más? —murmuró Cal en mi oído, con aspecto cansado.
Le dirigí una mirada para que guardara silencio y mis ojos se detuvieron en Obi-Wan. Él evaluaba a Anakin, escudriñando su figura atentamente. Sabía que aún no estaba completamente seguro de ascenderlo a Caballero Jedi, al igual que yo, y entendía sus razones; Anakin era impulsivo, joven y poderoso… demasiado poderoso como para no tener a alguien poniéndole límites.
Pero por otra parte, lo entendía a él. Era el que más peleaba por tener su lugar en la Orden, el que más se arriesgaba por la galaxia, y al que más hacían trabajar. Que apenas lo dejaran ir solo al baño debía ser increíblemente frustrante para Anakin.
Los honores comenzaron de inmediato. Alrededor de ocho maestros formaron fila para nombrar a sus respectivos padawans hasta que finalmente llegó el turno de Obi-Wan, quien posó sus ojos severos sobre él y alzó la voz:
— Anakin Skywalker —llamó Obi-Wan, firmemente, aunque noté un atisbo de vacilación en su mirada. La relación entre ambos había estado tensa desde hace un tiempo, y este momento parecía estar cargado de emociones contradictorias. Sin embargo, Obi-Wan se recompuso con rapidez, y nadie más en la sala pareció percatarse de su inseguridad.
Anakin dio un paso al frente con la cabeza alta antes de arrodillarse y su maestro suspiró: — Mi joven aprendiz, has recorrido un camino largo y desafiante desde el día en que llegaste al Templo Jedi. Eres alguien que ha demostrado gran valentía, pero también un profundo compromiso con la Orden y con aquellos a quienes servimos. Hoy, te nombro Caballero Jedi, no solo por tus habilidades en combate, sino por el corazón que has mostrado al enfrentarte a la adversidad. Que el resto de tu camino te guíe hacia la sabiduría y la paz.
Obi-Wan desenfundó su sable de luz y, con un solo movimiento, cortó la trenza de padawan de Anakin, oficializando así su nombramiento como Caballero Jedi.
Un aplauso unánime resonó en la sala, pero el mío fue más lento y pesado que el del resto. Observé cómo Anakin recorría la sala con sus ojos, con una mezcla de orgullo y satisfacción en su expresión. Finalmente, su mirada volvió a encontrar la mía, y me esforcé en ofrecerle otra sonrisa que probablemente se debió haber visto horrorosa.
El bullicio de la sala aumentó cuando Padmé, con elegancia, se acercó al grupo de padawans para felicitarlos y aproveché el momento para alejarme hacia la mesa de bebidas. Con una copa de Whyren's Reserve en mano, dejé que el licor caliente recorriera mi garganta, tratando de calmar las emociones encontradas que bullían dentro de mí.
Entonces, sentí una inconfundible presencia colocarse justo a mis espaldas antes de que pudiera moverme. Solté un suspiro: — ¿Vienes a darme el discurso inspirador de turno o estás esperando a que me embriague?
La Maestra Ti no se alteró por mi comentario, como era de esperar.
— Ya te lo sabes de memoria —respondió con calma, lo que me arrancó un gruñido.
— No estoy de humor para sermones, maestra —farfullé, con ganas de irme. Pero antes de poder dar un paso hacia la salida, ella me tomó las manos, en un gesto firme pero cálido.
— ¿Qué sucede, Helene? Te noto muy tensa —inquirió Shaak Ti, frunciendo sus cejas—. ¿Cómo es qué aún no has ido a felicitar a Anakin?
Me quedé en silencio. El aire se volvió incómodo, y no tuve el valor de darle una respuesta. Me sentí estúpida y ella pareció interpretar mi silencio a la perfección, como siempre lo hacía.
— Mostrar algunos sentimientos en público no es un crimen, Helene —añadió suavemente.
— Eso no es lo que el Código Jedi insinúa, maestra.
Shaak Ti esbozó una leve sonrisa.
— Sabes que el Código Jedi me parece... un poco anticuado en algunos aspectos —respondió, desviando la mirada—. Y creo que en muchas ocasiones, se interpreta de una forma radical. El Lado Oscuro te vuelve alguien inhumano, pero no sentir cosas… también.
Seguía sosteniéndome de las manos, sus ojos tranquilos buscaban los míos como si intentara traspasar las barreras que me había impuesto. No respondí de inmediato, sus palabras aún resonaban en mi mente. Eran atrevidas, viniendo de alguien tan respetada como ella. Pero también eran liberadoras. Casi aterradoramente liberadoras.
— No es tan simple —dije al final, sintiendo que cualquier otra palabra se quedaba atrapada en mi garganta.
Mi mirada se desvió hacia Anakin, que hablaba con Padmé y Obi-Wan, con esa luz en sus ojos que siempre parecía iluminar la habitación. Una sensación de nudo se formaba en mi estómago. Lo amaba, eso lo sabía. Pero… ¿hasta qué punto? Y más importante, ¿hasta qué punto estaba dispuesta a seguir haciéndolo?
— ¿No es simple? —preguntó Shaak Ti, con una leve sonrisa en los labios—. A veces, los sentimientos nos abruman porque nosotros mismos los complicamos.
Aparté la mirada de Anakin y la dirigí al suelo, luchando por mantener la compostura. Mi mano se aferraba con fuerza a la copa de bebida. No quería escucharla, no quería que pusiera palabras a lo que ya estaba intentando negar.
— No puedo... —comencé, pero me interrumpí a mí misma, sacudiendo la cabeza—. No puedo permitirme esto. Soy una maestra, soy una Jedi. Lo que siento está mal, me distrae... él...
— Te importa. —Shaak Ti completó la frase, su voz era calmada, pero decidida—. Te conozco más que cualquier otra persona en el Templo, Helene. Yo te he criado y se cómo funciona esa revoltosa cabeza tuya y tu corazón.
Me solté de sus manos, como si ese simple contacto hiciera que las barreras que había construido durante tanto tiempo se derrumbaran. Las palabras que había retenido durante tanto tiempo, los sentimientos que nunca quise admitir, comenzaron a pesar sobre mis hombros.
— No va a terminar bien —hablé, en un frágil murmullo—. Si me permito... si nos permitimos sentir algo más, nos perderemos. Perderemos quiénes somos. Y él... Anakin ya tiene tanto en su contra. No puedo añadir a eso.
Shaak Ti me observó en silencio por unos segundos con su expresión siempre calmada, cómo si tuviera respuesta a todo. Se acercó y puso una mano en mi hombro, no con la intención de consolarme, sino de recalcar lo que iba a decir.
— Amor no es lo que destruirá a Anakin —dijo, dejando caer las palabras con cuidado, ignorando el peso que tenían—. Negar lo que somos, lo que sentimos, eso es lo que nos lleva al Lado Oscuro.
— Él no... —comencé a decir, pero me detuvo.
— No te estoy diciendo que ignores el Código, ni que sigas un camino imprudente. Pero el miedo que te consume, la duda que tienes sobre ti misma y sobre él... eso es lo que debes enfrentar —Shaak Ti soltó mi hombro, dejando que sus palabras hicieran eco—. Solo tienes una vida, Helene, así que vívela.
Por un momento, el ruido del salón, el murmullo de las felicitaciones, las risas que nos rodeaban, se desvanecieron. Solo quedaba la verdad que no quería aceptar: quería seguir amándolo, no sé hasta qué punto, pero quería seguir haciéndolo, quería seguir sintiendo.
— Ve a felicitarlo —me animó Shaak Ti finalmente, rompiendo el silencio con suavidad—. Yo cuidaré que Cal no vuelva a comer ningún pastel de Bantha, ni se acerque mucho a Windu.
Mi pecho se tensó a la vez que soltaba una breve risita, pero asentí agradeciéndole. Era momento de romper algunas barreras, o tal vez simplemente filtrarse a través de ellas sin hacer mucho ruido. Me giré, buscando a Anakin con la mirada una vez más. Sabía que él también estaba buscando la mía, lo había hecho toda la noche.
Cuando nuestros ojos se cruzaron, Anakin se disculpó rápidamente con Padmé y Obi-Wan, murmurando algo que me hizo sonreír ante sus rostros llenos de confusión, observándolo mientras se alejaba a pasos largos hacia una esquina más apartada de la sala a la que yo me estaba dirigiendo.
Mi corazón dio un vuelco en el pecho cuando me di cuenta de lo cerca que estábamos ahora. El bullicio de la ceremonia y los festejos a nuestro alrededor parecían desvanecerse. Anakin llegó a mi lado, su respiración acelerada, pero no por esfuerzo. Era como si también estuviera ansioso, como si la urgencia de estar conmigo lo hubiera llevado hasta aquí, donde podríamos hablar sin ser observados.
— Hola… — murmuró en voz baja, una pequeña sonrisa se asomaba por su rostro mientras agachaba la cabeza para mirarme—. Yo… estaba deseando verte.
No me dio tiempo a responder, Anakin se había abalanzado hacia mí para rodearme en un fuerte abrazo que me descolocó momentáneamente. Respiré hondo haciendo que su aroma corporal me embriagara más que el shot de Whyren's Reserve y sin darme cuenta había envuelto mis brazos a su alrededor para sentirlo aún más profundamente.
— Felicidades, Ani —susurré, cerrando los ojos—. Te lo mereces.
Sentí como sonreía, enterrando sutilmente su cabeza en mi hombro aunque la mía ni siquiera alcanzara el suyo. Su altura parecía ir ganando varios centímetros cada día que pasaba, y eso me aterraba ligeramente considerando que podía alcanzar fácilmente los dos metros si seguía creciendo de aquí a unos años.
Cuando nos separamos (Anakin algo reacio) él se veía tan hermoso y feliz que no pude evitar devolverle la sonrisa, esta vez más sinceramente.
— Escucha —continuó, mirando hacia los lados para asegurarse de que nadie nos estaba observando—, he pensado que esta noche, para celebrar... tal vez podríamos ir a algún lugar.
Levanté una ceja. — ¿Quieres ir de copas?
Anakin negó, ampliando y embelleciendo su sonrisa. — No. Quiero ir a un sitio más privado, más íntimo —confesó, bajando el tono de voz antes de mirarme con un brillo de amor en sus ojos—. Solo nosotros dos.
El plan me puso nerviosa al instante, y mi mente se llenó de todas las posibles complicaciones que se nos vendrían encima. ¿Y si alguien nos veía? ¿Y si alguien comenzaba a sospechar?
Pero la intensidad en los ojos de Anakin era tan innegable que fue inevitable recordar las palabras de la Maestra Ti.
“Solo tienes una vida, Helene, así que vívela”
Me mordí el labio, reflexionando brevemente. La lógica me decía que debería rechazarlo, que era peligroso. Pero en el fondo, algo dentro de mí quería estar a solas con él.
— Está bien —dije finalmente, esforzándome por no dejar que mi nerviosismo se notara—. Solo nosotros dos.
La alegría en el rostro de Anakin fue inmediata, como si acabara de recibir la mejor noticia del día. Sus ojos brillaron con esa chispa inconfundible que solo él tenía cuando conseguía algo que deseaba con todo su ser.
— Genial —murmuró intentando esconder su sonrisa ansiosa bajando la cabeza—. No te arrepentirás, lo prometo.
Antes de que pudiera responderle lo mucho que dudaba eso, escuchamos una voz a nuestras espaldas.
— Felicidades, Skywalker —habló Kit llegando hasta nosotros, seguido de Aayla, quien sonreía de oreja a oreja con picardía.
Anakin y yo nos separamos con rapidez, disimulando nuestra cercanía. Me crucé de brazos, fingiendo que estaba completamente tranquila mientras ellos se unían a la conversación.
— Gracias —respondió Anakin, girándose hacia ellos con pequeño sonrojo, avergonzado—. Ha sido... un día importante.
— Prepárate para chambear el triple que antes —bromeó Kit, lanzándonos una mirada que sugería que tal vez había notado algo, aunque no lo mencionó directamente—. Pero al menos ahora te darán túnicas más aesthetics.
— ¿Y tú, Helene? —preguntó Aayla, dirigiéndose a mí con una sonrisa maliciosa—. ¿No crees que Anakin ha hecho un trabajo excelente?
Le lancé una mirada, asegurándole que la ahogaría con la almohada mientras dormía esta noche.
— Claro que sí —respondí, forzándome a hablar con naturalidad—. Ha demostrado ser digno del título.
Sobre todo cuando mató al piloto cazarrecompensas de Dathomir y a toda la población de la aldea Tusken.
Anakin me miró de reojo, y sabía que estaba pensando lo mismo. Mis ojos se dirigieron nuevamente a la mesa de cócteles, donde justo detrás veía a Shaak Ti arrastrar a un moribundo Cal con restos de pastel de Bantha en su boca hacia la enfermería, y sonreí abiertamente. — ¿Un brindis? Por el fin de la guerra.
Kit me miró extrañado. — ¿Fin de la guerra? Acaba de comenzar…
Me encogí de hombros, y mi mirada paso brevemente a Anakin, antes de un cosquilleo en el corazón me recorriera involuntariamente.
— ¿Quién dijo que hablaba de esta guerra? —pregunté, observando sus expresiones aturdidas. Sin embargo, Anakin sonrió al respecto con un brillo en los ojos mientras me miraba.
Y aquello fue suficiente.
⫘⫘⫘⫘⫘⫘
— ¿A dónde vamos? —pregunté de nuevo, riéndome. Anakin tomaba mi mano y me guiaba por las calles de alto Coruscant.
— Ya lo verás —respondió, mirándome con esa sonrisa que me dejaba sin aliento. Su belleza nunca perdería la capacidad de dejarme sin aliento una y otra vez.
Como ambos éramos mayores de edad, la Orden nos daba cierta libertad para explorar la ciudad sin avisar a nadie. Sin embargo, la tensión había aumentado desde el inicio de las Guerras Clon y nos habían advertido que no debíamos aventurarnos en territorios desconocidos para evitar avivar el creciente resentimiento antirrepublicano (y, por ende, antiJedi). Anakin me llevó adelante, su mano apretando la mía mientras subíamos escaleras oxidadas.
— Ya hemos llegado —anunció Anakin con entusiasmo, deteniéndonos en una especie de azotea. El sol comenzaba a ponerse, bañando su rostro con una luz dorada que hacía resaltar cada rasgo.
No pude evitarlo: levanté la mano y acaricié el lugar donde solía estar su trenza de Padawan. ¿Su cabello siempre había sido tan suave? Me incliné un poco hacia él, poniéndome de puntillas para aspirar su aroma.
— ¿A dónde diablos me has traído? —pregunté burlónamente, mirando el panorama a nuestro alrededo. La verdad era que no me importaba el lugar; lo que realmente quería era seguir estando junto a él.
—¿No lo recuerdas? —inquirió Anakin, colocando una mano sobre mi espalda para atraerme más. Sus palabras me hicieron reflexionar.
—¿Recordar? —pregunté, obsevando el sitio sobre su hombro. Era solo la azotea de un edificio de Coruscant, no había nada lindo o especial que resaltara salvo por, evidentemente, yo. Hasta que mi menoria me trajo un recuerdo a la cabeza—. Espera, ¿acaso… acaso no es donde… ?
—¿Dónde te traje después de que te emborracharas en tu celebración? Sí, es aquí —respondió Anakin con una risa que iluminaba su rostro.
— Joder —parpadeé, sorprendida—. Eso debió haber sido hace… ¿tres? ¿cuatro años?
— Solo dos —corrigió Anakin, dando un paso hacia adelante para tomar mi mano—. Aquí fue donde aceptaste ser mi amiga, ¿sabes?
— Ya era tu amiga —repliqué, riendo mientras Anakin tomaba mi otra mano y me volvía acercar a él.
— No oficialmente —dijo, inclinándose hacia mí traviesamente—. Si no me falla la memoria, también me dijiste que dejara de molestarte —Anakin presionó suavemente sus dedos contra los míos, y me sonrojé.
— Y seguiste siendo como un grano en el culo —acusé, levantando las cejas—. Todavía me molestas.
Anakin se acercó más, con su rostro tan cerca que podía sentir su aliento. — ¿Aún quieres que pare? —preguntó, mirándome a los ojos a través de sus largas pestañas, mientras entrelazaba nuestras manos cerca de mis hombros. Negué con la cabeza algo hipnotizada, justo antes de que él presionara sus labios contra los míos.
Después de un momento, nos separamos. Aunque habían pasado semanas desde que regresamos de Geonosis y empezaba a acostumbrarme a su cercanía, cada vez que Anakin me tocaba me sentía como si estuviera a punto de desmayarme. Una oleada de hormigueo recorría mi cuerpo, y mi rostro ardía.
— Hay más para celebrar —dijo Anakin con orgullo, soltando una de mis manos y tirando de mí hacia el borde opuesto del techo.
Allí, vi que había extendido una manta sobre el metal, con varias botellas de colores, vasos, y una canasta llena de fruta y pan.
— ¿Eso es néctar? —pregunté, tratando de poner en orden mis pensamientos tras el beso. Acaricié distraídamente el collar de obsidiana que llevaba puesto.
— Quiero que pretendas —empezó, haciéndome un gesto para que me sentara en la manta—... que todavía estamos en Naboo. Solo por esta noche —continuó, dándome una sonrisa—. Esta noche no hay guerra y todo será tan feliz y despreocupado como lo éramos entonces en las cataratas del país de los lagos.
Asentí, sonriendo, mientras dejaba que el momento me envolviera.
Anakin y yo bebimos y conversamos mientras observábamos cómo el cielo dorado se tornaba en suaves matices de rosa y morado, hasta convertirse en un profundo azul. El sol se ocultaba sobre Coruscant, y no pude evitar sentir una felicidad inesperada que brotaba en mi interior. A pesar de todas las atrocidades que habíamos presenciado, también había momentos bellos que brillaban entre la oscuridad. Quizás ese era el verdadero secreto de la vida: la capacidad de que lo bueno y lo malo coexistan, entrelazados de manera inseparable.
— ¿Cómo recordaste dónde estaba este lugar? —le pregunté, sirviéndonos más néctar—. ¿Cómo lo encontraste de nuevo?
Noté como se sonrojaba ante mi pregunta, y una sensación de nostalgia llenó el aire. Su presencia parecía transformarse en recuerdos que aún no había tenido la oportunidad de explorar.
— De vez en cuando venía aquí para pensar —respondió, con la mirada fija en el horizonte.
No necesitó añadir más; sentí la profundidad de sus reflexiones, esos largos años de añoranza y la silenciosa espera en la que había vivido, anhelando que un día sus sentimientos fueran correspondidos por mí.
Una pequeña punzada de malestar se apoderó de mí.
— Yo... siento haber sido tan hostil todo este tiempo—comencé, mirando hacia otro lado—. Creí que hacía lo correcto y no me detuve a pensar en cómo te sentías… —me sentí abrumada por una oleada de arrepentimiento, como si cada palabra me dejara más expuesta—, hasta que pasó… bueno… ya sabes —aclaré mi garganta.
Anakin se tensó, suponiendo el momento al que estaba haciendo alusión. Quizás el momento más delicado de nuestras vidas hasta ahora, donde había extinguido probablemente una raza de la galaxia.
Suspiró, colocando su mano enguantada sobre la mía. — No tienes que disculparte —negó suavemente.
Sus palabras me dieron un pequeño respiro, pero el frío del guante que llevaba me hizo estremecer ligeramente. La sensación del metal contra mi piel me recordó al día en que lo acompañé a la enfermería después de que Dooku le mutilara el brazo; lo veía acostado en la cama, su rostro pálido, mientras los droides médicos trabajaban en su nueva extremidad cibernética.
Un silencio pesado se instaló entre nosotros, el mundo exterior desvaneciéndose mientras nos mirábamos a los ojos. La luz del crepúsculo reflejaba en sus iris, y sentí un tirón en el pecho. El roce de su guante contra mi piel seguía estando presente pero, curiosamente, lejos de desagradarme, me gustó.
— No puedo evitarlo —susurró Anakin, su voz cargada de una mezcla de emoción y necesidad—. Cada vez que estás cerca de mí… siento que pierdo el control y cuando no estás… es como si no pudiera siquiera respirar.
Mis latidos se aceleraron, y el aire entre nosotros se tornó espeso. Lo conocía bien, esa chispa que precedía a algo más, al deseo. No era solo la cercanía física; era un entendimiento silencioso, un anhelo mutuo.
Sin pensarlo, me incliné un poco hacia él, y antes de que pudiera procesarlo por completo, Anakin tomó de inmediato la iniciativa, cerrando la distancia. Sus labios encontraron los míos en un beso que era familiar y nuevo al mismo tiempo. Era un beso que contenía todo: las risas, las discusiones, los momentos de inseguridad, y esa sensación electrizante que siempre había estado entre nosotros, esperando ser liberada.
Lo perdí todo en ese instante; el sol poniente se desvaneció, y todo lo que existía era la suavidad de sus labios contra los míos, la calidez de su cuerpo, y la promesa de que estábamos juntos en esto. Su mano se deslizó a la base de mi cuello, tirando suavemente de mí hacia él, profundizando el beso.
Solté un gemido involuntario mientras mis manos recorrían su cuerpo, pasando por sus trabajados bíceps ocultos por la tela de su ropa. Sentí un cosquilleo en lo más hondo de mi estómago y las avispas asesinas zumbaron en increíbles acrobacias que, por primera vez, me encantaron.
— Helene —Anakin respiró con dificultad, separándose. Su mirada reflejaba un deseo feroz y yo contuve el aliento—, podemos parar si quieres.
Llevé mis manos hacia su pecho, apretando la carne entre mis dedos y exhalé profundamente para sentir su aroma. — No quiero parar —murmuré. Ni loca pararía ahora.
— ¿Estás segu…?
No lo dejé acabar. Tiré del cuello de su túnica hacía mis labios y lo besé de nuevo, sintiendo cómo su sorpresa se transformaba rápidamente en extinción. Mis manos se aferraban a su ropa mientras nuestras bocas se movían en perfecta sincronía, como si estuvieran hechas la una para la otra. La suavidad de sus labios y la calidez de su cuerpo me llenaban de una sensación de bienestar que había estado anhelando.
Sus dedos encontraron la curva de mi cintura, y cada toque enviaba un escalofrío placentero por mi piel. En ese momento, no había nada más que él y yo, completamente inmersos en nuestra propia burbuja de intimidad.
— Helene... —murmuró de nuevo, pero esta vez su voz tenía un tono más urgente, como si tuviera miedo de que todo se desvaneciera.
— No —le interrumpí, presionando mis labios contra los suyos de nuevo, dispuesta a perderme en ese instante. No quería pensar en nada, ni en la Orden, ni en el Código Jedi, ni en la guerra. En absolutamente nada más que no fuera él.
Él y solo él.
La tensión se acumulaba entre nosotros, y en cada beso, me sentía por fin más viva, más presente. Mis sentidos se nublaron, y lo único que podía sentir era su tacto, su olor… solo podía escuchar y verlo a él. Mi cuerpo y alma se negaban a reconocer otra presencia que no fuera la de Anakin tanto fuera como dentro de la Fuerza.
— Quiero estar contigo —confesé, respirando a centímetros de su boca. — No importa lo que pase. Solo quiero este momento contigo.
Anakin bajó la mirada hacia mis labios, su pecho subiendo y bajando con agitación hasta que juntó nuestras frentes, creando en ese momento, una más entre nosotros. Una que nos permitiría estar siempre en la cabeza del otro. Y lejos de asustarme, me encantó.
— Siempre estaremos juntos —aseguró en un murmuro, rozando tortuosamente mis labios—. Pasé lo que pasé, Helene. Siempre estarás conmigo.
Y en ese rincón del mundo, lejos de las guerras, las luchas, y mi compromiso con los Jedi… Me entregué completamente a él, sin vergüenza alguna.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro