ɪ ᴘʀᴏᴍɪsᴇ
ɪ ᴘʀᴏᴍɪsᴇ
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— ¿Por qué tienes esa cara de idiota feliz?
Fue lo primero que salió de mi boca en cuanto abrí los ojos y lo vi junto a mí. Anakin se encontraba sentado en la cama, con los brazos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el ventanal. Su expresión era pura tranquilidad, de alguien que había dormido como un niño después de un largo día de juegos. Una completa injusticia.
— Dormí bien —respondió girando su cabeza para verme, con una pequeña sonrisa que se ensanchó aún más—. Por primera vez en mucho tiempo, dormí bien.
Me removí en la cama y fruncí el ceño, sintiendo el agotamiento todavía pegado a mis huesos. Mi noche había sido todo lo contrario.
— Felicidades —farfullé, estirando mis articulaciones con molestia—. Yo apenas pegué ojo. He pasado toda la noche con tu pequeño luchador en mi vientre lanzando patadas como si estuviera practicando para un torneo de boxeo intergaláctico.
Anakin se rió entre dientes y me miró con esa expresión enternecida que últimamente me ponía de los nervios. Rodeó mi espalda con su brazo cibernético, atrayéndome hacia él, y su otra mano se posó suavemente sobre mi barriga, como si con ello pudiera calmar las patadas.
— Tal vez tenga muchas ganas de salir a conocernos —sugirió acariciando mi panza, enternecido.
— O tal vez me odia —bufé.
Él negó con la cabeza, divertido, antes de recostarse junto a mí y soltar un suspiro satisfecho.
—No tuve pesadillas esta vez —dijo de repente, y su tono fue lo suficientemente suave como para que yo levantara las cejas—. Soñé con algo diferente…
Le lancé una mirada inquisitiva.
— ¿Qué?
Anakin esbozó una leve sonrisa y miró al techo, como si aún estuviera atrapado en la escena de su sueño.
— Estábamos en un prado parecido al del País de los Lagos. El sol brillaba, el aire era fresco y limpio. Y una niña pequeña corría a nuestro alrededor, riéndose. Tenía tu cabello, tu sonrisa, tus ojos…
Rodé los ojos y me crucé de brazos.
— ¿De verdad sigues creyendo que es una niña?
— Porque lo es.
— Será un niño —repliqué de inmediato.
— Una niña —mantuvo él, mirándome con un destello desafiante.
— Un niño —repetí con terquedad.
— ¿Quieres apostar? —Acercó su rostro al mío, rozando nuestras narices con una sonrisa.
— Cómo si tuviéramos algo que apostar —rodé los ojos. Si vivíamos cómodos, era gracias a la generosidad de Padmé. Nuestra cuenta bancaria no alcanzaba a comprar ni un perfume de imitación.
Anakin soltó una risa y se inclinó sobre mí, apoyando la frente contra la mía con suavidad.
— Sea niño o niña… será nuestro —susurró, y la ternura en su voz hizo que mis quejas se esfumaran por completo.
Me quedé en silencio, sintiendo la calidez de su respiración contra mi piel, y, por un momento, dejé que mi cabeza se perdiera en la imagen de su sueño. Un prado, el sol, la brisa… y la felicidad de nuestro lado.
Mi corazón latió con fuerza. Sabía cuánto anhelaba Anakin una familia de verdad, un hogar que nunca tuvo. Y también sabía que esa felicidad que describía con tanto fervor tenía una sombra que lo atormentaba: su miedo a perderme.
— Anakin…— empecé, pero él negó con la cabeza.
— Voy a lograr que esa visión se haga realidad —aseguró con convicción. —Tendremos esa vida. Juntos. No voy a perderte, ángel.
Suspiré, pasando los dedos por su cabello rubio desordenado.
— Eres un paranoico. No voy a morir.
Su mandíbula se tensó ligeramente y supe que mi comentario no había logrado calmarlo. Sus manos aún descansaban sobre mi vientre, como si al tocarme pudiera protegernos a los dos.
— La guerra ya se ha llevado demasiado. No voy a permitir que me arrebate lo más importante —contestó, desviando su mirada hacia otro lado con seriedad—. Todo está destruyendo los principios de la República.
Una duda asaltó mi mente. Una duda en la que llevaba tiempo reflexionando desde que dejé la Orden Jedi meses atrás para quedarme en casa y tener más tiempo para pensar cuando mi marido no estaba cerca, abrumándome en la Fuerza. Me permití a mí misma navegar por la HoloNet, ver las noticias, reproducir hologramas de batallas y conflictos… Todo desde un punto de vista externo, separado del que siempre había tenido como Dama Jedi.
— ¿Alguna vez te has preguntado si estamos del lado correcto?
Las palabras se habían escapado de mi boca antes de que pudiera retenerlas. El silencio que siguió fue denso, y una extraña acumulación en la Fuerza me hizo toser discretamente.
— ¿De qué estás hablando? —me preguntó, entrecerrando los ojos en mi dirección.
— Digo que no estoy segura de a qué democracia hemos estado sirviendo desde que empezó la guerra —admití, un poco más incómoda que cuando lo pensaba—. Los Jedi se han convertido en generales, en soldados, cuando no era nuestro papel.
Anakin se apartó de mí, con el ceño fruncido. — Suenas como una separatista.
Me estremecí, sintiendo un escalofrío recorriendo mi espalda. Las palabras salieron de su boca como una acusación, y no podía culparlo. Lo último que quería era parecerme a aquel hombre al que nunca llegué a conocer y tampoco deseaba hacerlo: mi padre biológico.
— No soy una separatista, Anakin —contradije entre dientes, y después de unos segundos suspiré—. Solo me pregunto si hemos estado luchando por algo que ya no existe.
Anakin me miró fríamente por un largo momento, con los ojos llenos de un conflicto interno. Sabía que, en el fondo, él mismo había cuestionado la guerra más veces de las que estaba dispuesto a admitir. Pero admitirlo en voz alta era otra historia.
Entonces, una fuerte patada en mi barriga rompió la tensión. Anakin bajó la mirada y colocó la mano sobre mi estómago justo a tiempo para sentir otra patada en respuesta. Sus facciones se ablandaron de inmediato.
— Definitivamente es una niña —murmuró con una leve sonrisa, acariciando mi vientre.
Rodé los ojos, pero no pude evitar levantar la comisura de mi labio. Fuera lo que fuera este bebé, era lo único en lo que ambos podíamos estar de acuerdo: protegerlo por encima de todo.
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La mañana había comenzado tan bien como podría comenzar en esta casa: fatal. Anakin había salido temprano para ir al Templo, dejándome sola con C3PO y Lola, quienes parecían decididos a hacer mi día lo más irritante posible. No sabía si eran las hormonas de embarazo, o de verdad yo cada vez soportaba menos a la chatarra.
— Mi señora, ¿de verdad que no desea que le prepare un baño con agua tibia?— preguntó C3PO, por decimocuarta vez en la última hora.
— He dicho que no —gruñí, manteniendo mi atención en el datapad.
— Entonces, ¿debería prepararle té? Uno de flor de leia, dado su estado actual. Aunque hay ciertas investigaciones que sugieren que…
— C3PO, sigue hablando y te lanzaré por el balcón.
— ¡Oh, cielos! ¡Sería muy peligroso!—exclamó el droide, llevándose las manos metálicas a la cabeza.
Lola, por su parte, revoloteaba a mi alrededor, emitiendo una serie de pitidos quejumbrosos mientras intentaba alcanzarme con su pequeña pinza.
— ¿Qué quieres ahora? —eché mi cabeza hacia atrás, soltando un gemido de exasperación.
Lola pitó más fuerte y luego me dio un leve golpecito en el brazo.
— Mi cuerpo no es un maldito saco de boxeo —volví a gruñir, apartándome—. Suficiente tengo con el parásito.
Lola emitió un pitido burlón y resistí a la tentación de desconectarla. Justo cuando estaba a punto de levantarme para buscar algo de comida, un zumbido agudo resonó en la sala, proveniente de uno de los dispositivos de seguridad que Anakin había instalado. Me congelé, mi mirada se volvió de inmediato a la pequeña pantalla que se iluminó con una notificación.
"Solicitud de aterrizaje en el balcón"
Fruncí el ceño y acerqué un dedo tembloroso a la interfaz para activar la cámara. En cuanto vi la nave, sentí que se me helaba la sangre.
— Oh, mierda… —murmuré en pánico.
Era la nave de Obi-Wan.
Mi mente entró en modo de emergencia. No tenía mucho tiempo. Si estaba aquí, significaba que venía a hablar de algo importante, lo cual no me daba margen de maniobra. Sin pensarlo demasiado, le di acceso al balcón y salí corriendo como una loca en busca de una capa que cubriera mi vientre.
— ¡Fuera del medio! —aparté de un manotazo a la pequeña droide que me seguía de cerca, pitando de forma traviesa.
Mi corazón latió desbocado mientras rebuscaba entre las prendas. ¿Por qué no había una maldita norma en el Código Jedi que los prohibiera de aparecer sin previo aviso? Se hubieran evitado muchos conflictos, en realidad.
Finalmente, encontré una capa lo suficientemente grande y me la envolví apresuradamente, asegurándome de que ocultara mi embarazo. No tenía idea de por qué Obi-Wan estaba aquí, pero si podía evitar que hiciera preguntas incómodas, lo haría. Estaba segurísima de que pensaría que se trataba de otro de mis múltiples problemas digestivos con los gases. Obi-Wan sabía que yo no era el tipo de mujer que se dejara embarazar jamás.
Pero no sabía que la palabra jamás no existía en el diccionario de Anakin.
Respiré hondo, tratando de calmarme antes de dirigirme a la sala. La puerta se abrió con un suave silbido y Obi-Wan apareció con su túnica ondeando suavemente tras él. Noté que su barba estaba un poco más despeinada de lo habitual, lo que me hizo pensar que había venido directamente de alguna misión. O tal vez no había logrado esclavizar a Cal de nuevo.
— Hola, Helene —Obi-Wan me saludó con una sonrisa cálida—. Es bueno verte. Aunque, por tu expresión, diría que no estabas esperando visitas.
Le devolví la sonrisa con las mejillas encendidas antes de abrazarlo lo suficientemente breve para que no notara algo grande y redondo presionando contra su torso. — Hola, Obi…
Cuando se separó de mí, recorrió durante unos segundos el apartamento (fijándose momentáneamente en cómo Lola giraba a toda velocidad sobre la cabeza de C3PO, mareando al droide) antes de volver su atención a mí.
— Vine para asegurarme de que te encontrabas bien —comentó mirándome—. Shaak Ti quería asegurarse de que ningún enemigo de la República ha atentado contra tu seguridad ahora que estás retirada.
— Puedes decirle a mi maestra que se tranquilice —sonreí inconscientemente—. Créeme, nada atenta más contra mi seguridad que el cartón de leche azul con lactosa en mi nevera —solté una risita, tratando de sonar relajada mientras me ajustaba la capa para asegurarme de que mi vientre quedara bien oculto.
Obi-Wan, por suerte, no pareció notar nada raro. Lo invité a entrar y nos sentamos en la sala. A pesar de mi tensión por cualquier movimiento en falso que me costara largas explicaciones, Obi-Wan empezó a hablarme de los avances en la guerra por lo cual tuve que asentir a todo lo que decía y repetir sus últimas palabras para que no se diera cuenta de mi malestar en la Fuerza. El maldito parásito seguía golpeando mi vientre como si tuviera ocho piernas.
— No he sabido mucho de Shaak Ti y Cal últimamente —comenté, acomodándome en el sofá discretamente.
— Ambos han estado ocupados en misiones, pero Shaak Ti está entrenando bien a Cal. No tienes que preocuparte —me aseguró con una leve sonrisa.
Solté un suspiro, sintiéndome un poco más aliviada. Sabía que la calabaza estaba en buenas manos, pero parte de mí siempre se preocupaba por él. Ese chico realmente tenía una mala tendencia a meterse en aprietos que casi les solía costar la vida. Abrí la boca para preguntarle acerca de Kit y Aayla pero algo en su postura me hizo detenerme, anticipando que la visita estaba empezando a tornarse más seria.
— Estoy preocupado por Anakin —admitió finalmente—. Siento que está sometido a mucha presión últimamente.
Claro que estaba sometido a mucha presión: el Canciller lo había colocado en un Consejo que decidió no darle el rango de Maestro Jedi, tiene un bebé en camino con tan solo 22 años, la guerra no parece terminar nunca, y no deja de tener pesadillas sobre su esposa muriéndose. Dentro de unos años, me veo casada con alguien ya totalmente calvo y alcohólico.
Suspiré. No quería discutir sobre Anakin con Obi-Wan, no cuando él no sabía toda la verdad. Pero su mirada sincera me hizo dudar.
— La guerra nos afecta a todos —decidí responder, evasivamente.
— Lo sé. Pero Anakin… siento que está cargando con más de lo que debería. Como si estuviera soportando un peso que no debería llevar solo.
Obi-Wan tenía razón, pero no podía decírselo. No podía admitir que Anakin llevaba más sobre sus hombros de lo que nadie imaginaba.
— Él es fuerte —aseguré. Pero Obi-Wan no pareció convencido.
— Lo es —admitió con un suspiro—. Pero incluso los más fuertes tienen límites. No quiero que se pierda en todo esto. Es más que un soldado, más que el Elegido. Es un hombre, Helene. Y temo que, si sigue así, olvidará quién es realmente.
Su preocupación me tocó más de lo que esperaba. A pesar de todas sus diferencias, Obi-Wan realmente se preocupaba por Anakin. Y yo también. Pero la diferencia era que yo sabía hasta qué punto él estaba dispuesto a llegar por lo que amaba, o eso creía.
Forcé una sonrisa y posé una mano en el brazo de Obi-Wan, en un intento de aliviar su inquietud.
— Anakin sabe quién es, Obi-Wan —hablé en tono convincente, aunque las palabras parecían querer rebotar en mi mente—. Sé que puede seguir pareciéndote ese niño de nueve años que encontraste en Tatooine, pero no es así. Tú mismo lo has dicho, es un hombre. Sabe controlarse.
Él me lanzó una mirada que no supe interpretar del todo, pero percibí la duda a través de la Fuerza.
— Eso espero, Helene… Eso espero.
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— ¿Obi-Wan ha vuelto a venir aquí?
Eso fue todo, nada de ningún “hola de nuevo, ángel” “¿cómo estás, preciosa?” “menudo trasero se te marca, cielo…” cómo habitualmente saludaba al llegar del templo. Esta vez, mi marido tenía ese ceño fruncido que solo lograba hacerle más atractivo. Pero intimidante.
Puse los ojos en blanco y me giré para seguir doblando la ropa que había sacado de la secadora. Podía oler su desconfianza en la Fuerza y no era algo con lo que me apeteciera lidiar en estos momentos. Sin embargo, él no desistió.
— Ángel… —Dio un paso hacia mí en advertencia.
— Si, estuvo aquí esta mañana —resoplé, sacudiendo su bata de dormir y doblándola suavemente—. Voy a poner otra lavadora, ¿tus pantalones están sucios?
— ¿Qué es lo que quería? —cuestionó ignorando mi pregunta y cruzándose de brazos.
— Solo estaba preocupado por ti —me encogí de hombros, guardando sus calcetines en el cajón—. Ha sobrado fruta del desayuno, ¿quieres que te haga un batido?
— No tengo sed. ¿Por qué estaba preocupado por mí?
Suspiré.
— Dijo que has estado sometido a mucha presión —contesté, quitándome la parte superior de mi pijama para colocarla en el cesto de la lavadora. Mis pechos rebotaron sobre mi barriga y sentí como su atención se desviaba momentáneamente hacia ellos—. Por cierto, ¿has comprado el saca-leches que te pedí? Creo que estaba de oferta en la tienda.
— Se me olvidó —suspiró acercándose hasta quedar justo detrás mía. Para mi sorpresa, no tocó mis senos pesados sino que colocó ambas manos bajo mi vientre y lo levantó con suavidad, arrancando un gemido placentero de mí—. Mañana saldré a comprar los pijamas de bebé.
Hice un ruido extraño de aprobación con la boca, felizmente aliviada de que estuviera sujetando el peso de su parásito por mí. Eché mi espalda y cabeza hacia atrás, apoyándome en su cuerpo, y observé en el espejo como su mirada permanecía algo ida. Sin importarle que estuviera prácticamente semidesnuda, invitándole discretamente a follarme como quisiera.
Incluso Anakin pareció darse cuenta de que se veía extraño por lo que suspiró contra mi cuello, haciendo que me temblaran las piernas.
— Me siento perdido… —murmuró, después de unos segundos en silencio.
— ¿Perdido? —fruncí el ceño—. ¿Por qué?
— Obi-Wan y el Consejo no confían en mí.
— No es cierto —suspiré, tomando su mano cibernética y llevándola hasta mi hinchado pecho que anhelaba ser estimulado desesperadamente. Anakin lo apretó con suavidad, sacando una gotita de leche mientras lo amasaba—. Obi-Wan te confiaría su vida, y el Consejo la de todos los demás. Eres el mejor de ese lugar.
— Algo me está pasando —dijo, y gemí cuando estimuló con más interés mi seno—. No soy el Jedi que debería ser. Deseo más y… sé que no está bien.
Pegué mi rostro a su cuello, inhalando su aroma corporal. — Te exiges demasiado.
— Me exijo demasiado poco —corrigió, mirándome a través del espejo—. Debería seguir asegurando la manera de salvarte, no hundirme más.
Y allí se va toda la excitación.
Me separé de Anakin tomando una bocanada profunda de exasperación pero sus ojos no dejaron de perseguirme con seriedad. Quería gritarle que sus malditas pesadillas lo estaban enloqueciendo a cambio de nada. Yo casi había muerto en Mortis y La Hija me dio una segunda otra oportunidad, regalándome su último aliento para que yo pudiera vivir y no defraudarla. ¿Defraudarla en qué? No lo recordaba, pero nada ni nadie me iba a impedir que lo hiciera.
— Tengo casi ocho meses de embarazo, Skywalker. No me toques las pelotas —siseé, señalándolo con el dedo—. Sino, le quitaré a la República la figura clave que necesitan para ganar esta guerra y te enterraré junto al brazo de Savage y la cabeza de Dooku. Estás avisado.
Mi marido no dijo nada y lo interpreté como un silencio dócil. Me volví a dar la vuelta para tomar una camisa y colocármela encima cuando escuché su voz:
— Soy lo que todos necesitan para ganar la guerra, ¿verdad?
Su pregunta me aturdió. Él por supuesto que lo sabía.
— Eso creo…
— Pero el Consejo no me deja avanzar —insistió Anakin, haciendo que me volteara a verlo—. Podríamos haber evitado muchas cosas de no ser porque… No quieren que sea tan poderoso.
Fruncí mis cejas, con sospecha. — ¿De qué estás hablando, Ani?
— Quieren acabar esta guerra pero no a cambio de permitirme poder hacer lo que quiera —asumió, con un extraño brillo vacío en los ojos mientras me miraba—. Para ellos, soy un esclavo.
— Anakin…
— No puedo dejar que me impidan salvarte, ángel —negó, con una voz temblorosa. Casi me eché a llorar por su expresión, era de súplica. Me estaba pidiendo que lo entendiera.
Dejando de lado mi orgullo, me acerqué a mi marido y coloqué ambas manos en su rostro para que me mirara fijamente. El cristalizado azul de sus me dejó tan hipnotizada que contuve el aliento. Se veía tan frágil, roto, asustado…
— No voy a morir, Anakin —aseguré, acariciando su piel con mi pulgar haciendo que cerrara los ojos brevemente ante mi tacto—. Te amo lo suficiente como para no dejarte solo un bebé con tu misma genética y capacidad de meterse en problemas. No vas a perderme, lo prometo.
Sentí como su respiración cambiaba y dirigió sus manos hacia arriba para colocarlas sobre las mías. Anakin abrió los ojos, pero ya no parecían vidrios a punto de quebrarse, no. Ahora parecían un cielo cuyo azul estaba siendo eclipsado por ese sol dorado alrededor de su iris. Tan dorado que me estremeció cuando sonrió lentamente:
— No, mi amor —acarició el dorso de mi mano con seguridad—. Yo te lo prometo a ti.
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