ɪɴɴᴏᴄᴇɴᴛ ᴊᴇᴅɪ
ɪɴɴᴏᴄᴇɴᴛ ᴊᴇᴅɪ
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— ¿Qué quieres decir con que han expulsado a Ahsoka de la Orden?
Shaak Ti me observó fijamente, pero detrás de la severidad de sus ojos logré identificar un destello de preocupación. Su angustia me abrumó en la Fuerza después de que contara todo lo sucedido en el Templo Jedi con Ahsoka Tano y Asajj Ventress mientras Cal y yo cumplíamos una misión en Fondor, casi logrando capturar al Conde Dooku en el acto.
Mi padawan miró a Shaak Ti como si no pudiera creer lo que escuchaba. Habíamos estado cerca de dos meses moviéndonos por diferentes sistemas para atrapar a la mayor cantidad de separatistas posibles. Pero ahora, ninguna de nuestras victorias importaba nada, no con la maldita noticia de que la padawan de mi marido había sido inciminada y expulsada la Orden por un atentado del que se negó haber llevado a cabo.
— Obi-Wan y yo intentamos defenderla ante el resto del Consejo hace unas horas. —Mi maestra siguió hablando, pero su voz era más áspera, apretando las mangas de su túnica—. Pero se negaron a reconocer su inocencia. Ahora se está celebrando un juicio en el Senado y Anakin llamó a la Senadora Amidala para que abogara por ella —suspiró, mirando hacia los ventanales del edificio—. Si Ahsoka resulta culpable… puede ser castigada, incluso con la pena de muerte.
— ¡¿Qué?! —estalló Cal, a mi lado. Su rostro comenzó a tornarse tan rojo como su cabello—. ¡Eso no puede ser! ¡Es solo una niña! ¿Cómo diablos piensan en matarla?
Las palabras de Shaak Ti resonaron con frialdad en mi cabeza. Todos en la maldita Orden deberían saber que Ahsoka jamás haría algo así, no cuando ya había demostrado en múltiples ocasiones ser más leal a la República que muchos Jedis del Templo. Tampoco la dejarían morir a manos del Senado.
Aquí había sarlacc encerrado.
— ¿Dónde está Anakin? —pregunté, llamando su atención.
Mi maestra volvió a suspirar.
— Intenté detenerlo pero se marchó del Templo gritando que iría en busca de Asajj Ventress —Shaak Ti me miró, como si yo fuera una especie de salvación para este caos—. Helene, no puedes dejar que cometa alguna locura.
— Si esa terrorista es culpable, entonces que haga lo que quiera con ella —espeté, comenzando a moverme en dirección a la Cámara del Consejo. Cal empezó a seguirme de inmediato—. No han mostrado piedad con Ahsoka, ¿por qué él la tendría con ella?
— No estabas aquí —insistió Shaak Ti, alcanzándonos—. No sabes como su presencia estalló en la Fuerza. Por un segundo pensé que… pensé que iba a asesinar a todo el Consejo.
No dije nada y Cal tampoco, ambos ya conocíamos demasiado bien a Anakin como para saber que había necesitado de todas sus fuerzas para no hacerlo. Mi marido no era el típico Jedi que perdonaba para mantener la paz en la Fuerza, no, él siempre tenía encendido su sable de luz para hacer rodar cabezas y atravesar pechos si era necesario… o incluso si no lo era.
Entré a la Cámara del Consejo, con la sorpresa de que apenas quedaban algunos maestros sentados en sus asientos. Mis ojos se movieron en todas las direcciones buscando algún rastro de Yoda, Obi-Wan o Windu, pero encontré otra figura familiar a la que me acerqué rápidamente: — ¿Qué mierda ha pasado con Ahsoka?
Kit, mi amigo nautolano, se dio la vuelta sorprendido hasta que reparó en mí rostro y sus ojos se suavizaron considerablemente. Pasó su mirada de manera breve a Shaak Ti y después volvió su atención a mí antes de suspirar:
— Antes de nada, voté en contra de echarla de la Orden —me aseguró, haciendo que mi corazón latiera con más fuerza—. Pero no tuvo nada para probar su inocencia salvo unas palabras. La mayoría no le creyó.
Cal gruñó, frustrado.
— ¿No le creyeron? ¿O no quisieron creerle?
— Cal —le silenció Shaak Ti en un susurro, echando un vistazo de reojo a los pocos maestros de nuestro alrededor.
Kit me miró en silencio, sin decir absolutamente nada durante unos segundos, y comprendí lo que quería decirme. Cal tenía razón: a falta de un responsable que no fuera Ventress, la República necesitaba condenar a alguien.
— ¿Dónde está Obi-Wan? —le pregunté, intentando calmarme a pesar de la corriente de energía que recorría las puntas de mis dedos.
— Fue al juicio del Senado con el Maestro Yoda —respondió Kit, sus tentáculos se estremecieron ligeramente—. Solo espero que la absuelvan de los cargos. Skywalker parece a punto de enloquecer.
— Joder —chirrié los dientes, irritada. Quería ir a ese juicio y abogar por Ahsoka incluso incriminando al Maestro Yoda de hacerlo, si hiciera falta.
Pero sabía que mi testimonio valdría lo mismo que un esclavo en Zygerria (donde habíamos tenido nuestra última misión en grupo meses atrás) puesto que había estado ausente durante todo este tiempo. Anakin no podía perder a Ahsoka ahora, no después de haber compartido tanto tiempo con ella y verla como una hermana pequeña. Al punto de haber reflexionado si contarle a la togruta sobre nuestro matrimonio.
— Maestra, tenemos que ir —me insistió Cal.
Lo miré y, por un segundo, me imaginé en la misma situación: donde el Consejo Jedi lo acusaba de algo que seguramente no había hecho y lo lanzaban a las garras del Senado, expuesto a cualquier posible castigo injusto. Aunque intentaría pensar con la cabeza fría, mi marido y yo no éramos tan diferentes. Pondría todo Coruscant patas arriba para demostrar su inocencia.
Antes de que pudiera responderle, el comunicador de Shaak Ti comenzó a pitar y mi maestra lo encendió rápidamente, con la preocupación brillando en sus ojos cuando el rostro serio de… Anakin se hizo visible en el holograma.
— Maestra Ti, necesito que… —sus palabras se detuvieron en seco cuando nuestras miradas se encontraron, Anakin respiró profundamente y parpadeó—. Necesito hablar con la Maestra Sky…Shield a solas.
Sentí a Cal ponerse rígido a mi lado y no dejé pasar la ojeada que me lanzó Shaak Ti cuando Anakin habló. Mi maestra asintió después de unos segundos y me entregó el comunicador. Ignoré la metedura de pata de mi marido y me alejé rápidamente de la Cámara, dejándolos atrás.
El rostro de Anakin se veía frío, indiferente, y casi insensible. Pero las ojeras bajo sus ojos y el cansancio detrás de ellos me dejó claro lo difícil que estaba siendo todo para él.
Sin embargo, aún no había explotado… y no sabía si eso era bueno o malo.
— Ani… —comencé cuando logré ponerme fuera de la vista de todos, pero él me interrumpió.
— Te extrañé, como no te puedes imaginar, pero no tenemos tiempo, Ahsoka depende de nosotros —habló, rápidamente. Su voz endurecida hizo que mi corazón se estremeciera y asentí, invitándolo a continuar—. He descubierto quién estuvo detrás del atentado.
— ¿Has estado con Asajj Ventress?
Anakin asintió, apretando la mandíbula.
— Sí —respondió y me miró fijamente a través de sus párpados antes de continuar—. Necesito que hagas algo por mí…
Y mientras veía con atención su imagen tras el holograma explicándome lo que debía hacer, no pude evitar sentir la sombra de un frío familiar asomándose de la manera que siempre reconocería en cualquier parte.
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— ¿Cal? ¿Maestra Shield?
La padawan mirialama, que parecía haber estado meditando antes de nuestra llegada, se levantó con una expresión de sorpresa en su rostro al vernos entrar a la habitación sin previo aviso. Era un poco más baja en estatura que yo, tenía cabello y tatuajes negros, ojos azules y piel clara de un color amarillo verdoso.
— Hola… padawan Coffee.
La aprendiz se sonrojó, apartando la mirada avergonzada.
— Es Offee, Maestra Shield —me corrigió, como si de algún modo me interesara. Rodé los ojos.
— Es lo mismo.
Ella me observó aturdida hasta que su atención pasó a Cal detrás mía, teniendo que levantar un poco la barbilla para mirarlo y sonreírle a duras penas. — Hola, Cal…
Mi padawan le sonrió, pero de una manera maliciosamente diferente.
— Hola, Barriss…
Un silencio se instaló en la habitación y yo miré el intercambio, ligeramente divertida. Sabía que Cal y Ahsoka eran amigos de Barris Offee desde un tiempo atrás.
Pero quizá no lo suficientemente unidos como para no traicionar al otro.
— Hmm… ¿en qué puedo ayudarlos? —nos preguntó, entre desconcertada e intimidada.
Sonreí, disfrutando de su falsa confusión.
— Oh, nada especial —tarareé, comenzando a dar vueltas a su alrededor mientras observaba el lugar. Divisé su sable de luz sobre un pequeño mueble y lo tomé con la Fuerza, jugueteando con él en mis manos—. Oye, Cal. ¿Recuerdas cuál fue la primera lección que te enseñé cuando te hice mi aprendiz?
Cal cruzó los brazos sobre su pecho. — ¿Avisar al oponente de que su cremallera está abierta antes de atacar?
— La segunda.
— Nunca traicionar a un compañero en apuros.
Volví a sonreír complacida mientras asentía.
— Exacto… —contesté, deteniéndome frente a ambos pero fijando mi atención en la mirialama—. Sin embargo, tú… Barriss Offee… —incliné la cabeza, sintiendo su presencia en la Fuerza retroceder—. No se te da bien aprender lecciones.
Barriss titubeó. Me habría dado lástima debido a su rostro joven e inocente, pero era de todo menos eso.
— N-No entiendo, maestra…
Cal la interrumpió. — El General Skywalker dijo que tú fuiste la última persona con la que Ahsoka habló antes de su arresto. ¿Qué le dijiste?
Ella ladeó la cabeza.
— Hace tiempo que somos amigas, tú lo sabes —se encogió de hombros, mirándolo—. Solo quise apoyarla. No quiero problemas.
— Oh, pero a nosotros nos encantan los problemas —di un paso hacia ella, sin perder mi sonrisa. Barriss retrocedió disimuladamente—. Vamos, solo queremos saber qué le dijiste… y si le dijiste a alguien más…
— ¡No! —levantó la voz, nerviosa—. Creí… Creí tener una pista para ella, pero no pude decirle demasiado —sus ojos me miraron con inquietud, y después, a su sable en mis manos—. ¿Quién le dijo al General Skywalker que hablé con ella?
No titubeé al responder: — Ventress.
— ¿Ventress? —parecía genuinamente sorprendida y levanté una ceja—. ¿No dijo Ahsoka que ella estaba detrás de todo esto?
Cal se adelantó.
— Eso dijo Ahsoka —coincidió, asintiendo. Compartimos una mirada y yo le di el pequeño empujón de confirmación que necesitaba—. Pero creemos que se equivoca.
Barress sacudió la cabeza, dando un paso atrás completamente aturdida.
— Entonces, ¿quién puede ser si no ella?
Cal y yo nos sonreímos.
— Supongo que solo hay una forma de averiguarlo —suspiré, encendiendo mi sable y el suyo a la par que mi padawan.
Ella abrió los ojos alarmada y, antes de que pudiera parpadear, dos sables de hojas rojas habían llegado a sus manos desde algún escondite secreto.Gruñí, colocándome en posición de ataque.
— Mira tú por dónde…
— ¿No dijo el General Skywalker que a Ventress le faltaban sus dos armas?
Asentí en dirección a Cal.
Barriss Offee apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que mi padawan y yo atacáramos al unísono, sincronizando nuestros movimientos. Mis golpes rápidos y precisos fueron directamente a desarmar a Barriss, mientras Cal aprovechaba cada abertura que dejaba para intentar bloquear sus intentos de retroceder.
Sin embargo, Barriss no se rindió fácilmente. Giró ágilmente, utilizando la Fuerza para lanzarse hacia atrás y esquivó nuestras arremetidas. Desvió uno de mis ataques con un rápido movimiento de su sable y contraatacó con una estocada que Cal bloqueó justo a tiempo.
Se defendió con ferocidad, desviando nuestros golpes con una destreza ciertamente impresionante, pero era evidente que su prioridad era alejarse. Bloqueó otro ataque combinado y utilizó la Fuerza para lanzarnos una mesa en un intento desesperado de ganar espacio. Cal la esquivó y, aprovechando el momento, lanzó una patada directa al pecho de Barriss, enviándola fuera de la habitación.
— ¡Ahsoka confiaba en ti! —gritó Cal, decepcionado. El sonido de los sables chocando resonó en las paredes metálicas mientras Barriss intentaba desesperadamente mantenernos a raya—. ¡¿Cómo pudiste traicionarla?!
El rostro de Barriss se endureció mientras bloqueaba un ataque y giraba ágilmente para esquivar otro.
— ¿Confianza? —espetó, con mordacidad. Desvió mis sables en el último momento y retrocedió un paso—. ¡La confianza ya no existe entre los Jedis! ¡Solo creen en la violencia!
Gruñí, antes de lanzar una doble estocada en su dirección. Ella se movió con fluidez, pero Cal y yo no le dimos tregua. Aproveché una abertura para atacarla desde la izquierda, mientras Cal se lanzaba desde la derecha. Barriss se giró para bloquear ambos golpes, pero la fuerza de nuestro ataque combinado la desestabilizó. Dio varios pasos hacia atrás, su respiración pesada, pero su mirada seguía desafiante.
— Es buena —murmuró Cal entre dientes mientras avanzábamos.
— Pero no lo suficiente —respondí, clavando la mirada en mi objetivo.
Barriss intentó un último movimiento desesperado, girando sobre sí misma para lanzar un ataque amplio con los sables. Anticipé su intención y, antes de que completara el giro, utilicé la Fuerza para inmovilizar su brazo dominante. Su movimiento se detuvo en seco, y en ese instante, giré rápidamente sobre mi eje, lanzando una patada a su cabeza con mi pierna. El cuerpo de Barriss cayó al suelo.
Antes de que pudiera reaccionar, ya estaba sobre ella, con mi sable encendido a escasos centímetros de su rostro.
— Se acabó, Barriss —le dije con seriedad, dando fin a su pequeña rebelión.
Ella intentó moverse, pero Cal utilizó la Fuerza para arrebatarle sus sables de luz. Su rostro estaba pálido y sudoroso, pero aún había desafío en sus ojos.
— Siguen sin entender —murmuró con amargura, respirando con dificultad—. El Consejo Jedi ya no tiene honor. Solo traen guerra y destrucción.
— Quizás, pero no somos nosotros los que traicionamos a nuestros amigos —repliqué con frialdad, antes de golpearla con el mango de mi sable en la sien. Su cabeza cayó inconsciente hacia atrás.
Cal se quedó inmóvil unos segundos, observándola. Luego soltó un largo suspiro y se inclinó hacia abajo, sujetándose de sus rodillas mientras miraba a la que había sido su amiga.
— Lo peor de todo —habló finalmente, con un tono apagado—, es que Ahsoka aún habría tratado de ayudarla si supiera la verdad.
— Ahsoka es mejor que muchos de nosotros —murmuré, sacudiendo la cabeza. Miré a Barriss, tendida en el suelo, con una mezcla de decepción y alivio—. Pero ahora ella enfrentará las consecuencias de sus decisiones.
Cal y yo intercambiamos una mirada. Era momento de llevar al verdadero culpable al Senado, y tendríamos a Ahsoka de vuelta.
O tal vez no.
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— Lo lamento tanto… por lo que pasó.
Me encontraba de nuevo en la Cámara del Consejo Jedi, junto a los maestros, Anakin y la -finalmente absuelta- Ahsoka Tano. Habíamos entregado a Barriss Offee con éxito a la República y la togruta fue declarada inocente. Shaak Ti me había asegurado que, por lo tanto, Ahsoka era más que bienvenida a recuperar su lugar en la Orden Jedi como padawan de mi marido.
— Te ofrecemos una humilde disculpa, Ahsoka —habló el Maestro Plo Koon—. El Consejo se equivocó cuando te acusó.
— Errores que tiene cualquiera —me burlé, entre dientes. Obi-Wan me dio un leve codazo.
Shaak Ti le sonrió con algo de dulzura a Ahsoka.
— Has demostrado mucha fuerza y resistencia en tu lucha por probar tu inocencia.
El Maestro Ki-Adi-Mundi asintió. — Esa es la esencia de un verdadero Jedi.
Mace Windu carraspeó y yo gruñí para mis adentros, viéndolo venir.
— En realidad —comenzó, haciendo que Anakin y yo lo miráramos con fastidio—. Esto no ha sido más que una prueba, ahora lo vemos —se justificó con las manos detrás de su espalda—. Entendemos que la Fuerza tiene sus misterios y gracias a lo que pasaste te has convertido en una Jedi todavía más… digna.
Ahsoka se encogió bajo su mirada, insegura. Traté de darle ánimos y coraje mediante la Fuerza para que enfrentara sus palabras, pero nuestro vínculo no era ni la mitad de fuerte que el que compartíamos respectivamente con Anakin.
Yoda le sonrió a la togruta, moviendo la punta de sus orejas. — A la Orden tú puedes volver.
Hubo un tenso silencio en el que todos esperaban la respuesta de Ahsoka, sin embargo, no hubo alguna por su parte. Ella miró en nuestra dirección y yo le sonreí suavemente, alentándola.
Mi ceño se frunció al ver que seguía sin aceptar la propuesta. Anakin decidió acercarse lentamente a ella, sin perder su sonrisa. La presencia de Ahsoka en la Fuerza pareció relajarse cuando tuvo a su maestro frente a ella. Mi marido suavizó su mirada mientras la veía tiernamente.
— Te piden que vuelvas, Ahsoka —habló finalmente, estirando el brazo y dejando ver la trenza de padawan en la palma de su mano—… Yo te pido que vuelvas.
Mi marido permaneció ahí mientras ella la miraba en silencio. Su rostro estaba lleno de tristeza, pero también de decisión. Todos en la sala nos mantuvimos expectantes, esperando su respuesta.
Finalmente, Ahsoka alzó la mirada hacia su maestro, y en un movimiento que parecía infinitamente doloroso para ambos, cerró suavemente la mano de Anakin alrededor de la trenza.
— Lo siento, Maestro… —dijo con un hilo de voz, sus ojos afligidos parecían absorber toda la luz de la habitación—. Pero no puedo volver.
El impacto de sus palabras fue inmediato.
Anakin retrocedió un paso, como si la declaración lo hubiera golpeado físicamente y yo abrí los ojos como planetas. Mi corazón se encogió al sentir su presencia en la Fuerza, era un torbellino de emociones que revolotearon alrededor: incredulidad, dolor, confusión.
— Ahsoka… —murmuró, casi en un susurro.
Pero la togruta no esperó. Se dio la vuelta con rapidez y caminó hacia la salida de la Cámara del Consejo, sus pasos resonaron en el silencio absoluto que había caído sobre la sala y se marchó dejando un vacío en el ambiente. Yo, como todos los presentes, me quedé paralizada.
Pero algo dentro de mí comprendió lo que Ahsoka estaba haciendo.
Cerré los ojos un momento, dejando que la Fuerza me ayudara a entender. Esto no era una traición, ni un rechazo por orgullo. Era su manera de protegerse, de encontrar un camino que ya no creía posible dentro de la Orden.
La culpa, la desconfianza… todo lo que había sufrido la había cambiado, y ahora no podía simplemente olvidar y seguir adelante como si nada hubiera pasado.
— Creo que es suficiente —hablé dirigiéndome al Consejo y alcé las cejas—. ¿Qué? ¿Esperaban que todo volviera a la normalidad después de lo que pasó? Ella perdió algo más que su tiempo o dignidad aquí. Perdió la confianza en nosotros. Y quizá nunca la recupere.
Anakin, que seguía mirando fijamente la puerta por donde Ahsoka se había marchado, de repente se movió con rapidez. Sus hombros se tensaron, y sin decir una palabra más, salió de la sala con pasos rápidos. No podía dejarlo solo en este momento. Sabía lo que significaba Ahsoka para él, y también sabía que su impulsividad podía meterlo en problemas. Así que, sin pensarlo dos veces, salí tras él.
— Anakin, espera —le llamé mientras corría por el pasillo, pero no se detuvo—. ¡Anakin! ¡Es su decisión!
Él me ignoró completamente, y aunque entendía por qué estaba haciendo esto, no podía permitir que se dejara llevar por sus emociones. Lo que menos necesitábamos era que tomara una decisión impulsiva que lo alejara más de la luz.
Apresuré el paso, asegurándome de no perderlo de vista mientras lo seguía hacia donde seguramente habría partido Ahsoka. Cuando logré alcanzarlo, noté la conmoción brillando en sus ojos con cada paso que daba. Me equivoqué, no estaba enfadado… Estaba dolido.
— Anakin —suspiré, avanzando a su lado—. Tienes que entenderla, ella puso su confianza en cada rincón de es templo y ellos…
Me detuve cuándo él frenó en seco. Mis ojos se dirigieron hacia adelante, y la imagen que vi me partió el alma: Cal y Ahsoka estaban en la salida del Templo, abrazándose con fuerza mientras la luz del atardecer los envolvía en un cálido resplandor.
Sentí un nudo en la garganta, pero me obligué a mantenerme firme.
No llores ahora, Helene. Este no es tu momento.
— ¡Ahsoka! —la llamó Anakin, obligándolos a separarse. La togruta suspiró cuando ambos nos acercamos rápidamente hacia ella y mi marido tomó sus brazos, mirándola con desolación—. ¿Por qué estás haciendo esto? ¿Por qué te vas?
— El Consejo no confió en mí —declaró ella en voz alta, antes de apartar la mirada y encogerse ligeramente—. ¿Cómo se supone que voy a confiar en mí misma?
— ¿Y qué hay de mí? ¡Yo creí en ti! ¡Jamás te abandoné!
— Sé que tú crees en mí, Anakin —contestó, sorprendiéndolo—. Pero no hago esto por ti… Yo ya no puedo quedarme aquí, ahora no.
Pero Anakin no desistió.
— La orden Jedi es tu vida —intentó convencerla—. ¡No puedes echar todo por la borda! Ahsoka estás cometiendo un error…
— No lo hace —decidí interrumpir, recibiendo la atención de todos. La mirada de Anakin, herida e incrédula, se clavó en mí como una daga. Pero no iba a retroceder. Inspiré profundamente y di un paso hacia Ahsoka, colocando una mano en su hombro—. Ya te lo dije una vez, Ahsoka. No importa a dónde vayas, lo que importa es que sigas creciendo y aprendiendo a tu propio ritmo… La clave está en creer en ti misma.
La togruta me miró con sus ojos cristalizados llenos de agradecimiento, mientras Anakin apartaba la vista, su mandíbula estaba tensa, como si quisiera discutir, pero no encontrara las palabras.
— Tenías razón, maestra —susurró Ahsoka, con melancolía—. Esto es algo que necesito hacer… por mí misma.
— No tienes que hacerlo sola —Cal dio un paso hacia ella, luchando por mantener la voz firme—. Siempre estaremos de tu lado, Snips, no importa dónde estés.
Ella le sonrió y yo traté de no mirar hacia el suelo para ver mi corazón roto en pedazos.
— Lo sé, Cal… y eso es algo que nunca olvidaré —Tomó cuidadosamente su mano, dándole un pequeño apretón—. Gracias por ser mi primer amigo…
— Gracias por ser mi única amiga.
Yo contuve un sollozo. Anakin, sin embargo, no podía aceptarlo. Dio un paso hacia ella, sus manos temblaron ligeramente cuando las extendió hacia la togruta, sin llegar a tocarla.
— Ahsoka, por favor… no te vayas —su voz era un ruego, lleno de una desesperación que rara vez se veía mostrar en mi marido—. No tienes que hacer esto.
Ahsoka lo miró con ojos llenos de lágrimas, pero su resolución no vaciló.
— Lo siento, maestro… pero no puedo quedarme.
Anakin dejó caer las manos, derrotado, mientras un pesado silencio caía sobre nosotros. Finalmente, Ahsoka se dirigió hacia mí.
— Gracias, Maestra Helene —habló con sinceridad—. Por entenderlo… y por estar ahí para él cuando yo no puedo.
Sentí un nudo formarse en mi garganta, pero asentí. Ella lo sabía, claro que lo sabía.
Siempre lo supo.
— Cuídate, Ahsoka —le respondí con suavidad—. Y nunca olvides que aquí siempre tendrás un hogar… si decides volver algún día.
Ella me regaló una última sonrisa antes de volverse hacia mi marido.
— Anakin… siempre serás mi maestro, pase lo que pase.
Anakin asintió levemente, incapaz de decir más. Sus ojos seguían clavados en ella, como si temiera que al parpadear desapareciera para siempre.
Cal, que había estado callado hasta entonces, dio un paso hacia adelante. — Déjame acompañarte a la salida.
Ella lo miró con suavidad y asintió. Juntos comenzaron a caminar hacia la salida del Templo, sus siluetas iluminadas por la cálida luz del atardecer.
Me quedé allí, al lado de Anakin, observando cómo se alejaban. Sentí su dolor como si fuera mío, una punzada que atravesaba cada fibra de su ser. Pero no dije nada. A veces, las palabras entre nosotros no eran suficientes.
Cuando Ahsoka y Cal finalmente desaparecieron de nuestra vista, Anakin dejó escapar un suspiro tembloroso, su cabeza inclinándose ligeramente hacia adelante. No intenté detener las lágrimas que llenaron mis propios ojos.
— ¿Va a estar bien? —preguntó, con la voz rota.
Lo miré y asentí, colocando una mano sobre su hombro.
— Sí… claro que lo estará.
Pero, en el fondo, me pregunté si él alguna vez lo estaría.
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