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Extra ii: el tesoro ²

🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ chapter extra: part two

the treasure

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Las tablas del suelo del porche crujían bajo nuestros pies. Las contraventanas estaban cayéndose, pero el cristal estaba mugriento y cubierto por el otro lado, con cortinas oscuras, por lo que no podíamos ver el interior.

Thalía llamó.

No hubo respuesta.

Intentó forzar el picaporte, pero parecía estar cerrado. Esperaba que se rindiera, en vez de eso ella y Victoire compartieron una miraba y ambas voltearon a verme, expectantes.

-¿Puedes hacer lo tuyo? -me preguntó Thalía

Apreté los dientes.

- Odio tener que hacer lo mío.

A pesar de que nunca hubiera conocido a mi padre y aunque tampoco quisiera hacerlo, compartía alguno de sus talentos. Además de ser el mensajero de los dioses, Hermes es el dios de los mercaderes (lo que explica que sea bueno con el dinero), los viajantes (lo que explica que el estúpido dios abandonara a mi madre y nunca volviera). También era el dios de los ladrones. Había robado cosas como, eh, sí, el rebaño de Apolo, mujeres, buenas ideas, monederos, la cordura de mi madre y mi oportunidad de tener una vida decente.

Perdón, ¿ha sonado un tanto resentido? De todas formas, gracias a los divinos dones para robar de mi padre, tengo algunas habilidades de las que no me gusta presumir.

Puse mi mano encima del pestillo cerrado de la puerta. Me concentré, percibiendo los mecanismos internos que controlaban el pestillo. Con un clic, éste se abrió.

La cerradura del pomo fue aún más fácil. Puse mi mano encima, giré el pomo y la puerta se abrió.

-Eres como Hermione y el Alohomora -me dijo Victoire, con quién habia leído, con mucho esfuerzo por nuestra dislexia, aquel libro de magos.

Thalia solo me hizo un gesto con el pulgar, ya me había visto hacerlo docenas de veces.

El umbral de la puerta soltaba un ácido olor malvado, como la respiración de un hombre que se moría.

Thalía se adentró a pesar de todo, pero Victoire permaneció estática en su lugar, al parecer aquellos ánimos que tenía cuando le dijo a Thalía que iría con ella flanquearon.

La tomé de la mano, de nuevo, y le di un apretón.

-Estare junto a ti en todo momento -le prometí. Ella me sonrió, mucho más tranquila, y asintió.

Ambos seguimos a Thalía.

El interior era una sala de baile anticuada. Por encima, una araña de luces brillaba con pedazos de bronce celestial: puntas de flecha, trozos de armadura y empuñaduras de espadas rotas, todos repartiendo un ligero brillo verde por toda la sala.

Dos vestíbulos iban a izquierda y derecha. Una escalera subía por la pared de detrás. Unas gruesas cortinas tapaban las ventanas. El lugar debía de haber sido impresionante en su día, pero ahora estaba en ruinas. El suelo de mármol de ajedrez estaba manchado con moho y algo incrustado y seco que deseé que fuera kétchup.

En una esquina, un sofá había sido destripado. Varias sillas de caoba habían sido hechas astillas. En la base de las escaleras había un montón de latas, trapos, y huesos, huesos humanos al juzgar por el tamaño.

Thalía sacó su arma de su cinturón. El cilindro metálico parecía un bote de spray, pero cuando giró la muñeca, se expandió hasta que sujetaba una lanza con una punta de bronce celestial. Victoire la imitó y desenrollo su espada de su cintura. Sabia que tenía miedo, sus manos no dejaban de temblar mientras sostenía la espada.

Yo, por otro lado, agarré mi palo de golf, algo que no era demasiado guay.

Comencé a decir:

-Quizá esto no sea muy buena...

Pero la puerta se cerró de golpe detrás de nosotros.

Agarré el mango y apreté. No hubo suerte. Puse mi mano en el cerrojo y le pedí que se abriera. Esta vez no pasó nada.

-Algún tipo de magia -dije-. Estamos atrapados.

Victoire se puso a taradear una canción, cada vez que hacía eso era porque estaba nerviosa o tenía miedo. Solo cuando nos cantaba a mi o a Thalía, su voz sonaba firme y dulce, no como ahora, que estaba temblorosa.

Thalía corrió hacia la ventana más cercana. Intentó apartar las cortinas, pero la pesada tela negra la atraparon por las muñecas.

-¡Lía! -gritó Victoire.

Las cortinas se fundieron a tentáculos de barro aceitoso como gigantescas lenguas negras. Se enrodaron por sus brazos y cubrieron su lanza.

Ataqué las cortinas y les vapuleé con mi palo de golf.

Los tentáculos volvieron a hacerse tela lo suficiente como para poder liberar a Thalía. Su lanza resonó al caer contra el suelo. La aparté de las cortinas mientras éstas volvían a intentar atraparla.

Los tentáculos de barro chasquearon en el aire. Afortunadamente, parecían anclados a las cortinas.

Después de un par de intentos fallidos más, los tentáculos se relajaron y volvieron a ser cortinas.

Thalía temblaba en mis brazos. Su lanza descansaba cerca de nosotros, humeando como si hubiera sido hundida en ácido. Levantó las manos: estaban humeando y llenas de ampollas. Su cara estaba pálida como si fuera a entrar en shock.

-¡Aguanta! -la dejé en el suelo-. Aguanta, Thalía. - Me giró a ver a Victoire. Estaba pálida por el miedo-. Vic... ¡Victoire! ¡La mochila!

A pesar de que estaba temblando, corrió hacia nosotros rebuscando en mi mochila. Me dio mi botella de néctar, la bebida de los dioses podía curar heridas, pero la botella estaba casi vacía.

-Ella.... ¿Estará bien? -la voz de Victoire temblaba, casi igual que mi pecho.

No supe que responderle. Dejé caer lo que quedaba por encima de las manos de Thalía. El humo se disipó. Las ampollas desaparecieron.

-Va a estar bien -le dije-. Descansa Thalía.

-No... no podemos...-Su voz temblaba, pero se las arregló para levantarse. Victoire en automático se acercó a ella, como si temiera que en cualquier momento cayera desmayada. Por otro lado Thalía miró las cortinas con una mezcla de miedo y náuseas-. Si todas las ventanas son como esa y la puerta esta atrancada...

Un gesto de terror se dibujo en el rostro de Victoire.

-Conseguiremos salir-le prometí al verla tan asustada. Me gire hacia Thalía y la reprendi con la mirada.

De los tres, Victoire es la que siempre entraba en pánico cuando tenía miedo. Decir en voz alta que estabamos atrapados no era la mejor manera para tranquilizarla.

Consideré nuestras opciones: una escalera de subida o dos vestíbulos oscuros. Miré al vestíbulo de la izquierda. Pude ver un par de pequeñas lucecitas rojas brillando cerca del suelo.

¿Dos lámparas?

Entonces las luces se movieron. Se inclinaron hacia arriba y hacia abajo, haciéndose más brillantes y acercándose. Un gruñido hizo que todos mis pelos se pusieran de punta. Sentí como Victoire se pegaba a mi y me apretaba el brazo. Thalía soltó un ruidito ahogado.

-Eh... Chicos...

Señalaba hacia el otro vestíbulo. Otro par de brillantes ojos rojos nos miraban desde las sombras. De ambos vestíbulos vino el mismo clack, clack, clack hueco, como si alguien estuviera tocando unas castañuelas huesudas.

-Las escaleras tienen muy buena pinta -dije.

En respuesta, la voz de un hombre nos habló por encima de nosotros.

-Sí, por aquí.

La voz era alta y llena de tristeza, como si nos estuviera llevando hacia un funeral.

-¿Quién eres? -grité.

-Dense prisa -nos llamó la voz, pero no sonaba demasiado emocionado. A mi derecha, la misma voz resonó-. Dense prisa.

Clack, clack, clack.

Eché otro vistazo. La voz parecía venir de lo que había en el vestíbulo, la cosa con los brillantes ojos rojos. ¿Pero cómo una misma voz podía venir de dos sitios distintos?

Entonces la misma voz nos llamó desde el vestíbulo a la izquierda.

-Dense prisa.

Y el mismo clack, clack, clack.

Tras enfrentarme a un par de cosas aterradoras: perros que escupían fuego, escorpiones pétreos, dragones, etc. Sin mencionar las cortinas negras aceitosas devora-hombres. Pero algo en aquellas voces resonando a mi alrededor, aquellos ojos rojos avanzando en cada dirección y los extraños ruidos huecos me hacían sentir como si fuera un ciervo rodeador por lobos.

Cada músculo de mi cuerpo se tensó. Mis instintos me decían que corriera. Agarré la mano de Victoire y Thalía y salí corriendo hacia las escaleras.

-Luke...

-¡Vamos!

-Pero si es otra trampa...

-¡No hay otra elección!

Subí por las escaleras, arrastrando a ambas chicas conmigo. Sabía que tenían razón. Podíamos ir yendo hacia nuestras muertes, pero también sabía que teníamos que alejarnos de aquellas cosas del piso de abajo.

Tuve demasiado miedo de mirar hacia abajo, pero podía oír a las criaturas acercándose, gruñendo como gatos salvajes y retumbando en el suelo de mármol como si tuvieran pezuñas de caballo.

¿Qué en el Hades eran ellos?

En lo alto de las escaleras, llegamos a otro vestíbulo.

Unas paredes débilmente iluminadas por unos candelabros hacían parecer que las puertas bailaran a ambos lados.

Salté sobre un montón de huesos, dándole una patada por accidente a una calavera humana. Victoire soltó un jadeo al percatarse de los huesos pero no me detuve ni la solté.

En algún lugar por encima de nosotros, la voz masculina nos llamó:

-¡Por aquí! -sonaba más urgente que antes-. ¡La última puerta a la izquierda! ¡Dense prisa!

Detrás de nosotros, las criaturas repitieron sus palabras:-¡Izquierda! ¡Dense prisa!

Quizá las criaturas solo estaban imitando sus voces como loros. O quizá la voz delante de nosotros pertenecía también a un monstruo. Aún así, algo acerca del tono del hombre era real. Sonaba solo y miserable, como un rehén.

-Luke, tenemos que ayudarle-suplicó Victoire, como si leyera mis pensamientos.

-Sí.

Avanzamos hacia la voz. El pasillo estaba más en ruinas: el papel de las paredes se caía como la corteza arrancada de los árboles, candelabros de velas hechos pedazos. La alfombra estaba hecha jirones y había huesos por los rincones.

Una luz se filtraba por debajo de la última puerta a la izquierda.

Detrás de nosotros, el sonido de los cascos sonó más fuerte. Llegamos a la puerta y me lancé contra ella pero se abrió sola. Victoire, Thalía y yo entramos, cayendo de cara en la alfombra.

La puerta se cerró de golpe.

En el exterior, las criaturas gruñeron en frustración y arañaron las paredes.

-Hola -dijo la voz del hombre, más cercana ahora-. Lo siento mucho.

Mi cabeza me daba vueltas. Creía que le había oído a mi izquierda, pero cuando miré hacia arriba, estaba de pie ante nosotros.

Vestía unas botas de piel de serpiente y un traje moteado de verde y marrón que podría haber estado hecho con el mismo material. Era alto y descarnado, con un pelo gris y puntiagudo casi tan salvaje como el de Thalía. Tenía la pinta de un Einstein viejo, alocado y a la moda.

Sus hombros estaban caídos. Sus tristes ojos verdes estaban rodeados de bolsas. Debió de ser apuesto hace tiempo, pero la piel de su cara colgaba como si hubiera sido deshinchado o algo parecido.

Su habitación estaba colocada como si fuera un estudio. A diferencia del resto de la casa, estaba en buenas condiciones. Contra la pared más lejana había una litera, un escritorio con un ordenador y una ventana cubierta con cortinas negras como las de la planta de abajo. Por la pared derecha había una librería, una pequeña cocina y dos puertas, una llevaba a un lavabo y la otra era un gran armario.

Thalía dijo:

-Eh... Luke...

Señaló a mi izquierda. Un poco más y mi corazón me sale por la boca. El lado izquierdo de la habitación tenía una hilera de barras de acero como las de una cárcel. Dentro había la exhibición zoológica más aterradora que jamás había visto. Una superficie de tierra estaba llena de huesos y pedazos de armaduras, y paseándose por entre la jaula había un monstruo con una cabeza de león y una piel roja del color del óxido.

En vez de garras tenía pezuñas como un caballo, y su cola se movía como si fuera un látigo. Su cabeza era una mezcla de caballo y lobo, con las orejas puntiagudas, un morro alargado y unos labios negros que se parecían alarmantemente a los de un ser humano.

El monstruo gruñó. Durante un segundo creí que llevaba puesto un bozal como los de los perros. En vez de dientes, tenía dos huesos con forma de herradura. Cuando abría su boca, los huesos hacían el inquietante ruido de clack, clack, clack que habían oído abajo.

El monstruo fijó sus brillantes ojos rojos en mí. Le caía saliva de su huesuda y extraña mandíbula. Quise correr, pero no había ningún lugar al que ir. Yo seguía oyendo a los otros dos monstruos en el pasillo.

Thalía y Victoire me ayudaron a ponerme de pie. Agarré la mano de la segunda y miré a la cara al anciano.

-¿Quién eres? -le pregunte-. ¿Qué es esa cosa en la jaula?

El anciano hizo una mueca. Su expresión estaba tan llena de miseria que creí que iba a llorar. Abrió su boca, pero cuando habló, las palabras no vinieron de él. Como algún tipo de ventriloquia terrorífica, el monstro habló por él, con la voz del anciano:

-Soy Halcyon Green. Lo lamento mucho, pero estan en la jaula. Han sido destinados a morir.

Habíamos dejado la lanza de Thalía en el piso de abajo, por lo que sólo teníamos dos armas, mi palo de golf y la espada de Victoire, la cual era inútil en manos mías o de Thalía.

Apunté con ella hacia el anciano, pero no hizo ningún movimiento amenazador, parecía tan lastimero y tan deprimido que no podía hacerle nada.

-Será mejor que te expliques -le espeté-. ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Qué?

Como podrás ver, soy bueno dialogando. Detrás de las barras, el monstruo hizo chasquear sus mandíbulas huesudas.

-Entiendo su confusión -dijo con la voz del anciano. Su tono amistoso no parecía combinar mucho con el brillo homicida en sus ojos-. La criatura que ven es una leucrota. Tiene el don de imitar voces humanas. Así es como atrae a sus presas.

Miré hacia el hombre y el monstro una y otra vez.

-Pero... ¿la voz es tuya? Me refiero, el tipo con el traje de serpiente, ¿estoy oyendo lo que quiere decir?

-Eso es correcto -la leucrota suspiró fuertemente-. Yo soy, como tú dices, el tipo con el traje de serpiente. Esta es mi maldición. Mi nombre es Halcyon Green, hijo de Apolo.

Thalía dio un traspié hacia atrás y Victoire soltó un jadeo.

-¿Eres un semidiós? -inquirió Victoire.

-Pero tú eres tan...

-¿Viejo? -preguntó la leucrota terminando la frase de Thalía. El hombre, Halcyon Green, estudio sus manos llenas de arrugas, como si no pudiera creerse que eran suyas-. Sí, lo soy.

Entendí la sorpresa de Thalía y Vic. Habíamos conocido unos pocos semidioses en nuestros viajes, algunos amistosos, otros no tanto. Pero todos eran niños como nosotros.

Nuestras vidas eran tan peligrosas, que Thalía, Vic y yo supusimos que era improbable que ningún semidiós llegara a ser adulto. Aún así, Halcyon Green era viejo, debía tener sesenta años al menos.

-¿Cuánto tiempo llevas aquí? -pregunté.

Halcyon se encogió de hombros, indiferentemente. El monstruo habló por él.

-He perdido la cuenta. ¿Décadas? Como mi padre es el dios de los oráculos, nací con la maldición de ver el futuro. Apolo me advirtió que me mantuviera callado. Me dijo que nunca compartiese lo que veía porque haría enfurecer a los dioses. Pero años atrás... tuve que hablar. Conocí una niña pequeña que estaba destinada a morir en un accidente. Salvé su vida revelándole el futuro.

Intenté concentrarme en el anciano, pero era difícil no mirar la boca del monstruo, aquellos labios negros, aquellas mandíbulas huesudas.

-No lo entiendo -me forcé a mirar los ojos de Halcyon-. Hiciste algo bueno. ¿Por qué haría eso enfurecer a los dioses?

-No les gusta que los mortales jueguen con el destino -dijo la leucrota-. Mi padre me maldijo. Me obligó a vestir estas ropas, la piel de Pitón, que guardó el oráculo de Delfos tiempo atrás, como recordatorio de que yo no era un oráculo. Me dejó sin voz y me encerró en esta mansión, mi hogar de niñez. Entonces los dioses enviaron las leucrotae para vigilarme. Normalmente, las leucrotae solo imitan el habla humana, pero estas están conectadas con mis pensamientos. Era la forma de Apolo de recordarme, para siempre, que mi voz solo llevaría a los demás a su perdición.

Un sabor amargo me recorrió la lengua. Yo ya sabía que los dioses podían ser crueles. Mi despreciable padre me había estado ignorando durante catorce años.

Pero la maldición de Halcyon Green era mucho más que mala. Era cruel.

-Podrías devolvérselo -dije-. No te mereces esto. Escapa. Mata los monstruos. Te ayudaremos.

-Tiene razón -dijo Thalía-. Él es Luke, por cierto. Yo soy Thalía. Ella es Victoire. Hemos luchado contra muchos monstruos. Tiene que haber algo que podamos hacer, Halcyon.

-Llamenme Hal-dijo la leucrota. El anciano negó con la cabeza-. Pero no lo entienden. No son los primeros en venir aquí. Me temo que todos los semidioses creen que hay esperanza cuando llegan aquí. Alguna veces intento ayudarles, pero nunca funciona. Las ventanas están protegidas por cortinas letales.

-Lo hemos notado -murmuró Vic viendo con recelo las ventanas.

-...y la puerta está fuertemente encantada. Te deja entrar, pero no salir.

-Ya lo veremos -me giré y puse mi mano encima de la cerradura. Me concentré hasta que cayeron gotas de sudor por mi cuello, pero nada funcionó. Mis poderes son inútiles.

-Te lo dije -dijo la leucrota-. Ninguno de nosotros puede salir. Luchar contra los monstruos es imposible. No pueden ser heridos por ningún metal conocido por el hombre o los dioses.

Para dar veracidad a esto último, el anciano se abrió uno de los lados de su chaqueta de piel de serpiente, revelando una daga en su cinturón. Desenfundó la hoja de bronce celestial y se acercó a la jaula del monstruo.

La leucrota le gruñó. Hal introdujo el cuchillo por entre las barras, en dirección a la cabeza del monstruo. Normalmente, el bronce celestial desintegraría un monstruo con un solo toque. La hoja simplemente traspasó el hocico de la leucrota, no dejando ninguna marca.

La leucrota golpeó sus pezuñas contra las barras, y Hal retrocedió.

-¿Ven? -el monstruo habló por Hal.

-¿Así que simplemente te has rendido? -dijo Thalía-. ¿Ayudas al monstruo a atraernos hacia aquí y esperas a que nos maten?

-Eso... Eso es muy cruel -musitó Victoire horrorizada.

Hal enfundó su daga.

-Lo siento, cielo, pero no tengo elección. Estoy aquí atrapado, también. Si no coopero, los monstruos me dejarían morirme de hambre. Los monstruos podrían haberos matado en cuanto entraron en la casa, pero me usan para atraerlos en el piso de arriba. Me permiten su compañía durante momento. Facilita mi soledad. Y entonces... bueno, a los monstruos les gusta comer al atardecer. Lo que hoy pasará, a las 7:03 -miró al reloj digital que había en su escritorio, que ponía 10:34 AM-. Después, yo subsisto con lo que lleven en las mochilas -Miró con hambre hacia mi mochila, y un escalofrío me recorrió la espina dorsal.

-Eres tan malo como los monstruos -dije.

El anciano se estremeció. No me importó haberle ofendido. En mi mochila tenía dos barritas Snickers y dos de chocolate blanco, un sándwich de jamón, una cantimplora de agua, y una botella vacía de néctar. No quería que me mataran por aquello.

-Tienen derecho a odiarme -dijo la leucrota con la voz de Hal-, pero no puedo salvarlos. Al anochecer, las barras se alzarán. Los monstruos se los llevarán a parte y los matarán. No hay escapatoria.

Víctoire se estremeció y retrocedió mirando la jaula.

Dentro de está un panel cuadrado en la pared trasera se abrió. No había visto antes el panel, pero debía conectar con otra habitación. Dos leucrotae más entraron en la jaula. Los tres fijaron sus ojos rojos brillantes en mí, con sus huesudas mandíbulas haciendo crujidos.

Me pregunté cómo podrían los monstruos comer con unas bocas tan extrañas. Como respondiendo a mi pregunta, una leucrota cogió un pedazo de armadura con la mandíbula. La coraza de bronce celestial se rompió con la fuerza de una visagra y la mandíbula agujereó de un mordisco el metal.

-Como ven -dijo otra leucrota con la voz de Hal-, los monstruos son increíblemente fuertes.

Me sentí las piernas como si estuvieran hechas de flan. Los dedos de Thalía se clavaron en mi otro brazo.

-Haz que se vayan -pidió ella-. Hal, ¿puedes hacer que se vayan?

El anciano frunció el ceño. El primer monstruo dijo:

-Si hago eso, no podremos hablar.

El segundo monstruo añadió con la misma voz:

-Además, cualquier estrategia de escape en la que puedan pensar, alguien ya la ha intentado usar antes que ustedes.

El tercer monstruo dijo:

-No hay ninguna forma de hablar en privado.

Thalía anduvo de un lado para otro, igual que los monstruos. Víctoire se mantuvo a mi lado, sin poder despegar la mirada de los monstruos. Sabía que tenía miedo, yo también lo tenía.

-¿Esas cosas entienden lo que estamos diciendo? -preguntó Victoire-. Me refiero, ¿sólo hablan o también entienden las palabras?

La primera leucrota hizo un gemido agudo. Entonces imitó la voz de Victoire:

-¿Entienden las palabras?

Se me cerró el estómago. El monstruo había imitado a Victoire a la perfección. Si hubiera oído esa voz en la oscuridad, pidiéndome ayuda, habría ido corriendo sin pensármelo hacia ella.

El segundo monstruo habló por Hal:

-Las criaturas son inteligentes, igual que los perros son inteligentes. Comprenden las emociones y unas pocas frases. Pueden atraer a sus presas gritando cosas como "¡Ayuda!". Pero no estoy seguro de cuánto diálogo humano pueden llegar a entender. No importa. No pueden engañarlos.

-Haz que se vayan -dije-. Tienes un ordenador. Escribe lo que quieras decir. Si vamos a morir al atardecer, no quiero que esas cosas me estén mirando ahí todo el día.

Hal vaciló. Entonces se giró a los monstruos y se les quedó mirando en silencio. Después de unos momentos, las leucrotae gruñeron. Caminaron por fuera de la jaula y el panel trasero se cerró detrás de ellos.

Hal me miró. Abrió las manos como si se disculpara o como si pidiera preguntas.

-Luke -dijo Thalía, ansiosa-, ¿tienes un plan?

-Aún no -admití-. Pero será mejor que pensemos en alguno antes del atardecer.

Era una extraña sensación, el tener que esperar a la muerte. Normalmente cuando las chicas y yo luchamos contra monstruos, teníamos unos dos segundos para configurar un plan.

La amenaza era inmediata. O vivíamos o moríamos al instante. Ahora teníamos todo el día atrapados en una habitación sin nada que hacer, sabiendo que al atardecer aquellas barras de la jaula se levantarían y estaríamos destinados a una muerte segura y destrozados por los monstruos que no podían ser asesinados por ningún arma.

Entonces Halcyon Green se comería mis barritas Snicker. El suspenso era casi peor que cualquier ataque.

Parte de mí estaba tentado de noquear al anciano con mi palo de golf y dárselo de comer a las cortinas. Entonces al menos no podría ayudar a atraer más semidioses a sus muertes.

Pero no podía hacerlo. Hal era demasiado frágil y patético. Además, su maldición no era culpa suya. Había estado atrapado en aquella habitación durante décadas, forzado a depender de los monstruos para tener voz y para sobrevivir, forzado a observar cómo otros semidioses morían, todo porque salvó la vida de una niña.

¿Qué tipo de justicia era aquella?

Yo seguía aún enfadado con Hal por habernos atraído hacia allí, pero podía entender porqué había perdido la esperanza después de tantos años. Si alguien se merecía un palo de golf en su cabeza, era Apolo, y todos los demás holgazanes dioses olímpicos, por lo
Mismo.

Repasamos el apartamento prisión de Hal. Las estanterías estaban llenas desde novelas de suspenso a libros de historia antigua.

-Pueden leer lo que quieran -escribió Hal en su ordenador-. Todo menos mi diario personal, es algo íntimo.

Protegió con la mano un libro encuadernado con cuero verde cerca de su teclado.

-Ningún problema-dije.

Dudé si alguno de aquellos libros nos podría ayudar, y no me pude imaginar si Hal había podido tener algo interesante que poner en su diario, estando atrapado casi toda su vida en aquella habitación.

Nos mostró que disponía de conexión a Internet. Genial. Podíamos pedir pizza y observar cómo los monstruos se comían al repartidor.

No serviría de mucha ayuda.

Supuse que podíamos haber enviado un correo a alguien en busca de ayuda, aunque no teníamos a nadie con quién contactar, y nunca había enviado ningún correo. Ni Victoire, ni Thalía ni yo teníamos siquiera móviles de teléfono.

Habíamos descubierto a las malas que cuando los semidioses usaban la tecnología, atraía a los monstruos como la sangre atrae a los tiburones.

Entramos en el lavabo. Estaba bastante limpio teniendo en cuenta lo mucho que Hal había estado viviendo allí. Tenía dos trajes de piel de serpiente iguales, lavados a mano al parecer, colgando de la barra encima de la bañera. Su botiquín estaba lleno de suministros robados de la basura: maquillaje, medicamentos, cepillos de dientes, primeros auxilios, ambrosía y néctar.

Traté de no pensar de dónde habían salido todas aquellas cosas mientras rebuscaba por entre las cosas, pero no vi nada que pudiera vencer las Leucrotae.

Thalía cerró un cajón fuertemente por frustración, haciendo que Victoire se sobresaltara.

-¡No lo entiendo! ¿Por qué me ha traído hasta aquí Amaltea? ¿Los otros semidioses vienen aquí también atraídos por la cabra?

Hal frunció el ceño. Hizo un gesto para que le siguiera a su ordenador. Se inclinó sobre el teclado y tecleó:

-¿Qué cabra?

No vi ninguna razón para mantenerlo en!secreto. Le dije que habíamos estado siguiendo la cabra que dispensaba Pepsi de Zeus por Richmond, y cómo ella nos había atraído hasta la casa.

Hal parecía desconcertado y escribió:

-He oído hablar de Amaltea, pero no sé por qué los ha traído hasta aquí. Los otros semidioses se sienten atraídos a la mansión por el tesoro. Supuse que ustedes también lo hicieron.

-¿Tesoro? -preguntó Victoire.

Hal se levantó y nos mostró su armario. Estaba lleno de más suministros obtenidos por desafortunados semidioses: abrigos demasiado pequeños para Hal, algunas antorchas antiguas de madrea y brea, piezas de armadura abolladas y algunas espadas de bronce celestial que habían sido dobladas y rotas.

Vaya lástima, necesitaba otra espada.

Hal reorganizó cajas de libros, zapatos y unas cuantas barras de oro y una pequeña cesta llena de diamantes con los que no parecía demasiado interesado. Desenterró una caja fuerte cuadrada de metal de metro y medio e hizo el gesto como diciendo: ¡Tachán!

-¿Puedes abrirla? -pregunté.

Hal negó con la cabeza.

-¿Sabes lo que hay dentro? -preguntó Thalía.

De nuevo, Hal negó con la cabeza.

-Está cerrada -dijo Victoire.

Hal asintió, entonces cruzó un dedo por su cuello.

Me arrodillé cerca de la caja fuerte. No la toqué, pero puse mis manos cerca del cerrojo. Mis dedos cosquillearon como si la caja fuerte fuera un horno ardiendo. Me concentré hasta que pude percibir los mecanismos de su interior.

No me gustó lo que encontré.

-Esto son malas noticias -murmuré-. Sea lo que sea que haya dentro tiene que ser importante.

Thalía se arrodilló a mi lado mientras lo hizo al enfrente de ambos.

-Luke, es por esto por lo que estamos aquí - Thalía sonaba muy emocionada-. Zeus quiere que encuentre esto.

La miré, escéptico. No sabía cómo podía tener tanta fe en su padre, al igual que Victoire tenía fe en quien sea que fuera su madre; Zeus no la había tratado mucho mejor que Hermes me había tratado a mí. Y la madre de Victoire ni siquiera le había dado alguna señal de su existencia.

Además, muchos semidioses habían estado abandonados allí. Y estaban todos muertos.

-Por favor Luke, sea lo que sea que haya de entro, podría ayudarnos -me dijo Vic.

Y me volvió a mirar con aquellos orbes castaños de corderito. Supe que aquél momento sería otro de esos en los que Vic me llevaba por dónde quería.

Suspiré:

-Me van a pedir que la abra, ¿verdad? -le dije a ambas.

-¿Puedes?

Me mordí el labio. Puede que la próxima vez que me decida a rescatar a alguien o juntar con alguien, lo haga con alguien que no me gustara tanto y que no me agradará tanto. Me resultaba imposible decirles que no a ambas, sobre todo a Victoire.

-La gente la ha intentado abrir antes -le advertí-. Hay una maldición en el mango. Supongo que cualquiera que lo toca queda reducido a un montón de cenizas.

Miré a Hal. Su cara empalideció hasta adquirir el mismo tono que su pelo grisáceo. Me tomé aquello como un sí.

-¿Puedes reducir la maldición? -me preguntó Thalía.

-Eso creo -dije-. Pero hay una segunda trampa por la que estoy preocupado.

-¿Segunda trampa? -preguntó Vic.

-Nadie ha conseguido desactivar la combinación -dije-. Sé que es porque hay un depósito de veneno preparado para romperse en cuanto pulses el tercer número. Nunca ha sido activado.

Juzgando la expresión de Hal, aquello era nuevo para él.

-Puedo intentar desactivarlo -dije-, pero si me equivoco, todo el apartamento se llenará de gas y moriremos.

Ambas tragaron saliva.

-Confío en ti, Luke. Eres el mejor haciendo esto.

-Yo también confío en ti. No... no te equivoques -me dijo Thalia.

Me giré hacia el anciano.

-Quizá debas esconderte en la bañera. Ponte algunas toallas húmedas por encima, eso te protegerá.

Hal se movió, incómodo. La piel de serpiente de su traje se arrugó como si siguiera viva e intentara tragarse algo desagradable. Su cara cambió al ritmo de sus emociones: miedo, duda, pero en mayor parte, lástima.

Supuse que no podía aceptar la idea de esconderse en su bañera mientras tres niños arriesgaban sus vidas. O quizá aún había un poco de espíritu de semidiós en su interior después de todo. Inclinó su cabeza hacia la caja fuerte como diciendo: Adelante.

Toqué el candado de la combinación. Me concentré tanto que notaba cómo se me escurría el alma por los dedos.

Mi pulso se aceleró. Una gota de sudor se deslizó por mi nariz. Finalmente noté cómo los engranajes se movían. El metal crujió, el interruptor hizo un click y los tornillos se aflojaron.

Con cuidado de evitar el manillar, abrí la puerta con la punta de mis dedos y extraje un frasco de líquido verde sin romper.

Hal suspiró.

Victoire soltó un chillido de emoción y me besó en la mejilla, algo que no debería de haber hecho mientras sujetaba con una mano un frasco potencialmente letal. Thalía me sonrió con orgullo.

-Eres genial -me dijo.

¿Merecía la pena aquel riesgo? Sí, lo merecía.

Miré en la caja fuerte y parte de mi entusiasmo desapareció.

-¿Eso es todo?

Thalía metió la mano y sacó dos brazaletes. No parecían demasiado, sólo una hilera de lazos de plata pulida y el otro totalmente de bronce sin decoración alguna.

Thalía se colocó el de plata en la muñeca y cuando estaba por colocarse el de bronce, se detuvo. Miró el brazalete y luego a Victoire, quien miraba muy interesada el objeto.

-Toma tu esté -le dijo Thalia.

Víctoire abrió los ojos sorprendida.

-Pero es tuyo.

Thalía negó.

-No, algo que me dice que este no es para mí.

Extrañado por su comentario, observé como Vic tomaba el brazalete y se colocaba en su muñeca. No sucedió nada. Ambas fruncieron el ceño.

-Debería pasar algo. Si Zeus me ha enviado aquí...

Hal aplaudió llamando nuestra atención. De repente sus ojos tenían la misma pinta de alocados que su pelo. Gesticulaba rápidamente, pero no tenía ni idea de lo que intentaba decirnos. Finalmente dio un golpe en el suelo con su bota de piel de serpiente, frustrado, y se giró hacia su escritorio. Se sentó delante de su ordenador y comenzó a teclear.

Miré su reloj. Quizá el tiempo iba más rápido en aquella casa, o quizá el tiempo vuela cuando estás esperando a morir, pero casi se había pasado la tarde. Nuestro día estaba a punto de terminarse.

Hal nos enseñó el largo párrafo que había escrito:

-¡Son ustedes! ¡Han encontrado el tesoro! ¡No me lo puedo creer! ¡Esa caja fuerte ha estado cerrada desde antes de que yo naciera! ¡Apolo me dijo que mi maldición terminaría cuando los dueños del tesoro lo reclamaran! Si ustedes son los dueños...

Había más, todo lleno de exclamaciones, pero antes de que pudiera terminar de leer, Thalía dijo:

-Espera. Nunca he visto esté brazaletes.

-Tampoco yo -señaló Victoire.

-¿Cómo podríamos ser Tori y yo las dueñas? Y si tu maldición se supone que ha terminado, ¿Eso significa que los monstruos se han ido?

Un clack, clack, clack le respondió desde el pasillo. Fruncí el ceño y miré a Hal.

-¿Has recuperado tu voz?

Abrió su boca, pero no emitió ningún sonido. Sus hombros se derrumbaron.

-Quizá Apolo quiso decir que te íbamos a rescatar -dijo Victoire.

Hal tecleó otra frase:

-Quizá signifique que moriré hoy.

-Gracias, don Positivismo -dije-. Creía que podías predecir el futuro. ¿No sabes cuándo sucederá eso?

Hal tecleó:

-No puedo mirar. Es demasiado peligroso. Ya han visto lo que me pasó la última vez que usé mi don.

-Claro -me quejé-. No te arriesgues. Podrías echar por la borda esta maravillosa vida que tienes aquí montada.

Sabía que había sido mezquino, pero la cobardía del anciano me molestaba. Había dejado que los dioses le usaran como pelota anti-estrés durante mucho tiempo. Era hora de contraatacar, preferiblemente antes de que Thalía, Victoire y yo nos convirtiéramos en la cena de las leucrotae.

Hal bajó su cabeza. Su pecho temblaba y me di cuenta de que estaba llorando en silencio. Thalía me lanzó una mirada de irritación y Victoire me miró con reprendo.

-Está bien, Hal. No le hagas caso. No nos vamos a rendir, ninguno de nosotros -le dijo Vic.

Thalía asintió.

-Asi es. Este brazalete tiene que ser la solución. Tiene que tener un poder especial.

Hal respiró hondo. Se giró hacia el teclado y escribió:

-Es plata. Aunque se convierta en un arma, los monstruos no pueden ser heridos por ningún metal.

Thalía se giró hacia mí con una petición en sus ojos, como diciendo "Te toca tener una idea útil".

Estudié la jaula detenidamente, el panel de metal por el que los monstruos habían salido. Sí la puerta del estudio no se abría más y la ventana estaba cubierta por unas cortinas escupe-ácido y devora-hombres, entonces el panel era nuestra única salida.

No podíamos usar armas de metal. Tenía un frasco de veneno, pero si estaba en lo cierto, mataría a todo el mundo en la habitación en cuanto fuera abierto. Pasaron docenas de ideas por mi cabeza, pero las fui desechando a todas.

-Tenemos que encontrar un tipo distinto de arma -decidí-. Hal, déjame tu ordenador.

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟑

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