𝟤𝟩. 𝖾𝗅 𝗍𝖺𝗅𝗅𝖾𝗋 𝖽𝖾 𝖽𝖾́𝖽𝖺𝗅𝗈
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Twenty seven
❝ Daedalus' workshop❞
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—¡Por aquí! —gritó Rachel.
—¿Por qué deberíamos de seguirte? —protestó Victoire—. ¡Nos has llevado directo a una trampa!
—Era el camino que tenían que seguir. Igual que éste. ¡Vamos!
Victoire no estaba contenta con ella, pero la siguió al igual que todos. Rachel parecía saber exactamente adonde se dirigía. Doblaba los recodos a toda prisa
y ni siquiera vacilaba en los cruces.
En una ocasión les dijo «¡Agachense!», y todos se
agazaparon justo cuando un hacha descomunal se deslizaba por encima de sus cabezas.
Para ese punto Victoire perdió la cuenta de las vueltas que dieron. No se detuvieron a descansar hasta que llegaron a una estancia del tamaño de un gimnasio con antiguas columnas de mármol.
Victoire se soltó del agarre de Percy mientras esté revisaba que no los estuvieran siguiendo. Tori suspiró de alivio al no oir nada pero pronto sintió una punzada en el hombro.
—Tori, tienes el hombro dislocado —señaló Daphne y pronto todos voltearon a verla. Tori hizo una mueca al intentar moverlo—, no sean tonta, así no se hace —replico la rizada acercándose a ella—. No te mentiré, esto te dolerá.
Y sin esperar un segundo más, volvió a colocar el hueso del hombro en su lugar. Victoire soltó un gritó de dolor y Percy se acercó a ella, preocupado.
—¿Estás bien?
—Claro, todos los días me tienen que colocar un hueso en su lugar —ironizo ella tomando el pequeño pedazo de ambrosía que Annabeth le daba. Lo mastico y pronto el sabor de las galletas de chocolate de Sally inundó su paladar.
Suspiró aliviada cuando el dolor disminuyó. No obstante, en ese momento, Ethan se desmoronó en el suelo.
—¡Estan todos locos! —exclamó quitándose el casco. Tenía la cara cubierta de sudor.
Annabeth sofocó un grito.
—¡Ahora me acuerdo de ti! ¡Estabas en la cabaña de Hermes hace unos años!
Él le dirigió una mirada hostil.
—Sí, y tú eres Annabeth. Ya me acuerdo.
—¿Qué te pasó en el ojo? —preguntó Daphne.
Pero Ethan desvío el rostro hacia el otro lado.
—¿Luke... Te hizo eso? —le preguntó Tori con voz temblorosa.
Ethan volteo a verla con brusquedad.
—¿Y a ti que te importa? ¿Acaso querías hacer tu los honores, o es que mi hermano no fue suficiente para ti?
Victoire empalidecio.
—¡Hey! —bramó Percy molesto y acercó peligrosamente a Ethan. Sino fuera por Rachel que se interpuso en medio, seguramente le hubiera metido un golpe—. No vuelvas hablarle así.
Ethan resopló y rodó los ojos con fastidio.
Tori, por otro lado, se dirigió a él con la voz temblorosa.
—¿Dijiste tu hermano?
Ethan la volteo a ver con una ceja alzada y respondió.
—Keegan.
—Pero... —la voz le flanqueo—. Keegan no tenía...
—Por parte divina —aclaró él, pero eso tampoco hizo sentir mejor a Tori.
Daphne, quien notó la incomodes de su amiga, intervino:
—Bueno, lo bueno de todo esto es que logramos escapar —dijo y volteó a ver a Percy—. Seguramente el mestizo de tu sueño era él —señaló a Ethan—. Eso quiere decir que Nico sigue por aquí.
—¿Quién es Nico? —preguntó Ethan.
—No importa —replicó Annabeth rápidamente—. ¿Por qué querías unirte al bando de los malos?
Ethan la miró con desdén.
—Porque el bando de los buenos no existe. Los dioses nunca se han preocupado de nosotros. ¿Por qué no iba...?
—Claro, ¿por qué no ibas a alistarte en un ejército que te hace combatir a muerte por pura diversión? —le espetó Daphne con ironía—. Jo, me preguntó por qué.
Ethan se incorporó con esfuerzo.
—No pienso discutir con ustedes. Gracias por la ayuda, pero me largo.
—Estamos buscando a Dédalo —le dijo Percy un poco más tranquilo.
—Puedes venir con nosotros Ethan —agregó Tori y Percy asintió.
—Una vez que lo consigamos, serás bienvenido en el campamento.
—¡Estan completamente locos si creen que Dédalo va a ayudarles!
—Tiene que hacerlo —apuntó Annabeth.
—Obligaremos a ese viejo a escucharnos —aseguró Daphne.
Ethan resopló.
—Sí, vale. Buena suerte.
Percy lo agarró del brazo.
—¿Piensas largarte tú solo por el laberinto? Es un suicidio.
Pero Ethan lo miró conteniendo apenas su ira.
—No deberías haberme perdonado la vida, Jackson. No hay lugar para la clemencia en esta guerra.
Luego echó a correr y desapareció en la oscuridad por la que habían venido.
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Los cinco se encontraban tan exhaustos que decidieron acampar allí mismo. Victoire y Daphne encontraron unos trozos de madera y con eso lograron encender un fuego. Las sombras bailaban entre las columnas y se alzaban a su alrededor como árboles gigantescos.
Victoire se encontraba sumida en sus pensamientos. El encuentro con Luke no la había dejado tranquila, había algo... Diferente en él que Victoire no lograba descifrar.
Y al parecer no fue la única.
—Algo le pasaba a Luke —murmuró Annabeth mientras atizaba el fuego con el cuchillo—. ¿Han visto cómo se comportaba? —les preguntó.
Tanto Victoire como Daphne asintieron, pero Percy no pudo evitar soltar una de sus respuestas irónicas.
—A mí me ha parecido muy satisfecho —señalo—. Como si hubiese pasado un día estupendo torturando a un héroe tras otro.
—¡No es verdad! —protestó Tori volteando a verlo ceñuda—. Algo le pasaba. Parecía... nervioso.
—Ha ordenado a sus monstruos que nos perdonaran la vida. Quería decirnos algo —le dijo Annabeth a Victoire.
—Seguramente: «¡Hola, Annabeth! !Hola Vic! Siéntense aquí conmigo y miren cómo destrozo a sus amigos. ¡Va a ser divertido!»
—Eres insufrible —rezongaron al unísono Annabeth y Tori. La primera envainó su cuchillo y miró a Rachel—. Bueno, ¿y ahora por dónde?
Rachel no respondió enseguida. Desde que habían pasado por la pista de combate, se encontraba muy silenciosa. Cada vez que Tori o alguna de ellas hacia un comentario sarcástico, Rachel apenas y se molestaba en responder.
Había quemado en la hoguera la punta de un palito y, con la ceniza, estaba dibujando en el suelo imágenes de los monstruos que habían visto. Le bastaron unos trazos para captar a la perfección la forma de una dracaena.
Muy a su pesar, Victoire admitió mentalmente que la chica era muy buena dibujando.
—Seguiremos el camino —dijo—. El brillo del suelo.
—¿Te refieres a ese brillo que nos ha llevado directamente a una trampa? —inquirió Tori.
—Déjala en paz —le dijo Percy—. Hace lo que puede.
Victoire lo miro ceñuda y se puso en pie.
—El fuego se está apagando. Voy a buscar un poco más de madera mientras ustedes hablan de estrategia.
No esperó a oír una respuesta, se alejo del grupo con pasos fuertes para buscar madera; No mentiría, le molestaba como Percy defendía a Rachel. ¿Acaso estaba prohibido tener dudas sobre la chica.después de que está los llevará directo con los enemigos? No es por nada, pero Tori no quería volver a toparse con algún gigante como Anteo.
Y mucho menos con Luke.
Verlo le hacía mal. La hacía recordar esos viejos tiempos donde eran una familia unida.
Donde eran amigos y luchaban codo a codo. Dónde se cuidaban mutuamente sin importar que.
Y, en cierta parte, se sentía culpable por albergar esperanzas dentro de ella respecto al rubio; Ella seguía creyendo que Luke podía redimirse. ¿Acaso estaba mal? ¿Acaso no existían las segundas oportunidades?
Victoire suspiró, recogió un buen montón de madera y regresó al improvisado campamento donde Rachel era la única que se encontraba dormida. Camino hasta la pequeño fogata que habían prendido, y la cual estaba a nada de consumirse por completo, tiro la madera al fuego y comenzó a atizarlo con su espada.
Volteo a ver al par de chicas y finalmente miró a Percy de reojo.
—Duerman un poco, yo haré la primera guardia.
—¿Estás segura? —le preguntó Annabeth. Tori asintió, convencida—. Bien, pero me despiertas para el segundo turno.
—Vale —asintió Tori.
—Yo haré el tercero —dijo Daphne.
Ambas, para su sorpresa, asintieron y se acomodaron para dormir. Tori se sentó del otro lado de la fogata, justo enfrente de Percy pero a la vez lo más apartada de él.
Cuando las respiración de ambas chicas se volvieron pesadas, Percy hablo.
—No hace falta que te comportes así.
Victoire apretó los puños y miró seriamente a Percy.
—¿Comportarme cómo, según tu?
—Como... —Percy suspiró—. No importa, da igual. —Se tumbó en el suelo con una sensación de tristeza, más no permitió que ella lo viera.
Percy se encontraba tan cansado, que nada más cerrar los ojos, cayó dormido.
Victoire suspiro profundamente, sintiéndose mal consigo misma. Estaba tratando fatal al chico desde ayer y comenzaba a sentirse culpable por eso; Percy por poco y saltaba sobre Ethan cuando esté le habló mal solo por preocuparse por él. La tomó de la mano y la saco de la pista de combate a toda prisa antes de seccionarse que las demás viniesen detrás de ellos.
Eran pequeños detalles que lograban remover el interior de Victoire. Pero, como siempre, había algo que le impedía volver a ser la misma de antes con él.
Ella lo había besado.
Y Percy no parecía recordar ese pequeño detalle.
Y eso, en parte, le dolía.
¿Acaso el beso no había significado nada para él? ¿Había sido tan irrelevante como para olvidarlo así de fácil? ¡Por Zeus! Victoire solo deseaba saber que había sentido Percy.
Pero la respuesta a sus dudas parecía no querer llegar nunca. Y menos ahora con Rachel ahí.
Victoire sujeto con firmeza su espada y agudizó el oído para estar atenta. No permitiría que ningún monstruo se acercará a sus amigos. Ni siquiera a la mocosa mortal.
Tras dos horas continúas de vigilancia, Victoire despertó a Annabeth para el segundo turno. Sus ojos le pesaban y no estaba segura de poder continuar. La rubia despabilo y Victoire se tumbó en su lugar para descansar un poco.
El hombro se había recuperado rápidamente, pero la adrenalina había desaparecido de su cuerpo y ahora el cansando hizo acto de presencia. Victoire uso su mochila como almohada y pronto cayó en un profundo sueño.
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—¡Vi! ¡Despierta, está temblando!
El gritó de Percy la exalto, pero pronto reparó en que efectivamente la estancia entera temblaba.
Mientras Percy le gritaba a Rachel que despertará, Victoire tomó su mochila y pronto los cinco se echaron a correr.
Casi habían llegado al túnel del fondo cuando la columna más cercana crujió y se partió. Siguieron a toda marcha mientras un centenar de toneladas de mármol se desmoronaba a sus espaldas. Llegaron al pasadizo y se volvieron un instante, cuando ya se desplomaban las demás columnas. Una nube de polvo se les vino encima y continuaron corriendo.
—¿Sabes? —dijo Annabeth—. Empieza a gustarme este camino.
No había pasado mucho tiempo cuando divisaron luz al fondo: una iluminación eléctrica normal.
—Allí —señaló Rachel.
La siguieron hasta un vestíbulo hecho totalmente de acero inoxidable, como los que debían de tener en las estaciones espaciales. Había tubos fluorescentes en el techo. El suelo era una rejilla metálica. Victoire estaba tan acostumbrada a la oscuridad que se vio obligada a parpadear varias veces para acostumbrarse a la iluminación.
Annabeth y Rachel parecían muy pálidas bajo aquella luz tan cruda.
—Por aquí —indicó Rachel, quien echó a correr de nuevo—. ¡Ya casi hemos llegado!
—¡¿Qué?¡ —espeto la rizada y se giró hacia Annabeth—, ¿No habías dicho que el taller debería estar en la parte más antigua de este lugar?
—¡Debería! ¡No puede ser! —objetó Annabeth—. Esto no...
Titubeó solo porque habían llegado a una doble puerta de metal. Y, grabada en la superficie de acero, destacaba una gran A griega de color azul.
—¡Es aquí! —anunció Rachel—. El taller de Dédalo.
Victoire contempló con los ojos abiertos la puerta. Había llegado, después de tantas dificultades finalmente habían logrado llegar al taller de Dédalo.
Annabeth se acercó a la puerta y pulsó el símbolo. Las puertas se abrieron con un chirrido.
—De poco nos ha servido la arquitectura antigua —dijo Percy.
Annabeth lo miró ceñuda y los cinco entraron. Lo primero que los impresionó fue la luz del día: un sol deslumbrante que entraba por unos gigantescos ventanales. Tras pestañear varias veces, Victoire se fijo mejor en el lugar; El taller venía a ser como el estudio de un artista, cosa que a Victoire le encanto, con techos de nueve metros de alto, lámparas industriales, suelos de piedra pulida y bancos de trabajo junto a los ventanales.
Una escalera de caracol conducía a un altillo. Media docena de caballetes mostraban esquemas de edificios y máquinas que se parecían a los esbozos de Leonardo da Vinci. Había varios ordenadores portátiles por las mesas. En un estante se alineaba una hilera de jarras de un aceite verde: fuego griego.
También se veían inventos: Una silla de bronce con un montón de cables eléctricos. Ese parecía más un instrumento de tortura que otra cosa. En otro rincón se alzaba un huevo metálico gigante que tendría el tamaño de un hombre. Victoire no deseaba saber que animal o criatura habitaba en su interior.
Tambien había un reloj de péndulo que parecía completamente de cristal, de manera que se veían los engranajes girando en su interior. Y en una de las paredes habían colgado numerosas alas de bronce y de plata.
Victoire no tardó en correr hacia ellas para contemplarlas mejor. Sí ella no tuviera sus propias alas, sin duda hubiera querido una de esas.
—¡Dioses del cielo! —musitó Annabeth detrás de ella y corrió hacia el primer caballete. Examinó el esquema—. Es un genio. ¡Mira las curvas de este edificio!
—Y un artista —dijo Rachel, maravillada—. ¡Esas alas son increíbles!
—Es un trabajo tan pulcro, mira como las plumas están entrelazadas entre si—señaló Victoire con emoción—. Ni siquiera uso cera para pegarlas, ¿Estas son tiras autoadhesivas?
Las tres chicas se encontraban maravillas contemplando el lugar, que Daphne y Percy se mantuvieron alertas detrás de ellas. Parecía que Dédalo no estaba ahí, pero daba la impresión de que el taller había sido utilizado hasta hace un momento.
Los portátiles seguían encendidos, con sus respectivos salvapantallas. En un banco había una magdalena de arándanos mordida y una taza de café.
Percy se acercó al ventanal junto con Daphne y contemplaron el paisaje al otro lado; a los lejos se encontraban las Montañas Rocosas. Se encontraban en lo alto de una cordillera, al menos a mil quinientos metros del suelo y, a sus pies, se extendía un valle con una variopinta colección de colinas, rocas y formaciones de piedra rojiza.
—¿Dónde estamos? —pregunto Daphne.
—En Colorado Springs —respondió una voz a sus espalda—. El Jardín de los Dioses.
Victoire en automático dejó de ver las alas y giró el cuerpo. De pie, en lo alto de la escalera de caracol, con el arma desenvainada, estaba su desaparecido instructor de combate a espadas.
Quintus.
—¡Tú! —exclamó Annabeth—. ¿Qué has hecho con Dédalo?
El sonrió levemente.
—Créeme, querida: no te conviene conocerlo.
—A ver si nos entendemos, señor Traidor —gruñó ella—, no he luchado con una mujer dragón, con un hombre de tres cuerpos y una esfinge psicótica para verte a ti.
—Hemos, Chase —rectificó Daphne sin despegar la mirada de Quintus—. No fuiste la única que enfrentó a la Esfinge, eso sin contar al idiota de Gerión y los telekhines.
—Como sea... ¿dónde está Dédalo? —preguntó Annabeth.
Quintus bajó las escaleras, sosteniendo la espada desenvainada en un costado. Victoire apretó la mandíbula con molestia al verlo con la camiseta de instructor del Campamento Mestizo. Era un insulto que siguiera llevándolo cuando él era el espía. Victoire sujeto su cinturón, lista para desenvainar su espada en el dado caso de una pelea.
—Creen que soy un agente de Cronos —dijo—. Que trabajo para Luke.
—Vaya novedad / no me digas —dijeron Annabeth y Daphne al unísono.
—Son unas chicas inteligentes, pero se equivocan. Yo sólo trabajo para mí.
—Luke habló de ti —le dijo Percy—. Y Gerión también te conocía.
— Estuviste en su rancho, ¿No es así? — inquirió Tori.
—Claro —admitió—. He estado en casi todas partes. Incluso aquí.
Pasó por el lado de Percy, como si él no representara ninguna amenaza, y se situó junto a la ventana.
—La vista cambia todos los días —musitó—. Siempre un lugar alto. Ayer era un rascacielos desde el que se dominaba todo Manhattan. Anteayer, una preciosa vista del lago Michigan. Pero siempre reaparece el Jardín de los Dioses. Supongo que al laberinto le gusta este lugar. Un nombre apropiado, imagino.
—O sea, que ya habías estado aquí antes —apuntó Percy.
—Desde luego.
—¿La vista es un espejismo ? —preguntó—. ¿Una proyección?
—No —murmuró Rachel—. Es auténtica. Estamos realmente en Colorado.
Quintus la observó.
—Tienes una visión muy clara, ¿no es cierto? Me recuerdas a otra mortal que conocí. Otra princesa que sufrió un accidente.
—Basta de tonterías y dinos donde está Dédalo —Protestó Tori.
—¿Qué has hecho con él? —preguntó Percy.
Quintus los miró fijamente.
—Jóvenes, necesitan unas lecciones de su amiga para ver con más claridad. Yo soy Dédalo.
Victoire quiso replicar que Rachel no era ni de cerca su amiga cuando aquella revelación la dejo patidifusa.
Él... ¿Dédalo?
¡Era imposible!
—Pero ¡tú no eres inventor! ¡Eres un maestro de espada! —exclamó Percy.
—Soy ambas cosas —explicó Quintus—. Y arquitecto. Y erudito. También juego al baloncesto bastante bien para un tipo que no empezó a practicar hasta los dos mil años de edad. Un verdadero artista debe dominar muchas materias.
—Eso es cierto —observó Rachel—. Yo pinto también con el pie, no sólo con las manos.
Victoire rodó los ojos y la miró entornando los ojos.
—¿Lo ves? —dijo Quintus—. Una chica muy dotada.
—Pero si ni siquiera te pareces a Dédalo —protestó Percy—. Lo he visto en sueños y...
Pero Percy enmudeció y su gesto se convirtió en uno que reflejaba horror.
—Sí —dijo Quintus—. Por fin has adivinado la verdad.
—Eres un autómata —señaló él—. Te construiste un cuerpo nuevo.
—Percy —intervino Annabeth—, no es posible. Eso... eso no puede ser un autómata.
Quintus rió entre dientes.
—¿Sabes qué quiere decir Quintus, querida?
—«El quinto», en latín. Pero...
—Este es mi quinto cuerpo. —El maestro de espada extendió el brazo, se apretó el codo con la mano y una tapa rectangular se abrió como un resorte en su muñeca.
Debajo zumbaban unos engranajes de bronce y relucía una maraña de cables.
—¡Es alucinante! —se asombró Rachel.
—Es rarísimo —expresaron Tori y Percy al mismo tiempo.
—¿Encontraste un medio de transferir tu animus a una máquina? —preguntó Annabeth—. Es... antinatural.
—Ah, querida, te aseguro que sigo siendo yo. Soy el mismísimo Dédalo de siempre. Nuestra madre, Atenea, se encarga de que no lo olvide. —Tiró de su camiseta hacia abajo. En la base del cuello tenía una marca que ya había visto antes: la forma oscura de un pájaro injertada en su piel.
—La marca de un asesino —declaró Daphne, atónita.
—Por tu sobrino, Perdix —dijo Percy—. El chico que empujaste desde la torre.
Victoire abrió los ojos, perpleja. El rostro de Quintus se ensombreció.
—No lo empujé. Simplemente...
—Hiciste que perdiera el equilibrio —dijo Percy—. Lo dejaste morir.
Quintus contempló las montañas violáceas por la ventana.
—Me arrepiento de lo que hice, Percy. Estaba furioso y amargado. Pero ya no puedo remediarlo y Atenea no me permite olvidar. Cuando Perdix murió, lo convirtió en un pequeño pájaro: una perdiz. Me marcó en el cuello la forma de ese pájaro a modo de recordatorio. Sea cual sea el cuerpo que adopte, la marca reaparece en mi piel.
Percy contempló al hombre de cerca. Victoire se mantuvo en alerta en todo momento, tenía una mala sensación de todo eso. Que Quintus resultara ser Dédalo era algo que le estaba costando procesar.
El mayor inventor de la historia había estado todo este tiempo en el campamento espiandolos.
—Realmente eres Dédalo —dijo Percy—. Pero ¿por qué viniste al campamento? ¿Para qué querías espiarnos?
—Para ver si su campamento merecía salvarse. Luke me había ofrecido una versión de la historia. Preferí extraer mis propias conclusiones.
—O sea, que has hablado con Luke —acusó la rizada.
—Ah, sí, muchas veces. Un tipo bastante persuasivo.
—Pero ¡ahora has visto el campamento! —insistió Annabeth—. Y sabes que necesitamos tu ayuda. ¡No puedes permitir que Luke cruce el laberinto!
Dédalo dejó la espada en el banco de trabajo.
—El laberinto ya no está bajo mi control, Annabeth. Yo lo creé, sí. De hecho, está ligado a mi fuerza vital. Pero he dejado que viva y se desarrolle por sí mismo. Es el precio que he pagado para mantenerme a salvo.
—¿A salvo de qué? —preguntó Daphne.
—De los dioses. Y de la muerte. Llevo dos milenios vivo, querida, ocultándome de ella.
—Pero ¿cómo has podido ocultarte de Hades? —le preguntó Daphne con voz ahogada. De todos ellos, era la que más le había afectado saber que Quintus era el inventor—. Quiero decir... Hades tiene a las Furias.
—Ellas no lo saben todo —respondió—. Y tampoco lo ven todo. Tú te has tropezado con ellas, Percy —dijo mirando ahora al pelinegro—, y sabes que es así. Un hombre inteligente puede esconderse durante mucho tiempo, y yo me he enterrado a mí mismo en una profundidad inaccesible. Sólo mi gran enemigo ha continuado persiguiéndome, y también he logrado desbaratar sus planes.
—Te refieres a Minos —señaló Percy.
Dédalo asintió.
—Me acosa sin cesar. Ahora que es juez de los muertos, nada le gustaría más que ver cómo me presento ante él para poder castigarme por mis crímenes. Desde que las hijas de Cócalo lo mataron, el fantasma de Minos empezó a torturarme en sueños. Prometió darme caza. Y no tuve más remedio que retirarme por completo del mundo. Descendí a mi laberinto. Decidí que ése sería mi máximo logro: engañar a la muerte.
—Y lo has logrado —apuntó Annabeth—. Durante dos mil años.
Parecía impresionada, pese a las cosas horribles que Dédalo había hecho.
Justo en ese momento sonó un fuerte ladrido en el túnel. Escucharon el pa-PUM, pa-PUM, pa-PUM de unas pezuñas enormes y la Señorita O'Leary entró brincando en el taller y se dirigió a su dueño. Le dio un lametón en la cara y a nada estuvo de derribarlo con las fiestas y saltos entusiastas que le dedicaba.
—Aquí está mi vieja amiga. —Dédalo le rascó detrás de las orejas—. Mi única compañera durante todos estos años solitarios.
—Permitiste que me salvara —dijo Percy—. Al final resulta que el silbato funcionaba.
—Por supuesto que sí —asintió Dédalo—. Tienes buen corazón, Percy. Y sabía que le caías bien a la Señorita O'Leary. Yo quería ayudarte. Quizá me sentía culpable, además.
—¿Culpable de qué? —inquirió Tori, recelosa.
—De que toda su búsqueda vaya a resultar inútil.
—¿Qué? —exclamó Annabeth—. Aún puedes ayudarnos. ¡Tienes que hacerlo! Danos el hilo de Ariadna para que Luke no pueda apoderarse de él.
—Ah... el hilo. Ya le dije a Luke que los ojos de un mortal dotado de una clara visión son los mejores guías, pero él no se fió de mí. Estaba obsesionado con la idea de un objeto mágico. Y el hilo funciona. Tal vez no tiene tanta precisión como su amiga mortal, pero cumple su cometido. Sí, funciona bastante bien.
—¿Dónde está? —quiso saber Daphne.
—Lo tiene Luke —respondió él con tristeza—. Lo lamento, querida. Llegan con varias horas de retraso.
Con un escalofrío, comprendieron entonces por qué estaba Luke de tan buen humor en la pista de Anteo.
Ya había conseguido el hilo de Dédalo.
Victoire ato cabos; El único obstáculo que se interponía en su camino era el dueño de la pista de combate. Y Percy se había encargado de librarlo de él, matándolo.
—No puede ser... —musitó Daphne con el ceño fruncido. Sus ojos parecían temblar sin cesar, moviéndose de un lado al otro, como si estuviera meditando las últimas revelaciones. Entonces esbozó una irónica sonrisa y miró a Quintus con una creciente llama en sus orbes color avellana—. ¡Confié en ti! Realmente... ¡de verdad te admiraba, porque eras un guerrero espectacular! Y tú, sabiendo todo esto, ¿te ofreciste a ayudarme a entrar al laberinto cuando todos dormían?
Quintus la observó con lástima.
—Lo siento, querida... —dijo—. Todo lo que te he dicho era cierto, pero Cronos me ha prometido la libertad. Una vez que Hades sea derrocado, pondrá el inframundo bajo mi tutela. Entonces reclamaré a mi hijo Ícaro. Arreglaré las cosas con el pobre Perdix. Y haré que el alma de Minos sea arrojada al fondo del Tártaro, donde no pueda atormentarme más. Ya no tendré que seguir huyendo de la muerte.
—¿Ésa es tu gran idea? —inquirió Annabeth—. ¿Vas a dejar que Luke destruya nuestro campamento, que mate a cientos de semidioses y ataque el Olimpo?
—¿Vas a permitir que se venga abajo el mundo entero sólo para lograr lo que deseas? —inquirió Daphne.
—La suya es una causa perdida, queridas. Me di cuenta apenas comencé a trabajar en su campamento. Es imposible que puedan resistir al poderoso Cronos.
—¡No es cierto! —estalló ella.
—No podía hacer otra cosa, querida. La oferta era demasiado buena para rechazarla. Lo lamento.
Victoire lo miro perpleja y negó con la cabeza.
—Nosotros confiamos en ti —espetó Tori.
Entonces Annabeth le dio un empujón a un caballete y los esquemas arquitectónicos se desparramaron por el suelo.
—Yo te respetaba ¡Eras mi héroe! Construías... cosas increíbles, resolvías problemas. Y ahora... no sé lo que eres. Se supone que los hijos de Atenea han de poseer sabiduría, no sólo inteligencia. Quizá no seas más que una máquina, a fin de cuentas. Deberías haber muerto hace dos mil años.
En lugar de ponerse furioso, Dédalo bajó la cabeza.
—Deberian irse y alertar al campamento. Ahora que Luke tiene el hilo...
—¡Ah, ahora te preocupa! —lo interrumpió Daphne—. ¿Para qué? Si has dicho que no tenemos posibilidades contra...
La Señorita O'Leary alzó de repente las orejas.
—¡Alguien viene! —dijo Rachel.
Las puertas del taller se abrieron violentamente y Nico entró a trompicones con las manos encadenadas. Detrás venían Kelli y dos lestrigones, seguidos por el fantasma de Minos. Este casi parecía sólido: un rey pálido y barbado de ojos glaciales, de cuya túnica se desprendían jirones de niebla.
Su mirada se concentró en Dédalo.
—Aquí estás, mi viejo amigo.
Dédalo apretó los dientes y miró a Kelli.
—¿Qué significa esto?
—Luke te manda recuerdos —dijo ella—. Ha pensado que quizá te gustaría ver a tu antiguo jefe, Minos.
—Eso no formaba parte de nuestro acuerdo —espetó Dédalo.
—Cierto —admitió Kelli—. Pero ahora ya tenemos lo que queríamos de ti; y también hemos llegado a otros acuerdos. Minos nos ha pedido una sola cosa para entregarnos a este joven y bello semidiós —dijo deslizándole un dedo por el cuello a Nico. Daphne se tensó al instante y fulminó a la empusa con la mirada—. Nos será muy útil, por cierto. Y lo único que Minos nos ha pedido a cambio ha sido tu cabeza, anciano.
Dédalo palideció.
—Traición.
—Vete acostumbrando —soltó ella.
—Vaya —comentó Daphne sin despegar la vista de Nico y de la empusa—. Al parecer al traidor le dieron una cucharada de su propia medicina.
—Nico —dijo Percy—. ¿Estás bien?
Él asintió con aire enfurruñado.
—Lo siento... Percy. Minos me aseguró que estaban en peligro. Me convenció para que volviera al laberinto.
—¿Pretendías salvarnos? —preguntó Tori.
—Me engañó —dijo—. Nos ha engañado a todos.
—Dioses —masculló Daphne al tiempo que Percy miraba a Kelli—, juro que voy a enviarte a lo más profundo del Inframundo, maldito rey de...
—¿Y Luke? —intervino el chico—. ¿Por qué no está aquí?
La mujer demonio sonrió como quien comparte un chiste privado.
—Luke está... ocupado. Ha de preparar el ataque. Pero no se preocupen, tenemos más amigos en camino. Y mientras tanto, ¡voy a tomar un suculento aperitivo!
Sus manos se transformaron en garras, su pelo ardió en llamas y sus piernas adoptaron su forma real: una pata de burro y otra de bronce.
—Percy —le susurró Rachel—, las alas. ¿Tú crees...?
—Descuélgalas —le dijo Percy—. Trataré de ganar tiempo.
Victoire le dedico una mirada sobre el hombro a Rachel.
—Yo no necesito unas.
Y entonces se armó un auténtico pandemonio.
Victoire y Percy arremetieron contra Kelli. Los lestrigones se lanzaron sobre Dédalo, pero Annabeth y la Señorita O'Leary se interpusieron de un salto para defenderlo. Nico había sido derribado de un empujón y forcejeaba en el suelo con sus cadenas. Daphne empezó a esquivar a todos para acercarse a él mientras el espíritu de Minos aullaba:
—¡Matad al inventor! ¡Matadlo!
Rachel tomó las alas de la pared. Nadie le prestaba atención. Kelli atacó con sus garras a Victoire pero está las detenía con su espada. Percy intento clavarle a contracorriente, pero la mujer demonio era rápida y mortífera: volcaba mesas, aplastaba inventos y no permitía que se acercáran demasiado. Victoire desplegó su espada y lanzó su látigo hacia kelli. La empusa bramó de furia cuando se formó un gran corte en su rostro.
—¡Maldita asquerosa! —rugio.
En eso se escuchó algo estrellarse en el suelo. La vasija de fuego griego se había caido al suelo y esté empezó a arder. Sus llamas verdes se propagaron rápidamente.
—¡A mí! —gritó Minos—. ¡Espíritus de los muertos!
Alzó sus manos espectrales y el aire empezó a temblar.
—¡No! —gritó Nico, Daphne había conseguido quitarle los grilletes y ambos se encontraban codo a codo, y frente al fantasma.
Victoire no pudo poner atención a su enfrentamiento, Kelli estaba furiosa con ella y no podía bajar la guardia. Se alzo sobre la empusa y volvio a lanzar un látigazo directo a su pecho, la empusa alcanzó a agarrar el látigo en el intento pero lo soltó con un bramido. El bronce celestial la había quemado. Victoire sonrió con altivez. Regreso su espada a su forma original y le lanzó un mandoble a Kelli que logró esquivar por los pelos.
Entonces la tierra empezó a retumbar. Las ventanas se resquebrajaron y se hicieron añicos, tras lo cual una violenta ráfaga de aire fresco entró en la estancia. Victoire perdió el equilibrio en el aire y terminó estrellandose en una de las paredes. Kelli se rió y se giró hacia Percy, que se había distraído en el enfrentamiento de Nico y Minos.
Kelli se echó sobre él a tal velocidad que Percy no tuvo tiempo de defenderse. La espada se le escapó y, al caer al suelo, se dio un porrazo en la cabeza con un banco. La vista se le nubló. No podía alzar los brazos.
—¡Seguro que tienes un sabor delicioso! —dijo Kelli riéndose y enseñándole los colmillos.
Súbitamente, su cuerpo se puso rígido y sus ojos inyectados en sangre se abrieron de par en par. Sofocó un grito.
—No... escuela... espíritu...
Victoire sacó su espada de su espalda.
—Vete al Tártaro demonio —mascullo Tori.
Con un chillido escalofriante, Kelli se esfumó en un vapor amarillo. Victoire ayudó a Percy a incorporarse y reviso la herida en su cabeza, donde un pequeño hilo de sangre se deslizaba sobre su frente.
—Estaras bien, no es grave —le dijo ella apartando con suavidad el mechón blanco de la frente.
Percy sonrió levemente. Abrió la boca para decir algo pero Victoire se apartó de él de golpe. Como si hubiera recordado que estaba enfadada con él.
Se alejó de él y corrió hacia los demás, que se habían acercado a dónde Rachel estaba con más alas.
Percy suspiró y se dirigió a ellos cuando vislumbró a la señorita O'Leary y Dédalo peleando contra el último gigante.
Entonces se escuchó un griterío en el túnel: se acercaban los refuerzos que Kelli había mencionado.
No tardarían en llegar al taller.
—¡Hemos de ayudar a Dédalo! —dijo Percy.
—No hay tiempo —gritó Rachel—. ¡Vienen muchos más!
Ya se había colocado las alas. Victoire estaba ayudando a Nico, que se había quedado pálido como la cera y cubierto de sudor tras su lucha con Minos. Daphne y Annabeth se colocaron las suyas y la rizada le tendió las suyas a Percy
—¡Ahora tú! —le indicó.
En unos segundos, Nico, Annabeth, Daphne, Rachel y Percy tuvieron colocadas las alas de cobre. El viento que entraba por la ventana comenzaba a impulsarlos hacia arriba.
Victoire giro en redondo, buscando a Dédalo y a la señorita O'Leary. El fuego griego se había apoderado de las mesas y los muebles, y se extendía también por la escalera de caracol.
—¡Dédalo! —gritó Percy al verlo—. ¡Vamos!
Tenía multitud de heridas por todo el cuerpo, pero no le salía sangre, sino un aceite dorado. Había recuperado su espada y usaba la plancha de una mesa destrozada como escudo frente al gigante.
—¡No abandonaré a la Señorita O'Leary —replicó—. ¡Marchense!
No había tiempo para discusiones. Aunque se quedarán, no serviría de nada más que para morir.
—¡Ninguno de nosotros sabe cómo volar! —dijo Nico.
—¡Tori sabe! —gritó Daphne y todos voltearon a verla, pero Victoire los miró nerviosa.
—Yo... No sé bien cómo funciona, mis alas forman parte de mi cuerpo, hacen lo que quiero que hagan.
El fuego empezó a extender por detrás de ellos.
—¡Bueno, es una estupenda ocasión para saber lo que sientes! —grito Percy.
Y los seis juntos saltaron por la ventana.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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