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🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Twenty

          ❝ under the full moon

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La noche había caído cuando los siete se encontraron frente a un agujero de seis metros de largo, junto al depósito de la fosa séptica. La luna llena brillaba en lo alto del cielo. Las nubes plateadas se deslizaban perezosamente por el cielo.

Era una noche fría, por lo que Victoire se volvió a colocar la sudadera que Percy le había prestado en el laberinto. El ligero aroma a mar y colonia masculina de alguna forma la tranquilizaba, porque la verdad es que se encontraba bastante nerviosa por lo que iban a hacer.

Invocar a Bianca.

—Minos ya debería estar aquí —dijo Nico, frunciendo el ceño—. Es noche cerrada.

—Quizá se ha perdido —dijo Percy, esperanzado.

Victoire no lo dijo en voz alta, pero estuvo de acuerdo con él.

Nico hizo caso omiso de su comentario y empezó a derramar cerveza de raíces y arrojó carne asada en el interior de la fosa; luego entonó un cántico en griego antiguo.

Los grillos enmudecieron en el acto.

—Dile que pare —le susurró Tyson a Percy.

El ambiente se había vuelto antinatural. El aire de la noche se volvió más gélido y amenazador. Vi giró hacia Percy para ver si él sentía lo mismo cuando los primeros espíritus aparecieron. Una corriente helada la recorrió de pies a cabeza cuando de la tierra surgió una niebla sulfurosa, las sombras se espesaron y empezaron a adoptar formas humanas.

Una silueta azul se deslizó hasta el borde de la fosa y se arrodilló para beber.

—¡Detenlo! —le exclamó Nico a Percy, interrumpiendo por un instante su cántico—. ¡Sólo  Bianca puede beber!

Percy sacó a Contracorriente y Tori vio como los fantasmas, a la vista del bronce celestial, se batieron en retirada con un silbido unánime.

No obstante había sido demasiado tarde para detener al primer espíritu, que había cobrado la forma de un hombre barbado con túnica blanca. Llevaba una diadema de oro en la frente; sus ojos, aunque estuvieran muertos, adquirieron vida pero de pura malicia.

—¡Minos! —exclamó Nico—. ¿Qué estás haciendo?

—Disculpadme, amo —respondió el fantasma, aunque no parecía muy apenado—. El sacrificio olía tan bien que no he podido resistirlo. —Se miró las manos y sonrió—. Es agradable poder verme a mí mismo de nuevo. Casi con formas sólidas...

—¡Estás perturbando el ritual! —protestó Nico.

Los espíritus de los muertos empezaron a cobrar un brillo de peligrosa intensidad y Nico se vio obligado a reanudar el cántico para mantenerlos a raya.

—Sí, muy bien, amo —comentó Minos, divertido—. Seguid cantando. Yo sólo he venido a protegeros de estos mentirosos que os acabarían engañando. —entonces miró a Percy como si fuese una especie de cucaracha—. Percy Jackson... vaya, vaya. Los hijos de Poseidón no han mejorado mucho a lo largo de los siglos, ¿no es cierto?

Tori vislumbró como Percy apretaba la empuñadura de su espada.

—Buscamos a Bianca di Angelo —le dijo—. Lárgate.

El fantasma rió entre dientes.

—Tengo entendido que una vez mataste a mi Minotauro con las manos desnudas. Pero te aguardan cosas peores en el laberinto. ¿De veras crees que Dédalo va a ayudarte?

Los demás espíritus se removieron inquietos y Daphne tomó su bumeran para ayudar a Nico. Victoire la imitó y saco su espada, la cual se doblo en en su forma de látigo y lanzo esté en dirección a los fantasmas que intentaban acercarse al otro lado.

Estos retrocedieron.

Annabeth sacó su cuchillo y los ayudó a mantenerlos alejados de la fosa. Grover estaba tan nervioso que se agarró del hombro de Tyson.

—A Dédalo no le importáis nada, mestizos —les advirtió Minos—. No podéis confiar en él. Ha perdido la cuenta de sus años y es muy astuto. Vive amargado por los remordimientos del asesinato y ha sido maldito por los dioses.

—¿Qué asesinato? —preguntó Percy—. ¿A quién ha matado?

—¡No cambies de tema! —gruñó el fantasma—. Estás poniendo trabas a mi amo.

—No lo escuches Nico —le pidió Tori lanzando otro látigazo.

Pero Minos continúo:

—Estan tratando de persuadirlo para que abandone su propósito. ¡Yo le otorgaría un gran poder!

—¡Ya basta, Minos! —le ordenó Nico.

El fantasma hizo una mueca despectiva.

—Amo, ellos son vuestros enemigos. ¡No los escuchéis! Dejad que os proteja. Llevaré su mente a la locura, como hice con los otros.

Al oir aquello, las tres chicas se tensaron e intercambiaron una mirada preocupante.

—¿Qué otros? —preguntó Annabeth, sofocando un grito—. ¿No te referirás a Chris Rodríguez verdad?

—¿Haz sido tú? —espetó la rizada.

—El laberinto es mío —declaró el fantasma—, y no de Dédalo. Los intrusos se merecen la maldición de la locura.

—¡Eres un monstruo! —espetó Tori con furia.

Aquel fantasma había sido el responsable de la locura del chico que le gustaba a su amiga. Gracias a él Clarisse sufría por el estado de locura de Chris.

Victoire sentía unas inmensas ganas de atravesar al fantasma con su espada, más estaba segura que está ni le haría nada. O por lo menos no lo haría sufrir como ella deseaba

—¡Desaparece, Minos! —exigió Nico—. ¡Quiero ver a mi hermana!

El fantasma se tragó su rabia.

—Como deseéis, amo. Pero os lo advierto: no podéis fiaros de estos héroes.

Y dicho esto, se deshizo y volvió a la niebla.

Algunos espíritus intentaron adelantarse, pero entre los cuatro, Percy, Tori, Daphne y Annabeth los mantuvieron a raya.

—¡Bianca, aparece! —clamó Nico. Entonó su cántico más deprisa y los espíritus se agitaron aún más inquietos.

—Está a punto —murmuró Grover.

Entonces una luz plateada parpadeó entre los árboles: un espíritu que parecía más fuerte y luminoso que los demás. Cuando se acercó a Percy, éste lo dejo pasar. El espíritu se arrodilló a beber en la fosa y al levantarse, vieron que era el fantasma de Bianca di Angelo.

Nico vaciló e interrumpió su cántico. Tanto Percy como Victoire bajaron sus espada. Ambos se encontraban estupefactos viendo a la chica con la que habían emprendido una búsqueda y terminó sacrificadose por ellos.

Los demás espíritus empezaron a arremolinarse alrededor, pero Bianca alzó los brazos y todos retrocedieron hacia el bosque.

—Hola, Percy. Hola Tori—saludó ella.

Los ojos castaños de Victoire se cristalizaron al verla en su mismo aspecto que en vida: un gorro verde ladeado sobre su pelo negro y abundante, los ojos oscuros y la piel muy morena, como su hermano.
Llevaba téjanos y una chaqueta plateada, el uniforme de las cazadoras de Artemisa, y sobre el hombro, colgando, estaba su arco. Sonreía débilmente hacia ellos y su forma entera pareció temblar.

—Bianca... —musitó Percy incapaz de apartar la mirada de ella. Victoire sabía cómo se sentía el chico; la culpa que cargaba con él por su muerte nunca había desaparecido de sus hombros y ahora, la tenia enfrente—. Lo siento mucho.

Victoire jadeo y tragó con dificultad por el nudo que sentía en la garganta.

—Te buscamos por todos lados, no paramos hasta que el sol salió —dijo ella con la voz quebrada—, no queríamos darnos por vencidos, pero tú... Tú no...

—No tienen por qué disculparse, mucho menos tú, Percy. La decisión la tomé yo. Y no lo lamento.

Victoire se mordió el labio, ahogando un sollozó.

—¡Bianca! —Nico dio un traspié, aturdido.

Ella se volvió hacia su hermano. Tenía una expresión triste, como si temiera aquel momento.

—Hola, Nico. ¡Qué alto estás!

—¿Por qué has tardado tanto en responderme? —gritó—. ¡Lo he intentado durante meses!

—Confiaba en que te dieras por vencido.

—¿Por qué? —Parecía desolado—. ¿Cómo puedes decir eso? ¡Estoy tratando de salvarte!

—¡No puedes, Nico! No lo hagas. Percy y Tori tienen razón.

—¡No! ¡El te dejó morir! ¡No son tus amigos!

Bianca alargó un brazo, como para tocarle la cara a su hermano. Pero estaba hecha de pura niebla: su mano se evaporaba en cuanto se acercaba a la piel de un ser vivo.

—Escúchame bien —le dijo—. Guardar rencor es muy peligroso para un hijo de Hades. Es nuestro defecto fatídico. Tienes que perdonar. Prométemelo.

—No. Nunca.

—Percy se ha preocupado por ti, Nico. Él y Tori pueden ayudarte. Yo permití que él viese lo que te proponías con la esperanza de que te encontrara.

—Así que fuiste tú —dijo Percy—. Tú me enviaste esos mensajes Iris.

Bianca asintió.

—¿Por qué lo ayudas a él y no a mí? —chilló Nico—, ¡No es justo!

—Ahora te acercas más a la verdad —señaló Bianca—. No es con Percy con quien estás furioso, Nico, sino conmigo.

—No —negó él.

—Estás furioso porque te dejé para convertirme en una cazadora de Artemisa. Estás furioso porque morí y te dejé solo. Lo siento, Nico. Lo siento de verdad. Pero has de sobreponerte a la ira. Y deja de culpar a Percy por las decisiones que tomé yo; de lo contrario, provocarás tu propia perdición.

—Es verdad —intervino Annabeth—. Cronos se está alzando contra los dioses, Nico. Atraerá a su causa a todo el que pueda.

—Cronos me importa un pimiento —soltó Nico—. Yo sólo quiero recuperar a mi  hermana.

Victoire miro con profunda pena a Nico.

—Eso no puedes lograrlo, Nico —le dijo Bianca con suavidad.

—¡Soy el hijo de Hades! Sí puedo.

—Nico —intervino Daphne—. Escucha a tu hermana.

—No lo intentes —insistió ella—. Si me quieres, no...

Su voz se apagó. Los espíritus habían empezado a congregarse otra vez alrededor y parecían llenos de desazón. Sus sombras se agitaban. Sus voces cuchicheaban: «¡Peligro

—Algo se remueve en el Tártaro —señaló Bianca mirando detrás de ella. Luego se giró hacia su hermano—. Tu poder llama la atención de Cronos. Los muertos deben regresar al inframundo. Para nosotros no es seguro permanecer aquí —entonces, para sorpresa de todos, se giró hacia Daphne y le sonrió—, gracias por cuidar de él.

La rizada se quedó atonita por un momento, pero luego asintió en su dirección.

—Espera —rogó Nico—. Por favor...

—Adiós, Nico —se despidió Bianca—. Te quiero. Recuerda lo que te he dicho.

Su forma tembló en el aire y todos los fantasmas desaparecieron, dejándolos solos con una fosa, un depósito amarillo de Felices Vertidos S. A. y una luna redonda y glacial.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                        
                  
                  
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Ninguno quiso partir esa noche, así que decidieron esperar a la mañana siguiente para regresar al laberinto. Euritión les permitió quedarse en casa de Gerión, por lo que Victoire, Annabeth y Daphne terminaron durmiendo en la cama más grande de la casa, perteneciente al dueño que tardaría años en volver ahí. Tyson y Nico tomaron la segunda habitación disponible mientras que Grover y Percy se quedaron con los sofás de cuero de la sala.

Annabeth y Daphne, tras un par de minutos de discusión por ver quién se quedaría con que lado de la cama, terminaron durmiendose en cuanto sus cabezas tocaron la almohada. Victoire, quien había tomado el lugar entre ambas chicas para evitar que pudieran matarse entre sueños, permaneció despierta hasta entrada la madrugada. Por más que lo intentaba, no lograba conciliar el sueño.

Su mente se encontraba tan atolondrada; desde que entraron al laberinto todo parecía ir demasiado rápido para ella. Jano, Hera, Campe, Briares, Némesis, Gerión, incluso Bianca.

Pero el tema que más carcomia sus pensamientos era el frasco que permanecían guardado en su mochila; en cierta parte, Némesis no mentía al decir que Victoire tenía miedo a descubrir la verdad.

Todas sus dudas respecto a esa noche en la que perdió a Keegan estaban a solo un par de metros de ella. Al alcancé de su mano.

Sería tan fácil levantarse, tomar el frasco, abrirlo y finalmente recordar lo que había pasado esa noche.

Pero tenía miedo.

Miedo de descubrir que realmente era un monstruo.

«No lo eres» Victoire se estremeció.

Incluso su mente jugaba con ella, la voz de Percy no era real. Él estaba dormido en el nivel de abajo.

Victoire bufó, se levantó de la cama y se dirigió hasta donde su mochila se encontraba. Abrió el cierre con cuidado de no despertar a las chicas, hundió su mano en el interior y a los pocos segundos sintió el frío tacto del cristal. Tomó el pequeño frasco entre sus dedos y se incorporó con el. Éste iluminó la habitación en un tono anaranjado, detrás de ella Annabeth se removió en la cama. Tori rápidamente guardo el frasco en su bolsillo y salió de la habitación silenciosamente. Bajo hasta el primer piso y camino sigilosamente hasta la puerta.

     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                  
                        
                  

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Percy despertó abruptamente sosteniendose la garganta con las manos. Había tenido nuevamente pesadillas pero esta vez, además de soñar con Luke y él ejército del titán, había visto al tipo que estaban buscando.

Dédalo.

—¿Percy? —dijo Grover desde el otro sofá—. ¿Estás bien?

Percy procuro respirar con normalidad. Acababa de ver a Dédalo asesinando a su propio sobrino. ¿Cómo iba a estar bien?

La televisión estaba encendida y su luz azulada parpadeaba en la habitación.

—¿Qué... qué hora es? —farfulló.

—Las dos de la mañana —respondió Grover—. No podía dormir; estaba mirando el Canal Naturaleza. —Se sorbió la nariz—. Echo de menos a Enebro.

Percy se restregó los ojos para despejarse.

—Ya, bueno... pronto la verás otra vez.

Grover meneó la cabeza tristemente.

—¿Sabes qué día es hoy? Acabo de verlo en la tele. Trece de junio. Han pasado siete días desde que salimos del campamento.

—¿Cómo? No puede ser.

—El tiempo transcurre más deprisa en el laberinto —le recordó—. La primera vez que tú y Annabeth bajaron, creian que habían pasado sólo unos minutos, ¿verdad? Y en realidad habían sido casi dos horas.

—Ah. Cierto —recordó. Y entonces comprendío lo que su amigo le estaba diciendo y notó, de nuevo, una tenaza ardiente en la garganta—. ¡La fecha límite del Consejo de los Sabios Ungulados!

Grover tomó el mando de la tele y le arrancó un trozo de un bocado.

—Estoy fuera de plazo —dijo con la boca llena de plástico—. En cuanto vuelva, me quitarán mi permiso de buscador. Y nunca más me darán autorización para volver a salir.

—Hablaremos con ellos —le prometió él—. Haremos que te concedan más tiempo.

Grover tragó con esfuerzo.

—No aceptarán. El mundo se está muriendo, Percy. Cada día que pasa, empeora. La vida salvaje... Noto que se desvanece. He de encontrar a Pan.

—Lo conseguirás, tío. No tengo ninguna duda.

Grover me miró con ojos tristes de cabra.

—Siempre has sido un buen amigo, Percy. Lo que han hecho hoy Tori y tu, salvar a los animales del rancho de las garras de Gerión, ha sido asombroso. Me... me gustaría parecerme más a ustedes.

—No digas eso —replicó Percy—. Tú tienes tanto de héroe.

—No, qué va. Lo intento, pero... —Suspiró—. Percy, no puedo volver al campamento sin encontrar a Pan. Lo entiendes, ¿verdad? Si fracaso, no podré mirar a Enebro a la cara. ¡Ni siquiera podré mirarme a la cara a mí mismo!

Su voz sonaba tan infeliz que resultaba doloroso escucharla. Habían pasado por muchas cosas juntos, pero Percy nunca lo había visto tan hundido.

—Ya se nos ocurrirá algo —le aseguró—. Tú no has fracasado. Eres el campeón de los niños cabra, ¿de acuerdo? Enebro lo sabe. Y yo también.

Grover cerró los ojos.

—El campeón de los niños cabra —murmuró, desanimado.

Percy soltó un suspiro y recostó la cabeza en el respaldo del sofá. Más la voz de Grover volvió a oírse.

—Tori está afuera. Lleva como una hora en el porche.

—¿Qué hace ahí? —preguntó Percy extraño. Se incorporó del del sofá y se acercó a una las ventana de la casa. No alcanzó a verla, pero si distinguió un brillo anaranjado en el techo y suelo de madera.

—Sali a verla cuando bajo, ni siquiera notó que estaba despierto. Dijo que no podía dormir y que quería estar un rato a solas pero...

Percy volteo a verlo al oírlo inseguro, pareciera como si Grover no estuviera seguro de continuar con aquella frase. Pero al final lo hizo.

—Pero tiene con ella ese frasco.

—¿Qué frasco? —inquirió Percy intrigado y Grover volteo a verlo, un poco sorprendido.

Grover creía que Percy sabía sobre eso, en los últimos meses había sentido la fuerte unión entre el azabache y la chica, más al ver el desconcierto en el rostro de su amigo, le explicó lo poco sabía.

—Un frasco que carga con ella, pero que siempre mantiene escondido de todos. Yo... ¿No sabías que lo tenia?—Percy negó y Grover titubeo nervioso—, yo sé sobre él porque una vez la seguí al bosque y la vi sacarlo de su bolsillo. ¡No la estaba acosando Percy, pero si estaba preocupado por ella!, Tras una de las visitas que te hizo, empezó a estar... Cómo ausente. Se perdía en sus pensamientos y no reparaba en lo que pasaba a su alrededor. Miranda, una de los hijas de Deméter, paso por su mesa ofreciéndole galletas de chocolate que había horneado ese día y ella las rechazo. ¡Rechazo el chocolate Percy! ¿Cuando has visto que ella haga eso? Pero si te soy sincero, no creo que la haya escuchado bien, parecía tener la mente al otro lado del mundo; así que ese día la seguí al bosque y la vi llorando con un frasco en mano.

—¿No le preguntaste al respecto? —inquirió Percy preocupado.

Grover negó cabizbajo.

—Cuando me acerqué a ella Tori guardó el frasco en su bolsillo y forzó una sonrisa, como si nada estuviera pasando. Me dijo que estaba bien, que solo había visto algo que le recordó a Keegan y tuvo un momento de inestabilidad. Quise preguntarle al respecto pero dijo que tenía entrenamiento con Lee y se marchó. Percy, tal vez ella te diga algo al respecto a ti.

—¿A mí?— inquirió él sorprendido—, ¿Por qué hablaría sobre eso conmigo?

Grover oculto una sonrisilla y le respondió.

—Porque contigo es diferente.

Percy se sonrojó y abrió la boca para replicar, pero Grover continúo:

—Contigo ella es mucho más abierta que con cualquier otro.

—Pero... Ella tiene más amigos en el campamento: Annabeth, Daphne, Beckendorf, Silena, Will, Lee, incluso Clarisse. Seguro alguno de ellos sabe algo.

Pero Grover negó.

—Ninguno sabe nada, Percy —dijo él.

El pelinegro regresó la mirada a la ventana; Aquel brillo anaranjado todavia iluminaba la mitad del porche. Percy no mentiría, ahora estaba intrigado por saber que era aquel frasco del que hablaba Grover.

Pero sobretodo, ahora estaba preocupado por la castaña.

Soltó un gran suspiró, tomó la frazada que Euritión le había dado y se encamino a la puerta.

Esperaba que Grover tuviera razón.

     
                        
                        
                        
                  
     
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                        
                              
                        
                        
                        
                  
                        
                        
                        
                  
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Al percatarse de su presencia, Victoire limpió el rastro de lágrimas que surcaban sus mejillas y guardó el frasco en el bolsillo de su pantalón. Percy, quien había visto todos sus movimientos, se acercó a ella a paso inseguro y señalo el espacio vacío en la hamaca donde ella estaba sentada.

—¿Puedo?

Victoire asintió sin mirarlo a la cara y Percy se dejó caer junto a ella, provocando un suave movimiento en la hamaca que los movió a ambos.

—¿No puedes dormir? —le preguntó.

Victoire negó, suspiró y volteo a verlo.

—Al parecer tu tampoco. ¿Pesadillas?

Percy asintió.

—¿Quieres contarme?

—Creo que preferiría que me contarás lo que a ti te pasa.

Victoire desvío la mirada al extenso terreno del rancho y forzó una sonrisa que no convenció a Percy.

—No me pasa nada.

—¿Segura? Porque una persona no llora por nada.

Su intento de sonrisa murió y bajo la cabeza hacia sus manos heladas. Percy se percató de que Victoire vestía su sudadera pero las piernas las tenía descubiertas por un short de mezclilla. No tardó en cubrirla con la frazada que traía.

Victoire le agradeció con la mirada y se encogió un poco para entrar en calor.

No obstante, Percy todavía esperaba un respuesta por su parte.

Y cuando estaba con él, a Victoire le era inevitable no sentirse vulnerable. Como si no pudiera ocultarle lo que realmente sentía.

Y lo odiaba, porque lo que menos quería es que él supiera que su corazón se aceleraba cada vez que él la miraba o estaba cerca.

Como en ese momento.

—Yo... Sé cómo recordar lo que paso con Keegan.

No volteo a verlo, por lo que Tori no pudo ver la perplejidad en el rostro de Percy.

—¿Qué? —musitó él y volteo a ver el jardín. No sabía cómo sentirse al respecto, era consciente que aquel era un tema muy importante para ella—, ¿Cómo?

Victoire se mordió el labio con nerviosismo y sacó el pequeño frasco de su pantalón. El brillo anaranjado de éste iluminó sus rostros y parte del porche de la casa. Percy lo observó bien, se trataba de un pequeño frasco con tapón de corcho y una etiqueta con el nombre de Victoire. Estaba sellado y lo único raro que vio él era su contenido, no sabía si era líquido o gaseoso, pero si que brillaba intensamente en la noche.

Percy intercalo su mirada entre el frasco y ella, intentando entender cómo es que eso la ayudaría a recordar. ¿Acaso era una medicina mágica?

Al parecer Victoire entendió su intriga, porque le reveló lo que tenía en manos.

—Esto, Percy, son mis recuerdos.

Percy se quedó helado. Miró a la chica, luego al frasco, nuevamente a la chica y por último al contenido del frasco.

—¿Esos? —señaló él incrédulo.

Victoire asintió.

Percy apretó los labios. No sabía que decir. Desde que descubrió que era un semidiós, que los dioses existen y que la magia y los monstruos era tan reales como que él era disléxico y sufría de TDAH, eran pocas las cosas que lograban dejarlo totalmente  estupefacto. Había visto de todo ya: desde monstruos marinos del tamaño de una ciudad, hasta cerdos gigantes como para alimentar a todo un ejército. Más nunca se imagino, ni siquiera por error, que los recuerdos podian guardarse, literalmente, en frascos.

Encontró eso muy irónico. ¿Cuántas veces uno no deseada poder guardar cierto recuerdo para atesorerar por siempre? ¿Poder verlo cuando más deseabas recordar algo?

Y sin embargo, Victoire tenía las respuestas a esas incógnitas que atormentaban su mente en manos, literal, y no parecía haberlos visto aún. La cera derretida en el corcho seguía intacta. No había señales de que hubiera abierto el frasco.

Aquello le extraño.

—No lo has abierto —dijo señalando el sello. Entonces volteo a ver a Tori y vio como sus ojos castaños estaban cristalizados.

—No, no he podido hacerlo —confesó—. No tengo el valor de ver lo que hice.

—Sí es que lo hiciste —contradijo él—, no puedes estar segura hasta que recuerdes, Vi.

—Lo sé, pero... Tengo miedo. ¿Y si es peor de lo que pienso? ¿Y sí realmente soy un monstruo?

Percy sintió una punzada en el pecho y negó.

—No lo eres.

—¿Cómo es que estás tan seguro?

—Porque no necesito ver tus recuerdos para saber que la Victoire que conozco ahora sería incapaz de lastimar a alguien más. No eres un monstruo Vi, o por lo menos no para mí... No te obligaré a abrirlo ahora sí no es lo que deseas, pero cuando lo hagas, si tú quieres, prometo estar ahí contigo para apoyarte.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo.

Y sin previo aviso, se acercó a ella y dejo un casto beso en su frente.

Su corazón no brincó. Sino que estalló como fuegos artificiales esparciendo por todo su interior aquella sensación cosquilleante y cálida que tanto le gustaba e inquietaba. Su estómago se removió como si una avalancha de animales estuviera corriendo por todo su cuerpo y quisiera aplastarlo todo.

El calor subió por las mejillas de Percy, tiñendolas de un color rojo intenso que Victoire logró captar. Y aquello solo hizo que ella pensara lo guapo y tierno que se veía sonrojado.

¡Diablos! Ella siempre lo veía guapo y tierno, más nunca se atrevió a admitirlo, ni en pensamientos, hasta ahora.

Y es que, para ese punto de la búsqueda, Victoire no podía seguir negando lo evidente.

Su corazón no podía ser más directo como ahora.

Y Sí Clarisse, Silena, incluso Daphne, estuvieran ahí mismo con ella y pudieran leer sus pensamientos, le dirían "te lo dijimos".

Porque esa noche, bajo la brillante luna llena, sentada junto a Percy en el porche de la casa del gigante que quiso matarlos, Victoire finalmente acepto sus sentimientos por el hijo de Poseidon.

     
                        
                  

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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️

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