𝟢𝟧. 𝗎𝗇𝖺 𝖼𝗁𝖺𝗍𝖺𝗋𝗋𝖺 𝗀𝗂𝗀𝖺𝗇𝗍𝖾
🌿✨ 𓄴 SEMPITERNO presents to you
▬ ▬▬ Chapter Five
❝ a giant junk❞
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Cabalgaron sobre el jabalí hasta que se puso el sol.
Para ese punto Victoire se encontraba adolorida del trasero y no podía esperar el momento de abandonar aquel medio de transporte.
No estaba consciente de cuántos kilómetros habían recorrido, pero si sabia que las montañas se habían desvanecido en el horizonte y que ahora se abria paso una interminable extensión de tierra llana y seca. La hierba y los matorrales se iban haciendo más y más escasos y, finalmente, se encontraron galopando a través del desierto.
No fue hasta que la noche cayó, que el jabalí se detuvo junto a un arroyo soltando un bufido y se puso a beber aquella agua turbia. Luego arrancó un cactus y empezó a masticarlo. Con púas y todo.
—Ya no irá más lejos —avisó Grover—. Tenemos que marcharnos mientras come.
No hizo falta que insistiera. Se deslizaron por detrás mientras el Pumba seguía devorando su cactus y se alejaron rápidamente con los traseros doloridos.
Después de tragarse tres cactus y de beber más agua embarrada, el jabalí soltó un chillido y un eructo, dio media vuelta y echó a galopar hacia el este.
—Prefiere las montañas —comentó Percy.
—No me extraña —respondió Thalia—. Mira.
Ante ellos se extendía una antigua carretera de dos carriles cubierta de arena. Al otro lado había un grupo de construcciones demasiado pequeño para ser un pueblo: una casa protegida con tablones de madera, un bar de tacos mexicanos con aspecto de llevar cerrado mucho antes de que Zoë naciera y una oficina de correos de estuco blanco con un cartel medio torcido sobre la entrada que rezaba: «Gila Claw, Arizona.»
Victoire rápidamente diviso una chatarrería, que parecía extenderse interminablemente en el horizonte. Percy soltó una exclamación de sorpresa junto a ella.
—Algo me dice que no vamos a encontrar un servicio de alquiler de coches aquí —dijo Thalia. Le echó una mirada a Grover—. ¿Supongo que no tendrás otro jabalí escondido en la manga?
Pero Grover husmeaba el aire con gesto nervioso. Sacó sus bellotas y las arrojó a la arena; luego tocó sus flautas. Las bellotas se recolocaron formando
un dibujo. A Victoire no le agrado el gesto preocupado del sátiro.
—Ésos somos nosotros —señaló Grover—. Esas cinco bellotas de ahí.
— ¿Cuál soy yo? —preguntó Percy.
—La pequeña y deformada —apuntó Zoë. Victoire se mordió el labio para no reírse.
—Cierra el pico —espetó Percy.
—El problema es ese grupo de allí —dijo Grover, señalando a la izquierda.
— ¿Un monstruo? —preguntó Thalia.
Grover parecía muy inquieto.
—No huelo nada, lo cual no tiene sentido. Pero las bellotas no mienten. Nuestro próximo desafío...
Y señaló directamente la chatarrería. A la escasa luz del crepúsculo, las colinas de metal parecían pertenecer a otro planeta.
—Propongo pasar la noche aquí —propusó Victoire—, prefiero cruzar eso con la luz del día.
Todos estuvieron de acuerdo con ella.
Zoë y Bianca sacaron seis sacos de dormir y otros tantos colchones de espuma de sus mochilas, las cuales Victoire supuso estaban encantadas para albergar toda esa cantidad de cosas.
La noche era helada, por lo que Grover y Percy reunieron los tablones de la casa en ruinas y Thalia les lanzó una descarga eléctrica para prenderles fuego y formar una hoguera. Los seis se acomodaron alrededor de está, y pronto se instalaron lo mejor que podían parar estar en una ciudad fantasma en medio de la nada.
—Han salido las estrellas —observó Zoë.
Victoire alzo la mirada. Zoë Tenia razón. Había millones de estrellas, y ninguna ciudad cuyo resplandor volviera anaranjado el cielo. Solo había visto el cielo así desde el Olimpo.
—Increíble —dijo Bianca—. Nunca había visto la Vía Láctea.
—Esto no es nada —repuso Zoë—. En los viejos tiempos había muchas más. Han desaparecido constelaciones enteras por la contaminación lumínica del hombre.
—Lo dices como si no fueses humana —observó Percy.
Ella arqueó una ceja.
—Soy una cazadora. Me desazona lo que ocurre con los rincones salvajes de la tierra. ¿Puede decirse lo mismo de vos?
—De «ti» —la corrigió Thalia—. No de «vos».
Zoë alzó las manos, exasperada.
—No soporto este idioma. ¡Cambia demasiado a menudo!
Grover soltó un suspiro, todavía contemplando las estrellas, como si siguiera pensando en la contaminación lumínica.
—Si Pan estuviera aquí, pondría las cosas en su sitio.
Zoë asintió con tristeza. Victoire por su parte apartó la mirada del cielo con pesar. Era bastante triste pensar que las propias personas destruían lo más bello que el planeta Tierra les había regalo: la naturaleza. Sin contar que ver la noche estrellada le traía recuerdos con cierto dios en el Olimpo.
—Quizá haya sido el café —añadió Grover—. Me estaba tomando una taza y ha llegado ese viento. Tal vez si tomase más café...
Pero Victoire estaba segura que el café no tenía nada que ver, más no se lo mencionó a su amigo.
— ¿Realmente crees que ha sido Pan? —preguntó Percy—. Ya sé que a ti te gustaría que así fuera...
—Nos ha enviado ayuda —insistió él—. No sé cómo ni por qué. Pero era su presencia. Cuando esta búsqueda termine, volveré a Nuevo México y tomaré un montón de café. Es la mejor pista que hemos encontrado en dos mil años. He estado tan cerca...
—Lo que a mí me gustaría saber —interrumpió Thalia mirando a Bianca— es cómo has destruido a uno de esos zombis. Quedan muchos todavía. Tenemos que saber cómo combatirlos.
—Espera un momento, ¿Que tú hiciste que? —inquirió Victoire, atónita, hacia la cazadora
¿Pues cuanto se había perdido mientras recorría aquel pueblo?
Bianca meneó la cabeza.
—No lo sé. Simplemente le clavé el cuchillo y enseguida quedó envuelto en llamas.
Victoire la miró boquiabierta.
—A lo mejor tu cuchillo tiene algo especial —apunto Percy.
—Es igual que el mío —dijo Zoë—. Bronce celestial. Pero mis cuchilladas no los afectaban de esa manera.
—Quizá haya que apuñalarlos en un punto especial, ¿Dónde lo apuñalaste? —preguntó Victoire.
Pero a Bianca parecía incómoda por ser el centro de la conversación. Por lo que Zoë la salvo.
—No importa —prosiguió—. Ya hallaremos la respuesta. Entretanto, hemos de planear el próximo paso. Una vez cruzada esa chatarrería, tenemos que seguir hacia el oeste. Si encontráramos una carretera transitada, podríamos llegar en auto a la ciudad más próxima. Las Vegas, creo.
— ¡No! —gritó Bianca sobresaltando a todos—. ¡Allí no!
Parecía presa del pánico, como sí acabara de bajar la pendiente más brutal de una montaña rusa. Zoë frunció el entrecejo.
— ¿Por qué?
Bianca tomó aliento, temblorosa.
—Cr... creo que pasamos una temporada allí. Nico y yo. Mientras viajábamos. Y luego... ya no recuerdo...
La chica lucía tan exaltada que Victoire la miró preocupada.
—Bianca —le dijo Percy, como si estuviera apunto de lanzar una bomba—, ese hotel donde estuvieron... ¿no se llamaría Hotel Casino Loto?
Bianca abrió unos ojos como platos.
— ¿Cómo lo has sabido?
—Fantástico... —murmuro él a lo que Tori la miró extrañada.
Sentía que se estaba perdiendo de mucho.
—A ver, un momento —intervino Thalia—. ¿Qué es el Casino Loto?
—Hace un par de años —empezó a explicar Percy—, Grover, Annabeth y yo nos quedamos atrapados allí. Ese hotel está diseñado para que nunca desees marcharte. Estuvimos alrededor de una hora, pero cuando salimos habían pasado cinco días. El tiempo va más rápido fuera que dentro del hotel.
Fue entonces que Victoire comprendió porque Percy estaba tan intrigado con el tema. Ahora muchas cosas tenían sentido para ella, como por ejemplo el hecho de que Bianca no conocía el metro. Si los hermanos Di Angelo habían vivido una temporada en ese hotel, quería decir que...
—Pero... no puede ser —terció Bianca.
—Tú me contaste que llegó alguien y los sacó de allí —le recordó él.
—Sí.
— ¿Qué aspecto tenía? ¿Qué dijo?
—No... no lo recuerdo... No quiero seguir hablando de esto. Por favor.
Zoë se echó hacia delante, con el entrecejo fruncido.
—Dijiste que Washington estaba muy cambiado cuando fuiste el verano pasado. Que no recordabas que hubiera metro allí.
—Sí, pero...
—Bianca —dijo Zoë—, ¿podrías decirme cuál es el nombre del presidente de Estados Unidos?
—No seas tonta —resopló ella, y pronunció el nombre correcto.
— ¿Y el presidente anterior? —insistió Zoë.
Ella reflexionó un momento.
—Roosevelt.
Zoë tragó saliva.
— ¿Theodore o Franklin?
—Franklin.
A Victoire se le oprimió el pecho.
—Bianca —dijo Zoë, precavida por lo que estaba apunto de revelarle a la chica—, el último presidente no fue Franklin Delano Roosevelt. Su presidencia terminó hace casi setenta años, en mil novecientos cuarenta y cinco. Y la de Theodore, en mil novecientos nueve.
—Imposible —se revolvió Bianca—. Yo... no soy tan vieja. —Se miró las manos como para comprobar que no las tema arrugadas.
Thalia la miró con tristeza, mientras que Victoire la miró compresiva. Ambas sabían muy bien lo que era quedar sustraída al paso del tiempo transitoriamente.
—No pasa nada, Bianca —le dijo Thalia—. Lo importante es que tú y Nico se salvaron. Consiguieron librarse de ese lugar.
— ¿Pero cómo? —preguntó Percy—. Nosotros pasamos allí sólo una hora y escapamos por los pelos. ¿Cómo podrías escaparte después de tanto
tiempo?
—Ya te lo conté. —Bianca parecía a punto de llorar—. Llegó un hombre y nos dijo que era hora de marcharse. Y...
—Pero ¿quién era? ¿Y por qué fue a buscarlos?
Bianca parecía apunto de sufrir un colapso nervioso, por lo que Victoire colocó una mano sobre hombro y le dio un ligero apretón de apoyo.
Sin embargo cuando le iba a decir a Percy que se detuviera, un fogonazo repentino los deslumbró desde la vieja carretera. Eran los faros de un coche surgido de la nada.
Rápidamente recogieron los sacos de dormir y se apresuraron a apartarse mientras una limusina de un blanco inmaculado se detenía ante ellos. La puerta trasera se abrió justo al lado de Percy, y antes de que pudiera dar un paso atrás, la punta de una espada le apunto a la garganta.
Victoire blandió su espada a la vez que Bianca y Zoë tensaban sus arcos. El dueño de la espada bajo muy despacio del auto, haciendo que Percy retrocediera, puesto que tenía la punta aguzada justo debajo de la barbilla.
Victoire rodó los ojos al ver al dueño del arma. Se trataba del mismísimo Ares, quien le sonrió con crueldad a Percy.
—Ahora no eres tan rápido, ¿verdad, gamberro?
Ares era un tipo fornido con el pelo cortado al cepillo, con una cazadora de cuero negro de motorista, téjanos negros, camiseta sin mangas y botas militares. Llevaba gafas de sol, de modo que las cuencas vacías llenas de llamas que tenía por ojos quedaban ocultas.
—Ares —refunfuño Percy.
El dios de la guerra les echó un vistazo a los demás y dejó su mirada en Victoire.
—Descansen —dijo. Chasqueo los dedos y sus armas cayeron al suelo—. No deberías estar cumpliendo la misión que se te fue encomendada en lugar de estar perdiendo el tiempo con estos niños —espeto Ares hacia la castaña.
Victoire no era tonta. En realidad se consideraba bastante inteligente, no tanto como un hijo de Atenea claro, pero se defendía. Así que en lugar de responderle a Ares como deseaba hacerlo, se mordió la lengua y aparto la mirada; No, no haría enfadar al dios de la guerra por una tontería. Ya bastante tenía con cierta diosa detrás de ella.
Ares bufó burlón.
—Esto es un encuentro amistoso. —Hincó un poco más la punta de la espada en la garganta de Percy—. Me encantaría llevarme tu cabeza de trofeo, desde luego, pero hay alguien que quiere verte. Y yo nunca decapito a mis enemigos ante una dama.
Aquello si llamó la atención de Victoire.
— ¿Qué dama? —preguntó Thalia.
Ares la miró.
—Vaya, vaya. Sabía que habías vuelto. —Bajó la espada y le dio un empujón a Percy—. Thalia, hija de Zeus —murmuró—. No andas en buena compañía.
— ¿Qué pretendes, Ares? —replicó ella—. ¿Quién está en el coche?
El dios sonrió, disfrutando de su protagonismo.
—Bueno, dudo que ella quiera ver a los demás. Sobre todo, a ésas —Señaló con la barbilla a Zoë y Bianca—. ¿Por qué no van a comer unos tacos mientras esperan? Percy sólo tardará unos minutos.
—No vamos a dejarlo solo con vos, señor Ares —contestó Zoë.
—Además —acertó a decir Grover—, la taquería está cerrada.
Ares chasqueó los dedos de nuevo. Las luces del bar cobraron vida súbitamente. Saltaron los tablones que cubrían la puerta y el cartel de «Cerrado» se dio la vuelta: ahora ponía "Abierto».
— ¿Decías algo, niño cabra?
—Haganle caso —les dijo Percy—. Yo me las arreglo solo.
Intentaba parecer más seguro de lo que estaba. Aunque no dudaba que consiguiera engañar a Ares.
—Ya han oído al chico —dijo el dios—. Es un tipo fuerte y lo tiene todo controlado.
Thalía, Grover y las cazadoras se dirigieron a la taquería de mala gana, pero Victoire no hizo el ademán de seguirlos. Se cruzo de brazos y miró a Percy fijamente. Ares alzo una ceja intrigado al ver como la castaña y el pelinegro compartían una mirada, con la cual parecía como si hubieran tenido una larga conversación entre ambos.
—Estaré bien —le dijo finalmente Percy. Victoire bufó y finalmente asintió. No muy segura se marchó hacia la taquería dejando a Percy con el dios que más ganas tenía de hacerlo picadillo.
—Finalmente está sucediendo —comentó Ares en voz alta, llamando la atención de Percy, quien apartó la mirada de la castaña que entraba en la taquería y volteo a ver a Ares intrigado. Este lo miraba con odio.
—¿A qué se refiere?
Más Ares solo abrió la puerta de la limosina como un chófer.
—Lo sabrás pronto, si es que sobrevives a esta búsqueda. Ahora sube, gamberro —le ordenó—. Y cuida tus modales. Ella no es tan indulgente como yo con las groserías.
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Fue demasiado rápido para procesarlo. De un momento a otro los cinco se encontraban comiendo unos ricos tacos mexicanos, cuando todo a su alrededor se esfumó, incluyendo la comida, y aparecieron en medio de la chatarrería, rodeados
de montañas de despojos metálicos que se extendían
interminablemente a ambos lados, junto con Percy.
La carretera, el bar de tacos mexicanos y las casas de Gila Glaw también habían desaparecido.
—¿Pero que...? — Victoire giró sobre sí misma y se detuvo cuando sintió una mirada sobre ella.
Café y verde chocaron. Como si el mismísimo mar y la tierra hubieran colisionado estrepitosamente.
Percy se encontraba sumido en sus pensamientos sobre su reciente conversación con Afrodita mientras observaba a Victoire. Definitivamente ella y Afrodita tenían la misma nariz, sin contar el color de su ojo derecho (seguía bastante sorprendido al saber que la diosa tenia Heterocromía), pero de lo demás, los rasgos de Afrodita eran muy similares a los de Annabeth, aunque el cabello un poco más oscuro, casi tirándole a un castaño rubio. Se encontraba tan absorto buscando similitudes entre Victoire y la diosa, que se percató muy tarde de que la castaña lo estaba observando con una ceja alzada, intrigada.
Sintió como su rostro se enrojecia de golpe, por lo que rápidamente apartó la mirada y prosiguió a contarles de una forma resumida la visita que había tenido de Afrodita.
—¿Qué quería de ti? —le preguntó Bianca al pelinegro.
—Pues. . . en realidad no estoy seguro –dijo él—. Me dijo que tuviéramos cuidado en la chatarrería de su marido. Y que no nos quedáramos nada.
Tanto Victoire como Zoë entornaron los ojos.
—¿Afrodita, la diosa del amor y la belleza, vino hasta aquí solo para decirte que tuvieras cuidado con un montón de chatarra? —preguntó Victoire incrédula. Era obvio que no le creía nada al azabache.
—La diosa del amor no haría un viaje sólo para deciros esa tontería —coincidio Zoë—. Cuidado, Percy. Afrodita ha llevado a muchos héroes por el mal
camino.
—Por una vez, coincido con Zoë —añadio Thalia—. No puedes fiarte de Afrodita.
Percy se removió incómodo en su lugar al ver el gesto divertido de Grover. Eran esos momentos donde la telepatía con su amigo no le gustaba del todo. Más ninguna de ellas realmente le prestó atención aquel gesto por estar mirando los montones de chatarra a su alrededor.
—Bueno —dijo Percy, deseando cambiar de tema—, ¿y cómo vamos a salir de aquí?
—Por este lado —señaló Zoë—. Eso es el oeste.
—¿Cómo lo sabes?
La cazadora puso los ojos en blanco.
—La Osa Mayor está al norte —dijo—. Lo cual significa que esto ha de ser el oeste.
Señaló la constelación del norte, que no resultaba fácil de identificar porque había muchas otras estrellas. Sin embargo Victoire había tenido la oportunidad de pasar algo de tiempo con Artemisa durante sus años en el Olimpo, cuando está no se encontraba cazando. La diosa le enseño lo básico para orientarse por las estrellas, aunque debía admitir que no era algo en lo que sobresaliera mucho.
—Ah, ya —dijo Percy—. El oso ese.
Zoë pareció ofenderse. Victoire le dio un ligero codazo en la costilla a Percy.
—Habla con respeto. Era un gran oso. Un digno adversario —espetó Zoë.
—Lo dices como si hubiera existido —replicó Percy, sobándose su costilla y mirando a la castaña ceñido.
—Lo hizo percy, hace muchi...
—Chicos — interrumpió Grover—. Miren.
Habían llegado a la cima de la montaña de chatarra.
Montones de objetos metálicos brillaban a la luz de la luna: cabezas de caballo metálicos, rotas y oxidadas; piernas de bronce de estatuas humanas; carros aplastados; toneladas de escudos, espadas y otras armas.
Todo ello mezclado con artilugios modernos como automóviles de brillos dorados y plateados, frigoríficos, lavadoras, pantallas de ordenador...
—Uau — dijo Bianca—. Hay cosas que parecen de oro.
—Es por qué lo son —aseguró Victoire mirando todo con recelo. Tenia un mal presentimiento en ese lugar.
—Como ha dicho Percy, no toquen nada. Esto es la chatarrería de los dioses —dijo Thalía.
—¿Chatarra? —Grover recogió una bella corona de oro, plata y pedrería. Estaba rota por un lado, como si la hubiesen partido con un hacha—.¿A esto llamas chatarra? —Mordió un trocito y empezó a
masticar—. ¡Está delicioso!
Thalia le arrancó la corona de las manos.
—¡Hablo en serio!
—¡Miren! —exclamó Bianca. Se lanzó corriendo por la pendiente, dando traspiés entre bobinas de bronce y bandejas doradas, y recogió un arco de plata que destellaba—. ¡Un arco de cazadora!
Soltó un gritito de sorpresa cuando el arco empezó a encogerse para convertirse en un pasador de pelo con forma de luna creciente.
—Es como la espada de Percy.
Zoë la miraba con severidad.
—Déjalo, Bianca.
—Pero...
—Si está aquí, por algo será. Cualquier cosa que hayan tirado en este depósito debe permanecer aquí. Puede ser defectuoso. O estar maldita.
Bianca dejó el pasador a regañadientes.
—No me gusta nada este sitio —dijo Thalia, aferrando su lanza.
—Ni a mi —Concordó Victoire haciendo aparecer su arco—, es como si... algo estuviera aquí pero a la vez no. No sé cómo explicarlo.
—¿Crees que nos atacará un ejército de frigoríficos asesinos? —bromeó Percy, a lo que Thalía le lanzó una mirada fulminante
—Zoë tiene razón, Percy. Si han tirado todas estas cosas, habrá un motivo. Y ahora en marcha. Tratemos de salir de aquí.
—Es la segunda vez que estás de acuerdo con Zoë —rezongo él, pero ella no le hizo caso.
Los seis avanzaron con cautela entre las colinas y los valles de desechos. Victoire con cuidado para no tropezar o activar algunas de las cosas desechadas de los dioses. Más aquello parecía no acabarse nunca. Incluso podría jurar que aquello parecía un laberinto, si no llega a ser por la Osa Mayor que los guiaba en el cielo, seguro que se habrían perdido desde hace rato, porque todas las montañas parecían iguales e interminables.
Hubiera sido genial decir que nadie tocó nada. Pero sería mentira; entre toda esa chatarra había cosas muy geniales, como una guitarra con la forma de la lira de Apolo, tan espectacular que Percy no resistió la tentación de examinarla de cerca. Grover se encontró un árbol de metal roto. Lo habían cortado en pedazos, pero algunas ramas tenían todavía pájaros de oro y, cuando él los recogió, se pusieron a zumbar y trataron de desplegar sus alas.
Victoire por su parte encontró una hermosa caja musical, donde una Driada de oro bailaba al ritmo de una canción que ella no reconoció. Sin embargo cuando iba a la mitad de la canción, la Driada se detuvo y empezaba a retorcerse en su base de forma extraña. Victoire volvió a dejarla en su lugar.
Finalmente, a un kilómetro, divisaron el final de la chatarrería y las luces de una autopista que cruzaba el desierto.
Pero algo se interponía entre ellos y la autopista.
—¿Qué es eso? —exclamó Bianca.
Justo enfrente se elevaba una colina más grande y larga que las demás. Tenía unos seis metros de altura y una cima del tamaño de un campo de fútbol, lo que la convertía en una meseta. En uno de sus extremos había diez gruesas columnas metálicas, apretujadas unas contra otras.
Victoire arrugó el entrecejo e inclinó la cabeza.
—Parecen...
—Dedos de pies –se adelantó Grover.
Bianca asintió.
Zoë y Thalia se miraron, nerviosas.
—Daremos un rodeo —dijo Thalia—. A buena distancia.
—Pero la carretera está allí mismo —protestó Percy—. Es más fácil trepar por ahí.
¡Tong!
Thalia blandió su lanza, Victoire tenso su arco. Zoë sacó el suyo. Pero solo era Grover.
Había lanzado un trozo de metal hacia aquellos dedos gigantescos y había acertado en uno. Por la manera de resonar, las columnas parecían huecas.
—¿Por qué has hecho eso? —lo riñó Zoë.
Grover la miró, avergonzado.
—No sé. No me gustan los pies postizos.
—Vamos —dijo Thalia, mirándo a Percy son persistencia—. Daremos ese rodeo.
No discutió. Los seis avanzaron rodeando aquella colina y tras un buen rato caminando, llegaron por fin a la autopista: un trecho asfaltado y bien iluminado, aunque desierto.
—Lo conseguimos —dijo Zoë—. Gracias a los dioses.
Pero claro, a los dioses no les apetecía que les dieran las gracias, porque en ese momento se oyó un estruendo como de un millar de trituradoras de basura espachurrando metal. Victoire y los demás giraron alarmados. A sus espaldas, la montaña de chatarra se removía y empezaba a levantarse. Las diez columnas se doblaron y pronto Victoire capto por qué parecían dedos.
Aquellos realmente eran dedos.
Finalmente la figura se alzo y los seis vieron horrorizados que se trataba de un gigante de bronce con armadura de combate griega. Era increíblemente alto, un rascacielos con piernas y brazos que relucían de un modo siniestro al claro de luna. Los miró desde allá arriba con su rostro deforme. Tenía el lado izquierdo medio fundido. Sus articulaciones crujían, oxidadas, y en el polvo de su pecho blindado un dedo gigante había escrito: “Lávame.”
—¡Talos! —gritó Zoë.
Y Victoire la miró con los ojos abiertos al tope.
—¿Quién es Talos? —balbuceo Percy.
—Una de las creaciones de Hefesto —le dijo Tori.
— Pero éste no puede ser el original —señaló Zoë —. Es demasiado pequeño.
—Un prototipo quizá —añadio Thalía—. Un modelo defectuoso.
«oh no» pensó Victoire cuando el gigante se llevó una mano a la cintura para sacar su espada, que emitió un chirrido espeluznante de metal contra metal mientras salía de la vaina. La hoja tendría treinta metros fácilmente. Se veía deslucida y oxidada.
—Creo que no le gustó cómo le dijiste —comentó Victoire.
—Alguien se ha llevado algo –acusó Zoë mirandolos—. ¿Quién ha sido?
Zoë miró a Percy con aire acusador, pero este negó con cabeza.
—Seré muchas cosas, pero no soy un ladrón.
El defectuoso gigante dio un paso hacia ellos y recorrió la mitad de la distancia que los separaba,
haciendo temblar el suelo.
—¡Corran! —Gritó Grover.
Era una magnífico plan, si no fuera por el hecho de que aquel gigante podría alcanzarlos con un paso. No obstante, ninguno se quedó ahí para averiguarlo. Victoire corrió hacia un costado y comenzó a trepar una colina de chatarra, una vez arriba sostuvo su arco y comenzó a dispararle al gigante con sus fechas.
Thalía sacó su escudo y lo sostuvo en alto mientras corría por la autopista. El gigante lanzó un mandoble con su espada y arrancó unos cables eléctricos, que explotaron entre una lluvia de chispas y quedaron esparcidos en el asfalto, bloqueándole el paso a Thalia.
Las flechas de Zoë volaban hacia el rostro de la criatura, pero se hacían añicos contra el metal sin causarle merma alguna.
—¡Mis flechas no le hacen nada! —le gritó la cazadora a Victoire, quien bajo el arco bufando. Ella tampoco estaba teniendo suerte. Se deslizó sobre una vieja tabla de metal cuesta abajo, aterrizando junto a ella
Victoire sacó su espada y se giró hacia la cazadora.
—Soy la más rápida, intentaré distraerlo para que ustedes puedan huir.
—¿Qué? ¡No! —replicó la cazadora.
En eso el gigante aplastó un auto y ambas voltearon a ver cómo abría un cráter en el suelo. El pecho de Victoire brincó del miedo al ver como Percy y Bianca, quienes estuvieron a nada de ser aplastados, corrían en dirección contraría al gigante.
—¡Lo distraeré dije!
No lo pensó más. Blandió su espada y corrió al ataque. Pasó por el medio de las piernas de Talos y lanzo un tajo directo a sus tobillos. El bronce en aquella zona se rasgó y Talos trastabillo un poco. Giró en redondo mirando hacia abajo y vio a la mestiza sonreír ladeadamente. Victoire volvió a lanzar un mandoble con su espada y el gigante rugió fuertemente para lanzar un tajo con su espada directo a ella. Victoire reaccionó con rapidez y corrió usando sus habilidades de Nike para alejarse del impacto.
—¡Eh, Talos, tío! –gritó Grover para distraerlo, pero el monstruo alzó su espada sin perder de vista a Victoire.
—¡Vi, cuidado! —grito Percy hacia la castaña cuando Talos volvió atacarla, más el impacto nunca llegó porque el gigante se sacudió en su lugar.
Grover había usado sus flautas para lanzar uno de los postes de la autopista hacia Talos, enredando en su pantorrilla y logrando así darle una descarga.
Talos se volvió, chirriando y echando chispas mirando al sátiro.
—¡Grover! ¡Corre! —exclamó Victoire pero Grover no corrió con suerte. El gigante atravesó con su espada
una montaña de chatarra, y aunque no le dio a su amigo, el impacto ocasionó un avalancha de desechos metálicos que se le vino encima y se lo
tragó.
—¡No! —chilló Thalia.
Apuntó con su lanza al gigante y un arco azul fue a golpearlo en una de sus rodillas oxidadas, que se dobló en el acto.
El gigante se tambaleó, pero volvió a incorporarse de inmediato. Victoire se lanzó al ataque, lanzo su espada- látigo hacia su rodilla doblada e hizo presión en está de modo que su rodilla se doblará aún más, a casi nada de partirse. Talos rugió y lanzo una patada al aire, llevándose a Victoire por el impulso.
—¡Tori! / ¡Vi!—gritaron Thalía y Percy al verla desaparecer al otro lado de una colina de chatarra.
El impactó fue tan duro que Victoire perdió el aire por unos segundos. Rodó sobre si misma, quedando bocabajo y se incorporó lentamente debido al dolor que sentía por todo el cuerpo. Lentamente logró respirar con normalidad y cuando su vista por fin se aclaro divisó su espada a unos metros de ella, alzo la mano y está salió disparada hacia ella.
Victoire comenzó a escalar la colina de chatarra que la separaba de sus amigos, ignorando un fuerte dolor de su tobillo y en el cuerpo. Justo al llegar a la cima, vio a Bianca salir corriendo hacia Talos sin arma alguna.
—¡No, Bianca! —escuchó gritar a Percy.
Pero ella siguió corriendo hacia el pie izquierdo del gigante. Victoire se deslizó colina bajo e intento correr para detener a la chica. Más el dolor en su tobillo se intensificó y terminó cayendo de rodillas al suelo. Desvío el rostro hacia esté y vio que su piel estaba morada e hinchada. Se había fracturado con el impacto de hace un momento.
Al estar en el desierto, Victoire se había despojado de su chamarra, por lo que ahora sus brazos y su rostro estaban llenos de moretones y rasguños superficiales.
Fue entonces que algo hizo clic en ella y un verso de la profecía llegó a su mente:
«Uno se perderá en la tierra sin lluvia»
¡El desierto!
Se encontraban en un maldito desierto.
—¡Grover!
El gritó de Thalía la hizo reaccionar. Victoire volteo hasta donde el sátiro se encontraba desmayado.
—¡No! —gritó Victoire y se levantó a pesar del dolor. Intentó correr hacia él, más solo logró avanzar entre brincos inútiles.
El gigante alzó su espada, listo para hacer picadillo a su amigo.
—¡Grover! —vociferó Tori exaltada.
Y entonces, Talos se quedó petrificado. Ladeó la cabeza como si acabara de oír una música nueva y extraña. Victoire soltó un jadeo de asombro cuando esté comenzó a mover a lo loco los brazos y las piernas, como si estuviera bailando, y terminó cerrando una mano y tirándose un puñetazo en la cara.
—¡Dale, Bianca! —escuchó gritar a Percy.
Cualquier atisbo de diversión se borró en el rostro de Victoire. ¿Acaso había escuchado bien?
Zoë miró a Percy horrorizada.
—¿Está ahí dentro?
El monstruo se tambaleó. Zoë se acercó a Victoire al ver que no podía caminar bien y la ayudó pasando un brazo sobre sus hombros. Comenzaron a alejarse con Thalía y Percy detrás cargando a Grover.
—¿Cómo va a salir de ahí dentro? —gritó Victoire hacia los demás.
Pero el gigante volvió a golpearse en la cabeza y dejó caer la espalda. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo. Dando tumbos, se dirigió hacia los cables eléctricos.
—¡Cuidado! –chilló Percy, pero ya era demasiado tarde.
Los cables se enredaron en el tobillo del gigante y una serie de destellos azules lo recorrieron de arriba abajo. Victoire rogó que el interior estuviera aislado.
El monstruo se escoró hacia atrás y, de repente, la mano izquierda se le desprendió y fue a aterrizar en la montaña de chatarra con un espantoso ruido.
Se le soltó también el brazo izquierdo. Las articulaciones se le estaban descoyuntando.
Y entonces el gigante echó a correr, tambaleante.
—¡Espera! —gritó Zoë.
Y salieron disparados, lo mejor que pudieron, hacia él. Pero era imposible.
Sus piezas seguían cayendo y se interponían en su camino. Terminó desmoronándose de arriba abajo y Victoire lo vio todo con el corazón en la boca: primero la cabeza, luego el torso y por último las piernas se derrumbaron con un gran estruendo.
Cuando llegaron junto a los restos, se pusieron a buscar frenéticamente mientras llamaban a Bianca. Arrastrándose entre aquellas piezas monumentales y huecas, removieron sin descanso entre escombros de piernas, brazos y cabeza hasta las primeras luces
del alba, pero sin suerte.
Zoë se sentó y rompió a sollozar. Thalia gritó de rabia y atravesó con su espada la cabeza aplastada
del gigante. Victoire se dejó caer de rodillas, afligida, y cerró los puños con fuerza, ignorando que se lastimaba con las uñas.
—Ahora que hay luz podemos seguir buscando —dijo Percy con esperanza—. Vamos a encontrarla.
—No, no la encontraremos —gimió Grover, desolado. Había recuperado el conocimiento desde hace un rato— Ha sucedido tal como estaba previsto.
—¿Qué quieres decir?
Grover lo miró con ojos llorosos. Pero Victoire fue quien hablo.
—¿No lo entiendes, Percy? —dijo Victoire con los ojos cristalinos. Percy sintió un vuelco en el corazón al verla —. La profecía: “Uno se perderá en la tierra sin lluvia.”
Percy inspiró profundamente y desvío la mirada al suelo con pesar.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Victoire.
Aquel verso de la profecía se había cumplido.
Estaban en pleno desierto.
Y Bianca di Angelo había desaparecido.
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𝐁𝐚𝐫𝐛𝐬 © | 𝟐𝟎𝟐𝟐 ✔️
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