彡🕯️EP. 7
⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO SIETE ⊹.˚
« oscuros secretos »
ELOISE ABRIÓ MUCHO LOS OJOS, demasiado sorprendida como para reaccionar, aunque no tardó en sentir que el asombro se convertía en ira. En pura indignación.
¿Cómo se atrevía aquel canalla a atribuirse sus méritos? ¿A decir que él era su creación, el autor de sus muchos artículos? Maldito bellaco... Si no fuera porque estaba convencida de que sabía perfectamente quién era, que la había reconocido en la entrada, lo desenmascararía. Pero, claro, si lo hacía, él podría contraatacar del mismo modo. Y solo pensar en la situación en que eso podría dejar a Anthony, se ponía enferma.
Lentamente, volvió a sentarse. —¿No era usted Hendrix? —preguntó el editor en jefe del Albion Daily, que ocupaba un lugar a su lado. Un hombre grande y con rostro de bulldog, que parecía masticar el enorme puro que no se quitaba de los labios.
—Yo...
Estaba tratando de improvisar algo, pero no fue necesario. Aquel mastuerzo de Gysforth tenía el púlpito y el público, y las ganas de inventar.
—Sé que muchos me conocen por mi nombre real, Andreas Gysforth. Pero, como comprenderán, no podía usarlo para esta investigación. Resultaba demasiado peligroso. Por eso pedí a un joven compañero del periódico que se hiciera pasar por mí al llegar aquí esta noche —señaló hacia un lugar indeterminado, cercano a Eloise—, igual que he utilizado un mensajero hasta el día de hoy para mantener el anonimato y entregar los artículos que escribía con este seudónimo. Disculpen si alguien se ha molestado por lo que he hecho, pido perdón a los organizadores y al club. Seguro que entienden el porqué de mi actitud. El terreno en el que me he movido no podía ser más delicado. Mi misma presencia aquí no podría resultar más comprometedora.
—Entonces, ¿a qué viene admitirlo ahora? —preguntó alguien, Eloise no supo quién.
—Está claro, hombre. Ha venido a recibir el premio —replicó otro, provocando varias risas.
—Sí, el reconocimiento de los compañeros es realmente alentador para cualquiera, todos lo sabemos. Pero esa no es la razón que me ha traído aquí, lo que me ha llevado a desvelar mi identidad, sino algo muy grave. Hoy, debo darles una noticia muy importante, que espero que reflejen en sus publicaciones de mañana: he venido a afirmar, sin asomo de duda, que el señor Hightower, al que pretenden homenajear esta noche, no murió de una apoplejía, sino que fue asesinado.
Eloise se cubrió la boca con una mano, horrorizada. Un barullo de voces replicó a tales palabras.
—¡Se ha vuelto loco!
—Pero ¿qué dice, Gysforth? ¡Vuelva a la crónica social!
—¡Todo el mundo sabe que Hightower sufrió un ataque!
—¿Qué pruebas tiene de eso?
—¡Por fin una buena pregunta! —dijo Andreas, retomando el control de la reunión—. ¿Qué tengo? No puedo revelar el nombre del testigo, pero hay una prueba mucho más clara: un cuerpo que fue enterrado con cierta precipitación y que, dado su estado, ningún médico que se precie diría que murió de un ataque al corazón o de una apoplejía. —Más expresiones de horror—. No nos engañemos. Si las autoridades hubiesen querido hacerlo, estarían investigando el crimen. Y si no...
Se interrumpió, por algo que había visto al fondo. Eloise siguió la dirección y descubrió a los dos hombres que acababan de entrar en la sala. Sus trajes elegantes resultaban incongruentes con sus rostros de aire siniestro y apenas podían contener sus envergaduras. No podían evitar que, quienes los mirasen, pensaran que eran unos matones bien vestidos. Y unos muy peligrosos.
Sintió un ramalazo de miedo.
—Deje de soltar vaguedades sin sentido, Gysforth —dijo un caballero de los sentados en la mesa presidencial, situada justo en primera línea, junto a la tarima. Era el dueño del Albion Daily y uno de los principales organizadores del evento. Estaba sentado, pero dio un golpe en el suelo con el bastón, con toda la soberbia de un emperador en su trono—. Y basta de falacias. Demuestre que usted es Hendrix. Demuestre que han asesinado a Hightower. Demuestre de una vez que ese «Rey en la noche» al que tanto ataca en sus panfletos existe en el mundo real, y no solo en su imaginación. Pero, claro, no puede. Todo esto es un invento de The Times para lograr hacerse con la atención ciudadana y vender más periódicos. —Alzó una vez más el bastón, ahora para señalarlo con el dedo índice de la mano que sujetaba el mango—. Es usted un fraude, joven.
Eso levantó una nueva marea de voces, entre los que apoyaban a Hendrix y los que coincidían con la opinión del hombre. Eloise observó al anciano con el ceño fruncido. Por situaciones como esa, hacía ya tiempo que sospechaba que aquel hombre trabajaba para el «Rey en la noche», y cada vez lo tenía más claro. El Albion Daily, de creación tan reciente, parecía haber surgido como una respuesta a sus artículos en The Times.
Ahora que lo pensaba, el inexistente John Hendrix debía haber desatado una guerra de otro tipo, o una línea de batalla en una guerra mayor: la lucha por controlar la opinión pública.
—Para responder a todo eso van a tener que disculparme un momento, porque tengo que comparar ciertos datos —replicó Gysforth, con aire misterioso. Miró hacia el jefe de camareros, que, si Eloise no recordaba mal, se llamaba Hanson o algo así. Su hermano lo había mencionado alguna vez—. ¿Tienen nuestros anfitriones una salita en la que podamos hacerlo con discreción?
—Eh... Por supuesto, caballero —replicó el empleado, muy tieso—. Incluso me atrevo a suponer que va a encontrarla de su absoluto gusto.
—¡Seguro que sí! —Hizo un gesto a Eloise mientras bajaba de la tarima—. Tiffler, por favor, venga conmigo. Tengo que darle unas instrucciones. Y usted también, Gordons. Y usted, Butler —añadió, señalando a otros dos, casi juraría que al azar.
Tiffler. Ja. Y ese «tengo que darle unas instrucciones» le dolió en lo más profundo. ¿Cómo se atrevía? ¿Se podía ser más odioso? Eloise estuvo a punto de quedarse sentada, pero no quería dar lugar a más barullo. Además, necesitaba respuestas. Iría con él, le exigiría una explicación, lo asesinaría y aprovecharía para irse del club.
Si lo que había dicho de Hightower era cierto debía investigar de inmediato el asunto. El editor había muerto en su casa, y Gysforth había dicho que lo habían matado de una paliza... Las posibilidades le congelaron la sangre en las venas.
Precedidos por Hanson, salieron del salón en el que se estaba celebrando el evento y se movieron por un pasillo lleno de puertas. Los otros dos elegidos, por lo que hablaron supo que uno era periodista y el otro un editor de libros de cuentos, también fueron con ellos. No se alejaron mucho. El empleado de Brooks's los condujo a una salita pequeña, supuso que destinada a entrevistas discretas.
—¿Le parece bien al caballero? —preguntó a Gysforth, en lo que sonó casi como una acusación. Antes de que le diera tiempo a contestar, añadió—: ¿Y desean tomar alguna cosa?
—No, gracias —replicó Andreas, con aire de desear aplacarlo—. Ya ha sido muy amable. Será solo un momento. —En cuanto Hanson los dejó solos, Gysforth se dirigió a la ventana y la abrió mientras les decía a los otros dos hombres—: Señores, perdonen que los haya metido en esto, necesitaba nombrar a alguien más. Espero que tengan la cortesía de esperar unos minutos antes de dar la alarma.
—Pero ¿qué hace, Gysforth? —preguntó uno—. ¿Se marcha?
—Nos marchamos. —Para asombro de Eloise, fue hacia ella y la tomó por la muñeca—. Vamos, usted delante, Tiffler. No se preocupe, no hay altura. Esto da directamente a la acera.
—¡Ya lo sé! —replicó ella, tan alterada que se le olvidó impostar la voz—. ¡Pero no pienso moverme de aquí sin que me...!
—Las explicaciones más tarde, demonios. —Sin más ceremonia, la cogió en brazos, sin hacer caso del grito que se le escapó, y la pasó sobre el alféizar—. Ahora toca correr.
—¿Ha traído aquí a una mujer? —preguntó escandalizado el mismo de antes. El periodista, si no se equivocaba. Un idiota, decidió Eloise, al ver la cara que ponía—. ¡Qué vergüenza!
—He venido sola, ¿qué se ha pensado? —replicó ella, enfadada—. ¿Que soy un perrito de compañía?
El hombre la miró con la misma expresión de censura que había visto tantas veces. Esa en la que le indicaban que se estaba extralimitando en su papel de fémina sumisa, cariñosa, tonta y decorativa.
—Esto va a saberse, Gysforth —declaró, dirigiéndose a la puerta.
El mencionado masculló una maldición y lo miró como si valorase la idea de intentar impedir que se fuera, pero con Eloise en brazos no tenía muchas opciones. Optó por seguir con su plan de escape, y la colocó en el alféizar.
—¿En serio va a salir por la ventana? —preguntó el editor de cuentos, divertido.
—¡Se ha vuelto loco! —exclamó Eloise, aferrándose a él para que no pudiera arrojarla a la calle.
—¿Yo? ¿Está seguro, señor mío? —La cogió por los brazos y la zarandeó. Estaba tan cerca que pudo captar su aroma, un perfume amaderado que le resultó muy agradable—. Vámonos, ya.
Algo en su tono preocupó a Eloise. Salió sin más protestas, diciéndose que siempre podría matarlo más tarde.
No había puertas, que ella supiera, en aquel lado de Brooks's. Quizá por ello no había nadie tampoco por allí vigilando, aunque sí distinguió a un hombre en la esquina. Otro, poco más allá, hablaba con alguien que permanecía oculto en un coche.
—Mire —susurró.
Gysforth, que había salido con igual soltura, se agachó a su lado y se llevó un dedo a los labios.
Luego le indicó una calle estrecha, al otro lado de la calzada. Con rapidez, echando vistazos para asegurar que el tipo no se volvía, fueron hacia allí. No se sintió segura hasta que estuvieron a cubierto en un callejón, junto a una librería.
—Y ahora, ¿qué? —preguntó entonces.
—Sir Arian se reunirá con nosotros aquí. ¿Tiene frío?
—No —replicó, aunque no pudo evitar un nuevo estremecimiento. La temperatura había bajado bastante, y solo tenía la chaqueta. Había entregado el abrigo a la entrada, al contrario de Gysforth, que seguía con el suyo y hasta llevaba una capa por encima. Debía reconocer que era un hombre elegante—. Es solo indignación. ¿Cómo se ha atrevido a subir a ese estrado?
Él arqueó una ceja. —Perdone, señor Hendrix, pero fue lo único que se me ocurrió. Sir Arian se me acercó en la entrada y me avisó de que todo esto de la entrega del premio era una trampa organizada para atraparlo.
—¿Una trampa? ¿Quiere decir que no ha sido por la calidad de los artículos o por su aportación a esclarecer el peligro que supone el «Rey en la noche»?
—Así es. —Eloise sintió una oleada de amargura y debió ser evidente, porque él hizo una mueca y añadió—: Lamento decepcionarla, pero imagino que prefiere saber la verdad, ya que ha estado jugando a los periodistas.
—Es usted un bruto. Yo no he estado jugando a nada, soy periodista. Más que otros, que se limitan a deambular como lechuguinos de fiesta en fiesta.
—Deje ya esa palabra, maldición. —Eloise hizo una mueca y se calló la boca. Hasta ella sentía que se estaba excediendo con el término—. Trabajo para un periódico, hago lo que me dicen, pero no crea que me gusta. De hecho, sus corrosivos comentarios me han animado a tomar medidas. Creo que ocuparé el puesto de Hendrix en breve.
—¿Va a seguir aprovechándose de mi trabajo?
—No, demonios. Pero, dado que Hendrix va a desaparecer y que ya estoy involucrado en todo esto, voy a escribir sobre lo que está ocurriendo en «Bajolondres». Pero firmaré con mi nombre.
—Es lo mismo. Después de decir en el estrado que usted es Hendrix, todos supondrán que ha decidido abandonar el seudónimo. Y seguirá robándome el mérito de todo lo anterior.
Él permaneció en silencio unos segundos. Apenas podía distinguirlo en las sombras de aquella calle.
—Tiene razón. Lo lamento mucho. No sé cómo solucionar ese detalle.
Parecía sincero. Eloise sintió que su irritación menguaba, al menos en parte. —Bueno —admitió—, al fin y al cabo lo hizo para poder salvarme.
—Así es. No quería que subiese usted al estrado. Su disfraz...
—¿Qué le pasa?
—Que no es muy bueno —dijo una voz sobresaltándolos. Se volvieron de un brinco. Sir Arian los miraba en la penumbra—. Está usted encantadora, milady, pero no aguanta un segundo vistazo, y en esa sala hay muchos caballeros que la conocen.
—Yo no tuve problema en reconocerla —admitió Gysforth.
—Ni yo.
—Tonterías —protestó Eloise, que se sintió obligada a defender el trabajo de Dolly—. Es un disfraz excelente.
—Mmm... —titubeó sir Arian—. Esperaba más de Dolly, la verdad.
—En realidad, no es malo —dijo a su vez Gysforth—. Pero contaba usted con una desventaja enorme.
—¿Cuál?
—Sus ojos. —Eloise sintió que la mirada del hombre ardía, mientras le clavaba sus pupilas—. Son inolvidables.
—¿Mis...? Oh...
—Coincido, milady —aportó sir Arian—. Dolly es muy buena en maquillaje, pero hay cosas que no pueden ocultarse con esos trucos, por mucho que te esfuerces: la edad y la belleza de una mujer. —No estaba segura de si estaba de acuerdo con eso, pero decidió no protestar—. Por eso debe desaparecer mientras se calman las aguas. Me encargaré de que su hermano diga que estaba fuera de Londres esta noche.
—¡Pero fue Gysforth quien subió al estrado! ¡Dijo que él era Hendrix!
Sir Arian miró alarmado al periodista. —¿Es eso cierto?
—No me quedó más remedio. Iba a subir ella, fue lo primero que se me ocurrió.
Sir Arian agitó la cabeza. —Entonces, usted tendrá que irse también.
—¿Yo? Imposible, le recuerdo que tengo un trabajo que me da de comer. Además, no conozco nada fuera de Londres. Desde que he llegado me he limitado a deambular como un lechuguino de fiesta en fiesta.
La indirecta hizo que Eloise girase los ojos en las cuencas, esos ojos que, según ellos, tanto la traicionaban. Pero no podía reprochárselo, eso había dicho, y se sentía un poco culpable.
Gysforth no parecía apocado, ni daba la impresión de preferir esa clase de artículos a los de Hendrix. Quizá fuera razón y no había tenido opciones hasta entonces. Además, se había puesto en peligro solo por ayudarla. No podía dejar que le ocurriese nada.
—Nos iremos de Londres —declaró. Gysforth arqueó ambas cejas.
—¿Juntos?
—Bueno, sí. Podríamos irnos cada cual por nuestro lado, pero parece lo más lógico. Así podremos ayudarnos.
—Ayudarnos. Usted y yo.
—Eso he dicho, sí. —Le frunció el ceño y lanzó un bufido—. No haga que lo lamente.
Gysforth rio. —No, perdone, perdone. Es solo que creo que no se atreverá.
Ella arqueó una ceja. —Estoy vestida de hombre y me he colado en un club de caballeros. ¿De verdad cree que no me atreveré?
La expresión de Gysforth denotaba admiración. Eso le gustó. —Es usted única.
—No lo dude. Y se me ocurre que podríamos ir a...
—No me lo diga —la interrumpió sir Arian—. Así, de ocurrirme algo, no podré decirlo. —Eloise se estremeció al recordar a Hightower. Esperaba que nunca volviera a ocurrir lo mismo, y menos con Creepingbear—. Cuando estén a salvo mande un mensaje a su hermano, pero deje pasar como mínimo un par de días. Imagino que tendrán vigías en Bridgerton House, demos tiempo, que se calmen las aguas.
—Muy bien. Una cosa... Mi doncella, Katya, me está esperando...
—Lo sé, la he visto y ya he hablado con ella. —En la penumbra le dio la impresión de que los ojos de sir Arian titilaban—. No se preocupe. Yo me encargo de ella. Váyanse. —Señaló hacia las profundidades del callejón—. Mi coche está al otro lado, junto a la esquina. Cójanlo.
—Vamos —dijo Gysforth.
Sin más ceremonias la tomó de la mano y tiró calle adelante. Cuando, antes de doblar la esquina, miró hacia atrás, no pudo ver al detective.
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ღ𝒥ennymorningstarღ
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