彡🕯️EP. 5
⇢ ˗ˏˋ 🪞┋CAPÍTULO CINCO ⊹.˚
« una dama dispuesta al peligro »
—ESTÁ USTED LOCA —le dijo Katya, su doncella, a su espalda.
La muchacha llevaba todo el camino así, desde que salieron de Bridgerton House. Eloise suspiró. No tenía sentido discutir, ambas se conocían demasiado bien y sabía que no podría convencerla. Hizo lo único que podía hacer: ignorarla.
Contempló apreciativamente la fachada del edificio al que se dirigía y enfiló hacia el lateral, para llegar a su parte trasera.
The Magic era un teatro pequeño pero elegante, y muy bonito. Estaba situado a pocos metros de Piccadilly, en una bocacalle cercana a una plazoleta. No era muy conocido, ni muy visitado, pese a estar situado en esa buena zona, y pese al hecho de que se interpretaban nuevas obras cada dos meses. El problema era la dueña, Dorothy Fellows, la viuda de un caballero del que nadie sabía nada, y había quien decía que eso ocurría porque nunca había existido.
Dorothy Fellows era una pésima actriz. No había que darle más vueltas al asunto ni buscar más explicaciones. Eloise la había visto en cierta ocasión, invitada al palco de unos amigos de su hermano Anthony, y había sido testigo de cómo había asesinado sin piedad a una pobre Julieta a la que algún desaprensivo del público animó encarecidamente a suicidarse cuanto antes.
¡Por Dios, cómo se podía ser tan mala! Pero, como era la dueña, se quedaba siempre con el papel protagonista, sin importarle las consecuencias. Era como si aquello fuese su diversión, más que su modo de ganarse la vida. La conclusión era lo que podía verse: aquel precioso teatro estaba en plena decadencia, aunque de algún lado salía el dinero, porque no estaba totalmente hundido, y por lo que sabía, elenco y empleados siempre cobraban puntualmente sus sueldos.
Según había oído decir, la señora Fellows había sido amante de uno de los amigos íntimos de Anthony del club de caballeros al que pertenecen. Los conocía bien a algunos y no le parecía descabellada la idea de que ese teatro hubiese sido un regalo, como afirmaban los rumores, aunque nunca se había atrevido a preguntar. Pero allí entraba dinero de algún modo.
Se preguntó si la señora Fellows tendría otro amante... ¿Sir Arian, quizá? Por lo que sabía, eran más que conocidos. Él era quien había organizado aquel encuentro, bendito fuera. Y eso que, según sus propias palabras, el plan de Eloise para esa noche le parecía la peor idea que hubiera tenido nadie desde que un idiota imaginó la rueda cuadrada.
—¿De verdad va a entrar? —preguntó Katya, enfadada, cuando llegaron a la puerta trasera. Eloise la miró, también irritada—. En realidad, lo que me preocupa es lo que va a hacer. Menuda locura.
—Debiste quedarte en casa.
—Ya quedamos en que eso no volvería a ocurrir.
—Y también en que no te interpondrías en mis asuntos.
—¡Milady! ¡Lo que va a hacer jamás debería haber sido asunto suyo!
—Lo que voy a hacer jamás debería haber sido necesario. —Katya hizo una mueca. Sabía que, en eso, estaba de acuerdo con ella—. Por favor, guarda silencio.
Abrió la puerta sin darle más opciones a hablar, y entró. Por aquel lado, el teatro era mucho menos fascinante, tanto por el callejón de fuera como por el recibidor de dentro. Eloise se encontró en un pequeño vestíbulo en el que convergían sin mayor gracia tres pasillos encalados en blanco. Por uno de ellos se acercaba una muchacha cargada con una brazada de trajes.
—Perdona —le dijo, interponiéndose en su trayectoria. La otra apenas tuvo tiempo de detenerse y la miró sorprendida. Sus ojos la recorrieron con rapidez, evaluando con asombro joyas y telas—. La señora Fellows me está esperando. ¿Puedes indicarme dónde se encuentra?
—Sí... sí, señora... Está en su despacho, al fondo de aquel pasillo. —Señaló en la dirección. Eloise sonrió con calidez.
—Gracias. —Se dirigió allí con paso firme y llamó a la puerta. Cuando oyó la voz que cedía el paso, abrió.
El despacho era un rincón oscuro y lleno de trastos, pilas de libros, cajas abiertas con contenidos de todo tipo y enormes ramos de flores. Había un hombre con la señora Fellows, un individuo de mediana edad, algo regordete y de aire afable. Estaban estudiando juntos un libro de contabilidad, pero lo dejaron al verla.
—¿La señorita Eloise Bridgerton, supongo? —preguntó la actriz, con una sonrisa, mientras se ponía en pie.
—Así es, señora Fellows —replicó, devolviéndole la sonrisa—. Supongo que sir Arian...
—Sí, me dijo que vendría. Lo tengo todo listo en mi camerino. Y reconozco que me muero de ganas de hacerle más de una pregunta, aunque me contendré si ese es su deseo. ¡Qué remedio! —Rio, y Eloise no pudo por menos que secundar aquella risa cálida y sincera. La señora Fellows hizo un gesto hacia su acompañante—. Le presento al señor Swift. Es...
—Un humilde contable —concluyó él, con una ligera reverencia a Eloise —. También ha sido sir Arian quien me ha traído hasta aquí.
—No sé para qué —replicó la señora Fellows—. Le aseguro que puedo llevar las cuentas yo sola. Llevo años haciéndolo.
—No quiero resultar antipático, señora Fellows, pero tengo la impresión de que ha usado este despacho como almacén.
—Eh... Bueno, y lo sigo usando. Hay mucho espacio aquí. No se necesita tanto para guardar un solo libro.
—Sobre todo cuando usted se olvida siempre de escribir en él.
—Pues sí... Pero al final las cuentas cuadran. Todos cobran.
El señor Swift agitó la cabeza. —¡Para que haya quien diga que no existen los milagros! —La señora Fellows se echó a reír—. En cualquier caso, querida, ¿por qué no me deja esto a mí? Usted es una artista, y una mujer joven y hermosa, señora Fellows. Seguro que prefiere dedicarse a otras cosas menos enojosas.
—Bueno, sí, visto así... —admitió ella—. Pero llámenme Dolly, todos, por favor. Lo dejo entonces con todo eso, señor Swift, espero no encontrarlo muerto de aburrimiento a mi vuelta. —Ambos rieron. La señora Fellows era muy simpática, decidió Eloise, y tenía un gran encanto natural. Quizá no era buena actriz, y no tenía demasiado estilo, pero era lo bastante hermosa como para que al menos lo segundo importara poco, y se veía que era de trato agradable—. Acompáñeme, por favor, milady. Sir Arian me dijo que vendría con prisas. Pase por aquí, por favor. Lo tengo todo listo.
—Gracias.
Katya y ella la siguieron a una salita bien amueblada, aunque tan atestada de flores y objetos de adorno como el despacho. Eloise volvió a preguntarse si tendría un amante, o si los gigantescos ramos se los enviaba ella misma, para animarse. No lo creía. La experiencia le indicaba que los hombres eran lo bastante idiotas como para no importarles si alguien tenía gracia o no en un escenario, mientras tuviese otra clase de buenos atributos y un rostro tan cautivador como el de Dolly.
Un gran espejo bordeado de lamparillas presidía el tocador, cuya superficie estaba casi totalmente cubierta de diversos artículos de maquillaje, además de una peluca corta con los rizos de un auténtico dandi, y unos bigotes falsos. Al otro lado del camerino había un segundo espejo, enorme, de cuerpo entero, y un biombo con el dibujo de unos pavos reales.
Distribuidas por allí cerca pudo ver varias prendas que, en conjunto, formaban un traje de etiqueta, de caballero.
—Quedará perfecta, milady —dijo Dolly, señalándolo—. Ya lo verá.
—Estoy segura —replicó Eloise—. Gracias, señora Fellows, por atenderme con tanta precipitación.
—No se preocupe, para mí es un placer. Pero sí que es cierto que sir Arian no ha entrado en detalles y me reconcome la curiosidad. Quizá pueda contarme algo. ¿Acaso va a alguna fiesta de disfraces? ¡Oh, por Dios, pagaría por verlo! —Dio unas palmaditas con entusiasmo—. Pero no, no es necesario que me responda si no quiere. Si es lo bastante escandaloso, ya me enteraré. Los rumores en Londres corren como la chispa de fuego en una línea de pólvora.
Eloise sonrió. —Me temo que no será tan escandaloso como imagina. No voy a revelar mi identidad. —Eso sería terrible para la carrera de Anthony, no podría hacerlo, pese a lo mucho que disfrutaría dando una lección a todos aquellos misóginos—. Pero sí puede tener por cierto que, esta noche, voy a hacer algo muy importante en nombre de todas las mujeres del mundo, Dolly.
—¿De verdad?
—Sí. —Su gesto fue de pesar—. Aunque me temo que pocas llegarán a enterarse. Quizá algún día...
—Eso no importa, milady. —La actriz volvió a sonreír—. De hecho, tiene mayor mérito, como tantos pasos invisibles dados por tantas mujeres anónimas. En su nombre, se lo agradezco.
—Gracias —replicó Eloise, alegrándose mucho de haberse decidido a ir, a organizar todo aquello. Había hecho una amiga y, quién podía saberlo, quizá necesitase otra vez en el futuro sus habilidades, para disfrazarse. Algo así podía suponer una gran ventaja si quería no dejar rastro al buscar información.
Cuando volvió a salir, casi dos horas después, Eloise llevaba puesto el traje de caballero, además de un abrigo igualmente varonil que terminaba de disimular sus formas. ¡Qué ropa más cómoda, qué bien se sentía! Pena que la sensación no fuese completa. El pelo, recogido con cuidado en una redecilla, iba apretado dolorosamente bajo la peluca de rizos que le daba aire de poeta. El sombrero de copa ocultaba en parte su rostro bajo algunas sombras. Parecía un hombre joven y elegante, un caballero.
Un caballero llamado John Hendrix.
Aquello era una locura, lo sabía, Katya y sir Arian tenían razón, pero no podía evitarlo. Tenía que ir a la entrega del premio, tenía que formar parte de todo eso, vivirlo en primera línea. Hasta se alegraba en su fuero interno de que George no hubiese podido ir, porque de haber sido así hubiese tenido que quedarse definitivamente al margen. Y no quería. Deseaba disfrutar por sí misma de ese reconocimiento profesional a sus ya casi dos años de trabajo e investigaciones.
Cierto que no hubiera podido hacer nada sin la ayuda de sir Arian, que tanto se había esforzado por ella, pero eso también ocurría con todos los periodistas: uno buscaba fuentes de información o contrataba a quienes podían infiltrarse en los rincones más oscuros, para poder recabar datos y exponerlos al público. Esa era la tarea del periodista: escribir. Contar al mundo las cosas que había descubierto.
Y ella sabía hacerlo. Y sabía hacerlo bien.
—Ve a dar un paseo —le dijo a Katya, cuando tuvieron la entrada de Brooks's ya a la vista. Había un buen número de hombres cerca del acceso, la mayor parte formando una cola que avanzaba poco a poco. Entraban a medida que mostraban su invitación—. Nos vemos dentro de dos horas en...
—Ni hablar —replicó la doncella con el ceño bien fruncido—. Usted puede haberse vuelto loca, pero yo no. No va a ir a ningún sitio sin mí.
Eloise suspiró. —Katya, voy a entrar en Brooks's. Que yo sepa, sigue siendo un club de caballeros, no se permite la entrada de mujeres. Se me ocurre pensar que quizá por eso los caballeros no suelen llevar doncella.
—Muy graciosa, milady. Pero si va a cometer semejante locura, será conmigo lo más cerca posible. La esperaré en la acera de enfrente —concedió a regañadientes.
—No seas tonta. Sospecho que estaré dentro más de una hora, y hace frío. —Estaba haciendo una primavera especialmente fresca—. Puedes irte a dar un paseo, a ver esa exposición que querías o a...
—No me voy a mover de allí. No insista, milady. La esperaré y, cuando salga, no necesita acercarse a mí. La seguiré a distancia hasta que me indique, cuando esté totalmente sola.
—Muy bien. —La miró con cariño—. Gracias, Katya. Sé que estás preocupada por mí.
—Mucho. No quiero que se meta en problemas. Y creo que visitar a esa mujer no ha sido buena idea.
—¿No te ha parecido simpática? —Katya se encogió de hombros con desdén—. Qué raro. Yo la he encontrado encantadora. Ahora entiendo que algún noble tuviera... bueno, una relación con ella. Y sospecho que es amante de sir Arian. —Katya bufó—. ¿Eso te molesta?
—¿A mí? —La doncella la miró con nervios mal reprimidos—. ¿Por qué debería importarme con quién está o deja de estar sir Arian?
—Sé que me seguiste, en Navidad. Sé que hablaste con él. Los vi por la ventana.
Katya arqueó al máximo ambas cejas.
—¿Y por qué no me ha dicho nada hasta ahora?
—¿Por qué no me lo dijiste tú?
—¡Porque la seguí a escondidas, milady! —Frunció el ceño, al ver que se encogía de hombros—. Pero, ya que estamos, me va a oír lo que he querido decirle desde entonces. ¡Ir a Whitechapel, qué locura! ¡Un día se va a meter en un problema del que ni lord Bridgerton la va a poder sacar!
Eloise rio. —He ido muchas veces a Whitechapel. Y a lugares igualmente terribles.
—Creo que no quiero saberlo. Es usted de lo más irresponsable. Un día vamos a tener que lamentarlo.
—Vamos, no te enfades. —Llevada por un impulso, la cogió del brazo. Katya abrió los ojos de par en par y trató de apartarse, pero la retuvo—. No seas tonta.
—Pero, milady...
—He querido hacer esto muchas veces, pero no me resulta posible, por lo que pudieran decir. Pero eres mi amiga, más de lo que han sido nunca muchas de esas tontas ladies con las que tengo que compartir rango, y nunca puedo demostrártelo. Hoy sí, podemos pasear como... como si fuéramos novios. —Ambas se miraron, entre la diversión y el escándalo, y hasta Katya terminó echándose a reír cuando Eloise se estiró un bigote con cuidado de no soltarlo—. Vamos, querida. Puedes esperarme donde quieras, que pasaré a recogerte en cuanto salga. ¿Te parece?
Katya sonrió. —Está usted loca —dijo. Y era cierto.
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ღ𝒥ennymorningstarღ
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