⁶ ━𝐓𝐇𝐄 𝐑𝐄𝐁𝐄𝐋 𝐆𝐀𝐍𝐆
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CAPÍTULO SEIS
𝘓𝘢 𝘱𝘢𝘯𝘥𝘪𝘭𝘭𝘢 𝘳𝘦𝘣𝘦𝘭𝘥𝘦
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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)
EL LÍQUIDO AMBARINO de la botella se derramó en torno a las copas cristalinas que sujetaban entre las manos, y las alzaron para brindar mutuamente.
—¡Salud! —gritaron al unísono entre un coro de risas colectivas.
Después de una interminable charla llena de sentimentalismo, bromas crueles sobre el Capitolio y de los detalles cotidianos de los últimos meses, los tres mentores decidieron subir hasta la suite de vencedores del Distrito 4, en un pequeño intento de evadir el bullicio y tener un momento de intimidad.
El alojamiento de las suites estaba reservado exclusivamente para la estancia de los mentores durante los Juegos del hambre, y consistía en un hospedaje muy parecido al del centro de entrenamiento: una pequeña sala de estar con acceso a televisión, y varias cámaras que funcionaban como dormitorios para cada respectivo mentor. La decoración era insulsa y carente de detalles, con pasillos estrechos y habitaciones minúsculas. Lo único salvable era un minibar y el salón de juegos que se escondía al final del pasillo.
La idea fue de Johanna, por supuesto, ya que las continuas idas y venidas de extraños hasta el grupo para conversar y saludarles consiguió colmarle la paciencia. Por lo menos no les había gruñido, si no que intentó ser cortés y devolver los saludos. Todo un milagro viniendo de Johanna Mason. Mélode y Syrus aceptaron la idea entre suspiros. El gran salón estaba demasiado abarrotado para discutir asuntos intimos, así que no les venía mal escaquearse un buen rato. A fin de cuentas, se lo habían ganado con esfuerzo y dedicación.
En la sala de estar —que apenas tenía el tamaño de una habitación estándar— Mélode pidió mediante el panel de control algo de beber y un poco de comida. Por la puerta apareció un avox cargando una bandeja de dulces, una escupidera con mucho hielo y una botella de Champagne. El sirviente mudo se inclinó a modo de despedida y desapareció por la puerta sin más preámbulos.
Mélode lo despidió con amabilidad y se compadeció del pobre sirviente. Por lo que tenía entendido; los avox eran principalmente delincuentes sentenciados por robo, fraude o traición al régimen presidencial.
En el Capitolio no existían cárceles, así que la mayoría de presos terminaban con la lengua mutilada y sirviendo a los ciudadanos, o por el contrario, como agentes de la paz en los distritos. Eran —por así decirlo— personas sin derechos que se encontraban en lo más bajo de la pirámide social del Capitolio. Vivían exclusivamente para servir a los ciudadanos y ocuparse de los peores trabajos que existieran. También estaba terminantemente prohibido hablar con ellos o darles un trato especial, ya que esto sólo podía acarrearles más castigos. Pero al margen de toda su escabrosa situación, lo que más le inquietaba a Mélode era que carecían de leyes de protección. Cuando un avox era comprado, su adquiridor podía hacer con él lo que le viniera en gana. Por vil que fuera.
Galatea le comentó una vez que eran personas peligrosas y que era mejor no interactuar mucho con ellas. Pero Mélode nunca los había visto de esa manera. La mayoría era gente inocente, no le cabía duda, cuyo único delito habría sido expresarse con libertad. También había escuchado que existía una oscura organización, una mafia, en el corazón de la ciudadela que se dedicaba al tráfico y compraventa de avox por cantidades indecentes de dinero. Muchos habían sufrido horribles castigos y humillaciones, por lo que ser amable era lo mínimo que se podía hacer por ellos.
En el pasado también habían existido en los distritos —antes de los días oscuros— igual que hoteles turísticos y otras construcciones que los horrores de la guerra se llevaron consigo.
Mientras Johanna y Syrus escanciaban el licor de la botella sobre sus copas, la pelirroja manejó la posibilidad de beber con cautela. No negaba que la idea de divertirse un rato le parecía atractiva, pero una voz dentro de su cabeza le decía que era mejor que no lo hiciera. Al menos en compañía de Syrus y Johanna no se sentía juzgada, así que se terminó decantando por la primera opción.
Empezaron hablando sobre como les fue en los últimos meses. Al igual que ella, los dos Vencedores estaban en igualdad de condiciones, sin poder alardear demasiado de su enriquecedora vida en los distritos.
Johanna no había tenido mucho que comentar de su año en el siete. Fue Syrus el verdadero protagonista de la conversación, aunque dando sutiles pinceladas de información.
—Os prometo que necesitaba tomarme un descanso. Las últimas semanas en casa con los niños, la bebé y Fennel han sido insoportables —empezó a relatar con el rostro supurando cansancio.
Johanna hizo la puntualización más aguda, como de costumbre.
—¿Qué te ocurre, tienes problemas en la cama con tu marido? —le preguntó entre risas.
Syrus se limitó a ignorarla.
—Lo quieras o no, ser padre es estresante. Pero fue Fennel el que insistió en adoptar a la bebé. No pude negarme, ¡y para colmo, ahora es él quién está estresado y de mal humor siempre!
Mélode trató de consolarlo lo mejor que pudo, con tacto y una media sonrisa.
—Lo importante es que habéis hecho un gran acto de caridad adoptando del orfanato a los niños. No todos son tan valientes como para formar una familia como vosotros.
La mentora del siete secundó su respuesta haciendo uso del humor.
—Y si un día te cansas, siempre puedes dárselos a tu hermana y así aprovechas para darle amor a tu hombre. No te vendría mal tener un orgasmo, ¿sabes? —añadió con un insinuante movimiento de cejas.
El comentario de Johanna hizo reír al moreno, que apretó los labios y disimuló una risotada.
—A mí hermana le gustan tanto los niños como a un perro un gato. Me paso el día limpiando, cambiando pañales y ocupándome yo solo de las tareas de mis hijos. Todo cuánto quiero al llegar la noche es tirarme sobre la cama y dormir.
La pelirroja fue a articular una respuesta, pero la castaña la cortó a media frase.
—Siempre he tenido curiosidad. ¿Cómo hacéis para… ya sabes? ¿Quién a quién?
Syrus se puso colorado como un tomate y trató de esconder el rostro por la vergüenza que le dió la pregunta de Johanna.
—¡No pienso contestarte a eso!
Aquel fue el final de la conversación y Johanna tuvo que redimirse con imaginarse la respuesta. Después subieron hasta la suite de Finnick y Mélode, y empezaron a beber.
Para la tercera copa le empezó a vibrar el brazalector — o mejor dicho, el controlador—que Galatea le había colocado a la fuerza. Se suponía que era para localizarla o para indicarle que debía regresar con el grupo, pero seguía sin estar muy segura de su uso. La pelirroja estuvo sopesando los cinco minutos siguientes la posibilidad de que la escolta irrumpiera por la puerta y les chafara la diversión, pero conocía de sobra a la mujer y estaba convencida que no se le ocurriría buscarla allí. A nadie se le ocurriría buscarla en la suite en realidad. Tal vez a Finnick, aunque lo ponía incluso en duda.
El brazalector siguió sonando un rato más hasta que finalmente Johanna, cansada, se lo arrancó del brazo y lo estrelló contra la pared. El silencio posterior fue un remanso de paz.
Sin perder el tiempo, los tres se dejaron —o mejor dicho, Johanna y ella— dejaron pasar los minutos mientras bebían, hablaban y reían al margen de la amparosa situación que los rodeaba, siendo poco a poco embriagadas por el exceso de alcohol. Por suerte; no superaban ni de lejos al lamentable estado en el que solían acabar los ciudadanos del Capitolio durante sus fiestas de purpurina.
Mélode había sido testigo de una infinidad de celebraciones —algunas tan deplorables que solo deseaba olvidarlas— que llegó a conocer los límites que algunos tenían. Johanna y ella todavía no habían rebasado el suyo propio.
Cuando la cabeza empezó a darle vueltas, decidió dejar la copa suavemente sobre la mesa y buscó ayuda en Syrus. A diferencia de las vencedoras, él apenas bebió un par de buches y se mostraba más sereno y sobrio que ellas dos. Tal vez deberían aprender y ser un poco más responsables como él. Estaba claro que la castaña no era un buen ejemplo a seguir.
Al cabo de un momento, el moreno reprendió a Johanna, quién había empezado a desnudarse en la intimidad de la habitación.
—Johanna, creo que ya has bebido demasiado. ¿Por qué no te sientas y te guardas el pecho, desvergonzada? —Intentó controlar la risa floja, pero la aludida lo incitó con una mirada felina.
—¿Qué es lo que ocurre, Chlodowech? ¿Es qué te provoco demasiado? —Trató de insinuarse, pero estaba tan borracha que casi resultó cómico.
Terminó interviniendo Mélode, ya que Syrus había empezado a sentirse cohibido y a apartar la mirada con incomodidad.
—Ven y deja de beber, descerebrada. ¡Está claro que nunca dejas nada a la imaginación!
La castaña hizo caso omiso a sus palabras. Se remangó la túnica que llevaba puesta y tomó asiento entre risas. Sin embargo, solo le llevó un minuto iniciar una violenta guerra de lucha de almohadas. Así era Johanna Mason. Cabezota, molesta y tan delicada como una flor. Por lo menos parecía feliz. Era todo cuanto deseaba ver en ella, lejos de aquel ambiente oscuro y hostil en el que permanecía recluida siempre.
A pesar de lo bruta—por no decir salvaje— que podía llegar a ser en ocasiones la castaña, Syrus y ella supieron aguantar sus empellones y unieron fuerzas para darle donde más le dolía. Las plumas de ganso volaron por el aire, empañando los gritos y quejidos que los tres interpelados soltaron entre exclamaciones.
—¡Eso no vale! —se defendió la mentora del siete, pero como lo hizo entre un coro de risas, ninguno de sus dos acompañantes le dieron mucha importancia. Al final la castaña perdió el equilibrio y terminó en el suelo, muerta de risa y suplicando un tiempo extra.
Mélode también se estaba ahogando por la risas y las plumas que le entraban por la nariz. Hasta tuvo que arrancarse algunas del pelo. Al final de la hora, optaron por detenerse y sentarse en los sillones con los estómagos encogidos de tanto carcajear.
Alertado por todo el ruido, un avox apareció por la puerta y esbozó una mueca de espanto al ver todo el desastre que los vencedores habían causado. Se llevó las manos a la cabeza mientras abría mucho la mandíbula y desapareció tras la puerta farfullando algo ininteligible. A ninguno le quedaban fuerzas para fingir sentir pena por el sirviente, así que lo ignoraron y se dejaron caer sobre el mullido sillón de terciopelo blanco.
El silencio empezó a alargarse varios minutos mientras la situación volvía a relajarse. De hecho, pasó un buen rato hasta que Syrus procedió a romper el mutismo.
—Si os soy sincero, me alegro de haber venido. Llevaba un tiempo bastante desanimado. Necesitaba evadirme de todo y reírme con alguien, para variar.
—¿Por qué lo dices? —preguntó Mélode, pero el moreno negó y chistó con la lengua.
—Por todo, Mel. Los niños, Fennel, mi familia... —Dejó la frase al aire dubitativo—. No importa, creo que he bebido demasiado y empiezo a decir chorradas.
Esta vez fue Johanna quién respondió, borrando todo rastro de jocosidad del semblante.
—¿Te puedo ser sincera?
Syrus la miró y se encogió de hombros.
—Te escucho.
—No entiendo por qué te empeñas en llenar tus carencias con niños y cosas absurdas. ¿Es qué acaso tú y Fennel queréis tapar alguna clase de agujero emocional? ¿Tienes miedo a que te deje y decidiste adoptar para asegurarte de tenerlo a tu lado?
Syrus bajó la mirada sin contestarle. Esta vez fue el turno de la pelirroja, que intentó que su silencio no se alargara en exceso.
—Yo creo que hicisteis bien. En mi distrito muchos padres abandonan a sus hijos por el miedo de perderlos en la cosecha. Supongo que en el siete será igual, ¿verdad, Johanna? Si quieres mi opinión; creo que fue un acto benevolente.
Johanna rebatió su comentario.
—De todas formas, ¿quién en su sano juicio tendría hijos? Yo nunca los tendré, creo que les hago un favor. Ni siquiera creo que fuese una buena madre —hizo una breve pausa y frunció los labios con resignación.
Hablar de hijos era un tema peliagudo. No le inspiraba recuerdos muy alegres que se dijera. Debería de haber cambiado de tema, quizás para hablar del tiempo. Últimamente estaba haciendo mucho calor en el cuatro. Más de lo acostumbrado. Incluso había escuchado en el canal del tiempo de Capitol TV de los incendios forestales del Distrito 9.
—El mundo se encarga él solo de rompernos a todos.
Cada uno estaba tumbado a un lado del sillón, mirando al techo, sosteniendo sus miedos bajo máscaras de piel. En momentos como aquel, deseaba volver a ser una niña. La vida adulta siempre te tenía reservada un arsenal de sorpresas desagradables.
—A veces odio las expectativas que todos ponen sobre mí. Todos me observan, todos me juzgan. Ya ni siquiera soy dueña de mi vida.
No pasaba por alto que Finnick y Johanna lo habían pasado peor que ella, porque así era. Ellos habían sido víctimas de la misma crueldad que les arrebató a sus familias. Pero contarlo —aunque fuera solo para desahogarse— logró deshacer el nudo que le oprimía el pecho. Su infierno no concluía en el Capitolio, si no también en su distrito —y más específicamente— con el monstruo que residía con ella en casa.
Ahora mismo tenía demasiados frentes abiertos. No soportaría otro año igual. No podría.
Johanna —que se había quedado muda y quieta como una estatua— pronunció sus palabras con delicadeza.
—Mélode, ¿es que no te das cuenta?
La vencedora la observó con un deje de desconcierto y rodó el cuello para encarar a la castaña.
—Tienes a Finnick, tienes a tu familia. ¡No estás sola! No digo que no tengas motivos para sentirte mal, pero cuentas con más apoyo del que muchos podrían soñar. —Exclamó, y por el tono usado, parecía que se había estado conteniendo.
¿Era verdad? Seguramente lo era. Que estúpida se sentía.
La castaña la miró con impaciencia.
—No suelo decirlo a menudo, ¡y juro que como os riais os haré lamentarlo! Pero os envidio a tí y a Finnick tanto como odio al Capitolio. No sois conscientes de la suerte que tenéis los dos por teneros el uno al otro.
Escuchar las palabras de Johanna le resultó tan chocante que tuvo que mirarla dos veces para comprobar que hablaba en serio. Se puso colorada como un tomate —incómoda por el rumbo de la conversación— y trató de esconder el rostro.
—Incluso yo me he dado cuenta, Mel. La forma en que os miráis, la relación que compartís. Mentiría al decir que no siento envidia al veros. Mi matrimonio pende de un hilo bastante fino. Fennel y yo llevamos tiempo sin estar bien, pero últimamente ha empezado a pasar algunas noches fuera de casa —añadió Syrus con el rostro decaído.
Nadie hizo preguntas. Aquello le sorprendió aún más. Syrus era probablemente el hombre más atractivo de Panem por detrás de Finnick, ¿y aun así ponía en duda el amor de su marido? Solía estar siempre tan callado —tan taciturno— que pocas veces solía compartir sus preocupaciones con el resto.
Ante el abatimiento de los dos últimos mencionados, Johanna decidió tomar las riendas de la conversación:
—¡Oh, por favor! ¿No me diréis que ahora os vais a poner a llorar, verdad?
Ninguno de los dos contestaron.
—Los dos tenéis una familia, gente a las que les importaís y os quiere. ¿Sabéis la suerte que tenéis siquiera? ¡No, claro que no! Estáis más ocupados con la cabeza embotada de tonterías. A mí ya no me queda nadie. ¿Tenéis idea de lo que significa eso?
Sabía lo que detestaba su amiga que sintieran lástima de ella, así que los dos fijaron su vista en el suelo y reprimieron una respuesta. Las disculpas y las palmaditas de condolencia eran inservibles porque no podían reparar el daño causado, así que no les quedaba más alternativa que bajar la mirada.
Al ver que ninguno pronunció palabra, terminó negando con la cabeza y se frotó la sien.
—Será mejor que nos marchemos ya, de lo contrario, alguien empezará a llorar y no me entusiasma la idea de consolar a nadie.
Para aliviar el incipiente dolor de cabeza y el mareo, tomaron unas píldoras azules de la mano de un avox y volvieron a bajar al vestíbulo con aparente normalidad. Aunque en el fondo solo deseaban marcharse.
A pesar de sus notables ausencias, el ambiente de la estancia no distó muy diferente a cuando se habían marchado, dejando entrever que efectivamente nadie se había percatado. La pelirroja los despidió con un fuerte abrazo y se alejó para reunirse con el grupo.
Galatea giró sobre su cintura cuando la vio y esbozó una mueca de enfado máximo mientras se acercaba.
—¡Ah, por fin apareces! —
exclamó la mujer alzando mucho los brazos.
Librae y Finnick estaban justo detrás, observándola con cansancio. Finnick seguía sonriendo, aunque se percató de que esta vez forzaba la sonrisa.
—¿Se puede saber dónde te has metido, jovencita? ¡Te he estado buscando por todos los rincones del edificio, incluso me había temido que algún indeseable te hubiera raptado! Casi logras que me de un ataque —Qué poder tan desagradable tenía Galatea. Solo con oír su voz lograba transformar un dolor de cabeza en una poderosa jaqueca. A lo mejor debería presentarse a un concurso de talentos donde relucir su talento para la tortura.
Mélode aceptó su riña a regañadientes, sin atreverse a interrumpirla o a protestar. Le resultó más fácil aguantarla mientras la imaginaba como un perro ladrando.
Después giró sobre sus talones y la alegría le invadió el semblante de manera repentina.
—¡Adivina qué! ¡Hemos hablado con él matrimonio Riddle y quieren invitaros a tí y a Finnick a una velada nocturna mañana por la noche! ¿No te parece una gran noticia? ¡Fue su condición para aceptar patrocinar a nuestros chicos! —exclamó.
La idea de una cena le entusiasmaba tanto como una visita guiada a una alcantarilla. Por lo menos sería con los Riddle y también estaría Finnick a su lado para salvarla de los aprietos, así que tomó la noticia con compostura. Librae le hizo una mueca para que sonriera y ella lo hizo; a ese paso se le iba a descolocar la mandíbula.
—¡Me muero de ganas!
¡¡¡BUENASSSSS!!!
Bueno capítulo tranquilo y sin mucho drama, pero a la vez lleno de sentimientos y emociones. Ah, me encanta escribir sobre Johanna, Syrus y Mélode en conjunto, lástima que Finnick no se uniera a nuestros niños mimados jajajajsja
En primer lugar; he querido enfatizar en los miedos y el dolor al que son sometido todo, no sólo Finnick o Mélode por ser prostituidos por el presidente. Y cuando Johanna le ha indicado a Mélode sobre la suerte que tienen ella y Finnick de tenerse en uno al otro.... AAA me ha encontrado la frase que le suelta casi al final. Y bueno, también he intentado entrar en los propios miedos y carencias de Johanna y Syrus, aquí nadie se salva de tener un corazón roto, yo tampoco jajajaja me ha encantado narrar en profundidad con ellos dos. Tal vez es el capítulo más original de la antigua versión, pero yo creo que el cambio ha sido para mejor, sin forzar conversaciones y repartiendo la dosis justa de información y drama. En el Acto 2 vamos a ver muchísimo más de Johanna, y sobre todo de Syrus, así que id preparando los bodys para lo que se nos avecina jujujuuuuu.
Como siempre ¿Qué os ha aparecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿Qué pensáis de la evolución del shipp? ¿Y de Johanna y Syrus? Por favor no tengáis miedo a comentar por si molestais o no al escritor. No lo hacéis, de hecho me animaría un poco más para seguir escribiendo y ver todo vuestro apoyo. Estoy muy motivado con la nueva Revenge y primero que los capítulos próximos van a tener muchísimo salseo🌚🌚🌚
¡Nos vemossss!
9/7/23
©Demeter_crnx
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