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¹¹ ━𝐈 𝐃𝐎𝐍'𝐓 𝐖𝐀𝐍𝐓 𝐓𝐎 𝐋𝐎𝐒𝐄 𝐘𝐎𝐔

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CAPÍTULO ONCE

𝘕𝘰 𝘲𝘶𝘪𝘦𝘳𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘦𝘳𝘵𝘦

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(POR FAVOR VOTA Y COMENTA)

VOLVIERON AL CENTRO de entrenamiento en limusina, envueltos por un tupido velo de incertidumbre.

A pesar de que las entrevistas de Marina y Sean podían haberse considerado un pequeño éxito —superficial sin duda— la confesión del chico del distrito doce donde alegaba su amor por su compañera de Distrito había opacado al resto de tributos con discretos tintes dramáticos. Ya no quedaba mucho por hacer, salvo sentarse y ver cómo empezaba a correr la sangre.

Si lo pensaba bien; en realidad los pupilos de Haymicht Abernathy los habían opacado desde el primer momento, cuando sus trajes estallaron en llamas. No contentos con ello, después una chica del distrito doce nada menos logró un once, y como guinda final, el adorable Peeta confesaba sus sentimientos por ella frente a todo Panem, ganándose la compasión del Capitolio. Había sido una estrategia fabulosa, o al menos si podía hablarse de ello como una mera estratagema. Era algo más, algo como una suerte y un azar del destino que aquellos dos chicos hubieran sido seleccionados. Claro que, una vez empezados los juegos, seguramente si bien los tributos del doce estarían colmados de patrocinadores, el resto de los tributos los habían fijado en su punto de mira. Oficialmente se habían convertido en el objetivo número uno. El enemigo a batir.

Como había comentado Caesar Flickerman:

"—Presiento que vamos a tener unos Juegos del hambre memorables."

Bueno, eso costaba creerlo. Por desgracia las ambiciones de los vigilantes no conocían límites, siempre dispuestos a montar un buen espectáculo.

Era difícil pensar en una edición que no hubiera tenido un emocionante giro de los acontecimientos, o por el contrario, un final que no hubiera dejado a los espectadores con el corazón en un puño. El año pasado sin ir más lejos, para concluir los Juegos, los vigilantes decidieron lanzar una oleada de bolas de fuego del tamaño de camiones para darle dinamismo al cierre final de la edición. Un final tan perverso como maquiavélico. Siempre con una desagradable sorpresa entre manos.

La voz de Galatea se impuso en el aire sombrío de la noche.

—Bueno, ha sido todo un acontecimiento —comentó toqueteándose la peluca dorada. Ni siquiera ella había podido escapar de la conmoción de las entrevistas, y parecía costarle encontrar las palabras adecuadas—. Habéis estado maravillosos, chicos, podéis sentiros muy muy orgullosos.

Finnick y Librae por otro lado estaban un poco más serios, con los labios apretados y los ceños arrugados. Finnick intervino justo después para levantar los ánimos.

—No sé a qué vienen esas caras, esos dos chicos no han hecho otra cosa que firmar su sentencia de muerte. Os han hecho un favor. Estoy seguro que serán el principal objetivo de todos ahora mismo.

Marina y Sean, cuyos rostros se ensombrecieron ligeramente, opinaban diferente.

—Sí, pero seguro que también les lloverán los patrocinadores a esos desnutridos  —articuló Marina, provocando que su compañero de distrito le dedicara una mirada de aprobación.

—Por mí pueden darse por muertos. No pienso tolerar que unos piojos de la periferia me roben los patrocinadores.

Librae le dedicó al tributo una mirada beligerante y Sean tragó saliva, nervioso. Después adoptó una pose reflexiva y entrecerró los ojos.

—Haymicht Abernathy siempre ha sido un hombre astuto, a pesar de su condición de borracho patológico —puntualizó con la ceja enmarcada.

El rubio chistó la lengua.

—Astuto o no, son los tributos del Distrito 12, y por si lo has olvidado,  solo han cosechado dos vencedores en toda su historia.

Esta vez, fue Mélode quién alzó la voz.

—Y serán tres si los subestimamos. Te recuerdo que la chica logró un once, ¡un once Finnick! Menospreciar a un tributo por su número de distrito es un error que los profesionales solemos cometer con mucha frecuencia, de lo contrario; ganaríamos en más ocasiones de las que me gustaría admitir.

Sean y Marina presenciaron con ojos circundantes a sus mentores. Estaba claro que no poseían las cualidades de unos vencedores, más allá de una ligera astucia o la fuerza bruta que todo profesional requería. No habían sido ni de lejos lo peor con lo que tuvieron que trabajar, pero Mélode estaba segura que se las ingenirian de alguna manera. Desde su victoria en los juegos, se las había ingeniado para que al menos uno de sus tributos llegase hasta los últimos cinco.

Finnick se terminó recostando sobre la cabecera del sillón de cuero rebajado, exhalando un suspiro de sus labios.

—Debo admitir que está edición va a ser un verdadero dolor de cabeza. No hay un claro favorito.

Librae le dedicó una mirada insegura a los tributos, y se cruzó de brazos con reticencia. No le gustaba tocar los temas de estrategia delante de los chicos, puesto que revelar las preocupaciones —o más conveniente— los agujeros de su estrategia, podrían suponer un punto en contra a la hora de formar una base con la que trabajar. Sean y Marina parecieron leerse los pensamientos mutuamente, porque se dedicaron una mirada cómplice y ataron cabos.

—No os preocupéis por nosotros, sabemos lo que tenemos que hacer. En cuanto a los tributos del doce, los tendremos vigilados de cerca. —Marina esbozó una mirada afilada, casi despreocupada.

Sean entreabrió los labios sin despegar la mirada de la ventana.

—La chica no mostró sus habilidades en los entrenamientos, se limitó a visitar los puestos de supervivencia. El chico es fuerte, logró tirar una pesa a varios metros de distancia, y creo recordar haberlo visto también cerca del puesto de camuflaje. Se pasaron los tres días juntos el uno al otro, parecían idiotas.

Mélode se atrevió a hablar de nuevo, ya que apenas había participado en la conversación y mantenía su postura de hacer su mejor esfuerzo con los tributos.

—Entonces optarán por una alianza conjunta; como hacen la mayoría de tributos que no tienen opciones. Y no perdáis de vista tampoco a la chica pelirroja, la tributo del cinco, quién sabe que se tiene Syrus entre manos.

Syrus le mencionó que la chica de la que estaba a cargo —Finch, si no recordaba mal— era inteligente y muy escurridiza. ¿Cómo la había llamado? Ah, sí, el Dark horse de la edición. Tampoco debían bajar la guardia con la chica del cinco, puesto que sus mentores eran expertos en la evasión y obraban desde las sombras.

Los tributos asintieron con vehemencia, y Galatea se limpió unas lagrimitas de los ojos:

—¡Oh, chicos, me emociono de veros tan volcados, somos un equipo, no lo olvidéis, así que propongo que cuando lleguemos nos bebamos un té y nos vayamos derechitos a la cama!

Nadie objetó al respecto. Mélode vertió un poco de leche de Rume sobre el caliente té de hierbas en su intento por suavizar el sueño y hacer lo más amena posible la noche. Los últimos días habían sido demasiado turbulentos. Necesitaba lgo fuerte para encargarse de las pesadillas y el malestar. Librae le dedicó una mirada a regañadientes, pero incluso ella terminó cediendo debido a las ojeras que le surcaban los ojos. Finnick negó con la cabeza; absorto entre sus pensamientos y se retiró a su compartimento sin despedirse de nadie.

Librae y ella intercambiaron sendas miradas.

—Déjalo, será mejor que pase la noche solo. Ha sido una semana larga para todos.

La noche estuvo envuelta entre continuos pensamientos que la envolvieron en una perversa bruma oscura. Le fue imposible dormir. La leche de Rume solo provocó que tuviera sueños que no parecían tener fin. Sueños eternos llenos de inquietudes. Arañó las sábanas húmedas para liberarse de los nudos que la oprimían y terminó sentada al borde del colchón con la respiración aritmica.

Seguía pensando en su conversación con Johanna, en su conversación —y la amenaza— del presidente Snow. Temblaba cuando pensaba en las manos de los desconocidos que ansiaban tocarla. Hacerla suya. Apoderarse de lo que era. Disfrutar de su compañía. No soportaría otro año igual. Estaba acorralada en un callejón sin salida. Sin escapatoria.

Atravesó el umbral del salón a tientas, pegada a la pared y recogiendo su melena rizada en una pequeña cola de caballo. El silencio era abismal, no había rastros ni de los avox ni de Librae o Galatea. Pero a él si lo vio, sentado junto a la cristalera de la terraza observando el cielo como el marinero que alzaba la vista al horizonte del mar. En primera instancia temió hacer algún sonido que la delatase y dar media vuelta, indecisa. Pero hacerlo era algo cobarde, demasiado. Así que giró sobre sus talones y acortó la distancia que los separaba dando pequeños pasos trémulos.

—Estás aquí.

Finnick se sobresaltó sin perder la compostura. Giró la cabeza y la observó cabizbajo.

—Estoy aquí. —No hubo brillo en sus palabras. Las pronunció con un ademán intermedio, sin amabilidad pero tampoco con desinterés.

Mélode no sabía que más decir. Se quedó de pie, estática, estoica, notando como las palabras se le atascaban en la garganta, pugnando por salir a la luz. Le debía una disculpa, por supuesto, él siempre había sido comprensible, agradable y atento con ella. Tomó aire.

—¿Puedo sentarme? — Finnick asintió.

Llevaba puesto unos pantalones de tela muy cortos que le llegan a la altura de los muslos, y una camisa de lana ajustada de manga corta con pliegues. Entre sus manos; se encontraba la vieja cuerda repleta de nudos que hacía y deshacía liberando toda la fatiga que lo torturaba. Pasaron cinco minutos, pero ninguno tuvo el valor de hablar.

Seguramente Finnick estaba esperando a que ella tomara la iniciativa, sin querer forzarla a que hablara y le diera explicaciones. La pelirroja decidió que había llegado el momento de hacerlo. Antes de hablar, se aclaró la voz:

—Siento mucho haberme puesto así antes, en la entrevistas de Caesar. Creo que no te merecías que te contestara de aquella forma. Me siento como una completa idiota.

Finnick levantó la vista y fijó la mirada sobre sus orbes azulados, casi violetas en la oscuridad. Comprimió una mueca y sacudió el rostro.

—Ah, no, Mélode. Si alguien debe pedir disculpas a alguien creo que ese soy yo. Omitre mucho, no debería haberme metido donde no me llamaban. Está claro que tengo la cabeza repleta de sal —Añadió sacudiendo el cabello rubio cobrizo.

Bueno, no negaba que tuviera la cabeza llena de sal, pero procuró ahorrarse el chiste.

—Solo intentabas ayudar, no te sientas mal. No es tu culpa. —Sus palabras fueron suaves, como una ligera brisa que te reconfortaba en sus brazos.

Finnick guardó silencio un instante más, mientras desenredaba el complicado nudo de la cuerda.

—Es solo que toda esta situación me está llevando al límite, no logro soportarlo más, y me causa un daño desgarrador verte así. No tienes ni idea de lo mal que lo pasé en el tren cuando….

No hacía falta que continuara porque sabía de sobra lo que quería decirle. A ella tampoco le gustaba verlo tan roto, tan triste y apagado, cuando solo bastaba con verlo sonreír para que iluminase su día.

—Lo sé. Yo tampoco he podido dormir, y sinceramente volver a casa no mejora las cosas. Al menos en lo que a mí respecta. —Una declaración susurrada. Un muro de hormigón derribado que había levantado para proteger al resto de sus problemas. No tardó ni un segundo en darse cuenta de que tal vez, Finnick era la única persona que la conocía.

Incómoda, terminó dejando la mirada perdida sobre el horizonte, observando el juego de luces apagado de la ciudad. En la oscuridad, los rascacielos más altos aún podían vislumbrarse en la lejanía.

—En el fondo siempre lo hemos sabido, ¿sabes? Yo, Librae, Mags… hemos escuchado los rumores y los gritos, pero no queríamos creer que fuese verdad.... te hemos fallado todos....—Hizo una pequeña pausa dramática. Temeroso.

Le alivió compartir el peso con el rubio, lejos de sentirse cohibida y azorada ante la mención de la situación vivida con Dorian.

Así que todos lo sabían. Qué tonta había sido por creer que la gente ignoraba los moratones y las lágrimas que le empañaban el rostro. Al principio; como nadie le solía preguntar por las heridas había dejado de preocuparse por los murmullos que despertarían. ¡Qué idiota había sido!

—No tanto como yo a vosotros. A veces no puedo evitar apartar a la gente hacia un lado para no salpicarles con mis problemas. Me avergüenza admitir esto, pero estoy llegando a una situación en la que ya no encuentro la manera de escapar, Finnick. Siento que estoy llegando a un momento en el qq-que voy a terminar estallando.

De soslayo, Mélode de dio cuenta de que Finnick la miraba, y cuando ella le devolvió el gesto, encontró un millar de palabras y sentimientos alrededor de sus orbes verdosos. Vio miedo en sus ojos, pero también fuerza. Un tipo fuerza que pocas veces había visto en los demás. La clase de fuerza que impulsa a las personas a cometer locuras, o a veces, a revelar secretos.

Y entonces cuando reunió el coraje para contestarle, se le cayó el alma a los pies.

—No quiero perderte —le susurró, comprimiendo los labios—. Siento que eres una de las pocas personas verdaderas que he tenido el placer de tener a mí lado.

No supo interpretar su significado.

—¿A qué te refieres con eso, Finnick?

El joven vencedor chistó sin detener el contacto visual. Tragó saliva y vaciló.

—Quiero decir; de que eres uno de los pocos motivos que tengo para no rendirme.

Y esta vez, sí que se permitió mirar al suelo.

Mélode repitió la frase una y otra vez dentro de su cabeza, sopesándola, analizándola.

—¿Por qué? Soy un desastre, Finnick. Es sabido por todos.

Tal fue la sorpresa que sintió Mélode cuando Finnick agarró su mano y la obligó a mirarlo a los ojos. A sus ojos verde mar tan bonitos y encantadores. Sintió algo moverse dentro de su pecho, y tragó saliva con un nerviosismo que no había sentido nunca antes en presencia del rubio.

—Quiero que me mires a los ojos, y no apartes la mirada. ¿Crees que puedes hacerlo? —Ella asintió, con un complicado nudo sobre su garganta—. ¡Mélode, eres una tonta! Eres tan necia que eres incapaz de de darte cuenta cuan importante eres para nosotros. Espero que no estés insinuando lo que me ha parecido que hayas insinuado. ¡Piensa en nosotros! A Mags le daría un disgusto tremendo verte así, ya ni hablar de Librae. ¿Sabes que se preocupa más por ti que por su familia? Aún me acuerdo la mañana de la cosecha, cuando fui a verte. ¡La vi llorar! ¡Piensa en tus padres, en tu hermana, en mí…!

Mélode se quedó tan muda como un avox. No había apartado sus orbes azulados de los de Finnick, con un color tan intenso que resultaba complicado apartar tan siquiera la mirada. Intentó levantarse y deshacerse de las manos del contrario hasta que a él también lo vió llorar, tan roto y frágil como un cristal agrietado.

—¡Piensa en mí, joder Mélode! ¿Te has parado a pensar solo por un momento lo importante que eres para mí? ¿El dolor de verte llorando o de ver cómo te lastiman sin poder hacer nada al respecto? ¡Joder, no tienes ni puta idea de lo que me rompe verte así, joder! Te juro que no soporto más verte así. Solo deseo, cada día que me levanto, poder verte sonreír, ¡porque tienes la sonrisa más bonita y perfecta que he podido ver en toda mi vida! Para colmo eres de las pocas personas que les gustó tal y como soy. ¿Te das cuenta?

Sin voz y tan muda como un fantasma. Tenía el corazón en un puño, tan fragmentada que temió abrir la boca y dejar escapar un sonido roto y desesperante.

Estaba claro que debía de tratarse de una broma de mal gusto. Ella no se veía de la misma forma a como él la consideraba. No, Mélode Underfell tenía demasiados defectos, miedos y heridas como para ser querida por alguien. Apartó los ojos de Finnick y volteó la cabeza para comprobar si los chillidos de Finnick habían despertado a alguien, pero el salón seguía tan vacío y estático como hace unos momentos. Salvo por el silencio que procedió a su grito.

Sus manos volvieron a moverse con rapidez y la cuerda soltó un gemido lastimero.

—Finnick…, yo… solo quiero que sepas que eres una persona muy especial para mí. —Trató de seguir la frase, pero las palabras bailaron haciendo nudos en sus labios agrietados.

No. Era mucho más. No podía decir solo eso.

Finnick levantó un segundo la mirada, decepcionado, roto como nunca antes lo había visto. Intentaba esconder las lágrimas, y aunque lo consiguió, sus ojos estaban rojos.

—Bueno, es algo que aprecio que me digas...

Pensó en él y pensó en tiempos mejores con Dorian. Ni punto de comparación. Con él los sentimientos… eran más intensos, más como un sueño a que una pesadilla. Se atrevió a mirar sus labios, sus pestañas largas y voluminosas, al generoso mentón que poseía, y a sobretodo, a esos ojos verde mar que tanto le habían maravillado.

—No, hay algo más… solo que no sé si hago lo correcto al confesarlo.

Finnick guardó silencio sin sonsacarle, sin obligarla, respetándose. Humedeció los labios y lo siguió observando, sin percatarse de que había acortado la distancia, hambrienta.

—Creo que es tarde, Mel. Lo mejor será que…

No le dio tiempo a terminar de hablar, porque Mélode levantó el mentón de Finnick y presionó sus labios contra los suyos derramando varias lágrimas por las mejillas. Apoyó su mano contra el pecho musculoso del contrario y lo cerró en un puño.

Sus labios, carnosos y rosados, atraparon a los suyos con un sabor a limón y a menta y a cítricos. Lejos de alejarse, el contrario afianzó más su cuerpo contra el suyo, palpando la humedad de su boca, saboreando cada milímetro de piel y notando como sus alientos y respiraciones chocaban con una necesidad imposible de pasar por alto. Sus labios bailaron y bailaron, saboreándose, comiéndose, sintiendo como se unían en un solo ser, en un solo pensamiento y degustando el sabor del otro con más y más necesidad. Las manos de Finnick aferradas a la cara de ella.

El beso duró unos instantes, con un insinuante baile lascivo sobre los pliegues de carne de cada uno. Después se separaron y con los rostros enrojecidos, volvieron a profundizar su mirada sobre el otro, sin ser conscientes de lo que acababan de hacer.

Esa noche los dos durmieron en habitaciones diferentes, pero en sus sueños, estuvieron muy presentes los besos y labios del otro.


AAAAAAAAA

¡HA PASADO! ¡HA PASADO! ¡HA PASADO!

Virgen Santísima llévame al Cielo porque he caído al infierno sin remedio. ¡Se acepta cualquier comentario contra el autor, estoy preparado! Este era el boom del que os avisé el capítulo anterior. Tengo que confesar que a medida que lo iba escribiendo, estaba considerando la alternativa de ponerme a gritar.

Quería resaltar el drama, hacerlo lo más intenso posible, y aunque creo que podría haberlo hecho un poco mejor con el beso y la narración, creo que ha quedado bastante pasable. ¿Vosotros que decís? ¡Por fin Finnick y Mélode han sido sinceros y se han dicho muchas cosas! Aunque no hayan sido 100% sinceros. Joo, casi lloro cuando Finnick ha roto a llorar diciéndole a Mélode que él si que la necesitaba. Si es que esto de ser dramático es muy cruel...

Bueno y como os dije, como me gusta tanto torturaroos, voy a estar 2-3 semanas sin actualizar para darle un mejor enfoque a los capítulos 14 - 20. Hoy he avanzado un poco más en el 14, milagrosamente he vuelto a leer y escribir y he avanzado un poco más con el capítulo. Espero que el contenido de el de hoy os haya servido mientras tanto.

¿Qué os ha aparecido el capítulo? ¿Os ha gustado? ¿Habéis gritado o llorado? Quiero saber vuestras opiniones, vuestras teorías a cómo va a desarrollarse el Melodair apartir de hoy. Me alegro un montón leeros.

¡Nos leemos!

Deméter_crnx

16/7/23





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