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|𝟐𝟓| ➟ 𝐍𝐨 𝐌𝐞 𝐈𝐦𝐚𝐠𝐢𝐧𝐨 𝐒𝐢𝐧 𝐓𝐢 𝟏/𝟐。

Haré otra maratón uwu...  (1/6)

Leo toda la noticia una, dos... más veces de las que puedo recordar pero las necesarias para saber de memoria al menos la mitad del reportaje.

No sé cuánto tiempo paso mirando la pantalla, esperando que todo eso desaparezca de pronto, descubrir que estoy alucinando, que es una mala
broma, que es un sueño.

Pero la noticia sigue ahí, las palabras que el reportero usó hacen eco en mi habitación. Y lo que siento no se puede resolver apretando los puños.

Cierro la laptop con fuerza y la lanzo contra la pared. Me levanto y de un manotazo tiro el caballete donde estaba a medio el hacer el dibujo de un paisaje en calma. Pateo las latas de pintura salpicando con mil colores la alfombra. Golpeo la pared con fuerza hasta que mi mano enrojecida y
ensangrentada es incapaz de seguir respondiendo a mi furia. Pero el dolor físico no es suficiente para aplacar mi rabia, salgo de casa azotando la puerta
y comienzo a correr, en algún lado leí que el ejercicio era bueno para apaciguar la ira. Pero esta me persigue hasta un pequeño parque a seis cuadras, necesito calmarme, me siento cansada, adolorida, con ganas de asesinar a alguien y mi
mano clama por atención.

Intento levantarla, mover los dedos y revisar los daños. Pero es inútil, una lagrima se escurre por mi mejilla, duele como el infierno, y no es lo único que me está torturando. Me siento sobre el pasto a espaldas de un viejo árbol.

Ahora solo quiero llorar, levanto las rodillas y recargo mi frente en ellas adoptando una posición fetal. Necesito calmarme, alejar mis pensamientos de todo aquello que me lastima, pero parece imposible, el dolor en mi mano es un recuerdo latente de aquel reportaje sobre Yoo Jeongyeon.

Ella me dolía. Me dolía haber flotado en su nube, que no era más densa que el humo de un cigarrillo y ya se había disipado, tal y como llegó, sin que yo tuviera tiempo para meter las manos o intentar defenderme. Aunque siendo realistas, allí, a miles de kilómetros sobre la tierra, era imposible hacer nada por mí misma.

No quería definir con palabras porque Hirai Momo me afectaba de esa manera. No quería exponer la realidad ni siquiera ante mi misma porque podía
escucharse ridículo y también en gran medida por que todas las expresiones que conocía para hablar de lo que sentía por mi profesora me parecían
demasiado pequeñas, huecas.

Solo sé que hay personas que no son para ti, personas que sencillamente no son para nadie, y la profesora Yoo era una de ellas.

— ¿Mina? —una voz que acaricia las letras de mi nombre cada vez que lo pronuncia llegó hasta mis oídos.

Primero creí que era un sueño, una maldita pesadilla. Así que decidí ignorarla.

—Mina, ¿qué ocurre? —insistió.

Levante la cara, con los ojos ardiendo y mis mejillas húmedas.

Ella se quedó petrificada una fracción de segundo, pero inmediatamente después se inclinó a mi lado. Intentó tocarme pero rápido me hice a un lado y no volvió a intentarlo de nuevo, se limitó a estudiarme con la mirada y sus ojos no tardaron en localizar mi mano amoratada y temblorosa.

— ¡Por Dios...!

Por primera vez la veía con el pelo recogido, unas gotas de sudor resbalaban por su largo cuello y vestía con ropa deportiva que acentuaba más su perfecta figura. Era más que evidente de dónde provenía su talento para engatusar a chicas que tenían casi la mitad de su edad.

Ella se sentó cerca de mí. Quiso tocarme pero de nuevo la evadí.

— ¿Qué pasa Mina? —susurró con tanta ternura que por un segundo creí que le importaba la respuesta.

Pero la voz en mi cabeza volvió a recitar las partes más dolorosas del reportaje.

—Quiero estar sola.

—Claro que no, nadie quiere eso. Déjame ayudarte.

Me miraba fijamente. Sus ojos me habían parecido el cielo, el inferno, y mundo planos con extremos peligrosos. Pero ahora, justo en ese momento yo no podía ver en ellos más que una inmensa oscuridad que succionaba todo a su paso.

—Mina habla conmigo, por favor.

Intenté levantarme para huir lejos de ella, de su belleza, de sus endemoniados ojos, pero me detuvo sosteniéndome de los hombros.

—Tiene que verte un médico.

Clave mi vista en unos niños que perseguían mariposas.

—Mina ¿Qué pasa? —Insistió acercándose a mí y acariciando mi mejilla— Si tienes problemas déjame ayudarte.

La miré, pude percibir en ella preocupación y.... ¿dolor?

—Déjeme en paz...

—Te estuve buscando a la salida ¿Por qué no me esperaste como quedamos?

Siento sus manos recorrer con ternura mi rostro. ¿Por qué no la busqué? ¿Por qué no me fui con ella? Hubiese pasado esa tarde disfrutando sus caricias, sus besos que tanto anhelaba. Sin sospechar la verdad, sin imaginármela, sin el
más mínimo interés por saberla. Flotando en ese punto donde solo ella me podía elevar.

Así como había hecho con tantas otras...

— ¿Por qué ya no trabajas en la universidad?

Apartó sus manos de mí y por su expresión parecía que alguien le había lanzado un balde de agua fría. Esta vez fue ella quien dirigió sus ojos lejos de los míos. Tardó un par de minutos en responder, y tuve la sensación de que en esos dos minutos cabían varias eternidades.

— ¿Lo preguntas porque te interesa saberlo o porque ya lo sabes?

Mi silencio fue elocuente.

—Es cierto —parece avergonzada— me relacioné con algunas de mis alumnas.

Habló despacio, como si midiera sus palabras y si de alguna forma yo esperaba estar preparada para su respuesta me había equivocado, en alguna parte de mí aún conservaba la esperanza de que todo hubiese sido un mal entendido, un chisme, pero ella lo estaba confirmando todo.

Apreté los puños, imaginar a Jeongyeon con alguien más me convertía en presa fácil de una furia cegadora.

—Yo te respondí, ahora tengo derecho a que tú me respondas ¿qué te pasó en la mano?

Me debatía entre gritarle, fracturarme la otra mano dándole una bofetada o salir corriendo lejos de ella. Al final decidí responderle.

—Me golpee accidentalmente la mano con la pared —susurré.

— ¿¡Qué!? Estas locas, ¿Por qué...?

—Es mi turno de preguntar —la interrumpí con frialdad— ¿Cuántas alumnas?

Ahora era ella la que parecía querer abofetearme. Pero también se contuvo y me respondió.

—No lo sé —comentó pensativa— honestamente no puedo decirlo... pero eso no importa... termino...

— ¿Cuántas? —tengo los dientes apretado para no gritar.

—No lo sé.

— ¿Tantas eran que no puedes recordar?

Cierra los ojos y respira profundo, está perdiendo la paciencia, pero yo no tengo fuerzas para contenerme.

—No tiene caso hablar de eso...

—Tranquila, tomate tu tiempo para contarlas a todas... —era consciente del filo en mis palabras.

—Por Dios Mina, trabajé en la universidad mucho tiempo... fueron 15 las que declararon pero...

—Se trataba de muchas más —termino su frase con la misma frialdad.

Realmente deseaba abofetearla.

— ¿Cuántas veces te golpeaste accidentalmente?

Miré mi mano que parecía un pedazo podrido de carne.

—También más de 15.

Cerré los ojos. Me sentía sin fuerzas y el dolor no hacía más que crecer.

—Déjame llevarte al doctor —suplicó.

Sentí sus manos atrapar mi cuerpo, su calor envolverme, su aroma hipnotizándome, sus labios besando mis mejillas bañadas por las lágrimas. No dije nada, ella me ayudó a levantarme y de nuevo me abrazó por la cintura.

Tomamos un taxi y cuando estuvimos dentro recargué mi cabeza en su hombro, dejando que su apacible respiración me tranquilizara. Lo sabía,
estaba tomando la mano del diablo, vendiéndole mi alma por un contrato lleno de huecos donde terminaría por hundirme de un momento a otro.

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