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𝗼𝗻𝗲. too later

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  ℳ𝐚𝐱𝐢𝐧𝐞 𝒮 𝐭𝐢𝐥𝐢𝐧𝐬𝐤𝐢:

  Cuando escuché el sonido lejano del timbre que daba inicio a clases y me recordaba mi tardanza, refunfuñé el nombre de mi hermano —el real—, junto a miles de insultos creativos. Aceleré mi trote y, a la vez, la velocidad con la que lo maldecía, convirtiéndolo en una carrera improvisada con una chica desconocida que corría a mi lado. Por su apariencia desarreglada y sus ojos hinchados, deduje que pudo haberle ocurrido lo mismo que a mí: se había quedado dormida. Aunque era probable que ella no lidiara con la presencia irritable de un hermano que prefería vengarse desconfigurando la alarma, cerrando las puertas, exceptuando las ventanas del segundo piso, e irse en el único auto que ambos disponían. Y solo por si no había quedado lo suficientemente claro, me refería a mi hermano.

  Bien, tal vez yo tampoco estaba absuelta de toda culpa, después de todo, éramos mellizos por una razón. Bueno, por varias razones. Digamos que yo también he jugado varias bromas con él. Estoy orgullosa de llevarme el crédito por haber comenzado con la tradición, pero jamás perjudicaron su vida diaria. Okay, puede que la broma cuatro lo obligara a tomarse un descansito de la preparatoria, pero lo que ocurría en ese instante no se trataba de mí; se trataba de lo que él había hecho.

  Afortunadamente, llegué antes de que la mayoría entrara a clases, ¿desafortunadamente?, la clase de arte había iniciado media hora antes. Sostuve el lienzo con fuerza cuando estuvo a punto de resbalarse de mi sudorosa mano y con la otra me acomodé la correa de mi bolso. Vi que la misma chica que corría junto a mí, pasó de largo por otro pasillo, deprisa. Tal vez ella disponía de más suerte que yo y, aunque estaba llegando tarde, su clase estaba a punto de comenzar, a diferencia de la mía que tal vez ya había acabado.

  Mi teléfono vibró en el bolsillo, pero no pude contestar. Tenía buenas excusas dependiendo de quién se trataba: si era mi padre o alguien más, le diría que estaba tratando de llegar a tiempo a mis clases; en cambio, si se trataba de Stiles, pues lo cierto era que no le hubiera contestado de todos modos. Tenía cosas más importantes por las cuales preocuparme, en lugar de escuchar la burla siniestra e insoportable de parte de mi hermano. Casi podía oírlo mofándose de mí. Era tan irritable incluso para mi extensa imaginación.

  Cuando menos me di cuenta, había regresado al pasillo principal nuevamente. Fruncí el ceño mientras escaneaba el lugar con la mirada, confirmando que, efectivamente, había regresado al mismo sitio en el que comencé. Le resté importancia enseguida. Lo cierto era que, según mi padre, ser despistada era parte de mi personalidad; aunque, según mi hermano, la estupidez era la definición más certera para mi ser. 

  Solté un suspiro rendida, antes de escuchar la puerta principal abrirse de un fuerte empujón detrás de mí. Cuando me di la vuelta, una ráfaga de viento sacudió mi cabello por un par de segundos en los que la puerta tardó en cerrarse nuevamente. Mis ojos se clavaron intensamente en el chico que acababa de entrar, luciendo agitado y con su palo de Lacrosse sujetado con fuerza en una de sus manos. Su cabello desordenado, posiblemente provocado por la rapidez con la que había llegado a la preparatoria, tal vez sufriendo el mismo destino que aquel desconocido chico y yo. Solo cuando regresé al tiempo real, me di cuenta de que se trataba de Isaac, el mismo chico que me había encontrado en el cementerio la noche anterior.

  Cuando sus ojos azules cayeron encima mío, me di cuenta de que tenía un notable hematoma morado en uno de ellos. Tuve que fingir una amable sonrisa cuando volteó hacia el otro lado con la esperanza de que yo no me hubiera enterado. Si él había actuado de aquella forma tan avergonzada, era probable que el golpe lo hubiera recibido en uno de los peores escenarios.

  —¡Hola! —saludé mientras me acercaba más a él—. ¿El entrenamiento no inició hace casi media hora?

  Pude haberle preguntado, pero sabía que no era lo que él quería.

  —Me he retrasado —admitió con una mueca—. ¿Y tú? ¿No deberías estar en clases?

  —Digamos que tenemos la misma suerte, Isaac —respondí en tono burlesco—. Como sea, yo que tú me iría justo ahora, porque, a diferencia de mí, aún tienes tiempo.
 
  Él me regaló una sonrisa ladina antes de pasar por mi lado apresuradamente.

  —¡Nos vemos luego, Max! —saludó antes de perderse por los pasillos.

  —Nos vemos, Isaac —murmuré.

  [...]

  El profesor Harris me miraba como si hubiera cometido un homicidio y a Stiles como si fuera el cadáver. Por su piel pálida, no me hubiera sorprendido que así fuera.

  Dejé de picar el bolígrafo contra la hoja blanca de la tarea que se suponía debía copiar y dejé caer mi cabeza contra la mesa del laboratorio. Stiles estaba sentado detrás de mí, pero aún así encontró la forma de seguir fastidiando mi día por completo. Escuché la casi silenciosa risa de Scott cuando algo cayó encima de mi despeinado cabello. Sin despegar mi nariz de la mesa, me quité el avión de papel que el infantil de mi hermano me había lanzado. Al sentir una asquerosa viscosidad alrededor del mismo, decenas de arcadas salieron disparadas de mi boca mientras lanzaba el avión encima de Scott.

  —¡Eres repugnante, Mieczyslaw! —mascullé señalándolo con el dedo anular—. Papá va a enterarse de esto y no será castigo suficiente.

  Por el rabillo del ojo, me di cuenta de que Scott se encontraba haciendo muecas de desagrado mientras intentaba quitarse el avión lleno de saliva de su pantalón. La risa burlesca de Stiles se vio interrumpida cuando una sombra detrás de mí nos cubrió a ambos. Yo solo pude sonreír. Al menos había una forma bastante interesante de cobrar mi venganza. Claro, si no es que Harris se las agarraba conmigo también.

  Me di la vuelta solo para encontrarme con la enorme diferencia de altura con el profesor. El señor Harris me observó desde arriba con un aire de superioridad, mientras que mi hermano y yo seguramente lucíamos como un par de cachorros asustados. De ser así, Stiles habría sido el que terminaba por orinarse.

  —Honestamente, no creí estar de acuerdo con nada de lo que ustedes dos podrían decir —comenzó Harris antes de darme una mirada—; sin embargo, comparto la opinión de la señorita al describirlo como alguien repugnante, Stilinski.

  Noté como Stiles comenzó a morder su labio inferior con frustración mientras apretaba los bordes de sus cuadernos con fuerza. Scott negó lentamente con su cabeza cuando entendió cuáles eran mis intenciones.

  Sí, odiaba que Stiles se metiera conmigo, pero odiaba aún más al profesor Harris. Nadie, absolutamente nadie, podía molestar a mi hermano más que yo y salirse con la suya.

  —Lo es, está en lo cierto —apoyé—, pero le estaba jugando una broma a Stiles, a decir verdad.

  Harris alzó una ceja hacia mí como si no creyera del todo mi versión e incluso mostrándose un poco sorprendido. Llevó sus brazos detrás de la espalda y luego tomó sus manos.

  —¿Disculpe?

  —Sí, fui yo la que lo molestó —exhalé con falsa frustración—. Mire, me irrita muchísimo, pero no odio a mi hermano, ¿bien? No quiero que lo castigue por algo que no hizo.

  —¿Y entonces, qué fue lo que pasó? —inquirió.

  —Bueno..., eh... —Volteé hacia Scott y luego bajé la mirada hasta el avión que había terminado en el suelo—. Llené aquel avión de saliva y se lo lancé.

  Harris se quedó en silencio durante unos segundos; luego caminó hasta el asiento de Scott solo para alzar el avioncito de papel. Lo miró con la misma asquerosidad que yo mientras lo sostenía con la punta de sus dedos; luego caminó decidido hasta su escritorio, en donde lo dejó caer en el cesto de la basura.

  —Maxine, estás castigada —apuntó el profesor mientras tomaba asiento nuevamente—. Luego de clases, te quedarás conmigo..., a no ser que alguien más decida hacerse el bromista.

  Me senté completamente resignada. No es que tuviera cosas más importantes que hacer luego, pero tenía planes para ir en busca de mi inspiración. Tenía la impresión de que había pasado una eternidad desde la última vez que tracé líneas en un lienzo y lo convertí en una historia.

  [...]

  Abrí mis ojos de golpe cuando escuché un fuerte impacto junto a mí. Desorientada, mi mirada cayó en una pila de libros sobre la mesa en la que me encontraba descansando mis ojos; aunque al encontrarme con el semblante serio de mi profesor, pude darme cuenta de que no aceptaría mi explicación sin cuestionarla.

  Me enderecé en mi asiento y clavé mis ojos en el reloj encima del pizarrón. Luché porque mis ojos no salieran disparados de mi rostro. ¡Por dios! ¡Eran las seis de la tarde!

  —¡¿Por qué no me avisó que la hora de castigo había terminado?! —Voltee a verlo mientras recogía mis cosas de la mesa del laboratorio.

  —Decidí extender el castigo cuando me di cuenta de que dormía. —Chistó varias veces mientras negaba con la cabeza—. Es castigo, no un cuarto de hotel, señorita Stilinski.

  —¡No estaba durmiendo! —me defendí enseguida.

  —¿Ah, no? ¿Entonces, qué era lo que hacía? —cuestionó, llevando sus manos a los bolsillos de su pantalón—. Ilumíname.

  Me levanté de mi asiento y me planté enfrente de él con los brazos cruzados.

  —Del aburrimiento, los ojos se cansan, señor.

  Harris mantenía su pose de autoridad, burlándose de mis protestas.

  —Entonces debí haberme confundido. —Llevó uno de sus dedos al marco de sus lentes y los deslizó hacia arriba por el puente de su nariz, queriendo acomodarlos—. Tal vez un cerdo pasó por aquí e imitó los ronquidos de una joven, curiosamente similares a los suyos.

  —¿Y cómo podría saber algo como eso? —Inquirí.

  —Es fácil memorizarlos cuando los escucho más que a su irritable voz. —Se dio la vuelta y caminó hasta su escritorio, en donde recogió su portafolios con tranquilidad—. Ahora, si me disculpa, señorita Stilinski, tengo que hacer cosas más importantes e interesantes que quedarme aquí y seguir escuchando su chirriante voz. Con permiso.

  Una vez que el profesor Harris pasó junto a mí, golpeándome cuidadosamente su brazo con mi hombro, resoplé frustrada por tener que enfrentarme a su comportamiento una vez más en lo que iba del año. Jamás tendría fin.

  Con el lienzo en mano, salí del salón y corrí por toda la preparatoria, hasta que logré llegar a la salida. Cuando abrí las puertas con pesadez, di gracias al cielo de que aún no había oscurecido demasiado. Lo último que me faltaba era regresar a mi casa caminando por la orilla de la reserva en medio de la oscuridad. Papá me mataría y Stiles me reviviría solo para matarme él mismo otra vez, y finalmente resucitarme para darme un abrazo completamente arrepentido.

  Inhalé profundamente el aire fresco con los ojos cerrados hasta que recorrió mis pulmones, liberándome de cualquier clase de estrés que pudieron haberme provocado mis propios pensamientos. Sostuve el lienzo blanco entre mis manos mientras abría mis ojos. Cuando estuve a punto de bajar los escalones, las puertas detrás de mí se abrieron nuevamente. A esa hora, rara vez quedaban alumnos que terminaban o adelantaban sus deberes, y por lo desolado que se encontraba el estacionamiento frente a mí, me resultó extraño pensar en que alguien más había sido castigado además de mí.

  Cuando me di la vuelta, me llené de confusión al encontrarme nuevamente a Isaac; él se quedó estático mientras sostenía una de las puertas con su mano y me miraba perplejo.

  —¿Es nuestro destino encontrarnos en las puertas? —pregunté en broma.

  Isaac bajó la cabeza y limitó la vista de su rostro con el dorso de su mano, cuando la comisura de su boca se curvó en una sonrisa. Fue aún más fácil de ver el morado de sus ojos. Tuve que morderme el interior de mi mejilla para abstenerme de preguntar.

  Como mi madre solía decir: "No se presiona sobre la herida cuando se quiere ayudar".

  —No esperaba encontrarme con nadie —dijo, soltando la puerta para que se cerrara y deteniéndose frente a los escalones—. ¿Castigada?

  —¿Me veo como uno de esos? —Me señalé y él negó—. Pues aprende a no juzgar un libro por su portada, porque suelen castigarme seguido. Aunque, esta vez, quise ayudar a mi hermano.

  Bajé las escaleras con rapidez teniendo cuidado de no arruinar el lienzo. Voltee a ver a Isaac y él bajó un poco más lento que yo, sosteniendo con fuerza la correa de su mochila.

  Ambos comenzamos a caminar por la vereda frente a la preparatoria.

  —¿Tampoco tienes vehículo? —pregunté, queriendo seguir con la conversación.

  —Tengo una bicicleta, ¿cuenta?

  —¡Por supuesto! Yo tengo un jeep, pero parece pertenecerle más a Stiles que a mí. ¡Maldición! —Me detuve de golpe y luego le seguí el paso a Isaac—. Ahora que digo mis tragedias en voz alta, me doy cuenta de que Stiles forma parte de todas. ¿Crees en Dios? Yo no creía en nada, pero mi madre me dijo que las personas necesitan tener fe en algo, incluso en nosotros mismos; pero no creo que yo misma me pusiera a alguien como Stiles en mi vida.

  Isaac soltó una pequeña risa al tiempo en que meneaba su cabeza. Se detuvo junto al bastidor para bicicletas y luego se agachó para quitarle el candado a la única que aún permanecía ahí.

  —¿No quieres a tu hermano? —preguntó divertido.

  —Lo amo —respondí con una sonrisa, luego formé una mueca como si lo estuviese reconsiderando—; pero sigue arruinando mi vida. Él piensa lo mismo de mí, no te preocupes. Si tienes hermanos, seguro lo entiendes.

  Cuando Isaac maldijo entre dientes luego de haberse golpeado una de sus manos con la rueda de su bici, me percaté de que tal vez no era algo que debí haber mencionado. Cerré los ojos con fuerza y conté hasta cinco. Cuando los abrí de nuevo, Isaac ya estaba enderezado, aunque aún parecía estar ligeramente encorvado.

  —Lo siento si mi pregunta estuvo...

  —No te preocupes. Mi mano se resbaló, soy muy torpe a veces —excusó rápidamente, tomando el manubrio de su bicicleta para sacarla del bastidor.

  —Oh, ¿pero, estás bien? —Dejé el lienzo sobre el césped y me acerqué a él para tomar su mano; pero, al hacerlo, Isaac la retiró de inmediato.

  —Tengo... —Abrió y cerró su boca varias veces antes de poder hablar—. Tengo que irme, lo siento.

  Guardé mis manos en los bolsillos de mi pantalón mientras lo veía montarse en la bicicleta con rapidez.

  —Está bien, Isaac. Nos vemos. —Forcé una sonrisa.

  —Adiós, Max. —Tuve la impresión de que él también fingió una, aunque con menos esfuerzo.

  Cuando me di la vuelta para irme en dirección contraria, me encontré con la misma chica de esa mañana, saliendo de la preparatoria apresurada.

  Bueno, ya no éramos solo dos.


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