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05: Dudas

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  «NOS MATARÁN A AMBOS —PENSÓ VERÓNICA».

  Sin embargo, pese a ese molesto e insistente pensamiento, Verónica seguía caminando a la par de Peter en silencio. Por momentos, sus brazos se rozaban a través de la tela de sus ropas, instantes que ella aprovechaba para juzgar las expresiones de Peter con discreción. El chico aparentaba estar completamente tranquilo, al menos desde los ojos distraídos de Verónica. Pero lo cierto era que el temblor de sus manos delataba su nerviosismo para cualquiera que no estuviera perdido en el celeste de sus ojos, justo como era en el caso de ella.

  Peter se encontraba confundido e intranquilo, y esos dos sentimientos rara vez se manifestaban en él. Pero no era el miedo lo que le generaba inquietud, sino que se debía a la mutua curiosidad de ambos por el otro, lo que los llevaría, inevitablemente, a acercarse más y más.

  Incluso él, quién era bastante meticuloso, había decidido acercarse a una cazadora sin tener en cuenta los posibles riesgos. Si eran muchos, pocos o nulos, no importaba; él se había dejado llevar por curiosidad.

  Las ramas crujieron debido al frío, captando la atención de ambos por unos breves segundos, y cuando una ráfaga de viento pasó sobre ellos, varias hojas que apenas se sostenían, cayeron al suelo.

  Verónica estaba totalmente absorta en sus pensamientos, por lo que no se percató cuando Peter le dio una corta mirada. Él se detuvo una vez que la tierra se acabó, dando paso a un camino de cemento frente a ellos. Había hojas, ramas e incluso un sutil rastro de musgo en las rocas a las orillas del camino, todo parecía ser un escenario perfecto para una misteriosa aventura. Una aventura que de seguro tendrían si sus caminos se unían nuevamente o, si uno de ellos, forzaba un reencuentro a futuro.

  Peter se volvió en su lugar, haciendo que la luz que lo alcanzaba a través de las finas ramas de los árboles iluminara la mitad de su rostro, casi de la misma forma que lo había hecho la fogata media hora atrás. Este se mordió ligeramente el labio cuando sus ojos recorrieron el suelo de tierra hasta que se detuvieron en Verónica. Solo la mitad de la luna posaba encima de ellos, pero su tenue brillo era más que suficiente para ser capaz de observarla con plenitud; su cabello casi plateado era lo que más destacaba junto a sus labios resquebrajados.

   Peter se percató del silencio de la chica luego de un par de segundos, pero no hizo falta que ella hablara, porque al notar el movimiento vacilante de sus ojos, supo que aún seguía con la incertidumbre de haberlo seguido. Sus ánimos decayeron por unos breves segundos; Peter se había asegurado de actuar lo más cuidadoso posible para que ella no tuviera razones por las cuales temerle, pero al parecer, el hecho de haber nacido así ya se convertía en un motivo más que suficiente.

   Verónica entrelazó sus manos, intentando calentarlas un poco. Quiso ver a través de los bajos árboles y arbustos, pero su propia altura no le permitía ver más allá que hojas y ramas secas. Sin prestar demasiada atención al camino frente a ella, dio unos cuantos pasos hacia adelante con demasiada confianza. Peter, al verla intentar pasar junto a él, la interceptó con uno de sus brazos a la altura de su estómago, tensándola al instante, pero salvándola de una eminente caída. Ella nunca dejaba que nadie, además de su círculo de confianza, la tocara. Su madre, no solo le causaba cicatrices en la piel, las marcas también permanecían en su mente.

  Al notar su incomodidad, Peter quitó su brazo rápidamente y se llevó las manos a los bolsillos de su abrigo, mientras se aclaraba la garganta. Verónica agradeció internamente por ello.

  —Lo siento, solo ten cuidado —su voz salió algo áspera, pero mantenía un tono dócil—. Mira debajo tuyo. Tu mente sigue distraída, Verónica.

  Las palabras de Peter retumbaron en la cabeza de la chica sin piedad. No le fue difícil entender que él se había dado cuenta de su persistente duda sobre acompañarlo a su casa. No podía culparse tampoco, no le tenía miedo, pero estaba preocupada de lo que podría pasar si su mejor amigo, Christopher, los llegaba a encontrar.

  Todo por aquel libro, y el anhelo de ella, por querer averiguar si su final era trágico o Peter le había mentido descaradamente. Claro, esperaba que fuese lo último, porque si se trataba de la primera opción, Peter tendría que esquivar un muy fuerte golpe pronto.

  Verónica agitó su cabeza levemente intentando desenredar sus propios pensamientos. Enseguida bajó la mirada , y en cuanto se dio cuenta de lo que Peter le advertía, quiso que alguien la golpeara por ser tan tonta. Sus pies rozaban el borde del suelo, donde una notoria distancia entre la tierra y el cemento yacía debajo de ellos. Pudo haberse caído y, además de terminar con heridas y tierra en todo el cuerpo, la humillación habría sido aún peor.

  —Espera —pidió Peter, antes de apoyar una de sus manos en el suelo y dar un pequeño salto, logrando que su abrigo se agitara ligeramente; mientras que, Verónica, lo observaba atentamente con una ceja enarcada. Peter cayó al suelo con éxito y extendió sus brazos a los lados, antes de hacer una reverencia con una sonrisa juguetona—. Es su turno, mi lady —bromeó junto a un tono falsamente formal.

  Por primera vez, luego de unos largos minutos, Verónica le devolvió la sonrisa con simpatía. Fue una extraña sensación la que se formó en su estómago al verlo bromear de esa forma con ella: los hoyuelos que se formaban debido a su sonrisa, la forma en la que sus párpados se estiraban y sus cejas alzadas, como si estuviera esperando algún tipo de aprobación por su parte. Apenas y llevaban solo un día de haberse conocido; sin embargo, al momento de hablar, sus conversaciones surgían con tanta fluidez como si se tratara de un par de viejos amigos.

  Peter le tendió la mano con la intención de ayudar a Verónica a bajar, pero esta negó enseguida.

  —Sé que mis brazos lucen huesudos y débiles, pero recuerda que logré lanzarte a la piscina con facilidad, Peter Hale —Verónica también bromeó con el mismo tono formal que él había usado minutos atrás.

  Peter retiró su mano enseguida y se enderezó sin despegar sus ojos de ella.

  —Está bien, está bien. Pero que conste que, en caso de que termines tendida en el suelo, yo ofrecí mi ayuda y generosa caballerosidad, de la que, por cierto, te quejas de que ya no exista —expresó.

  Verónica resopló antes de saltar con seguridad. Cayó cerca de Peter y, en cuanto se enderezó, alzó la mirada reencontrándose con sus llamativos ojos.

  —¿Ves? Te lo dije —dijo la rubia con algo de arrogancia en su voz.

  Antes de que lograra voltearse, su pie se trabó con una roca junto a ella; Peter la atrapó antes de que acabara en el suelo. La vergüenza se manifestó en las mejillas de Verónica, antes de que se recuperara del susto. Se obligó a abrir sus ojos lentamente, hasta que se encontró con la sonrisa burlesca de Peter.

  —Qué bueno que no soy rencoroso —susurró, cerca de su rostro.

  Pese a que con el pasar de las horas la noche se iba volviendo cada vez más helada, parecía que la cercanía de sus cuerpos había logrado quitarles el frío por un breve instante. No duró demasiado, ya que Verónica fue la primera en alejarse, logrando que las manos de Peter, que sostenían su cintura con fuerza, se deslizaran hasta quitarse por completo.

  —No voy a herirte —tranquilizó el chico. Negó confundido; Verónica actuaba de forma extraña ante su cercanía. Podía llegar a entenderlo, si no fuera porque sus reacciones cambiaban por momentos—, si eso es lo que te preocupa.

   —Me preocupa que Christopher nos encuentre —aclaró Verónica, devolviéndose hacia él—. Mira, Peter, el problema no es él, ni eres tú; el problema son mis padres. Si mi madre se llegase a enterar de que hablo contigo...

  —¿Qué? ¿Qué podría hacer tu madre? —al ver que Verónica no tenía intenciones de contestar, Peter siguió:—¿Sabes? Olvídalo, iré por el libro y podrás irte si eso es lo que quieres.

  Sorprendentemente, para ella, Verónica no notó ni un rastro de molestia en el tono de su voz; en cambio, la decepción había sido más que clara.

  Peter pasó por su lado y caminó con seguridad hasta su casa. Ella se volteó, siguiéndolo con la mirada, y sintió su respiración entrecortarse cuando sus ojos se encontraron con una enorme casa detrás de ella; había un bajo paredón enfrente, con pequeños arbustos separados con casi medio metro de distancia; los marcos enormes de las ventanas eran blancos con rejas del mismo color; la chimenea y la pared del segundo piso eran de un tono amarillo tostado, mientras que la parte baja mantenía el color natural de los ladrillos. Verónica vio a Peter entrar en silencio a la casa, pasando por debajo del umbral de la puerta, cuando se cerró, fue cuando soltó el aire que retenía en sus pulmones.

  El ruido de sus pasos era lo único que se escuchaba en el sosiego de aquella noche. Se acomodó la chaqueta que llevaba antes de cruzarse de brazos y soltar un suspiro; de nuevo se distrajo con el vapor que salió de su boca. Pasaron minutos antes de que Verónica levantara la cabeza hasta el segundo piso, donde una luz cálida alumbró uno de los cuartos. Una sombra se detuvo a un lado de la ventana y sostuvo algo entre sus manos, enseguida supo que se trataba de Peter.

  De repente, un ruido brusco detrás de ella la hizo voltearse en dirección al bosque, su cuerpo entró en alerta rápidamente mientras el latido de su corazón aumentaba. Sus ojos recorrieron cada rama, cada arbusto y cada árbol, pero no encontró nada.

  —¿Distraída?

  La chica volvió la vista al frente y se sintió extrañamente aliviada de encontrarse con Peter y no con otra criatura en su lugar. Su pecho comenzó a subir y bajar con normalidad nuevamente.

  —Acabo de verte en tu casa, ¿cómo es qué te mueves tan rápido y sigilosamente? —señaló.

  Peter se encogió de hombros con simpleza.

  —Supongo que es mi habilidad —respondió, mientras le entregaba el libro que sostenía en una de sus manos—. Aquí lo tiene, señorita, sin daños ni marcas, como nuevo.

  —Gracias —musitó Verónica, tomándolo con cuidado.

  Peter asintió con los labios apretados y ella supo que era una señal para irse. Pero no pudo. Sus pies parecían haberse clavado en suelo, mientras sus ojos se fijaban en la tapa de su libro.

  —Yo... Emm... —Verónica cerró sus ojos avergonzada, pero los abrió nuevamente y se enderezó demostrando que estaba segura de lo que diría—. No me molestará tu compañía de regreso, Peter.

  Este sonrió al escucharla, como si hubiese estado esperando ansioso a que lo pidiera.

  [...]

  —No conozco el lago de la reserva —admitió Verónica en un susurro. Sintió la mirada de Peter mientras seguía caminando con tranquilidad—. Digo, es obvio, acabo de mudarme.

  El chico chasqueó su lengua.

  —¿Me lo dices por la nota? Podría haberte llevado y quería hacerlo en realidad, pero está helando. Lo menos que quiero, es que agarres un resfrío por mi culpa. —Movía sus brazos, pero sus manos aún seguían en los bolsillos de su abrigo, así que la cremallera se agitaba en todas direcciones. Le dio un vistazo antes de continuar:—. Debido a que no tienen que verte conmigo, puedes pedirle a Christopher que te lleve, prometo que no te arrepentirás; quedarás encantada.

  Verónica bajó la mirada y se mordió el labio inferior.

  —Puede ser —murmuró.
 
  Y luego, ambos guardaron silencio hasta que sus caminos se separaron al llegar a la fogata.

  [...]

  Christopher detuvo el auto enfrente de la casa de su amiga y la observó detenidamente, notando que estaba absorta en sus pensamientos.

  —Por el bien de nosotros, Verónica, aléjate de Peter —susurró con preocupación.

  Verónica giró hacia él con una expresión de confusión fingida, pero su mejor amigo frunció los labios y negó con la cabeza apenas la vió.

  —Sabes que no puedes engañarme, y lo sabes mejor que nadie porque yo tampoco puedo mentirte. —Christopher giró su cuerpo hacia ella y la miró con seriedad, aunque sus ojos reflejaban un claro temor—. No me importa lo que yo tenga que soportar, pero estos son golpes que podemos evitar.

  —Hablas como si me hubiese involucrado con él —respondió Verónica—. Iremos al mismo colegio, a las mismas clases, nos encontraremos en más lugares; no puedo simplemente ignorar su existencia.

  —Tendrás que hacerlo de todas formas, y lo harás —su tono fue demandante—. Perderte con él en el bosque fue suficiente.

  Verónica alzó ambas cejas con sorpresa y luego lo señaló al percatarse de algo.

  —¿Me seguiste? ¿Acaso eres mi niñera?—cuestionó.

  Christopher rodó los ojos con exasperación.

  —Tu instinto de supervivencia es nulo, Verónica, me sorprende —suspiró—. Prometo no molestarte si consigues un novio normal; mientras tanto, si es un hombre lobo, ten por seguro que estaré detrás de tí.

  Verónica se quedó helada.

  "Novio", sin duda había sido una palabra fuerte para ella, considerando que sus padres planeaban comprometerla antes de que experimentara siquiera esa etapa.

  —No planeo que un hombre lobo sea mi novio —se defendió—, incluso no planeo tener ningún tipo de relación en estos momentos, Christopher. Peter me habló, y me devolvió el libro que perdí cuando decidiste sacarme de la piscina. Eso es todo.

  El rubio pareció sentirse aliviado.
 
  —No digo que no puedas confiar en mí, eres mi mejor amiga después de todo. Pero en este mundo no tenemos ni voz ni voto, y yo solo quiero asegurarme de que al menos no sea un infierno —expresó su amigo—. En esto estamos juntos, y si uno pierde, ambos perdemos.

  Verónica frunció el ceño al escucharlo.

  —Me sorprende que digas esto después de jurar que no habías encontrado nada malo en ser cazador —comentó con sospecha.
 
  Christopher guardó silencio.

  —Solo vete a casa o tus padres me matarán —intentó bromear, pero falló terriblemente porque la chica ni siquiera le sonrió, solo le dio una mirada confusa—. En serio, ve.

  Con incertidumbre en su pecho, Verónica le hizo caso. Aunque antes de bajar, le dio un pequeño beso en la mejilla.

  —Adiós —se despidieron ambos.


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