𝐂𝐚𝐩í𝐭𝐮𝐥𝐨 𝟎𝟐.
Edén nunca había experimentado algo similar. Para él, la vida solo consistía en cazar espectros y escribir en sus libros sobre sus experiencias y vivencias. El guardián no sabía lo que era sentir; no comprendía esos sentimientos que los humanos experimentaban. No entendía, con exactitud, qué eran los besos, qué representaban las muestras de afecto, ni lo que significaba el mundo o la existencia humana en sí.
Aquel guardián nunca había salido del bosque ni había sido testigo de lo que los humanos hacían cuando se enamoraban. Desgraciadamente, sólo había presenciado acciones forzadas que causaban sufrimiento. Las muestras de agresión y egoísmo que la sociedad emitía, pues el bosque era el lugar donde los humanos mostraban su lado más oscuro. Por eso, mientras más observaba a Andrómeda, más sentimientos humanos lo invadían, y ninguno de ellos era negativo; de hecho, todos se inclinaban hacia el deseo de saber más sobre ella, de conversar con ella y de conocerla más allá de lo que podía ver.
Edén no comprendía la razón por la cual la mujer acudía con tanta frecuencia al bosque; sólo la observaba escribir y escribir, lo que lo hacía fantasear con la idea de algún día acercarse a ella para conversar y descubrir qué era lo que tanto protegía en su cuaderno. Sin embargo, él sabía que, si lo hacía, despertaría en él un lado humano que lo atormentaría. Aunque la idea de curiosear más allá de lo que conocía lo atraía, también temía encontrar la maldad que siempre se escondía en el bosque.
El guardián estaba confundido. Quería conocerla, pero no quería salir de su lugar seguro.
La ventaja de Edén era que exterminaba espectros, seres creados por fuerzas oscuras que robaban energía a los humanos para hacerse más poderosos. Esta energía provenía de los sueños de las personas; a veces, los espectros provocaban pesadillas, o hacían que el muerto se subiera al cuerpo o incluso provocaban sueños húmedos. Por lo tanto, Edén tenía la capacidad de adentrarse en los sueños humanos para proteger a las almas atormentadas o intervenir en casos donde un ser de oscuridad se aferraba a la mente de una persona. Sin embargo, ejecutar esta acción era peligroso, pues podría dañar al ser humano afectado.
Por suerte, nunca había tenido que invadir la mente de alguien, pero eso no evitaba que la fantasía de adentrarse en la cabeza de Andrómeda lo acechara.
Durante mucho tiempo dudó y decidió no involucrarse. Creía que eso sería un abuso de poder, y en cierto sentido, lo era. Se contuvo durante meses, pero a medida que la curiosidad aumentaba, la incertidumbre de conocer más sobre la mujer se volvía insoportable. Finalmente, decidió invadir su mente y sus sueños.
La primera vez que lo hizo, Andrómeda soñaba con un bosque encantado lleno de hadas escondidas entre las hojas de los árboles. Las hadas vivían en un hogar oculto y enfrentaban la amenaza de la extinción. Para Edén, ese sueño fue fascinante, pues le recordó a unas criaturas que él sí conocía, reales en su mundo y en el de ella, aunque Andrómeda, al no ser un ser mágico, no podía verlas. Aun así, resultaba tierno observar cómo la mujer imaginaba a las hadas, con sus alas de colores, tamaños y texturas diversas, irradiando dulzura y bondad.
Edén se sintió profundamente conmovido. Estaba cautivado por la mente de Andrómeda. Aunque no sabía nada sobre ella —ni su nombre, ni su edad, ni a qué se dedicaba—, su sueño le permitió identificar que su alma era pura y cautivadora. Cada vez se sentía más atrapado por ella.
Poco a poco, la humanidad para Edén dejó de parecerle tan cruel. Ya no era caos ni destrucción, ni dolor ni sufrimiento. La humanidad podía ser buena, y aunque a veces pareciera que había más maldad que bondad, siempre había una pizca de gentileza que hacía que la vida tuviera sentido.
Edén continuó entrando en los sueños de Andrómeda, conociendo, a su manera, la historia que la mujer escribía en el bosque. Ella estaba tan inmersa en su rol de escritora que no dejaba de pensar ni en su obra ni en soñar con ella.
Lo que Edén no sabía era que, cada vez que entraba en la mente de Andrómeda, dejaba algo de sí mismo allí. Para ella, eso resultaba beneficioso, pues Edén, como guardián, era un ser mágico con una esencia especial que la ayudaba a crear su libro. De forma inconsciente, el rostro y la presencia de Edén se fueron quedando grabados en el subconsciente de Andrómeda.
El guardián no se dio cuenta de esto. De hecho, cuando Andrómeda comenzó a soñar con un bosque y con un hombre de ojos verdes que la observaba, le causó curiosidad. Pero solo eso. Fue sólo cuando vio a Andrómeda dibujar su rostro, en una ocasión en que ella estuvo en el bosque, que Edén comprendió que todo lo que él era se quedaba en su mente, y más aún, por la frecuencia con la que la visitaba.
El ser mágico sintió miedo. Temía que eso fuera algo malo, que afectara la mente de la mujer o que fuera castigado por su abuso de poder. Sin embargo, nadie lo regañó. Parecía que nadie se había percatado de su error, por lo que decidió seguir observando a Andrómeda, entrar en sus sueños y dejarse llevar por ellos.
Edén sabía que lo que hacía estaba mal. Lo reconocía, pero era la primera vez que sentía amor, la primera vez que experimentaba lo que era sentir como un ser humano. Decidió dejarse llevar y hacer lo que otros guardianes hicieron en el pasado: empezar a vivir.
Los libros con los que redactaba sus experiencias con espectros y documentaba las diferentes especies mágicas comenzaron a llenarse de dibujos de Andrómeda y de relatos sobre sus sueños. También empezó a escribir lo que había aprendido sobre ella.
Edén, poco a poco, comenzó a obsesionarse con ella, una obsesión inocente, pues él, siendo un ser de bondad, era inexperto en lo que era el amor o cualquier otra experiencia humana. Así fue como comenzó la perdición del guardián.
Entre los espectros y los sueños, Mad-ClepGirl (Dianessa)🐧
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