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capítulo uno.
˓˓ efluvio mortal ˒˒
―Supongo que ahora estoy solo ―menciono en alto, mientras veo cómo el coche de Charlie Swan se desvanece en la distancia.
Él quería acompañarme hasta la entrada, visitar a su viejo amigo Billy, pero... Llamadas de urgencia. Trabajo hasta el cuello correspondiente del sheriff del pueblo, Forks. Me ha pedido varias veces una disculpa, pero realmente no me importa.
Sabía desde el principio que estaría solo al enfrentar a mi padre.
Me detengo al frente de la casa de mi padre, incapaz de avanzar ni un sólo paso más. Está exactamente igual a cómo recuerdo de mi infancia; aunque de alguna manera, todo parece ser diferente y extrañamente nostálgico al mismo tiempo. No me siento bien, nada bien.
Me he visto obligado a venir aquí, sin ninguna otra opción y dejando toda mi vida en Seattle. También a mi hermana. Aprieto mi agarre sobre mi mochila de mano, mientras comienzo a hacer rodar la otra maleta. Respiro profundamente, y un aire salado del océano llena mis pulmones; un breve recordatorio de que estoy de vuelta en La Reserva.
Miro la fachada de la casa, deslucida y envejecida; con la pintura descascarada y el tejado necesitando reparaciones urgentes. No puedo evitar sentir una punzada de resentimiento. La idea de vivir aquí, quién sabe hasta cuándo, la detesto. Vivir con un padre que apenas conozco, me revuelve las tripas.
Arrastro la maleta de ruedas por el sendero de grava, cada paso me pesa más que el anterior. El chirrido de las ruedas contra la grava parece resonar en el silencio de la tarde. Me estremece con fuerza.
Algo dudoso, me detengo frente a la puerta y, por un momento, considero dar media vuelta y largarme... pero no tengo a dónde ir. Estoy atrapado en este lugar.
La puerta de la casa no está en mejores condiciones que el resto de la vivienda. Un poco oxidada y la manilla parece estar apunto de caerse con un ligero toque; de todas maneras, pienso en las palabras de mi hermana y le echo ganas. Toco la puerta, dando tres golpes fuertes.
Espero unos momentos, en los que nadie parece querer atenderme y cuándo estoy apunto de tocar una vez más, finalmente escucho la puerta abrirse de golpe. De allí sale un chico alto, de hombros anchos y una piel morena como la mía. Su mirada es oscura y está tenso; viste una camisa oscura y unos vaqueros anchos.
Pero intento no parecer más incómodo de lo que ya estoy y trato de poner mi mejor cara. No lo consigo, pero la intención es lo que cuenta.
―Eh, hola. Soy... ―Pero no me deja ni siquiera presentarme.
Pasa de mí por completo. No estoy seguro de sí lo ha hecho aposta, pero me ha golpeado con su brazo y la fuerza que tiene me sorprende. Incluso me echa varios pasos hacia atrás.
Luego desparece por la vuelta de la casa y ya no lo veo. Me olvido casi al instante de él, después de escuchar un rechinar de ruedas y sé que viene mi padre. No estoy preparado, pero devuelvo la vista hacia atrás, sobándome el brazo derecho. La mochila me pesa en el brazo izquierdo y pateo un poco la otra de ruedas.
―¿Jacob? ¿Eres tú? ―La voz de mi padre suena desde el interior.
Es mucho más grave de lo que recuerdo, y mucho más cansada. A lo mejor la diabetes sí lo está jodiendo, no lo sé. Tampoco estoy seguro de que me importe realmente.
Me tenso, mi resentimiento burbujeando justo bajo la superficie. Pero logro mantenerlo a raya.
―Sí, soy yo ―respondo, y mi voz sale más fría de lo que pretendo en un primer lugar.
Billy aparece ante mi vista en mitad de la entrada, cerca del largo pasillo y maniobrando su silla de ruedas con una habilidad que me sorprende y, a la vez, me incomoda. Nos miramos en silencio por un momento y su expresión resulta inescrutable. La mía probablemente refleja toda la mezcla de emociones que siento: ira, tristeza, frustración.
Sus palabras no ayudan a mejorar mi ánimo.
Y sigue bastante entero, con una ropa casual y un sombrero oscuro sobre la cabeza.
―Bienvenido a casa, hijo. ―Parece decidirse al final por decirme. La ironía de sus palabras no se me escapa―. Cuánto has crecido, Jacob. Ya te estás haciendo un hombre.
Su mirada que me detalla de pies a cabeza me hacen sentirme todavía más incómodo. Mi cabello largo y trenzado, me agobia de repente. Sobre todo al fijarme en el de mi propio padre que es igual de largo; la comparación entre los dos tampoco me gusta.
―Eh, gracias ―respondo, sin convicción y sin saber qué más soltarle.
Echa hacia atrás la silla y me guía haciendo un pequeño tour de la casa, que tampoco es que haya olvidado mucho. Pequeñas imágenes borrosas, dudosas. Pero reconozco ese olor a madera, parece que nunca he sido capaz de dejarlo atrás.
Un pequeño salón con una televisión igual de pequeña, que tiene un salón poco hogareño. Después al otro lado una minúscula cocina, y tras un largo pasillo, al fondo hay dos habitaciones. La mía es la más alejada, la de la izquierda; solía compartirla con mis hermanas, pero ahora será solo mía. Billy me guía hacia ella, y su silla y mi maleta rodante hacen una composición estremecedora en ese enorme y agraviado silencio entre los dos.
No damos una vista a su cuarto, claro, me deja espacio para entrar en mi espacio privado y con esquivas miradas, meto mis cosas dentro. La puerta sigue abierta, pero nada más dar un paso hacia su interior, es fácil darse cuenta de que no han cambiado muchas cosas.
Es decir; quizás hayan desaparecido todos los recuerdos, dibujos o fotos que había compartido con mi familia en el pasado, pero el ambiente es dolorosamente familiar. Ahora solo hay una cama, hacia la izquierda; aparte de eso una mesilla de noche, un armario empotrado y dos ventanas que dejan plena vista de la luz que hace afuera. Todavía es muy temprano.
También tengo la suerte de tener un cuarto de baño personal.
Dejo mi maleta rodante en cualquier parte y la que cargo sobre mi hombro la dejo sobre la cama. Tiene mantas nuevas y hay una pequeña cajita de regalo sobre la cama. No quiero saber qué es, no me interesa realmente.
Suspiro suavemente, mirando hacia el techo. No estoy listo para esta nueva vida, para enfrentarme a Billy y a todo lo que significa estar aquí. Pero no tengo elección.
Cierro los ojos de nuevo, tratando de bloquear la sensación de estar atrapado en una pequeña jaula. Entonces, escucho esa silla de ruedas dar varias vueltas en mi puerta; indeciso, me giro para ver qué es lo que quiere ahora.
Su rostro ahora se arruga un poco, y sus cejas están fruncidas por completo. No aparta sus manos de los mandobles de la silla y su voz trata de dirigirse hacia mí con calma, pero solo me irrita.
―¿Podemos hablar más cómodamente en la sala? ―pregunta, como si tratase de ser un hombre de familia. Como si siempre lo hubiera sido.
Me muerdo la lengua, pero las palabras me salen solas.
―Estoy cansado, Billy. Ha sido... Todo esto ahora mismo es demasiado ―contesto, esperando que lo deje pasar. Pero no tiene esa intención.
Veo la forma en la que aprisiona sus labios. Sus ojos oscuros me escudriñan de parte a parte.
―Jacob, sé que esto es difícil para ti. Quiero que sepas que aquí vas a estar bien, hijo. La Reserva ha cambiado mucho desde la última vez que estuviste aquí. Y hay... mucho, mucho que quiero enseñarte y también muchos de mis amigos quieren conocerte, así que si no te importa...
Lo corto en seco porque eso es lo último que quiero escuchar. No necesito más personas tratando de hacerme sentir bienvenido en un lugar que no considero mi hogar.
―¿Tenemos qué hacer esto ahora? ―suelto, tratando de contener mi rabia que gorgoja en mi interior―. No estoy de humor, de verdad.
Billy suspira, su expresión se endurece ligeramente y pongo mi peso sobre mi pierna izquierda, entre que me cruzo de brazos.
―Entiendo que estés enfadado, pero aquí tienes una enorme oportunidad de conectar con tus raíces, con tu verdadera gente. Está es tu casa, hij...
Aprieto el agarre sobre mis brazos, cansado de escucharle hablar.
―Esta no es mi casa. Nunca lo será, ¿vale? ―Se calla nada más se me escapan esas palabras. Sigo hablando casi sin darme cuenta―. Debes entender que me vi obligado a dejar todo lo que quería muy lejos y que, por tu culpa, ahora debo estar aquí.
Billy suspira cansado incapaz de dar el brazo a torcer.
―Yo quiero que entiendas mi punto de vista. Después de todos estos años... he podido recuperarte a ti, y me gustaría que vieras lo bien que te va a hacer quedarte conmigo.
Me lo ha dejado a huevo.
No puedo evitar contestar rápidamente: —Yo no he vuelto porque quiera. Créeme, si pudiera, ahora mismo volvería con mi hermana sin pensarlo dos veces.
Entonces consigo dejarlo sin palabras. Estrecha sus manos varias veces mientras no aparta su mirada de la mía, y tras unos breves segundos bastante tensos, gira la silla y se dirige hacia la salida, soltándome un: «Acomódate. Hablaremos más tarde».
Pero la idea igualmente me resulta igual de poco tentadora.
Después se marcha y cierro la puerta de un golpe. Por fin un poco de paz, pienso, preparándome a sacar mis cosas y acomodarlas.
Un rato más tarde, he sacado lo poco que me pertenece y he tratado de acomodarlo lo mejor posible en ese cuarto que ahora es mi lugar seguro. Mis discos y cascos descansan en mi mesilla de noche, mientras doy unas vueltas por mis redes sin verlas realmente.
Mis amigos me dicen que ya me echan de menos y ellos no tienen ni idea de lo difícil que está siendo tenerlos tan alejados. No contesto sus mensajes; simplemente dejo mi móvil a un lado y observando ese techo viejo que me va a atormentar muchas noches, tomo la decisión de darme una vuelta por ahí.
Me guardo el móvil en mi bolsillo trasero y calzándome unas botas de montaña, salgo de la habitación, asegurándome de cerrarla tras de mí. Mientras camino por el pasillo, mantengo la esperanza de no encontrármelo. Pero está en la sala, con un par de cervezas y viendo un partido de fútbol. Baja el volumen de inmediato cuándo me escucha pasar por delante.
Yo trato de acomodarme la chaqueta de cuero marrón sobre mis brazos, mientras no lo miro. Aunque siento sus ojos taladrarme de parte a parte; su silla también gira en mi dirección, por lo que me doy prisa en mover mis piernas.
—Voy a dar una vuelta. Ya vuelvo.
Salgo por la entrada, ignorando su llamado. Pronto dejo atrás esa casa mientras me sacudo la trenza y la echo hacia mi espalda, necesitado de aire; de espacio, o de cualquier cosa que se meta de por medio ante la idea de permanecer en una casa con ese hombre.
Camino entonces por el barrio, cruzando casas con el mismo aspecto de la mía y chocando con rostros que me resultan totalmente ajenos. Aquí todo el mundo tiende a tener una piel más cobriza y me resulta un tanto extraño después de vivir en Seattle. Además, el ambiente ahora está un poco húmedo y el aire huele a lluvia.
La idea de que llueva no me desagrada tanto, pero igualmente... es muy diferente a Seattle.
Ignoro totalmente todas las miradas curiosas que me dirigen la mayor parte de residentes de La Reserva porque sé de buena mano que saben quién soy y, con mi paso rápido y cara de pocos amigos, evito que cualquiera se me acerque.
Pronto llego a la entrada de una enorme playa. En un cartel pone "La Push" y vagos recuerdos aparecen en mi cabeza, varios en donde baño allí dentro con mis hermanas. El ambiente allí es incluso todavía más fresco, eso me gusta.
Además, es enorme, con una orilla que parece no tener limites y un agua realmente cristalina, casi mágica. La visión sobrecoge un poco, pero con las manos en los bolsillos de mis vaqueros y confirmando que mi móvil siga allí, camino a través de la caliente arena con un paso un poco más letargo.
Disfruto de una efímera paz y tranquilidad la mayor parte del camino; pero más tarde, escucho a la perfección un ruido que estalla en mi silencio: risas. Y de jóvenes, eso sin duda.
Dando una vista cerca, encuentro a varios chicos apostados por fuera de la orilla, en rocas gruesas pero lisas. Por sus aspectos tan cómodos, me hace pensar que son los que mandan en este lugar; me siento incómodo, otra vez.
Y de verdad, me planteo regresar, pero es tarde cuándo uno de ellos alza sus ojos hacia mí. Entonces es imposible devolverse y hacer que nadie me ha visto.
Aunque saboreo la idea cuándo me encuentro con esa mirada oscura de antes. «Genial. Es el chico que pasó por completo de mí antes», descubro nada más darle una vista de soslayo.
De todas maneras pronto sonríe petulante y aparta la mirada. Siento un retortijón ante eso; también cuándo todos esos chicos (puede que incluso más jóvenes que yo) se carcajean ante sus anchas. Pienso que se están partiendo la caja de lo despistado que me veo, pero de nuevo, paso de ellos.
Sigo el camino con más rapidez que antes y procuro terminar aquella larga distancia; continúo hacia adelante decidiéndome por la misión de mantener la mente en blanco y de ignorar al resto del mundo. Claro que no me espero que un jovenzuelo de sonrisa suelta, de ese grupo, me alcance con rapidez.
Aún así, solo le doy una mirada por encima pero no me detengo. Para que quede claro que no quiero hablar con nadie ahora mismo. Pero ignora todas las señales.
—¡Hey! ¿Eres el chico nuevo, no? ¿El hijo de Billy Black? —Su intensidad me arolla al instante, pero a sabiendas de qué sus amigos no pierden vista de nosotros, trato de no ser grosero.
—Eh, sí... Jacob Black. —Estrechamos ambas manos, pero no dejo de seguir mi camino.
—Yo me llamo Seth Clearwater, tengo dieciséis años y estaba emocionado por conocerte. Tu padre no ha dejado de hablar de ti —Vaya. Eso no lo hace mejor— y creo que te va a venir este nuevo cambio de aires.
Ja. Perdona que lo dude.
—Gracias, supongo.
Y a pesar de mi escueta respuesta, me sigue mirando con ojos enormes y brillantes, como si esperase que le contara toda mi vida de un tajo. Por supuesto que no lo hago y agradezco que lo llamen a gritos. Se detiene abruptamente y me sonríe, con una pequeña disculpa. Yo le dedico una sombra de disculpa, viéndome obligado a detenerme también.
No quiero problemas ahora mismo con nadie, solo lo hago por eso.
—Te llaman. No te preocupes, ya... Ya tendremos tiempo para conocernos. —Mis palabras son escuetas y vacías, pero por la forma en la que me sonríe, creo haberme equivocado.
A lo mejor se lo toma en serio y todo.
Mientras sale despedido hacia su grupo de amigos, me grita una invitación. «¡En dos días tendremos una fiesta de la hoguera aquí mismo, pásate si quieres!», dice. Pero no pienso hacerlo. Lo despido con una mano y hasta puedo jurar que agita una cola imaginaria.
Y aunque siento novedosos ojos encima de mí, salgo de aquella playa y me meto en una bifurcación pequeña. Me lleva hacia un bosque, extenso y todavía más frío, pero no me detengo. Ahora mismo saco el móvil, para ver la hora.
17.30 pm. Aún es muy temprano, y no tengo muchas ganas de volver a la casa de Billy.
Por lo que me dedico a seguir caminando, tomando algunas fotos para mandárselas a mis amigos y a mi hermana Rachel más tarde... Hasta que me detengo en un pequeño hueco en el camino. Aunque eso es decir poco, ni siquiera había discernido el olor a agua hasta detenerlo delante.
Guardando el aparato tecnológico de nuevo en mis vaqueros, elevo un poco la cabeza para darme cuenta del tamaño que tiene esa grieta. Literalmente es como un arroyo, pero más hondo y creo que va tirando más a asemejarse a un río. Separa el bosque en dos lados.
Además, arrastra múltiples olores, que se mezclan con el hedor salino característico de este tipo de bifurcaciones. Por alguna razón decido quedarme sentado allí un buen rato. Se está bastante bien, de verdad.
Me arrodillo sobre la hierba fresca, algo húmeda y abrazando mis piernas, me dedico a cerrar los ojos y a disfrutar esa pequeña calma. Tranquiliza los molestos aleteos de mi corazón, que a veces son abruptos y apaga todos los ruidos de mi cabeza. Todas las culpas y resentimientos en general.
No estoy seguro de cuánto tiempo he pasado allí escondido, pero cuándo abro los ojos, la luz del cielo se torna anaranjada y rosada, y sé que pronto caerá la noche. De pronto, dando una vista a mi alrededor, me doy cuenta de que el agradable ambiente parece haber desaparecido por completo.
Los altos árboles, antes majestuosos y delicados, ahora parecen haber tomado un aspecto mucho más oscuros. Un escalofrío se reparte por mi columna, pero me obligo a no perder los estribos a pesar de que una sensación amarga se apodera de mí. Me pregunto si debería regresar de inmediato, y no lo dudo mientras pongo pies en polvorosa.
Sin embargo, cualquiera de las cosas que pensaba hacer se interrumpen por ella.
Por esa chica que ha aparecido al otro lado del bosque, a ése que no puedo llegar. Sus ojos dorados, distantes y fríos me taladran con fuerza. Trato de no ponerme nervioso y cruzo mis brazos sobre mi pecho; acción que he tomado a lo largo de los años, cuándo trato de no ponerme nervioso. Es una manía, actualmente.
«¿De dónde ha salido?», me pregunto mentalmente, incapaz de creer que alguien con esa belleza tan irreal exista en este mundo. Demasiado exquisita e inalcanzable.
Posee una piel pálida que contrasta con el oscuro verde del bosque. Es alta y esbelta, también. Tiene esos ojos dorados que tomo por lentes de contacto, y luce una preciosa melena rubia y ondulada, que deja caer por su espalda de una forma espectacular. Lo más impresionante, es su figura: una estrecha cintura, unas remarcadas caderas, piernas fuertes y unos brazos delicados. Todo ello la hace ver como una princesa, y me hace dudar de si mi visión es real.
O de sí más bien, estoy flipando en colores después de esta locura de día.
—Oye... —Intento preguntar su nombre, pero ella habla primero.
Su voz es una dulce melodía, como si estuviese tocando un arpa o como si fuese la voz de una sirena. No obstante, la rudeza con la que lo hace quita todo encanto de inmediato.
—No te atrevas a cruzar la frontera, estúpido, si no quieres tener problemas conmigo. ¿Los quieres? ¿Quieres que te demuestre quién manda? —Y aunque niego con la cabeza, no tardo en sentir mis mejillas calientes.
¿Desde cuándo dejo que una total desconocida me hable de esa manera? Ese pensamiento me hace cortar de raíz ese encanto que parece haberme engatusado.
Ni siquiera dejaba que el idiota de mi amigo de Seattle, Jason Drede, que era el líder de mi grupo, me faltase el respeto de ninguna manera.
—En primer lugar, no nos conocemos de nada para que me hables de esa manera, Rubia. —Veo cómo frunce su ceño con mi apodo improvisado, pero continúo—: Y segundo, me parece increíble que seas la única de La Reserva que no sepa quién soy.
—¿Debería? —pregunta ella, con una sonrisa burlona.
—Teniendo en cuenta qué soy la comidilla del pueblo, sí —contesto con rapidez y después descubro una nota de reconocimiento en su mirada dorada.
Cambio el peso de mi pierna, incómodo por vigésima vez en el día.
—Eres el hijo de... Billy Black. Claro que sí. —Asiento una sola vez, de verdad impresionado con que la noticia de mi llegada haya volado de esa manera—. Por eso no sabes nada de nosotros, de esto.
Sus palabras me resultan extrañas y aunque quiero preguntarle sobre ello, mi boca se seca cuándo siento un golpe de aire tras mi espalda y al ver lo trastornada que se vuelve su rostro de marfil y de muñeca, me echo hacia atrás. De repente ya no me parece al ángel caído del cielo.
—¿Qué? ¿Qué pasa?
Oculta su mandíbula con el dorso de su mano, mientras da dos pasos hacia atrás. Sus ojos cogen un brillo antinatural y repentinamente, me siento una especie de presa o animal pequeño apunto de ser devorado.
Suena ridículo, lo sé.
—Tienes un efluvio mortal muy atrayente.
Y eso lo único que dice antes de regresarse por los vastos árboles y de que su figura se esfume en una oscuridad complacida. Todo me parece de repente muy bizarro.
Pienso por un momento que mi cabeza me ha pasado una mala pasada y repasando su última frase varias veces, alzo la cabeza hacia el cielo. Este se alza sobre mí con pájaros bailando en sus nubes. Son cuervos, me doy cuenta al escuchar la forma en la que graznan, inquietos y cohibidos. Me da mala espina, como todo en este lugar, así que regreso sobre mis pasos.
Aún así, sus ojos brillantes y su cabello dorado no salen de mi mente.
No pienso en los chicos de la playa, que por suerte no están cuándo vuelvo a pasar por La Push, así que me digo que por hoy la suerte me ha dejado libre el camino.
Entonces, a punto de dejar la playa a mis espaldas, escucho un aullido resonar tras mi espalda y aunque miro en aquella dirección, no encuentro nada. Pienso qué se trata de algún lobo, de esos de los que me avisó mi hermana antes de venir, pero la idea de encontrarme con uno me aprisiona el corazón.
Me fijo en la hora. 19.49 pm. Es hora de que vuelva.
«A lo mejor puedo convencer a Billy de que me deje en paz hasta mañana», cavilo sobre mis posibles excusas en mi cabeza, sin prestar atención a los cuervos que sobrevuelan sobre mi cabeza sin alejarse de mi lado.
Sin dejarme solo.
🐺🩸... ELSY AL HABLA (!)
muchas gracias por darme su apoyo y no dejar morir la historia. sé que me he tardado en actualizar, pero la vida mundana me retiene con sus cadenas.
además está el hecho de que no tengo ordenador todavía y que solo puedo escribir cuándo me lo prestan. como ven, jacob aquí todavía tiene el pelo largo pero pronto se lo cortará. he cambiado muchas cosas de la vieja versión y creo que esta está mucho mejor escrita.
les tengo una buena noticia: ya me llega el ordenador. y como ando de vacaciones, nada más tenerlo, van a tener un montón de actualizaciones como en mi segunda cuenta ( xElsyNight ) en donde, además, he cambiado un poco mi fic de Crepúsculo en los Juegos del hambre, y al final sí es de Jacob x Edward. pueden pasarse cuándo quieran.
nos veremos, pronto, mis sanguijuelas.
𓃨
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