OO7
𝗥𝗢𝗕𝗢𝗧𝗜𝗖
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
EL RESTO del mes pasó volando en un rápido desenfoque de movimiento, luces abigarradas y formas borrosas arriba y abajo de la acera. La festividad se había apoderado de Deadwood, y con ella el indomable espíritu de euforia. Era intrigante, incluso admirable, presenciar cómo la emoción impregnaba la ciudad y a sus ciudadanos, y lo envolvía todo en vivos tintes. En efecto, la feria encendía chispas crepitantes y llamas viciosas en todo el mundo — Ellie nunca había visto un asunto más coordinado y ambicioso.
Se sintió bastante desubicada durante las dos primeras semanas, hasta que Aaron mejoró su implicación encargándole todo tipo de recados. Ella, como todo el mundo en el pueblo, apenas pasaba ya tiempo en casa, demasiado ocupada con los preparativos del evento. Incluso aquellos que nunca daban la cara no podían evitar estar presentes. Era, realmente, el momento más óptimo del año para hacer conocidos. También servía como distracción; una oportunidad para ocupar la mente y tensar las cuerdas en torno a ella.
Ellie y el grupo se quedaban despiertos hasta altas horas de la madrugada, normalmente apiñados en una de las casas familiares—nunca las casas de Ellie o Emma, demasiado pequeñas—, trabajando en cualquier proyecto que hubieran emprendido: diseñar la decoración, juzgar la próxima actuación de Amanda, distraerse con una cosa u otra. Ellie era, mayormente, una participante pasiva — no proponía nada, sólo escuchaba y trabajaba. A los demás les parecía bien.
El trabajo continuó. Algunas otras familias podían, tal vez, ralentizar sus esfuerzos, pero la familia St. James no. No era demasiado agotador, por suerte, al menos para ella, un mero peón en su trabajo, cuyo único deber era ir de patrulla y, en ocasiones, escribir informes para Blake. Hablando del diablo — no se podía decir lo mismo de ella. Si ya era habitual que Blake se mostrara adusta y sombría, a la manera de un cadáver que acaba de encontrar el camino de vuelta a una vida malhadada, ahora era algo más severo, como si el camino de este desdichado cadáver se hubiera vuelto cada vez más espinoso. Daba que pensar. Aaron afirmaba que ella estaba llevando bien el trabajo, pero se negaba a explicar qué otra cosa podía ser la causa de ese malestar. Ellie no era cercana, ni mucho menos, a Blake, pero una cosa que siempre había hecho bien era observar. No se le escapó la forma en que esa mirada se ennegrecía aún más—lo que antes nunca había creído posible—, la creciente falta de sueño—que antes ya había sido oceánica—, las interminables tazas de café entregadas en su despacho. Algo más estaba ocurriendo — soldados que se paseaban por la ciudad, dirigiéndose a dios sabe dónde, participando en salidas secretas; reuniones incesantes en el despacho de la jefa, con la puerta fuertemente cerrada. Además, se había desatado una sucesión de intentos de asalto a la ciudad. Nunca conseguían entrar realmente, pero era una extraña novedad experimentar esos incidentes... desordenados, llamativos pero, a la vez, no conflictivos. Eso, al menos, explicaba por qué Blake estaba trabajando más que nunca, pero no explicaba por qué o cómo ocurrían estas cosas en primer lugar. Ellie había hecho muy pocas conjeturas. Le había venido a la mente la situación de Montier, pero no podía ser eso — no podía merecer tanta atención, teniendo en cuenta lo poco que le preocupaba al grupo.
No importaba, el pueblo hablaba. Aunque los asaltantes no habían podido cruzar las puertas, este repentino estallido de violencia había hecho que la gente se preguntara si Blake se había vuelto de verdad ineficaz en su trabajo, lo que—Ellie imaginó—posiblemente provocó una oleada de vítores en Montier.
Afortunadamente, Blake tenía un carácter inquebrantable y respetuoso. Por lo que Ellie había visto, nunca se había comportado de forma descortés con nadie, y mucho menos con ella. Incluso cuando entraba en su despacho a altas horas de la noche, con preguntas, con desafío, y veía el blanco fantasmal de un rostro que le devolvía la mirada—los ojos fatigados, y debajo, el azul profundo perfilando medias lunas y la tensa arruga de las cejas—, nunca había sido atacada por impertinencia. Se alegró de ello; ¿no sería atroz tener que soportar los latigazos de una jefa vituperante?
A las ocho de la tarde, tras regresar de patrullar y pasar por comisaría, Ellie se dirigió, como había decidido el grupo, a casa de Aaron, para unirse a los demás en las actividades que habían planeado. Las noches ya no eran tranquilas en Deadwood: se discernía un ligero y fresco bullicio de excitación — un telón de fondo al sonido de martillos, clavos y tablones de madera.
Se deleitó con el ambiente durante su paseo, sintiéndose insensatamente tranquila como siempre que caminaba por estas calles cálidamente iluminadas. Un suave frío flotaba en el aire, procedente del este, de las cimas de las montañas y de las verdes copas de los árboles. Llevaba las manos metidas en los bolsillos de la chaqueta, a salvo de la brisa que le levantaba el flequillo. Llevaba el resto del pelo recogido al estilo de cuando tenía diecinueve años, necesitando controlarlo ahora que le había crecido más. Tenía que volver a cortárselo.
El paseo fue breve pero agradable. La casa de Aaron estaba situada en el mismo centro de la ciudad, junto a otras casas familiares igual de suntuosas e imponentes, divididas por setos espesos y vibrantes de los que se ocupaba habitualmente un gracioso grupo de jardineros. La casa de Aaron estaba construida con ladrillos del color de la sangre fresca, en el extendido diseño victoriano de Deadwood. Rematada por tejados cónicos y a dos aguas de un tono gris oscuro, poseía un agradable contraste con las ventanas, columnas y aleros de un blanco nacarado que jalonaban el edificio.
Ellie cruzó el césped perfectamente cuidado, caminó por el crepitante sendero de piedra y llamó tres veces a la puerta mientras sus herrajes de bronce brillaban dulcemente sobre ella. Oyó un jaleo sordo procedente de algún lugar del interior de la casa, que se elevó brevemente antes de que las puertas arqueadas se abrieran ante ella. Emélise siempre era quien le daba la bienvenida, después de—lo que Ellie suponía—provocar un alboroto en sus intentos de llegar a la puerta antes que nadie. Su sonrisa era radiante, sus caninos más afilados que los de la mayoría.
—Hola. Por fin estás aquí —saludó—, no sabes lo insufrible que ha sido estar sola con esos idiotas.
Ellie levantó ligeramente la comisura de los labios al entrar en la casa. —Me alegro de poder ayudar.
Aferrándose a su brazo con una última mirada jocosa, Emélise la condujo a través del vestíbulo hacia una gran puerta arqueada que se abría al salón y que revelaba la fuente del caos. El lugar estaba casi patas arriba; un revoltijo confuso de muebles mal colocados, herramientas y cachivaches esparcidos y gente de sangre caliente que bullía de pasión. La voz de Amanda fue lo primero que Ellie distinguió, emergiendo claramente del caos:
—Aaron, ¿qué coño estás haciendo? —Giró el cuello bruscamente para mirarle. Él masticaba uvas verdes, de manera despreocupada. —¡Dame el maldito hilo!
Él soltó el cuenco y levantó los hombros en un gesto cauteloso. —Cielos —le cedió un carrete de hilo—, ¿por qué te pones tan grosera?
—¡Te lo había pedido literalmente tres veces, céntrate y haz algo!
—¿No puede un chico relajarse? —Su respuesta goteaba fastidio fingido mientras volvía al frutero, sin inmutarse por su reprimenda.
—Chicos —Jamie habló, sin levantar la vista de su trabajo. —¿Pueden dejarlo ya? Ellie acaba de llegar.
El grupo se sobresaltó como si les hubieran pinchado bruscamente con agujas; algunos de ellos—Lana y el propio Jamie—le dedicaron sonrisas despreocupadas antes de volver a encorvarse hacia sus tareas. Aaron, por su parte, le lanzó una uva, sin contemplaciones. Ella frunció las cejas cuando le golpeó la cara, aunque no estaba realmente enfadada. Él levantó las manos y exclamó:
—¡Por fin! —Su mirada cerúlea centelleaba de regocijo—. Has tardado bastante. Ves, trabajas demasiado.
Antes de que Ellie pudiera replicar, Amanda llamó su atención, saludándola enérgicamente como si no se hubieran visto ayer mismo por la noche.
—¡Hola, Ellie, hola! Mira. —Levantó una prenda de una sola pieza, excesivamente brillante, de la que sobresalían agujas dobladas y alfileres. Se podía vislumbrar el producto final y era algo bonito—aunque un poco cursi—, el conjunto patriótico rojo y azul que estaba confeccionando. Aunque los dientes de Amanda centelleaban más que la ropa.
Ellie le dirigió una leve sonrisa como respuesta, mientras se inclinaba para tomar la uva caída en su mano.
—No quiero que los días del conde Drácula sean peores de lo que parecen, ¿sabes? —Volvió a lanzar la uva a Aaron, quien sufrió un ligero golpe en el párpado, demasiado absorto en masticar el resto de la fruta como para esquivarla. Emitió un sonido nulo de protesta, antes de reírse.
—Sabio, en realidad.
Ellie tomo asiento junto a Lana, cuyos pesados pendientes se balanceaban y tintineaban al golpearse sus piedras entre si, radiantes de rojo. A su lado, Jamie se afanaba en diseñar una especie de letra en un gran trozo de cartulina. Le dio a Ellie un trozo, sin necesidad de palabras, para que empezara a recortarlo. Comprensión sin complicaciones, ya era rutina de pecho.
Justo cuando Ellie iba a preguntar por ella, Emma emergió del pasillo, a paso rápido. Había estado en la cocina; aparte de lo obvio—el delantal marfil, la harina espolvoreando la mejilla—, uno podía adivinarlo por el aroma afrutado y enfermizamente dulce que se arrastraba tras ella y la masa pegajosa que le remendaba las manos.
—He oído que Ellie estaba aquí —sonrió, sus ojos brillantes posándose en ella. —¡Hola!
—Hola —Ellie levantó la barbilla—. ¿Qué haces?
—¡Practicando mis recetas de tartas! Aaron ha tenido la amabilidad de prestarme su cocina, como siempre.
—No, ni lo menciones. Toda tuya —añadió Aaron, haciendo un rápido gesto con la mano.
—¿Ya tienes quien pruebe? —preguntó Ellie, apartando una letra muy bien cortada.
—Sí, lo siento —Emma se apoyó en la pared, compungida—. Pero todos comerán un poco, ¡como siempre!
Ellie la miró con curiosidad. Por lo general, sus compañeros de cata eran Aaron o Ellie, los dos más aficionados a los dulces (o con los que Emma se sentía más cómoda). Aaron siempre presumía de ello cuando le tocaba. Hoy, no lo hizo. Quizá Emma había cambiado un poco las cosas.
—Más te vale —terminó respondiendo Ellie, volviendo la vista a su trabajo.
Emma soltó una risita suave antes de volver a la cocina, con la fragancia azucarada arrastrándose tras sus pasos. Ellie casi pudo distinguir de reojo cómo Emélise puso la mirada en blanco. Era extraño. A veces podía ser magníficamente agradable—como Ellie había llegado a descubrir durante sus salidas—, lo bastante ingeniosa y gentil como para hacerte sonreír sin darte cuenta. Otras, podía ser tan venenosa como una víbora sin razón aparente o justificable.
El grupo trabajaba rápido. En cuanto alguien terminaba con una tarea, enseguida la seguía con otra, sin que faltaran las charlas ni los entretenimientos ligeros. El festival iba a celebrarse dentro de dos días, en un acogedor domingo. Afortunadamente, habían estado trabajando lo suficiente durante los últimos meses como para no verse desbordados por el trabajo de la última semana.
Luego de una hora y algo más, Ellie decidió tomarse un pequeño descanso. Mientras se llevaba bayas a la boca, sonó el timbre. Antes de que nadie pudiera siquiera dar un paso en dirección a la puerta, Emma salió de la cocina como una loca y echó a correr, limpiándose las manos llenas de harina en su pueril delantal de gato. —¡Ya lo tengo! —Declaró, como si todos no se hubieran dado cuenta. Unas cuantas miradas intrigadas más tarde y volvió con una Blake de aspecto adusto, cuyo semblante saturnino contrastaba fuertemente con el efervescente de Emma. El rostro de la más joven había adquirido un tono más rosado, sobre todo en los pómulos.
—¡Colega de cata! —Emma señaló a Blake, como si les presentara un pequeño robot. Al fin y al cabo, sí actuaba como tal la mayor parte del tiempo.
—Desalmada —Aaron sacudió la cabeza, mirando a la recién llegada—. No me dijiste que venías. ¿Por fin has hecho tiempo para nosotros?— Se cruzó de brazos, girando la cabeza hacia un lado como un niño petulante. Blake lucía divertida — la más leve curva en la comisura del labio, un minúsculo brillo en los ojos. Era una mirada que Ellie no había visto antes.
—Creo que es mejor que te quedes en tu pequeño despacho —dijo Emélise de la nada, acercándose y agarrándose al brazo de Ellie, que la miró con recelo—. La tripulación está completa.
—Encantador —se limitó a responder Blake, lanzando a Ellie una mirada furtiva que no pudo descifrar, antes de volverse hacia Emma, quien pareció despertarse de un sueño.
—Oh, cierto. ¡Vamos! —Tras esto y un aplauso, ambas desaparecieron en la cocina.
Aaron aún parecía algo disgustado, con la boca fruncida en un tenso mohín. —¿Se lo pueden creer? Me ha abandonado totalmente.
Amanda puso los ojos en blanco. —Ay, pod favod.
—Sácate eso de la boca, suenas estúpida.
Ella sacó la cinta métrica de sus labios. —Ay, por favor, dije. No seas dramático. Ella literalmente deja que la molestes veinticuatro siete.
—Sí, cuando la pillo en su despacho o en otro sitio. Pero ya nunca viene a pasar el rato. ¿Se acuerdan de cuando solíamos hacer esto con ella? ¿Todos los preparativos para el festival?
—La catadora de Emma por siempre. —Sonrió Lana, clavando unos clavos en un trozo de madera.
—Me pone triste. No, me... preocupa. Desde que... —Aaron se interrumpió, y sus ojos se posaron en Ellie—. Ya saben —Apartó la mirada. Se hizo el silencio mientras los demás miraban a Ellie, con caras que a ella no le interesaba desentrañar.
—No me importa. —Su respuesta llevaba una leve amargura. Todavía se sentía como una intrusa, al ser tratada constantemente con este tipo de deshonestidad y falta de confianza.
Como si leyera su mente, Amanda habló, considerada como siempre: —Lo siento, Ellie. No es que queramos ocultarte cosas... Es que no son cosas nuestras para contarlas.
—En serio —Ellie hizo un gesto con la mano—. No me importa.
—De todos modos —intervino Aaron—, se acabó tu descanso, señorita. Ayúdame con esto, ¿puedes?
Ellie volvió al trabajo. La conversación se reanudó después de más tiempo de lo habitual, pero finalmente lo hizo. El aroma que salía de la cocina era embriagador, casi mareante: una mezcla azucarada confeccionada sólo con las frutas más maduras y las masas más frescas. Sus estómagos se convirtieron en abismos después de media hora, y la suerte quiso que Emma y Blake reaparecieran de la habitación celestial con tartas sobre tartas, en varias bandejas. Como adolescentes, se levantaron del suelo y se dirigieron al comedor, allí en la habitación de al lado, y se sentaron a ingerir todo el azúcar que no debían.
—Bien, estos son los que voy a presentar en la feria. ¡Prueba de sabor aprobada! —Exclamó Emma mientras colocaba las tartas sobre la mesa, Blake ayudándola con platos y otros utensilios—. Por supuesto, estas no son las versiones finales. Y no las revelaré, porque es un secreto.
Aaron ni siquiera esperó a que ella terminara de hablar para comer. Gimió ruidosamente, con los ojos cerrados.
—Dios... Si éste es el prototipo, ¡la tarta de verdad nos matará en la feria! —dijo. Emma hizo una pequeña reverencia y se sentó para verlos comer. "Los cocineros no comen", como a ella le gustaba decir.
Ellie se sirvió una porción de una de las tres tartas. —¿Qué lleva ésta?
—Oh, es de melocotón, frambuesa y albahaca. Mi favorita.
Ellie le dio un mordisco. Bueno. Definitivamente pasó por algunas penurias internas para tragarse un gemido igual al de Aaron. Lo único que Emma vio fueron sus ojos abiertos de par en par, y eso fue suficiente. Los demás también la colmaron de cumplidos, y una ligera charla se elevó por encima del ruido de los platos. Pero Emélise no tocó la comida, sino que se quedó mirando la pared con el ceño fruncido y unos ojos que parecían desear un revolcón.
Lana entretenía a Emma con un interrogatorio fervientemente apasionado sobre las glorias de la repostería, y Aaron charlaba con todos los demás sobre dios sabe qué, como sólo él sabe hacer. Ellie no comió tanto como hubiera querido; aún le estaba cogiendo el tranquillo a su viejo estómago. Tras unos momentos de silencio, decidió excusarse e ir a tomar el aire.
Era tarde — pasada la medianoche, como podía deducirse por la mordedura más frígida del aire. Ellie se lamió los labios, saboreando el tenue dulzor que quedaba. A Dina le encantaban las tartas, era uno de los postres que más le gustaba preparar. Y aunque las de Emma estaban deliciosas (seguramente incluso más), había algo que picaba al pensar en las hechas por las manos de Dina. Probablemente ni siquiera era por el sabor en sí, sino por lo que significaba. Hogar. Ligeras tardes en la mesa, frente a humildes comidas y postres pequeños; la raya roja de mezcla de cereza que manchaba la mejilla de JJ. Casi podía oler las paredes de madera deteriorada y el modo en que su aroma se fundía con el de la comida. Algún día tenía que dejar de evocar su pasado.
—¿Estás bien?
Ellie giró ligeramente la cabeza. Blake estaba unos pasos por detrás, con sus ojos cansados y el corto pelo negro ramificado a los lados de su cara.
—Sí —respondió Ellie, con la voz un poco ronca—. Sólo quería un respiro.
Oyó movimiento, pero no volvió a mirar. Una silla crujió y luego no se escuchó ningún otro sonido — apenas el ir y venir de la respiración de otra persona. Después de un largo rato de silencio, durante el cual Ellie se puso cada vez más ansiosa, preguntó:
—¿Te han enviado a buscarme?
—No. También necesitaba un respiro. La mirada asesina de Emélise me estaba agujereando el cráneo.
—No es que le guste mucha gente, pero tú pareces ser la que más le disgusta. ¿Por qué?
Blake dejó pasar unos segundos en absoluto silencio, como si sopesara sus palabras. Ellie casi pensó que no iba a contestar.
—Me odia más porque nunca me molesté en consentirla. No dejé que sus acciones quedaran impunes. —Acabó respondiendo—. Es ignorante y desdeñosa, y piensa las cosas de manera inmoral.
Ellie se quedó un poco sorprendida por la severidad de todo aquello — aunque ya debería acostumbrarse. Y debería haber discutido, defendido a Emélise, pero no había ninguna falacia perceptible en la afirmación de la otra. Le hizo preguntarse por qué estaba haciendo lo que estaba haciendo.
—Disculpa la dureza de mis palabras —continuó Blake, cortés como siempre—. Sé que ustedes dos están comprometidas en algo, y les deseo lo mejor. Tal vez incluso puedas encaminarla por una senda mejor, buena chica que eres.
Los dedos de Ellie se crisparon y ella movió los pies. —Joder —se encontró a sí misma exhalando—. ¿Yo?
—¿No estás de acuerdo?
—Me han llamado de todo menos eso.
—Tienes piel dura y eres malhablada, pero eres buena, por lo que he visto. Y no me gustaría ver otra cosa.
Ellie soltó una corta risa. Blake había sonado autoritaria por un momento. —Claro, jefa
—respondió sardónicamente.
Un compás de silencio pasó. Ellie continuó:
—Pero, ella y yo no estamos... No estamos intentando nada.
La otra no contestó y, aunque Ellie no la miraba, casi pudo distinguir su intriga. No sabía por qué lo había dicho. Había sido una especie de impulso irracional y desesperado para defenderse de las acusaciones, que, al fin y al cabo, no eran realmente acusaciones.
—En realidad, lo estamos. Acabo de mentir —Ellie se pellizcó el puente de la nariz, pensando muchas cosas—. Pero no estoy segura de estar de acuerdo con ello.
—¿No estás de acuerdo con lo que estás haciendo voluntariamente? —El tono de Blake la hizo sentirse tonta. Tal vez lo era.
—Lo sé, es una puta estupidez. Soy un desastre.
—Yo diría complicada.
—Supongo.
Punto, punto, punto. Más silencio, y el viento soplando entre los árboles. La mente de Ellie consideró varias opciones. Había pensado en dejar las cosas con Emé desde el principio. No es que siquiera le gustara lo que hacían, pero se sentía obligada a demostrarle a la vida que podía seguir adelante. No funcionaba. Cada vez que Emélise salía de su casa después de una noche agitada, se sentía aún más disgustada.
Cantaban los grillos, posados bajo las estrellas titilantes. La noche traía consigo una especie de oscuridad que siempre la había tranquilizado. Finalmente miró hacia atrás y vio a Blake sentada en una de las sillas del porche, con las piernas ligeramente abiertas. Sobre ellas, sus manos, cruzadas. Ellie tomó asiento en la silla del otro extremo del porche.
—Aaron te echa de menos, por si no era obvio —siguió intentando entablar conversación. Dios sabe por qué.
Blake miraba a lo lejos, al largo tramo de carretera y ciudad más allá. La luz de la luna se deslizaba sobre su perfil, resaltando los bordes más afilados.
—Lo sé —respondió.
—Todo el mundo dice que son mejores amigos o algo así. ¿Por qué te alejas? —Ellie se entrometió. Se arrepintió un poco, aunque no hubo reacción por parte de la otra—. No es asunto mío. No tienes por qué contestar a eso.
—Es complicado —respondió Blake, para su sorpresa—. Y quizás patético. —No hubo más comentarios al respecto después, y Ellie no presionó.
Cuando se volvió a oír alguna palabra, después de otro largo—aunque no exactamente incómodo—silencio, fue por parte de Blake:
—Estás haciendo un buen trabajo.
Cuando los ojos de Ellie se desviaron hacia ella, la encontró mirándola fijamente. Era una vista extraña, con aquellas sombras altas cubriéndole los ojos.
—Gracias —su respuesta fue más rígida de lo planeado. No esperaba el cumplido al azar—. Intento hacer algo, teniendo en cuenta los tiempos que corren.
—Ah, sí, los tiempos.
—¿Qué?
—Todos evitan el tema, demasiado cómodamente instalados en la cobardía. Como si de algún modo no fuera a enterarme si no lo cuentan.
Ellie permaneció en silencio, sintiéndose cerca de una repentina puerta abierta que podría cerrarse con el menor rastro de viento.
—Los tres monos sabios.
—¿Qué? —Ellie sonrió ligeramente. Qué frase más tonta.
—No escuchar el mal.
Ellie finalmente recordó. —Ah. ¿No ver el mal?
—Y no decir el mal.
—Pues diré el mal. Estás metida en buena mierda.
Un leve sonido—suave y bajo, casi imperceptible—, salió de los labios de Blake. Sus hombros temblaron una vez, luego se calmaron, como si el momento nunca hubiera ocurrido. La noche se congeló.
—¿Acabas de... reírte? —aventuró Ellie, más satisfecha de sí misma de lo que debería.
Blake se puso en pie, alcanzando su gran estatura. —No soy un robot, señorita Williams.
Sin nada más que añadir, regresó al interior, dejando a Ellie con un asombro que ni ella misma podía comprender. Ah, un robot. Había estado pensando en eso antes.
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
DEADWOOD
festival next, woohoo
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