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𝗔 𝗡𝗘𝗪 𝗠𝗢𝗥𝗡
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
SE DESPERTÓ en medio de un espeso encubrimiento de dolor; una profusa agonía que moraba en su médula. Estaba acostumbrada a ello—a una sensación arraigada e inconfundible que permanecía en sus músculos, como si el hierro mismo se estuviese pudriendo bajo su piel.
Se le escapó un gemido—la debilidad del mismo ni siquiera sonando como ella. Su respiración era entrecortada, como la de un corredor cansado hasta los huesos. Estas sensaciones (la forma en que su pecho apenas conseguía elevarse antes de replegarse bruscamente en su umbral; los temblores que comandaban sus dedos rígidos; los labios fisurados, fríos y nerviosos... ) las atribuyó a una rama muy enferma de la ansiedad, que había fermentado ruidosamente hasta grados insondables a la luz de los últimos años.
Así que se quedó tumbada, de piedra, mientras se marchitaban los primeros bostezos de la mañana: petirrojos gorjeando mientras emprendían vuelo y se alejaban como brumosas manchas en el azul; la clara lámina de cielo salpicada por tupidas multitudes de palidez letárgica; un roble pintoresco, con sus cálidas hojas azotadas por el viento; el primitivo y constante despertar de un mundo maldito al latido de un corazón. Y el tiempo corrió con cruda pereza, liberando cuerpo y mente. Su mirada se quedó clavada en la suave forma en que un chorro de luz solar fluía hacia la habitación desde una pequeña ventana con toldo. La vista la relajó.
Cuando, por fin, volvió a ser completamente consciente, la rigidez de su cuerpo había disminuido ligeramente y el sol parecía más brillante. Consiguió sentarse, con aquellas pálidas piernas estiradas.
No había dormido mucho la noche anterior, lo cual no vino como una sorpresa. Una experiencia de sueño plácido y satisfactorio era un acontecimiento raro para ella, escasamente repartido a lo largo de su vida como si fuera muy solicitado. Incluso de jovencita, bajo muros tan imponentes como los de la escuela militar—y la familiar presencia de Riley a su lado—, nunca alcanzó un patrón de sueño ordenado. Ahora más que nunca, se sentía imposiblemente inalcanzable, pues sus noches eran plagadas y atormentadas de formas imprevisibles. En lugar de ser un entorno relajante y tranquilizador, las borrosas fases del sueño eran un estado extraño controlado únicamente por los pensamientos y recuerdos más vituperables. En esos momentos de agonía ensordecedora existían sensaciones que nacían y se tejían en el aire—como el niño de la soledad, que miraba desde el otro lado de la habitación con el rostro inexpresivo y velado por la sombra; y un murmullo de calor, de piel bronceada y ojos de cristal. Ellie siempre despertaba empapada, brillante y con un aspecto enfermizo, esperando a que los ecos de la tortura se desvanecieran en la nihilidad.
El ciclo se repetía entonces: Volvía a caer en el sueño pensando en todo lo que había perdido y arruinado, sólo para ser despertada de nuevo por la mismas piezas dolorosas.
Gruñó. La cabeza le latía con fuerza. Pensar tan excesivamente después de ese escaso descanso no era bueno. Se pasó una mano por la cara, cerrando esta sombría jaula autoimpuesta de una vez por todas. Ahora, con la mente mucho más neutra que cuando se despertó, podía estudiar el entorno suavemente iluminado por el sol de un modo que no había podido la noche anterior; más claro, más detallado: los hilos sueltos en el colchón, sus delgados brotes colgando perezosamente; paredes desnudas de fino arce; una bombilla pendiente en medio del techo, que al oscurecer bañaba la habitación en un apagado tono amarillo, inútil ahora a los pies del alzado sol. En el suelo había más colchones, demasiado juntos para su gusto. Habría sido incómodo, si no hubiera estado sola. ¿Aquí encerraban a los prisioneros o a los recién llegados?
Dudaba mucho que dieran colchones a los prisioneros, ni tazones de sopa caliente a su llegada. No se la había comido, por razones obvias, pero olía divinamente, parecía espesa y sustanciosa. Su estómago gruñó ante el recordatorio. Esta gente tenía que estar muy bien para poder repartir esas comidas a cualquiera que llegara. Parecía demasiado bueno para ser verdad. Ella prefería no pensar en ello.
La noche anterior había concluido tras un intenso interrogatorio: "¿De dónde vienes?, ¿que buscas aquí?, ¿estás realmente sola?, ¿qué has estado haciendo todo este tiempo?". También habían enviado a hablar con ella a una extraña anciana, quien hacía inusuales preguntas y cuyos ojos melosos brillaban cuando Ellie respondía. Se había marchado con una cálida sonrisa y una ligera inclinación de cabeza. No mucho más.
Ellie estaba preocupada por su diario. No le gustaba que estuviera en manos ajenas, ya que abarcaba su corazón y toda su alma.
Era hora de moverse. Se levantó y aprovechó para estirar las extremidades, sintiendo una tibieza extenderse por todas partes. Se pasó una mano por el pelo y se colocó algunos mechones detrás de la oreja. No había ningún espejo cerca, pero sabía que su aspecto era un desastre: ojos duros, medias lunas oscuras debajo. Ropa vieja y no muy limpia. Necesitaba una ducha y algo de comer.
Se dirigió hacia la puerta, la empujó ligeramente y asomó la cabeza por ella. El sol le azotó la cara y, en su impacto, la cegó temporalmente. Tuvo que parpadear una y otra vez para disipar el estruendo de los destellos y los puntos blancos moteados tras sus párpados.
El céfiro del mediodía arrastraba muchos sonidos. Bullicio, vida, el sonido de la normalidad. Mil zapatos sobre el crujido del desgastado asfalto. Los ojos de Ellie estaban bien abiertos, inmóviles, sin pestañear. Había tanta gente, casi demasiada. Con una brusquedad propia de un ataque callejero subrepticio, su corazón empezó a acelerarse, bombeando con frenética avidez. Casi podía tocar el nudo que tenía en el vientre. Este lugar era una bestia de una raza completamente distinta, y no sabía si estaba preparada para reclamarla. Jackson se volvía ceniza, un mero juego infantil ante el volumen amenazador de todo lo que esto era. Hacía una eternidad que no se acercaba a tal escala de gente. No creía que le fuera a sentar bien. No es que importara. Lo único que ansiaba era seguridad y un mínimo de paz.
Con una inhalación aguda, finalmente empujó la puerta hasta abrirla del todo. Sin embargo, antes de que pudiera salir, alguien se le acercó de inmediato. Un hombre alto—uno de los guardias, según recordaba, cuyo rostro parecía permanentemente fruncido. Se cernió sobre ella, torciendo los labios.
—No se puede. Quédese dentro, señorita. —dijo, con un acento sureño muy marcado.
Ellie frunció el ceño.
—¿Van a encerrarme aquí para siempre?
—Señorita, no estamos contra usted, tengo órdenes estrictas de...
—Ya ha amanecido, ¿no es suficiente?
Él la miró con expresión extraña. —¿Necesita usar el baño?
—No. Sólo... —Ellie suspiró, dándose cuenta de que estaba atrapada. Tenía que escuchar a lo que sea que dijeran esas personas, y eso la exasperaba.
—Señorita...
—No me llames así.
—Woah, ¿qué está pasando aquí, Ronald?
Los ojos de Ellie se desviaron hacia un tipo que apareció, aparentemente, de la nada. Lucía más joven que el tal Ronald—Ellie se atrevería a decir que tenían casi la misma edad. Tenía rasgos joviales, todos inequívocamente sencillos excepto los ojos, que eran grandes, angulosos y pestañeados de un modo que resultaba extravagante para un hombre—el iris de un vibrante color cerúleo. Sus rosados labios estaban estirados ligeramente en una cálida sonrisa.
—Nada, señor. —respondió Ronald.
¿Señor?
—En realidad le estábamos esperando —continuó él—. Esta chica de aquí quería salir. —Ronald hizo un ademan hacia ella con una mano gruesa y peluda.
—Oh —la mirada del tipo se volvió hacia ella.
—Entonces llego justo a tiempo. ¡Vámonos!
Ellie frunció el ceño, de mal humor, y salió de la cabaña de una vez por todas. El cielo estaba despejado e intensamente azul—una especie de presagio positivo. El desconocido dirigió unas últimas palabras amistosas al guardia antes de darse la vuelta y caminar a su lado.
—Camina conmigo —dijo, y sonrió. No era una sonrisa desagradable, pero la inquietaba. Hacía tanto tiempo que no le sonreían que quizá ya no sabía cómo reaccionar. Se sentía... foráneo.
Ella se puso a su lado y miró en silencio a su alrededor. No había muchas palabras para describir este lugar. Era grande. Mucho más grande que Jackson. El estilo de Deadwood era un polo opuesto, como si fuera el sol y Jackson la luna: edificios levantados en piedra y ladrillo rojo, bañados de aplomo victoriano; casas compactas coronadas por tejados abuhardillados y bordeadas por ventanales de guillotina; farolas de hierro dispuestas a lo largo de las aceras, que ayer por la noche Ellie había visto desprender una especie de tono albaricoque; las calles eran anchas como un mar dividido, arracimadas por gente resplandeciente por el sol, pasando de un lado a otro. Había indicios de trabajo por todas partes—desde albañiles construyendo casas de ladrillo y señoras que confeccionaban ropa dentro de tiendas con brillantes escaparates, hasta carniceros sangrientos y humildes granjeros que andaban con sus carros de madera, vociferando el lote diario de productos frescos. Deadwood tenía una especie de estética antigua; una mezcla de resplandor victoriano y tierras del Viejo Oeste. Parecía un museo vivo y respirable. Ellie miró hacia la acera y vio a una niña con la cara rojiza que saltaba de un lado a otro, cogida de la mano de su madre. Sus rostros se volvieron hacia Ellie al pasar, y ésta se sintió enferma de repente, con el estómago retorciéndose en sí mismo. Este lugar parecía detenido en el tiempo.
—¿No muy habladora?
Ella parpadeó. Había olvidado lo que estaba haciendo, tan perdida en aquel momento como estaba.
—Depende —respondió finalmente.
—Bueno, yo hablaré, no tienes que preocuparte. Hoy tú sólo escucha. —Sus ojos brillaron, como si estuviera ansioso por lo que venía a continuación—. Esto —dio una vuelta completa, abriendo un poco los brazos—, es Deadwood. Te damos la bienvenida. —Llevaba el pelo castaño revuelto por el viento.
Ellie frunció un poco las cejas, no muy adepta de la teatralidad, y se quedó en silencio.
—Somos un pueblo mayormente pesquero
—prosiguió él—. Sí, tenemos de todo, pero nuestra mayor fuerza es la pesca, gracias al agua que fluye del río Missouri a nuestras cercanías. Da energía a todo el pueblo.
Deadwood y Jackson eran similares en ese aspecto: ambos utilizaban el agua como medio para obtener electricidad. Bien. Tenían electricidad. Ellie sintió algo ligero y placentero recorrerla al pensar en una ducha caliente. Más no quería fantasear demasiado.
—Mi nombre es Aaron, y seré tu guía hoy. Si es que quieres quedarte, por supuesto.
Ellie se mantuvo en silencio. ¿Era así de simple? El peso de una decisión que cambiaría su vida en una simple pregunta.
Aaron ladeó la cabeza. —Pareces sorprendida. Pero, hiciste los recados, viniste aquí con el mapa y Clyvence aseguró que estabas en un estado mental más o menos cuerdo, así que, ¿qué más hay que tener en cuenta?
Ellie se encogió de hombros.
—Prefiero tomar una decisión después del tour. —Sabía que eso no significaba mucho; estaba dispuesta a decir que sí a lo mínimo, y esto claramente no era lo mínimo. No obstante, debía ser precavida por si acaso surgía algo sospechoso.
Aaron sonrió suavemente. —Muy bien. —Miró al sol que se deslizaba por el horizonte—. Estamos muy dispuestos a aceptar gente en nuestra preciosa comunidad. Creemos firmemente que la grandeza es obra de la gente, ¿y qué es más importante en este mundo vulnerable que mantener vivo el recuerdo de nuestra humanidad en nosotros mismos y en los demás?
Ellie metió las manos en los bolsillos de sus vaqueros, digiriendo las palabras. Este tipo no estaba tan mal. Había una extraña sabiduría en su mirada, y empapaba su manera de hablar.
—Así que, a explicar lo básico. Por favor, dime si necesitas que te repita algo. —Giró brevemente la cabeza hacia ella—. Deadwood funciona con un sistema familiar. Hay muchas familias, y cada una se ocupa de un aspecto diferente e increíblemente relevante de la ciudad. Las llamamos "familias fundadoras" porque fueron las que trabajaron con constancia durante todo el brote y, en esencia, nos permitieron convertirnos en lo que somos hoy.
¿Qué es esto? ¿La fundación de América?
—¿Es realmente tan serio? —preguntó Ellie, un poco sardónica.
Aaron giró la cabeza hacia ella y abrió mucho los ojos, como si hubiera confesado que había matado a Jesús.
—¡Claro que lo es! —exclamó, haciendo ademanes muy abiertos—. Esto es mucho mejor que la mayoría de las cosas que hay ahí afuera. Estoy increíblemente agradecido por la oportunidad de vivir así.
Ellie dejó escapar una pequeña sonrisa torcida. Probablemente tenía razón, pero el dramatismo era divertido. Siguió mirando a su alrededor, asimilando todo lo posible mientras intentaba ignorar la mirada curiosa y perspicaz de los ciudadanos. Algunos saludaban a Aaron con alegre confianza, y él respondía con un saludo propio y una sonrisa de las suyas.
—Como iba diciendo... —Pareció pensar un momento—. Ah, claro, las familias. Pues ahora me explico.
Se toparon con el puesto de frutas de una mujer madura, la superficie de madera hasta el borde con comestibles coloridos: las manzanas más rojas, suculentas mandarinas, naranjas y limones, mangos y piñas en rodajas, listas para comer. Ellie tragó saliva. Estaba famélica por haber rechazado la sopa la noche anterior. Aaron le hizo un gesto para que lo siguiera mientras se acercaba a la acera, en dirección al puesto. Ellie no había dicho nada, pero quizá simplemente parecía tan hambrienta.
—Hermosa Meredith —saludó Aaron, guiñando un ojo—, que botín hoy.
La mujer, Meredith, se sonrojó suavemente y agitó una mano.
—Basta, tonto. —Dirigió sus ojos color avellana a Ellie, sonriendo amablemente—. Ah, y ésta es tu nueva pajarita, ¿verdad?
Ellie frunció el ceño al oír el apodo.
—Bueno, sí, se llama... —Aaron ladeó la cabeza y miró a Ellie extrañado—. En realidad no te he preguntado tu nombre. Qué descortés soy, de verdad.
—Es Ellie.
—Un nombre precioso, ¿verdad, Meredith?
—Sí, muy bonito —respondió ella—, bueno, ¿no vas a coger nada? —Señaló la fruta.
—Sólo dos de éstas. —Cogió unas manzanas del puesto y se dió la vuelta, empezando a alejarse—. ¡Gracias, preciosa!
—Ni lo menciones, Aaron. —Escucharon mientras caminaban.
—Atrapa. —Aaron le lanzó una de las manzanas. Ellie, muy obviamente, la atrapó. Estaba malnutrida, pero sus reflejos aún no habían fallado. Se llevó la manzana a la boca y le pegó un mordisco. Era la manzana más dulce que había probado nunca, su crujido era celestial, sus jugos se disolvían en su lengua. Su estómago sólo se quejó más fuerte.
—No te preocupes, pronto podrás comer —dijo Aarón como si hubiera escuchado el rugido de su estómago. Dio un mordisco a su propia manzana y esperó a tragar para volver a hablar—. Esa mujer era Meredith Greyford. Es uno de los miembros más veteranos de la familia Greyford, la cual se encarga de la producción de fruta. Aunque no es la cabeza de la familia; lo es su marido, Dante Greyford, según los deseos de la propia Meredith.
Ellie estaba muy absorta devorando la manzana; tanto que no se molestó en contestar ni dio muestra alguna de estar escuchando.
—Del mismo modo, la familia Fandeau se encarga de la producción de verduras. Alfred Fandeau es el cabeza de familia. —Explica mientras se acercan al lado este de las murallas, junto a unas puertas. Él señala con el dedo índice—. Por ese camino hay hermosas y abundantes granjas. Los Fandeau y los Greyford viven allí y la mayoría de sus productos proceden de ese mismo lugar. Todo está fuertemente vallado y vigilado. Las tierras de Dakota del Sur son bendecidas y fructíferas, afortunadamente. Ah, creo que incluso puedes ver la parte superior de los tejados, ahí.
Ellie levantó un poco la barbilla. Podía ver la punta de un tejado de tejas.
—Está muy cerca, entonces. —comentó.
—Nosotros queríamos... bueno, las familias querían que los cultivos estuvieran aquí en primer lugar. Por supuesto, eso no era posible. Esta ciudad estaba llena de edificios y no había mucho lugar para la naturaleza. Todo lo que quedaba eran nuestros alrededores, que, como puedes ver, están llenos de follaje y verdor y tienen el don de cultivar casi cualquier cosa. Así que la gente se puso a explorar, a examinar el suelo, sus capacidades. Talaron los árboles en una larga operación y dejaron el lugar donde ahora se levanta la granja listo para la plantación. Después se dedicaron a cultivar el huerto y a construir las viviendas de las familias.
Ellie ya había terminado su manzana, que no había hecho nada por calmar su tormenta de hambre. Sin embargo, la sensación se aplacó un poco con la historia de Aaron, que ahora la había entretenido más. Había una cualidad enriquecedora en la forma en que describía los acontecimientos, como si él mismo hubiera estado allí para presenciarlos. Una especie de elocuencia y carisma que te absorbía hacia la fuente de los recuerdos lejanos de los demás.
—No obstante —prosiguió él, irguiéndose—, te dije que los principales cultivos y producción estaban en la granja. Pero aquí también tenemos un espacio para cultivar cosas, aunque es más pequeño, obviamente, y menos variado. Es sólo para mejorar la producción y permitir más accesibilidad hasta que se envíen los productos de la semana desde la granja.
Él reanudó el paseo. Ellie lanzó el corazón de manzana a una papelera cercana y volvió a ponerse a su lado.
—Supongo que ese espacio también lo gestionan esas familias, aunque no esté en la granja.
—aventuró ella.
—Has acertado. —Aaron le dedicó una ligera sonrisa—. Parece que le estás cogiendo el truco a esto bastante rápido.
—No es difícil. —se encogió de hombros—. ¿De qué familia formas parte?
—Me alegra que preguntes. Soy un Bardot. Los Bardot nos encargamos de todo lo relacionado con los recién llegados. Somos los que gestionamos y creamos las pruebas para la recuperación del mapa, damos la bienvenida y gestionamos a los novatos; por eso estoy contigo hoy. —Parecía bastante satisfecho con su situación—. Pero no todo el mundo forma parte de una familia fundadora. En realidad, la mayoría no lo son. Esos sólo trabajan a las órdenes de los miembros de la familia.
Ellie asintió con la cabeza, mirando brevemente sus zapatos. Era una costumbre.
—Gira aquí —dijo Aaron mientras doblaba una esquina hacia la izquierda—. Entonces, veamos, tenemos a los Lawson...
Continuó con el resto de las familias; eran demasiadas para seguirles la pista y Ellie pronto olvidó la mayoría de los nombres. Sin embargo, se sintió, en cierto modo, relajada con este paseo. Estar al sol, pero a salvo — escuchando los gorjeos de los pájaros regordetes posados en las farolas, las risotadas de la gente corriente. Fue una visión que nunca creyó que volvería a ver.
Se cruzaron con muchas personas que Aaron conocía bien. Parecía ser muy querido en todo el pueblo, ya fuera por padres de rostro rudo o por abuelas de sonrisa amable, hasta por los niños más pequeños. Ellie se limitaba a asentir cada vez que se referían a ella como "la nueva".
—En fin, eso de ahí es el comedor común. Allí siempre hay comida disponible, aunque la mayoría suele comer en sus casas. —Aaron explicó mientras señalaba un edificio cuadrado (como la mayoría de la ciudad) con una gran cristalera en la fachada. Desde allí se veían las grandes mesas y las luces pendientes, y un pequeño grupo de gente encorvada sobre sus platos—. Puedes ir allí cuando terminemos.
Ellie asintió y volvió a meterse las manos en los bolsillos — la fresca brisa del mediodía rozó sus muñones. Se había acostumbrado a esconder esa mano siempre que podía; un reflejo recién formado. Aún así se seguía diciendo a sí misma que no le importaba.
—¡Ah! —exclamó de repente Aaron, con una amplia sonrisa. La abrupta exclamación la sacó de sus pensamientos—. Quiero que conozcas a esta persona, es la jefa de la familia St. James.
—¿De qué se encargan?
—Eh... —Hizo una cara extraña y agitó las manos—. Violencia.
Ellie siguió la mirada de Aaron — era una casa pequeña, de ladrillos rojos y tejado de oscuras tejas. El porche estaba a rebosar de macetas con plantas de todos los colores, bajas y altas, gruesas o delgadas. Había una mujer delante de los escalones, cortando madera. Parecía ser el objeto de la algarabía de Aaron. Cortinas de pelo negro azabache a capas caían en cascada a cada lado de su cara, con las puntas hacia arriba, como espigas. Por delante, un flequillo de cortina enmarcaba su rostro, ligeramente húmedo de sudor.
—Qué suerte verte fuera de tu cueva. —Aaron se acercó a ella con toda la confianza del mundo. Ellie se quedó unos pasos atrás, frunciendo el ceño. Le resultaban muy incómodos esos momentos sociables en los que Aaron se acercaba a uno de sus compañeros. —¿Para qué es eso?
—Emma quiere construir una pajarera.
—Y tú eres siempre la ayudante.
—Ella no puede hacerlo con una mano rota.
—¿Y por qué te lo pidió específicamente a ti?
—Ve y pregúntale.
—Es porque todavía le gustas, apostaría.
Alguien gruñó. Ellie estaba bastante ocupada mirando sus zapatos, el cielo y la gente que paseaba.
—Déjalo. —Oyó decir a la chica, con un rumor irritado en su voz seca. —Sigue atendiendo a la nueva.
Los ojos de Ellie se desviaron hacia los dos tras la mención, y se encontró con los azules de Aaron mirándola fijamente.
—Sí, bueno, esto es parte del tour —dijo con naturalidad, antes de hacerle señas a Ellie para que se acercara. Ella puso los ojos en blanco y avanzó un total de dos pasos. Joder. ¿Cuándo iba a acabar esto?—. Blake, ella es Ellie. Ellie, ésta es Blake.
Los ojos de Blake se desviaron hacia arriba por sólo un segundo, antes de volver a la madera. Estaba muy pálida — un contraste estrafalario con la oscuridad de su cabello. Había cierta somnolencia en sus ojos, un entrecierre permanente, lo que atribuía a su mirada una horrible sensación de fastidio y aburrimiento. El tipo de mirada con la que te sentías juzgado y burlado, incluso si simplemente y sin pretensiones te rozaba durante el más mínimo segundo.
—Un placer —dijo Blake (la voz no transmitía nada por el estilo), y cogió otro tablón para serrar.
Ellie se quedó en silencio un momento, mirándola, observando cómo el sol se posaba con fiereza sobre sus músculos flexionados, grandes y tonificados de una forma que resonaba amargamente en su interior. Pensó en Abby, inconscientemente, y una llamarada de ira le recorrió el pecho — aunque la otra aún no era tan grande y, desde luego, no se merecía su enfado. Ellie no se molestó en contestar y apartó la mirada con la incomodidad evidente en su ceño fruncido.
Aaron las miró a ambas con floreciente confusión. —Bueno... Ellie, Blake es la cabeza de la familia St. James. Ellos se encargan de todo lo relacionado con la defensa, la lucha, el patrullaje y el ataque. Antes me dijiste, cuando te pregunté, que lo que mejor se te daba era pelear, ¿correcto?
Ellie se encogió de hombros.
—No soy Bruce Lee, pero es lo que solía hacer en mi antiguo lugar. Patrullar y esas cosas.
—Genial, entonces, Blake, es toda tuya.
La chica emitió un sonido en respuesta, sin levantar la vista de su trabajo. Aaron juntó las manos.
—Muy bien, entonces, Ellie, sigamos...
La excursión continuó y su final no tardó en llegar, para regocijo de Ellie. Una vez que Aaron la hubo llevado a su nuevo hogar—un edificio de apartamentos de tres plantas, de color rojo, levantado en un solar esquinero a semejanza del estilo haussmanniano que imperaba en los Campos Elíseos—, se llevó una mano a la nuca y dijo:
—Siento lo de Blake. No habla mucho, pero te juro que es estupenda.
—No pasa nada —Ellie se sintió un poco culpable por haber dado la impresión de que tenía algún problema con ella—. Realmente no me importa.
—Sólo lo decía porque parecías un poco molesta ahí atrás.
—Te detienes mucho a hablar con gente al azar y es jodidamente incómodo.
Era una verdad a medias. No era esa la razón por la que se molestó de repente.
—Oh. —Aaron pareció sorprendido por su brusquedad. Ruborizado, desvió la mirada—. Perdona... Sé lo que quieres decir, supongo que debería trabajar en eso.
—Sí.
—Asumo que esto significa que te quedas, ¿no?
—Parece que sí.
—Bueno, entonces... Esta ciudad es tuya —dijo, haciendo un gesto abierto, sonriendo un poco—. Que tengas un buen día y disfruta de tu nueva vida en Deadwood.
Las palabras golpearon el pecho de Ellie. Sintió una repentina oleada de emociones y no pudo encontrar las palabras para responder. Parecía que había vuelto a encontrar un hogar. Un nuevo comienzo, sin ataduras. Por fin podía empezar a cumplir la promesa que le había hecho a Joel. Un enjambre de sentimientos burbujeantes se le atragantó en la garganta. Miró al suelo y se limitó a asentir, sintiendo que su voz habría temblado vergonzosamente si la hubiera utilizado.
—De acuerdo. ¡Ah! —Aaron empezó a rebuscar en los bolsillos de su pantalón y sacó una llave plateada con la inscripción "3B"—. Si tienes algún problema con el alojamiento, comunícaselo a alguien de la familia Maddison; harán todo lo posible por complacerte o solucionar tu problema. Eso es todo.
—Vale —respondió ella, cogiendo la llave.
Aaron le dedicó un breve saludo con la mano. Ella lo imitó y lo vio desaparecer por el bulevar, con el sol a sus espaldas. Con un suspiro, guardó la llave en el bolsillo de sus pantalones y se giró para entrar al edificio.
Dentro estaba cálido. A cada lado del estrecho pasillo había una puerta. 1A, 1B. El suelo era de caoba pulida, parcialmente cubierto por una gran alfombra rectangular que se extendía a lo largo de todo el vestíbulo, de color dorado. Había apliques de latón por todo el lugar, apagados ahora que la luz del día se colaba por las puertas de cristal. Joder. ¿Acaso Jackson lo estaba intentando?
Se dirigió hacia las escaleras al fondo del pasillo y subió a la tercera planta. 3B... Vio la puerta y sacó la llave, súbitamente invadida por una emoción infantil que no había sentido en mucho tiempo. Abrió la puerta de un empujón.
—Hostia puta. —Alzó las cejas. No creía merecer nada de esto. Cediendo al optimismo del momento, empezó a explorar el apartamento, abriendo y cerrando puertas a diestro y siniestro, armarios y mesas.
El espacio abierto del salón y la cocina era compacto, pero no por ello menos perfectamente amplio. Todo tenía un aspecto impecable que sólo había visto en las casas más grandes de Jackson, como la de Tommy y María. La mayoría de las demás casas eran rústicas y toscas. Tras comprobar la comodidad del sofá Lawson y los sillones verde claro, se dirigió a la cocina. Estaba separada de la sala de estar simplemente por una barra de desayuno, con tres taburetes a sus pies. Las encimeras tenían un aspecto brillante en su granito puramente blanco, y los armarios tenían platos y utensilios aquí y allá. Los electrodomésticos funcionaban—estufa, frigorífico, licuadora—y el agua corría, desde allí, hasta el cuarto de baño con su lavabo, bañera acortinada e inodoro. El dormitorio iba a continuación, y ofrecía una mullida cama lo bastante grande para tres personas, un pequeño escritorio con una especie de silla deslizante, un armario y un espejo de cuerpo entero. Todas sus cosas estaban sobre la cama — la mochila, el diario, la navaja... Todo menos el resto de sus armas. Encontró la explicación en una nota pegada a la mochila:
"Aquí está todo lo que trajiste, excepto las armas de fuego. Lo siento, reglas de la ciudad. Pero como vas a formar parte del grupo de Blake y ellos son los únicos que pueden llevar un arma dentro del pueblo (sólo una) (excepto los miembros de la familia), pronto recibirás la tuya. ¡Que descanses!
—Amablemente, Aaron Bardot y la familia Bardot."
Frunció un poco el ceño y arrugó la nota antes de tirarla a la pequeña papelera que había junto al escritorio. Empezó a desempaquetar y a colocar sus cosas. Lamentablemente, no había traído mucha ropa. En el armario había algunas que, probablemente, se había dejado la persona que vivía aquí, pero las prendas no eran... de su talla ni de su estilo, por no decir otra cosa. Eran femeninas y coloridas, y a veces demasiado reveladoras. Tendría que ponerse las más decentes, al menos, aunque fueran cuatro veces más grandes. Tenía que preguntar a la puta familia que se ocupara de esto en particular.
El día aún estaba en su apogeo y lejos de caer, pero Ellie se sentía fatigada. Sus huesos casi convirtiéndose en cenizas. Se sentó en el borde de la cama, cubriéndose la cara con las manos. El silencio era algo abrumador; siempre lo había sido. Permitía que todo tipo de pensamientos se filtraran en su mente. Un poco de las divagaciones de Aaron le habrían venido bien. Había un sentimiento de culpa que brotaba—bueno, siempre había estado ahí desde que dejó la granja, pero ahora que por fin se había instalado en otro lugar... la acuchillaba y la azotaba. A decir verdad, no creía merecer esta bondad. Este refugio. Los rostros borrosos de una mujer y un infante se materializaron tras sus párpados. Lo que haría por volver a tenerlos.
Reconstruir no iba a ser más que la más perversa de las torturas.
▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃▃
DEADWOOD
Gracias por leer.
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