viii. beso
CAPÍTULO OCHO
𝗘l deseo de volver a ver a Hisoka despertaba en ti sentimientos contradictorios: rechazo y deseo; ilusión e inseguridad; anticipación y recelo.
Era evidente que Hisoka te gustaba, negarlo a estas alturas era una completa estupidez. Te atraía tanto como si te hubiese pegado con su bungee gum e hicieras lo que hicieras, ya nada podía arrancarlo de ti.
No obstante, también estabas un poco asustada a causa de su mala reputación y su cuestionable forma de actuar. El modo en que había ido cada día a tu trabajo sin dejar espacio a la casualidad, forzando los encuentros casi como un acosador, ignorando las advertencias de Amelia y sin esforzarse lo más mínimo en agradar a nadie más que no fueras tú... era, cuando menos, peculiar. Todo ello tendría su punto de locura romántica si no fuese de la mano de otras acciones que rozaban lo enfermizo, el aura siniestra que emanaba de su ser y todo ese deje violento que lo rodeaba constantemente y que era tan evidente como su incuestionable atractivo físico. Esto te dejaba la cabeza hecha un verdadero lío y te hacía cuestionar si era correcto jugar ese juego y cruzar el último límite con Hisoka.
Ni siquiera el paracetamol que tomaste sirvió para aliviar el dolor de cabeza que te había dado de tanto sobrepensar en aquel día que se estaba haciendo interminable. Apenas faltaban cuarenta minutos para finalizar tu turno y Hisoka todavía no había pasado por la enfermería, tal y como había sido habitual en él desde el día en que lo conociste. Te avergonzaba admitirlo, pero te habías acostumbrado a tenerlo ahí siempre y ahora notabas como si algo te faltara. Sentías como si en tu cuerpo hubiera un enorme vacío que sólo podía ser llenado por Hisoka.
Tus pensamientos recurrentes no ayudaban a amenizar la jornada y hacer que el tiempo pasase más deprisa. No podías evitar mirar el reloj con creciente desesperación y echar un vistazo furtivo a la puerta de entrada cada vez que sentías sonar la campanilla, llevándote una dolorosa decepción al ver que nunca era él quien cruzaba el umbral.
La primera vez que Hisoka no apareció por la consulta te sentiste muy extraña, incluso decepcionada. Aunque no sabías muy bien si de él o más bien de ti misma. Las ideas nocivas se colaron sin remedio en tu cerebro repleto de temor. Algo te gritaba por dentro que no eras lo suficiente y que por fin Hisoka se había dado cuenta. Él era un hombre que necesitaba acción, entretenimiento, diversión y emociones fuertes. ¿Podía una simple enfermera, dueña de la vida más tranquila del mundo, ofrecerle a Hisoka algo digno de sus expectativas? En tu mente todo era no, no, no y no. Un rotundo NO mayúsculo.
Tu autoestima cayó por los suelos cuando el autosabotaje terminó por dominar tu capacidad de razonar. Estabas convencida de que no habías sido más que un mero entretenimiento con el que Hisoka hizo menos aburrida la espera entre pelea y pelea. Seguramente habría encontrado algo mucho mejor en lo que ocupar su tiempo.
-No te preocupes, seguro que habrá tenido que ir a alguna parte y cuando menos te lo esperes lo tienes aquí de vuelta cruzando la puerta con un enorme ramo de rosas -dijo Pear, tratando de animarte.
Arqueaste una ceja como respuesta mirando a tu compañera con extrañeza. ¿Un ramo de rosas? ¡Menuda ocurrencia más cursi! Te sentiste culpable y avergonzada por permitir que tu estado de ánimo trascendiera al exterior y hacer que los demás sintieran la necesidad de consolarte. Ya era más que evidente para todos que te gustaba Hisoka y que estabas inquieta y preocupada por su ausencia. No podías seguir escondiéndolo más. No podías seguir ocultándote a ti misma ni a los que te rodeaban la verdadera magnitud de tus sentimientos: estabas total e irremediablemente enamorada de Hisoka Morow.
Lamentablemente, aquel día no apareció.
Ni el siguiente. Ni el siguiente. Ni el siguiente.
Ni tampoco el siguiente...
Ni en toda la semana.
Ni en días posteriores.
Habían transcurrido los once días más largos de toda tu vida y ni rastro de él.
A pesar de esforzarte en fingir muy bien que no estabas tan afectada, dentro de ti algo se resquebrajaba. Esa mañana en especial te sentías totalmente desolada. Era una horrible mezcla entre sentirte estúpida por haberte hecho ilusiones y sobre todo, creer que eras lo bastante buena como para que alguien como él se hubiera fijado en ti. Recordaste tus tiempos de instituto donde el chico que te gustaba te tendió una trampa y te expuso delante de toda la clase, engañándote, haciéndote quedar como una imbécil después de abrir tu corazón solo para ser objeto de burlas, risas y humillaciones. ¿Por qué tendría que ser distinto con Hisoka? Al menos, él no te había ridiculizado delante de todos y, dentro de todos los males, simplemente se había largado.
Quizá le estabas dando demasiadas vueltas a todo. ¿Debías preocuparte tanto? ¿Tenías siquiera derecho a hacerlo? Tan sólo había sido un flirteo no correspondido a tiempo por tu parte... No es como si alguna vez hubieseis sido algo más. Sentiste como un nudo comenzaba a formarse en tu garganta y contuviste las ganas de llorar.
—Te lo dije, niña. Mira que te avisé: Ese monstruo sólo juega con las personas.
El comentario de Amelia no ayudaba, pese a su intención de culpar de todo a Hisoka y liberarte de tu pesar. Cabizbaja, continuaste con tu trabajo en un día en el que las horas transcurrieron tan lentas como semanas y en el que los segundos pesaban como si estuvieran hechos de osmio.
En este punto, el trabajo se había vuelto insoportable. Todo te recordaba a él y te hacía sentir mal contigo misma. Te planteaste dejar tu puesto e irte a trabajar a otra parte, lejos de todo aquello que tuviera relación alguna con Hisoka.
Con el paso de los días, te debatías con más fuerza entre la fe y la desesperanza, y tu voluntad se volvía más y más frágil, hasta ya no tener fuerzas ni para intentar pensar en positivo. Era absurdo creer que él iba a volver. Te sentías tan tonta por haber pensado que le importabas. Si él hubiera querido, habría sido muy fácil comunicarse contigo; bastaba con una simple llamada a la enfermería o a la recepción del Coliseo para contactarte. Te habías dado cuenta de que en todo este tiempo tu arrogancia te había llevado a ni siquiera intercambiar vuestros números de teléfono dando por hecho que él siempre estaría detrás de ti como el perrito excéntrico que había sido, y ahora dependías únicamente de que él quisiera dar señales de vida.
Ibas a volverte loca. Dudabas tanto... ¿Te había abandonado? ¿Y si le había pasado algo? ¿Y si...?
¡No! Te obligaste a desterrar los peores pensamientos de tu mente. Te alimentabas de tu tormento y este consumía una gran cantidad de tu energía. Tanta, que ya te estaba pasando factura física. Las ojeras oscuras adornaban la cuenca de tus ojos, se te veía más delgada y te era imposible concentrarte correctamente en tus quehaceres. En la pasada guardia sobrepasaste tu propio límite al haber suministrado mal la medicación de los pacientes, causando un shock anafiláctico a una mujer alérgica a la penicilina. No podías continuar poniendo en semejante riesgo a personas inocentes que no tenían culpa de tus vaivenes amorosos.
Preocupada, Amelia te había recomendado descanso y te envió de baja para que pudieras recuperarte. Tenías que hacer algo, esto no era sano. Ya no era viable esperar como el fiel Hachiko a su dueño, una espera que como la suya, no auguraba un buen final. No tenía sentido llorarle a alguien que ni siquiera habías tenido. Hisoka era libre, cuánto antes asumieras la realidad, mejor te iría.
Pero allí no podías.
Continuar en el lugar donde lo habías conocido era una tortura. Caminar por esos pasillos y trabajar en esa enfermería eran como revivir un trauma en bucle que día tras día y minuto a minuto te estaba destrozando.
Harías las maletas esa misma tarde.
Recogiste tu botiquín, guardaste tus pocas pertenecias en una pequeña caja y te despediste de los que habían sido tus compañeros durante los últimos meses. Pear no podía creer que hubieras decidido dimitir y lloraba con desconsuelo mientras salías con tus cosas de la clínica. No pudiste mirar atrás. Tú corazón dolía sobrepasado por tantos sentimientos imposibles de procesar.
Al llegar a casa no sentiste el alivio que creías que ibas a encontrar una vez rompieras los pocos lazos que te unían a algo que tuviera que ver con él. Pasaste el fin de semana nerviosa: limpiando, recogiendo, organizando la estantería del salón, colocando los libros por orden alfabético y doblando la ropa del armario según el método kondo. Por mucho orden que pusieras a tu alrededor, tu interior continuaba convulso. Pear te había llamado al mediodía pero no le habías respondido. Llevabas dos días dejando en vista sus mensajes. No te apetecía escucharla porque la veías como un especie de nexo con un pasado que aún te dolía, así que la ignoraste deliberadamente y pusiste tu teléfono en silencio, mientras te tumbabas boca arriba en el sofá.
No fuiste consciente de haberte quedado dormida allí mismo, pero te despertaste desorientada mirando el techo blanco de tu sala de estar mientras el timbre de tu casa sonaba con insistencia. Te levantaste a duras penas y cuando llegaste a la puerta, no pudiste ver a nadie a través de la mirilla. Regresaste al sofá, convencida de que habría sido alguna equivocación. La pantalla de tu móvil se iluminó y al revistar el teléfono viste que había cinco llamadas perdidas de Pear y otra de un número desconocido. Suspiraste cansada, expulsando ese aire que te sobraba y te ayudaba a eliminar la terrible carga emocional. De pronto, el timbre volvió a sonar, sacándote de tus pensamientos inconexos. Te levantaste maldiciendo a los niños de tu vecindario y sus bromitas pesadas de jugar a timbrar en pisos ajenos, dispuesta a ahuyentarlos en cuanto abrieras la puerta. Pero, al deslizar el pestillo y abrir la gruesa hoja de madera, lo que encontraste ante ti te dejó estupefacta.
—¡Hisoka!
Querías saltar a sus brazos, colgarte de su cuello, abrazarlo y no soltarlo jamás, pero tus pies se quedaron pegados al piso y tus extremidades se volvieron repentinamente pesadas. Te congelaste en el umbral de la puerta sin poder hacer o decir nada. Tenías tanto miedo de hacer algo que pudiera molestarlo que automáticamente tu cuerpo se paralizó por el miedo al rechazo.
Hisoka te miraba fijamente con sus enigmáticos ojos color ámbar y, tras unos segundos que parecieron una horrible eternidad, sus tentadores labios dieron paso a una sonrisa. No fue una cálida o agradable, sino una de esas sonrisas torcidas y taimadas tan suyas y que tanto habías extrañado. Tras el impacto inicial, lo observaste con más atención y te diste cuenta de que Hisoka estaba sangrando. Había una brecha en su ceja izquierda y su labio inferior tenía un pequeño corte en la comisura, además tenía magulladuras por todo el cuerpo.
—Hisoka... ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado? —preguntaste preocupada.
—Si me invitas a pasar, te lo cuento.
Cerraste la puerta tras él una vez que entró en tu apartamento y lo guiaste hasta el aseo. Reposó su fuerte cuerpo contra el lavabo, observando cómo buscabas en tu botiquín para curar sus heridas lo antes posible.
—Estoy bien —aseguró. No obstante, tampoco rechazó tus atenciones ni se negó a tus cuidados. Lo estaba disfrutando.
—Nadie lo diría por tu aspecto.
Borraste el maquillaje de su cara con una toallita y con un pequeño algodón empapado en antiséptico desinfectaste la herida abierta que Hisoka tenía en la ceja. Aún magullado y herido, estaba increíblemente guapo, incluso más atractivo de lo normal. Querías pedirle explicaciones, pero su simple presencia ya te había calmado como si de un bálsamo se tratara y te contuviste de cuestionar nada por el momento.
—¿Tan feo estoy? —preguntó con diversión.
—Yo no he dicho que estuvieras feo... —rebatiste.
—Uhm... Entonces ¿me ves guapo? —tus manos temblaron cuando tu mirada se cruzó con la suya, a escasos centímetros te tu rostro.
—Deja de coquetearme... ¡Me pones nerviosa! Si no te callas los puntos van a quedar torcidos y te quedará una horrible cicatriz.
—Eso no me importa, puedo arreglarlo cuando quiera. Pero —prosiguió, volviendo a la carga—, si te pones nerviosa es porque te gusto...
—¡¿Q-qué?! Deja de decir tonterías...
No estabas preparada para esto. Su forma de jugar contigo te volvía tímida e insegura, sobre todo después de haber sufrido tanto por él.
—¿Crees que puedes desaparecer durante más de dos semanas y regresar así, como si nada?
—Estuve ocupado con un asunto ineludible —respondió, sus manos frenando las tuyas, haciéndote soltar la tira de puntos de aproximación y guiándote para que rodearas su cuello con ellas.
—¿Q-qué asunto? —tartamudeaste. Ibas a desmayarte, y él lo notó. Su sonrisa engreída creció en su rostro cincelado por los dioses.
—Créeme, no te gustaría saber lo que he estado haciendo...
—¿Te ha dado una paliza algún marido enfadado porque te has metido con su esposa?
Hisoka rio ante tu ocurrencia. Si supieras a cuánta gente había asesinado en todos los días que había estado desaparecido probablemente saldrías corriendo, pero tu cerebro de enamorada tan sólo podía atisbar la única posibilidad que le causaba temor, y esa era que Hisoka se hubiera liado con alguna mujer que no fueras tú.
Evitando responder a tu pregunta, deslizó sus manos por tu espalda y se aferró a la parte baja de ésta, atrayéndote con fuerza hacia él. Podía imaginar tus temores, y por una vez, decidió calmarte en lugar de usar tus miedos para su disfrute.
—No hay otra, solo tú.
La forma en que lo dijo, rozando la punta de su nariz contra la tuya acariciando suavemente tu piel, sin apartarte la mirada, hizo que te derritieras en sus brazos. Sentir su calor contra tu cuerpo había sido el broche final para terminar de quebrarte. Ya no eras dueña de ti misma, ahora sólo le pertenecías a él.
—¿Cómo puedo creerte? ¿Cómo sé que no me mientes? —preguntaste, desesperada.
—He vuelto por ti, ¿no es eso una prueba más que suficiente de lo mucho que me interesas?
—No me convences... —dijiste, enrollando uno de tus dedos en su cabello rojo.
—Entonces, déjame probar con esto...
Y, recortando la distancia que os separaba, Hisoka inclinó su rostro hacia tus labios entreabiertos y llenos de anhelo. El primer contacto fue una caricia suave y casi inocente que aceleró los latidos de tu corazón de un modo casi insoportable. Las manos expertas de Hisoka acariciaron tu espalda hasta subir hasta tu cuello y sujetarlo mientras continuaba explorando el delicioso sabor de tu boca. Aquel primer contacto suave dio paso a un segundo toque mucho más intenso, donde la humedad de su lengua y la calidez de sus labios se adueñaron por completo de ti. Hisoka te guió en un beso intenso y profundo en el que una sed insaciable te obligaba a tomar todo lo que él quería darte. Sus dientes mordieron tu labio inferior, robándote un suspiro indecente que no pudiste contener y que pareció deleitar a Hisoka lo suficiente como para atreverse a tocar con fervor todos los rincones de tu cuerpo hasta finalmente descansar sobre tus pechos. El sabor de la sangre inundó tu boca, haciendo que te separaras levemente para comprobar cómo la herida que Hisoka tenía en sus labios se había vuelto a abrir por el esfuerzo de besarte con tanta pasión.
—Hisoka, tu herida... —susurraste.
—Shhh... Se cura así, besando —respondió sobre tus labios, rozando suavemente con cada palabra—. Bésame otra vez, ven aquí...
Hisoka te acercó de nuevo y volvió a devorarte como si su vida dependiera de ello, y tú no pudiste hacer nada más que corresponder a ese otro beso y a todos los que llegaron después con plena devoción.
Envuelta en las candentes caricias de Hisoka y en el dulce sabor de sus labios, sentiste que quizá no hacía falta morir para subir al cielo. Lo tenías aquí y ahora, sobre tus labios. En sus besos.
FIN
Lamento haber tardado tanto en finalizar esta historia, pero tuve muchas inseguridades y de hecho sigue sin convencerme del todo el resultado, pero en fin... espero que la hayas disfrutado y muchísimas gracias por leer, votar, comentar y estar aquí. Gracias mil <3
P.D. Mantén este libro en tu biblioteca, porque quizá me anime a hacer un extra más allá del beso 😈.
Este libro va dedicado con todo mi amor a la esposa de Hisoka, marescalona. Gracias por todo el apoyo que me has dado, tqm ♥️
⸻ℐrisෆ
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro