Esperaba que las cosas se enfriaran un poco, pero cuando volví para el nacimiento de Ilitía, las cosas estaban aún peor que antes. Y esta vez me incluían.

Padre había parido él solo a una diosa, llamada Atenea... Y la había nombrado con tanto orgullo que no pude evitar sentir celos. Me sentí celosa de ella y sus dominios, la sabiduría, la guerra y los oficios.

-¡Angelos, mi niña!- mi padre se acercó a mí y me abrazó. Aparentaba unos nueve años en ese entonces, pero mentalmente ya estaba mucho más desarrollada... Aún así le devolví el abrazo, fingiendo que no me afectaba que hubiera traído a una bastarda a casa.

Ni bien me separe de él corrí hacia mi madre, la cual me abrazó y besó mi frente.

-No tienes idea de cuanto te extrañe, mi niña. Mira cuanto has crecido, estas enorme. No puedo creerlo, eres cada vez más hermosa. Sin dudas digna hija de los reyes del Olimpo.

Lanzó una mirada despectiva a Atenea, que le devolvió la mirada de forma seria.

-También los eche mucho de menos, madre. ¿Cómo está Ilitía? Ya quiero que nazca, no puedo esperar a tener una hermanita.

Hacía justo lo que madre me había ordenado. No debía aceptar a ninguno de los bastardos de padre como mis hermanos, ya que habían nacido de una infidelidad, una promesa de amor rota que solo lastimaba a mi amada madre.

Hera sonrió, y tomó mi mano, posándose en su vientre. Comencé a escuchar latidos, sentir pataditas y escuchar una voz de bebe reir.

-Yo también quiero conocerte ya, pequeño lirio. Si, soy tu hermana mayor, Angelos, y no puedo esperar a tenerte en mis brazos. Por supuesto que te amamos un montón, mi amado lirio. Ya te estamos esperando para poder completar nuestra familia, madre, padre, yo y ahora tu.

Bese el vientre de mi madre y me aleje. Madre sonreía en grande, padre se acercó a nosotros y me tomó en brazos, sentándome en su hombro.

-Recuerda que mis hijos también son tus hermanos, mi amado angel. Todos merecen respeto, en especial cuando algunos vendrán al olimpo como dioses.

Mi mente pareció perderse. Atenea era la primera de muchos, padre traería a mas y mas bastardos a casa, para que estos ocupasen mi lugar y el de mi hermanita menor... No, no podía permitirlo.

-¡No! ¡No puedes traer a más bastardos a casa!- grite, madre me tomó de los brazos de padre y me bajo al suelo -aceptó que traigas a Atenea porque ya es adulta y con suerte pasará todo el tiempo lejos de nosotras, pero no soportare a más bastardos que arruinen nuestro hogar. ¿Qué sigue? ¿Que le asignes a alguno de ellos los dominios de la mensajería, la castidad y la luz, MIS dominios? ¿O los de Ilitía, que aún no nace?

Me crucé de brazos, padre me vio sorprendido al igual que Atenea, madre me veía con orgullo, y eso fue lo único que me importo.

-¿Qué le hiciste?- padre se dirigió a madre, que sonreía orgullosa -¡Ella no pensaba así, tu la cambiaste! ¡Manipulaste a tu propia hija!

Bramo. Hera rodó los ojos, borrando su sonrisa.

-¿Que yo la cambie? ¡Yo eduque a mi hija, la crié e inculque valores... Valores que se te olvidaron! ¡Tú nos cambiaste! Antes éramos una familia perfecta, ahora... Solo nos trajiste deshonra- me volteó a ver -y sin importar que, amare a mi hija y estaré orgullosa de ella... Y la defenderé con uñas y dientes de ser necesario, así que ni se te ocurra acercar a tus bastardos a nuestra primogénita, o no me haré responsable de mis acciones.

"Sin importar que, amare a mi hija y estaré orgullosa de ella"... Ojala hubieras cumplido, madre.