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Chapter 34: Los lobatos: enfadados.

Tras aquel encuentro en el Luna Nueva, Yeonjun empezó a tener nuevas esperanzas en que el Alfa me hubiera perdonado y me permitiera asistir junto a él a la siguiente celebración de la Manada. Sin embargo, a mí me quedó bastante claro que eso no iba a pasar jamás. Aquella misma noche me quedé dormido entre los brazos del lobo, pensando en lo frustrado y estúpido que me sentía, pero al despertarme, después de follar y darme una buena ducha, salí a la calle con la mente más despejada y un saco de la colada especial para la ropa con sangre. Durante el desayuno y en el tiempo que esperé en la lavandería, me dio tiempo a reflexionar en silencio. Al volver a casa y comer junto a Yeonjun, ya había aceptado lo inevitable: yo sería siempre un paria.

Cuando lo asimilé, la frustración desapareció por completo, dejando una extraña calma interior dentro de mí. Porque, si lo pensabas bien, era liberador no tener que preocuparme más de tratar de ser bueno con los demás lobos, ni de lo que estos pudieran pensar de mí, ni analizar pequeños detalles con la esperanza de conseguir resultados con todo lo que hacía por ellos. Simplemente sería yo, Beomgyu, haciendo lo que quería por quien quería; como había hecho siempre. Lo único que me preocupaba ya era lo mal que podría llevarlo Yeonjun y lo mucho que le costaría aceptar que su compañero no iba a estar nunca a su lado en las mierdas de barbacoas y picnics que organizaban.

—Hola, tengo una entrega para: «Soy un lobo gilipollas y tengo la polla pequeña» —dije bien alto cuando entré aquel sábado noche en uno de los casinos ilegales de la Manada. La gente que había por allí me miró con sorpresa y se quedó en silencio, pero me dio igual. Giré el rostro cuando oí unos pesados pasos sobre la moqueta roja y vi a Hyojong—. ¿Eres tú el lobo gilipollas que tiene la polla pequeña? —le pregunté, mostrándole las dos cajas de pizza familiar apiladas en mi mano.

Hyojong gruñó un poco por lo bajo, algo grave similar al sonido que hacían cuando se enfadaban, pero más corto y sin demasiada importancia.

—Vete a la mierda, Beomgyu —me saludó con una breve mirada a los ojos.

Como estaba en el casino, se había abotonado al menos la mitad de su camisa negra, dejando parte de su pecho al aire para mostrar la cadena plateada que le rodeaba el cuello. Se acercó para coger las cajas de mi mano y se giró hacia el público para hacerles una señal de que siguieran jugando y dejaran de mirarnos, después abrió la caja de encima y miró la pizza.

—¿Es una de carne y la otra barbacoa? —me preguntó sin mirarme—. Cuando llamé, el tipo no paraba de tartamudear y no supo explicarme las clases de pizza que tenían.

Metí la mano en el grueso chubasquero rojo con líneas reflectantes y el logo de la pizzería, sacando uno de los folletos que siempre había allí para que, en teoría, se los dejara a todos los clientes que visitaba.

—Siempre está colocado, así que es mejor que hables lento y le digas exactamente lo que quieres —le aconsejé.

Hyojong soltó un murmullo de entendimiento y cogió el folleto de mi mano para ponerlo sobre la caja caliente. Se despidió con un «nos vemos, Beomgyu », y se dio la vuelta sin si quiera llegar a enseñarme dinero alguno. No le di importancia, después de todo, ya no tenía sentido dársela.

—Hola, tengo una entrega para: «Soy un lobo retrasado y no se me pone dura» —dije en mi siguiente entrega, nada más cruzar la puerta de la misma tienda de caramelos nocturna en la que yo había trabajado—. ¿Eres tú el lobo retrasado a la que no se le pone dura? —le pregunté a un Macho de la Manada que no conocía.

Él me miró desde el escritorio en la esquina, rodeado de expositores y cubos con caramelos que habían caducado hacía años. Era muy atractivo y alto, pero nada fuera de lo normal para un lobo. Tenía el pelo negro, y los ojos de un suave amarillo pastel. La tienda apestaba a su Olor a Macho, pero no era muy fuerte ni muy intenso, simplemente se había acumulado después de pasar allí sentado varias horas; lo que quería decir que no debía tener un rango muy alto en la Manada.

—Deja aquí las pizzas —dijo con una voz grave y aterciopelada bastante sexy.

Fui hasta el escritorio y dejé las tres pizzas familiares sobre la mesa de madera negra, pero antes de que me acercara, el lobo cerró la libreta de notas para que no pudiera leer nada de lo que estaba allí escrito. Yo había trabajado en ese local, sabía todo sobre los «caramelos» que llamaban pidiendo y las cantidades que él anotaba en esa misma libreta; sin embargo, el Macho la había escondido para remarcar el hecho de que la Manada ya no confiaba en mí. Solté un bufido, puse una sonrisa sarcástica en los labios y miré al lobo, dejando claro que no se me había escapado aquel detalle.

—Provecho —me despedí.

—No son para mí —respondió, levantando la cabeza en un gesto de orgullo—. Yo tengo compañera.

—Felicidades... —murmuré sin detenerme de camino a la puerta.

—Krystal —añadió entonces.

Me detuve con una mano en la puerta acristalada, mirando la carretera y el resto de negocios cerrados al otro lado, apenas iluminados por las luces amarillentas de las farolas bajo la suave lluvia. Tras unos segundos giré el rostro y miré de nuevo al lobo por encima del hombro sin llegar a volverme del todo hacia él.

—Así que tú eres Jongin —murmuré.

Él asintió levemente, volviendo a abrir la libreta y fingiendo que me ignoraba.

—No vuelvas a llamar a la pizzería —ordené con un tono tranquilo pero bastante seco, saliendo por la puerta de cristal en dirección a mi moto mal aparcada sobre la acera.

Me puse el casco bajo la suave lluvia que todavía caía sobre la ciudad y apreté el acelerador con rabia, saliendo disparado por la carretera. No me había sentado nada bien aquello y me puso de muy mal humor durante el resto de la noche, porque no podía dejar de pensar que Jongin me había hecho ir hasta allí solo para reírse de mí. No iba a comerse las putas pizzas porque él solo comía lo que la puta de Krystal le preparaba, esa nueva compañera que no había hecho una puta mierda por la Manada pero que sí podía ir a los putos picnics. Aunque yo hubiera asumido que siempre sería un paria, eso no quería decir que no hubiera cosas que me dolían y cosas que no iba a pasar por alto. Si Jongin me volvía a llamar, le tiraría la putas pizzas a la cara.

Cuando al terminar mi turno fui hasta el Jeep, Yeonjun ya me estaba esperando en la parte de atrás. Empezó a gruñir entre el nerviosismo y la excitación nada más ver mi cara seria de enfado, sabiendo que aquel sería otro polvo salvaje y violento que le dejaría bien sudado, agotado y con las pelotas bien vacías.

—¿Tienes que morderme tan fuerte, Yeonjun? —le pregunté, ya en la parte delantera mientras él conducía de vuelta a casa. Notaba el cuello agarrotado y sabía que al día siguiente tendría un par de nuevos moratones, pero lo peor eran esos mordiscos que me picaban y a los que después tendría que echar antiséptico.

—Yeonjun muerde a Beomgyu porque le excita mucho —respondió él, levantando la cabeza en un gesto orgulloso—. Yeonjun puede morder a su compañero todo lo que quiera.

Solté un bufido y negué con la cabeza. Sabía que el lobo no lo hacía de forma consciente, que se dejaba llevar por la emoción del momento y me clavaba los dientes con demasiada fuerza, pero eso no lo hacía menos doloroso e incómodo tras el sexo. Sin embargo, yo todavía estaba en aquella nube de placer y relajación y no tuve ganas de enfadarme, llegando a casa tranquilamente para poner la bandeja de costillas de cerdo encima de la mesa de la cocina. Me saqué un cigarro y me fui a la puerta de emergencia, mirando como el lobo devoraba la carne y roía los huesos.

—Hoy conocí a Jongin —le conté—. Pidió un par de pizzas.

Yeonjun frunció el ceño, porque ya me había estado mirando mientras comía.

—Jongin tiene compañera —respondió.

—Lo sé —murmuré, fumando una calada y echando el humo en dirección a la apertura de la puerta—. La puta de Krystal.

Yeonjun gruñó por lo bajo y se sintió visiblemente incómodo por mis palabras. Siguió comiendo, pero con la cabeza baja y la mirada puesta en la bandeja de costillas.

—Krystal compañera de Manada... Beom no debería hablar así de ella.

No dije nada en un par de segundos, recorriendo los dientes con la lengua antes de decidir que, una vez más, estaba demasiado relajado y tranquilo para discutir. Apoyé la espalda en la pared de ladrillos y miré hacia el apartamento repleto de plantas, con ventanales limpios, alfombras, las puertas correderas que ahora separaban la habitación del resto y los muebles que no se caían a pedazos. Solo la luz de pie al lado de una de las columnas rojas de hierro era la misma de siempre, arrojando una claridad suave, amarillenta y cálida; como a mí me gustaba.

—Yeonjun —le dije entonces—, la razón por la que esa noche en la bolera me porté tan mal contigo es porque no estaba seguro de lo que quería. Las cosas iban muy rápido y yo no estaba preparado. Sabía que lo de conocer a la Manada era un gran paso, uno importante, no me imaginaba cuanto —reconocí, arqueando una ceja mientras acentuaba esas últimas palabras. Chasqueé la lengua y continué—: pero sabía que no era un juego. Cuando me obligaste a ir, me enfadé, me puse muy nervioso y... me asusté. —Fumé una calada del cigarro antes de girar el rostro hacia la abertura de la puerta—. Siento haberte hecho daño... —concluí en un tono muy bajo, casi con la esperanza de que no me hubiera oído decir aquello.

No había mirado a Yeonjun en ningún momento mientras hablaba, pero él sí me había estado mirando fijamente, y hasta había dejado de comer para prestarme toda su atención; lo que, viniendo de un lobo, era todo un halago. Tras quizá quince o veinte segundos así, terminé de fumar y arrojé la colilla al exterior, solté el humo y cerré la puerta antes de enfrentarme al lobo.

—Termina la puta cena —le ordené con tono serio, saliendo hacia la habitación para darme una ducha caliente.

Le había dicho a Seokjin que no era a él a quien debía darle explicaciones de por qué había hecho lo que había hecho, y era cierto, él único que se merecía una disculpa de mi parte era Yeonjun. Mi lobo. Nadie más. Así que aquel me había parecido un momento tan bueno como cualquier otro para bajarme los pantalones, tragarme el orgullo y pedirle perdón. Siendo la persona que yo era, la clase de hombre al que le cuesta un mundo reconocer sus errores, aquella confesión me puso muy nervioso. Me pasé el tiempo en la ducha farfullando y buscando una forma de solucionarlo, quizá salir de allí con paso firme, la cabeza bien alta y decirle al lobo que también era su culpa por no haberme dicho nada antes y no haberme dejado el espacio suficiente. Pero cuando salí del baño, me encontré a Yeonjun esperándome en la cama, desnudo, con el estómago lleno y la sábana fina por los pies. Me miró con sus felinos ojos, emitió un gruñido bajo para que el diera cariño y dio un par de toques al espacio vacío a su lado. Me quedé allí, de pie, con la cabeza bien alta y mirando al lobo por el borde inferior de los ojos; pero fue solo un par de segundos antes de que cerrara la puerta y bordeara la cama a paso lento para reunirme a su lado. Yeonjun me abrazó, rodeándome con sus pálidos brazos y apretándome contra su cuerpo caliente en contraste con mi piel húmeda y fresca.

—¿Beom sigue dudando todavía? —me preguntó en voz baja.

Apreté los dientes, porque esa era la clase de preguntas que no quería responder. Así que corté toda esa mierda en seco y lo antes posible.

—Escucha, Yeonjun. Tú y yo ahora estamos juntos y eres mi lobo y como empieces a dudar de lo que siento por ti, me voy a enfadar más de lo que nunca me has visto. ¿Ha quedado claro?

Yeonjun se quedó un momento parado, quizá debido a la sorpresa, y entonces emitió su gruñido de atención y, con un suspiro, me di la vuelta entre sus brazos para acariciarle el abdomen y la parte baja de su pecho. Él ronroneó, me apretó más fuerte contra él y frotó su rostro contra el mío, terminando por darme un par de mordiscos suaves aquí y allá.

—Yeonjun quiere mucho a Beom —murmuró.

—Más te vale —respondí en el mismo tono bajo, dándole un beso en los labios.

Al día siguiente, nos despertarnos, follamos, salimos de casa a hacer los recados y tuvimos una discusión a gritos con la dueña de la cafetería a la que iba siempre porque, al parecer, «no respetábamos las normas de higiene». Era solo una mala excusa para echarnos de allí porque no querían a lobos en su bonito local. Puede que los demás clientes se hubieran quejado, puede que ella fuera una puta racista; fuera lo que fuera, rompí una silla contra el cristal del mostrador, llenando la cafetería de un estruendo y los dulces que tenían allí expuestos, de pequeños cristales.

—Ahora tienes una buena excusa para echarnos, pedazo de cerda —le dije.

—¡Voy a llamar a la policía!

—¡Que te follen! —le dediqué un corte de manga y me llevé de allí a un Yeonjun que no paraba de gruñir muy alto y muy fuerte, apretando los dientes y asustando a todos los clientes que allí había.

Eso era lo único que podía hacer porque, según me contó después «Jin prohíbe a Manada hacer daño a humanos o cosas de día. Llama mucho la atención. Así que solo de noche». No me importó demasiado, la verdad, y le acaricié el abdomen mientras esperábamos a que nos entregaran las bolsas de comida para llevar, consolándole por no haberme podido ayudar en mi cruzada por destruir la cafetería. Cuando llegamos a casa y tuvo la barriga llena, se sintió mucho mejor, ronroneando entre mis brazos hasta quedarse dormido; tras una hora le desperté con una buena mamada y, para cuando salimos juntos de casa, volvía a ser un lobo muy feliz.

—Hola, tengo una entrega para «soy una mierda de lobo apestoso y me la chupo a mí mismo porque nadie quiere hacerlo» —dije cuando Namjoon bajó la ventanilla del precioso Toyota negro todoterreno, aparcado en una esquina discreta del centro económico de la ciudad—. ¿Eres tú el lobo apestoso que se la tiene que chupar a sí mismo porque nadie más lo hace? —le pregunté, mostrándole las cuatro pizzas familiares que llevaba entre las manos.

Namjoon me dedicó una expresión muy seria junto con un gruñido bajo de enfado, pero solo fue una divertida advertencia.

—Tengo a tantos humanos haciendo cola para comerme la polla que he perdido la cuenta, Beomgyu —respondió antes de apartar la mirada hacia las cajas y extender las manos para cogerlas—, pero eso ya lo sabes...

Solté un murmullo desinteresado y saqué la cajetilla de tabaco.

—Pues no es este el callejón donde sueles estar rompiendo corazones —le dije, llevándome el cigarro a los labios con una fina sonrisa. Puse una mano para cubrir la llama del zippo de la fina lluvia y después solté una bocada de humo— No me digas que ahora eres todo un espía.

Namjoon abrió la primera caja, con la cabeza gacha para tratar de ocultar la media sonrisa de sus labios.

—Sube al auto y termínate tranquilamente el cigarro —me dijo en un tono que bailaba entre la amistosa oferta y una orden—. A no ser que te quieras quedar bajo la lluvia como el puto vagabundo que eres.

No esperó a mi respuesta antes de llevarse casi una porción entera de la pizza barbacoa a la boca y masticarla con la vista al frente. Di la vuelta al Toyota y subí al asiento del copiloto, quitándome el casco y abriendo la ventanilla para no llenar el auto de olor a humo; además de dejar escapar parte del Olor a Macho que había allí acumulado. Namjoon no olía mal, pero no era Yeonjun.

El lobo había aparcado en un sitio discreto, aunque con buenas vistas a la entrada de uno de los grandes edificios acristalados. Por supuesto, no pregunté lo que estaba haciendo allí. No me interesaba.

—He oído lo que pasó en el Luna Nueva —dijo Namjoon, rompiendo un silencio que había durado un par de minutos mientras se terminaba la primera pizza, dejaba la caja en el salpicadero y se abría la siguiente—. Algún subnormal ha sido tan imbécil como para atacar un local de la Manada y a los lobatos. ¿Te imaginas quién podría ser tan tonto, Beomgyu?

—No tengo que ni idea —murmuré mientras me llevaba el cigarro a los labios y miraba al frente, al cristal perlado de gotas y regueros de lluvia y las luces de la calle—, pero suena muy divertido.

—Ese imbécil que debería haber dicho la verdad y no tratar de vengarse por su cuenta y buscarse más problemas de los que ya tiene, pintó un montón de mierdas y no pudieron abrir el local este fin de semana —continuó, hablando a la vez que masticaba pedazo tras pedazo de pizza de carne—. Los lobatos están que se suben por las paredes.

—Qué pena me dan.

—Jin está enfadado, Beomgyu —añadió, como una especie de advertencia mientras me miraba por el borde de los ojos—. Los lobatos son una banda de idiotas y lo que te hicieron merece un castigo serio, pero son...

—Parte de la Manada —le interrumpí, respondiendo a su mirada y ladeando el rostro—. Y yo no lo soy.

Namjoon mantuvo mi mirada un momento y asintió, volviendo la vista al frente para seguir devorando su pizza familiar.

—Ya he hablado con Jin —murmuré, girando el rostro hacia la ventanilla antes de llevarme el cigarro a los labios y echar una voluta de humo hacia la lluvia—. No necesito que me digas algo que ya sé, Namjoon, ya me ha quedado claro que voy a ser un paria el resto de mi vida.

—Si sigues cometiendo estos errores, será complicado, Beomgyu —respondió él en voz baja—. Lo estabas haciendo muy bien hasta ahora.

—¿Te agrada Krystal? —le pregunté entonces.

Namjoon me miró por el borde de los ojos, sabiendo que aquel era un tema peligroso. Yo sabía que el lobo no quería hacerme daño pero, después de todo, era yo quien había preguntado, así que respondió:

—Es muy tímida, pero suele pasarle a los compañeros recién llegados. No he hablado mucho con ella todavía. Quizá en la... —se detuvo un momento—, en la fiesta de cumpleaños de Goeun, hablemos más y pueda hacerme una idea.

Me llevé el cigarro a los labios para darle otra calada que eché hacia la ventanilla. No miraba a Namjoon, era solo una voz grave en mis oídos, rivalizando con la lluvia contra el cristal y el sonido de los pocos autos que pasaban a aquella hora por la carretera.

—Conocí a Jongin ayer —dije en voz baja tras un breve silencio—. En la tienda de caramelos. No sabía quién era hasta que me dijo que estaba con Krystal. ¿Crees que se quería reír de mí?

—No —negó en rotundo—, Jongin no es así. No es esa clase de persona.

Asentí un par de veces, apoyé el brazo en la ventanilla y doblé el codo para llevarme el cigarro a los labios, soltando el humo lentamente.

—¿Por qué fuiste a la tienda de caramelos, Beomgyu? —me preguntó Namjoon tras empezar su tercera caja de tamaño familiar de pepperoni.

—Fui a entregarle las tres pizzas que pidió.

—¿Jongin? —dejó de comer y me miró con una expresión entre la sorpresa y la extrañeza, casi la misma que había puesto Yeonjun al oírlo.

—Me dijo que no eran para él —añadí, girando el rostro hacia el lobo—, porque tenía compañera.

—No había nadie más en... —y se detuvo, dándose cuenta de que estaba hablando de los asuntos de la Manada con alguien con quien, se suponía, no debería hablar de eso. Bajó la mirada a su pizza y siguió comiendo con su expresión preocupada y seria—. ¿Cuántas pidió? —me preguntó tras un breve silencio.

Fumé una última calada y tiré la colilla hacia la calle mojada y repleta de charcos.

—Las mismas que tú —respondí antes de abrir la puerta del auto.

—Oye, Beomgyu —me llamó antes de que me alejara. Me puse el casco de la moto y me giré hacia el lobo—. Si Jongin vuelve a pedirte comida... avísame, por favor.

—¿Por qué?, ¿crees que hay algún problema? —le pregunté. Por supuesto, él no dijo nada a aquello, solo se quedó mirándome con sus ojos marrones y su expresión seria—. Todo queda en la Manada —sonreí, dejando a Namjoon atrás.

Aquella madrugada, tras no parar de hacer repartos durante toda la noche, salí de la pizzería y fui hacia el Jeep negro. No había nadie en el asiento del conductor, así que fui directo a la parte de atrás, encontrándome a un Yeonjun que me gruñó nada más verme, con los pantalones por los tobillos, la polla dura y la camiseta levantada.

—Así me gusta —sonreí con profundo placer y entré en el auto de un salto, directo a comerme a mi lobo feroz.

Después de correrse cuatro veces, Yeonjun quedó recostado en el asiento, jadeando, con los ojos entrecerrados y la polla inflamada dentro de mí. Yo no estaba mucho mejor, montado sobre él, con los brazos alrededor de su cabeza y la cara hundida en su cuello. Nos tomamos aquellos preciosos minutos de descanso en los que el lobo recuperó suficientes energías para abrazarme y restregarme su sudor por la cara mientras ronroneaba. Cuando llegamos a casa, fue directo a la cocina, se sentó en el taburete de la barra y esperó a que dejara la bandeja con un pavo de seis kilos delante de él. Gruñó con profundo placer y abrió los ojos antes de empezar a devorar la carne a grandes bocados sin dejar de mirarme. Yo me senté frente a él y fui comiendo con un tenedor poco a poco.

—Yeonjun, ¿qué pasaría si un compañero no da suficiente comida a su lobo? —le pregunté, solo por pura curiosidad.

—Yeonjun se ha portado bien. Buen Macho —fue su respuesta, frunciendo el ceño antes de atraer la bandeja hacia él como si quisiera defenderla de mí—. Yeonjun merece toda la comida que le da Beom.

Eso me hizo sonreír un poco.

—No te voy a quitar comida, Jun —le aseguré para tranquilizarle—. Solo era una pregunta.

El lobo gruñó un poco, más agudo y corto; un ruido que significaba sorpresa y entendimiento.

—Si Beom no diera comida a Yeonjun, su Macho pasaría mucha hambre —respondió mientras masticaba—. Yeonjun ya no come nada que no le dé su compañero.

—¿Y qué haría la Manada si viera que pasas hambre?

—Manada ayuda, siempre ayuda —asintió—. Pero Yeonjun no aceptaría —y puso un gesto orgulloso de cabeza alta y expresión seria, no tan eficaz cuando tenía la boca llena de grasa con restos de carne—. Sería como traicionar a Beom y dejarle mal delante de Manada. Yeonjun nunca haría eso.

—¿Comerías a escondidas, entonces?

Yeonjun agachó la cabeza.

—Solo si... mucha, mucha hambre —reconoció.

Asentí, me metí un último trozo de pavo en la boca y lo bajé con un trago de la cerveza de Yeonjun. Después me levanté y saqué mi cajetilla de tabaco del bolsillo para ir a fumar a la puerta de emergencia. Me había llamado la atención que tanto Yeonjun como Namjoon se hubieran sorprendido tanto de que Jongin hubiera pedido pizza. Si realmente estaba comiendo a escondidas debía ser porque la puta de Krystal no le daba suficiente en su Guarida. Mala compañera... Sonreí.

No es tan divertido cuidar de un lobo cuando tienes que gastarte cientos de dólares en comida, ¿verdad? Pues a eso súmale que tu casa ahora es una Guarida, que no puedes invitar a nadie ni verte con nadie, que siempre vas apestando a Olor a Macho allí a donde vayas, que tus padres y familia te van a juzgar por follarte a un lobo y que vas a entrar en esa «Manada». La gente no sabe lo que es la Manada, así que se creen que es parecido a volverte amish o mormón. Que sus hijos o hermanos van a unirse a algún tipo de secta extraña y llena de lobos donde se van a pasar el día drogados y en orgías. Ojalá eso hubiera sido cierto... pero no, la Manada no hacía cosas tan divertidas; solo putos picnics, barbacoas, comidas y fiestas como una enorme y aburrida familia.

El problema, es que muchos no saben esto. Empiezan a tontear con un lobo y piensan que el sexo es una pasada y que no les importa aguantar un par de tonterías como darles de comer o que visiten tu casa cuando quieran. Entonces es solo algo divertido. Tienes a un pedazo de hombre guapo, follador y salvaje que viene a tu casa a hacerte muy feliz de vez en cuando; pero, ¿y si la cosa se pone seria? Oh, sí... querer a un lobo significa sacrificar muchas cosas. Más de las que, quizá, estabas dispuesto en un principio. A no ser que seas un Omega del Foro y estés obsesionado con conseguirlo, la mayoría de personas racionales empiezan a tener dudas y miedo, a preguntarse si «merece la pena», si «no te arrepentirás más tarde», si «eso de ser un compañero es para ti», de si estás dispuesto a perder toda tu vida para meterte de lleno en un nuevo mundo de lobos y ostracismo social más allá de la Manada.

Para ser un compañero, lo tienes que dar todo por tu lobo. Tienes que dejarlo todo por tu lobo. Tienes que enfrentarte a mucha humillación y rechazo social; y quizá, a mitad de camino, te des cuenta de que ya no es tan divertido como pensabas que sería, que el sexo está bien, que te has divertido mucho, pero que tú no quieres perder a tu familia y amigos, tu trabajo y ser solo la mujercita de un apestoso lobo.

Krystal no quería serlo.


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