Chapter 28: La manada: los putos lobatos.
Me desperté y parpadeé un par de veces para aclarar la mirada. La habitación estaba sumergida en una penumbra grisácea y llena del murmullo de los ventiladores al moverse, arrojando chorros de aire sobre la cama. Lo peor de trabajar de noche en verano, era tener que dormir de día, cuando el calor era abrasador y sofocante y la luz se colaba por todas partes como una infestación de termitas. Froté el pecho sudado de Yeonjun que roncaba desnudo debajo de mí. Ya me había despertado antes y habíamos follado, pero me había vuelto a quedar dormido encima de él durante la inflamación, arrullados por el aire que llegaba en oleadas hacia nosotros y nos refrescaba la piel sudada y caliente. Me incorporé un poco, me froté el rostro y solté una bocanada de aire mientras me movía en dirección al baño, tratando de no despertar al lobo. Tras una ducha rápida y fresca, fui a vestirme y abrí la puerta corrediza de papel de arroz que ahora separaba la habitación del resto de la casa, interrumpiendo la mayoría del sol que entraba a raudales por las cristaleras del salón. Me tropecé con la puta alfombra, un clásico de cada mañana, y solté mi también diario: «Puta alfombra de los cojones» antes de seguir adelante hacia la cocina.
Lo primero que hice fue ponerme un cigarro en los labios, después eché hielo por el servidor de la puerta de la nevera para llenar dos vasos; el de té helado para la leche de Yeonjun y uno normal para mi café solo. Puse la máquina de café a funcionar y encendí el cigarro, soltando una rápida bocanada de humo antes de aspirar una calada. Cuando mi café estuvo listo, me lo llevé conmigo hacia la puerta de emergencias, esquivando las planchas de madera y herramientas que el lobo había dejado por allí. Al parecer, Yeonjun había descubierto que la barra de la cocina era un poco inestable y que la madera estaba hecha mierda, así que había decidido que necesitábamos una nueva barra en la cocina. Había comprado madera de pino, la había barnizado y la estaba montando en sus ratos libres, dejando la cocina hecha mierda y repleta de virutas y serrín. Yo me concentraba en ignorarlo y quejarme lo menos posible del puto desastre que estaba creando de forma tan innecesaria.
Abrí la puerta, un poco más de lo normal, creando una agradable corriente de aire entre ella y las ventanas abiertas; estaba un poco caliente, pero seguía siendo una brisa agradable que removía las hojas de las plantas y ayudaba a aligerar el ambiente cargado del salón. Apoyé la espalda desnuda contra la pared de ladrillo y eché el humo hacia un lado antes de beber un trago de mi café con hielo. Entonces solté un suspiro de lo que, creía, era felicidad. Yo ahora era un hombre que vivía en la Guarida de un lobo al que le gustaba comer, follar, dormir, arreglar cosas y montar muebles. Tenía electrodomésticos caros de primera mano, un sofá mullido sin roturas y que no había sacado de la basura, una enorme televisión de plasma con equipo de música, plantas que llenaban las paredes y repisas de un profundo verdor, cristales limpios, y, por alguna razón, las putas alfombras de felpa que tanto odiaba y que solo servían para acumular mierda y hacerme tropezar. Nunca creí que todo eso me hiciera feliz, pero, de alguna forma, lo hacía.
A veces por las mañanas de aquel verano caluroso, me paraba al lado de la puerta y me descubría a mí mismo pensando en ello mientras bebía el café. Yo había crecido en una caravana llena de botellas de vodka vacías y polvo, vistiendo ropa de la caridad y comiendo sobras del restaurante en el que trabajaba mi madre. Un niño triste y solo que jugaba entre la hierba para no oír los gritos, un niño que jamás hubiera pensado que, en algún momento de su vida, tendría todo aquello. Que habría un estúpido lobo en alguna parte que le querrí... La puerta de la habitación se deslizó entonces, distrayéndome de mis oscuros recuerdos. Mi príncipe azul salió desnudo, con una expresión adormilada mientras se rascaba el pecho y bostezaba. Vino hasta la cocina y bebió entero su vaso de leche con hielo, soltando un eructo y un gruñido de placer al terminar. Me quedé mirándole con el cigarro en los labios y expresión seria. Yeonjun se acercó a mí con su labio superior todavía manchado de leche y me frotó la cara, ronroneando, para darme los buenos días.
—Yeonjun, límpiate antes, joder —le ordené, apartándole para pasarle la mano por la boca.
El lobo soltó un gruñido de queja por apartarle de mí, pero soportó que le limpiara y después me frotó la mejilla de nuevo antes de irse a tirar al sofá. Se abrió de piernas como si los cojones no le cupieran entre ellas y encendió la tele. A veces, aquellas mañanas de verano también me preguntaba cómo era posible que quisiera tanto a un cerdo como Yeonjun; feromonas, suponía.
Cuando terminé mi cigarro, tiré la colilla por la puerta y fui a vestirme para hacer las compras y desayunar. Yeonjun se quedó en el salón porque lo pasaba muy mal yendo por la calle bajo el sol en verano, así que le llevé uno de los ventiladores para que le diera aire mientras estaba tumbado rascándose los huevos. Me despedí de él con una caricia en su cabello anaranjado y me incliné para darle un beso rápido.
—Beom se va —le dije.
Yeonjun giró el rostro para echar un rápido vistazo a mi ropa. Me había puesto una camiseta de asas, mis nuevas gafas de sol de cien dólares y un bañador corto azul oscuro con cordón blanco; el lobo gruñó y agachó la cabeza, consciente de que si me decía algo me enfadaría.
—Pásalo bien... —respondió él con cierto tono bajo y grave.
Odiaba dejarme solo cuando, según él, «Beom va muy sexy», pero, aunque intentara seguirme, no iba a permitírselo. Llevar a Yeonjun en medio de una tarde calurosa era como cargar con un niño grande y apestoso que no paraba de resoplar y gruñir para quejarse. Así que salí por la puerta con las llaves en la mano y bajé hacia la calle. El asfalto ardía bajo mis chancletas, el sol te azotaba en los hombros y la cabeza con un látigo de fuego y el aire era casi difícil de respirar. En un par de minutos ya estaba sudando y deseando volver a casa, pero seguí mi camino hasta alcanzar la cafetería con aire acondicionado. Me tomé otro café con hielo y un sándwich, ignorando o respondiendo directamente a las miradas de desaprobación y sorpresa de algunos clientes. Ahora no solo apestaba a lobo, sino que con la camiseta de asas se me veía lo «marcado» que estaba, las heridas de dientes y los numerosos moratones. Para aquellos que no conocían a los lobos, debía parecerles que yo me dedicaba a la asfixia auto-erótica o alguna mierda así. Resultó especialmente divertido cuando volví a esa peluquería de ricos donde ahora me atendían con una sonrisa porque sabían que tenía dinero. Trataban de no hacer ninguna referencia a las marcas ni a mi olor corporal, pero las miraban y arrugaban la nariz, y yo sabía que algunos de aquellos hombres repeinados y bien vestidos que iban por la vida como estilitas de éxito, no eran más que jodidos loberos. Toda esa dignidad y prepotencia se les caía por los suelos cuando les veía aspirar el Olor a Macho discretamente y ponerse cachondos. Finalmente, fui a por la comida, cargando dos pesadas bolsas hasta casa. Llegué justo a tiempo para tirarle a Yeonjun el móvil, que vibraba con una llamada de un número oculto. El lobo lo cogió en el aire y respondió:
—Aquí Yeonjun —giró el rostro para mirarme y gruñó de una forma que nada tenía que ver con lo que le estuvieran diciendo por teléfono. Al lobo le gustaba mucho cuando llegaba con el pelo cortado y peinado, con la piel empapada en sudor y calentada por el sol, con pequeñas gotas deslizándose por mis brazos y mi cuello—. Sí... claro—. Se levantó del sofá casi de un salto y vino hacia mí para pegarse a mi espalda sudada y frotarse sus labios y su barbilla contra mi nuca. Soltó un jadeo, otro gruñido de excitación y empezó a mover su cadera, apretándome bien su polla dura contra mi culo para que la notara—. Sí, Yeonjun... con Beom —respondió. Levanté la cabeza y dejé de desenvolver el papel de aluminio de la comida, me giré y miré directamente al lobo, demasiado cachondo para pensar con claridad—. Sí, Yeonjun... sí —murmuró, empezando ahora a rozar su erección contra la mía debajo del bañador. Me rodeó con su brazo libre y me lamió el cuello—. Yeonjun llama a Jin más tarde —concluyó, tirando el móvil a un lado para dedicarme un buen gruñido de excitación y morderme el hombro mientras me bajaba el pantalón y me subía a la repisa de la cocina.
Después de correrse cuatro veces, morderme como un puto animal y follarme sin parar sobre la encimera; se quedó con una sonrisa en el rostro, sudando como un cerdo y ronroneando durante toda la inflamación. Tras recuperar el aliento, le llevé al baño, y nos dimos una buena ducha fresca. Salimos limpios y con solo un pantalón corto a la cocina, Yeonjun se sentó en el sofá, frente a su bandeja de comida en la mesa baja, ya que ya no teníamos barra de madera en la que comer, y empezó a meterse cucharada tras cucharada de arroz con pollo y guisantes en la boca mientras llamaba al Alfa por teléfono.
—Aquí Yeonjun... sí —sonrió con la comida todavía en la boca y me miró a su lado—. Sí, Yeonjun mucho mejor ahora. —Perdió la sonrisa y bajó las cejas en una expresión preocupada—. Esta noche es la noche libre de Beom. Iba a llevar a Yeonjun a bailar —se oyó un murmullo bajo por el móvil y el lobo alzó las cejas con sorpresa y alzó la cabeza—. Entonces... Yeonjun llevará a Beom —un silencio y otro murmullo bajo. El lobo sonrió—. Bien —asintió y colgó. Me quedé mirándole mientras le daba otro sorbo al café con hielo y esperaba a que se terminara la bandeja. Lo cual ocurrió quince minutos después, dejando al lobo lleno y con la barriga abultada.
—¿A dónde se supone que me vas a llevar? —quise saber mientras me levantaba para ir a por un cigarro y fumarlo al lado de la puerta.
—Al Luna Nueva —respondió tumbado en el sofá mientras el ventilador le echaba aire en oleadas, removiendo su Olor a Macho por todo el salón—. Hoy la Manada abre el club a los humanos y hay que vigilar a los Lobatos.
Puse una mueca de fastidio y eché el humo a un lado.
—¿Y tenemos que ir nosotros? —pregunté con un evidente fastidio—. ¿No pueden ir los demás a vigilar a los putos lobatos?
—Irán más Machos de la Manada —afirmó Yeonjun, ladeando el rostro para mirarme, al contrario que yo, parecía feliz de ir al Luna Llena y perdernos nuestra noche libre de copas y baile—. Y Beom puede venir con Yeonjun —anunció.
—Ah... —comprendí, llevándome el cigarro de nuevo a los labios y entrecerrando los ojos.
Aquello no era como la bolera o sus putos picnics, por supuesto, pero era algo. Parte de la Manada estaría allí vigilando a los lobatos para que no se pasaran o no se pudieran demasiado tontos con los humanos. Seokjin el Alfa había permitido a Yeonjun llevarme, así que para el lobo era una gran señal de que, quizá, la Manada pudiera empezar a perdonarme. Puede que todas esas visitas de los Machos a la gasolinera para pedirme carburante gratis, hincharles las ruedas y beber cerveza fría, habían servido para algo.
Al parecer, aquella autopista secundaria era ahora una de las que más les gustaba frecuentar para traficar con «caramelos» y pasar contrabando. Se detenían a repostar casi todos los días. Yo nunca decía nada, les daba lo que pedían y me mordía la lengua para no mandarles a la mierda. Ellos siempre me enseñaban el dinero para pagarme, pero era un gesto rápido y lo guardaban sin decir nada cuando yo lo ignoraba. En el fondo, seguía sin importarme una mierda la Manada, pero para Yeonjun era importante, muy importante, así que yo había decidido seguir el consejo de Namjoon; mantenerme en un punto neutral donde no fuera su amigo ni su enemigo, solo el compañero de Yeonjun, el SubAlfa.
Me reuní con el lobo en el sofá, acariciándole el pelo con una mano distraídamente mientras mirábamos un documental marino que había puesto. Era aburrido, pero había algo fascinante en mirar esos colores tan vibrantes en 4K y escuchar los sonidos por el equipo de música, era hipnótico y relajante, llevándote a un estado adormilado y maravilloso en el que no pensabas en nada. Yeonjun se echó una pequeña siesta y se levantó a media tarde para ponerse su cinturón de herramientas y seguir montando la barra de madera en la cocina. Yo me quedé en el sofá, con los brazos extendidos por el respaldo, los tobillos cruzados sobre la mesa y mirando la tele mientras bebía una cerveza fría y fumaba. Cuando se hizo de noche, el lobo se metió su segunda comida del día, se echó otra siesta a mi lado mientras le acariciaba el abdomen y se levantó a media noche para prepararse. Yeonjun se puso unos pantalones cortos y una camiseta sin mangas, de esas como sacos y abierta hasta el costado, así que mostraba bastante piel. Yo no quede atrás y me puse otro bañador negro hasta el muslo y una camiseta corta con botones en el cuello que no dudé en desabotonar hasta el fondo. Me fui al baño y me peiné un poco. Cuando salí, oí a Yeonjun gruñendo desde su sitio al borde de la cama, mirándome fijamente y las llaves del Jeep entre las manos.
—¿Qué te pasa? —le pregunté mientras me dirigía a por la cajetilla de tabaco.
—Beom muy guapo... —gruñó, produciendo de nuevo aquel sonido excitado y grave de garganta.
Se levantó de su sitio y me siguió de cerca, pegándose a mi espalda y gruñendo en mi nuca como solía hacer siempre que tenía esa estúpida necesidad de marcar territorio. Ya ni me esforzaba en apartarle, porque sabía que era algo que simplemente iba a hacer durante toda la puta noche, así que me limitaba a ignorarle. Salimos de casa y nos subimos al Jeep aparcado a un lado de la acera, Yeonjun puso el aire acondicionado y yo busqué algo de música movida para ir calentando la noche. Cuando llegamos a la nave aparentemente abandonada de la parte industrial de las afueras, me sorprendió ver la cantidad de autos que había por allí aparcados. El Luna Nueva no era como el Luna Llena, se trataba de un club clandestino y, a todas luces, completamente ilegal. No había letrero que lo anunciara, ni portero que vigilara la entrada, ni nada que indicara que allí dentro había lobos y una fiesta repleta de alcohol y música demasiado alta. Así que, los humanos que hubieran ido allí tenían que saber de antemano lo que pasaba y a dónde iban.
—Espero que esté bien ventilado —murmuré mientras Yeonjun aparcaba a un lado, cerca de una sección reservada y repleta de todoterrenos y autos grandes—. Porque los lobatos tienen que dar puto asco en verano.
El lobo soltó un bufido y una de sus extrañas risas bajas.
—Sí. Lobatos muy apestosos en verano —reconoció Yeonjun—. Muy excitados también. La Manada tiene que abrir el Luna Nueva varias veces al mes o lobatos perder la cabeza.
Salimos del auto y fuimos hacia la entrada, yo delante y Yeonjun muy pegado a mi espalda. En esa ocasión, la puerta metálica y corredera estaba completamente abierta, así que nos sumergimos directamente en el ruido, las luces y el intenso olor. El Luna Nueva ya no era el lugar cerrado de la primera vez, con lobatos peleando, bailando, bebiendo y gritando, sino que ahora era como una enorme discoteca. Estaba llena de luces violáceas y rosadas, con láseres intermitentes y focos; había un Dj en un palco en lo alto, pinchando temas muy movidos y mezclas con muy buenos bajos que te retumbaban en el pecho; habían montado una barra de copas con camareros y todo tipo de bebidas alcohólicas y, al otro lado, un reservado con sofás y mesas. El lugar estaba abarrotado de humanos que bailaban al ritmo de la música electrónica, levantando en alto palitos fluorescentes y saltando. De vez en cuando caía una lluvia de agua fina de unos aspersores del techo, refrescando el lugar mientras, en lo alto de la nave, unos enormes ventiladores movían el aire, creando una corriente artificial para que reciclar el ambiente. Eso ayudaba mucho con el calor acumulado, pero apenas conseguía sofocar el olor. La peste a sudor y a lobato era intensa y fuerte, tanto que me hizo perder el aliento y cerrar los ojos con expresión de asco.
—Joder... —jadeé, frotándome la nariz—. ¡Qué puta peste! ¿Cómo es capaz de respirar la gente?
—Beom tiene Macho, por eso le huele peor —me dijo Yeonjun al oído, por encima de la música—. Vamos con Manada —me señaló la parte de los sillones, mejor iluminada y sin tantos humanos.
Casi me dejé guiar por el lobo, dedicándome a abrirme paso entre las personas que se cruzaban en nuestro camino, empujándolas si era necesario y dedicándoles miradas secas si se ponían tontos. Había loberos, por supuesto, pero también muchos hombres y mujeres que quizá solo hubiera ido allí a gozar de una de las fiestas más ruidosas, grandes y repletas de alcohol y droga de la ciudad. Al acercarnos a los sofás, distinguí a un par de lobos de la Manada, todos solteros del Luna Llena y algunos de los lobatos más mayores; entre ellos, el pequeño y falso Alfa, Sunghoon. Fue el único de todos ellos que me miró a los ojos y no se esforzó en fingir que yo no existía, pero solo porque en su rostro había una expresión asqueada y una sonrisa cruel. Jaebum y Taehyung, sentados a un lado, también me dirigieron una rápida mirada, pero fue apenas un gesto a escondidas antes de sumarse a esa decisión colectiva de ignorarme.
—Tú no deberías estar aquí, pedazo de mierda —me saludó Sunghoon, sacándose el cigarro de los labios y soltando el humo en mi dirección—. Esta es la parte de la Manada, vuelve con los demás humanos.
Yeonjun le gruñó por lo bajo, muy pegado a mi espalda y con los puños cerrados, pero no pudo hacer nada por defenderme, como tampoco lo hicieron los demás lobos, que se limitaron a saludar a Yeonjun y a seguir bebiendo. Yo seguía siendo un paria, después de todo.
—Ten cuidado, Sunghoon —le advertí yo, lo suficiente alto para que me oyera con la música—. No estoy de buen humor esta noche y quizá te acabe dando una puta patada en la boca.
Mi comentario provocó algunas reacciones en los lobos, que gruñeron por lo bajo a forma de advertencia. Los lobatos eran una banda de niñatos pajeros y gilipollas, pero seguían siendo de la Manada y no iban a permitir que alguien «de fuera» les amenazara.
—Beom... —me dijo Yeonjun al oído, acompañando sus palabras de un breve gruñido de nerviosismo. Una vez más, la estaba cagando cuando se suponía que me habían dado una oportunidad.
—He dicho que te largues, ¿no me has oído? ¿o es que quieres humillar un poco más a Yeonjun antes de irte? —me preguntó Sunghoon, crecido tras el apoyo de su Manada, alzando la cabeza con orgullo y cruzándose de brazos.
Apreté los dientes y busqué mi cajetilla de tabaco, me puse el cigarro en los labios y lo encendí con el zippo, miré a un lado y eché el humo. Por fuera parecía en calma, pero por dentro estaba bullendo como una puta caldera a punto de explotar. No se ponían tan chulos y me gruñían tanto cuando venían a la gasolinera a pedirme «favores» y se iban con el depósito lleno, cerveza fría y tabaco gratis. Pero apreté los dientes y me callé. Miré a Yeonjun y le hice una señal de que iba a la barra a pedir algo de beber. El lobo asintió con una expresión de pena en el rostro. Él no podía hacer nada por mí, solo tratar de conseguir acercarme a la Manada; el resto estaba en mi mano y debía ser yo el que decidiera agachar la cabeza y tragar y tragar hasta que esa banda de lobos hijos de puta me perdonaran. Así que preferí alejarme antes de que mi paciencia llegara al límite e hiciera o dijera algo de lo que más tarde me arrepentiría. Fui hasta la barra, pedí un vodka frío con lima y me fumé mi cigarro mientras me tragaba mi enfado como si fuera bilis amarga por mi garganta. Yeonjun llegó diez minutos después, se pegó a mi espalda y gruñó con cierta tristeza cerca de mi oreja.
—No quería enfadar a la Manada —me obligué a decir antes de beber un buen trago de vodka. No era una disculpa, tan solo un hecho.
—Yeonjun no puede defender a Beom... —me dijo antes de volver a gruñir. Estaba triste por el rechazo de sus hermanos, porque quizá se hubiera creído que aquella «nueva oportunidad» iba a cambiar algo. Quizá el lobo se creyó que los Machos solteros y los lobatos me iba a recibir con los brazos abiertos o algo así—. Beom tiene que...
—¡Ya lo sé, Yeonjun! —le interrumpí con enfado.
Yeonjun levantó la cabeza y se apartó un poco, lo que solo empeoró mi humor. No estaba molesto con él, solo conmigo mismo y con la puñetera Manada; Yeonjun solo era la persona que estaba más cerca. Me terminé mi vodka con lima de un par de tragos y agité la cabeza, porque estaba amargo y frío. Giré el cuerpo para ponerme de cara al lobo, con expresión seria y vigilante. Me acerqué y le rocé la mejilla contra la mía, rodeándole el costado con las manos y frotándole suavemente para que me perdonara. Yeonjun tardó un poco en acariciarme de vuelta y ronronear por lo bajo.
—¿Quieres bailar? —le pregunté al oído, empezando a moverme suavemente al ritmo de la música. Yeonjun me siguió enseguida, bailando como solo él sabía bailar, sumergiéndonos lentamente entre la gente hacia la pista de baile.
Por aquel entonces yo no entendía del todo la seriedad del asunto; lo ofendida que se había sentido la Manada por mi rechazo y lo mucho que tendría que hacer para que me perdonaran y volvieran a aceptarme como compañero de Yeonjun. Yo creía que, si hacía un par de favores, si me «portaba bien», terminarían olvidándolo, pero me equivocaba. Conseguir el favor de la Manada, entrar a formar parte de ella y hacerte un hueco en la comunidad junto a tu lobo, es complejo; requiere tiempo, esfuerzo, pequeñas pruebas para demostrar tu compromiso, hacerte valer a ojos de los Machos y, sobretodo, del Alfa.
Recuperar su respeto después de haberles insultado... eso no es complejo, es jodido, jodido de verdad. Cuando decepcionas a la Manada, cada paso que das hacia ellos es insignificante, todo se vuelve el doble de complicado, frustrante y duro. No importa lo mucho que les des, porque quizá después de meses de esfuerzo y dedicación, lo único que hayas conseguido es que te miren a los ojos mientras te hablan; cuando, quizá, una nueva compañera haya sido aceptada sin hacer ni la décima parte de lo que tú has hecho por ellos.
Sí... Estuve a punto de mandarlos a la mierda a todos en varias ocasiones, la frustración pudo conmigo, hasta que comprendí que yo jamás volvería a ser parte de la Manada. Entonces, simplemente, lo acepté.
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