Chapter 27: La manada: ni paga, ni cobra.
La siguiente ocasión en la que me encontré con un Macho de la Manada fue dos semanas después. Hacía un calor horrible y pasaba el tiempo entre las neveras de bebidas refrigeradas y el exterior. Sudando y con la piel pegajosa, bebiendo Red Bull y cerveza fría y fumando a cierta distancia de los depósitos y los surtidores. Al menos era de noche y el sol no caía directo sobre mi cabeza, porque aquello debía ser como un jodido horno cuando el cemento de la autopista se calentaba. Incluso me había llevado una silla plegable de playa que, por alguna razón, vendían en la tienda de la gasolinera. Me tumbaba allí la mayoría del tiempo a la espera de un golpe de brisa que me devolviera a la vida, con un cubo de hielo a los pies repleto de bebidas frías. Había otra silla vacía al lado, la de Yeonjun, quien muchas veces venía a hacerme una visita o a esperar a que mi turno terminara. Se sentaba allí conmigo, bebía cerveza helada y comía un helado de stracciatella tras otro; el único sabor que le gustaba. Cuando aparecía un cliente, yo soltaba un insulto por lo bajo y me levantaba, sintiendo la tela de mi bañador corto empapada y mi camiseta de asas bajo el estúpido chaleco de la gasolinera pegada contra mi cuerpo. Yeonjun había sufrido un profundo debate interno la primera vez que me había visto con mi ropa corta de verano: se había puesto cachondo, pero a la vez se había enfadado. «Beom ya tiene Macho» me recordó varias veces hasta que fui yo quien se enfadó con él y corté esa mierda en seco. Él también iba apenas sin ropa, siendo mucho más obsceno, y yo no le decía nada.
En aquella ocasión, llegó un auto en mitad de la noche, cuando yo estaba fumando y bebiendo solo. Se trataba de un Suzuki todoterreno de corte militar y color verde muy oscuro. Me temí lo peor y al acercarme vi a los dos hombres con el collar plateado alrededor de sus cuellos. Reconocí a uno de ellos, uno de los solteros de la Manada, pero al otro no lo conocía. Me acerqué con expresión de pocos amigos y me crucé de brazos. Con camiseta de asas se podían apreciar el brazo cubierto de tatuajes que tenía desde la mano hasta el hombro y los muchos que tenía en el otro, eso intimidaba a bastantes personas, que se creían que les iba a robar el auto en vez de atenderles y rellenarles el depósito; pero no provocó ningún efecto en los lobos, quienes se quedaron en silencio mientras yo esperaba a que me dieran alguna explicación convincente de por qué estaban allí.
—Beomgyu —me dijo el conductor, casi escupiendo mi nombre y mirándome de arriba abajo sin demasiado apego.
Era un Macho de pelo pardo, de mediana edad y con una camiseta sin asas color beige. Quien le acompañaba era Jaebum, uno de los solteros del club que a veces salía a fumar conmigo. Nos llevábamos bien. Antes, claro, cuando la Manada todavía no me odiaba. Ambos hombres olían muy fuerte, pero, al igual que le pasaba a Yeonjun, el calor hacía a los lobos muy olorosos debido a lo mucho que sudaban.
—¿A qué han venido? —les dije con un tono seco.
El conductor gruñó, mostrándome un poco los dientes. Si me hubieran aceptado como compañero de Yeonjun, jamás hubieran podido hacerme eso, porque sería como una provocación y una ofensa al SubAlfa; pero yo para ellos no era más que un desagradable humano que apestaba a Yeonjun, que vivía con él, que se lo follaba cada día y que le mantenía cuidado y saciado. Aun así, mantuve la mirada de ojos claros del lobo sin dudarlo, porque no necesitaba ser el humano de nadie para enseñarles respeto a esos subnormales de la Manada.
—Rellénanos el depósito, Beomgyu —intervino Jaebum tras el conductor, inclinando la cabeza para poder mirarme, poniendo una mano en el pecho de su compañero para calmarle.
Eché una última mirada a aquel lobo que seguía gruñéndome un poco por lo bajo y fui a por la manguera del surtidor. Cuando abrí la rosca del depósito y la metí, levanté la mirada y vi un cargamento de más cajas de «caramelos», apiladas y precintadas como las que yo me había llevado. Al girar el rostro me encontré con la expresión enfadada del lobo que no conocía, observándome fijamente por el gran retrovisor lateral. Sonó una puerta abriéndose y Jaebum bajó del Toyota para dar la vuelta al auto y quedarse apoyado en la parte trasera, con sus brazos cruzados en el pecho y la cabeza levemente ladeada mientras me miraba. Le ignoré hasta que el depósito quedó lleno y después saqué la manguera para volver a dejarla en el surtidor. Di por concluido el momento y fui hacia mi silla.
—¿Tienes un cigarro, Beomgyu? —me preguntó el lobo, sin moverse de su sitio. Estaba serio y mantenía la cabeza alta, como si estuviera todo el rato alerta.
Me detuve y tardé un par de segundos en girar el rostro para mirarle vagamente por el borde de los ojos. Jaebum no me caía mal y, sinceramente, no tuve ganas de ser desagradable con él.
—Te traeré una cajetilla de la tienda —murmuré.
Entré en la tienda, cogí la marca que fumaba Jaebum y salí de nuevo con la misma expresión molesta y de ojos un poco entornados con la que llevaba desde que habían llegado. El lobo me seguía esperando, esta vez al lado del surtidor. Me detuve a varios pasos de distancia y le tiré la cajetilla. Él la cazó al vuelo, demostrando una vez más los buenos reflejos que tenían los lobos. Sacó cien dólares de su pantalón corto de camuflaje militar y los mantuvo en alto, como si quisiera enseñármelos más que entregármelos, pero le hice una señal con la cabeza hacia la autopista para que se largaran de una puta vez y no volvieran nunca. El lobo guardó el billete y bajó un momento la mirada al suelo de cemento gris y pequeñas manchas de agua y aceite de motor. Entreabrió los labios y me miró, como si quisiera decirme algo, pero entonces los cerró y soltó aire por la nariz antes de poner una mueca de tristeza y darse la vuelta hacia el auto. Salieron a buen ritmo hacia la carretera, abandonando la parte iluminada de la gasolinera para sumergirse en la oscuridad de la autopista.
Yeonjun llegó una hora después, aparcó a un lado y vino a buscarme a mi silla con sus pantalones cortos por encima de las rodillas y su camiseta sin mangas. Apestaba a sudor caliente y fresco, pero era el de mi lobo y a mí me gustaba mucho más que el de los otros. Quizá las feromonas funcionaban como las marcas de tabaco, cuando empezabas con una, las demás ya no te gustaban tanto. Esa era las tonterías que pensaba en la soledad de mis noches en la silla, pero no en aquel momento; en aquel momento me llevé a mi lobo sudado, y estúpido a la parte de atrás para follar como un par de adolescentes contra el muro de la caseta. Al terminar nos sentamos con una sonrisa en las sillas, más sudados y acalorados que antes, pero sintiéndonos mucho mejor. No le dije nada de la visita de la Manada, como no le había hablado de ninguna de las anteriores, solo le pregunté:
—¿Has comido ya? —Él asintió y se tocó su barriga emitiendo un gruñido de placer—. Coge un helado si quieres. —Ronroneó un poco y sacó uno de los helados del cubo frío.
A los pocos días, otro todoterreno se detuvo en la gasolinera, un Toyota negro que ya conocía. Me acerqué al lobo del interior con la misma expresión indiferente y molesta que a todos los demás, incluso un poco más acentuada esta vez al tratarse de él.
—Creía haberte dicho que te fueras a la mierda —le recordé a Namjoon.
Estaba al volante, sin camiseta y con solo su colgante plateado sobre su pecho. Su Olor a Macho llegaba con fuerza con cada leve brisa que removía el aire del interior de su auto, donde estaba muy concentrada. Namjoon olía fuerte, pero un poco más salado y ligero que el resto, no sabía muy bien cómo describirlo. Me miró con sus ojos marrones y respondió:
—Necesito hinchar las ruedas y llenar el depósito —respondió con tono tranquilo, pero poco amigable.
Chasqueé la lengua y me fui hacia el surtidor para coger la manguera. Namjoon salió del auto, quedándose de brazos cruzados y con la espalda apoyada en la puerta del Jeep. Llevaba tan solo un pantalón de baloncesto rojo bastante suelto y sin ropa interior, porque, al parecer, a los lobos les encantaba demostrar lo grandes que tenían las pollas. Se quedó con la mirada al frente, hacia la gran caseta de la tienda iluminada y después hacia las dos sillas de playa que había a un lado, entre un cubo de hielo con cervezas, refrescos y helados.
—¿Si tanto desprecias a la Manada, por qué nos ayudas y no nos cobras? —preguntó.
No le respondí. Cuando terminé de llenarle el depósito, saqué la manguera, cerré la placa de protección y le señalé con la mano hacia un lado.
—El inflador está allí, así que mueve el puto auto.
Sin siquiera mirarle, fui a la zona de reparación, un poco separada de las calles de cemento entre los surtidores. Cogí el medidor de presión y el tubo de aire mientras Namjoon movía el auto para dejarlo aparcado al lado. Volvió a salir y cerró la puerta de un golpe seco. Esta vez se sentó en la elevación que separaba las máquinas del suelo y observo atentamente cómo trabajaba, con los codos apoyados en las rodillas y las manos cruzadas sobre sus labios. Faltaba poco para su segundo corte mensual y estaban todos un poco desmelenados ya.
—Yo fui uno de los que te llamó en la bolera para que vinieras a jugar con el grupo y poder presentarte a otros lobos —me dijo entonces, un murmullo que rompió el siseo de la bomba de aire que llenaba las ruedas lentamente—. Sé que no eres alguien tímido, pero pensé que la situación te estaba superando y que quizá te sentías fuera de lugar entre la Manada. A algunos compañeros les pasa al principio. Les intimidamos porque somos muchos Machos y muy ruidosos, o están nerviosos porque saben que es un gran momento y quieren caernos bien a todos. Puede resultar abrumador hasta que entiendes que somos una gran familia y que solo queremos darte la bienvenida —se detuvo, quizá esperando a que yo dijera algo, pero seguí hinchando las ruedas mientras miraba el medidor de presión—. Te llamé varias veces, Taehyung te invitó a jugar una partida con nosotros y Jaebum bromeó contigo para decirte que nosotros también teníamos cerveza y que no tenías que beberla apartado y solo. Nos ignoraste a todos mientras seguías en la barra sentado y bebiendo como un puto imbécil. Hasta que te largaste sin decir nada —Namjoon soltó un bufido y negó lentamente con la cabeza, como si algo le hiciera gracia, algo triste y patético—. Tardamos bastante en entender que el problema no era que estuvieras nervioso o incómodo, sino que no querías estar allí con nosotros. Que Yeonjun estaba sufriendo porque tú lo estabas humillando por completo delante de todos los demás, que la Manada te había invitado a ser parte del Clan, que estaba dispuesta a aceptarte y te estaba abriendo los brazos, y tú solo nos estabas escupiendo a la puta cara e insultándonos. A todos...
Al fin se quedó en silencio, mirándome con sus ojos marrones muy fijamente, como si estuviera esperando encontrar algún tipo de reacción en mí, quizá que me echara a llorar y le pidiera perdón de rodillas. Pero terminé de hincharle las ruedas, dejé los aparatos en su sitio y le miré con expresión tranquila para decirle:
—El único lobo que me importa, es mi lobo. Así que puedes ir a visitar a los humanos de los demás e ir a tocarle los cojones con tus tonterías sobre la Manada y a pedirles favores, porque a mí me suda la polla todo lo que tengas que decirme. Ahora lárgate de aquí y no vuelvas a hablarme en tu puta vida.
Namjoon se enfadó, puso una mueca de rabia y llegó a enseñarme un poco los dientes mientras gruñía. Se puso de pie, aprovechando los centímetros de altura que me sacaba para mirarme un poco por encima en lo que, él creía, era una postura que me intimidaría.
—Yeonjun es de la Manada, una parte importante de ella —me dijo en tono bajo y furioso—. Estoy intentando meterte en esa cabeza de mierda tuya lo que le has hecho a él y a nosotros y lo estúpido que fuiste. ¿Crees que te vamos a perdonar alguna vez si ni siquiera parecer arrepentido de lo mucho que nos has insultado? ¡Yeonjun está dando la cara todos los días por ti, porque todavía quiere que formes parte del Clan, y por tu puta culpa su autoridad en la Manada se está viendo afectada! —terminó rugiendo, llenando la noche de verano con su voz grave y atronadora.
Entonces se hizo el silencio. Namjoon jadeaba y seguía mirándome con los ojos abiertos y los dientes apretados, mostrándome una línea fina de dientes blanquecidos y colmillos.
—¿Qué significa eso de que su autoridad se está viendo afectada? —quise saber con tono serio—. ¿Están insultando a Yeonjun? —pregunté, esta vez con un marcado enfado contenido en la voz—. ¿Quién...?
Namjoon levantó lentamente la cabeza, mirándome por el borde inferior de los ojos.
—¿Quién? —repetí, inclinando el rostro en una de mis mejores muecas intimidantes.
—¿Ahora vas a amenazar a la Manada, Beomgyu? —me preguntó—. Si lo que quieres es terminar de humillar a Yeonjun hasta hundirle en la miseria, vas por muy buen camino.
Golpeé la papelera de chapa metálica con un lado del puño en un movimiento rápido que un ruido violento. Miraba los ojos marrones de Namjoon y apretaba los dientes con fuerza. Me estaba empezando a enfadar de verdad y ya no me quedaba mucha paciencia ni autocontrol después de oír que la Manada estaba molestando a Yeonjun... por mi culpa. Eso era lo peor, lo que más me enfurecía. Ese horrible y extraño sentimiento de culpabilidad que me estaba comiendo por dentro como pequeños gusanos.
—Sé que eres demasiado orgulloso —me dijo Namjoon, mucho más tranquilo ahora de lo que yo estaba—. Pero sé que cuidas mucho de Yeonjun, entiendo lo que ve él en ti, y los chicos también lo ven —agachó la cabeza para mirarme más de frente y adoptar una postura más relajada—. No queremos que nos lamas el culo y llores pidiendo perdón, Beomgyu, porque ya es tarde para eso y de todas formas no serviría de nada. Pero te voy a dar un buen consejo: piensa bien en lo que quieres, piensa en lo que quiere Yeonjun, y después decide qué es más importante para ti. Yeonjun es parte de la Manada, es un lobo, y no puedes estar con un lobo sin estar con su Manada. Tenlo bien claro.
Se metió la mano en el pantalón y sacó un par de billetes doblados que me enseñó, pero que no trató de entregarme. Tardó poco en volver a guardarlos y en irse al auto para subir al asiento del piloto. Encendió el motor y giró el rostro para echarme una última mirada y decir:
—Yeonjun es como un hermano para mí, Beomgyu, por eso trato de ayudarte a entender lo mucho que la estás cagando con todo esto. Solo trata de no insultarnos y deja de tratarnos como una mierda, deja ese rollo de «la Manada me da igual» porque es muy insultante para nosotros; vuelve a ser el Beomgyu que eras antes y, quizá algún día, te demos otra oportunidad —arrancó el motor y miró un momento al frente antes de ladear el rostro y darme un último consejo, uno que yo recordaría siempre—: La Manada no es tu enemiga, Beomgyu. Si la quieres y la cuidas, dará todo por ti, pero si la odias, ella te odiará más.
No dije nada, por supuesto, y el lobo solo esperó un par de segundos antes de conducir hacia la oscuridad de la noche, dejando tras de sí una tormenta en mi cabeza y un vacío en mi pecho. Volví a golpear la papeleta, una, dos, tres... tantas veces como fue necesario para descargar la profunda rabia que sentía. Entonces apoyé las manos y cogí aire, cerrando los ojos húmedos para contener las lágrimas. Despreciaba a la Manada con todo mi puto corazón, pero a la vez me sentía culpable por haber decepcionado a Yeonjun y por haber perdido la oportunidad de, simplemente, formar parte de la comunidad y estar tranquilo. Me había cegado el orgullo. Oh... mi gran orgullo, ese que se había negado en rotundo a ser un «compañero» y a ser considerado «el omega» de un lobo. Pero, ¿qué era yo en ese momento sino el puto compañero de Yeonjun? Ni siquiera yo estaba tan ciego para no ver aquello; ya no había vuelta atrás. Ahora tendría que asumir las consecuencias de mis malas decisiones y mis errores, como siempre había tenido que hacer en mi vida.
Cuando llegó Yeonjun me encontró en mi silla de playa, con una cerveza en una mano y un cigarro en la otra, contemplando la oscuridad de la carretera con una expresión seria y los ojos húmedos. No me di cuenta de que había llegado, demasiado inmerso en mi pensamientos para oír sus pasos. De ser así, no hubiera dejado que me viera de aquella forma. El lobo se quedó frente a mí y me miró fijamente, gruñó de una forma reverberante y profunda antes de preguntar:
—¿Han hecho daño a Beom?
—No, nadie puede hacer daño a Beom —le aseguré, sentándome mejor antes de limpiarme los ojos rápidamente—. ¿Has comido ya, fiera?
Pero el lobo no se dio por satisfecho. Se inclinó para olfatearme y así tratar de percibir el olor de cualquiera que me hubiera pegado o se hubiera acercado lo suficiente, después me rodeó con los brazos y volvió a gruñir mientras me abrazaba.
—Yeonjun hará mucho daño a quien hiciera daño a Beom —me aseguró.
—Más te vale —murmuré, dejando la cerveza en el suelo para abrazarle de vuelta mientras me acariciaba la mejilla contra la suya. Apestaba a Yeonjun y estaba cálido y, de pronto, me sentí mucho mejor por el simple hecho de tenerle cerca—. ¿Mi Macho ha comido ya? —le pregunté de nuevo.
Noté cómo Yeonjun asentía. Acaricié su ancha espalda en dirección a su culo firme, en pompa debido a la postura inclinada sobre mí. Lo apreté con un gruñido de placer. Mi lobo llevaba un bañador corto y suelto y una camiseta blanca y era el hombre más apestoso y jodidamente sexy del mundo.
—¿Vas así a trabajar? —le pregunté en un murmullo bastante grave, girando el rostro lo suficiente para poder decírselo al oído—. Yeonjun ya tiene hombre... no debería ir provocando.
Al lobo le gustó mucho aquello, gruñó de forma muy excitada y tardó apenas un par de segundos en ponerse duro como una piedra y empezar a manchar el bañador. Me mordisqueó el cuello, cada vez un poco más fuerte debido a la necesidad. Se puso de rodillas entre mis piernas para abrazarme mejor y pegarme a su cuerpo apestoso, movió la cadera arriba y abajo como si ya me hubiera empezado a follar y jadeó en mi oreja:
—Yeonjun no quiere a nadie más. Yeonjun no podría tenerlo. Beom siempre se asegura de tener a su Macho bien cansado y satisfecho.
Se me saltó una breve risa y bajé la mano para meterla debajo del bañador, estaba todo empapado y gruñó con placer cuando le rodeé la polla y sintió la fricción al seguir moviendo la cadera.
—Eso es verdad... —reconocí.
Terminamos follando en la parte de atrás de la gasolinera, jadeando y goteando sudor como si acabáramos de correr una maratón. El lobo me frotó la cara mojada en el pelo, como si con mi sudor no fuera suficiente, y ronroneó y jadeó durante toda la inflamación. Yo decía que Yeonjun apestaba, pero yo no me quedaba atrás. A esas alturas ya no había diferencia entre su Olor a Macho y el mío propio. Aunque usara la manguera de agua fresca de la gasolinera para refrescarnos después de follar, eso solo nos convertía en dos hombres apestosos y mojados, pero era muy divertido ver a Yeonjun debajo del chorro de agua, agitando la cabeza y mojando todo a su alrededor. Me miró con su pelo anaranjado empapado y pegado a la frente, con su pequeña sonrisa gomosa, y se acercó para abrazarme y frotarse para mojarnos a ambos con el chorro de la manguera como sabía que yo odiaba. A veces Yeonjun se comportaba como un puto adolescente y hacía tonterías como aquella que yo no soportaba. Siempre me enfadaba, pero no mucho, porque en el fondo estaba disfrutando en secreto de lo tonto que era mi lobo. Chasqueé la lengua, totalmente mojado y goteando agua por todas partes. Le quité la manguera de un tirón firme y le agarré del mentón para que dejara de frotar el rostro contra mí. Le miré a los ojos y le atraje un poco para darle un beso en los labios tibios y suaves.
—Eres un tonto —murmuré antes de apartarme para recoger la manguera y enrollarla.
Yeonjun volvió a agitar la cabeza, echando el agua por todas partes como un perro. Me miró por el borde de los ojos y volvió a sonreír, y yo sonreí un poco también. Esa fue la primera vez que fui consciente de que estaba enamorado de él, pero no fue ningún descubrimiento sorprendente; yo sabía que era un sentimiento que se había estado fraguando dentro de mí durante mucho tiempo. En aquel momento solo «me di cuenta» y lo pensé abiertamente. Las feromonas habían ganado al fin, me habían podrido el cerebro y me habían convencido de que aquel lobo estúpido que ni siquiera sabía hablar correctamente, era el hombre junto al que quería pasarme el resto de mi vida. Lo único que pude hacer llegando a ese punto fue coger una buena bocanada de aire, asumir que estaba completamente jodido, llevarme a Yeonjun a las sillas plegables de playa y sacarle un helado de stracciatella del cubo con hielo derretido. Me encendí un cigarro y dejé el zippo sobre el reposabrazos blanco de plástico, solté el humo hacia arriba y giré el rostro para ver discretamente al lobo masticando aquel sándwich frío repleto de nata con virutas de chocolate.
Yo nunca había estado enamorado antes, ni nunca creí que pudiera llegar a estarlo, pero había una seguridad dentro de mí que me decía que haría cualquier cosa por aquel cabrón apestoso. Y si eso no era amor, no sabía lo que era. Tomé otra calada y solté el humo lentamente mientras éste me acariciaba el rostro en volutas que se iban difuminando en el aire de la cálida noche hasta desaparecer.
Al día siguiente, Namjoon volvió en un auto junto con otros Machos de la Manada. Me detuve a un paso y medio de distancia y cruzamos miradas en silencio. Mi rostro era indiferente y tranquilo y el suyo serio y atento desde el asiento del copiloto. Chasqueé la lengua y le pregunté:
—¿Qué necesitas, Namjoon?
—Llenar el depósito de Yoonho —respondió en el mismo tono relajado que yo había usado, señalando al conductor, uno de los solteros que conocía del club y que me dedicó un cabeceo serio a forma de saludo— y... quizá algo de beber. Llevamos una noche movida.
Asentí, cogí aire y fui hacia el surtidor para llenarles el depósito del todoterreno antes de volver de la tienda con dos cajas de cervezas fría en pack de cuatro. Oí algún gruñido, pero solo de sorpresa y placer al ver las bebidas. Yoonho levantó un billete doblado a cambio, pero no hizo señal de entregármelo, solo me lo enseñó por si yo quería aceptarlo; como no lo hice, lo guardó enseguida.
Sucede algo curioso con el dinero, y es que los lobos no pagan ni cobran a nadie de la Manada. Dan por hecho que sus hermanos lobos y los compañeros de estos, simplemente les darían lo que querían si se lo pedían, porque todos formaban parte del mismo Clan. Así que ese billete en alto que siempre me enseñaba Namjoon, había sido una señal de que él no quería pagarme, pero que lo haría si fuera necesario.
Es increíble lo sutil que puede ser la Manada algunas veces.
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