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Chapter 13: La guarida: compañeros de piso.

Estuve algo ansioso y preocupado durante el resto de la noche, saliendo a fumar varias veces y dando cortos paseos de un lugar a otro como un maniático. Busqué en el foro algún hilo que dijera algo como: «Mi lobo me ha pedido las llaves de casa porque quiere llevar algunas cosas. ¿¿Qué mierda significa eso??», pero no encontré nada. Estuve a punto de abrir uno yo mismo, pero no quería manchar mi buen nombre como vendedor de pantalones usados y que me confundieran con un lobero cualquiera; eso sería malo para el negocio. Así que tuve que aguantarme y esperar a que llegara la señora Xing, contara el dinero de la caja y pudiera marcharme a paso rápido y fumando como una chimenea. Antes de llegar al final de la calle, sonó una bocina y giré el rostro, encontrándome con el Jeep negro de Yeonjun en la otra acera. Me dirigí hacia allí con cara seria y tiré el cigarro a medio fumar antes de subir. El Olor a Macho me llenó las fosas nasales y, por desgracia, me excitó bastante. Tuve que luchar contra mí mismo para mantener el carácter y no dejarme llevar. Pero el lobo me miró en la penumbra, percibiendo al instante mi excitación y respondiendo igual de rápido con su polla dura bajo el pantalón de chándal. Gruñó por lo bajo, un ronroneo más profundo y rápido del que emitía cuando le acariciaba. Se inclinó hacia mí y me frotó el rostro mientras seguía gruñendo de esa forma. Al estar más cerca, más fuerte era la peste a Yeonjun y más cachondo me ponía. Apreté los dientes con verdadero enfado en una mezcla de ira y excitación. Con un «me cago en tu puta madre» dicho entre dientes, le metí la mano dentro del pantalón para empaparme la mano y le besé con fuerza en los labios.

Después de un polvo violento, repleto de arañazos, insultos, gruñidos, jadeos, mordiscos y moratones en el cuello y la cadera, al fin me sentí saciado y profundamente relajado tras una noche de nervios y tensión. Yeonjun me lamía las pequeñas heridas de sus colmillos, encima de mí y aplastándome un poco contra el asiento trasero. Cuando terminó, me frotó su cara sudada y ronroneó por lo bajo. Yo quería enfadarme, pero solo podía mirar el techo del todoterreno y respirar lentamente mientras sentía la inflamación dentro de mí. Al terminar, todavía nos quedamos un buen minuto así hasta que me froté el rostro y le empujé para que saliera de encima.

—Quítate, joder... —murmuré, tratando de recuperar mi enfado inicial. Me senté en el asiento y me pasé las manos por el pelo. Tenía el culo empapado, los pantalones por las rodillas y a un lobo apestoso que no dejaba de frotarse lentamente contra mí y abrazarme. Volví a apartarle con un murmullo de queja y le dije—: Vámonos a casa.

Salir y respirar el aire puro de la noche me ayudó a enfriar las ideas, eso y que me acababan de follar de lo lindo en ese Jeep y me sentía como flotando en una jodida nube. Abrí la puerta del copiloto, salté un poco para subir al asiento y cerré la puerta de un golpe seco antes de pulsar la palanca para bajar la ventanilla al máximo. Me busqué un cigarro y el zippo y lo encendí, echando el humo por la ventanilla antes de sacar el brazo por fuera para no ahumar el auto.

—¿No se suponía que esta noche abría el Luna Llena y la Manada iba a estar allí? —le pregunté al lobo mientras arrancaba el auto.

—La Manada está allí —respondió sin apartar la vista de la carretera—. Muchos humanos. A los humanos les gusta el club.

Lo que les gustaba a los humanos que iban allí era comerle la polla a un lobo y que se los follaran muy duro en el callejón; pero ese no era el tema que quería discutir en aquel momento.

—¿Y por qué no estás con la Manada?

—Yeonjun tenía que llevar cosas a guarida y ver a Beom.

—¿Guarida? —pregunté en voz más alta

—Guarida de Yeonjun —asintió él con calma.

Entreabrí los labios, pero miré al frente y fumé una buena calada antes de sacar la mano y golpear los dedos de forma nerviosa contra la chapa negra de la puerta. Me sonaba vagamente haber leído algo en el Foro sobre las Guaridas de los lobos, pero había tantas tonterías allí que era imposible acordarse de todo. Así que esperaría a llegar a casa y decidiría cómo de grave era la situación. Cuando aparcó, salí disparado del Jeep hacia el portal, extendiendo mi mano en alto para que me diera las llaves, que el lobo me entregó con tranquilidad. Abrí la puerta pintarrajeada y subí a paso rápido por las escaleras, haciendo retumbar las tablas de madera vieja y la asquerosa moqueta. Yeonjun me seguía muy de cerca, como siempre hacía, antes de pegarse a mi espalda mientras abría las dos cerraduras de la puerta del loft. Lo primero que sentí al entrar fue que el Olor a Macho era más intenso de lo normal, más pesado y denso en el aire. Dejé las llaves en el taburete y di un par de pasos hacia el centro. Mi casa... ¡estaba llena de mierdas! Antes de llegar al apartado de la habitación había una alfombra en el suelo de felpa negro y gris, había otra entre las columnas de hierro rojo y ahora las paredes de ladrillo entre los ventanales tenían plantas en macetas; ficus, unas especies de pequeñas palmeras e incluso macetitas en las repisas de las ventanas. En la esquina del salón, había una enorme televisión de plasma, con equipo de música incluido, que ocupaba demasiado espacio sobre, por supuesto, otra puñetera alfombra.

—Pero... ¿qué cojones... es esto? —jadeé.

—A Yeonjun le gusta la tele. Buena tele —respondió a mis espaldas, como si creyera que hablaba en concreto de la televisión y no de todas las tonterías que había traído a mi casa sin ningún tipo de sentido ni razón.

Me quedé un momento más allí plantado, hasta que di un par de pasos hacia la habitación. Por supuesto, allí solo había más de sus mierdas. En la cama ahora había bastantes más almohadas, una manta vieja, sucia y grande, otra jodida alfombra de camino al baño, tres maletas abiertas y repletas de ropa enrollada y desordenada y un ventilador de aspas en la esquina. Tomé varias bocanadas de aire, me llevé una mano un poco temblorosa a los labios y los froté de forma pensativa y controlada. Aquello. No. Era. Bueno.

—No hay sitio en armario para Yeonjun —me dijo el lobo a mis espaldas—. Beom hacer sitio.

Me pasé la lengua por los dientes y contuve mi primera reacción, que fue gritarle y echarle a patadas de mi piso antes de tirar todas sus putas mierdas por la puerta de emergencia.

—Hay costillas en el horno —murmuré en voz baja y controlada—. Vete a comer.

Las tripas del lobo rugieron al oír hablar de comida y se alejó al instante en dirección a la cocina, dejándome al fin solo y tranquilo. Saqué el móvil y me senté en la cama, sobre aquella nueva manta que apestaba, literalmente, APESTABA a Yeonjun. Apoyé los codos en las piernas y me incliné hacia delante, moviendo a prisa la mirada por la pantalla. Fui al subforo de «Prácticas de Cortejo y Desarrollo de Vínculos», donde normalmente se movían los omegas en busca de información y consejos cuando no estaban llorando y quejándose en su subforo particular. Allí los hilos eran más serios, si se podía llamar serio a algo de lo que había en aquel foro; los usuarios solían poner links a páginas, noticias e incluso estudios sobre los lobos. No tardé demasiado en encontrar un hilo donde ponía: «GUARIDA: un Hombre Lobo como compañero de piso», seguí el enlace a un reportaje de una revista de divulgación y empecé a leer deprisa.

Los lobos jóvenes y solteros vivían en lo que llamaban «Comunas de Manada», un espacio amplio con varias habitaciones individuales donde iban a dormir y se relacionaban. Básicamente, una residencia universitaria para lobos. Después, cuando encontraban un lugar cómodo y a un humano con el que hubieran desarrollado un vínculo, podían irse a vivir a su casa, convirtiendo ese lugar en su Guarida. El nombre lo decía todo. Los lobos se mudaban, trayendo con ellos objetos de valor, su ropa y todo aquello que estuviera muy impregnado con su Olor a Macho. Entonces se volvían muy territoriales y no permitían que nadie ajeno a ellos y su humano entrara en la casa. Había que olvidarse de invitar a amigos y familia, ya que el lobo se pondría muy violento y podría llegar a herirles seriamente. Yo no tenía ninguna de esas dos cosas, así que bien. Además de eso, los lobos no participaban en los gastos, ni alquiler, ni agua, ni comida; siendo responsabilidad del humano ocuparse de todos ellos. Había excepciones según el tipo de vínculo que compartieran, pero, por lo general, el único intercambio solía ser plenamente sexual.

Aparté la mirada del móvil y la clavé en Yeonjun, a lo lejos, sentado en su taburete frente a la barra de la cocina, devorando como un cerdo el segundo costillar y ensuciándose los labios y la barbilla de grasa mientras se chupaba los dedos. El muy hijo de puta se había mudado a mi casa... Sin preguntarme nada. Solo había cogido sus cosas y las había traído aquí para que yo le mantuviera la barriga llena y la polla vacía. Me enfadé, me enfadé muchísimo. Y estuve a punto de coger una de esas maletas llenas de ropa, abrir la ventana y tirarla a la calle; sin embargo, tomé un par de respiraciones y apreté los dientes. No era mi intención que Yeonjun se creyera el dueño de mi puta casa, PERO, tenerle allí, sudando e impregnando todo a su paso, era como vivir en una mina de oro. Aunque tuviera otros loberos comiéndole la polla por ahí, solo había una Guarida, mi Guarida.

Los pros y contras de aquel intercambio eran mucho más complejos, y yo no era un hombre al que le gustara compartir piso ni soportar las mierdas de nadie; pero si lo enfocaba como un trabajo a tiempo completo, había que reconocer que era muy, muy rentable. En solo una noche, con un pantalón y una camiseta, podía ganar entre mil y mil trescientos dólares, incluso más si estaban sucios con meada o semen de lobo. Diez mil a la semana. Cuarenta mil al mes... Incluso con los gastos en comida y ropa, era un negocio increíblemente rentable. Sentí un escalofrío y metí la mano en la chaqueta, me saqué un cigarro y el zippo y fui hacia el otro lado del piso para abrir la puerta de emergencias. Yeonjun me vio pasar con una mirada fija mientras masticaba y roía los huesos de costilla.

—¿Te gusta? —le pregunté, echando una voluta de humo al exterior. Hacía un viento húmedo y pronto volvería a llover. El lobo asintió con la cabeza y yo asentí varias veces en respuesta—. La próxima vez, cámbiate de ropa antes, no quiero que te manches esa —continué—. Te dejaré algo que ponerte cada día para que estés cómodo. Tú no usas calzoncillos, ¿verdad?

—A Yeonjun le gusta estar cómodo —respondió con la boca llena.

—A mí también —coincidí—, pero empezará a hacer calor y quizá te compre un par de bóxers, quizá slips, y te los pones para dormir.

El lobo soltó un gruñido, como si la idea no le gustara.

—Yeonjun prefiere dormir desnudo contra Beom. Más olor a Yeonjun y más fácil para follar.

Dejé caer la cabeza contra la pared, mirándole mientras fumaba una calada y la soltaba lentamente, perdiéndole un momento de vista tras el humo gris.

—Harás lo que yo te diga y punto —concluí.

Evidentemente, el lobo gruñó y yo me puse serio, levantando la cabeza con el cigarro en los labios.

—¿Yeonjun quiere que Beom le deje de hacer mamadas? —pregunté, lo que cortó en seco aquel sonido ronco de garganta—. Eso me parecía... —murmuré, dándome la vuelta hacia la puerta.

Puede que el lobo se hubiera mudado a mi casa sin permiso, trayéndose sus estúpidas alfombras, sus plantas y su televisión de plasma; pero el que mandaba allí seguía siendo yo, y eso no iba a cambiar pasara lo que pasara. Terminé el cigarro y tiré la colilla hacia la lluvia fina que había comenzado a caer en mitad de la oscuridad. Cerré la puerta y fui a la habitación para quitarme la chaqueta y ponerme cómodo. Saqué la ropa de segunda mano del lobo y la lancé sobre la cama para que se la pusiera antes de dormir. Después fui hacia el salón y me recosté en el sofá donde el lobo ya se estaba rascando el abdomen y mirando uno de sus programas de bricolaje. La televisión era estúpidamente grande y se oía estúpidamente bien.

—¿Dónde cojones has metido mi televisión vieja? —le pregunté.

—Yeonjun tirar a la basura —respondió con una mirada por el borde de los ojos y un tono ligeramente más suave, consciente de que quizá aquello me enfadaba. Y tenía razón.

—Dejemos algo claro, Yeonjun. Como vuelvas a tocar mis cosas, tú y yo vamos a terminar muy, muy mal —le aseguré.

Creí que se iba a poner a gruñir otra vez, pero el lobo apartó la mirada y agachó un poco la cabeza. Era casi gracioso ver a un hombre con un atractivo tan rudo e intimidante hacer algo así, como si aceptara la realidad y se sometiera silenciosamente. Eso me gustó, la verdad. El lobo al fin estaba aprendiendo respeto. Como premio, me acerqué un poco y le acaricié el cabello mientras murmuraba: «Buen lobo...» y sonreía con malicia. Estuvo ronroneando hasta que empezó a quedarse dormido, momento en el que le llevé a la cama, le obligué a cambiarse de ropa y le puse la crema antinflamatoria en el cardenal del costado, cada vez más amarillento.

—Está curándose bastante rápido —le dije, repasando también el corte de su brazo, el cual ya no necesitaba vendaje alguno.

Después le dejé meterse en cama mientras yo me desnudaba y cerraba las cortinas para que no entrara la luz del amanecer. Cuando estuve dentro, el lobo se pegó a mí y gruñó de una forma que empezaba a identificar como: préstame atención y acaríciame como a un cerdo. Cosa que hice hasta que empezó a roncar y a mover la pierna bajo el edredón. Yo miraba el techo blanco y agrietado, pensando en empezar a tomarme mucho más en serio todo aquello sobre el comportamiento de los lobos y sus costumbres, porque no quería llevarme más sorpresas desagradables. Al despertarme, como cada día, lo primero que hice fue pegarme a Yeonjun, a su cuerpo caliente, y apestoso. Me froté, le toqué el costado, la cadera y apreté un poco ese culo lleno y turgente bajo la horterada de pantalón deportivo de los noventa que me había valido solo tres dólares en la tienda de segunda mano. El lobo no tardó en despertarse, gruñir y ponerse muy duro. Le seguí besando entre bajos gemidos de placer y él trató de hacer algo parecido, pero sacó su lengua un poco áspera y me lamió la boca. Tenía que haberme resultado muy desagradable, pero yo estaba de feromonas hasta el culo y cualquier cosa que me hubiera hecho Yeonjun solo me hubiera puesto más y más cachondo aún. Se puso encima de mí, frotando la cadera como si ya me estuviera follando mientras nos lamíamos el uno al otro como un par de subnormales. Después al fin se bajó la cintura del pantalón y me la metió, comenzando a apretarme el pelo, morderme, jadearme en la cara y todas esas cosas que solía hacer mientras yo le insultaba por hacerme daño y disfrutaba como nunca. Tras tres buenas corridas de campeonato, se detuvo y sufrió las contracciones de cadera antes de la inflamación.

En aquel estado entre la profunda calma y la satisfacción, se me pasó por la cabeza el hecho de que, ahora que mi casa era su Guarida, tenía casi asegurado el sexo salvaje de primera hora del día. Una idea que me hizo increíblemente feliz. Si había algo bueno de estar con un lobo, era follar con él; sin ningún tipo de duda. El sexo era inigualable y estaba seguro de que, la próxima vez que me follara a un humano, echaría muchísimo de menos aquellas arremetidas animales, gruñidos, mordiscos y la forma en la que me agarraba o me apretaba el cuello. Pero eso no era algo que debiera preocuparme en el futuro inmediato, así que me estiré un poco cuando terminó la inflamación, aparté a Yeonjun de encima de mí y le dejé allí adormilado mientras iba al baño. Había otro cepillo de dientes al lado del mío y un nuevo champú sin olor había sustituido al de marca china que yo robaba de la tienda del señor Xing. Lo ignoré por completo. Tenía el pecho y los abdominales repletos de chorros de mi semen y nada me podía importar menos en aquel momento. Al salir con el pelo mojado y revuelto, decidí que era momento de hacerse un corte. Mi primera reacción fue coger la misma maquinilla con la que me afeitaba y cortármelo yo mismo, como llevaba haciendo toda mi vida; pero la dejé de nuevo en su sitio y decidí ir a una de esas peluquerías de lujo. Estaba manteniendo a un lobo y le había prestado mi casa para que fuera su Guarida. Me merecía un corte de pelo de cien dólares.

Con ropa limpia y un cigarro en los labios, salí hacia el salón, dando un pequeño tras pie en la nueva alfombra de felpa y soltando un «joder», por lo bajo. Negué con la cabeza y seguí adelante. Preparé café y puse el vaso de leche de Yeonjun a calentar antes de irme hacia la puerta de emergencia. Ya era de tarde y el cielo estaba completamente nublado mientras una lluvia violenta caía en oleadas de viento sobre el descampado y la carretera. El lobo bostezó desde la habitación, se levantó y fue al baño. Cuando ya me había terminado el cigarro, el café y había limpiado la mesa y tirado las docenas de huesos mordisqueados que había dejado la noche anterior, Yeonjun llegó con pesados pasos y con una sudadera sin mangas y con capucha en la mano. Me la mostró y yo le miré un momento antes de decirle:

—Un regalo de Beom para Yeonjun.

Él alzó las cejas en una muestra de sorpresa y se puso la sudadera sobre la camiseta blanca y ajustada. Le quedaba de puta madre y estaba muy guapo. Sin decir nada, se bebió su más de medio litro de leche caliente y se acercó mucho a mí para despedirse con una caricia de su rostro sobre el mío y un:

—Yeonjun se va.

—Pásalo bien.

[...]

Lo primero que hice aquella tarde fue envasar la ropa que había dejado tirada en el suelo. La camiseta olía fuerte, pero el pantalón deportivo olía mucho más porque estaban mojados en la entrepierna de líquido preseminal y gotas de meada. Al parecer, los lobos no se sacudían la polla al terminar. Era asqueroso, pero eso solo significaba más dinero para mí. Puse una venta de 400 por la camiseta y 850 por los pantalones. En menos de una hora había vendido ambos y ganado mil doscientos cincuenta dólares. Salí de casa para hacer el envío urgente, pararme a tomar otro café y un sándwich en una refinada cafetería que ahora no me importaba pagar, y finalmente pasé por la Barber Shop más estúpidamente elitista que encontré. Un hombre con pelo engominado, barba perfecta y sonrisa falsa estuvo a punto de enfadarme muchísimo al no querer atenderme como al resto de gilipollas trajeados que había allí. Por suerte para él, intervino otro hombre igual de acicalado y me llevó a un asiento. Salí de allí con un peinado perfecto y a la moda. Pasé por la tienda de comida para llevar y compré un pavo asado entero. La chica creyó que me había entendido mal, hasta que repetí con tono serio:

—He dicho que lo quiero entero.

Me fui con aquellos nueve kilos de carne bajo el brazo y volví a casa para dejarlo en el horno antes de prepararme para ir al trabajo. Aquella sería ahora mi vida: vender ropa usada, follarme a un lobo y gastar cientos de dólares en comida. Si te parabas a pensarlo, no era tan malo. Cuando Yeonjun dejara al fin mi casa para irse con otro humano, yo tendría un más que confiable colchón de dinero en el banco. Así que era muy buen trato, después de todo. Incluso se me pasó por la cabeza dimitir cuando tuve que soportar otra de las muchas quejas del señor Xing sobre que «Falta matelial. Ladlones siemple. ¡Tú no hacel nada!». Pero no lo hice, asentí con la cabeza hasta que se fue y después fui a «Lobal un Led Bull» para bebérmelo mientras fumaba sentado al lado de la puerta automática.

—No roben —les advertí a dos adolescentes fumados que iban a entrar en la tienda, pero mi tono no fue demasiado entusiasta y no separé la mirada del móvil mientras leía un graciosísimo hilo titulado «Mi lobo no se limpia después del sexo. ¿El de ustedes sí?». Estos omegas eran lo mejor.

No me había terminado el cigarro cuando sentí una presencia frente a mí, una sombra en la acera y un olor que, por desgracia, ya casi era el mío propio. Me lamí los labios lentamente y fruncí levemente el ceño.

—¿No tienes trabajo de Manada, Yeonjun? —le pregunté.

El lobo no respondió. Me miró fijamente bajo la capucha de la sudadera y gruñó de una forma profunda y grave, haciendo reverberar su pecho. No necesité una traducción para eso, solo ver lo dura que tenía la polla bajo el pantalón.

—Beom está muy guapo... —le oí murmurar por lo bajo antes de volver a gruñir de aquella forma excitada.

Fumé otra calada del cigarro. Por supuesto que estaba muy guapo. El nuevo corte de pelo me quedaba genial y yo siempre había sido un hombre muy atractivo; lo suficiente para vestir como un indigente, comportarme como un gilipollas y aun así tener una cola de hombres detrás deseando comerme la polla y hacerme regalos. Guardé el móvil y me levanté del suelo, haciendo una señal con la cabeza hacia el interior del local. Yeonjun se pegó mucho a mí y me agarró de la muñeca con firmeza, pero me siguió como un corderito al despacho del señor Xing. Nos detuvimos como la otra vez al llegar al escritorio. Yo quise girarme hacia el lobo, pero él no me dejó, apretándose contra mí y mordiéndome el cuello mientras me bajaba el pantalón con una violenta necesidad.

—¡Ah, joder! —le grité cuando noté que me clavaba demasiado fuerte los dientes—. ¡Tú puta madre! —añadí cuando me metió toda la polla de golpe y empezó a follarme como un animal sin dejar de morderme.

Ah, sí, aquello era marcar a un humano. Se me había olvidado de decirlo. Había diferentes formas de hacerlo, pero, como aprendería más tarde, los mordiscos eran las más importantes. En el estúpido idioma de los lobos, significaba que les gustaba un humano. Y, por todas las marcas de mordiscos que tenía en el cuello y los hombros, yo a Yeonjun le gustaba mucho. Muchísimo.

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