
Capítulo ~4
Hoy es mi día libre.
Me encuentro cómodamente instalada en el sofá, atrapada en la inercia de un programa de entrevistas insulso y carente de sentido. Mis pensamientos divagan, incapaces de encontrar interés en lo que sucede en la pantalla, cuando de pronto el teléfono irrumpe con su llamada.
—¿Diga? —pregunto, con un aire distraído mientras deslizo el dedo por el aparato.
—Hola, Katalina, soy Kit —su voz llega hasta mí, familiar, cálida.
—Ah, hola Kit, ¿qué pasa? —mi tono refleja una mezcla de curiosidad y espontaneidad.
—¿Quieres quedar? —su propuesta, directa y sin rodeos, me arranca de mi quietud.
—Sí, claro —contesto sin dudar. Algo en su forma de hablar siempre logra despertar mi entusiasmo.
—¿Te apetece hacer algo en especial? —pregunta, con ese tono despreocupado que tanto le caracteriza.
—He oído que hay un museo de crípticos en el pueblo, me gustaría ir —propongo, dejando entrever mi curiosidad y cierta emoción en mi voz.
Escucho la risa de Kit al otro lado de la línea, como si mi sugerencia le resultara divertida.
—¿El museo de crípticos? No he estado allí desde que era un crío —admite, sus palabras teñidas de recuerdos del pasado.
—¿Podemos ir? —insisto, deseando explorar aquello que ha captado mi atención.
—Vale, es un poco tonto, pero estoy seguro de que nos divertiremos —responde, su voz todavía cargada de esa risa que ilumina incluso las frases más simples.
—Ya me imaginaba que te parecía chorra —comento, sintiéndome en confianza para bromear con él.
La risa de Kit se hace audible de nuevo, envolviéndome en su contagiosa energía.
—Pero quizá descubramos más sobre ellos —añado, dejando entrever un propósito que guarda algo más profundo.
Mi mente regresa fugazmente a lo que Alexander mencionó anoche, aunque decido no compartirlo aún con Kit.
—Pase lo que pase, me lo pasaré bien si estoy contigo —dice Kit, con una sinceridad que logra arrancar una sonrisa tímida de mis labios.
—Oh, para, vas a hacer que me ruborice —respondo, intentando controlar el tono ligero que comienza a teñir mi voz.
—¿Te recojo en media hora? —propone, siempre directo.
—Me parece bien —acepto, anticipando ya el pequeño viaje que nos espera.
Colgamos y empiezo a prepararme, con la ilusión de un día que promete ser diferente.
(...)
Cuando Kit y yo cruzamos el umbral del museo de crípticos en Everly Springs, la peculiaridad del lugar me impacta de inmediato. La atmósfera es extraña, evocando la apariencia de un restaurante infantil de mal gusto; un lugar que parece haberse detenido en el tiempo y que se esfuerza demasiado por captar la atención con decorados exagerados.
Echo un vistazo a mi alrededor, intentando asimilar todo.
—Con «tonto» te quedabas corto —declaro, dejando escapar una pequeña risa.
—Ya te lo he dicho —replica Kit, riendo a su vez.
—Podrían haber prescindido del tritón animatrónico a tamaño real, eso seguro —añado mientras mi mirada se posa en la figura grotesca que domina la sala.
La expresión de Kit se torna melancólica, lo que me toma por sorpresa.
—Lo creas o no, a mi hermano le aterrorizaba cuando éramos niños. Mi madre tenía que llevarle en brazos mientras pataleaba y gritaba —revela, transportándome momentáneamente a esos recuerdos que ahora forman parte de su historia.
—A ver, a mí ahora también me da miedo —confieso, observando el tritón con atención—. Mira esos ojos de muerto.
—Sí... —su respuesta se desliza suave, como una sombra.
Nos dirigimos a la primera exposición.
Es una muestra dedicada al enigmático tritón de Everly, al que ahora conozco bajo el nombre de Gil. Las representaciones de la criatura, junto con los hechos narrados en las placas, son tan exageradas e inexactas que no puedo evitar reírme. Sin embargo, una inscripción en particular detiene mi sonrisa y me obliga a reflexionar.
—Kit, mira esto —le llamo, intrigada.
Se coloca a mi lado, atento a lo que quiero señalar.
—«El avistamiento más reciente del tritón de Everly se produjo a finales de la década de 1980» —leo con cuidado—. «La criatura atacó con saña a varios habitantes del pueblo y los arrastró bajo el agua» —mi mirada se encuentra con la de Kit—. Eso fue solo hace diez años.
—Sí, recuerdo que le ocurrió a una de mis vecinas. Casi se ahoga. Pero el consenso general fue que se emborrachó y se cayó a los manantiales —comenta Kit, pensativo.
—¿Podríamos preguntarle? —propongo, aunque mi tono está lleno de duda.
—Ojalá pudiéramos, pero se mudó poco después del incidente —hace una mueca—. Preguntaré por ahí, quizá haya otros supervivientes en el pueblo.
Hablaré con Gil más tarde.
—Buena idea —concluyo, esbozando una sonrisa ligera.
Nos movemos hacia la siguiente exposición.
Esta sección destaca cómo el turismo de crípticos trajo riqueza y prosperidad a Everly Springs, transformando al pueblo en un punto de interés. En el centro de la sala, una gran fotografía de la familia Everly de principios de 1900 cuelga como un testimonio de aquellos tiempos. Mi mirada se detiene en el joven de la imagen.
Es... Alexander.
La vista de su rostro me llena de preguntas. ¿Qué le ocurrió? ¿Qué clase de muerte puede ser tan horrible como para no recordarla? Mi mente divaga entre estas preguntas, sintiendo una creciente inquietud.
—¿Qué te ha llamado la atención? —pregunta Kit al notar mi ensimismamiento.
No puedo hablarle de Alexander, al menos no ahora. No estoy lista para enfrentar las preguntas que podría hacerme.
—Oh, nada. Solo estaba leyendo la historia del pueblo —respondo, fingiendo desinterés mientras intento desviar su atención.
—Sí, es bastante interesante —la respuesta de Kit resuena en el aire mientras me acerco a un expositor discreto, donde reposa bajo el cristal, protegido como un tesoro olvidado.
—«Avistamientos de los crípticos bajo las estrellas» —leo en voz alta, degustando las palabras como si revelaran secretos—. Por lo visto, la observación de crípticos era algo muy romántico en su día.
La voz de Kit me acompaña, impregnada de humor sarcástico y una pizca de incredulidad.
—«Haz que tu cita sea emocionante con la visita del legendario hombre búho» —añade, dando lectura al extravagante texto del panfleto—. ¿Qué puede tener de romántico pasar miedo en el bosque?
Río suavemente, dejando que la ironía nos envuelva.
—Nada de nada. Nuestra aventura de la otra noche fue uno de los momentos menos románticos de mi vida —comento, añadiendo un toque juguetón.
—Vaya, sí que sabes cómo halagar a un chico —replica Kit con sarcasmo magistral—. Me alegra haber sido una experiencia tan poco romántica —acompaña sus palabras con un gesto exagerado de ojos en blanco.
La risa escapa de mis labios, cristalina y sin esfuerzo.
—No lo digo en serio. Fue lo de huir por nuestras vidas —aclaro, intentando suavizar el impacto de mi comentario.
—Sí, claro —responde Kit, con una sonrisa que apenas se deja entrever antes de señalar una pantalla cercana—. En fin... eso parece interesante. Vayamos allí.
La siguiente hora transcurre como un torbellino de risas y observaciones mordaces. Recorremos el museo burlándonos de las anticuadas exposiciones, aquellas que parecen ecos de un tiempo lejano atrapado en el presente. Finalmente, salimos, el aire fresco nos envuelve como un bálsamo.
—¿Qué vas a hacer después de esto? —pregunta Kit con curiosidad—. Quizá pueda enseñarte también la biblioteca...
Mi mirada se desliza hacia el reloj. La hora me recuerda que tengo un propósito más urgente.
—Tengo que hablar con Gil. Si me voy ahora, podré volver a casa antes del atardecer —pienso para mí misma.
—Tengo que hacer algunos recados para mi tío antes de volver a casa —miento, tratando de mantener una naturalidad que se siente casi ensayada.
Kit me observa con suspicacia.
—¿De verdad? —inquiere, buscando alguna pista en mi expresión.
—Sí, me ha pedido que compre algunas cosas en la ferretería —respondo con firmeza.
—Vale. Bueno, te veré mañana en el trabajo —concede, aparentemente convencido.
Chocamos los puños, un gesto informal que pone fin a nuestra jornada compartida.
—¡Nos vemos! —digo con una sonrisa, despidiéndome mientras nuestros caminos se separan.
(...)
El camino hacia el bosque parece más corto de lo habitual. Cada paso me acerca a los manantiales, un lugar que ahora forma parte de mi rutina diaria, aunque su misterio sigue intacto.
Cuando llego, la figura imponente de Gil ya se ha dejado ver. Su cabeza y su torso musculoso emergen del agua con una gracia que desafía toda lógica. Mis ojos no pueden evitar posarse en él, aún fascinados.
«Concéntrate, Katalina», me reprendo. «No estás aquí para alegrarte la vista».
—Hola, Gil —lo saludo, intentando mantener la normalidad.
Su respuesta llega con sorpresa, como un eco del agua que gotea de su cabello sobre sus hombros.
—¡Katalina! —exclama—. ¡Estás bien!
—¿Por qué no iba a estarlo? —pregunto, arqueando una ceja.
—Me he enterado del robo en la tienda de tu tío —dice, sus palabras impregnadas de una preocupación apenas disfrazada.
—No te preocupes, estoy bien —respondo con una sonrisa tranquilizadora—. Solo tiraron un ladrillo por la ventana, y no ha sido mientras yo estaba allí.
Gil intenta disimular, pero la preocupación en su rostro es evidente. Cruza los brazos, mirando hacia otro lado con fingida indiferencia.
—No estaba para nada preocupado —murmura con sarcasmo—. Tengo cosas más importantes que hacer que preocuparme por los humanos.
—En primer lugar, ¿cómo te has enterado? —pregunto, inclinando la cabeza con curiosidad.
—Las criaturas del pueblo siempre están vigilando —contesta con naturalidad.
—¿Criaturas? —mi voz refleja asombro.
—Hay muchos más crípticos al acecho que el viejo Erebus y yo —revela, casi con orgullo.
—Ojalá hubieran podido hacer algo —suspiro.
—No deben interferir bajo ninguna circunstancia, aunque confieso que me gustaría que lo hicieran —admite.
—Supongo que sería demasiado peligroso para ellos involucrarse en los asuntos humanos —concedo.
Gil asiente lentamente.
—Ahora mismo eres nuestra única aliada y tu seguridad es primordial. Puede que merezca la pena enfrentarse a quien haya hecho eso.
—Creemos que Tiffany o uno de sus socios lanzó el ladrillo, pero no hemos podido identificarlos. Y mi tío no quiere ir a la policía; están del lado de Tiffany.
—¿No puedes hacer algo con esa cámara tuya? —sugiere, con un tono pragmático.
Considero la idea por un momento.
—Supongo que podría usar mi cámara para grabar en la tienda por si vuelven —acepto finalmente—. Solo tendríamos una hora de grabación, pero valdría la pena.
Gil asiente con aprobación, y un silencio cómodo se instala entre nosotros.
Me alejo ligeramente, intentando reunir el valor necesario para abordar el tema que realmente me inquieta. Respiro hondo y finalmente hablo.
—Hoy he ido al museo de crípticos —digo, sintiendo cómo el nerviosismo se acumula.
—Uf, ese lugar es horrible. ¿Para qué has ido? —su respuesta llega cargada de desdén.
—Bueno... después de hablar con cierta persona me enteré de que los crípticos habían atacado a los humanos. Así que fui al museo y encontré algo que decía que participaste en un ataque hace diez años. ¿Es eso cierto?
Espero, conteniendo la respiración, mientras Gil reflexiona. Finalmente suspira, su gesto cargado de resignación.
—Sabía que esto surgiría tarde o temprano —admite, nadando hasta la orilla.
La historia que comparte es una mezcla de dolor y justificación. Me habla de cómo ciertos humanos buscaron capturarlo, indiferentes a su vida. Su defensa, aunque violenta, fue necesaria. Mientras habla, extiende sus brazos, y por primera vez, noto las cicatrices que recorren su piel.
—¡¿Te hicieron eso?! —exclamo horrorizada.
Gil asiente, su mirada triste.
—Espero que me creas y que podamos seguir trabajando juntos —me dice, con vulnerabilidad.
—Por supuesto, Gil. Me parece totalmente lógico que tengas problemas con los humanos, después de todo lo que... —mi voz se quiebra. Finalmente añado con determinación—. Tenemos que detener a Tiffany. Juntos.
Gil parece sorprendido, su mirada profunda refleja una lucha interna entre lo que desea decir y lo que finalmente logra expresar.
—Bueno, entonces... —traga saliva, algo nervioso—. Para ser humana, eres bastante decente.
—Gracias, supongo —mi respuesta viene acompañada de una sonrisa ligera, tímida pero genuina.
Nos miramos durante un instante que se siente eterno, compartiendo una conexión silenciosa que deja traslucir más de lo que las palabras pueden decir. Por fin, siento que una carga ha desaparecido; ahora que sé la verdad, todo parece más claro.
—En fin... —continúa Gil, pero su tono cambia abruptamente mientras su mirada se fija en el horizonte, alerta—. La hierba cruje a nuestro paso. Viene alguien.
La tensión se apodera de ambos en un instante.
—Es uno de los socios de Tiffany —dice, arrugando el rostro con disgusto—. Puedo oler el humo del puro y la colonia barata desde aquí. —Hace un gesto firme para que me acerque a él—. ¡Rápido, salta adentro! Te protegeré.
Mis pasos vacilan al acercarme al agua, la superficie brilla con una serenidad engañosa.
—No soy buena nadadora —confieso en voz baja, mi mente atrapada entre la urgencia y el temor.
El crujido de las hojas secas y ramas rotas se vuelve más intenso, más cercano.
—Eso no importa. Métete ya —su voz ahora tiene un tono de apremio que no admite discusión.
Aunque sé que puedo confiar en él, algo dentro de mí se resiste. El agua, desconocida y envolvente, me intimida más de lo que debería.
—No puedo, Gil, lo siento —murmuro finalmente, retrocediendo un paso.
Él comienza a replicar, pero no hay tiempo para insistir. Sin decir más, corro hacia un arbusto cercano, buscando refugio tras sus ramas densas. Desde mi escondite, veo cómo Gil frunce el ceño y, con una gracia fluida, se sumerge bajo el agua, desapareciendo en su elemento.
El socio de Tiffany entra en el claro con paso firme, su presencia impregnada de una arrogancia que resulta palpable. Escaneo cada uno de sus movimientos, mi respiración contenida.
Por favor, que no se fije en mí.
—Menudo basurero —gruñe con desdén, su voz cargada de desprecio.
Con un gesto brusco, lanza la colilla encendida de su puro a los manantiales. Un escalofrío recorre mi cuerpo, pensando en la probable reacción de Gil.
—Qué ganas de ver este lugar derribado —murmura mientras saca una cámara desechable, tomando unas fotografías rápidas como si fueran meros trámites burocráticos.
Finalmente, se marcha con largas zancadas, dejando atrás un rastro de desinterés absoluto. Apenas contengo un gemido de alivio. Qué poco ha faltado...
Sin embargo, mientras se aleja, sus palabras finales llegan como un susurro inquietante.
—Qué ganas de convertir este lugar en un aparcamiento.
Gil emerge del agua poco después, sus ojos reflejan incredulidad mientras nos miramos mutuamente, con los ojos muy abiertos. Por fin entendemos lo que están haciendo aquí, las piezas del rompecabezas encajando de forma desagradable.
—Deberíamos ir tras él —sugiero, impulsada por la urgencia—. Si se reúne con Tiffany, podríamos averiguar cuál es su próximo movimiento.
Empiezo a caminar en la misma dirección que el socio, mi mente llena de determinación. Pero la mano firme de Gil me detiene, cerrándose alrededor de mi brazo.
—Te estás precipitando —dice con firmeza—. No estamos preparados para eso.
La realidad de sus palabras me golpea. Tiene razón, como siempre.
—Vale, lo siento, es que me he cabreado —admito con un suspiro, intentando calmarme.
—No te preocupes —responde con un tono más suave—. No se saldrá con la suya.
Su certeza es tranquilizadora, un ancla en medio de la tormenta. Después de un rato, me despido de Gil y comienzo el camino de regreso a casa.
(...)
Al cruzar el umbral, el aroma de la cena me recibe junto con los sonidos familiares de mi tío Gary trajinando en la cocina.
—¡Hola, tío Gary! —llamo mientras dejo mis cosas.
—Hola, Katalina. ¿Has disfrutado de tu día libre? —su tono es casual, pero cálido, mientras sigue concentrado en remover algo en una cacerola.
—Sí, Kit y yo hemos ido al museo de crípticos —respondo, una sonrisa escapándose al recordar los momentos del día.
Su risa llena la habitación como un eco del pasado.
—Ese viejo lugar... Solía trabajar en la recepción. ¿Aún sigue ese espeluznante muñeco del tritón?
—Sí, sigue ahí dando miedo —comento, acompañando mis palabras con una carcajada ligera—. Aunque mientras estaba fuera he oído algo raro.
La expresión relajada de mi tío cambia, su rostro ahora muestra preocupación mientras se gira hacia mí.
—Oh, ¿qué has oído?
—Era uno de los socios de Tiffany —explico, intentando mantener mi voz lo más firme posible—. Murmuraba algo sobre convertir los manantiales en un aparcamiento. Creo que ese proyecto de desarrollo es mucho más grande de lo que dicen —tomo aire, preparándome para la gravedad de mis propias palabras—. Podría destruir todo aquello por lo que es conocido el pueblo.
El tío Gary suspira profundamente, un gesto que parece contener el peso de los años.
—Bueno, supongo que es bueno que hayas venido a visitarme. Puede que sea el último verano de Everly Springs —dice, sus palabras teñidas de una tristeza palpable.
Un escalofrío recorre mi piel. Las implicaciones de lo que está en juego me golpean como una ola. No puedo permitir que esto ocurra. Cueste lo que cueste, tengo que detenerlo.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro