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𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗡𝗜𝗡𝗘

𝗙𝗟𝗔𝗠𝗘 𝗡𝗜𝗡𝗘
𝑺𝑯𝑬'𝑺 𝑨𝑵 𝑬𝑿𝑷𝑬𝑹𝑻 𝑰𝑵 𝑩𝑼𝑹𝑵𝑺

— No te separes de Hideki.

— No lo haré.

— Sigue al pie de la letra las normas.

— Las seguiré.

Kuina soltó una risita, y la mirada de Kougami se posó en ella como un par de cuchillas.

— ¿Es tu mamá, Kou? — rio.

Avergonzado, el artista se marchó cojeando hacia su hermano mayor. Era más alto que el paramilitar, y era algo divertido verlos pasearse como los siameses que parecían. Yoriko negó levemente ajustando bien sus botas, contenta de poder usar al fin algo que no fuera un bikini y sandalias.

— He conseguido algo — comentó, buscando en los bolsillos de sus pantalones de uniforme. Extendió un pequeño walkie en su dirección—. Estaremos en contacto, preciosa.

Tomó el aparatito mordiendose la lengua para evitar chillar de la emoción (una chaqueta, sexo y además un walkie secreto para estar siempre comunicadas, ¿qué más podía pedir?). Sin dudarlo, lo guardó seguro en uno de los bolsillos de su nueva chaqueta favorita.

— Ten cuidado — tomó una de sus manos—. Por favor.

— Volveré — aseguró. Dio un suave apretón a su mano, y sonrió levemente. Yoriko no mentía, ella volvería.

— Iré a por ti si no vuelves — aseguró. Vio como Aguni se recostaba en el coche impaciente. A su lado, estaban uno de sus compañeros de sección y un chico encapuchado bastante aburrido—. Hablo enserio, Yoriko. Ese hombre...

— Olvídate de ese tipo — cortó—. Lo único importante es el juego. Hideki y Kougami están juntos, y tú vas con Ann. Voy tranquila sabiendo que estáis a salvo.

— Prefiero ir contigo.

— Kuina, Yoriko — llamó la mencionada anteriormente. Gafas de sol, ropa veraniega y un maquillaje que destacaba sus labios rojo vino—. Ya es hora. Mucha suerte.

— Cuida de ella — pidió, y dio media vuelta yendo al coche del número tres de la Playa.

Kuina tomó aire aparentando normalidad a pesar de estar roja como una cereza, y sonrió por compromiso a la seria mujer. Ella no correspondió, demasiado ocupada analizandola. Sabía perfectamente que estaba mirando la enorme chaqueta de bombera.

— Es de Yor — apodó, abriendo a propósito la chaqueta para revelar las pequeñas marcas en su clavícula—. Me la ha regalado, ¿a qué es bonita?

— Vamos — indicó, sin opinar al respecto. Yoriko no lo sabía, pero esa chaqueta era la oportunidad perfecta de Kuina para alejar cualquier intención de Ann de ella.

— ¿La princesita ya está lista para irse? —el compañero de Aguni preguntó con burla, entrando al coche de un portazo. Cruzó miradas con Aguni planeando evitarle, pero este habló.

— ¿Lo has pensado?

— Sí — asintió. El paramilitar parecía hasta ilusionado—. Mi respuesta sigue siendo la misma: que te den.

Abrió con fuerza la puerta trasera, y se dejó caer junto al encapuchado silencioso. Cerró de un fuerte portazo, y Aguni entró de la misma manera que ella. Pudo notar los hombros del más bajito sacudirse por una risa contenida.

— Hey, capitán — llamó el pirimilitar. No respondió—. Te estoy hablando a ti, machota.

— No soy capitán — dijo—. Soy capitana. Aprende a hablar correctamente, bastardo.

— ¡¿Quién te crees que eres?! — exclamó, ofendido. Amagó con sacar el arma de su bolsillo para amenazarla, pero ella misma se preparó para golpearle.

— Basta ya — silenció Aguni, conduciendo algo más rápido de lo debido—. Déjala en paz.

— Pero...

Una sola mirada del mayor bastó para hacer el silencio en el coche. No necesitaba un pajarito defensor, pero no tenía ganas de discutir antes de entrar a un juego por primera vez sola. Desde su primera carta había estado junto a Kougami, y ahora solo podía estar en contacto con él por el walkie que Kuina tenía también (cortesía de Ann).

El ambiente en el coche era tenso, incómodo y cargado de odio. El paramilitar ahora le odiaba, ella odiaba a Aguni y el misterioso simplemente estaba ahí existiendo.

— La perra dos ha dicho que serían picas  — comentó el pesado—. No la soporto... Si pudiera matarla, créeme que no dudaría en hacerlo.

— Guarda tus comentarios, hay oídos aquí — canturreó en un tono divertido el encapuchado. El paramilitar se giró lentamente, como si estuviera en una película de terror. Parecía haberse olvidado de la presencia del chico silencioso—. ¿Algo más que decir sobre la perra a la que quieres matar?

— Tú...

La sonrisita del rubio dejó en claro que había ganado ese enfrentamiento. La Playa era extremadamente curiosa, y estar escuchando tales conversaciones era tan solo la prueba de que debía conseguir sacar de ahí a los Matsumoto y a Kuina.

— Bien, vamos — aparcaron malamente, y salieron como si fueran los protagonistas de alguna mala película de acción. Ella no tenía otra opción que seguirles, por lo que se adentró al enorme edificio de departamentos casi llevándose por delante a un chico con gorra bastante confundido.

— Perdona — se disculpó mientras cogía un teléfono. Si Aguni era un maleducado, ella no.

— D-Disculpe señora — ¿señora?—. ¿Qué es todo esto?

— ¿Eres nuevo, niño? — suspiró. El reconocimiento facial se activó en cuanto tocó la pantalla.

— S-Sí — suspiró aliviado de que alguien al fin respondiera—. ¿Dónde está todo el mundo?

— Quién sabe — se cruzó de brazos, esperando—. Es complicado de explicar, pero apenas quedamos unos pocos por aquí. Lo único que debes hacer ahora es jugar a lo que el móvil te indique, luego te explicaré todo lo que quieras.

— ¡Muchas gracias, señora! — hizo varias inclinaciones seguidas, y se mantuvo pegado a ella mientras más personas llegaban. El rarito del coche se apoyó en la pared en silencio, mientras Aguni lanzaba malas miradas en su dirección probablemente reclamando haber adoptado al menos útil que se veía en la zona. Yoriko no pensaba dejar a ese chaval tirado a su suerte sin entender nada cuando ella misma llegó a sentirse así.

— ¿Crees que habrá algún médico?

Más jugadores llegaron. Eran dos chicos, no más de veinte años y con la apariencia de haber jugado ya algún otro juego. Tomaron el teléfono sin titubear, algo muy diferente a otros como el chaval de gorra.

— ¿No lleva un uniforme de bombero? — susurraban a su lado como si estuviera sorda o estúpida—. Si es bombera sabe de quemaduras. Pregúntale, Karube.

— ¿Eres idiota? — espetó en el mismo tono bajo—. Es bombera, no médica.

— Pero seguro que sabe de quemaduras... Disculpe, señora — otro igual. ¿Tan mayor parecía?—. ¿Es bombera?

— Sí — la cabeza del chico perdido se asomó tras su espalda—. ¿Por qué?

— Esto... — el más joven dudó—. Tenemos un amigo que se ha quemado. Y... No sabemos... Ya sabe.

— Entonces te crees que soy experta en quemaduras por apagar fuegos, ¿no? — pronunció. Se encogió sobre sí mismo, algo avergonzado después de pronunciar su razonamiento en voz alta—. ¿Dónde se ha quemado?

— E-En la pierna — señaló su pantorrilla—. Es muy grande.

— Uhm... — el chico de gorra la observaba con admiración—. ¿Ha sido con un objeto caliente o fuego directamente?

— ¿Por qué tantas preguntas? — susurró para sí mismo algo irritado el rubio.

— Si estoy haciendo demasiadas preguntas para daros instrucciones y que así a vuestro amigo no se le caiga la pierna, me callaré — espetó—. Aplica entonces el remedio de soplar y rezar para que se recupere solita.

— ¡No, no, perdona! — se apresuró a decir el moreno—. Fue con fuego, sus pantalones ardieron.

Suspiró pesadamente. Podía sentir la mala mirada recriminatoria de Aguni, la de admiración del chaval de gorrita y miradas indiscretas. Ella había sufrido todo tipo de quemaduras y heridas. Una vez se quemó el hombro, otra vez la cara (fue muchísimo más leve) y la más grave fue la única que llegó a dejarla una fea cicatriz en el pie. Había estado en el hospital ingresada por inhalación de humo, por golpes y cortes. Había ayudado a sus compañeros a curarse gran variedad de daños y recordaba paso a paso los métodos de las enfermeras.

— Es muy importante que no haya presión sobre la herida. No toquéis nada, tan sólo cambiad sus vendas de manera frecuente para evitar infecciones — Aguni soltó un bufido—. Le saldrán ampollas, pero no las reventéis. Que esté bien hidratado, y dadle analgésicos para el dolor.

Podía ver sus neuronas bailar mientras procesaban y absorbían toda la información. No podía hacer nada más por ellos por mucha clase de razones, pero su conciencia quedaba más tranquila.

La música de los teléfonos la sacó de sus pensamientos de golpe. El juego iba a empezar, no debía preocuparse de gente ajena cuando su vida peligraba de esa manera. Le había prometido a Kuina que volvería, no podía dejarla sola con los locos de los Matsumoto.

Dificultad: 5♠️

Juego: Pilla Pilla

Reglas: huir del cazador

Halla la zona segura oculta en uno de los apartamentos en el tiempo límite. Si cumples este objetivo, se completa el juego.
Tiempo del juego: 20 minutos
Cuando hayan transcurrido la bomba oculta en el edificio explotará.

Nada más oír eso, suspiró. Guardó el teléfono en el bolsillo, y comenzó a calentar los músculos. Preparó sus brazos, piernas y su mente para lo que necesitaba hacer. Ella era muy mala buscando cosas, ya se probó en el juego del hospital. Debía... Debía darles ventaja al resto de jugadores. Detener al cazador. Si le detenía, los demás podrían encontrar la sala segura y ganar.

— Tetsuro.

El problema era que no podía hacerlo sola. Rabiosa consigo misma, se giró ante el llamado del militar.

— No hay nada que más me joda que tener que jugar con gente como tú — se cruzó de brazos—. Pero necesito tu fuerza y su... lo que sea que tenga.

— Oye, tú, maldita...

— ¿Cuál es tu plan?

Hizo un gesto para que la siguieran. A regañadientes el más bajo siguió los pasos de su jefe, quien no dudaba en caminar a su lado por los largos tramos de escaleras en el tiempo que tenían hasta que llegase el misterioso cazador.

— Detengamos por nuestra cuenta al cazador — propuso. El mayor alzó las cejas ligeramente—. Demos tiempo al resto para que encuentren la sala. Incluso tú podrías buscarla.

— El cazador será alguien entrenado — sus teléfonos volvieron a sonar, anunciando que pronto comenzaría el juego—. ¿Sabes algo más que apagar fuegos, Capitana?

— Podría patearte el culo si quisiera. Tengo fuerza, resistencia y estoy entrenada para saber algo más que sujetar una manguera.

Al llegar a la séptima planta, el chico rubio rarito ya estaba ahí como si nada. Saludó con burla, y siguieron su camino hacia un área de observación amplia. No tenían armas, y debían encontrar el lugar perfecto donde llevar a cabo un plan contra el cazador.

Empieza el juego
El cazador en marcha

La música que llenó el bloque residencial dejó su piel erizada. Duró unos largos segundos, los suficientes para dejarla en claro que sería una brutal cacería. Más de diez personas. Una sala. Un cazador. Veinte minutos y una bomba.

Aguni apenas se movió. Los pesados pasos resonaban desde la planta en la que estaban, y creaban el ambiente más tétrico en el que Yoriko había estado.

— Botas militares — susurró. Similares a las suyas. Reconocía ese sonido a kilómetros—. Debe medir lo mismo que yo, y pesar cerca de los cien kilos.

— ¿Sabes eso solo por las botas?

— ¿Sabes acaso lo que pesan? — se asomó por la baranda—. Para llevar esto se necesita fuerza en las piernas. Y un pie grande, apenas hay tallas pequeñas.

No podía ver al cazador, pero estaba segura de ello. Había incluso algunos bomberos que no podían llevar correctamente ese tipo de botas tan pesadas, y eran bastante limitadas. Su sonido era inconfundible, había caminado después de todo unos largos años con ellas.

— Vamos — indicó Aguni. Si quería superar ese juego, debía colaborar con él pacíficamente.

Mientras caminaban por el largo pasillo, Yoriko y el paramilitar iban comprobando las puertas. Todas estaban firmemente cerradas, ni temblaban apenas. A la décima puerta que comprobaban, una ráfaga de balas inició definitivamente el juego.

— Automática — comentó Aguni—. Debe tener también algún arma blanca.

Asintió. Estaban un poco jodidos.

— Bien, ¿Cuál es el plan? — preguntó el pesado. Aún más disparos resonaron con el eco.

— Primero observar — se pronunció firme Yoriko, volviendo a asomarse para buscar al cazador. Tras un largo rato, pudo verle salir de un pasillo—. Ahí está. Mirad. Metro noventa, al menos ochenta kilos y con entrenamiento básico — se fijó en la manera en la que sostenía el arma, y buscó algún otro más en su vestimenta—. Diestro. Su máscara...

— Su visión está reducida por la máscara — añadió el militar—. Y su movilidad igual. Tú, busca unos extintores.

— ¿Extintores? — repitió confundido—. ¿Para qué?

— Cegarle del todo.

Aun dudando del plan en proceso, corrió a buscar lo pedido. Yoriko cerró los ojos un segundo pensando bien las cosas, buscando calma. No tenían demasiado tiempo.

— Hay... unos rellanos en las escaleras — recordó. Su bloque de pisos tenía uno similar—. Si le atraemos hacia allí, podremos noquearle. Que tu compañero le atraiga, yo le inmovilizo por la espalda y tú le golpeas con el extintor.

Durante su trabajo, cada segundo contaba. Se colocaba su uniforme en segundos, trepaba dentro de edificios en minutos y creaba planes y estrategias con tan solo ver los planos o escuchar el alcance de los daños. Su función era ser más rápida, fuerte y estratega que nadie, esa era su función como Capitana. No solo las vidas de sus cadetes dependían de ella, sino de los heridos de accidentes.

— Bombera — musitó para sí mismo el paramilitar, caminando en busca de un rellano perfecto—. ¿Recibiste instrucción militar?

— ¿Ahora estamos charlando de nuestras vidas o qué? — espetó, volviendo a asomarse en busca del cazador—. Vayamos a la planta de abajo, él está yendo hacia allá.

El cazador disparó hacia unos chicos que reconoció como los de la pierna quemada. Caminando a paso cauteloso mientras pensaba bien en la locura que estaba a punto de llevar a cabo, se replanteó sus decisiones al menos tres veces. ¿Y si hubiera estudiado arquitectura como su padre? ¿Y si no les hubiera dicho que era lesbiana? ¿Su vida habría cambiado si hubiera hecho más frente a sus bullies?

— Eliminemos al cazador — determinó el ocupante del escenario de la próxima cacería.

— ¡Nos enfrentamos a una metralleta!

Aguni avanzó con las manos en los bolsillos, impasible. ¿Cuánto tiempo llevaría allí, jugando?

— No, es una persona — habló—. Mide 190 y pesa 90 kilogramos. Su mano dominante es la derecha, y dispara de manera básica. Lo más probable es que sea un exsoldado o policía.

Yoriko vio al militar llegar con sigilo con unos extintores en brazos. Había acatado con éxito su orden. Aguni lanzó una mirada en su dirección, y tal vez por la situación en la que se encontraban asintió en silencio.

— ¿Sabes pelear, rubio? — preguntó. Estaba determinado a detener al cazador con ese simple cuchillo. Alguien así era más fuerte que un cobarde entrenado—. Ten —cogió un extintor, y le extendió hacia él—. Pelea o muere. Así es ahora, ¿no?

— Tú busca la zona segura —indicó hacia el menor, algo perdido.

— ¡Oye! ¡No nos deis órdenes! — reclamó.

Yoriko alzó las cejas. ¿Iban a discutir, en serio? El adolescente bajó la mirada.

— De acuerdo —aceptó—. Buscaré arriba.

— ¡Arisu, espera! No vayas.

— No tenemos opción — negó Arisu—. Además, ella nos ha ayudado. Tal vez podamos salvar a Chota con su consejo. Tú querías hacer exactamente lo que ella ha dicho que no hagamos.

La bombera miró con cierta burla al mayor. Este rodó los ojos, ignorando que aquello que tanto estaba juzgando era la clave para adquirir dos nuevos aliados. Confianza, empatía, amabilidad. No siempre el miedo, control o manipulación eran la llave para ganar compañeros.

— He explorado la planta cinco y seis — exclamó una mujer joven de golpe, trepada encima del borde del edificio. No la habían escuchado llegar—. Separemonos y busquemos.

— Faltan la primera y segunda.

— Iré a mirar —tras eso, se lanzó al vacío. Los dos amigos se miraron asustados, aunque ella entró junto a Aguni y el militar pesado para organizar bien el plan.

Karube, como dijo que se llamaba, era alguien bruto e impulsivo. Tenía fuerza, sabía como manejar un cuchillo y tenía la determinación de volver necesaria. Acató cada una de sus indicaciones, y cuando se escondió detrás de las escaleras con Aguni mientras el soldadito iba a buscar al cazador, tan sólo pudo rezar para que todas esas cualidades dignas de un luchador sirvieran para salir entera de ahí. Era demasiado joven como para morir agujereada por un cabeza de caballo.

— Usa una MAC-10 que dispara 32 balas en 1'5 segundos — explicó Aguni—. Tetsuro le inmovilizará cuando recargue, tú le cegarás para que ella pueda hacerlo correctamente. Luego entraré yo.

Los pasos acelerados del compañero del militar separaron ese recordatorio del plan. Compartieron un asentimiento, y volvió a hacer crugir su cuello de los nervios que la recorrían.

— ¡Estoy aquí! —exclamó. Los pesados pasos del cazador se acercaban, y Aguni se escondió a su lado. Era más bajo que ella, por lo que cabía bien en ese espacio en el que ella estaba incómoda—. ¡Ven a por mí si te atreves!

Aguni escondió por completo la cabeza, y tiró de ella para que se agachara más. Sus mechones azabache sobresalían por el borde.

— ¿Aguni? — el cazador estaba ya frente al militar, en la posición indicada. Se preparó para ir corriendo a derribarlo, pero Aguni sujetó con firmeza su brazo para que no se moviera.

—Sueltame —susurró, tratando de deshacerse de su agarre—. Desgraciado de...

Las balas impactaron de lleno en su compañero, y él ni se estremeció. Jadeó ante eso, y sólo cuando remató al chico Aguni indicó que saliera. ¿Cómo podía ser tan frívolo? Si le había dejado morir así, ¿qué sería de ella?

— ¡Eh! — exclamó Karube. Al menos podía salvarle a él.

Se impulsó, y cuando alzó el arma para matar al teñido le desvió por completo. Las balas impactaron en el techo y paredes, y ella quedó algo aturdida por el potente ruido tan cerca de su oído. La adrenalina apenas la dejaba pensar, y simplemente actuó como un robot. Maldijo cuando recibió un golpe en la quijada, pero antes de poder recibir otro Aguni bañó en el humo del extintor al caballo.

Tal y como planeaban, las balas se acabaron. Se preparó para recargar, pero ella le sujetó con fuerza mientras Karube volvía a mancharle de extintor.

— ¡Aguni! — exclamó, forcejeando para que no pudiera salir de su agarre. El militar golpeó con fuerza su cabeza con el extintor, debilitando un poco su resistencia. Tan sólo un poco.

— ¡Cuidado! — advirtió, pero ya había sido derribada en el suelo y estaba a punto de ser apuñalada. Aguni actuó rápido, y se abalanzó con un potente placaje que sólo la dio tiempo, porque devolvió una patada y un golpe en el abdomen al mayor.

Aguni golpeaba con fuerza y cierta técnica. Sabía lo que hacía, donde debía golpear, pero no estaba plenamente consciente de la máscara que amortiguaba de cierta manera los impactos. Cogió de nuevo el extintor, y cuando estaba a punto de devolverle los golpes al traidor le dio con fuerza a la altura de las rodillas para hacerle caer. No se detuvo ahí, y antes de que pudiera reaccionar golpeó su cabeza.

Rodó en el suelo, y por su posición no fue capaz de apartarse cuando tiró de su pierna para derribarla. Cayó al suelo, y se dobló de dolor cuando la lanzó hacia la pared de una patada en el pecho. Karube saltó para detener que siguiera golpeandola en el suelo, y finalmente hizo uso de su pequeño cuchillo enterrandole una y otra vez en su hombro.

Tosió incorporándose, y tiró para incorporar a Aguni también cuando el cazador sacó un afilado machete del tamaño de su brazo. Karube huyó por todo el pequeño espacio, y aunque Yoriko volviera a empujarle a un lado, no pudo evitar que su afilada hoja rozara el abdomen del menor. Enfadado, Aguni se impulsó de un salto y le pateó la cabeza. Eso le volvió a dejar en el suelo, pero se libraron temporalmente.

Karube había caído, y sólo quedaban ellos dos. El cazador blandió el machete, y quedó hombro con hombro con Aguni buscando alguna manera de abordarle.

Tres minutos para que acabe el juego

Debían aguantar tres minutos. Tan solo tres minutos, el tiempo en el que ella escuchaba su canción favorita o preparaba su material cuando había una emergencia.

— ¡La zona segura está en el apartamento 406! — soltó un pesado suspiro—. ¡Hacen falta dos personas para superar el juego!

Aguni se abalanzó para detener el arma del cazador cuando les atacó de nuevo. Mantuvo con fuerza su brazo en el aire, y Yoriko colaboró dándole un puñetazo en el costado. Por un momento volvieron a estar los tres separados por la sala, pero fue cuestión de segundos para que, sujetando por un segundo sus costillas después de su fuerte golpe, volviera a por Aguni. Cabezota, el militar inició un extraño forcejeo en el que acabó acorralado y ella sin apenas espacio para ayudarle. Tiró de él, le golpeó con insistencia en el lugar anterior y, con un empujón de Aguni, cayó al suelo. Yoriko no se detuvo ahí, y pisó su mano para quitarle de una vez el machete.

Alzó sus pesadas botas de nuevo, y pisó con bestialidad su pecho. Una, dos, tres y hasta cuatro veces. Escuchó sus jadeos doloridos, pero no se detuvo hasta que estuvo segura de que no volvería a atacarles. No quería matarle, tan solo dejarle lo suficientemente incapacitado como para poder aguantar hasta que alguien fuerza en busca de Arisu.

Podía escuchar la cuenta atrás, y como repentinamente se detenía. Silencio, un pesado silencio en el que tan sólo se escuchaban sus aceleradas respiraciones.

Juego completado, enhorabuena

Sus piernas temblaron, sintiendo de golpe el cansancio y miedo en todo su cuerpo. Un pitido molesto salía del cuerpo inconsciente del cazador, y un segundo más tarde todo se llenó de sangre. Espesa sangre. Su cuello había explotado, y había llenado la pared y parte de su cuerpo de su sangre.

El teléfono que cayó de su bolsillo revelaba dos palabras clave, y que la hicieron querer vomitar.

Game Over

Ella no había peleado contra un cazador para ganar. Había sido el propio juego de muerte de un hombre obligado.

GRAPHICS.

Se me ha borrado el capítulo ya DOS VECES
Wattpad, odias a las lesbianas?💀

PHOBIA ha ganado en Fanfic Awards😭 muchísimas graciaaas❤️

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