⑥ CONTRATIEMPOS
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El tiempo pasa sin que nos demos cuenta... los días y las noches van y vienen, y antes de que parpadees, ya han acontecido muchas cosas.
El bello vínculo que forjamos mi Capitán y yo se fortaleció; y en los meses siguientes, se reforzaría aún más. Así es, mi querido Breakdown nunca se fue... y ambos nos hicimos inseparables, al punto de que ya no podíamos existir el uno sin el otro. Él se convirtió en mi sol, y yo, en su luna.
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La dinámica de escondernos para evitar ser descubiertos continuó, incluso después de los terribles alborotos causados por la beligerancia, todavía vigente, entre Autobots y Decepticons; de la cual, por fortuna, conseguí mantenernos alejados en momentos críticos, debido a que acepté viajar un par de veces al extranjero como representante de negocios para la empresa en la que laboro. Cuestión que detonaría los celos de Breakdown, al enterarse de que me acompañaría mi jefe de departamento: un tipejo que una tarde se atrevió a galantearme en mi casa, bajo la excusa de hablar sobre «asuntos de trabajo»; y al que apenas salvé de ser aplastado por el martillo del fortachón, quien ansiaba machacarle el cráneo en cuanto supo sus verdaderas intenciones. De manera que, como mi amigo metálico no me permitiría marcharme sola, tuve que negociar con el gerente; y tras convencerlo, logré que mi poderoso blindado se convirtiera en nuestro vehículo oficial, gracias a que ir en barco carguero conllevaba una considerable rebaja en costos, a diferencia de los vuelos en avión, que, a pesar de ser más rápidos, requerían de hacer escalas.
Fue de ese modo que las circunstancias se alinearon a la perfección para evadir aquellos peligros. Y en tales travesías, el defecto del grandulón de ser indetectable nos benefició bastante, ya que eso facilitó que transportara sus porciones vitales de energon en su interior sin riesgos de ser captados por ninguno de los dos bandos en guerra.
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Si bien Breakdown asimiló de buenas su nueva vida pacifica a mi lado, en lo profundo contenía sus instintos de lucha, pues varias noches lo pillé en una chatarrería cercana destrozando autos chocados con un vehemente gozo; razón por la que no reprimí sus acciones, puesto que fungían como un sano y terapéutico desfogue para él; y, además, admito que yo disfrutaba mucho de presenciar sus espectaculares desplantes de fuerza. También he de destacar que, con lo incierto de la situación, creamos un álbum de fotos para recopilar nuestras hermosas experiencias juntos; aunque, no todas han sido tan lindas para estar en esa obra; porque, a consecuencia de su orgullo como guerrero, un inmenso deseo de enfrentarse a su acérrimo rival, Bulkhead, le carcomía a ratos; sumado a la incertidumbre con respecto al estatus de la disputa de los suyos, y un miedo de perderse así mismo u olvidarse de su función llegaron a invadirlo, engendrándole paranoias; lo que acarreó algunas discusiones severas entre los dos.
No es sencillo apaciguar a un ser que se siente nervioso y abandonado; más si alberga a su vez el alma de un niño frágil y asustadizo. Sin embargo, siempre salimos airosos de esos dilemas, afianzándose una plena confianza mutua e inquebrantable.
Pero una realidad que afrontamos cinco días atrás lo abrumó demasiado, y en su desespero huyó al bosque, sacándome una considerable ventaja que me forzó a llamar a emergencias para que me recogieran de en medio de aquella nada. La cruda verdad que sacudió a mi querido amigo, fue el hecho de que... el energon de la cueva... se había agotado.
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—¿¡BREAKDOWN!? —exclamé desconsolada conduciendo una grúa con plataforma que alquilé en caso de ser necesaria—. Respóndeme... —musité sollozante mirando la tupida maleza a mi alrededor—. ¿Dónde estás?
Es mi séptimo día tratando de localizar a Breakdown... Una muy pesada odisea para mí, ya que estoy obligada a realizarla sola, con recursos limitados, y en rigor de cumplir mis deberes cotidianos para no despertar sospechas. He estado recorriendo cada uno de nuestros «rincones secretos» que solíamos frecuentar; pero pareciera que siempre llego tarde, topándome el mero rastro de sus ruedas derrapadas, o las enormes huellas de sus pies.
Ya no sé qué más hacer, la preocupación me consume. ¿Qué será de él si se queda sin energía, o si los de MECH lo encuentran antes que yo? Siento como si me hubiesen arrancado una parte de mi corazón, ahora que al fin había vuelto a latir por amor.
Poco a poco las pistas disminuyen, escurriéndoseme de las manos toda esperanza, como los granos de un reloj de arena que me martirizan bajo su cuenta regresiva; pues una vez caiga la última migaja, aquellos áridos polvos se invertirán en mi contra, asfixiándome. La ausencia de un ser amado duele... y es peor cuando este, jamás regresa.
—Capitán... —Aletargada y ojerosa por mis continuas expediciones, más por reflejo y vaga memoria que por voluntad, arribé la zona donde conocí a Breakdown—. Aquí comenzó nuestra aventura, Capitán. —Estacionándome por la periferia, proseguí a pie.
Caminando por entre los árboles iluminados por el arrebol del atardecer, la nostalgia humedeció mis ojos, y con la vista distorsionada por las lágrimas, aunado a un inaguantable cansancio, tropecé tras un mal paso, cayéndome en picada al desnivel. Luego del duro impacto, me levanté temblorosa y sucia de tierra, pero en mi tentativa de apoyarme en la muralla rocosa, mi palma percibió una sustancia pegajosa, adhiriéndose a esta.
—¿Qué es esto? —Tras verificar lo que me retenía, divisé una amalgama fresca de color blancuzco junto a unos manchones azulinos esparcidos e impregnados debajo de la suela de mis zapatos—. ¿Energon?
—Vaya, vaya, vaya... Pensaba que cazaría al musculoso e inepto de Breakdown que se me escapó hace un par de días —confesó engreída—; mas, en su lugar, ¡oh, sorpresa!, una dulce jovencita humana ha tirado de mi telaraña.
Escuchar esa revelación de aquella burlona voz femenina me heló la sangre, y al ver hacia arriba, palidecí, pues se ciñó por encima mío la monstruosa figura zancuda de la misma sabandija que meses atrás intentó asesinar a mi mejor amigo.
—Hoy es mi día de suerte —dijo la infame criatura—. El aburrimiento por mi exilio y la crisis energética que sufro por la escasez de energon me estaban enloqueciendo; pero al menos he atrapado un juguete al cual poder torturar para satisfacer mi desquicio. —Carcajeó malévola, agarrándome de un jalón—. Tú y yo lo pasaremos muy bien, querida.
—¡Suéltame, maldita! —grité, forcejeándome y pataleando en vano—. ¡Me lastimas! —chillé agudo y enérgico.
—Acostúmbrate, tontita; porque es justo para lo que te quiero —enfatizó, apretujándome hasta instarme a gemir.
Cautiva en agonía y pavor durante horas, a lo largo del camino fui el blanco de las vejaciones impartidas por la rastrera trepadora; quien no escatimó en punzar la piel de mis mejillas, desgarrar mi ropa, o estrujarme con reiteración, al deleitarle de sobremanera mi humillación y sufrimiento. No obstante, aun esclavizada en su horrible yugo, mi cerebro me consolaba en el grácil amparo de los tiernos recuerdos vividos junto a Breakdown; quizá como consciente resignación de mi inevitable final. O eso creí yo.
Apunto del colapso, débil e incapaz de mantener espabilados mis párpados, de súbito, el sonido de un pesado yunque golpeó el cuerpo de mi captora; tirándome al suelo en el proceso de contratacar a su agresor.
Ahora, abatida e inmóvil, por segunda vez en mi vida, apenas y vislumbró las difusas siluetas de dos colosos combatiendo.
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