
♰・𝕮apítulo 𝐕𝐈𝐈𝐈: Lazos de Oro y Recuerdos de Infancia
➵ 𝕮𝐇𝐀𝐏𝐓𝐄𝐑 𝕰𝐈𝐆𝐇𝐓
ະ𓄹 Golden Ties and Childhood Memories
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❝Aún entonces, vos destacábais por
vuestra sabiduría, incluso siendo tan joven❞
Richard de Gloucester y Anne Neville compartieron una profunda amistad desde su infancia, forjada durante sus años en el hogar del conde de Warwick en el castillo de Middleham. Juntos con la hermana de Anne, Isabel, vivieron momentos de camaradería y juegos, creando un vínculo duradero que perduró a lo largo de sus vidas.
🌹 Richard, duque de Gloucester 🌹
𝐄𝐋 𝐄𝐂𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐂𝐄𝐋𝐄𝐁𝐑𝐀𝐂𝐈𝐎𝐍𝐄𝐒 𝐏𝐎𝐑 𝐄𝐋 𝐍𝐀𝐂𝐈𝐌𝐈𝐄𝐍𝐓𝐎 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐏𝐄𝐐𝐔𝐄Ñ𝐀 𝐄𝐋𝐈𝐙𝐀𝐁𝐄𝐓𝐇 𝐑𝐄𝐒𝐎𝐍𝐀𝐁𝐀 𝐄𝐍 𝐋𝐎𝐒 𝐏𝐀𝐒𝐈𝐋𝐋𝐎𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐂𝐎𝐑𝐓𝐄, envolviéndonos a todos en un aire de júbilo que, por momentos, me resultaba extraño. Aún me hallaba sumido en reflexiones profundas cuando atravesé las puertas del gran salón, buscando a mi hermano, el rey, y a su recién nacida hija. Sabía que este instante marcaría el futuro de nuestra casa, y con cada paso, sentía el peso de las expectativas sobre mis hombros.
—Enhorabuena, excelencia —felicité a Elizabeth en cuanto la vi, con un tono comedido, haciendo una inclinación sutil de mi cabeza al cruzarme con ella—. Vuestra princesa será bendecida por nuestra gran familia.
—Vuestras palabras siempre son bien recibidas, mi querido Richard —respondió Elizabeth con una sonrisa radiante—. Nuestra hija goza de buena salud.
No pude evitar percibir una sombra de tensión en el aire, una que se hizo más evidente cuando mi madre, Cecily Neville, entró en la sala. Su porte regio y la altivez en su mirada la hacían destacar siempre. Un ligero malestar se apoderó de mí al adivinar lo que estaba por venir.
—La reina plebeya, tan orgullosa de su prole a pesar de ser una niña —dijo Cecily con una sonrisa mordaz. El tono parecía inocente, pero conocía demasiado bien a mi madre como para no leer la sutil crítica en sus palabras.
—Madre, debéis de tratar con respeto a Elizabeth —le recordé mientras mantenía una expresión neutral. Había respeto en mis palabras, sí, pero también cautela. Elizabeth Woodville había llegado al poder de manera rápida e inesperada, y ahora los Woodville dominaban los favores del rey. Yo, sin embargo, no perdía de vista a mi hermano. Mi lealtad residía en él, y aunque la situación política se volviera a veces turbia, siempre hallaba el camino hacia Edward—. Acordaos que ahora, ella es la reina. Debéis tratarla como se merece; con respeto.
Mi hermano George miraba a mi madre con una diversión apenas contenida, sus labios curvados poseían la presencia de una sonrisa cómplice.
—No, mi querido hijo. Solo quise decir que no es un varón, pero seguramente vendrán más vástagos para asegurar la línea sucesoria, ¿no es así, hija mía? —dijo Cecily, con una sonrisa afilada clavada en Elizabeth mientras alzaba una de sus cejas azabaches—. Después de todo, la ambición de una plebeya no se sacia con tan poca cosa.
George, incapaz de contenerse, dejó escapar una risa baja, sus ojos brillaban mientras disfrutaba de la tensión en el aire. Sabía bien cómo la presencia de Elizabeth irritaba a nuestra madre, y la mirada que le lanzó a la reina no dejaba lugar a dudas de su propia opinión aunque la reina mantuvo la compostura.
—Ciertamente —dijo Elizabeth, manteniendo la vista fija en Cecily—. Mas os aseguro que no es la ambición de una plebeya lo que asegura el futuro de una nación, sino la gracia divina y el buen juicio de los que gobiernan. Y en ambos, la Casa York está abundantemente bendecida.
—Veremos qué trae el futuro, entonces —replicó mi madre, sin más palabras, antes de girarse hacia mí y colocar una mano en mi hombro—. Richard, si la reina plebeya tiene razón, tu sobrina será fuerte, pero un heredero varón es siempre necesario.
—No tengo duda de ello —respondí, compartiendo una mirada con ella que me decía que el tema estaba lejos de terminar.
—Por suerte, madre, tanto el favor del rey como el del reino están asegurados —intervino Edward con una sonrisa, acercándose y poniendo fin a aquel incómodo intercambio—. Mi hija será la joya de Inglaterra, y si Dios nos bendice, vendrán más hijos, fuertes y sanos.
—Eso espero, mi rey —Cecily hizo una inclinación casi imperceptible, más por protocolo que por verdadero respeto. Su expresión era un enigma.
Cecily se dirigió de nuevo hacia Elizabeth.
—Recordad, querida, que los destinos de las mujeres están tan atados a los hombres como las mareas a la luna. No hay mérito que pueda garantizar el favor del rey... ni el del reino. —Hizo una breve reverencia y se marchó. Mi hermano George la siguió pero se permitió retrasarse unos segundos para decir:
—Parece que la ambición de algunos no tiene fin —dijo con una sonrisa que apenas disimulaba su burla—. Aunque la reina plebeya haya dado a luz a una niña, estoy seguro de que el tiempo revelará si su posición en la corte es tan sólida como el oro, o tan efímera como la plata.
Mi hermano volvió a reír, esta vez con más descaro, y me fue imposible no sentir la tensión palpable entre nuestros familiares.
Edward se acercó a mí, rompiendo el incómodo silencio que había seguido a las palabras de George. Sus ojos, a pesar de la tensión, reflejaban un brillo de gratitud genuina.
—Mi querido hermano —dijo Edward, abrazándome con afecto—. Agradezco sinceramente que estés aquí para ver a mi querida hija. La llegada de Elizabeth es un motivo de gran alegría para mí y, sin duda, para toda nuestra casa.
Se alejó del abrazo, manteniendo una sonrisa que trataba de ocultar el peso de las tensiones recientes. Luego, se volvió hacia mí con una expresión de profunda satisfacción.
—Tu apoyo y tu cercanía en estos momentos significan mucho —continuó—. Siempre has sido un hermano leal. Tenerte aquí, celebrando con nosotros, hace que este día sea aún más especial. A veces, en medio de las disputas y las políticas, se necesita un recordatorio de que la familia es lo que realmente importa.
El tono de Edward era cálido y sincero, y aunque los recientes comentarios de George habían añadido un matiz de tensión, el rey logró restablecer en parte el ambiente festivo que buscaba para ese día.
—La familia debe mantenerse unida tanto en tiempos buenos como en los difíciles —le dije con una sonrisa que trataba de ser sincera pero sin florituras—. Confío en que, a medida que avancemos, sigamos apoyándonos como siempre, y que esta pequeña nos recuerde lo que realmente importa, hermano mío. Es una bendición estar aquí.
—Y hablando de bendiciones, Richard —dijo Edward—. Tengo una sorpresa. Nuestro primo ha enviado sus buenos deseos y ha prometido visitarnos en cuanto le sea posible. Estoy seguro de que su llegada traerá consigo buenas nuevas. Aunque aún no se ha presentado en persona, confío en que su visita será inminente y nos deparará nuevas alegrías. Mientras tanto, su señora esposa y sus hijas están entre nosotros. Sé que guardas un especial afecto por su hija menor, Anne Neville. Ella está aquí en el festín, por si quieres reunirte con ella.
Agradecí a Edward por su generosidad y el acto de bondad de nuestro primo Richard Neville. Mientras él continuaba hablando con algunos invitados, me dirigí a buscar a Anne Neville, no sin antes despedir a la reina.
Recorrí el salón con un propósito definido, manteniéndome atento a las conversaciones y los movimientos de la multitud. Tras varios minutos de búsqueda, decidí que el jardín, con su tranquilidad y belleza serena, podría ser el lugar adecuado para encontrarla.
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𝐀𝐋 𝐒𝐀𝐋𝐈𝐑 𝐀𝐋 𝐉𝐀𝐑𝐃Í𝐍, noté que el ambiente se volvía más relajado y fresco. Las flores en plena floración y el aroma a tierra húmeda ofrecían un contraste con la animada y a veces sofocante atmósfera del festín. Caminé lentamente por el sendero pavimentado, mis pasos resonando suavemente sobre las piedras.
Finalmente, la vi: Anne Neville.
Estaba sentada bajo un árbol, en una de las zonas más apartadas del jardín. Siempre había algo en ella que me atraía, más allá de su belleza discreta. Desde niños, había sentido una conexión especial con Anne, aunque nuestros destinos parecían, a veces, estar lejos el uno del otro.
—Querida Anne —la saludé, inclinando la cabeza en señal de respeto—. Me alegra encontraros en tan encantador lugar.
Anne levantó la vista, y su rostro se iluminó con una cálida sonrisa. Su cabello castaño claro, recogido en un elegante moño, reflejaba los rayos del sol de manera sutil.
—Lord Richard —dijo con voz suave y amigable—. Qué grato es veros. Habéis venido a mi encuentro.
—Así es —respondí, acercándome un poco más y tomando asiento junto a ella—. Mi hermano Edward me dijo que os encontrábais cerca. Habéis elegido un buen lugar, sin duda. Además, presumo que ya lo sabéis pero me complace veros, siempre es agradable reencontrarme con una buena amiga.
—Ciertamente —asintió Anne—. El jardín siempre me ha ofrecido una pausa reparadora de las aglomeraciones. Además, sois buena compañía.
—A veces, el aire fresco es el mejor remedio tras un festín —comenté—. La corte puede ser... abrumadora.
«Y os echaba de menos».
Anne rió suavemente, una risa que siempre me había parecido melódica.
—Comprendo vuestras palabras, mi lord. Hay momentos en que un retiro breve es necesario.
Guardamos silencio unos instantes, disfrutando de la tranquilidad del jardín. No pude evitar recordar los días en Middleham, donde habíamos pasado juntos nuestra juventud.
—¿Os acordáis de los tiempos en Middleham? —pregunté, deseando evocar esos recuerdos felices.
Anne sonrió, aunque su mirada parecía perdida en el pasado.
—¿Cómo podría olvidarlos? —dijo, con un dejo de nostalgia—. Otrora eran tiempos felices, cuando nada parecía tan complicado.
Asentí, compartiendo su sentimiento.
—Aún entonces, vos destacábais por vuestra sabiduría, incluso siendo tan joven.
Anne bajó la mirada, como si mis palabras la ruborizaran.
—Siempre habéis sido muy amable conmigo, mi lord.
«No solo amable», pensé. Había algo más, una conexión que no podía ignorar. Siempre había sentido que Anne y yo estábamos destinados a compartir más que simples recuerdos.
—Y siempre lo seré —respondí, con una firmeza que me sorprendió incluso a mí mismo.
Desde el momento en que fui nombrado Duque de Gloucester, mi vida se transformó drásticamente. Fui enviado a vivir y recibir mi educación en el hogar del conde de Warwick, en el castillo de Middleham, en Yorkshire. Allí, me encontré inmerso en un mundo muy diferente al que había conocido.
La vida en Middleham estaba marcada por una rigurosa formación en el arte de la guerra y en las habilidades necesarias para un noble. Entre los muchos aspectos que se me enseñaron, también adquirí conocimientos sobre leyes y el comportamiento apropiado para alguien de mi posición. Pero lo que realmente dio forma a mis años formativos fue la convivencia con las hijas de mi primo: Isabel y Anne Neville, y con uno de los pupilos del conde, Francis Lovell, quien sería un amigo leal durante toda mi vida.
Recuerdo claramente el primer encuentro con Anne. Era una joven llena de gracia y fortaleza, cualidades que se destacaban incluso en medio de la agitación y las dificultades que vivíamos. La conocí en uno de los momentos de calma, cuando los juegos y las enseñanzas se hacían menos severos y el jardín del castillo ofrecía un respiro de la rutina diaria.
A través de los años, a pesar de la sombra constante de las guerras y las traiciones que oscurecían nuestro entorno, el vínculo que forjé con Anne se mantuvo firme. Ella y su familia se convirtieron en una parte fundamental de mi vida, ofreciéndome no solo amistad, sino una conexión genuina en tiempos en que la lealtad y la confianza eran escasas.
Mi infancia, marcada por la pérdida de mi padre y mi hermano Edmund en el campo de batalla, me dejó cicatrices profundas. Pero, en el refugio de Middleham y en la compañía de Anne y los demás, encontré una forma de sanar y de construir los cimientos de lo que vendría después. La formación y las experiencias compartidas con Anne y los otros me prepararon para enfrentar los desafíos que me esperaban en el turbulento camino hacia mi destino.
Anne se rió suavemente de repente, interrumpiendo mis pensamientos:
—Recuerdo una vez en que, mientras jugábamos en el jardín, vos intentasteis montar un caballo de madera que era demasiado pequeño. Terminasteis en el suelo, con el caballo volcado sobre vos, y Sissy y yo no pudimos parar de reír. A pesar de la caída, os levantasteis con una dignidad que solo vos podríais mantener en medio de tal desastre.
Sonreí al escuchar el recuerdo evocado por Anne.
—Ah, sí, aquel día en el jardín. Fue una de las primeras lecciones que recibí sobre la humildad y el coraje. Aunque el caballo de madera me venció, la risa y la compañía de ambas hicieron que el golpe no fuera tan duro. Agradezco esos momentos y, sobre todo, la amistad que siempre me habéis ofrecido, Anne.
—Siempre admiré vuestra capacidad para reíros de vos mismo. Es una cualidad rara y valiosa. Y, por supuesto, Sissy y yo también guardamos aquellos recuerdos con cariño. Eran tiempos sencillos, pero llenos de significados profundos. Me alegra ver que, a pesar de todo lo que habéis vivido, seguís siendo el mismo hombre valiente y amable.
Mientras Anne y yo compartíamos las memorias pasadas, un bullicio a lo lejos comenzó a hacerse más evidente, interrumpiendo nuestra conversación. La música y las voces se alzaron en un crescendo que rápidamente atrajo nuestra atención.
De repente, Edward apareció, con su característica sonrisa amplia y un aire de excitación en su porte.
—Richard, ven aquí —llamó Edward, moviendo la mano para atraerme—. Hay algo que debes ver. Es un asunto que no podemos dejar pasar.
El tono de Edward estaba cargado de una urgencia amable, y no pude evitar notar la chispa de entusiasmo en sus ojos.
—Os agradezco profundamente por este momento, Anne —dije mientras me incorporaba—. Ha sido un placer y un alivio encontraros en el jardín. Espero volver a veros en estos días.
—Así será —dijo Anne con una sonrisa comprensiva, aunque sus ojos mostraban un atisbo de algo que aún no había compartido—. Os lo prometo.
«Hay un matiz en sus palabras que sugiere algo más profundo, algo que aún no está lista para revelar».
La miré con curiosidad, pero no la presioné para que dijera lo que escondía, respeté su silencio. Poco tiempo más tarde, me encontraba con Edward, quien me guiaba a través de los pasillos, el bullicio que había oído se hacía más fuerte a cada paso.
🌹 ¡Muchas gracias por el apoyo, los votos y los comentarios! Ya sabéis que entre más interacción haya en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones. 🌹
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