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♰・𝕮apítulo 𝐈𝐈𝐈: La Ira del Conde de Warwick

➵ 𝕮HAPTER 𝕿𝐇𝐑𝐄𝐄
ະ𓄹 "The Wrath of the Earl of Warwick

No queremos una reina que intente gobernar
a su esposo y a Inglaterra a través de él.
Profanáis el trono con vuestra mera presencia

Richard Neville, conocido como el conde de Warwick y el Hacedor de Reyes, fiel aliado de la casa York, se enfrentó a su primo, el rey Edward IV, por su matrimonio con Elizabeth Woodville y su posterior coronación como reina. Mientras ella estaba en la corte, Richard se sentía incómodo y airado, exigiendo que la política y la lealtad son cruciales para el futuro de Inglaterra. El matrimonio de Elizabeth y Edward hizo trizas las negociaciones de Warwick y con ello, su influencia como conde en el gobierno.

🌹 El Hacedor de Reyes 🌹

                     𝐋𝐀 𝐋𝐔𝐙 𝐃𝐎𝐑𝐀𝐃𝐀 𝐃𝐄𝐋 𝐀𝐓𝐀𝐑𝐃𝐄𝐂𝐄𝐑 𝐒𝐄 𝐅𝐈𝐋𝐓𝐑𝐀𝐁𝐀 𝐀 𝐓𝐑𝐀𝐕É𝐒 𝐃𝐄 𝐋𝐀𝐒 𝐕𝐄𝐍𝐓𝐀𝐍𝐀𝐒 𝐃𝐄𝐋 𝐃𝐄𝐒𝐏𝐀𝐂𝐇𝐎 𝐑𝐄𝐀𝐋 𝐃𝐄𝐋 𝐑𝐄𝐘, lanzando sombras que danzaban en las paredes de piedra. El sonido de mi brusca entrada al abrir la puerta con rabia rompió el silencio de la sala. La decisión que había tomado Edward me había llevado al borde de la desesperación, y no podía permitir que la situación siguiera empeorando.

Mi primo levantó la vista de su pergamino, su expresión era una mezcla de sorpresa y una ligera burla. La ironía en su rostro solo avivó mi frustración.

—¿Cómo es posible que mi primo, el gran Conde de Warwick, irrumpa en mi despacho como un auténtico bárbaro? —bromeó Edward con una sonrisa irónica, sus ojos castaños reflejaban una ligera sorpresa. Pero cuando se dio cuenta de la gravedad de mi expresión, su sonrisa se desvaneció lentamente, dejando un rastro de preocupación.

En lugar de responder, me dirigí directamente hacia él y terminé por cerrar la puerta con un estrépito que resonó con vigor. El impacto fue un preludio de la tormenta que estaba a punto de desatarse.

—Aún sigo sin creer lo que has ocasionado —comencé explicando con un tono cargado de un enojo palpable. Bien, quería demostrar cuán decepcionado e irritado me encontraba por culpa de su estúpida decisión—. Has desafiado todas las expectativas y has puesto en peligro la estabilidad del reino al casarte en secreto con esa bruja. ¿Qué te hizo tomar una decisión tan absurda?

—Richard, ya hemos discutido esto en varias ocasiones —respondió él, su tono estaba perdiendo gradualmente la ligereza—. Mi matrimonio con Elizabeth es un hecho consumado. Estoy cansado de tus continuos reproches. Ya he dejado claro que no voy a ceder. —Su expresión estaba alternándose a una creciente irritación—. Y supongo que ya lo sabes pero llamar bruja a la reina es alta traición, primo.

—¡No es la reina! Solo es una ramera de campo. Y sabes tan bien como yo que este matrimonio puede deshacerse —pausé deliberadamente para que mis palabras calaran dentro de él— Debe deshacerse.

—Es la reina que he elegido y te prohibo que la vuelvas a insultar —Sonó como una amenaza pero hice caso omiso a sus palabras. Lo último que me faltaba es que me diera órdenes después de todo lo que hice por él y por su causa.

—¿¡Elegido!? ¡Ya no eres un niño! —Sentí que mi voz estaba cargada de la frustración que había guardado en mi interior durante tantos días—. ¡Eres el rey! ¿Y cuándo vas a aprender que un rey no se casa por amor, sino por poder, por alianzas, por política? Tu deber es con el reino, no con tus deseos personales. Los franceses son aliados valiosos, sí, pero también pueden ser un enemigo formidable si no concluimos nuestro tratado de paz con Francia y mejorar nuestras relaciones con esa nación. ¿Te das cuenta de lo que has hecho? Los has insultado al rechazar un matrimonio con la princesa francesa para casarte con una simple campesina. ¿Eres consciente de la nefasta posición que nos deja tu estúpida decisión infantil? ¿Realmente eres tan necio como para querer una guerra con los franceses? ¿De verdad no...?

—¡Ya basta! —exclamó mi primo, sus ojos estaban cargados de ira. Si realmente pensaba que le temía, estaba muy equivocado—. ¡No me digas qué hacer con mi vida ni con mi reino, Richard! Mi matrimonio con Elizabeth no es una simple transgresión de protocolo, es una declaración de mi propio poder y autonomía. Has hablado de alianzas y de deber, pero ¿acaso olvidaste que la gente también necesita ver al rey como un hombre, no solo como un peón en un juego de ajedrez? ¿Qué sentido tiene seguir vendiéndome como un mero títere de Francia cuando mi propio corazón me dice otra cosa? Mi matrimonio con Elizabeth no es una decisión infantil; es una afirmación de mi autoridad y de mi derecho a decidir mi propio destino. ¡Tu insatisfacción no cambia nada! Y a partir de ahora, te advierto que si tienes problemas con mi elección, será tu problema, no el mío.

De repente, una risa amarga y frustrada escapó de mis labios, una risa que resonó como el eco de una desesperanza acumulada.

—Yo no he olvidado nada pero tú, por el contrario, sí. ¡No me he pasado este año rebajándome ante los franceses para conseguirte la mano de la princesa para que tú ahora lo tires por la borda! ¡Ya va siendo hora de que te olvides de esa Elizabeth y te comportes como un auténtico rey!

—No pienso hacer tal cosa —dijo él, su tono reflejaba una firmeza que no dejaba espacio para la duda—. Elizabeth ya ha sido coronada reina. Es imposible revertir lo que ya se ha hecho. Mi decisión está tomada, y no voy a renunciar a ella.

Fruncí el ceño con una mezcla de incredulidad y frustración. La obstinación de Edward era evidente así que debía utilizar todos mi recursos para hacerlo cambiar de parecer. El matrimonio secreto de Eduardo con Elizabeth ofrecía una grieta en el argumento del rey, no dudé en explotarla.

—¿Ah, sí? —Incliné la cabeza, fingiendo incertidumbre—. ¿Imposible, dices? No olvides que tu matrimonio fue secreto. No puedo sino preguntarme si no es posible que todo esto sea una oportunidad para corregir el curso de los acontecimientos.

Mi primo me miró con desdén. Ya ni siquiera lo podía ver como un rey, se comportaba como un idiota, no como un verdadero monarca.

—¿Qué insinuas? —preguntó Edward—. ¿Crees que puedes usar eso en mi contra?

Mi mirada estaba fija en él. La tensión en la habitación era tan densa que casi se podía cortar con un cuchillo.

—Estoy diciendo que si tu matrimonio no se celebró de manera oficial, aún podríamos tener una oportunidad para negociar, a no ser que quieras que tus hijos con ella sean ilegítimos y no puedan tener el derecho al trono. Sabes bien que los detalles de esa ceremonia secreta podrían ser utilizados para cuestionar su validez, si se presenta como un acto de engaño. —Dejé que sus palabras resonaran en el aire—. Aguarda, primo, lo que está en juego no es solo tu matrimonio. Es el equilibrio de poder en nuestro reino, la estabilidad de nuestra posición. No estoy dispuesto a permitir que tu capricho arruine todo lo que hemos construido.

—Dirás lo que tú has construido —me enfrentó con renovada furia—. Casi parece que tus planes eran reinar a través de mí. Además, ¿y qué si fuera verdad? ¿Crees que puedes simplemente poner en duda mi matrimonio y mis decisiones? ¿Que puedes dictar mi vida y mi reinado como si fueras el único que sabe lo que es mejor? Elizabeth es la reina y por tanto, nuestros hijos serán legítimos de un matrimonio totalmente consumado.

—Yo no soy tu enemigo. Recuerda eso. Mi único deseo es que gobiernes sabiamente. Pero si persistes en esta terquedad, no puedo garantizar que nuestras lealtades se mantendrán intactas. Te he apoyado, te he colocado en el trono, y lo que pido a cambio es que gobiernes con sensatez. El amor y el deber no siempre pueden coexistir, y lo que está en juego es demasiado grande para dejarlo en manos de una decisión impulsiva.

Edward, visiblemente agotado por la tensión, se volvió hacia la ventana, su rostro era sombrío. El silencio que siguió a mis palabras era tan profundo que parecía cargar el aire mismo. Me di cuenta de que había tocado una cuerda sensible. Ahora me lo podía ganar a través de mis palabras, debía ponerlo en contra de esa mujer.

—Elizabeth es viuda de Juan Grey de Groby, simpatizante de los Lancaster, es decir, simpatizante y aliado del mismo hombre que mandó a la tumba a tu propio padre. ¿De verdad has olvidado quién fue el que te colocó en el trono? Fue tu padre quien, tras la Batalla de Northampton en 1460, me pidió que le ayudara a asegurar el trono para ti. Y yo, manchándome las manos con sangre y luchando con fervor en la batalla, conseguí que tu padre fuera reconocido como rey. Años después, cuando te levantaste en contra de los Lancaster, yo mismo te ayudé a sentarte en el trono, asegurando tu reinado con un sacrificio personal y político inmenso. Y después, ¿qué hiciste tú?

—Es suficiente. Basta —murmuró con ademán frustrado. No le hice caso.

—Te he preguntado que qué hiciste pero dado que no te dignas a responder tanto como no ver la realidad ante tus ojos, lo haré yo. Lo que hiciste fue ignorar todo ese sacrificio que he hecho. He tolerado a los franceses y trabajado incansablemente, te lo vuelvo a repetir, solo para ofrecerte un matrimonio que diera una alianza que nos aseguraría poder y estabilidad en el caso de que en el futuro nos tengamos que enfrentar a la dinastía Tudor o a cualquier otra que sea fiel seguidora a los Lancaster. Pero tú, cegado en tu amor caprichoso, eliges a una mujer que representa todo lo que hemos luchado por superar. Así que, cuando me dices que yo solo quiero reinar a través de ti, recuerda esto: sin mi apoyo y mis estrategias, estarías en un lugar muy diferente hoy. Te imploro que dejes de actuar como el niño que fuiste y te comportes como el hombre que estás destinado a ser...

—¿Ya terminaste? —me interrumpió, con una mezcla de aburrimiento en sus palabras—. Oye, primo. Tranquilo... ya verás que Elizabeth será una buena...

No pude soportarlo más. La furia que sentía me quemaba por dentro, y mi paciencia se había agotado. Mi rostro se contorsionó en una mueca de furia y desilusión.

—¿¡Cómo puedes ser tan estúpido y ciego al creer que esa plebeya será una buena... reina!? Todo lo que he hecho, todos los sacrificios, todo el esfuerzo que he puesto en asegurar tu reinado, ha sido en vano ante tu insensatez. ¿De verdad crees que puedes simplemente desechar todo eso como si mis esfuerzos no significaran nada? —exclamé, esperaba que toda la indignación que sentía, hiciera mella en él—. Me dejas en una mala posición, a mí y a mi familia, jamás olvidaré esto.

Con un golpe violento, di un puñetazo en la mesa, haciendo que los pergaminos y tinta se derramaran. No había más que decir. Salí del despacho, mis pasos resonaban por el pasillo mientras la frustración y el desdén se manifestaban en cada uno de ellos.

—¡Fuera todos! ¡Marchaos! —grité a los guardias y asistentes que se habían congregado fuera para ver qué estaba pasando entre el alboroto que habíamos ocasionado mi primo y yo en la discusión. Aunque ya sabían que no podía soportar más la actitud de Edward—. ¡Marchaos de una maldita vez!

Mientras caminaba hacia el pasillo, noté que Elizabeth Woodville me seguía, no tenía duda de que había escuchado toda la altercada. Bien, ahora no tenía ninguna duda sobre mi opinión hacia ella. Hice todo lo que pude para ignorarla pero no se dio por vencida y me alcanzó.

—Lord Warwick —dijo Elizabeth con voz firme, su mera presencia solo intensificaba más mi ira. La tensión y la rabia seguían zumbando en mi cabeza mientras escuchaba sus palabras, sabiendo que el futuro del reino estaba tambaleándose al borde del precipicio—. Sé que no soy la esposa que habíais elegido para Edward, pero deseo fervientemente estrechar lazos por el amor que ambos sentimos por él. Además, vuestras hijas podrían unirse a la corte como mis damas. Las trataré con el mayor aprecio y cuidado. He de decir que son unas chicas encantadoras.

La observé fríamente, incapaz de confiar en sus palabras. Su tono era diplomático pero no me dejaba engañar tan fácilmente.

—¿Eso esperáis de mí? —respondí, fijando mis ojos en los suyos con desconfianza—. ¿De verdad pensáis que la promesa de que mis hijas sean vuestras damas de honor y que las tratéis con cuidados diplomáticos me conmueve? No estoy convencido. En vos veo, en el fondo, a una mujer que busca imponer su voluntad sobre su marido. No tengo paciencia para tales juegos de poder. El mundo no necesita mujeres como vos. No queremos una reina que intente gobernar a su esposo y a Inglaterra a través de él. Profanáis el trono con vuestra mera presencia. ¿No entendéis que ya he sacrificado demasiado por esta causa y que la última cosa que necesito es otra manipuladora en la corte?

Antes de que pudiera responderme con más palabras sutiles y afectivas, le di la espalda, rechazando sus mentiras. El mismo desdén lo dirigí hacia Edward, que se encontraba tras ella.

Ya era hora de que alguien los pusiera en su sitio. No en el trono, sino en el lugar que realmente les correspondía: al margen de la verdadera administración del reino. Mientras me alejaba de ellos, una profunda rabia se alojaba en mi pecho. La traición, la rabia y la estupidez que ambos representaban solo confirmaban lo que ya había sospechado: no estaban a la altura de los sacrificios que había hecho por ellos. Me juré a mí mismo que no permitiría que su ineptitud arruinara todo por lo que había trabajado, no mientras yo pudiera evitarlo.

🌹 ¡Muchas gracias por el apoyo, los votos y los comentarios! Ya sabéis que entre más interacción haya en los capítulos, más seguidas serán las actualizaciones. 🌹

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