Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

I

—Minatozaki Sana, esta corte la encuentra culpable de la muerte por negligencia médica del menor Cho Kyungsan y la sentencia a 5 años de cárcel en la Prisión Federal Camp Alderson.

El martillazo del juez hizo un eco sordo en su cabeza y una silenciosa lágrima descendió de sus ojos rojos e hinchados.

—Lo siento. —Susurró su mejor amiga y abogada Mina mientras la abrazaba, aguantando las lágrimas.—Hice todo lo que pude.

Sana veía a su alrededor sintiéndose ajena a esa caliginosa situación, el llanto de su madre y amiga, la sonrisa cruel de quiénes la inculparon, los murmullos de los presentes, se sentía miserable, como si en cualquier momento su piel fuera a agrietarse, transformándose en tierra seca que caería en pedazos hasta no dejar nada más que un rastro de polvo.

Miró de reojo a su antiguo novio Mark, el culpable de que ella estuviera ahí siendo sepultada en vida por un crimen que no cometió, todo por un mínimo error, una infidelidad que desembocó en la amenaza de hundirla. Que arrogante fué al pensar que solo eran promesas falsas, aún recordaba como se había mofado de su exnovio cuando este le dijo que la aplastaría, que la destrozaría. A sus ojos, Mark solamente estaba despotricando debido a la ira: patético. Poco le importó que el padre de este fuera el Director del hospital donde trabajaba, y es que jamás pensó que ese hombre serio y razonable se dejaría llevar por las palabras de su hijo, incriminando a Sana por la muerte de sus pacientes.

Sí, Sana había pecado de soberbia e ingenua. Estaba acostumbrada a una vida donde todos a su alrededor celebraran cada cosa que ella decía o hacía, destacada en su trabajo como pediatra, de facciones sensuales y hermosas, con una labia digna de envidia y anhelo.

Pensó que la aventura de unas cuantas noches con la enfermera de la planta de cirugía no tendría importancia y cuando Mark, su novio de 1 año, la descubrió con la chica entre sus piernas lamiéndola como toda una profesional, imaginó que simplemente significaría el termino de su relación sentimental, nada que realmente le importase. Ahora viviría en carne propia el alcance de su error.

—Sana, haremos todo lo posible para sacarte cuanto antes. —Mina la apretó en un abrazo no queriendo dejarla ir. —Esto es una maldita injusticia, buscaré una solución, te lo prometo.

—Mina. —Musitó con la voz quebrada, con la mirada fija en su pobre y agotada madre. —Necesito pedirte un favor. —Lo que sea, pídeme lo que sea.

—No quiero que mi madre me vaya a ver a prisión, no lo soportaría. —¿Cómo permitir que su madre sufriera yendo a verla a prisión? No podía ser tan egoísta.

Mina retuvo las lágrimas y asintió con un movimiento de cabeza.

—De acuerdo, no irá, lo prometo.

—Bien, gracias.

Dos guardias se colocaron tras Sana y Mina, quienes al notar la presencia de las mujeres rompieron su abrazo, no dejaron de mirarse y Sana limpió con sus dedos pulgares las mejillas húmedas de su mejor amiga, era como su hermana.

—Minatozaki Sana debe acompañarnos.

—Debo irme. —Un tirón de las comisuras de sus labios fué lo mayor que logró esbozar en similitud a una sonrisa alentadora.

—Iré a verte, sé fuerte.

—Lo sé, cuídate y cuida a mi mamá porfavor.

Contó los pasos que retrocedió, fueron 3, miró a su madre por última vez y cuando ella se levantó apretando su húmedo pañuelo debido a las lágrimas, Sana le indicó con un movimiento de cabeza que no se acercara, se dijeron todo los ojos, ella era la persona más importante de su vida y la que más sufría por lo que iba a ocurrirle, lo sabía y ocasionarle tal dolor a su madre era su peor castigo.

Las miradas acusadoras de los policías podrías atravesarle la piel, la escoltaron a la salida del Tribunal, haciendo sonar sus grotescas botas militares. Sana se volteó una última vez y miró de reojo lo que dejaba atrás, ya no le quedaban lágrimas, solo un vacío lacerante en su pecho y los músculos de su garganta resentidos por la cantidad de gritos y lamentos que hubo vociferado la noche anterior, el fin de su vida estaba a punto de comenzar.

La Prisión Federal Camp Alderson era conocida como una leyenda urbana, las bromas que buscaban infundir miedo siempre se basaban en aquella mazmorra tétrica y aterradora, un Leviatán hecho de concreto y barrotes metálicos que se alimentaba de aquellas desdichadas infractoras de la ley y el orden. El aire a su alrededor era seco y denso, Sana apenas si podía observar la inmensa y macabra estructura sin largarse a llorar como una mocosa enfrentándose al temible monstruo de sus pesadillas, sus pisadas crujían en la tierra mohosa y podrida, un lugar donde no llegaba el Sol, todo allí indicaba muerte y desasosiego, la melancolía desgarradora de los muertos era palpable.

Sana tomó cada uno de sus sentimientos y los ahogó, si pretendía sobrevivir a ese lugar debía olvidarse de la palabra esperanza y simplemente arrojarse ciegamente a lo que su caprichoso destino le tuviera preparado. Pasaría frío y hambre, aquello era tolerable, sería violada, estaba consciente de eso. Podría morir y ya lo había aceptado

—¡Camina reclusa! —La zarandeó una guardia de seguridad. Sana no llevaba grilletes, mas sus pies pesaban cual si los tuviera, el chirrido metálico de las rejas al cerrarse tras ella la hizo estremecer, miraba de reojo todo el lugar tan desahuciado como repugnante, el olor a orina llegaba a su pequeña y respingada nariz y quiso vaciar su estómago por la boca, la empujaron hasta una especie de recepción donde una de las guardias de la prisión la hizo firmar y llenar un formulario, le indicaron el reglamento interno, algo estúpido ya que en aquel lugar la única regla vigente era "Sobrevive como puedas"

—A las duchas, te cambiarás de ropa y serás llevada a tu celda.

Sana asintió con la cabeza gacha y mansa, no quería mostrarse desobediente con las guardias, ellas podrían hacer de su estadía un infierno si se lo proponían, no se haría falsas ilusiones y pensar en ganarse el favor de las uniformadas era simplemente ridículo. Podía verlo en sus rostros, ellas disfrutaban tanto el dolor ajeno como quienes lo ocasionaban.

Sus estilizadas ropas se veían sucias y añejas, resultado de haberlas tenido puestas durante la semana que pasó en prisión preventiva a espera del juicio. Olía mal, sus ojos estaban hinchados y surcados por ojeras, sus labios secos y agrietados por el frío de las noches, su piel había adquirido un semblante grisáceo y apagado. Poco tenía que ver con la Minatozaki Sana de días atrás, aquella despampanante y cautivadora doctora que sonsacaba suspiros con solo caminar por los pasillos del hospital.

—Ahí. —La guardia señaló con la lumbra una de las regaderas. —Abre la llave y sácate ese olor a puerco.

Sana tragó grueso, comenzando a quitarse sus ropas ante la atenta mirada de las mujeres, si decidían abusar de ella no habría nada que pudiera hacer, no iba a resistirse pues sabía que eso prolongaría su sufrimiento. Cuando estuvo desnuda, sin nadie asaltando su perfecto cuerpo de piel caramelizada pudo respirar. Se adentró en el agua gélida, soltando un quejido cuando esta chocó con su piel, parecía quemar y dolía, Dios como dolía.

Unas lágrimas se filtraron de sus ojos, mas no hizo nada por reprimirlas pues pasaban inadvertidas debido a la lluvia artificial. ¿Qué daño hacía mostrar algo de humanidad y sufrimiento antes de que todo le fuera arrebatado?

—Estás lista, sal del agua.

Sana obedeció, con algunos restos de jabón aún en su cuerpo se colocó las prendas de vestir otorgadas en la recepción, eran viejas y olían a humedad, de algunas tallas más grande que ella, cuyo esbelto y curvilíneo cuerpo quedaba oculto tras el hosco vestuario.

—Vamos, conocerás a tu compañera de celda.

Sin decir palabra alguna, caminó entre las guardias y todo el poco coraje que había reunido la abandonó al llegar al área de los calabozos compartidos.

—¡Hey tú!...cosita linda, voy a joder tu vagina hasta que se te salgan los intestinos.

—¡Venga, pero si nos han traído una princesita!

—No necesitamos más perras en esta prisión, para mañana ya estará muerta.

—Oye preciosidad ¿qué opinas de convertirte en mi putita personal?

—¡Pero que ojazos! será una lástima cuando te los saque con mis propios dedos. Sana dejó de escuchar las insinuaciones y amenazas, temía vomitar de no hacerlo.

—Oye. —Volteó al escuchar la voz de una guardia. —No dejes que te intimiden muchacha.

Y realmente no esperaba aquella muestra de humanidad en ese lugar, inclinó su cabeza en un gesto acertivo, no, no estaba intimidada y es que ya se había resignado a lo peor, pero aún así le daba asco ver a que nivel podía denigrarse su especie. Evolución humana, sí claro, detuvo sus agonizantes pasos cuando una de las guardias que caminaba delante de ella detuvo su andar.

—Es aqui. —Sacó un manojo de gruesas llaves metálicas del enganche que tenía en su cinturón e introdujo una en la cerradura, girándola. —Disfruta tu estancia en Camp Alderson, Minatozaki Sana.

No era una celda de barrotes nada más, era una habitación aislada con murallas de concreto y cuyas puertas eran de metal con una rendija de barrotes. Dió unos cuantos pasos aferrándose a las mantas de cama que sostenía con recelo entre sus brazos, la puerta tras ella se cerró y escuchó las risas viles de algunas guardias al irse.

Recorrió el lugar con sus macilentos ojos, no era especialmente pequeño pero si repulsivo, como la cueva de un demonio, con las paredes rayadas, el suelo desnivelado, una litera vieja, un inodoro y un lavamanos; del techo colgaba una ampolleta que centelleaba de vez en vez, haciendo que el lugar se sumiera entre tétricas sombras, un enorme saco de boxeo y unas pesas se aglomeraban en un rincón.

—Hmm ¿pero qué tenemos aqui?

De la litera superior vió a un cuerpo removerse, su voz era sensual y tronó en los oidos de Sana, si no hubiese sido porque mordió su lengua habría dejado escapar un lastimero gemido.

La mujer saltó de la cama, haciendo que sus pies enfundados por botas militares chocaran en un ruido tosco contra el suelo, los ojos de Sana bajaron inmediatamente al enladrillado piso, no quería mirar a la mujer, no quería mostrar lo que era innegable. Tenía miedo, sin embargo no temblaba, respiró tan bajo como le fué posible, pero los latidos de su corazón ejercían presión contra sus costillas debido a la intensidad con la que su músculo cardíaco bombeaba sangre, todo su cuerpo estaba tenso y se sentía exhausta e indefensa. Los pasos de la mujer resonaron en sus oidos y la percepción de ella acercándose hizo que su piel se erizara. Los dedos de sus manos se crisparon en torno a las mantas que sostenía, podía escuchar la respiración de la otra, densa y pesada.

—Asi que tu eres la desafortunada puta que me han mandado. —Sana tuvo dificultad para seguir respirando. —Cuando solicité una compañera de celda para divertirme, no imaginé que me enviarían una linda corderita.

La voz de la desconocida era como un ronroneo amenazador, no había emoción alguna en sus palabras, solo un fetén veneno que se adhería a la dermis de Sana.

—Levanta la mirada.

Las tupidas y generosas pestañas de Sana se batieron con lentitud mientras procesaba la orden de su azotadora personal. Su labio inferir tembló y los segundos pasaron como horas al ejecutar lo mandado, levantó la vista, enfocando sus notables y expresivos ojos en la mujer frente a ella. Mucho más grande que Sana, de complexión masiza e inconcebiblemente trabajada. Sana no recabó en los detalles del cuerpo frente a ella, simplemente se dirigió al rostro de la mujer. La luz encima de sus cabezas parpadeaba mientras se mantenían la mirada, la desconocida tenía el cabello largo y levemente despeinado, sus facciones eran tan hermosas como frías y atrapantes, ojos ónice y opacos que destilaban avidez de contacto carnal, con una perfecta mandíbula perfilada y que Sana estaba segura, se apretaba con rigidez. La mujer se acercó con vesanía a Sana, entornando los ojos e inspeccionándola sin mesura alguna, la estaba analizando igual que un depredador antes de cazar a su presa.

—Nombre. —Exigió.

—Minatozaki Sana. —Respondió sin titubear, manteniéndose tan serena como le era posible aparentar. Batió peresozamente su abanico de pestañas cuando sintió sus ojos ajados y las pupilas de la mujer frente a ella se dilataron, el calor corporal de la desconocida llegaba hasta Sana, era pastosa y húmeda como miel caliente.

—¿Tienes miedo Sana?— Preguntó con un atisbo de diversión, sin quitarle los ojos de encima en ningun momento.

—Si. —Se limitó a responder, soltando una bocanada de vapor caliente. —¿Por qué estás aqui?

—Yo..ummm, me inculparon de una negligencia médica que no cometí.

Aquello pareció divertir a la mujer que arrugó su nariz y se pasó los dedos por su espesa cabellera, ladeando una sonrisa ácida.

—Asi que eres una pobre inocente arrojada en esta fosa de bestias hambrientas. —Sana asintió. —Pobre de ti, y para tu mala suerte te han puesto a compartir celda con la desquiciada Chou Tzuyu.

Sana mordió su labio inferior antes de soltar una pregunta, no debería aventurarse y es que ya bastante bueno era que la mujer aún no la hubiese golpeado y lanzado a la cama para violarla. Asi que Chou Tzuyu era el nombre de su azotadora, la que sería su ama. Al menos esa noche...

—¿Eres doctora?

—S..sí, especializada en Pediatría. —Contestó escueta, dudaba que sus conocimientos médicos le fueran a servir en ese lugar.

—Hmmm. —Tzuyu tarareó. —Ya, supongo que sabes cómo se rigen los lugares como este ¿verdad?—Sana asintió en silencio.

—Perfecto, no quiero escándalos o gritos, si eres buena no me obligarás a romperte el cuello como a tantas otras. —La saliva de Sana se quedó atrapada en su garganta; asi que efectivamente tendría que tener sexo con ella.

—Co..comprendo.

Sana no sabía que la sorprendía más, si la calma que aparentaba o la forma en que Tzuyu le hablaba.

—A la cama, sácate los pantalones. —Sana de forma inconsciente negó con la cabeza y Tzuyu abrió los ojos sorprendida. —¿Te acabas de negar?

—Umm y..yo ¿qué gano yo? ¿o estás tan, tan de..desesperada que no puedes obtener una follada si no es por la fu..fuerza?

La mandíbula de Tzuyu se apretó, sus manos se hicieron puños a los costados de sus muslos.

—Sana es tu nombre ¿verdad?—La nombrada acertó un movimiento de cabeza. —Déjame explicarte algo, la única que estará desesperada porque la folle serás tú en unos cuantos días, cuando decenas de cerdas te hayan violado hasta rasgarte la vagina.

Sana no sabía que responder a eso, por supuesto que si no era Tzuyu sería alguien más o muchas más, necesitaba protección, eso era innegable, sabía que sería violada, estaba tan resignada a ello que incluso se había jurado a sí misma no poner resistencia, sin embargo su boca había formado aquellas palabras antes de poder procesarlas y retenerlas.

—En..entonces si me acuesto contigo ¿me libraré de ser violada por otras?—Tzuyu negó con la cabeza.

—Si me abres las piernas y me mantienes satisfecha, te librarás de ser la nueva puta de Camp Alderson, hasta que me aburra de tí al menos.

—Pero no tendré sexo contigo si tienes alguna enfermedad ¿Cómo sé yo que no me vas a contagiar algo?

Tzuyu soltó una risa sardónica, cruzándose de brazos y negando con la cabeza.

—¿Crees que estás en posición de negociar?—Su voz sonó más áspera.

De un solo paso llegó hasta Sana y con sus manos la levantó por el cuello de su camiseta, aventándola contra la fría y dura pared. Sana soltó un gemido de dolor, mierda, había tentado demasiado a su suerte.

—¡Contesta!— Exigió Tzuyu.

—N..no. —Respondió, llorosa y melancólica.

—Escúchame bien Minatozaki, me gusta tu actitud pero no te arriesgues de nuevo, quien manda en Camp Alderson soy yo y tú aqui no eres nada, solo eres una basura traída hasta mi celda para dejarse follar y mantenerme satisfecha.

Sana lo sabía, cuán verídicas eran esas palabras, ella solo era una corderita lanzada a los pies de esa azotadora y a pesar de eso le había hervido la sangre al escucharla, toda una vida teniendo el mundo a sus pies le había forjado un carácter difícil de destruir de la noche a la mañana, incluso si su lado racional se lo imploraba.

—¿Qu..quieres follarte a...? ¿a una basura?— Pregunto queriendo sonar inquisidora, mas su voz no era otra cosa sino palabras temerosas y susurrantes.

Tzuyu la soltó con desprecio y no demoró en jalarla del cabello, quedando con sus rostros a una distancia peligrosa.

—No intentes jugar conmigo Sana. —Una de sus manos se cerró en torno al cuello de la nueva reclusa, ejerciendo demasiado presión. —No si quieres sobrevivir.

Los músculos del antebrazo de Tzuyu estaban apretados y algunas venas sobresalían de su bronceada piel, sus ojos irradiaban cólera y Sana estaba segura de que Tzuyu quería matarla, pero no lo haría, no sin follarla antes ¿verdad?

—Tzu...Tzuyu. —Se las arregló para decir con dificultad, temiendo que esa fuera la última palabra que saldría de sus fríos labios escarlata.

Su garganta dejó de doler cuando el agarre de Tzuyu la liberó, Sana se deslizó por la muralla de concreto, tosiendo con dificultad y sobando su lastimada piel, sus ojos estaban levemente vidriosos debido a las lágrimas que querían dejarse ver.

—¿Vas a volver a negarte Sana?

Esta sacudió su cabeza de un lado a otro sin dejar de acariciar su magullada piel.

—Enf..enfermedades ¿tienes enfermedades?—Para ese instante solo podía rogar porque Tzuyu lo negara y no fuese mentira.

—Por supuesto que no, elijo bien a mis putas.

Sana se sintió casi aliviada al escuchar eso, la palabra "puta" se resentía en su estómago, eso sería desde ese día, la puta de Chou Tzuyu. Apoyándose en la pared, sin colocarse de pie y buscando una forma de prolongar el momento donde su cuerpo sería vilmente ultrajado, decidió abrir su boca nuevamente.

—¿Cómo sabes que...?—Tzuyu frunció el seño y Sana se atragantó. —¿Cómo sa..sabes que yo no tengo nada?

Y fué la sonrisa confiada de Tzuyu, la forma en que sus pómulos se levantaron dejando a la vista dos perfectos hoyuelos, lo que desató un torrente eléctrico y chispeante por su columna vertebral, algo le decía que iba a lamentar haber hecho esa pregunta.

Tzuyu se hincó, quedando a su altura y apoyando un codo sobre su rodilla para poder acunarse la barbilla con los dedos.

—¿Me vas a decir que tú...?— Tomó una mano de Sana y deslizó su pulgar sobre la palma de esta. —Una cosita sin una sola cicatriz en su piel, que parece un maniquí confeccionado a mano... con tu carita de putita elegante y que seguramente podrías conseguir una follada del mismo Dios si asi lo quisieras ¿tienes una jodida enfermedad venérea? ¿que te has dejado mancillar como las golfas baratas que uno se pilla bajo las piedras? no lo creo Sana.

—Uh, emmm. —Sana había perdido la capacidad del habla.

Si antes tenía miedo, luego de las palabras de Tzuyu había quedado completamente aterrada, podía sentir la boca amarga como si su saliva fuese hiel envenenada. Necesitaba que el oxígeno llegara a sus pulmones y de ahi a su cerebro.

—Esta prisión es un reino Sana y yo soy la maldita reina. —Las manos de Tzuyu se ahuecaron en el rostro de Sana, acunando sus mejillas. —Ahora vas a abrir esa pomposa boca rosadita que te gastas o te arrancaré los labios de un mordisco.

Sana inconscientemente frunció los labios, logrando que el entrecejo de Tzuyu se arrugara y que en un arrebato le presionara el mentón con fuerza, hundiendo sus dedos en la aterciopelada piel de Sana.

—Ya, ¿no te gusta verdad?—Se mofó. —¿Y qué puedes hacer al respecto? nada, porque este es mi reino y tú serás mi puta, que te quede claro Sana. —La temblorosa chica asintió, rogándole a su cuerpo que dejase de sacudirse. —Repítelo.

—Tu... —No quería decirlo, no quería decretar la humillante realidad. —T..tu...

—¿Mi...?—Interrumpió Tzuyu.

—No puedo. —Y su voz sonó tan devastada como se sentía en ese momento. —Yo no...

No terminó de hablar, la mano de Tzuyu le había surcado el rostro de una bofetada y la quemazón no se hizo demorar, resintiéndole la piel.

—Mía. —Rectificó Tzuyu, como si estuviese dándole una segunda oportunidad a Sana.

—Si.

—Mi prisionera. —Sana boqueó como un pez, tratando de crear aquel morfema que al parecer su reina estaba ansiosa por escuchar.

—Tu prisionera. —Masculló, comenzando a desmoronar su muralla de orgullo.

La sonrisa plena y satisfecha de Tzuyu se lo decía todo, cuán fácil había sido para esa mujer pisotearla y encadenarla, Sana jamás había sentido una envidia tan enfermiza como en ese momento, envidia de lo que significaba ser la ama, la dueña.

—Abre la boca. —Exigió Tzuyu.

Sana obedeció, dócil y con los ojos entornados, sus largas pestañas hacian sombra bajo sus ojos y sus llenos labios resquebrajados y de un matiz coral, se entreabrieron a la espera. Tzuyu simplemente la observaba con un amago indescifrable que llevó a Sana a cerrar los ojos, con sus manos temblorosas y su rostro levemente inclinado hacia adelante, en espera de que la contraria le devorara la boca.

—Uh. —Una risa ronca.

Sana no abrió los ojos, pero un espasmo la recorrió cuando sintió la punta de la lengua de Tzuyu deslizarse sobre sus labios, fué un simple roce, húmedo y caliente, no duró más de dos segundos y ya había desaparecido. Sana se envalentonó y corrió el velo de sus párpados para saber qué ocurría, sus ojos se encontraron con los ónices de Tzuyu, con su mirada desquiciada, como si fuera una pirata que había encontrado el cofre de un tesoro, uno que llevaba demasiado tiempo buscando y que ahora iba a disfrutar hasta que no quedara objeto de valor alguno en su interior.

—Eres una maldita corderita coqueta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro