𝖈𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 𝟑 - 𝖆𝖇𝖔𝖚𝖙 𝖜𝖊𝖗𝖊𝖜𝖔𝖑𝖛𝖊𝖘 𝖆𝖓𝖉 𝖛𝖆𝖒𝖕𝖎𝖗𝖊𝖘
McGonagall había llevado a Ivy con Dumbledore, y la conversación se podía reducir a una bronca por parte de la profesora de Transformaciones porque tenía que haberlo dicho antes. Lo cierto era que Ivy lo habría dicho si hubiera sentido que podía confiar en los profesores, pero había visto las miradas de Dumbledore y cómo no hacía nada por muchos de los alumnos que, en esos momentos, estaban sufriendo las consecuencias de los inicios de la guerra. Por ese motivo, Ivy no había dicho nada y ahora una alumna había muerto y la otra estaba grave en la enfermería. "Nada que Madame Pomfrey no pudiera arreglar", había dicho el director.
Pero bueno, como bien le había contado a Vanessa, habían solucionado su problema más urgente: el ansia de sangre. Resultaba que Madame Pomfrey podía hacer milagros, no solo con niñas a las que habían desangrado casi por completo, sino también con vampiras con un gran ansia de sangre, y Ivy había quedado saciada después de eso. No se había dado cuenta de cuánta tensión tenía acumulada hasta el momento en el que terminó con todo lo que le dio Madame Pomfrey. Bendita poción de sangre y bendita Madame Pomfrey. Quizá sí que podía haber confiado en ella.
—¿Y cómo te has convertido? —Vanessa seguía con las preguntas.
Después de ver a Madame Pomfrey, Ivy había querido ir a su habitación, pero claro, ni siquiera había podido entrar ya que en la puerta de la sala común estaba Vanessa, esperándola de brazos cruzados, y como Ivy no quería arriesgarse a que nadie más oyera, se llevó a su amiga de allí y se escondieron en una de las clases abandonadas.
—No hubo ningún pelirrojo con moto, solo un vampiro con mala leche —confesó. La cara de Vanessa fue de decepción total.
—¿Y me mentiste?
—Venga, Nessie, no podía decirte que ahora soy... —todavía no lo había dicho en voz alta. Vanessa había sido quien se lo había dicho a McGonagall y ella no había dicho nada en la conversación con Dumbledore, solo había respondido a las preguntas. Parecía un buen momento para decirlo, ¿no?—. Vanpira.
—Lo has dicho mal —dijo Vanessa. Ivy negó.
—Me gusta más cómo suena.
—Pero Ivy...
—No, vanpira. ¿Quieres que siga respondiendo a tus preguntas o prefieres que me vaya?
—No, no, quiero saber más —Vanessa no tenía ningún miedo a Ivy, por lo que no dudó en acercarse a ella para poder hacer todas las preguntas, aunque en realidad quería ver si conseguía echar un vistazo a los colmillos de Ivy—. ¿Tienes poderes? ¿Puedes dormir? ¿Y la luz del sol? ¿Qué pasa con el ajo? ¿Y las cruces? Menos mal que no tenemos cruces en Hogwarts, porque si no no sé como entrarías a los sitios...
—No lo sé, no he probado nada de eso —Ivy se encogió de hombros mientras que Vanessa abría la boca de par en par.
—¡Pero Ivy!
—Bueno, tenía cosas más importantes en las que pensar —se defendió ella.
Como la niña del tren. Luna Drake. Ivy nunca iba a poder olvidar su nombre, era imposible. La había matado sin más y luego se había puesto a fingir que no sabía nada de ello. ¿Cómo iba a contarle a Vanessa que era una asesina? No, su amiga no la miraría igual y no quería perderla, ahora mismo la necesitaba demasiado. No era la reacción que esperaba, claro, porque lo normal hubiera sido que saliera corriendo, pero lo único que había hecho era gritar que era una vampira —vanpira, muchas gracias— y luego preguntarle sin parar.
—¿Y no tienes curiosidad por probarlas? —se notaba la intriga de Vanessa, una que estaba empezando a calar en Ivy. Vale, había matado a una niña, pero ya estaba hecho, iba a cargar con ese secreto para siempre y lo que le quedaba era intentar utilizar su nueva condición de la mejor forma posible.
—Lo único que tengo claro es este collar —lo sacó del bolsillo, donde lo había guardado por la mañana.
Parecía mentira que fuera tan solo unas horas atrás cuando había estado intentando entender cómo tenía los colmillos tan afilados o la piel tan perfecta. O los ojos, esos ojos que conseguía ver de reojo en los reflejos de los cristales. Tan brillantes que Ivy no entendía cómo no habían podido darse cuenta de que pasaba algo con ella.
—Me calma la sed —le aclaró a Vanessa y ella lo cogió para examinarlo.
—No sé, parece normal, pero si te calma la sed quizá deberías ponértelo —le sugirió, y Ivy asintió, lista para cogerlo y ponérselo—. ¡Espera!
—¿Qué? —Vanessa lo había apartado de la mano de Ivy y ella empezó a notar cómo necesitaba estar cerca de ese collar. Quizá era solo necesidad porque se había acostumbrado a llevarlo. Esperaba que solo fuera eso.
—Que tenemos que probar todo lo que puedes hacer, pero sin el collar. Si te calma la sed, a lo mejor también te quita los poderes, ¿no? —Su amiga era lista. ¿Por qué no se lo había contado en el tren? Ah, ya, porque estaba intentando asumir que era una asesina, fallo de Ivy.
—Tendría sentido, me ha ayudado a no saltar a la yugular de nadie —dijo Ivy y se puso en pie—. Mañana probamos todo lo que quieras, ha sido un día muy largo.
—¿Me convertirías?
—¡Nessie! —chilló Ivy y Vanessa empezó a reírse.
—¡Es broma! —Vanessa no dejaba de sonreír—. Pero cuando tengamos todo controlado, a lo mejor te digo que deja de ser broma, ¿te imaginas? Tú y yo, juntas para toda la eternidad. O todo lo que dure un vampiro, ¿has mirado algo en los libros?
—A dormir.
No le confesó que no había mirado los libros. No lo había pensado, estaba demasiado ocupada intentando controlar todo como para pensar en ello. Además, nunca había mostrado un gran interés por las criaturas sobrenaturales del mundo mágico, así que estar leyendo sobre vampiros...
A la mañana siguiente Vanessa cumplió su promesa —una que no había hecho en voz alta— y empezó a probar con Ivy todo lo que se le ocurrió para ver hasta qué punto llegaban sus poderes. Podía seguir comiendo ajo, la comida humana era bastante desagradable aunque podía llegar a tolerarla, tenía más fuerza, mejor visión y mejor oído. No se reflejaba en los espejos y el sol la hacía brillar como si fuera una bola de discoteca.
Pero gracias al collar los rasgos más llamativos desaparecían. La piel no brillaba al sol, su reflejo era casi estable y la comida humana ya no parecía tan desagradable. La sed la calmaba bastante, y ahora que contaba con las pociones de Madame Pomfrey era mucho más sencillo estar en clase de pociones y que alguien se cortara. Ya no tenía ganas de saltar a la yugular de nadie. Bueno, a veces a la de Vanessa, pero solo porque no se callaba y le hacía preguntas en susurros durante las clases. Los rumores ya habían empezado y no era momento para que Vanessa estuviera haciendo preguntas sobre vampiros cerca de Ivy.
Parecía que en Hogwarts nadie podía guardarse las cosas para sí mismo, porque en unos días las historias más disparatadas habían llegado a sus oídos. Y lo más escalofriante era que algunas, probablemente, fueran ciertas.
A mediados de septiembre, Ivy fue a visitar a madame Pomfrey para rellenar los suministros de la poción de sangre que se tenía que tomar todos los días. Todavía le costaba pasar desapercibida, porque se sentía sospechosa caminando en dirección a la enfermería e imaginaba que todos sabían a qué iba. Pero, como le aseguró Vanessa, era una estupidez porque «nadie te presta atención, Ivy, no eres el centro del mundo».
Los comentarios bordes de Vanessa la calmaban cuando más lo necesitaba, si ha de ser sincera.
—Ivy, qué alegría que estés aquí —saludó la enfermera con una sonrisa más grande de lo habitual—. Quería presentarte a alguien.
Ivy frunció el ceño, preguntándose a quién querría Madame Pomfrey que conociera, pero no hizo ningún comentario al respecto. Esperó pacientemente a que rebuscara en un cajón y le tendiera la poción, para más tarde pedirle que aguardase unos minutos a que llegase.
La puerta de la enfermería —que estaba vacía salvo por una chica que dormía bajo los efectos de alguna poción, puesto que la niña a la que había mordido, una Ravenclaw llamada Rayen Castle, ya se había recuperado de la pérdida de sangre— se abrió y, de ella, entró alguien a quien Ivy no había visto antes. Era un chico que debía asistir a sus primeros años, bastante alto y con el rostro surcado por unas cuantas cicatrices. Buscó con la mirada a la enfermera, hasta que reparó en la presencia de Ivy.
—Remus, cielo, ella es quien quería que conocieras —dijo la señora Pomfrey. Definitivamente, Ivy se había perdido en la conversación y no había empezado siquiera—. Pasa y cierra la puerta, anda.
El tal Remus le hizo caso y, tímidamente, se acercó hacia las dos mujeres. Ivy estaba sentada a los pies de una camilla y se dedicó a mirarle por unos segundos, a lo que él no le correspondió ya que mantenía gacha la cabeza.
—Remus, te presento a Ivy Blestem. —Ella levantó una mano en señal de saludo—. Ivy, él es Remus Lupin.
El chico le dedicó una pequeña sonrisa y, al escuchar su apellido, Ivy lo reconoció. No habían sido pocas las veces que McGonagall lo había gritado junto a Potter, Black y Pettigrew en lo que llevaban en la escuela, desde el curso pasado. Los cuatro chicos no dejaban de meterse en problemas, pero como la cara pública de sus bromas siempre eran Potter y Black, no se había fijado antes en Remus. De hecho, le sorprendía que, pareciendo tan buen chaval, estuviera detrás de tantas trastadas.
—No es por sonar borde, pero ¿por qué nos presenta? —se atrevió a preguntar Ivy.
—Bueno, lo consulté con Dumbledore, McGonagall y Slughorn para ver si les parecía bien, y los tres estuvieron de acuerdo en que sería de lo mejor. Quería que os conocierais porque ambos compartís algo muy importante: lo sobrenatural.
—¿Qué quiere decir? —se extrañó Remus, abriendo mucho los ojos.
—Que la señorita Blestem es una vampira, y tú un hombre lobo, Remus, y es hora de que tengáis un poco de apoyo recíproco.
La reacción de Ivy fue casi caerse de la camilla de la impresión. La señora Pomfrey lo había soltado muy a la ligera, pero para ella todo era muy nuevo todavía. Se le escapó una mirada de evaluación hacia Remus, cuestionándose los prejuicios que los sangre pura con los que compartía clase habían tratado de inculcarle. Pero enseguida los borró de su mente, porque ahora ella también estaba sujeta a prejuicios, a pesar de que los demás no supieran hacia quién iban dirigidos.
Así que, todavía muda, relajó la expresión y eso hizo que Remus también rebajara su alarma un poco. Sin embargo, lucía más alterado que antes, seguramente no le gustaba que su secreto fuera revelado de tal forma.
—La verdad es que soy relativamente nueva en esto —admitió, finalmente, Ivy—. No sé muchas cosas sobre... vampiros y hombres lobo.
—No te preocupes, que estoy segura que entre los tres podremos averiguar más que suficiente —la animó la señora Pomfrey—. Solo quería que supierais que no erais los únicos, es bueno poder apoyarse en alguien que esté pasando por algo parecido.
—Claro, tiene sentido —concedió Ivy, asintiendo.
Lo cierto era que la situación todavía resultaba un poco surrealista, siete años conociendo el mundo mágico no le habían bastado para imaginarse que, un día, se convertiría en una criatura sobrenatural ella misma. Por su parte, Remus tenía una batalla interna y seguía en silencio. Al notar las dos miradas puestas en él, esperando que dijera algo, se aclaró la garganta.
—No. Digo, sí. No sé por qué he dicho no. ¿Sí?
Ivy se aguantó una carcajada, apretando los labios. El pobre sonrió con incomodidad.
—Nos vamos a llevar bien, Lupin —le aseguró Ivy—. ¿Desde hace cuánto lo eres? —añadió, intentando sacar conversación por algún sitio.
—Mmm, siete años, más o menos.
A Ivy se le abrieron solos los ojos al escucharlo. Si hacía siete años que se había convertido, debía de tener unos cinco cuando sucedió. No podía imaginarse lo traumático que debía suponer tener que transformarse desde tan temprana edad. Si ella ya lo estaba pasando mal con dieciocho...
Decidió fingir que no le había dado importancia porque el chico seguía cohibido y no quería darle razones para echarse atrás o desconfiar de ella. Lo cierto era que le hacía algo de ilusión poder compartir su experiencia con alguien a parte de Vanessa. Estaba segura de que las preguntas de Remus no serían ni la mitad de insistentes que las de su intensa mejor amiga.
Durante una media hora, la señora Pomfrey les dejó que se quedaran hablando mientras se metió en su despacho. Al principio, Remus respondía frases cortas y no preguntaba mucho, pero se soltó un poco en torno al final de la conversación. Lo malo era que dio la hora de la cena, lo bueno que caminaron juntos al Gran Comedor porque habían acabado haciendo buenas migas. Una vez dejó de balbucear, Remus resultaba ser un chico con carácter sarcástico que le sacó un par de carcajadas a pesar de lo extraña que fue su conversación.
Ivy llegó a su habitación poco después de cenar, o más bien, de tratar de tragarse la sopa y un trozo de pan para aparentar que era una estudiante más, y se encontró a varios compañeros de su curso en la Sala Común observando muy atentamente una partida de ajedrez mágico que estaban jugando dos estudiantes de quinto curso.
Subió a su habitación saltando los escalones de tres en tres, lo cual era muy sencillo ahora que era tan ágil, y se metió en su habitación para fingir, una noche más, que era capaz de pegar ojo. De momento, había aprovechado las noches para adelantar deberes atrasados o leer, pero las ocho horas hasta que amanecía se le hacían interminables y necesitaba encontrar una forma de pasar el tiempo.
Se puso ropa cómoda, se lavó los dientes y regresó al dormitorio para encontrarse a una de sus compañeras de habitación cepillándose el pelo en su tocador.
Narcissa Black y Ivy nunca habían hablado demasiado. Tampoco se llevaban mal, simplemente, no tenían demasiado en común y solo interactuaban porque compartían habitación con tres alumnas más. Desde que, a finales del año anterior, se había descubierto que Ivy en realidad era nacida de muggles, Narcissa había decidido hablarle todavía menos.
Ivy no la culpaba del todo. A ella le parecía una soberana estupidez la diferencia que existía entre los estudiantes según el tipo de familia del que procedías, pero sabía que, en realidad, tenía poco de estúpido, porque era un hecho cada vez más evidente. Por mucho que ella no le diera importancia, los demás sí lo hacían, y ahí fuera se estaba gestando una guerra precisamente por ese motivo que a ella le causaba tanta incredulidad.
Narcissa, como muchos de sus compañeros de Slytherin, procedía de una familia de sangre pura. Concretamente, formaba parte de una de las más antiguas y nobles casas de magos, por lo que tenía unas expectativas muy altas que cumplir para satisfacer los deseos de su familia. Todos sabían que su hermana Andrómeda se había escapado de la familia porque se había enamorado de un nacido de muggles y eso había causado su expulsión de los Black, pero también todos sabían que, la mayor de las hermanas, Bellatrix, era una persona contra la que no querías enfrentarte. Muchos decían que no estaba bien de la cabeza, otros decían que siempre había sido perversa. Ivy, por su parte, pensaba que, como en todo movimiento, siempre había un fanático que llevaba su obsesión hacia el extremo, y esa era la hermana mayor de Narcissa.
Pero Narcissa era distinta. Por mucho que le girara la cara a Ivy cuando se cruzaban en el pasillo y había otros estudiantes a su alrededor, Ivy sabía que lo hacía simplemente por encajar. Dudaba muchísimo de que a Narcissa le importara el tipo de sangre que tenía Ivy—lo cual resultaba hasta gracioso, porque ahora ya no le corría sangre por las venas como tal— o que sus padres fueran panaderos y no unos remilgados sangre pura. Narcissa solo quería ser una más, y Ivy lo entendía perfectamente.
—¿Ya estás mejor?
Ivy se sobresaltó cuando escuchó la voz de Narcissa. Se giró para asegurarse de que le estaba hablando a ella y que no había ninguna otra compañera en la habitación. Narcissa se había levantado del tocador y se había acercado a ella mientras terminaba de atarse la trenza con una cinta negra.
—¿Cómo?
Narcissa se colocó frente a ella. Era bastante más pequeña en altura que Ivy, y ahora que ella era muy consciente de su nueva fuerza, sentía que Narcissa era mucho más frágil de lo que siempre se lo había parecido.
La joven, de cabello rubio platino y ojos azules, alzó uno de sus dedos y le mostró que estaba protegido por una venda.
—Cuando me corté el otro día, ¿te acuerdas? Saliste corriendo de la clase.
Ivy se acordó de que tenía que respirar para parecer una chica normal y tomó aire muy lentamente para luego expulsarlo con fingida tranquilidad.
—Ah, sí. Es que me da un poco de mareo pensar en la sangre.
Vanessa se estaría riendo a carcajadas si escuchara esa excusa tan patética, y solo de pensar en eso, a Ivy también le dio la risa, pero trató de ocultarla con un carraspeo.
—Nunca habría dicho que te mareara la sangre, siempre pareces muy...
—¿Muy qué?
—Muy dura. Como si nada te pudiera hacer daño.
Eso también le dio ganas de reírse. Vanessa se pasaba las horas dándole golpes debajo de la mesa porque ahora su piel era mucho más rígida que antes y casi sonaba como si golpeara una piedra. Ivy observó cómo Narcissa terminaba de atarse la trenza y ese movimiento de la mano provocó que se cayera la venda.
No.
Pero sí. La herida ya estaba prácticamente cerrada, pero para la mala suerte de Ivy, todavía se percibía una fina línea roja. Roja como su sangre.
Fue instantáneo. A pesar de que llevaba el collar que se suponía que le quitaba la sed y que se había tomado una poción para saciar el ansia, el olor de la sangre de Narcissa le recordó en un segundo cuál era su nueva naturaleza. Lo necesitaba tanto como antes solía necesitar respirar. No era comparable al hambre humana o incluso al sueño. Era como si le apretaran la garganta para impedirle respirar y lo único que pudiera hacer que terminara ese martirio fuera una gota de sangre del dedo de Narcissa.
La joven se apresuró a taparse de nuevo la herida con una maldición entre sus labios. Ese movimiento hizo que el olor viajara todavía más por el aire y Ivy se obligó a dar un paso hacia atrás y golpearse contra el poste de la cama. Le estaría salivando la boca en ese momento de funcionarle bien el cuerpo.
Sangre.
Sangre.
Sangre.
Se le nublaron los sentidos. Solo olía sangre. Solo veía la sangre, a pesar de que no estaba ahí. Notaba cómo bombeaba en el cuerpo de Narcissa, escuchaba sus latidos y se imaginaba cómo se movía el plasma rojizo en su interior y lo dulce que debía saber si lo rozara con su lengua.
Sabía que podía hacerlo. Narcissa era menuda y delgada y sería muy fácil agarrarla de un salto y clavarle los colmillos en la yugular, como hizo con Luna Drake y con la pobre estudiante del baño.
Eso es lo que empezó a recordarle que no debería estar pensando en esas cosas. El nombre de Luna siendo llamando en el Gran Comedor y nadie respondiendo. La pobre estudiante desangrándose sobre el frío suelo de piedra y la profesora McGonagall observando la escena con verdadero horror. Por mucho que Vanessa, Madam Pomfrey y Remus no la miraran como tal, Ivy se sentía como un monstruo.
Y no quería ser ese monstruo.
Así que agarró la piedra que colgaba de su cuello en lugar de agarrar el brazo de Narcissa y trató de pensar en cualquier otra cosa para no acabar con la vida de Narcissa, que estaba delante de ella preguntándose si acaso Ivy Blestem verdaderamente era tan rara como todos decían, porque le parecía que llevaba un buen rato sin respirar y sin pestañear.
Ivy la observaba también. Se intentaba fijar en cualquier cosa que no fuera en cómo se le notaba la carótida ahora que se había hecho la trenza a un lado de la cabeza.
Se empezó fijando en la trenza. En lo bonito que quedaba su pelo rubio todo recogido, pulcramente peinado. Jamás la había visto con el pelo sucio o enredado, siempre lo llevaba perfecto. Debía ser muy suave si pasabas los dedos entre los mechones. Las ganas de acariciar el cabello de Narcissa parecían distraerla un poco.
Subió la mirada por la trenza y llegó hasta sus ojos. Eran enormes. Eran de un azul tan claro que no estaban en absoluto fuera de lugar cuando lo comparabas con la palidez de su rostro. Sin embargo, lejos de ser fríos, como sí lo era su voz, sus ojos eran extrañamente cálidos para Ivy. Le recordaban que, a pesar de que nunca habían intercambiado más de cinco palabras, Narcissa se había acercado para preguntarle si se encontraba bien.
Se fijaba en sus ojos y eran preciosos y, por algún motivo, la forma de sus labios terminó por tranquilizarla por completo. Trazó la figura de los labios con la mirada y se preguntó si serían también tan suaves como su pelo. Se preguntó cómo sería rozarlos con la yema del dedo. ¿Sonreiría Narcissa por fin si alguien le hiciera cosquillas con los dedos en los labios? ¿Diría algo si Ivy tratara de enredar uno de sus mechones rubios entre sus manos?
Dejó de preguntarse cómo sería tocar sus labios porque, de repente, le pareció que la mejor manera de tocar unos labios no era con unos dedos. Era con otros labios.
Y esa ansia de beber su sangre quedó reemplazada por un recién nacido deseo de besar los labios de Narcissa Black. Eso fue lo que salvó su vida esa noche. Eso fue lo que hizo la espera del amanecer mucho más apacible para Ivy.
¿Remus y Ivy siendo amigos porque es más fácil compartir las desgracias? Un sí enorme por nuestra parte.
¿Y acabáis de leer un Ivy quiere comerle la boca a Narcissa de manera muy repentina e inesperada? También.
ES QUE SE VIENEN MUCHAS COSAS estad preparadas y estad tan emocionadas como nosotras porque es que ejrvbfevgbñfvgfnv too much.
Un saludo a bajounaletra por su cameo como niña medio muerta y desangrada en el baño del colegio <3 Ganó este premio porque fue la más rápida en resolver nuestra sopa de letras de Halloween (se le nota lo Ravenclaw) y por supuesto que el premio era aparecer medio muerta en nuestra historia jejeje. Es que no podemos evitarlo :)
¡Nos leemos el lunes que viene!
Aliven't: 3 (Rayen se ha recuperado jejej)
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