Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

𝓔𝓵 𝓶𝓾𝓷𝓭𝓸 𝓭𝓮𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓺𝓾𝓲𝓷𝓬𝓮

Estaba realmente enfadada.

Caelus me había puesto en una situación imposible. No solo me había presentado ante criaturas monstruosas, sino que además había insinuado que éramos una pareja enamorada. Y para colmo, pidió casarse conmigo.

Sabía que los ángeles no tenían la más mínima consideración por las almas, y aunque él había prometido tratarme con dignidad, no lo estaba haciendo. Después de lo que había vivido, me preguntaba si sería capaz de soportar su retorcido juego.

No disimulé mi enfado, y claro que él lo notó. Al llegar a su morada, un lugar que me resignaba a llamar hogar, estaba al borde del colapso. La ira me quemaba por dentro, quería llorar, la tristeza me embargaba por estar atrapada en un sitio tan hostil, y el dolor de extrañar mi verdadero hogar me asfixiaba. Lo único que deseaba era correr a los brazos de Petunia y llorar hasta quedarme sin fuerzas mientras ella me consolaba. Quería desahogar mis sentimientos con Vef, escuchar uno de sus sabios consejos. Oír las palabras reconfortantes de Bimba.

—Me estás mirando de una forma muy extraña, Celestia —dijo Caelus, interrumpiendo mis pensamientos. Mis ojos eran verdaderas cuchillas queriendo perforarlo. Sin embargo, me desconcerté cuando puso una expresión totalmente nueva para mí, y no sabía cómo interpretarla. Dio pasos decididos acercándose, y supe que su plan era acorralarme, pero no lo dejaría. Di pasos firmes hacia él, y, en un rápido giro, lo dejé con la espalda apoyada contra la pared.

Aunque me miraba desde arriba, no dejé que su altura me intimidara. Inflé el pecho con orgullo y mantuve mi furiosa mirada clavada en él.

—¿Qué significa esto? —preguntó con ese tono sereno que me crispaba. Por supuesto, él no podía entender la magnitud de lo que sentía. Era un ángel, después de todo. Una criatura egocéntrica, incapaz de considerar algo que no fuera su propio beneficio.

—¿Acaso quieres matarme? —sus ojos se abrieron por un segundo, pero se volvieron a fruncir. Antes de que pudiera continuar, lo interrumpí.—Esos monstruos podrían haberme hecho cualquier cosa. Estaba aterrada. No me explicaste nada. Pensé que iba a morir... Y tú... ¡tú mientes!

La acumulación de emociones era insoportable. El aire me faltaba, me sentía ahogada por el cúmulo de sensaciones que bullían en mi interior. No sabía si mis palabras serían suficientes para expresar todo lo que sentía, pero estaba segura de que mis gestos y el tono de mi voz dejaban en claro que no estaba bien.

—¿Estás enojada conmigo? —preguntó con una ingenuidad que me desarmó por un segundo.

Oh, claro que entendía, al menos eso.

—¡Estoy furiosa! ¡Y aterrada! Si esperas que confíe en ti y te obedezca sin cuestionar nada, debes anticiparme las cosas. Dime qué quieres de mí. Dime la verdad y señala las mentiras. No puedo creer en ti si no haces esas cosas. Y si no confío, fallaré, y arruinaré tus planes —solté con una mezcla de enojo y desesperación.

Caelus me observaba con detenimiento, cada palabra que salía de mi boca parecía capturar toda su atención. Su mirada me perturbaba, había algo obsesivo en ella, y me hacía temblar.

—Por ahora, no tengo otra opción más que seguir a tu lado—continué—. Tú tienes todo a tu favor. Podrías hacerme lo que quisieras y yo no podría detenerte. No tengo razones para confiar en ti. Me estás pidiendo demasiado.

Después de liberar todo lo que sentía, un extraño alivio me envolvió. Mi corazón, que latía desbocado, poco a poco recuperó su ritmo normal.

—Tienes razón —dijo de repente, con una calma que me tomó por sorpresa. No había ni rastro de su habitual sarcasmo o esa sonrisa altanera—. He sido desconsiderado, y tú me lo has hecho ver. Esto puede sonar arrogante, pero para mí es difícil comprender cómo funcionas. Para los ángeles, las almas divinas son... objetos que cumplen nuestros deseos. No te he estado viendo como alguien de mi nivel.

Su confesión, por extraña que fuera, sonaba honesta. Me admitía que me veía como una especie de herramienta, un objeto al que le dedicaba cierto cuidado, pero un objeto al fin y al cabo.

—Al fin puedo creerte —dije con desdén—. Toda mi vida me enseñaron que los ángeles eran así. Lo que ustedes quieren es ley, y pueden cambiar las reglas a su antojo. Nosotros solo existimos para servirles. Porque sin ustedes, no somos nada —finalicé con una mezcla de burla y amargura.

—Parece que me detestas —observó Caelus, su voz fue teñida de un extraño tono.

—Y si lo hiciera, ¿te sorprendería? —Lo odiaba, lo despreciaba. Había arruinado todo lo que alguna vez me importó, alterando mi vida y mi futuro.

—¿Qué he hecho para ganarme tu odio? —dijo, no confiaba en que su tono fuera genuino.

—Me alejaste de todo lo que me importaba.

Mis palabras salieron antes de que pudiera detenerlas. La honestidad de mi respuesta me dejó desconcertada. No quería admitirlo en voz alta. Quería seguir fingiendo que sería su obediente marioneta, asegurando mi supervivencia mientras ideaba una forma de escapar.

—Quizá no lo parezca, pero quiero intentar entenderte —dijo, con la mirada fija en mí.

—Solo piensa en mí como si fuera un ángel —repliqué—. Con el mismo respeto que le darías a uno de los tuyos. ¿Es tan difícil?

Caelus se quedó en silencio. El tiempo parecía haberse detenido mientras lo veía procesar mis palabras.

—¿Por qué piensas que te respetaría más si fueras un ángel? —preguntó al fin.

—Porque te consideras en un nivel muy superior, ¿no es así?—respondí con firmeza y evidente fastidio—. No soy tonta. Vi cómo el Primer Consejo te trataba. No eres cualquier ángel. Y cuando estábamos en aquella tienda, diste un nombre falso, el de tu "amigo"... No querías ser reconocido, ¿por qué?

Mi tono era inquisitivo, quizá incluso imprudente, pero no me importaba. Mi vida pendía de un hilo, y ese hilo estaba en manos de Caelus.

—Eres lista —respondió él, avanzando hacia mí. Retrocedí instintivamente, por cada paso suyo, seguía uno mío. Pronto, mi espalda chocó con la pared al otro lado de la habitación.

—Te tengo miedo —admití, aunque mi voz fue firme y clara—. Pero también siento mucho rencor. Y eso me impulsa a ser una molestia para ti, tanto como tú lo eres para mí.

Tras esas palabras, Caelus extendió su mano hacia mí, y en ese breve instante en que sus dedos se acercaron, mi cuerpo entero se tensó. Estaba preparada para un golpe,  el impacto frío y doloroso que mi mente anticipaba, pero en su lugar, lo que sentí fue algo completamente diferente. Su mano rozó mi mejilla, con una suavidad tan inesperada que me estremecí. El contacto era apenas un susurro, una cálida caricia que se deslizó sobre mi piel como si temiera romperme. El contraste entre el temor y la ternura fue devastador, dejándome atrapada entre la incomodidad y algo más profundo, un placer retorcido que me atravesaba sin que pudiera detenerlo. Era una sensación sofocante, una oleada de emociones que me quemaba desde dentro, aunque me negaba a reconocerlo.

Sus dedos continuaron su recorrido, avanzando lentamente por el contorno de mis ojos, como si trazaran un mapa invisible en mi rostro. La atención con la que lo hacía me descolocaba. Cada movimiento era preciso, cuidadoso, y esa intensidad me hacía sentir expuesta, casi desnuda. Continuó bajando por la línea de mi nariz, su toque ligero pero presente, me hacia consciente de cada centímetro de mi cuerpo, de cada reacción involuntaria que me traicionaba. El roce de sus dedos era invasivo, sí, pero había una extraña devoción en cómo me tocaba, como si admirara mi fragilidad. Y aunque era perturbador, no podía ignorar el cosquilleo que se deslizaba por mi piel, esa mezcla venenosa de rechazo y deseo.

Cuando sus dedos llegaron a mis labios, sentí que el tiempo se detenía. Su pulgar rozó mi boca con tanta delicadeza que una descarga recorrió mi cuerpo, haciéndome inhalar bruscamente. Era una caricia que, aunque suave, tenía un poder devastador sobre mí. Mi corazón latía con fuerza, cada golpe resultaba más fuerte que el anterior, mientras intentaba procesar lo que estaba ocurriendo. Mi mente gritaba que era un toque indebido, pero mi cuerpo reaccionaba de maneras que no entendía, traicionándome. La incomodidad y el placer se entrelazaban en una danza tortuosa que no podía controlar.

—Creo que entiendo lo que intentas decirme —susurró Caelus, su voz era baja y suave. Esa calma suya me desorientaba aún más—. Puedes hablarme de estas cosas. Lo apreciaré. Quiero que trabajemos juntos, quiero hacer lo correcto para ambos.

Mi cuerpo aún temblaba bajo su toque, y con un esfuerzo monumental logré hablar.

—¿Por qué me estás tocando? Deja de hacerlo —dije, mi voz era apenas un hilo, mientras un nuevo escalofrío recorría mi espalda.

Sus dedos, que hasta ese momento habían estado trazando el contorno de mis labios, se detuvieron de inmediato. Pareció dudar por un segundo, antes de retirar lentamente la mano, como si con ello rompiera algún hechizo que había tejido entre los dos.

—Tu fisonomía es fascinante —murmuró—. Es un deleite observarla.

¿Por qué me decía eso? ¿Acaso era una especie de justificación ante su inadecuado comportamiento? Tragué saliva, tratando de recuperar algo de control.

—Bueno, aclaremos algo —dije, con el corazón aún latiendo desbocado—. Eso que estás haciendo es extraño para mí. Es invasivo y no está bien.

Caelus asintió, como si entendiera, pero había algo en sus ojos que me hacía dudar de su verdadera intención.

—¿Recuerdas cómo llamaste a los ángeles del Primer Consejo? —preguntó de repente, cambiando el tema de manera abrupta.

Lo miré, aún aturdida, sin entender adónde quería llegar.

—Los llamaste monstruos. Y esa es la forma en la que también deberías llamarme a mí.

Mi respiración se volvió más pesada. No era tonta; entendía lo que insinuaba, pero necesitaba escucharlo de su boca.

—Puedes llamarme monstruo, Celestia —dijo con una frialdad que me atravesó, como si sus palabras fueran un veneno gélido—. Así es como me verías si mostrara mi verdadera forma. De hecho, ya lo hiciste antes, ¿recuerdas? La primera noche que pasaste aquí, algo te acechaba. Estabas aterrada. Era yo. 

El tono suave de antes desapareció por completo, y en su lugar, surgió uno oscuro, casi sádico.

—Me prometí que no te devoraría, pero luces tan deliciosa ahora mismo.

Un escalofrío recorrió mi piel ante la amenaza velada. El miedo, que creía controlado, regresó con fuerza, apretando mi pecho.

—Entonces, elige —respondí rápidamente, cortando su avance—. Si quieres ser un monstruo, hazlo. Es tu decisión, pero atente a las consecuencias de lo que elijas ser. Yo lucharé con todas mis fuerzas.

Sus labios se curvaron en una sonrisa, pero esta vez no era la sonrisa burlona y arrogante que había mostrado antes. Era más sutil, más peligrosa.

—Apreciaré que sigas siendo honesta conmigo en el futuro, aunque te pediré que sigas actuando para los demás. Tú, incluso más que yo, puedes decidir cómo comportarte. Actúa bien, y no habrá necesidad de lucha entre nosotros —dijo Caelus. Sus ojos, serenos pero intensos, me atravesaban, como si cada palabra llevara un juicio oculto.

No podía ignorar el peso de sus insinuaciones, el subtexto que subyacía en cada frase. Me sentía atrapada en un laberinto de promesas y manipulaciones, sin una clara salida a la vista.

—¿Cuándo volveremos al teatro? —pregunté, intentando enfocar mi mente en un objetivo concreto. La desesperación en mi voz no podía ser disimulada; necesitaba respuestas, un cambio en la situación que me permitiera avanzar.

Caelus levantó una ceja, su expresión se volvió pensativa mientras no dejaba de analizarme con la mirada. 

—Te ayudaré con ello como prometí, pero necesitaré que seas paciente. Aún no podemos sacarla de allí.

—¿Vas a explicarme tu plan? —insistí, tratando de mantener un tono firme a pesar de la creciente frustración que sentía.

—Lo haré.

—¿No lo harás ahora?

—Lo haré después de corroborar que efectivamente eres impermeable a cualquier tipo de control —contestó. Sus ojos, ahora más fríos, reflejaban un determinismo que no dejaba lugar a dudas sobre su supuesto enfoque meticuloso.

—Pensé que ese punto ya había quedado suficientemente claro —repliqué. Mi mente giraba en torno a la idea de que la confianza en Caelus era un lujo que no podía permitirme. No me sorprendía. Finalmente, ninguno podía confiar en el otro con sinceridad. 

—Me gusta ser cuidadoso. Además, creo que te gustará aprender más sobre los "monstruos", ¿no es así? 

No me sentía en la posición para replicar. Aunque lo que más deseaba era estar lo más lejos posible de los ángeles. 

—Si me llevarás a algún sitio, consigue una forma diferente de transporte. No quiero que me toques —dije con firmeza. Mi piel todavía sentía el eco de su toque, y no deseaba que se repitiera.

—Sigues realmente molesta conmigo... Al principio parecía divertido, pero ahora lo odio —Su tono era helado, pero en la frialdad de sus palabras percibí un atisbo de algo más, como si mi rechazo hiriera su orgullo.

—¿Y bien? —inquirí.

—Está bien. Ya no te llevaré en mis brazos, conseguiré un transporte. Pero cuando lo desees, puedo volver a cargarte. 

Caelus había adoptado un aire de seriedad genuina, algo que, de algún modo, me resultaba más soportable que la sonrisa falsa que acostumbraba mostrar. No podía evitar preguntarme si era solo yo quien veía a través de su fachada, quien se daba cuenta de lo artificioso que era ese gesto calculado.

Acceder a conocer al verdadero Caelus parecía una tarea casi imposible. 

De cualquier forma, ¿realmente quería conocer al monstruo

***

Gracias por leer <3 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro