
𝓒𝓸𝓷𝓸𝓬𝓲𝓮𝓷𝓭𝓸 𝓪𝓵 𝓶𝓸𝓷𝓼𝓽𝓻𝓾𝓸: 𝓸𝓬𝓱𝓸
Calcular cuánto tiempo llevaba en la misma situación era una tarea difícil. Los primeros minutos estuve al borde del colapso, experimentando ansiedad y miedo a niveles extraordinarios. Mis pensamientos giraban en un torbellino, y la desesperación parecía apoderarse de mí. No podía dejar que me viera así; tenía que mantener la compostura al menos hasta que el ángel se marchara. Debía ser observadora y cuidadosa con mi comportamiento. Había sido secuestrada, y ahora mi existencia y voluntad estaban sometidas a él. Me atacaban la desesperación y el pánico, pero debía mantener la calma para encontrar una salida. Tenía que creer que había una forma de escapar, aunque en ese momento se sintiera imposible.
El ángel, de apariencia bonachona y trato cortés, me transmitía una sensación de inquietud y desconfianza. Mientras me trasladaba en sus brazos y volaba, sentía su tacto como si fueran cadenas pesadas que me asfixiaban. Cada vez que intentaba moverme, parecía apretar su agarre, reforzando la sensación de opresión.
Las almas en mi hogar habían hecho tantos esfuerzos para cuidarme. Me sentía frustrada y un gran dolor atravesaba mi pecho. ¿Les había fallado? Me sentía abrumada por la culpa. Recordé las veces que me habían protegido, las palabras de aliento y el cariño que me habían brindado. No podía soportar la idea de haberles fallado.
Él me había dejado dentro de una especie de caja de cristal, o más bien, de espejos oscuros. Apenas podía ver mi reflejo a través de los cristales. Era una habitación pequeña, decorada con muebles de los típicos colores del paraíso, a excepción de una nueva aparición de tonalidad, el celeste, que no estaba acostumbrada a ver en objetos. El asunto de los colores no era arbitrario, lo sabía bien. En mi hogar, solo podíamos usar colores como el beige, blanco y sus similares. Había leído acerca de que en aquellos lugares habitados por ángeles se podían observar más tonalidades en los objetos. No sabía qué colores exactamente, pero por la apariencia del cuarto en donde me encontraba, presumí que estaba en territorio exclusivo de ángeles.
Mis maestros en la academia no habrían dudado en identificar mi situación como "afortunada". Después de todo, literalmente había ascendido y me encontraba en un terreno aún más alto. Quizás se tratara del tercer nivel. Sin embargo, para mí, era una prisión. Para mi suerte, podría utilizar mis conocimientos previos sobre los ángeles para buscar la manera de manipular al ser celestial. Tenía que ser astuta, jugar mis cartas con cuidado y encontrar una manera de liberarme de su control.
Después de un rato, que se sintió más corto que largo, el ángel volvió a aparecer. Trajo consigo un vestido de color celeste que tenía un listón en la parte del corset. Tomó mis manos, intentando hacerme levantar los brazos. Entendí que quería quitarme la ropa que llevaba puesta, por lo que me resistí y alejé de su cercanía.
—Quiero ponerle este bonito vestido —comentó él, con mucha tranquilidad y una sonrisa poco honesta en su rostro.
—Yo lo haré. Por favor, déjeme sola mientras me cambio.
Extendí mis brazos para recibir el vestido. Él lo lanzó, y este cayó sobre mi cabeza. Después se largó a reír.
—Las paredes de este pequeño cuarto son sala espejo, puedo verla desde el otro lado, ¿no lo sabía?
Demente. En ese momento no lo pensé, no teníamos tanta variedad en la arquitectura de donde venía. Temía porque mis sospechas de que el ángel tuviera inclinaciones sexualmente perversas comenzaran a tomar peso.
—Tengo el derecho a que me comunique con claridad cuáles serán mis funciones y por qué me encuentro aquí.
Era mentira. No tenía ningún derecho, sin embargo, decidí jugar la carta de fingir ignorancia sobre el tema. Si llegaba a molestarse, simplemente me disculparía y le diría que yo no sabía al respecto. No sabía si estaba haciendo las cosas bien, ese ángel me resultaba impredecible, extraño y lunático. Básicamente, encajaba a la perfección con el estereotipo que había creado en mi mente sobre el trato indigno que daban los ángeles a las almas.
—Eres parte de la decoración de mi hogar, Celestia —el tono en que pronunció esas palabras me generó un terror profundo. Había abandonado el trato respetuoso y formal hacia mí. Noté que lo hacía con frecuencia, pero luego regresaba controladamente al trato formal.
—¿Esta habitación está dentro de su hogar entonces?
—Es correcto. Usted es una preciosa decoración, por ahora.
Sentí un nudo formarse en mi garganta. Intentaba reflexionar sobre mi situación actual. Me calcé rápido el vestido, pasándolo por sobre mi cabeza, y quité con dificultad la ropa vieja, deslizándola por debajo del vestido. El ángel me miraba con los ojos muy abiertos. Resultaba inquietante.
—Soy una decoración en su hogar dentro de una caja de cristales, ¿mi función es esa? —dije, una vez ya me encontraba lista.
—Sí, hasta que me aburra.
El ángel daba pocas explicaciones.
—Cuando se aburra de mí, ¿me exterminará?
Su cara pasó a una de completo asombro.
—¡Está loca! —exclamó—. Puedo darle mi palabra de que eso no ocurrirá. No seré yo quien acabe con usted.
A diferencia de él, no encontré consuelo en sus palabras.
—Mi función parece ser algo difusa entonces... ¿Será posible que tenga más? Soy una cuidadora de almas.
—¡Tiene razón! —el ángel se mostró animado—. Podríamos tener un bebé. Así podrá sentir este lugar como una familia y ser una cuidadora de almas. Es lo que quería, ¿no?
Su propuesta no tenía pies ni cabeza. Era terrorífica e imposible.
—Quizás no he hecho la pregunta adecuada... ¿Usted... cuál es su nombre?
—Puedo robarme un bebé de algún sitio —continuó con su propuesta, ignorándome por completo—. Podemos tener dos, tres, ¡cientos! Los que quiera.
—Estoy segura de que puedo ser de apoyo en algo todavía más útil...
—Tiene razón. Estoy desperdiciando su potencial teniéndola encerrada en esta caja. Voy a solucionarlo.
El ángel, muy rápidamente, con un chasquido de dedos, hizo que las paredes de cristal de la habitación explotaran en mil pedazos. El sonido fue ensordecedor y los fragmentos de vidrio se desvanecieron en el aire como polvo. De pronto, el lugar a mi alrededor se transformó en un enorme y vacío salón.
—Mi decoración es muy sencilla, mi Celestia. Usted lo era todo.
La forma de interactuar del ángel me parecía muy rara, diferente a lo que acostumbraba en mi hogar. Además, como no tenía otra referencia para comparar, no podía estar segura si todos los ángeles se comportaban también como desquiciados, o si este era particularmente defectuoso.
Eso, quizás, podía jugar a mi favor.
—Celestia —el llamado del ángel me sacó de mis pensamientos. De pronto su semblante se había vuelto muy serio—, deje ya las preguntas. Soy amable ahora, espero que no quiera fastidiarme.
Me esforcé por mantenerle la mirada y disimular el miedo que me provocaba. Me sentí mal por no recordar las enseñanzas que siempre se me habían dado, sobre ser cuidadosa al hacer preguntas. Parecía que mi boca andaba más rápido que mi cerebro. No era lo usual en mí, tenía que tener más cuidado.
Mi respuesta fue solo un asentimiento de cabeza.
—A veces resulto ser algo impulsivo, Celestia, me sabrá comprender. Iré a conseguir unas cosas que necesitará para su estadía acá. No tengo ningún mueble, y no me gustaría que durmiera en el piso —hizo una pausa, se acercó a acomodar el listón de mi vestido; todo mi cuerpo tembló con ese acto—, aunque le puedo asegurar que es cómodo.
No me dio tiempo a procesar lo que estaba pasando. Mi corazón latió a mil por hora. El ángel me había dejado a solas luego de esa conversación. Completamente a solas. Tenía que ser una broma o una especie de trampa. Examiné el lugar de forma rápida. Empecé por los cuartos interiores por temor a que el ángel estuviera cerca. Solo la cocina tenía un poco más de decoración, pero mínima: apenas una mesa pequeña y una silla. También había una especie de despensa, pero lo que albergaba no parecía algo comestible.
Además, había dos cuartos, también muy vacíos. No comprendía la forma de vivir de aquel ángel. Yo imaginaba que los ángeles tendrían mansiones y opulencias, grandes salones decorados con los más lujosos muebles y adornos celestiales. Pero lo que encontré fue una casa desprovista de todo lujo, apenas funcional. La realidad contrastaba profundamente con mis expectativas.
Mi revisión terminó rápido. Mientras pensaba un plan, me preguntaba qué encontraría si salía al exterior. ¿Y con quiénes me encontraría? Además, ¿qué consecuencias habría si el ángel me descubriera?
El temblor en mi cuerpo comenzó a asentarse. Estaba a punto de correr un riesgo enorme. Me acerqué a la puerta y la abrí lentamente. El ángel no había dejado ningún tipo de seguro. Tenía que ser una trampa. Miré a través del umbral, con lentitud, siendo muy cuidadosa. Cuando la puerta estuvo completamente abierta, supe que era el momento. Tenía que correr.
Pero no pude hacerlo. El miedo me paralizó cuando vi al ángel.
—Oh, Celestia, nuevamente sorprendiéndome —dijo él, con una sonrisa que no auguraba nada bueno.
Me quedé helada, sin saber qué hacer ni cómo reaccionar. Había subestimado la capacidad del ángel para controlar cada uno de mis movimientos, y ahora me enfrentaba a su juicio. Tenía que pensar rápido, encontrar una manera de revertir la situación, pero mi mente estaba en blanco. El terror me tenía atrapada, y mis posibilidades de escape parecían desvanecerse ante sus ojos penetrantes.
—¿Pensabas que podrías escapar de mí tan fácilmente? —Su voz, suave y seductora, tenía un tono burlón que me hacía temblar.
—Yo... solo quería ver si... —intenté justificarme, pero mi voz se quebró bajo la intensidad de su mirada.
—¿Ver si qué, Celestia? —El ángel se acercó lentamente, cada paso resonaba en el silencio opresivo del lugar—. ¿Ver si podías huir de mí?
—No... no es eso —dije, esforzándome por encontrar una excusa—. Solo quería ver el entorno, entender mejor dónde estoy. Es un lugar tan diferente a mi hogar, y estaba... estaba asustada y confundida.
El ángel se detuvo justo frente a mí, tan cerca que podía sentir su aliento en mi rostro. Su mirada se suavizó ligeramente, aunque todavía podía ver la chispa de desconfianza en sus ojos.
—Así que estabas explorando —dijo, su tono aún era escéptico—. ¿Eso es lo que quieres que crea?
—Sí —respondí con firmeza, tratando de mantener la calma—. Quería familiarizarme con mi entorno para no sentirme tan desorientada.
El ángel me observó en silencio durante unos segundos que parecieron una eternidad. Luego, una sonrisa lentamente se dibujó en su rostro. No parecía que se encontrara feliz.
—Bien, Celestia, te creeré esta vez —dijo finalmente, aunque su tono dejaba claro que no estaba convencido—. Pero quiero que recuerdes algo: no hay lugar en donde puedas esconderte, que yo no pueda encontrar. Eres mía, y nada cambiará eso.
—Lo entiendo —dije en voz baja, sintiendo una mezcla de alivio y miedo. Por un lado, había conseguido salir del apuro, sin embargo, él ángel se había vuelto terrorífico.
—Ahora, regresa al interior y compórtate. No quiero tener que castigarte.
Asentí con la cabeza, intentando disimular el temblor en mis manos. Di media vuelta y regresé al interior, el ángel siguiéndome de cerca, asegurándose de que no intentara nada más.
—Buena chica —dijo él con satisfacción—. Ahora, prepárate. Hay mucho que debes aprender sobre tu nuevo hogar. Has dicho que deseas explorar y familiarizarte con el nuevo entorno, como eres mi nueva adoración, te complaceré. Vas a conocer las maravillas de mi especie, querida Celestia.
El tono de sus palabras era perverso, como si ya tuviera un pequeño plan de venganza para mí. Cualquier cosa que tuviera relación con los ángeles definitivamente sería aterradora.
—Dime, Celestia, ¿Te gusta la música?
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