(33) La Presa y el Depredador
El sonido de las gotas al caer me despierta. Cada impacto resuena en mi cabeza como un tambor lejano.
Abro los ojos lentamente y parpadeo, intentando acostumbrarme a la oscuridad que me rodea.
Estoy tumbada sobre un suelo húmedo y frío. La piedra bajo mi cuerpo está cubierta de musgo, resbaladiza, y el olor metálico de la humedad llena el aire.
Intento moverme, pero un tirón en mis muñecas me detiene. Levanto los brazos y siento el frío del metal mordiendo mi piel.
Grilletes.
Estoy encadenada.
Trato de tirar, de liberarme. No obstante, es inútil. Mis manos están atrapadas, inmovilizadas.
"¿Dónde estoy? ¿Cómo he llegado aquí?" Mi respiración se acelera.
Hay una explosión de imágenes confusas: el medallón, una luz cegadora, y luego... el impacto. Después de eso, nada.
Frente a mí hay unos barrotes de metal, oxidados y pesados. A través de ellos, puedo ver unas escaleras que descienden. Estoy en algún tipo de celda. Una prisión, quizás. Sin embargo, no sé dónde ni por qué.
Los pasos.
Los escucho antes de ver a quién pertenecen.
Mi cuerpo se tensa al instante, mis ojos clavados en la puerta metálica frente a mí. Las cadenas tintinean cuando me muevo para tratar de ver mejor.
Una figura aparece en el marco.
Es un hombre, alto y de aspecto rudo, con cicatrices que cruzan su rostro como marcas de guerra. La luz de una antorcha cercana ilumina brevemente su semblante.
Lo reconozco, aunque mi mente no logra asociar un nombre.
Él me mira, una sonrisa torcida dibujándose en su rostro. Desliza una llave de metal en el candado de la puerta y la abre lentamente, el chirrido resonando como un grito en el silencio.
—Mira quién despertó. —dice, su voz áspera— Pensé que no vivirías para contar esto.
Un escalofrío recorre mi columna. No sé quién es, pero algo en su tono me dice que está disfrutando de esta situación mucho más de lo que debería.
—¿Quién eres? ¿Qué está pasando? —pregunto, mi voz apenas un susurro lleno de confusión.
Mi garganta arde, como si no hubiese hablado en días.
El hombre se detiene por un momento, parpadeando como si mi pregunta fuese absurda. Luego, su rostro se contorsiona en una mueca de burla.
—¿Que quién soy? —repite con un tono incrédulo, dando un paso hacia mí— ¿Me estás diciendo que no recuerdas nada?
Niego con la cabeza lentamente, sintiéndome cada vez más pequeña bajo su mirada.
—¿Qué te he hecho yo para estar aquí? —logro decir, aunque mi voz tiembla.
Su expresión se endurece al instante. Se inclina hacia mí, sus ojos brillando de rabia contenida.
—¿Qué si me has hecho algo? —gruñe, su tono ahora cargado de odio— ¡Mataste a todo mi equipo! ¡A todos mis hombres!
Su voz retumba en la celda.
Mi mente se queda en blanco. ¿Yo... hice eso? No. No puede ser.
—No recuerdo... —murmuro.
Él no me deja terminar.
—¡No recuerdas porque eres un maldito monstruo! —grita enfurecido.
En un movimiento rápido, su puño impacta contra mi rostro. El golpe me lanza hacia atrás, y el sabor a sangre inunda mi boca.
Mi cabeza late con dolor mientras intento procesar lo que acaba de ocurrir.
—Ven conmigo —escupe, y siento cómo me arrastra de las cadenas que aún me inmovilizan.
Dos hombres más bajan por las escaleras.
Sin decir nada, me levantan bruscamente por los brazos y empiezan a arrastrarme hacia la planta superior.
Subimos las escaleras, y pronto un cambio en el ambiente me hace darme cuenta de que estamos fuera de la mazmorra.
Una luz fría se filtra por las altas ventanas de una mansión. El aire aquí es distinto: más seco, más cargado.
Al pasar por un largo pasillo, me fijo en los detalles: los muebles antiguos, los candelabros dorados y las paredes decoradas con molduras intrincadas. Todo parece pulcro y opulento, pero hay algo siniestro en el ambiente.
Y entonces lo veo. Un cuadro colgado en la pared, donde un joven de cabello rubio y ojos azules calculadores me observa. Su cabello perfectamente peinado, su postura rígida y orgullosa...
Reconozco ese rostro.
Draco Malfoy.
—Estoy en la mansión Malfoy... —susurro para mí.
Me arrastran a través de la mansión, mis pies apenas rozando el suelo, hasta un enorme comedor. Una larga mesa de madera oscura domina el espacio, rodeada por sillas que parecen demasiado elegantes para el clima que emana del lugar.
Sin ceremonia alguna, me sientan en una de las puntas de la mesa y atan mis grilletes a los brazos de la silla, inmovilizándome por completo.
Las cadenas se tensan con un chasquido metálico, y sé que cualquier intento de escapar será inútil.
Los dos hombres que me han traído intercambian miradas y se retiran, dejando la habitación en un incómodo silencio.
Excepto por él.
El hombre de la celda permanece, acercándose lentamente hasta que su aliento áspero roza mi oído:
—Qué bien que vayas a recibir tu merecido.
Intento moverme, empujarme hacia atrás, pero las cadenas me detienen.
—Y no te preocupes por los amigos que has dejado atrás. —continúa, su tono goteando veneno— Me encargaré de traerlos personalmente aquí también.
Su amenaza es como un puñal en mi pecho. Hermione, Harry, Ron... No.
—¡No los toques! —grito, tratando de liberarme una vez más.
Él simplemente se ríe, satisfecho con mi reacción, y se aleja.
Mientras cierra la puerta tras de sí, el medallón que aún cuelga de mi cuello comienza a susurrar de nuevo: "No te preocupes... lo mataremos como a todos los demás."
Sacudo la cabeza con fuerza, intentando acallar esa voz.
Miro alrededor, el comedor parece interminable, vacío y lleno de sombras al mismo tiempo.
Estoy sola. Totalmente sola.
Mis pensamientos se vuelven hacia Hermione, hacia todos los que dejé atrás. Si no hubiera huido, "¿serían ellos los que estarían en peligro ahora? ¿Serían ellos las víctimas de mi rabia, de mi magia fuera de control?"
Antes de que pueda perderme en esas preguntas, una risa resuena por el comedor. Es un sonido agudo, cruel, que envuelve el aire como una serpiente.
Reconozco esa risa al instante.
Bellatrix Lestrange.
El eco de su risa se vuelve más fuerte, más cercano, hasta que aparece danzando a través de la enorme puerta del comedor. Su figura es tan inquietante como la recordaba.
—¡Eres tú, eres tú! —canta, aplaudiendo con alegría casi infantil— ¡La chica de los ojos rojos!
Un escalofrío recorre mi cuerpo mientras la observo. No sé si es el medallón o mi propio instinto, pero todo en mí me grita que esté alerta.
Más pasos se escuchan en el pasillo, y un hombre rubio de porte firme entra tras ella. Su rostro frío y aristocrático, sus movimientos calculados.
Bellatrix se gira hacia él, una sonrisa maníaca en su rostro.
—¡Mira, Lucius! El carroñero tenía razón, ¡es ella!
Lucius Malfoy.
Su presencia es tan intimidante como me describió Draco...
Antes de que pueda procesar su llegada, otra figura entra en la sala, una mujer de pelo rubio y negro. Es alta y elegante.
Narcisa Malfoy.
La reconozco al instante por una de las fotos que Draco me mostró cuando hablaba de su familia de forma casual y distante.
Sus ojos se agrandan ligeramente al verme, y aunque mantiene su compostura, hay algo distinto en su mirada. No comparte el entusiasmo enfermizo de Bellatrix ni la fría satisfacción de Lucius. No hay locura ni orgullo en su expresión, sino una sorpresa contenida, casi vacilante.
Por un momento, su mirada se cruza con la mía, y veo algo que no esperaba: duda.
Lucius interrumpe el momento, aclarando la garganta con un ruido seco.
—Es de mala educación que estemos todos de pie cuando nuestra invitada ya está sentada en la mesa.
Narcisa desvía la mirada hacia su esposo, sus labios apretados. Bellatrix sonríe ampliamente, como si estuviera disfrutando de un chiste que solo ella entiende.
Uno por uno, los presentes toman asiento alrededor de la mesa. La atmósfera se siente pesada, como si el aire mismo estuviera reteniendo un secreto.
Narcisa, sin embargo, duda un momento antes de sentarse.
—¿No deberíamos esperar a...? —empieza a decir, mirando a Lucius.
Él la interrumpe:
—Cuando regrese, se encontrará con esta buena noticia.
Entonces, girándose hacia su derecha, continúa:
—Bellatrix, querida, nuestra invitada está demasiado lejos. ¿Serías tan amable de acercarla?
Bellatrix ríe con un destello de diversión en sus ojos oscuros, alzando su varita con un movimiento elegante.
—Con mucho gusto.
Con un simple movimiento de su varita, la silla en la que estoy atada se desliza por el suelo, rechinando contra las baldosas, hasta detenerse junto al asiento principal, donde Lucius está sentado.
—Mucho mejor. —dice él, mirándome con esa misma sonrisa de depredador— ¿Tienes hambre? Llegaste hace unos días, y no creo que hayas tenido tiempo de comer.
Frunzo el ceño, mis puños cerrándose con fuerza contra los grilletes.
—No creo que te importe si he comido o no. —respondo, mi tono tan frío como puedo mantenerlo— ¿Por qué estoy aquí?
Bellatrix se echa a reír, un sonido desquiciante que hace eco en la habitación.
—Es impaciente. Me gusta.
Lucius le lanza una mirada que la silencia, aunque sigue sonriendo con una mueca torcida.
—Tu presencia aquí es un regalo para nosotros. —dice él, ignorando deliberadamente mi pregunta— Es un honor tener aquí a una de las personas más buscadas por nuestro Señor.
Antes de que pueda replicar, un sonido distante interrumpe la conversación. Una puerta se cierra en algún lugar de la mansión, y unos pasos apresurados se oyen acercándose.
Lucius alza una ceja, complacido.
—Ah, por fin ha llegado.
Mi corazón se acelera de golpe. Un sudor frío recorre mi piel, temiendo lo peor.
Los pasos se hacen más fuertes, más cercanos, hasta que una figura entra en el comedor.
Para mi sorpresa, no es Voldemort.
Es Draco.
Su cabello rubio está algo despeinado, como si hubiera llegado con prisa. Sus ojos recorren la escena frente a él, y su expresión, inicialmente cansada, cambia al instante al darse cuenta de mi presencia. Parece congelarse en el umbral.
—¿Qué está pasando aquí?
Su mirada se fija en mí, luego en las cadenas, y finalmente en su padre.
Lucius sonríe con calma, como si esta reunión fuera lo más natural del mundo.
—Draco. Qué bien que regresaras antes de lo esperado. Tenemos... una invitada especial.
Draco sigue congelado junto a la puerta, su expresión traicionando su falta de conocimiento de lo que está sucediendo. Es evidente que esto le toma completamente por sorpresa.
Bellatrix, con su característico entusiasmo perturbador, se levanta de su asiento y se acerca a él con una sonrisa amplia y despreocupada.
—Siéntate, querido. —dice, tomando su brazo y guiándolo hacia una silla en la mesa— Cuéntanos, ¿qué tal por Hogwarts?
Draco me lanza una mirada más antes de volver la atención hacia sus familiares.
—En Hogwarts... yo... ummm... —titubea, sus ojos volviendo a fijarse en mí, la confusión evidente en su rostro— En Hogwarts...
Bellatrix sonríe con malicia, disfrutando visiblemente del desasosiego de Draco.
—¿Te está incomodando la presencia de nuestra invitada? —pregunta, sus ojos centelleando con una crueldad contenida— Puedo arreglarlo.
Antes de que nadie pueda reaccionar, Bellatrix levanta su varita y lanza un hechizo con un movimiento rápido.
— "¡Depulso!"
La fuerza del impacto me lanza hacia atrás, chocando violentamente contra la pared del comedor.
El dolor explota en mi cabeza cuando mi cráneo golpea el duro revestimiento.
—¡No, no! —grita Draco, sus ojos están llenos de pánico.
—¿No? —pregunta Bellatrix, alargando la palabra con teatralidad— ¿Qué pasa, Draco? No querrás parecer... blando, ¿verdad?
Draco no responde de inmediato.
Se queda allí, clavado en su lugar, las manos cerradas en puños mientras su mirada va de mí a Bellatrix y de vuelta. Sus labios se mueven como si quisiera decir algo, pero las palabras parecen atascadas en su garganta.
Lucius lo observa con atención, sus ojos estrechándose ligeramente mientras evalúa cada movimiento de su hijo.
—Es evidente que la presencia de la chica está distrayéndote, Draco. Y tenemos muchas cosas que preparar. —dice, su tono lleno de impaciencia— ¿Por qué no la acompañas otra vez a su celda?
Draco lo mira, titubeando por un momento. Sus ojos pasan brevemente por mi rostro, pero después de unos segundos, asiente.
—Como desees, padre.
Se pone de pie, su postura rígida y controlada. Avanza hacia mí y agarra mi brazo. Sin decir una palabra, tira de mí hacia la salida del comedor.
El camino de regreso a la celda parece eterno. Cada paso retumba en mis oídos, y el peso del silencio entre nosotros es casi insoportable. Mi corazón late con fuerza, no por miedo, sino por rabia contenida.
Al llegar, Draco abre la puerta con un movimiento brusco y me empuja suavemente hacia adentro. Antes de que pueda reaccionar, vuelve a sujetar las cadenas a la columna, sus manos trabajando con una ligera torpeza.
Cuando termina, noto como que, a pesar de estar atada contra la columna, puedo mover ligeramente mis manos."¿Lo ha hecho adrede?"
Él se endereza y da un paso atrás, sus ojos fijos en los míos.
—Leah... —comienza, su voz baja y vacilante.
—No quiero escucharte.
Él se detiene, sorprendido por la dureza de mis palabras.
—No es lo que parece. No sabía nada de esto, yo...
—Eres como todos ellos.
Las palabras caen como una losa. Veo cómo el impacto se refleja en su rostro. Se acerca un paso más, su expresión más seria.
—No lo entiendes...
—Tú no lo entiendes.
Sus ojos se ensanchan brevemente al escucharme. Llevo mis manos encadenadas al cuello y tiro ligeramente de la cadena para que vea lo que cuelga de él.
—Mira esto. ¿Ves este medallón? Es muy peligroso. —mi voz tiembla un poco, pero trato de mantenerla firme— Debo irme de aquí, Draco. No te das cuenta, pero corres un grave peligro simplemente estando cerca de mí.
Me observa, confundido, sus cejas fruncidas mientras intenta procesar lo que estoy diciendo.
—¿De qué estás hablando? —pregunta con cautela, sus ojos ahora fijos en el medallón.
Suspiro, buscando las palabras.
—Es un objeto oscuro, Draco. Algo... algo que se ha unido a mí. No puedo controlarlo. Cuando me posee, me convierte en algo que no soy. —hago una pausa, mi voz se quiebra ligeramente— Yo... he matado personas por su culpa.
—Entonces... —murmura, incrédulo— ¿Fuiste tú? ¿Fuiste tú quien acabó con uno de los mejores grupos de carroñeros?
Sus palabras me paralizan. Miro al suelo, sintiendo el peso de la culpa en mi pecho.
—No quería... No fue mi intención... —digo, sacudiendo la cabeza rápidamente.
Alzo la vista hacia él, suplicando:
—Draco, por favor. Tienes que ayudarme. Si de verdad no eres como todos ellos, como dices... entonces demuéstralo. Ayúdame.
Él permanece inmóvil, sus ojos luchando entre la incredulidad y la indecisión. Hay algo en su expresión que me hace pensar que está considerando mis palabras, aunque no puedo estar segura.
Finalmente, suspira profundamente, llevando una mano a su cabello despeinado.
—Veré lo que puedo hacer... —murmura.
Mi corazón late con fuerza. No sé si creerle, pero en este momento, no tengo otra opción.
❀・°・❀
Han pasado días.
El tiempo se siente infinito en esta celda húmeda y oscura, con apenas más compañía que el goteo constante de las tuberías y el eco de mis propios pensamientos.
He perdido la cuenta de cuántas veces el medallón ha intentado tomar el control.
La voz susurrante no cesa, como un veneno que se desliza en mi mente: "Déjame salir..."
La voz es persistente, insidiosa.
Cada vez que lo hace, siento el peso arder contra mi pecho como si estuviera reclamando su derecho sobre mí. He tenido que luchar con todas mis fuerzas, una y otra vez, para no ceder. Es una batalla constante, agotadora, que me drena más con cada intento.
Estoy cansada.
A veces, me pregunto si sería más fácil rendirme. Si dejar que el medallón tome el control sería una forma de acabar con este sufrimiento.
Pero entonces recuerdo a Hermione.
Su rostro, su voz calmada cuando leía en el campamento, su determinación inquebrantable. Me aferro a esos recuerdos como si fueran mi última ancla en este mundo.
Recientemente, he notado movimientos más frecuentes en la mansión. Voces desconocidas que no logro reconocer llegan desde el otro lado de las paredes.
Han traído más presos, estoy segura. Aunque no he podido verlos, hay algo en los sonidos —en los gritos ahogados y las órdenes— que me dice que los están torturando.
Están buscando algo.
Lo que no entiendo es por qué no me han entregado.
No parecía que mantener mi existencia en secreto fuera parte del plan inicial. Entonces no puedo evitar preguntarme por qué no me han llevado ante Voldemort todavía.
A veces, en mis momentos más oscuros, pienso en Draco.
¿Será posible que haya cumplido su promesa? ¿Que esté haciendo algo para protegerme, para evitar que me entreguen? La idea parece absurda, pero no tengo otra explicación.
Entonces, el medallón arde de nuevo: "Déjame salir..."
Cierro los ojos con fuerza, intentando bloquearlo. Mi cuerpo tiembla mientras lucho contra el impulso, mientras me obligo a mantener el control.
—No... —murmuro para mí misma.
La puerta de mi celda se abre, y frente a mí aparece un hombre que no había visto antes.
Su rostro es anguloso, con un aire escurridizo que me recuerda a una rata. Sus pequeños ojos brillan con curiosidad mientras me observa, inclinando ligeramente la cabeza.
—Me han dicho que te encontraría aquí.
Su voz es nasal, desagradable. Con un gesto, señala hacia el pasillo:
—Tienes visita.
Mis ojos se abren de golpe, y mi corazón se acelera.
"¿Ya?" Apenas han pasado unos días. "¿Todo esto ha sido para este momento? ¿Mantenerme con vida y alimentada solo para que él venga a buscarme?"
El hombre me tira del brazo para guiarme fuera de la celda.
Aunque mis piernas están débiles, consigo seguirle. Subimos las escaleras lentamente, el sonido de nuestros pasos resonando en la mansión.
Cuando llegamos a la parte superior, la escena que me recibe no es una sorpresa, pero me estremece de todos modos.
Bellatrix está justo en el centro, su sonrisa salvaje como la de alguien que acaba de recibir un regalo que no esperaba.
Narcisa está de pie en un rincón, con su postura rígida y su rostro cuidadosamente neutral. Junto a ella, Lucius parece completamente en su elemento.
Draco no está.
Tal vez se ha ido.
Y tal vez, al desaparecer, ya no ha podido evitar retrasar este momento...
—Colagusano, gracias por traerla —Lucius se adelanta al verme llegar, asintiendo con aprobación hacia Colagusano.
—Sigo sin entender por qué esta chica es tan importante —Colagusano frunce el ceño, evidentemente molesto.
Lucius sonríe victorioso antes de responder:
—Estos días hemos estado investigando. Y según el informe que nos dio aquel carroñero, el que sobrevivió al enfrentamiento con ella... parece que tiene un gran poder dentro. Un poder que creo que ya podemos controlar.
Mis manos se tensan en las cadenas, y un escalofrío recorre mi espalda.
Siento la presión del medallón contra mi pecho, como si también escuchara esas palabras y la voz susurra: "Al fin."
╔══❀・°・❀══╗
¿Qué es lo que trama exactamente Lucius Malfoy?
Sea como sea, las cosas cada vez se ponen peor para Leah...
Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3
Gracias por leer.
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