
(17) Fractura
Estoy de pie frente al espejo del dormitorio, observando mis propios ojos con detenimiento.
El azul ha regresado. Ya no hay rastro del rojo carmesí que los tiñó durante los primeros días tras despertar.
Debería sentir alivio. En su lugar, una inquietud sorda me oprime el pecho.
Algo no está bien.
Hermione me ha estado evitando.
He intentado hablar con ella más de una vez, buscar respuestas o, al menos, la tranquilidad de su presencia, pero nunca coincidimos.
En la biblioteca, donde solíamos repasar juntas, su silla ha permanecido vacía día tras día. Solo me encuentro con notas apresuradas, excusas vagas que explican que tenía algo urgente que hacer.
Las últimas sesiones han sido canceladas sin previo aviso.
No quiero tomarlo como algo personal, pero no puedo ignorar lo extraño que es.
Al menos, mis amigas han estado ahí para mantenerme centrada.
Cuando regresé al dormitorio tras días en la enfermería, Ophelia, Araminta y Selene estaban esperándome con los brazos cruzados y miradas inquisitivas.
—¡¿Dónde estabas, Leah?! —exclamó Ophelia en cuanto crucé la puerta.
—Pensamos que habías desaparecido por completo —añadió Selene,sus ojos brillando con alivio.
Araminta, más reservada, solo dio un paso adelante y preguntó en voz baja:
—Por Merlín, ¿estás bien?
Solté un suspiro y levanté las manos en un gesto de calma.
—Chicas, chicas... estoy bien.
Araminta relajó los hombros visiblemente.
—Solo... tuve un accidente en clase —continué, eligiendo cuidadosamente mis palabras—. Nada grave, lo prometo. Me quedé en la enfermería unos días para recuperarme.
—¿Un accidente? —Ophelia arqueó una ceja, nada convencida.
—Sí, un hechizo que salió mal.
Improvisé.
No quería mencionar la magia antigua ni los dementores. No quería preocuparlas más.
—Bueno, me alegra que estés de vuelta —dijo Selene, recorriéndome con la mirada antes de esbozar una sonrisa—. Aunque creo que deberías ser más cuidadosa. Ya tienes fama de temeraria entre los de Slytherin.
—Sí, claro. Porque me encanta darles más razones para hablar de mí —respondí con ironía, agradeciendo internamente el cambio de tema.
Desde entonces, mis días han retomado una apariencia de normalidad. O al menos, intento convencerme de ello.
Ahora estamos en clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
Mis amigas están concentradas, garabateando notas con sus plumas. Yo, en cambio, apenas sostengo la mía, atrapada en mis pensamientos.
Levanto la vista cuando la puerta del aula se abre y Draco entra, caminando con esa seguridad innata que parece envolverlo.
Hace mucho que no lo veía. Y aunque me sorprende que se acerque directamente a mí, trato de no demostrarlo.
—¿Puedo sentarme aquí? —pregunta con una sonrisa despreocupada.
Asiento, todavía un poco desconcertada.
Había asumido que estaba demasiado ocupado con sus propios asuntos. Como últimamente, siempre parece estarlo.
Draco acomoda sus libros sobre la mesa con una sonrisa que, para mi sorpresa, parece genuina.
—Al fin te encuentro. Parecía como si hubieras desaparecido.
—Qué alegría verte —respondo, esforzándome por sonreír con naturalidad.
No obstante, algo en mí se siente fuera de lugar.
Un leve desajuste, como una melodía que suena desafinada en el fondo de mi mente. Decido ignorarlo. Este sentimiento me ha acompañado demasiado en los últimos días.
Antes de que Draco se siente, noto que intercambia unas palabras con alguien. Solo entonces me doy cuenta de que no ha llegado solo.
Junto a él, ligeramente detrás, se detiene una chica alta, de cabello oscuro y mirada aguda, como si todo lo que la rodeara estuviera bajo su juicio silencioso.
Me sonríe con una expresión extrañamente familiar. Sim embargo, por más que intento, no logro ubicarla en mi memoria.
—Hoy Pansy se sentará con nosotros —dice Draco con naturalidad—. Me ha dicho que ya os conocéis, ¿no?
¿Pansy Parkinson me conoce?
Parpadeo, sintiendo la confusión instalarse en mi mente como una neblina densa.
—¿Conocernos? —murmuro, intentando recordar.
Pansy se apoya en la mesa con una sonrisa casual.
—Ey, ¿qué tal? Desaparecida en combate desde el Baile de Invierno, ¿eh?
Su comentario me golpea como un hechizo mal dirigido.
¿El Baile de Invierno?
El aire se vuelve denso a mi alrededor. Busco en mi memoria, pero solo me encuentro con vacío.
Otro fragmento perdido.
—Claro... Sí, el baile —respondo con fingida ligereza, ocultando el caos en mi mente.
Antes de que pueda pensar en algo más que decir, la entrada del profesor Snape interrumpe cualquier conversación.
—Señorita Parkinson, señor Malfoy, será mejor que tomen asiento. La clase está por comenzar.
Draco y Pansy ocupan sus lugares a mi lado mientras Snape comienza a escribir en la pizarra con movimientos precisos y meticulosos.
Pero mis pensamientos están muy lejos de la lección.
Me inclino ligeramente hacia Draco, asegurándome de que Snape está de espaldas.
—Draco... hace tiempo que no consigo hablar con Hermione —murmuro, cuidando que mi voz sea apenas un susurro.
Draco me lanza una mirada curiosa.
—¿Pasó algo entre vosotras?
Bajo la vista, jugueteando con mi pluma.
—No que yo sepa... —dudo un segundo antes de añadir—. Desde lo que pasó en el baile... hay cosas que no recuerdo.
En cuanto las palabras salen de mi boca, me arrepiento.
Draco frunce el ceño, su atención clavada en mí.
—¿El baile? ¿Qué te pasó?
No puedo sostenerle la mirada.
¿Cómo explicarle algo que ni siquiera yo entiendo?
Snape prosigue con su explicación, y mi mente regresa a la conversación que tuve con Dumbledore hace una semana. Sus palabras resuenan como un eco persistente: "Debe tener cuidado con quién decide confiar."
¿Puedo confiar en Draco?
Ha sido un amigo constante desde que nos conocimos. A pesar de todo, las dudas emergen como sombras inquebrantables.
Quiero contarle lo que está ocurriendo. No obstante, la advertencia de Dumbledore pesa sobre mí como una barrera infranqueable.
Draco sigue esperando. Y es entonces, cuando decido contarle
Draco sigue esperando. Finalmente, me decido a hablar.
Pero antes de que pueda pronunciar palabra, la voz cortante de Snape irrumpe como un látigo.
—Señores, si vuelven a interrumpir mi clase, les voy a tener que pedir que salgan fuera. Primer y último aviso.
Me enderezo de inmediato.
—Luego te cuento... —le susurro a Draco, sintiéndome aliviada por la interrupción.
Él asiente, aunque su expresión deja claro que no ha terminado con este tema.
Intento centrarme en la lección mientras Snape recorre la sala con su presencia gélida e imponente.
—Como les decía, hoy hablaremos de la magia más poderosa de todas: la magia antigua.
Mi corazón se detiene por un segundo, y siento que todo el aire se escapa de mis pulmones. ¿Por qué este tema? ¿Por qué ahora? Mis dedos tiemblan, y la pluma que sostenía se desliza de mis manos, cayendo al suelo con un sonido que me parece ensordecedor.
Me apresuro a recogerla, el calor subiendo a mi rostro.
Nadie parece notar mi reacción.
Excepto Draco.
Su mirada preocupada sigue fija en mí.
Snape, ajeno a mi agitación, continúa con su lección.
—Abrid vuestros libros en la página 126.
Mis manos se mueven por inercia, pasando las páginas mientras mi mente se sumerge en un torbellino de pensamientos.
Las palabras de Dumbledore vuelven a resonar en mi memoria, junto con su advertencia: "Si vuelves a usarla de forma excesiva, tu cuerpo no podrá soportarlo."
Un golpe en la puerta rompe mi concentración.
Snape suspira con evidente irritación.
—Adelante.
La puerta se abre, y tres figuras familiares entran en el aula.
Harry. Ron. Y Hermione.
Mi corazón da un vuelco. Mis ojos buscan a Hermione casi de manera instintiva.
—Sentimos llegar tarde, profesor Snape —se excusa Harry.
—El director Dumbledore nos había convocado en su despacho —informa Hermione, sujeta sus libros con fuerza, como si quisiera anclarse a ellos.
No puedo apartar la mirada.
Algo en su expresión me desconcierta. Parece tensa, incómoda. Entonces, su mirada recorre el aula y, por un instante casi eterno, nuestros ojos se encuentran.
Es solo un segundo. No obstante, algo dentro de mí se encoge.
Trato de leer sus emociones, buscar algún indicio en su rostro... pero no consigo descifrarlo. Y antes de que pueda sostener su mirada, ella aparta los ojos rápidamente, concentrándose en encontrar un asiento.
La observo en silencio mientras se acomoda con rigidez, como si la silla estuviera hecha de espinas.
Snape rompe el momento con su voz cortante:
—No tengo ninguna información relevante respecto a su reunión con el director. Por lo tanto, debido a su impuntualidad y por interrumpirme, descontaré cinco puntos a Gryffindor. Tomen asiento.
El aula se llena de murmullos.
Y aunque Snape los detiene con una mirada severa, no puedo evitar notar cómo Harry rueda los ojos mientras se sienta junto a sus amigos en el lugar más alejado posible.
Draco se inclina levemente hacia mí.
—¿Por qué Granger parece preocupada?
—No lo sé... Luego intentaré hablar con ella —susurro, aunque la inquietud se filtra en mi voz.
Snape recupera la atención de la clase con su tono glacial.
—El origen de la magia antigua se remonta a épocas olvidadas, a prácticas y conocimientos que han desaparecido con el tiempo. Es un arte ancestral, poderoso y, en muchas ocasiones, inescrutable para los magos modernos.
Un movimiento sutil al otro lado del aula llama mi atención.
Hermione.
La mención de la magia antigua la ha hecho reaccionar. Sus ojos se han abierto con una expresión entre sorpresa y... ¿miedo? Instintivamente, su mirada me busca.
Nuestras miradas se cruzan de nuevo.
Esta vez es diferente. Ya no hay evasión, ni distancia. Hay algo en sus ojos... algo que me hiela la sangre.
Preocupación. Culpa.
Antes de que pueda procesarlo, Hermione aparta la vista bruscamente y se inclina hacia Ron, susurrándole algo con urgencia.
El pánico se retuerce en mi pecho.
¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que sabe Hermione que yo no?
No obstante, no hay tiempo para preguntas. Snape continúa:
—Algunos de ustedes podrían no estar al tanto de la existencia de ciertas habilidades, pero en la historia de la magia, hay individuos que poseen dones especiales que los conectan directamente con ese legado olvidado.
Mientras habla, sus ojos se posan en mí con una fijeza que me hiela la piel.
Un escalofrío me recorre la espalda.
¿Lo sabe? ¿Sabe que puedo usar magia antigua?
Trago en seco y fuerzo mi rostro a mantenerse inexpresivo. No puedo dejar que sospeche nada.
Finalmente, Snape aparta la mirada y sigue con su lección.
—Para mañana quiero un resumen detallado sobre las propiedades y características de la magia antigua. Toda la información relevante está en sus libros. Pueden comenzar ahora.
El aula cobra vida con el sonido de pergaminos desplegándose y plumas raspando el papel. Yo, sin embargo, apenas puedo moverme.
Mis pensamientos están enredados, atrapados entre las palabras de Snape, la inquietante reacción de Hermione y el peso de la advertencia de Dumbledore.
Entonces, Hermione levanta la mano.
Su gesto seguro y decidido silencia la clase por un segundo.
Snape le dedica una mirada irritada.
—¿Qué necesita, señorita Granger? —dice con desdén—. Su impuntualidad ya fue suficiente para mí hoy.
Hermione, ignorando por completo su tono ácido, responde con firmeza:
—Profesor, si me permite... —su voz es firme, sin rastro de duda—. He leído este libro varias veces y no detalla exactamente las características de la magia antigua. ¿Puedo ir a la biblioteca a consultar otras fuentes?
Snape la observa con los ojos entrecerrados, evaluándola.
—Si cree que puede encontrar información más relevante, puede ir.
Hermione ya está de pie cuando, con un movimiento casi imperceptible, hace un gesto a Harry para que la acompañe.
Snape lo nota al instante.
—No, no. Llévese a la señorita Leah.
Mi estómago se revuelve.
—¿P-perdón? —pregunto, casi en un murmullo.
Snape me mira brevemente.
—Es evidente que está un poco perdida. Quizás acompañar a la señorita Granger le ayude a enfocarse.
Hermione me mira por un instante. No sé qué expresión tiene, porque mi mente está demasiado ocupada procesando lo que acaba de pasar.
Voy a hablar con Hermione. Después de tanto tiempo.
Me levanto lentamente, sintiendo las miradas de todos sobre mí. Draco me observa con el ceño fruncido, como si estuviera evaluando la situación.
Recojo mis cosas mientras Hermione ya está en la puerta, esperándome con impaciencia.
Snape no pierde de vista nuestra salida.
—No quiero excusas para no tener sus resúmenes listos mañana, señoritas.
Hermione y yo asentimos casi al unísono y salimos del aula, el sonido de nuestros pasos resonando en el pasillo vacío.
El silencio entre nosotras es espeso, denso como una niebla imposible de disipar.
Mi corazón late con fuerza.
Siento la urgencia de decir algo, cualquier cosa que rompa esta barrera invisible entre nosotras.
No obstante, lo que más me desconcierta es que Hermione camina a mi lado como si yo no estuviera ahí. Su postura es rígida, sus ojos fijos al frente, su expresión... impasible. Como si su mente estuviera en otro lugar, en otra realidad a la que yo no tengo acceso.
Trago saliva.
El camino hacia la biblioteca nunca se me había hecho tan largo.
Cuando finalmente llegamos, mi cuerpo actúa por costumbre. Me dirijo directamente a nuestra mesa habitual, la que solíamos compartir en largas tardes de estudio y conversaciones que se extendían más allá de los pergaminos y los deberes.
Cuando dejo mis cosas sobre la mesa y miro hacia Hermione, me doy cuenta de que ella no me sigue.
Mi estómago se hunde.
En su lugar, camina con determinación hacia una mesa al fondo de la biblioteca, apartada, oculta entre estanterías polvorientas y libros olvidados.
Vacilo un instante, sintiendo cómo la confusión y un dolor sordo se expanden dentro de mí, pero termino siguiéndola.
Me siento frente a ella, dejando mis cosas a un lado con torpeza.
Hermione no levanta la vista.
En su lugar, abre un grueso tomo y empieza a hojear las páginas con una intensidad forzada, como si el libro frente a ella fuera la única cosa que existiera en este momento.
Como si yo no estuviera aquí.
El peso en mi pecho se hace insoportable.
Tomo aire profundamente y me obligo a abrir mi propio libro, intentando ignorar el temblor en mis manos. Pero es inútil. Mi atención no está en las palabras impresas.
Está en ella.
En la forma en que su mirada recorre el texto sin realmente leerlo. En cómo sus dedos se crispan sutilmente sobre las páginas, traicionando la tensión que intenta ocultar.
El silencio entre nosotras se alarga hasta volverse insoportable.
No puedo más.
—Hermione.
Mi voz es apenas un susurro, como si temiera romper algo frágil.
Ella no responde de inmediato. Por un momento, creo que va a ignorarme, pero entonces, lentamente, levanta la mirada.
Y lo que veo en sus ojos me deja helada.
No es enojo.
No es fastidio.
Es agotamiento.
Un cansancio profundo, incrustado en cada facción de su rostro.
—¿Qué? —pregunta, su tono cortante, aunque no del todo hostil.
Titubeo. No sé cómo abordar todo lo que siento, todo lo que quiero preguntarle.
Hay un nudo en mi garganta que no sé cómo deshacer.
Intento sonreír, intento hacer que esto se sienta normal, aunque sea un poco.
—¿Tanto te gustan los libros que desconectas totalmente del mundo exterior?
Un chiste. Pequeño, inofensivo.
Su expresión no cambia.
Hermione me sostiene la mirada por un segundo que se siente eterno y luego responde con la misma frialdad de antes:
—Sí.
Corta. Seca. Definitiva.
Y sin darme oportunidad de replicar, vuelve a bajar la vista al libro, cerrando cualquier posibilidad de conversación.
Mi sonrisa se desvanece al instante.
El vacío en mi pecho se ensancha.
Esta no es la Hermione que conozco.
—Hermione... —mi voz ahora es más baja, más seria, casi suplicante—. ¿Te pasa algo?
Ella no responde.
—Hace días que te noto muy distante... estoy preocupada, Granger.
Eso al menos la hace reaccionar.
Sus dedos se tensan sobre las páginas. Sus labios se presionan en una fina línea. Y por primera vez en lo que parece una eternidad, me mira directamente.
Lo que veo en sus ojos no es alivio, ni gratitud, ni siquiera enojo.
Es algo más profundo.
Algo que no entiendo.
Y eso me aterra.
—Leah, te agradecería que no me interrumpas mientras leo. Puede que a ti no te importen los estudios, pero a mí sí.
El golpe de sus palabras es como un puñetazo directo al estómago.
Me quedo inmóvil, boquiabierta, intentando procesar lo que acaba de decir.
Hermione nunca había hablado así, y mucho menos conmigo.
—¿Qué estás diciendo? —murmuro, mi voz temblorosa—. No entiendo nada, Hermione. ¿Qué ha pasado? Sé que hay algo que no me estás contando... no entiendo por qué estás así...
Hermione cierra el libro de golpe, el sonido seco resuena como un portazo en mi pecho.
Cuando levanta la mirada, su expresión es fría, distante. Pero hay algo más bajo la superficie, algo oscuro, como si estuviera conteniéndose a la fuerza.
Y luego, con una voz baja, me suelta las palabras que terminan de destrozarme:
—No hay nada que debamos hablar. —dice, su tono glacial— Lo que sea que creas que hay entre nosotras, es un error. No existe. No debí involucrarme tanto con una... una Slytherin.
El tiempo se congela.
El aire se escapa de mis pulmones y, por un momento, mi mente se queda en blanco.
No.
No puede haber dicho eso.
Hermione, la Hermione que siempre defendió que la casa no definía a la persona, la Hermione que peleaba por la igualdad, la que jamás juzgaba sin razón, acaba de decir esas palabras.
Algo dentro de mí se rompe en mil pedazos.
—¿Qué? —susurro, mi voz apenas un hilo, temblorosa, incrédula.
Pero Hermione no dice nada más. Solo me sostiene la mirada con una frialdad que no reconozco, como si le diera lo mismo, como si... como si yo no importara.
La garganta se me cierra.
Las lágrimas arden en mis ojos, pero me niego a dejarlas caer frente a ella.
—No sé por qué estás diciendo esto. —continuo, mi voz temblorosa— Pero no pienso dejar que me sigas hablando así ni que me hagas más daño.
Me levanto de golpe, recogiendo mis cosas con manos temblorosas.
No puedo estar aquí ni un segundo más.
No con mi corazón hecho pedazos. No con su mirada clavada en mí como un cuchillo.
Salgo de la biblioteca antes de que pueda ver cuánto me ha herido.
El aire frío del pasillo golpea mi rostro, pero no es suficiente para detener las lágrimas que finalmente escapan de mis ojos.
Camino sin rumbo, con los pasos pesados y el pecho oprimido. La rabia y la tristeza se entrelazan en mi interior como un torbellino.
"No debí involucrarme tanto con una Slytherin."
La frase resuena en mi cabeza una y otra vez.
¿Por qué?
¿Por qué me dijo eso?
Esa no era Hermione. No podía serlo.
Algo está mal.
Algo está muy mal.
Mis pensamientos se ven interrumpidos cuando escucho voces en la distancia.
Me detengo en seco.
Parpadeo para despejar las lágrimas y afino el oído, tratando de reconocerlas.
Son familiares.
Por instinto, me acerco con cautela, pegándome a la fría pared de piedra, oculta en las sombras.
No sé por qué lo hago, pero algo en el tono de sus voces me dice que escuche.
Y entonces, las palabras llegan como un puñetazo directo al pecho.
—¿Qué pasó con Leah en el baile? —pregunta una voz, tensa, casi acusadora—. Dime que ella no era el objetivo...
El mundo se detiene.
El frío de los pasillos ya no es lo que me estremece.
Es el miedo.
Y la certeza de que algo mucho más grande está pasando... y yo estoy en el centro de todo.
╔══❀・°・❀══╗
Esa voz...
Pd: Brrrr, qué fría es Hermione, hasta mi corazón está roto...
Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3
Gracias por leer.
╚══❀・°・❀══╝
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