(11) Miedo
Voldemort levantaba su varita lentamente, sus ojos rojos centelleando mientras murmuraba palabras apenas audibles. La pequeña Leah, aún en sus brazos, lloraba con desesperación.
El aire se volvió frío, denso, como si la magia misma se contuviera ante lo que estaba por ocurrir.
De repente, un rayo escarlata cruzó la habitación.
—"¡Expelliarmus!" —una voz aguda resonó, despojando a Voldemort de su varita.
El Señor Oscuro quedó momentáneamente perplejo, girándose bruscamente hacia su derecha. Allí, de pie sobre el suelo polvoriento, un pequeño elfo doméstico lo observaba con desafío.
—¿P-pero qué...? —murmuró Voldemort, su voz cargada de incredulidad.
Dobby, con una sonrisa desafiante y el ceño fruncido, levantó una mano en señal de advertencia.
—Dobby debe poner a su ama Leah a salvo. —declaró con firmeza.
Antes de que Voldemort pudiera reaccionar, el elfo chasqueó sus dedos.
En un destello brillante, la bebé desapareció de los brazos del Señor Oscuro y apareció acurrucada en los del pequeño elfo.
—¡No voy a dejar que le haga más daño! —dijo Dobby, apretando a la pequeña Leah contra su pecho con cuidado protector.
Voldemort, ahora completamente fuera de sí, alzó su voz en una mezcla de furia y confusión.
—¿Cómo...? ¡Devuélveme lo que es mío! —rugió.
El pequeño elfo, sin inmutarse, lo miró con resolución.
—Dobby siente decirle que nunca más volverá a verla —respondió con una firmeza inusual para un elfo doméstico.
Con un movimiento fluido, Dobby levantó su pequeña mano, extendiendo sus dedos hacia Voldemort. Murmuró un hechizo antiguo, y una luz blanca lo envolvió.
En un abrir y cerrar de ojos, el elfo desapareció en un destello cegador, dejando tras de sí una ráfaga de energía que hizo temblar la mansión.
—¡NOOOOO! —gritó Voldemort.
Su rugido rebotó por las paredes vacías mientras su furia desgarraba el silencio.
Muy lejos de allí, en un lugar tranquilo y apartado de todo rastro de magia, Dobby apareció con la pequeña Leah aún en sus brazos.
La arropó cuidadosamente con la manta que la envolvía, su mirada cargada de tristeza.
—Dobby siente mucha pena por la señorita Leah —susurró mientras la mecía suavemente—, pero debe dejarla en un sitio seguro, alejado de toda magia.
Con sumo cuidado, colocó a la pequeña en un cesto que había hecho aparecer cerca de allí.
Usando su dedo índice, iluminado con un destello verde, tocó la frente de la bebé suavemente.
—Dobby hará que olvide todo lo ocurrido —murmuró con voz temblorosa—. Su mente no recordará nada de hoy. Debe empezar de cero, lejos de todo peligro.
Leah abrió sus ojos por un momento, mirándolo con una inocencia pura que hizo que el corazón del pequeño elfo se encogiera. Mientras ella se acomodaba en el cesto, Dobby acarició su mejilla con ternura.
—Dobby también ha bloqueado su magia... —continuó en voz baja— No sabe exactamente qué le ha hecho ese malvado señor, pero solo cuando esté lista para dominarla, se le mostrará de nuevo.
Una lágrima escapó del rostro del elfo mientras se inclinaba sobre la bebé por última vez.
—Siento profundamente alejarme de usted, señorita Leah, pero Dobby debe hacerlo por su seguridad. Como castigo, Dobby buscará nuevos amos. Pero siempre será fiel a su familia. Siempre.
Con un último vistazo, Dobby susurró:
—Adiós, señorita Leah. Hasta que el destino nos vuelva a entrelazar. Dobby le desea lo mejor.
Con un movimiento rápido y lleno de pesar, desapareció en un destello de luz, dejando a Leah arropada y segura, dormida en su cesto, lista para comenzar una vida que nunca había pedido.
❀・°・❀
Las lágrimas caen sin control por mi rostro.
No puedo detenerlas.
Es como si algo dentro de mí se hubiera roto, como si todas las emociones que he enterrado durante años se hubieran derramado de golpe.
El dolor es insoportable, como un peso enorme aplastando mi pecho.
Intento calmarme, pero cada vez que cierro los ojos, los recuerdos vuelven con más fuerza. Voldemort, el miedo en el rostro de mis padres, la calidez desesperada de ese pequeño elfo sosteniéndome... todo está ahí, sin pausa, como un torbellino imposible de ignorar.
Siento una mano cálida en mi antebrazo.
—Leah, ¿estás bien? —pregunta Dumbledore, su voz grave y llena de preocupación.
No puedo responder.
Las palabras no salen, ahogadas por el nudo en mi garganta. Trato de secar mis lágrimas con las manos, pero no sirve de nada; más siguen cayendo.
Apenas puedo susurrar:
—Todo... —mi voz tiembla mientras—... Lo he recordado todo.
Dumbledore asiente con suavidad.
Su rostro no refleja sorpresa, pero hay algo en su mirada que me hace pensar que entiende exactamente cómo me siento. Retira su mano con delicadeza.
—Supongo que necesitará tiempo para procesar toda esta nueva información —dice, su tono tranquilo pero firme—. No se apresure, Leah. Relájese. Cuando se sienta lista, venga a verme. Estaré aquí para ayudarla.
Se levanta de su silla con calma. Sus movimientos parecen demasiado ligeros para el peso que siento en mi pecho.
Lo observo mientras camina hacia la puerta, mi mente demasiado aturdida para reaccionar.
Se detiene un momento antes de salir, mirándome con esa mezcla de compasión y tristeza que solo logra intensificar el vacío dentro de mí.
—Descansa, Leah.
Y con un leve clic, cierra la puerta detrás de él.
El silencio llena el despacho.
No sé qué siento. O tal vez lo sé, pero es demasiado.
Es como si todas las emociones se hubieran mezclado en un caos tan grande que ahora no puedo distinguir nada.
El vacío en mi pecho se siente interminable.
Dolor, rabia, tristeza, confusión... están ahí, pero no puedo procesarlas. Todo gira y se enreda, sin darme tiempo para comprender nada.
Mis manos tiemblan sobre mi regazo mientras intento respirar profundamente.
Incluso el aire parece pesado.
Los recuerdos siguen viniendo, flashes de un pasado que nunca pedí recuperar.
Cierro los ojos, pero las imágenes no desaparecen. Todo está ahí, golpeándome una y otra vez. Intento ordenar mis pensamientos, pero es imposible.
El dolor y el vacío coexisten, aplastándome, llenándome hasta que no queda espacio para nada más.
No puedo llorar más.
No puedo moverme.
Solo puedo quedarme aquí, perdida en mis propios recuerdos, tratando de encontrar algún sentido a todo esto.
No hay respuestas, solo un abismo sin fondo.
Cierro los ojos, intentando desconectarme de todo, pero no funciona. Las imágenes siguen ahí, arremetiendo como una marea imparable.
El sacrificio, Voldemort, Dobby... todo se mezcla en un dolor constante que me ahoga.
El vacío no se llena, solo crece.
Es como si mi cuerpo ya no respondiera, atrapada en esta espiral de dolor y recuerdos.
Entre todo ese caos, una voz.
Su voz.
—Déjeme verla, por favor.
—Señorita, ¿qué hace usted aquí a estas horas?
Las palabras flotan a través del abismo, pero no las registro completamente hasta que la puerta se abre con un leve chirrido.
—Leah...
Me giro lentamente, y ahí está.
—¿Granger? ¿Qué estás...?
No puedo terminar la frase porque, de repente, aquí está, abrazándome.
El calor de sus brazos me envuelve, y no puedo evitar hundirme en él por un momento. Solo un momento.
—No puedo verte así —susurra Hermione, con una voz rota.
Eso me golpea más fuerte que cualquier recuerdo.
Algo dentro de mí cede por un instante, pero enseguida vuelve ese dolor. Me separo de su abrazo, sintiendo el temblor volver a apoderarse de mi cuerpo.
Hermione me mira con una mezcla de tristeza y preocupación.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta mientras levanta una mano, dudando, antes de posar sus dedos en mi hombro.
Me aparto.
—Hermione, no me toques...
Su expresión se hunde, pero no insiste. Me doy la vuelta, incapaz de mirarla directamente.
—Me siento como si mi mundo se estuviera desmoronando —digo al fin, con la voz quebrada—. Soy un monstruo, Mione. Necesito que te alejes de mí.
De pronto, está frente a mí, su mano suave posándose en mi mejilla. No entiendo cómo puede mirar a alguien como yo con tanta ternura.
—Eso no es verdad —dice con firmeza—. Solo cuéntame qué ha pasado. Estoy aquí para escucharte.
Por un segundo, un breve segundo, quiero hacerlo. Quiero dejarme llevar, permitir que su voz me saque de este abismo.
No obstante, los recuerdos regresan, punzantes, y me aparto otra vez.
—Solo necesito estar sola ahora mismo —digo, casi rogándole—. No quiero hacerte daño.
Hermione me observa, su mano todavía suspendida en el aire como si no quisiera dejarme ir.
—P-pero creo que deberías desahogarte, y yo...
—Vete, Granger —la interrumpo, más bruscamente de lo que pretendía.
Mi voz se termina de quebrar cuando digo:
—Quiero estar sola.
Me dejo caer en la silla, dándole la espalda. Escucho sus pasos, lentos, dirigirse hacia la puerta.
—Vale... —dice, con un hilo de voz.
Su mano se detiene en el marco, y habla una vez más, apenas un susurro.
—Yo solo quería ayudarte, ¿sabes? No soporto ver cómo las personas que me importan lo pasan mal... siento haberte molestado.
Me giro en ese instante, pero es demasiado tarde.
La puerta ya se está cerrando.
Solo alcanzo a ver cómo una lágrima solitaria resbala por su mejilla antes de desaparecer por completo.
El silencio regresa, pero esta vez se siente más frío, más vacío que antes.
Miro fijamente la puerta después de que Hermione haya desaparecido tras ella. Mi mente está aturdida, pero las palabras salen de mis labios antes de que pueda detenerlas:
—Tal vez así es mejor... De esta manera no le haré daño.
El silencio se extiende en la habitación, pesado, opresivo. Respiro hondo, tratando de calmar el temblor en mis manos, cuando la puerta se abre de nuevo.
Mi corazón da un salto, una esperanza efímera de que tal vez sea Hermione regresando. Pero no es ella.
Es el director Dumbledore.
Parece más inquieto que antes.
—Señorita Leah, creo que ya debería contarme lo que ha recordado.
Su voz es suave, pero hay una seriedad en su tono que me dice que esto no puede esperar. Suspiro y asiento, sentándome nuevamente.
Empiezo a hablar, mis palabras fluyen torpemente al principio, pero pronto todo comienza a salir: las imágenes, los rostros, el horror, las decisiones que llevaron a esa noche terrible.
Dumbledore me escucha en silencio, asintiendo de vez en cuando. Pero cuando menciono la magia antigua, veo algo en su expresión que no había visto antes: preocupación.
—¿Magia antigua? —susurra, como si probar esas palabras le diera un peso mayor.
Asiento, con el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.
—Sí. Mis padres... mi familia... tenían una conexión con ella. Es por eso que Voldemort...
Las palabras se me atragantan, pero las fuerzo a salir:
—Quería usarme... Siempre he sido su objetivo.
Dumbledore entrelaza sus dedos, mirándome con una calma que contrasta con la intensidad de la conversación.
—Entonces, es peor de lo que me imaginaba.
El temblor en mis manos regresa, y aprieto los puños con fuerza para intentar detenerlo.
—Tengo miedo —admito con dificultad—. Miedo de no controlar ese poder que tengo en mi interior y... hacer daño a la gente que quiero.
Dumbledore se levanta de su silla, caminando hacia la ventana.
Durante unos segundos, se queda allí, mirando hacia la oscuridad del exterior, como si buscara algo en la vasta noche.
—El miedo puede ser nuestro peor enemigo, Leah —dice finalmente, con un tono reflexivo—. Pero solo si dejamos que influya en nuestras decisiones.
Se da la vuelta para mirarme con una expresión de gravedad.
—Una vez conocí a alguien que se dejó dominar por el miedo. Un muchacho joven como tú.
Su mirada se endurece un poco, pero hay una tristeza en su voz.
—¿Y qué pasó? —pregunto, mi curiosidad despertando a pesar de mi agitación.
—Era un chico que temía a sus raíces y a la muerte.
Dumbledore se cruza las manos detrás de la espalda y añade:
—Ese miedo lo consumió. Lo llevó a buscar formas de controlar lo que no entendía. Se convirtió en un ser oscuro y despiadado, obsesionado con la inmortalidad y el poder.
Las piezas encajan demasiado rápido en mi mente.
—¿Voldemort? —pregunto, con la voz cargada de incredulidad— ¿Fue él quien estuvo ese día en mi casa?
Él asiente, y hay un peso en sus ojos azules cuando afirma:
—Lamento decirte que sí, Leah. Fue él quien le quitó la vida a tus padres aquella fatídica noche.
La rabia brota de mí antes de que pueda detenerla. Me pongo de pie, alzando la voz.
—¡Mis padres eran sus seguidores! No quiero tener nada que ver con ellos.
El director no se inmuta.
Su paciencia parece inquebrantable mientras espero que me contradiga o me dé alguna reprimenda.
Sin embargo, no lo hace.
—A pesar de sus errores y elecciones equivocadas, Leah, esa noche dieron la vida por ti —dice con suavidad—. No estás obligada a sentirte conectada con ellos si no lo deseas, pero quizás puedas encontrar cierta paz en saber que, al final, protegieron tu vida con la suya.
Me quedo en silencio, sus palabras resonando en mi interior. Un torbellino de emociones me consume, pero no puedo discernir cuál domina.
Por primera vez desde que empezó todo, no sé qué decir.
Antes de que pueda responder, el director alza una mano, interrumpiendo mi caos interno.
—Leah —dice con esa calma característica suya—, va siendo hora de que te presente oficialmente a alguien.
Antes de que pueda preguntar a quién se refiere, unos pasos apresurados resuenan en el pasillo y la puerta de la oficina se abre de golpe.
Ahí está él.
El mismísimo Harry Potter, con el cabello aún más desordenado de lo habitual y el uniforme mal ajustado, claramente sacado de la cama.
Su respiración es irregular, y parece que ha venido corriendo.
—¿Ha solicitado verme, director? —pregunta con urgencia.
Al verme junto al director, queda petrificado.
Sus ojos se encuentran con los míos, y durante unos segundos, ambos estamos igual de sorprendidos.
—¿Q-qué hace ella aquí? —frunce ligeramente el ceño.
Con cautela entra en el despacho y se cruza de brazos.
El ambiente se vuelve denso al instante. Mi incomodidad crece bajo su mirada intensa.
"¿Por qué siempre tengo la sensación de que le caigo mal?", pienso, sintiéndome inquieta.
Dumbledore, como si no percibiera la tensión en la habitación, interrumpe nuestro incómodo intercambio de miradas.
—Quiero que ayudes a Leah a conjurar su Patronus.
La palabra me deja confundida.
—Patronus... ¿Qué es eso? —pregunto, sintiéndome completamente fuera de lugar.
Harry no responde.
En lugar de eso, dirige su atención al director con evidente descontento.
—¿Su Patronus, señor? Apenas ha empezado este año. No creo que sea capaz de...
El director lo interrumpe con una ligera inclinación de la cabeza.
—Creo que, al ser una manifestación de conexión emocional, el Patronus actuará como un medio para ayudarla a controlar y dirigir su propia energía.
Harry frunce el ceño, aún más confundido.
—¿A qué energía se refiere exactamente?
Dumbledore suspira y me mira por un instante antes de responder.
—Leah es una de las pocas personas capaces de usar magia antigua.
El aire parece detenerse en la habitación. Harry da un paso atrás, visiblemente sobresaltado.
—¿¡Magia antigua!?
Dumbledore asiente con gravedad.
—Así es. El poder que alberga en su interior es inmenso. No obstante, antes de que podamos siquiera pensar en cómo guiarlo, necesita aprender a controlar sus emociones. Por eso, cuanto antes actuemos, mejor.
Harry observa a Dumbledore, luego a mí, y de nuevo al director. Su mirada parece debatirse entre la sorpresa, el escepticismo y una pizca de resignación.
Finalmente, tras lo que parece una eternidad, suspira.
—Está bien, la ayudaré. Sin embargo, lo hago porque usted me lo ha pedido, director... —dice mientras se dirige a la puerta, lanzándome una última mirada—... Todavía no me fío de ella.
Dicho eso, se marcha sin mirar atrás, dejando la habitación en silencio.
El nudo en mi garganta se aprieta aún más, pero no digo nada.
"No me fío de ella."
Sus palabras resuenan en mi mente, y una parte de mí piensa que quizás tiene razón.
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Hermione no se merecía ser tratada así... Solamente se preocupaba por Leah...
Pd: Dobby te queremos (^.^)
Espero que os haya gustado, no olvidéis dejar un voto en cada capítulo o comentar, me ayuda mucho <3
Gracias por leer.
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