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Capítulo 64

A estaba en su cueva, sí, vive en una cueva.

Una cueva en un claro lejano del bosque, un lugar apartado de todo ruido y perturbación, donde solía refugiarse cuando quería escapar del caos del mundo exterior. Los altos árboles que rodeaban el claro parecían custodiar la entrada, sus ramas entrelazadas formaban un dosel que apenas permitía el paso de la luz del sol, dejando todo sumido en una penumbra tranquilizadora. La humedad del lugar impregnaba el aire con un ligero aroma a musgo y tierra fresca. Aquella cueva había sido su santuario durante mucho tiempo, un espacio que él había transformado con el paso de los años en un refugio cómodo y personal, decorado con pequeños objetos que había encontrado en sus viajes. Pequeñas piedras brillantes, plumas de aves exóticas y hasta un par de dibujos que había hecho para pasar el rato adornaban los rincones.

Era un lugar donde pasaba sus ratos libres, cosa que no había hecho en mucho tiempo desde que se había convertido en el familiar de Doll. Su vida había cambiado de manera drástica tras aceptar ese vínculo, y aunque nunca se había arrepentido, había sacrificado muchas cosas. Su tiempo en la cueva había sido una de ellas. Ahora, entre las tareas y responsabilidades que implicaba su nuevo rol, apenas tenía oportunidad de regresar a aquel espacio que solía considerarse suyo y de nadie más.

Pero ahora, tras su reciente discusión, finalmente había vuelto a esa cueva. Había salido del lugar donde habitualmente permanecía con Doll, alejándose con pasos lentos y pesados, hasta llegar al claro. Sin embargo, al entrar, la cueva le pareció distinta. El eco de sus propios pasos sobre el suelo pedregoso resonó con una intensidad que le hizo estremecer. Por primera vez en mucho tiempo, sintió que ese lugar no lo recibía con los brazos abiertos como antes. Se sentía sola, vacía. No era el vacío y la soledad al que estaba acostumbrado, aquel que siempre había buscado para descansar, pensar y relajar su mente. Era algo completamente diferente, algo que le resultaba ajeno y desconcertante.

La paz que había conocido tan bien en ese refugio ahora parecía transformada. Se había convertido en una presencia inquietante, como si esa misma calma le estuviera gritando algo que no lograba entender. Se sentó en el suelo frío de la cueva, junto a una de las paredes que solía usar como apoyo para pensar. Cerró los ojos intentando encontrar aquella serenidad que había perdido, pero en lugar de eso, la sensación de inquietud creció. Era como si el silencio del lugar, que antaño había sido reconfortante, ahora le susurrara secretos oscuros. Inspiró profundamente, dejando que el aire húmedo y fresco llenara sus pulmones, pero ni siquiera eso logró calmarlo.

Había algo en el ambiente, algo que no podía nombrar. Una sensación de que el tiempo mismo dentro de la cueva había cambiado, como si los muros que lo habían protegido durante tanto tiempo ahora quisieran rechazarlo. Esa sensación se clavaba en su pecho, haciéndole sentir una especie de angustia sorda. ¿Era por la discusión? ¿O era porque, en el fondo, ya no se sentía parte de ese lugar que había sido tan suyo? La pregunta quedó suspendida en el aire, mientras las sombras de la cueva parecían moverse de manera casi imperceptible a su alrededor.

Y por más que intentaba alejar ese sentimiento, su mente comenzó a divagar y a perderse en este mismo.

¿Se equivocó al dejar sola a Doll? ¿Lo estaría buscando? Pero Doll no podía entrar al bosque, al menos no sola... no debía hacerlo...

Intentó apartar esos pensamientos, pero una vez que estuvieron en su mente ya no podía alejarlos, era como si su cerebro se convirtiera en una amalgama de caos y preocupación.

Las dudas y temores comenzaron a crecer en su interior como una maleza descontrolada, ahogando cualquier intento de serenidad. Cada pregunta sin respuesta que aparecía en su mente se entrelazaba con la siguiente, formando un torbellino de emociones. Sabía que preocuparse no cambiaría nada, pero no podía evitarlo. Los vínculos que había creado con Doll eran profundos, y el pensamiento de haberla dejado sola era como una punzada constante que se negaba a desaparecer.

Así que incluso en un vano intento de calmarse jaló su cabello arrancando unos cuantos pelos azabache en el proceso. Sus dedos se aferraron con fuerza a los mechones, como si ese acto pudiera brindarle un momento de alivio o claridad. Sintiendo el tirón, el escaso dolor se extendió por su cuero cabelludo, distrayéndolo por un instante de los pensamientos que lo acosaban. Pero su intento fue en vano, ya que apenas el escaso dolor desapareció, los pensamientos volvieron a instalarse como antes.

El aire en la cueva pareció volverse más pesado, oprimiendo su pecho. Intentó respirar profundamente, pero la sensación de ansiedad no cedía. Las sombras que lo rodeaban parecían adquirir formas inquietantes, como si reflejaran sus miedos y dudas. Observó la oscuridad con los ojos entrecerrados, buscando algún indicio de consuelo en el silencio que lo envolvía, pero todo parecía conspirar para mantenerlo atrapado en su propio tormento.

Su mente viajó de nuevo a la última vez que había visto a Doll. Recordó su rostro, la forma en que había hablado antes de que la discusión escalara. Había algo en su expresión, una mezcla de tristeza y determinación que ahora le resultaba imposible de ignorar. Esa imagen se había quedado grabada en su mente, intensificando su culpa. Intentó consolarse pensando que había tomado la decisión correcta al buscar este espacio para calmarse, pero esa justificación sonaba vacía en su interior.

De nuevo jaló su cabello, esta vez con menos fuerza, dejando que algunos mechones cayeran al suelo de la cueva. Miró las hebras oscuras dispersas entre las rocas, y por un momento sintió que simbolizaban el caos dentro de él. Se llevó las manos a la cabeza, cubriendo sus ojos, intentando bloquear la marea de pensamientos. Pero no había manera de detenerlos; cada nueva preocupación se multiplicaba, transformando la soledad de la cueva en una especie de prisión mental.

El eco de su propia respiración resonó en el espacio cerrado, acompañándolo en su angustia. Sabía que tenía que salir de ese estado, pero no encontraba la fuerza para hacerlo. En lo profundo de su ser, una parte de él deseaba que Doll estuviera bien, que no estuviera buscando adentrarse en el bosque en su ausencia. Pero otra parte, la más oscura, temía lo contrario. Y esa dualidad lo mantenía atrapado en un ciclo interminable de culpa y preocupación.

Con su mente aún hecha un caos, salió de la cueva, sin un rumbo claro pero con una urgencia apremiante. Su respiración era entrecortada, y sus pasos resonaban en el suelo húmedo del bosque. De pronto, comenzó a correr, impulsado por una mezcla de desesperación y determinación. Corría hasta que los árboles eran menos densos, permitiéndole desplegar sus alas. Con un fuerte batir, alzó el vuelo, dejando atrás el denso follaje y buscando desde el aire algún rastro de Doll.

Voló sobre los árboles, sus ojos rastreando cada rincón del bosque. Había algo dentro de él, una intuición visceral que le decía que ella estaba cerca, que el bosque guardaba su paradero. No se detendría, eso estaba claro, pero mientras volaba, su mente no dejaba de divagar. Pensamientos fragmentados lo asaltaban, recuerdos de su vida pasada, de un tiempo antes de convertirse en lo que era ahora.

Había nacido a comienzos del siglo XX, en una ciudad vibrante y llena de contrastes. Los años 20 habían sido una época de cambios rápidos y revoluciones culturales. A se había criado en una familia humilde, luchando por abrirse camino en un mundo que parecía reservado para unos pocos afortunados. Recordaba el bullicio de las calles adoquinadas, el sonido de los gramófonos tocando jazz en los bares clandestinos, y la moda exuberante de la época, con sus chaquetas elegantes y sombreros de ala ancha.

Había trabajado desde joven en una fábrica, rodeado de maquinaria ruidosa y el olor del metal caliente. Sus días eran largos y agotadores, pero siempre había tenido una chispa de curiosidad que lo mantenía en pie. Soñaba con escapar de esa monotonía, con encontrar algo más allá de la rutina que lo aprisionaba. Pero la vida tenía otros planes. Una noche, al regresar del trabajo, había intervenido para proteger a un amigo de una pandilla que intentaba robarle. Ese acto de valentía le había costado la vida.

Al morir, se había encontrado en un limbo extraño. No había sido lo suficientemente bueno para el descanso eterno, ni tan malo para la perdición de su alma. Tampoco creía en la redención, así que el purgatorio no era una opción para él. En cambio, le habían ofrecido un destino intermedio: convertirse en un ángel negro, un guardián de la balanza entre el bien y el mal. Había aceptado sin entender del todo las implicaciones, y desde entonces, su existencia había sido una mezcla de deber y aislamiento.

Mientras volaba, los recuerdos se mezclaban con sus emociones actuales. Pensaba en la soledad de los primeros años como ángel negro, aprendiendo a controlar sus nuevas habilidades, adaptándose a un cuerpo que ya no era humano. Recordaba cómo había vagado por el mundo, observando a los vivos sin poder participar realmente en sus vidas. Había sido testigo de alegrías y tragedias, de guerras y avances, pero siempre desde la distancia, como un espectador en una obra que nunca podría tocar.

Luego había llegado Doll. Su llegada había cambiado todo. Ella le había dado un propósito más allá de su deber como guardián. Había encontrado en ella algo que nunca había esperado: conexión. Pero esa conexión también traía consigo complicaciones. La responsabilidad de protegerla era una carga que llevaba con gusto, pero también le recordaba constantemente lo que había perdido al convertirse en lo que era.

Aún mientras buscaba a Doll, esas reflexiones lo atormentaban. ¿Había tomado la decisión correcta al alejarse tras la discusión? ¿La había puesto en peligro al dejarla sola? El batir de sus alas era constante, impulsándolo hacia adelante, pero su mente seguía atrapada en ese torbellino de dudas. Miró hacia el horizonte, donde el cielo comenzaba a teñirse de tonos anaranjados por el atardecer. Sabía que no podía detenerse, que tenía que encontrarla antes de que la noche cayera por completo.

El bosque comenzó a aclararse mientras volaba, y una sensación de urgencia renovada lo invadió. Aunque no sabía exactamente dónde estaba Doll, algo dentro de él le decía que no estaba lejos. Su vínculo como guardián le permitía sentir su presencia, una conexión etérea que ahora parecía vibrar con intensidad. Apretó los dientes y aceleró el ritmo, dejando que esa intuición lo guiara.

Mientras tanto, sus pensamientos regresaron a los momentos compartidos con ella. Recordó su risa, su mirada intensa y la forma en que lograba desafiarlo con palabras que siempre daban en el blanco. Doll era un misterio y un desafío, y eso era precisamente lo que la hacía tan importante para él. Pero también recordó la discusión, las palabras dichas en un momento de frustración, y el arrepentimiento que había sentido casi de inmediato.

Finalmente, vio un claro entre los árboles. Descendió con cuidado, sus alas plegándose a medida que tocaba el suelo. Escuchó atentamente, sus sentidos alerta. Había algo en el aire, una energía que no podía identificar del todo. Caminó hacia adelante, llamando a Doll en voz baja, esperando que ella respondiera. Pero el silencio del bosque era inquietante, y una vez más, la culpa y la preocupación comenzaron a llenarlo.

Había enfrentado muchas cosas en su vida y en su existencia como ángel negro, pero nada lo había preparado para el miedo de perder a alguien que le importaba tanto como Doll. Era una sensación que lo hacía sentir vulnerable, algo que había evitado durante años. Pero ahora, mientras buscaba desesperadamente, se daba cuenta de que esa vulnerabilidad también era lo que lo mantenía conectado a su humanidad, a la parte de él que aún anhelaba algo más que ser un simple guardián.

Siguó caminando, identificando el lugar cómo uno que prefería no haber visto: el claro del lago negro. Ese sitio siempre había tenido una energía pesada, como si el propio bosque susurrara advertencias en su dirección. Pero si Doll estaba allí...

La preocupación que lo había acompañado desde que salió de la cueva ahora se transformaba en un nudo palpable en su pecho. Su respiración se aceleró y sus pasos se hicieron más rápidos. De pronto, comenzó a correr, dejando atrás cualquier pensamiento racional. Sentía la urgencia de llegar antes de que fuera demasiado tarde, antes de que algo irreversible ocurriera.

Entró al claro y lo vio. La escena lo paralizó por un instante. Doll y J estaban allí, pero a la vez no eran completamente ellos. La forma de Doll había cambiado, su figura ahora tenía un aire monstruoso, con garras y una postura que exudaba ferocidad. Su aura, oscura e imponente, llenaba el claro con una sensación sofocante. J... era enorme, y más aterradora, aunque tampoco entendía en que momento se había convertido en un murciélago. Y luego, en el centro, la figura que dominaba todo el escenario... Alvirian...

—Génesis...—murmuró suavemente, el nombre escapó de sus labios como un suspiro, cargado de incredulidad y temor.

El solo pronunciar ese nombre hizo que un escalofrío recorriera su cuerpo. Génesis, la entidad que representaba el caos y la destrucción, estaba allí, enfrentándolos. Por un momento, el tiempo pareció detenerse. A sintió que el peso de sus propios miedos y recuerdos lo anclaba al suelo, pero el sonido de un gruñido profundo lo sacó de su trance. En un nuevo impulso, reaccionó con rapidez. Saltó por sobre Doll justo cuando una figura cargaba hacia ella con garras listas para atacar.

Extendiendo sus alas con fuerza, bloqueó el ataque de N, quien había emergido de las sombras con una agresividad brutal. El impacto resonó en el aire, un choque de fuerzas que hizo temblar las hojas de los árboles cercanos. A gruñó bajo el esfuerzo, sus alas amortiguaron el golpe, pero el dolor se disparó por sus brazos. Las garras de N habían dejado marcas profundas en sus plumas negras, recordándole la magnitud del peligro.

Las miradas de A y Doll se cruzaron por un momento. En los ojos de Doll había algo más que ferocidad. Había una chispa de humanidad, de dolor contenido y emociones que luchaban por salir. Ese breve instante fue suficiente para que A entendiera lo que tenía que hacer. Aunque este fuera el camino que Doll había elegido, aunque su forma ahora reflejara algo salvaje y bestial, él había tomado una decisión. La protegería, sin importar las consecuencias.

El claro del lago negro se convirtió en un campo de tensión. A podía sentir la presencia de Génesis como una sombra que lo rodeaba, como un eco constante en su mente. Pero no podía distraerse. Todo su enfoque estaba en mantener a Doll a salvo. Sabía que su decisión lo pondría en conflicto con N y posiblemente con J, pero eso no importaba ahora. Lo único que importaba era ella.

Doll dejó escapar un rugido gutural, una muestra de su fuerza y su estado emocional. A podía ver cómo luchaba contra sí misma, contra la bestia en su interior que ahora parecía dominarla. Sentía su dolor como si fuera propio, una conexión inexplicable que lo impulsaba a mantenerse firme. Al mismo tiempo, N retrocedió ligeramente, evaluando la situación. Su postura era amenazante, pero también cautelosa, como si estuviera esperando el momento adecuado para atacar de nuevo.

—Doll...—murmuró A, intentando llegar a ella. Su voz era baja pero cargada de emoción. Sabía que las palabras no serían suficientes, pero tenía que intentarlo. —Estoy aquí. No voy a dejar que nada te pase.

Los recuerdos de momentos compartidos con Doll inundaron su mente. Recordó su risa, su determinación, la forma en que había desafiado sus propias expectativas una y otra vez. Sabía que había algo especial en ella, algo que valía la pena proteger, incluso si eso significaba enfrentarse a enemigos que parecían invencibles.

Con un grito que resonó en el claro, A cargó hacia adelante, lanzándose nuevamente hacia N para mantenerlo alejado de Doll. Sus movimientos eran rápidos y precisos, impulsados por una mezcla de determinación y adrenalina. Aunque el dolor de las heridas en sus alas lo debilitaba, no podía permitirse flaquear. Cada golpe que daba, cada bloqueo que realizaba, era un recordatorio de su compromiso.

Mientras tanto, Uzi estaba completamente absorbida por la batalla que se desataba frente a ella. Sus manos temblaban, y aunque podía sentir la energía de la magia fluyendo en su interior, algo bloqueaba su capacidad de conjurar los hechizos que necesitaba. Su mente luchaba contra el pánico, pero su magia parecía negarse a responder, como si la situación la desbordara. Sabía que N no podría enfrentarse a todo solo, pero tampoco sería tan ingenua como para pensar que él la dejaría intervenir. En su corazón, Uzi sabía que él jamás permitiría que ella se pusiera en peligro.

Pero quizá eso era justo lo que necesitaban.

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