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Ese horrible olor que solo los hospitales tienen, esa horrenda sensación de ser observado por todos disimuladamente. La actitud fría y antipática de la recepcionista, o el molesto tic tac del reloj. Se aferró con más fuerza a la terca tela de sus jeans y apretó los dientes, en definitiva, odiaba los hospitales.
La hora transcurría lenta, perezosa e insultante. El banco de plástico azul le lastimaba la espalda y bajaba sus ánimos. No eran solo por su cita con su psicólogo, era también el ambiente. Tan triste, arrastrándolo hacia la apatía.
Muchas veces se levantó y se dirigió a la salida, pero nunca se atrevió a cruzarla. Se tiraba del cabello, se mordía el interior de la mejilla, estiraba los cordones de su sudadera verde. Finalmente termino sentado en su respectivo asiento, encorvado y con las manos hundidas en su naranja cabello.
Por lo menos esperaba que su terapeuta no fuera un anciano que hablara exageradamente lento.
Echó la cabeza hacia atrás, empezó a quedarse dormido. La recepcionista se aclaró la voz y lo llamó.
– ¿Pico? El Doctor Roses te verá ahora.
El nombrado se levantó y agradeció con un ligero movimiento de cabeza, sin mediar palabra. Antes de que desapareciera por el corredor, la joven le indico que su sala era la número nueve. Él se alzó de hombros, tenía el cuerpo adolorido y no sabía decir por qué.
Toco suavemente a la puerta de madera blanca frente suyo, sintiendo las palpitaciones del flujo sanguíneo en la cabeza. Escucho unos firmes y lentos pasos acercarse, para luego ver girar el pomo lentamente. Era hipnotizador, y ligeramente emocionante.
El galeno se inclinó ligeramente hacia la izquierda mientras le abría. Lo recibió con una sonrisa cálida que él no devolvió. Amablemente, termino por abrir toda la puerta y lo invito a pasar, no sin antes asegurarse.
– Usted es Pico Bracher ¿No es así?
– El mismo – Contestó sin ánimos.
El doctor cerró la puerta suya y le indicó que se sentase en una cómoda silla acolchada frente a su escritorio. Mientras Pico caminaba el pequeño recorrido de la entrada hasta el asiento se puso a analizar al hombre frente suyo. Se veía demasiado joven y atractivo, probablemente se trataba de uno de esos recién graduados que habían ingresado a la universidad a sus quince. Su voz era suave y calmada, de una pasividad notable. Se fijó en sus manos, en las cuales no llevaba anillos o alhajas; también noto que las tenía bien cuidadas. Sus dedos eran largos, largos y blancos. Las manos de un médico, coronadas por unas perfectas uñas bien recortadas. Se fijó en su cabello, que a la vista asemejaba esponjosidad. Y cuando paso frente suyo para situarse detrás del escritorio, pudo notar su aroma a colonia de lavanda; así que llego a la conclusión de que se trataba de un narcisista. Un narcisista ridículamente atractivo y soltero.
También llegó a pensar que se trataba de un cabeza hueca, de esos que se jactan de sus estudios en el extranjero y tiene la pared repleta de diplomas de Universidades con los nombres más largos y extraños que se le podían ocurrir. Sin embargo, descartó esta idea, pues en la pared no estaba colgado más que un armarito blanco cerrado y sobre la mesa se hallaban un portátil, lo que parecía ser una bitácora y un tarro con algunos lapiceros. Nada más.
Notó sus dedos entrelazándose entre sí y descansando sobre la mesa, en paz. Notó también el lapicero con un dije de corazón en la punta colgado del bolsillo de su bata.
Luego lo miro a él.
– Buenos días, Pico. Muy bien, dime ¿De qué quieres que hablemos hoy?
Por algún motivo, lo primero que vino a su mente fue el tremendo odio que le tenía a su jefe en el supermercado. Apretó los dientes y se obligó a pensar en otra cosa. No se le ocurría nada que no terminase en un lugar no tan bonito.
El doctor frente suyo ablandó la expresión, pudo notarlo a pesar de que se encontraba escudriñando cada centímetro de la habitación.
– No tienes que avergonzarte o tener miedo, Pico. De esta sala no saldrá nada de lo que digas, puedo prometerlo.
Pico metió las manos entre sus muslos para hacer que dejaran de tiritar, y lo observo con sus enormes ojos de búho. Tan blancos y tan imposibles. Roses, por algún motivo, se sintió intimidado.
– Que tal un empujoncito ¿Eh? Cuéntame ¿Qué tal te va en el trabajo?
Pico levanta una ceja, extrañado.
– Fatal.
– Oh ¿Puedo saber por qué?
– Mi jefe me odia, grita y grita como si le pagaran por hacer eso. Cuando tomo unos pocos minutos de descanso y me atrapa, se pasa media hora gritándome. Grita cuando habla por teléfono, grita cuando se despide de los clientes. Sinceramente, me tiene harto.
– Suena estresante.
– Lo es.
– ¿Has pensado en dejar tu trabajo, Pico? – Levanto una ceja, mientras una diminuta sonrisa se dibujaba en sus labios. No se estaba burlando, era más bien como si intentaste darle un consejo. Pico frunció el ceño.
– No.
– Oh ¿Por qué no?
– Solo de allí saco plata.
Senpai asintió y estiro las manos sobre la madera, dejándolas descansar allí.
– ¿No has podido conseguir otro empleo?
– No. Para conseguir otro debo de estar bien de la cabeza y para eso estoy aquí.
El rubio fresa levanto las cejas y asintió casi imperceptiblemente.
– Ya veo – Miro a su portátil un momento, tecleo uno más y volvió la vista al frente – Y dime, Pico ¿Por qué exactamente estas aquí?
– Ya le dije, necesito un certificado o algo que me diga que ya estoy bien y así podré conseguir otro empleo.
– No, no – Roses negó moviendo uno de sus dedos y su cabeza al mismo tiempo. Pico apretó los dientes un poco, era tan teatral ... – No quiero ofenderte, pero, tu poca cooperación me está diciendo que no viniste aquí por cuenta propia. Así pues, déjame ser más específico ¿Quién te obligo a venir?
En vez de sentirse ofendido por alegar su falta de tacto, el pelirrojo se sintió más bien cohibido por lo crudas que habían sido sus palabras. No un ¨quién te sugirió¨ o un ¨quién te recetó¨, él uso la palabra ¨obligó¨.
Y bueno, tenía razón. A medias, pero la tenía. No iba a darle el gusto de acertar, eso solo lo haría regodearse en su ego.
– Mi papá – Contesto, mirando hacia otro lado – Ya está viejo y no puede mantenerme como si tuviera catorce años otra vez.
– ¿Y te sientes culpable?
– Me siento un inútil – Rebuznó y bajo la cabeza – Él me rogó que viniera, y me obligo también – Levanto la vista y levanto una ceja igualmente, pero la cara del psicólogo no cambio ni un ápice – No me aceptaban en ningún trabajo, el que tengo actualmente es producto de la negligencia, supongo.
– Retrocedamos un momento, Pico – Roses levanto una mano para indicar que parara – Usted mencionó que se siente un inútil ¿No es así?
– Lo dice como si le hiciera gracia que yo me sienta así – Lo acusó – O como si fuera idiota. No vine aquí para que me repitan lo que ya sé.
Amenazó con levantarse, Roses hablando su expresión. El rubio se levantó cuanto alto era (Y sí que era alto en comparación del pelirrojo) y junto las manos, colocándolas ambas cerca de su estómago.
– Por favor, disculpe mi error – Negó suavemente y los mechones al lado de su cabeza le hicieron cosquillas al moverse junto a él – No volverá a ocurrir, por favor, permanezca en su asiento.
Pico cruzó los brazos y miró hacia otro lado, pero permaneció en su sitio.
– Ok – El psicólogo se sentó de vuelta y volvió a entrelazar los dedos sobre la mesa tal y como había hecho hacía unos minutos atrás. Suspiró un poco y movió el cuello para desentumecerlo – Retomemos, ejem, mencionó que ... – Pico volvió la vista hacia él y levantó una ceja, expectante. Su mirada de alabastro penetro hasta la medula del joven psicólogo y este se sintió temeroso, como si en su mirada le comunicara ¨Anda, termina la frase¨ – No, disculpe una vez más, quiero saber ¿Por qué usted se considera a sí mismo un inútil?
Pico todavía se sentía ofendido, pero a pesar de que quiso responder no lo hizo.
– ¿Se siente culpable, tal vez, del hecho de que su padre trabaje para mantenerlo a usted y a si mismo?
– No – Se dignó a decir.
– No quise suponerlo, pero debí. Señor Bracher, volvamos un poco en el tiempo y cuénteme concretamente ¿Cuál es su problema?
El semblante del pelirrojo se endureció, llegaban a la parte más horrenda de todo esto.
– Estoy tomando pastillas ... – Se encogió en su asiento y miro a todos lados. Bajó el volumen de su voz, como si temiera que alguien de afuera lo escuchará – ... Para controlar mi esquizofrenia.
– No señor Bracher – Roses negó, amablemente. El nombrado de desconcertó un poco – Sé que está bajo medicación, pero quiero saber ¿Qué fue lo que ocurrió para que se desencadenara?
Algo en sus palabras denotaba que no creía que fuera una enfermedad adquirida de nacimiento.
– En mi escuela ... – Del mismo tono que antes, tan bajo ... – Cuando yo tenía nueve años, ocurrió ... Un tiroteo.
La mirada azul del rubio fresa denotaba tristeza, pero toda su cara era de porcelana y no demostraba nada más.
– Y yo estuve en el – Un poco obvio, ¿no?
– Entiendo – Roses asintió y volvió a teclear algo en el portátil. Se inclino un poco en el escritorio y ladeo la cabeza ligeramente – Me gustaría saber qué fue lo que ocurrió, pero si no está listo para confesármelo o no quiere recordarlo, está bien. Usted me guiara a mí, no al revés.
Pico lo observo con sus enormes y blancos ojos, sin moverse ni un ápice. Mantuvieron el contacto visual hasta que las mejillas de Roses que colorearon ligeramente de rojo y aparto la vista, incomodo.
– Fue una mocosa estúpida – Dijo Pico, apartando la mirada también – Mato a mi maestra, a varios de mis compañeros y me habría asesinado a mí de no ser porque yo le gustaba ... Un poco, en algún retorcido sentido.
– Correcto, señor Bracher ¿Qué ocurrió después?
¿De verdad iba a contárselo todo? A lo mejor era impulsado por el pensamiento de que si, apuraba este encuentro y le rogaba al ojiceleste por un certificado o algo de que había asistido al psicólogo, podría irse pronto y hacer como que nada de esto sucedió. O quizá, se sentía demasiado a gusto allí dentro.
Hacia tibio, los sonidos fuera del hospital llegaban a sus oídos y llenaban la estancia para no sentirla tan vacía. Y el psicólogo era lindo, tenía una voz suave y melodiosa deliciosa de escuchar. Sus palabras, su porte, la serenidad que emanaba ... Aun si llegaba a equivocarse, era un psicólogo perfecto. Y si, era guapo, pero no de la clase de belleza que verías en una revista o en una película, era una más ... Pacífica.
Pico rodó los ojos imperceptiblemente y se encogió de hombros, que hallara al hombre atractivo no significaba nada. Le gustaban los chicos, claro, pero eso no significaba nada.
Él no significaba nada para el otro más que su doctor y viceversa.
– Yo ... – Se rasco la nuca, nervioso. Hace un momento pensaba dejarlo salir todo y ahora parte suya se arrepentía – Yo encontré ... Un arma ... En el suelo – Arrastrando las palabras, dirigió su vista hacia el joven que se mantenía en silencio. Escuchaba – Y me defendí – Culmino, echándose hacia atrás.
El ojiazul movió la cabeza un poco, como si le sugiriera continuar.
– No era solo ella, eran otros chicos también ... Hice lo que creí que debía de hacer ¿Sabe? Mi padre es militar, así que pasaba bastante tiempo con sus amigos militares y viendo películas sobre la guerra. Es lo mejor que pude pensar en un momento así.
Empezó a juguetear con sus dedos ¿Lo juzgarían?
– Entiendo, fue una decisión tomada a las carreras. No te culpare de nada, Pico.
– Es que, no es eso ... – Sentía la boca terriblemente seca, pastosa – Bueno, usted sabe que no vivimos en un mundo precisamente tranquilo. Ella ... Se transformo en un monstruo y yo ... Tuve que acabarla ¿Entiende lo que digo? La mate.
El otro hombre levanto una ceja, pero no hizo comentario alguno. Pico le halló un defecto: Estaba demasiado callado para ser psicólogo.
– ¿Se arrepiente? – Inquirió de pronto el galeno.
Pico suspiro, y sin sentir nada en el fondo, contestó.
– No, nunca lo hago. Me desgracio la vida y la de mis amigos, la de mi maestra y técnicamente, la de mi padre también. Si ella hubiese usado su cerebro por dos minutos yo sería un hombre de bien y no un enfermo.
– Debo hacer un alto ahora – Roses levanto una mano, y se inclinó otro poco – Pico ¿Fue eso lo que origino su esquizofrenia?
– Eso creo, o bueno, los doctores le dijeron a mi padre que así fue.
El ojiceleste escudriño toda la sala antes de preguntar.
– ¿Qué escucha, ve o siente cuando su esquizofrenia se hace presente? – Preguntó, encogiéndose de hombros ligeramente.
– Uhm, eso es lo que más me perturbaba cuando aún no tomaba los medicamentos ... – Pico se recostó de forma floja en su asiento – ¿Se imagina? Un niño de nueve años tratando de dormir, pero no puede porque los gritos de otros mocosos se escuchan tras su puerta. Avancemos en el tiempo y el niño tiene catorce, y aun debe dormir con su padre porque las pesadillas no pueden controlarse con pastillas. Míreme ahora, aun cuando ha pasado el tiempo no dejo de pensar que, si no hubiera asistido a ese día, si me hubiera enfermado o mi padre se hubiese muerto, nada de esto habría pasado y yo no estaría conversando aquí con usted.
– No debes de obsesionarte con la idea de que pudiste haber hecho las cosas diferente, Pico. Eras un niño y nada de eso fue tu culpa, ni pudiste evitarlo. A veces ocurren cosas terribles y la culpa no reside en nadie.
– Pero ella es culpable ¿No? ¿No me va a decir que piensa que era una triste niña apartada de la sociedad he hizo eso como desahogo o algo así, ¿verdad? No la conoce como la conocí yo. Ella era rara, y malvada. Desde siempre.
– No trato de justificar sus acciones, señor Bracher. Trato de ayudarlo a entender que las suyas no pueden ser cambiadas y no debería de sentirse mal por ello. Como le dije, obsesionarse con la idea de que pudo haber hecho otra cosa en su lugar no es sano ni lo ayudara a avanzar. Esa carga, debe de dejarla.
– Pero no puedo, me persigue. Me persigue hasta el día de hoy, soy un inútil – Vaciló Pico.
Roses acercó la mano a la de su contrario y tímidamente la deslizo, Pico no se opuso.
– Lleguemos al quid de la cuestión – Asintió gravemente con los ojos cerrados – Dígame, pues ¿Por qué exactamente se siente un inútil?
El de cabellera naranja suspiro pesadamente y jugó con los dedos del galeno.
– Porque yo no puedo tener un trabajo normal. No pudo hacer nada por mi cuenta sin que me asalten estos terribles recuerdos. He estado ordeñando a mi padre como si fuera una vaca desde que tengo nueve años. Entendería si yo estuviera enfermo o tuviera alguna condición, pero no es así. Soy perfectamente funcional, o bueno, casi. Debería de irme de su vida para siempre, solo lo estorbo.
– No, Pico, no – Roses negó con la cabeza y se inclinó sobre su escritorio, su vientre sobre la mesa – Su padre se preocupa por usted, quiere que sane estas heridas y pueda vivir una vida normal ¿No es así? No creo que él haya hecho todo esto solo por presión social o moral. Eres su hijo. Ahora ¿Qué hizo él cuando se enteró de lo del tiroteo?
Pico dio otro suspiro pesado y se echó hacia atrás, soltando la mano del rubio. Roses se sentó de vuelta en su silla.
– Vino a recogerme justo cuando los policías llegaron. Luego de que los paramédicos vieran que estaba bien me dejaron ir con él hasta la estación de policía. Cuando salí me subió a su coche, me dejó dormir en el asiento trasero. Cuando desperté estaba en su cama, pero él no estaba por ningún lado. Lo escuché hablar con su mejor amigo en la sala de mi casa, se escuchaba muy mal y yo me sentí peor. Pensaba que todo era mi culpa.
Recuerda cuando se asomó por el pasillo y escuchó por única vez en su vida a su padre llorar mientras ese hombre llamado Steve trataba de consolarlo. Y él también lloró, porque solo era un niño diminuto que había matado a alguien unas horas atrás.
– Pero me cuidó – Prosiguió, saliendo de las tinieblas – Solo tengo a mi padre y desde ya él no sabía cómo cuidar a un niño. Imagínese ahora que tenía que lidiar con esto. Antes, me llevaba al cuartel donde estaban sus amigos de guerra y esas cosas. Había armas, uniformes y me dejaba jugar con su pistola cuando no tenía balas – Pico levantó la vista, pensando encontrar la mirada desaprobatoria del contrario. Este, sin embargo, no transmitía nada – Pero luego de que sucedió no me llevo más. Intento animarme y jurarme de que nadie volvería a hacerme daño nunca más, me consintió en lo que él creía me pondría de vuelta feliz. Se esforzó por ahorrar dinero para mudarnos de la ciudad y hasta me prometió que saldría del ejército, si eso me mantenía tranquilo a mí ya que yo también temía por su vida. Odiaba las balas en ese entonces, así que él dejo de utilizar su uniforme en casa y procuraba vestirse y actuar como un padre normal. En todo caso, antes del tiroteo solo era un señor apasionado a su trabajo en la milicia con un bebé y luego de eso se transformó en un hombre con doble vida. Una vida normal para su hijo y una más callada en su empleo. No lo culpo, yo también hubiera querido mantener alejado a mi hijo de las armas si algo así le hubiese llegado a suceder.
Roses sonrió un poco, y luego volvió a su estado estoico.
– Me ha cuidado desde que tengo memoria. No me reprocha nada, ni siquiera cuando cometía muchas estupideces durante mi juventud. Sigue trabajando en el ejército y eso, y ya no nos hablamos tanto, pero ... Sigue allí, supongo. Entonces creo que usted tiene razón, si me quiere – Pico se rasco la nuca – Y si me ha estado soportando es porque le importo y no porque tenga la obligación de cuidarme por ser su hijo, heh, no lo conoce. Ahora que lo pienso, de ser así me hubiera abandonado en cuanto yo me hubiera vuelto una carga.
Roses rodó los ojos y se sentó firme en su silla.
– Bien, señor Bracher. Ahora que entiende que, a pesar de que su mantenimiento requiere esfuerzo su padre lo hace porque lo estima, entiendo yo porque se siente un inútil – El terapeuta se levantó de su silla y rodeo su escritorio, se paró frente al hombre de baja estatura y coloca su mano sobre su hombro, El peli naranja levanto la vista y lo miro, una compasión que nunca antes había recibido le llegaba a través de los ojos zafiro del psicólogo – Pero no lo eres, Pico. Has sufrido en la vida injustamente. Las dificultades que acarrearon no son tu culpa ni son castigo por algo que hayas hecho en el pasado. Estas ahora en un punto intermedio de tu vida, una pausa. Te aconsejaría que te tomaras un tiempo para pensar las cosas y convencerte a ti mismo que eres tan importante como cualquiera, especialmente para tu padre. Y también, te aconsejo dejar ese trabajo si te está causando más estrés de lo que debería.
Retiró la mano, pero no se fue del lugar. Expectante, esperó a que Pico hablará por sí mismo.
– Gracias, supongo – Contestó el otro en voz baja, agachando la vista avergonzado. No ayudaba el hecho de que ese hombre pareciese importarle de veras con lo guapo que era. No debía de pensar así, parecía tener unos veinte y él tenía treinta. No era correcto.
– ¿Hay algo más que quieras contarme, Pico? – Dijo una vez más, agachándose a su altura. Era humillante.
– No, ahora estoy bien – Sonrió un poco, más tranquilo. El ambiente era acogedor y sereno – Creo.
– Creo que deberíamos vernos unas cuantas veces más ¿No crees?
– También lo creo.
Pico se levantó de la silla, se estiro y rodeo el banco para poder darle la mano gentilmente al rubio fresa.
Pero cuando sus palmas se tocaron un corrientazo que no había sentido en mucho, mucho tiempo, volvió a nacer desde el fondo de su corazón. La misma sensación que sentía cuando un viejo ex de cabellos azules le dirigía la mirada de soslayo. La vergüenza, la timidez, la excitación. El no saber que piensa la otra persona, pero estar feliz de recibir un poco de su atención. Y la suavidad de sus manos, por todos los cielos, sí que era un narcisista porque ni siquiera el chico más metrosexual que pudiese existir usaría tanta crema de manos como para mantenerlas de ese tacto.
A pesar de lo joven que era su apretón era firme, seguro y amigable. Como si lo hubiera practicado cientos de veces o tuviese cuarenta años y lo hubiera hecho durante toda su vida. No sentía que se estaba despidiendo de su terapeuta, sentía que acababa de hablar con un desconocido en un café y se despedían luego de conversar sobre sus problemas personales.
Definitivamente quería volver a verlo.
– Le agendare una cita para la próxima semana ¿Esta bien?
(...)
Caía un pequeña garua sobre la ciudad. Había salido demasiado temprano de casa y parecía que el bus llego más pronto que tarde al centro de la ciudad, donde se hallaba la clínica.
No se le ocurrió una mejor idea que pulular por allí un rato, observando las tiendas y caminando por el parque. La gente que andaba a su alrededor vivía ajetreada, trajes y abrigos de felpa se mezclaban con el paisaje. Entonces, se sintió pequeño.
No pertenecía aquí, quizá no perteneciese a algún lugar jamás.
Pico ordeno algo de comida rápida y se sentó dentro del establecimiento para comer y esperar la media hora que faltaba para su cita. Pensando en la palabra cita termino sonrojándose y se maldijo mentalmente. Esto era tan estúpido, no podía entender porque demonios tenían que gustarle más los chicos que las chicas y porque demonios tuvieron que juntarlo con ese psicólogo tan joven. Había notado lo ansioso que había estado esta mañana pensando en su encuentro y esto lo había perturbado. No era correcto, él tenía treinta puñeteros años y el otro veinte.
Incluso si él de verdad le importara al doctor, no podrían estar juntos porque estaba bastante seguro que el galeno estaría decantado por los cientos de chicas que ya imaginaba estaban enamoradas de él y, aun si también correspondiera sus sentimientos, la sociedad los juzgaría por su diferencia de edad. Y él ya no quería ser molestado por nadie.
Solo era un gusto pasajero. Con el tiempo, aprenderá a sobrellevar eso, solo se habían visto una vez. Lo estaba idealizando demasiado.
Pero a pesar de que caminó por el empedrado de piedra que daba a la clínica con ese pensamiento, no pudo evitar sonrojarse cuando el psicólogo le abrió la puerta y le sonrió cálidamente.
– Buenas tardes, Pico ¿Qué tal la lluvia, eh? – Roses se dirigió a su silla y se sentó, esperando que Pico copiara su acción. No lo hizo, el americano se rasco la nuca algo nervioso y el contrario lo noto, endureciendo un expresión – ¿Sucede algo, señor Bracher?
–¿Hmm? – El ojiblanco se dignó a levantar su vista, solo para encontrar la del otro en una de preocupación. Se avergonzó ligeramente y caminó arrastrando los pies a la silla. Cuando se sentó, se dignó a hablar – No, no pasa nada. Solo me he sentido un poco triste hoy.
–¿Podría saber por qué?
– Ni yo sé porque, es algo que sucede de vez en cuando. No hay un motivo particular.
– Particular – Pico levantó la vista mientras observaba al terapeuta volver a repetir la palabra sin ocasionar sonido, solo moviendo los labios. Luego sonrió, parecía gustarle la palabra y su pronunciación – Me gusta.
El joven volvió a su lugar y, como la vez pasada, entrelazo los dedos sobre la mesa y se dispuso a escuchar.
Bueno, primero no lo escuchó, primero le preguntó algo.
– Entonces, señor Bracher ¿Dejó su trabajo en el supermercado tal como yo le sugerí? – Inquirió girando la cabeza un poco, sonriendo con amabilidad.
– No – Contesto el peli naranja apartando la mirada, sintiéndose algo culpable. El semblante del galeno se endureció un poco – Sé que, debería irme de allí porque solo me gritan, pero usted no entiende. Mi padre tiene cincuenta y siete y no ha visto mucho del dinero que se supone yo debería darle para que viva. Hay gastos que pagar en la casa y no creo ... Que sea muy correcto dejar mi trabajo y con ello el salario que me dan solo porque me siento mal.
– Ya veo, entiendo su preocupación – Roses asintió lentamente colocando una de sus manos y sus largos y finos dedos en su barbilla. Esa pose tan elegante hizo que Pico ladeara la cabeza con curiosidad. El rubio fresa bajo su mano y suspiro, se inclino un poco hacia adelante – Es cierto que, en la vida hay que hacer sacrificios desagradables, pero, hay que analizar tu situación. Hay gastos que podrías dejar de hacer, como salidas al cine o comida comprada en la calle. Aunque sigo pensando que deberías de dejar tu empleo inmediatamente, podrías buscar un nuevo trabajo y presentar tu curriculum para aplicar a el. Entonces, cuando te acepten en uno decente podrías dejar tu empleo actual. Y mientras te encuentres en un lugar seguro te podrías tomar un tiempo para reflexionar ¿Eso te parece bien?
Pico parpadeo un momento.
– Si, eso está bien, supongo – Se encogió de hombros y se acomodó mejor en su silla.
– Bien, Pico. La semana pasada hablamos sobre sus sentimientos y porque se sentía un inútil ¿Recuerda? Quiero saber ahora si se sigue sintiendo así – El ojizafiro volvió la vista directamente hacia sus ojos, Pico trago algo de saliva.
– Uhm ... Pues, todavía porque técnicamente no estoy haciendo nada, pero por lo menos ya no me siento tan culpable.
– Bien, eso está bien – Roses revisó algunas de sus notas y al leer una de ella su rictus se vio perturbado. Levantó las cejas y sus labios se crisparon. Con vergüenza, volvió la vista hacia el ojiblanco, que solo lo veía con curiosidad – ... Uh, yo debí de haber preguntado esto la primera sesión – El rubio cubrió sus ojos con una mano al mismo tiempo que acariciaba su cien, a este paso le quitarían su titulo en un abrir y cerrar de ojos – Usted .... ¿Ha ido al psicólogo antes? Y si es así ¿Recuerda su nombre? Yo ... Debí haber hecho un análisis antes – Se golpeó la frente, sus mejillas se colorearon de rojo por la vergüenza. Pico sonrió un poquito, ahora el avergonzado era él – Discúlpeme, ese día estaba algo abrumado por ... – El joven negó rápida y rotundamente. No iba a ponerse a explicar el porque estaba más distraído ese día o algo así. Por favor, estaba siendo muy poco profesional; él era el terapeuta, no al revés.
Su animo flaqueo un poco, se sentía demasiado pequeño en esa sala blanca que se suponía ahora era suya a pesar de que la compartía con otros dos doctores por turnos, caray ¿No era demasiado pronto para empezar la vida adulta?
Dirigió la vista hacia su bolsillo, el que pertenecía a su bata y estaba en su pecho. El lapicero con el adorno en forma de corazón en la punta le devolvió la mirada y brilló un poco con su acabado mármol bajo las luces incandescentes del cuarto.
¨Ay, eres tan listo ... Y tan torpe a la vez¨.
Recordar sus palabras hizo que sonriera y se relajara lo suficiente para mantener su compostura.
Si, este había sido un desliz algo grave (¿Algo? Deberían haberlo despedido de inmediato) pero se las apañaría de algún modo. Tenía derecha a errar, era humano. Hasta los cirujanos lo hacían.
Pico se recostó en el asiento, y hundió sus manos en sus bolsillos. Cuando el galeno volvió a aprestarle atención, fingió no haberlo visto y notado su culpa todo este tiempo. En realidad, se había estado fijando en sus facciones angelicales con más detenimiento. La forma suave pero firme del mentón, el cómo su cuello se curva hacia la izquierda con gracia ... Por no decir que ese pequeño destello esperanzador cuando vio el objeto que colgaba de su pecho le pareció adorable.
Había ido con una mentalidad hacia la clínica y se había topado con que ninguno de sus pensamientos era demasiado fuerte como para hacerle frente.
Siguió pensando que se trataba de un enamoramiento o gusto pasajero. El chico era guapo, amable, su voz era una caricia para los oídos y lo escuchaba con atención. Ni siquiera su padre se sentaba a hablar con él en mucho tiempo.
Además, parecía ser la única persona que no lo veía con desprecio al caminar. Encorvado, triste, fracasado y solitario a sus treinta. Podía ver más allá de su coraza, su dolor, y el porque era así.
Podría ser quizá la única persona que lo entendía un poco. Y eso estaba bien.
(...)
– ¿Qué tiene con ese lapicero rosado? – Pico preguntó en su tercera sesión. Roses dejó de teclear sobre su portátil un momento y volteó la vista hacia su paciente. Sonrió un poco, probablemente otros no lo habrían notado, pero Pico sí.
– Me alegra que preguntes, Pico, eres un gran observador ¿Eh? – Pico sonrió ladeando la cabeza, algo atontado por el cumplido. Y si, si lo era, si no ¿Cómo se hubiera dado cuenta que la gente a su alrededor crispaba la mirada al verlo pasar? Roses agarro el lapicero y lo sostuvo al medio de ambos – Ese bonito bolígrafo me lo dio una persona muy especial cuando aun iba a la universidad ¿Sabes? Muchas veces quise rendirme porque estaba haciendo dos carreras a la vez, pero el aliento de esa persona me hizo seguir. Contesté varios de mis exámenes y cosas importantes con este bolígrafo. Ya no tiene tinta, pero su mera presencia me recuerda que esa persona cuenta conmigo y creyó en mi cuando nadie más lo hizo. Es .... Simbólico, si lo quieres ver así – Sonrió de lado, y al hacer eso, un lado de su cara se levantó un poco más que el otro. Pico conservo esa mirada en lo más profundo de su cerebro.
¿Se estaría refiriendo a alguno de sus padres, un maestro, un amigo o una novia? Cualquiera de esas posibilidades era probable. A Pico no le importo, le parecía lindo que un simple lapicero le recordara su motivación.
– Pero ... ¿Eso no es aferrarse a un objeto? ¿Y no es eso no sano? – Preguntó de pronto. Roses dejó de sonreír y se guardó el objeto en el bolsillo del pecho. Tosió un poco disimuladamente para apartar su incomodidad y volvió la vista al frente.
– Bueno, es ... Solo un recuerdo, jaja, es un bonito recuerdo de mis años en la universidad. Si lo pierdo, no pasa nada. Lo importante no es el bolígrafo; que claro, me gusta tenerlo, si no lo que me trae a la mente cuando lo veo. De todos modos, puedo motivarme por mi mismo pero este objeto me ayuda a veces ... – Roses suspiro, volvió a sonreír y se inclino hacia el frente – ¿Quizá eso podría ayudar? Algo que te anime, relaje o recuerde que eres querido y no una carga, Pico ¿Qué es algo que puedes llevar a todas partes y te relaje?
¨Un mechón de tu cabello¨ pensó Pico.
– Una figurilla de acción, quizá. Todavía me gusta jugar con ellas un poco ... – Se rascó la nuca, algo apenado ¿Seria eso muy infantil? – Armarlas y desarmarlas me entretiene y me recuerdan a mi infancia, es decir, la parte buena de ella. A lo mejor eso puede ponerme contento en esos momentos, tampoco es que este tan mal.
– ¡Maravilloso! La siguiente sesión puedes traer algunas de tus figurillas favoritas, hablaremos sobre cada una de ellas y cual es la más importante para ti ¿Esta bien?
La brizna suave contra su rostro, el delicioso olor a ¿Coco? O quizá almendras. El recuerdo de a quien le pertenece y porque se lo dio. Su presencia lejana pero presente, tan suave ... Pico se sentiría mucho mejor si tuviera algo del médico, como un mechón de cabello, consigo. Una triste figurilla de cuando tenia siete años no se podría comparar a eso.
Pero se veía tan feliz con la idea.
– Si, esta bien.
(...)
De noche, acostado en su cama y con el ruido titilante de la bombilla fuera de su cuarto. Los bocinazos de los coches afuera de la casa y la vida suburbana que nunca duerme.
Pero él si se durmió.
Entonces estaba caminando por una de las calles en las que antes solía vagar. Se sentía más joven, más sagaz y más vivo. Su cuerpo era flexible y bien construido, su cabello naranja completaba su estilo. Tenia de vuelta veinte años.
Por algún motivo no hablaba, lo cual es raro porque normalmente en sus rondas nocturnas tarareaba alguna canción. Ni siquiera se animó a saludar a Nene y Darnell, que yacían juntos apoyados en una pared fumando. Ellos si lo saludaron a él, pero no hizo caso.
Tenia una misión.
Se sentía más ligero que de costumbre, llevó su mano a uno de los bolsillos de su pantalón donde colgaba su vieja pistola. La que compro para empezar a hacer encargos, la que lo acompaño en las noches más heladas, la que ocultó a su padre, la que perdió un día en un enfrentamiento contra una pandilla. Cielos, la había extrañado tanto ...
Y se sentía ligera en el aire, la movía y maniobraba con la mayor soltura. Incluso podía hacer trucos con ella.
Estaba de vuelta.
Se metió por un callejón de su viejo barrio. Una persona estaba de pie al final de este, inmóvil, en silencio. Una sombra oscura.
Apuntó el arma.
Cayó con un sonido sordo.
Pico se acercó y le dio vuelta, el rostro del muerto tenia un agujero del tamaño de una pelota de ping-pong en medio de la frente. La sangre caía de su cabeza hacia su ropa y el suelo. Cuando se apartó, sus manos seguían limpias.
No lo reconocía, a lo mejor era alguien a quien había visto alguna vez en su vida.
Salió del callejón y se dirigió a la farmacia al lado del mismo. Por la ventana polarizada pidió unos cigarrillos extra largos y se los dieron. Fumó dentro del establecimiento un rato, hasta que se aburrió y empezó a aporrear la puerta.
– Ábreme.
Quien sea que haya estado del otro lado giró el picaporte y se asomo débilmente.
Era su psicólogo.
Pico no tenia noción del tiempo, ni el lugar, ni de nada.
Abrió la puerta de un empujón, se adentro en la pequeña estancia y entre fármacos de dudosa procedencia lo beso con rabia. Fue correspondido de inmediato.
Su boca era dulce y llamaba al amor. Su tersa piel blancuzca brillaba como el nácar bajo las luces estériles. La gracia con la que hacia sus movimientos era armoniosa.
El piso en el que hicieron el amor estaba helado como el hielo, pero no le podía haber importado menos.
Quizá lo único que lo fastidio es que cerca del clímax empezó a gemir más alto de lo que debería. A pesar de que cubría su boca con una de sus manos no podía evitarlo. Gritaba su nombre entre jadeos. A lo mejor si volvía a ponerle los ojos en blanco se callaría.
– ¡Pico! ¡Ah~! ¡Pico~!
Tan cerca.
– ¡Pico! Ngh~ ...
Ya casi.
– ¡Pico!
Un golpe en la cara lo hizo despertarse y espantarse por un momento. Sacudió los brazos en el aire y se enderezó en la cama.
Su padre estaba frente a él, con una almohada en una de sus manos y negando levemente.
– Pico, ya me voy al trabajo. Me han llamado algo más temprano de lo que deberían. El desayuno esta en la cocina ¿Sí? Caliéntalo y no olvides ir a tu cita con el psicólogo esta tarde ¿De acuerdo?
John se alejo de la cama, tirando la almohada a cualquier parte. Se detuvo en el marco de la puerta de la habitación y volteó.
– Y por favor hoy duérmete más temprano, te he estado llamando como ocho veces y no despertabas.
Lo dejó solo.
(...)
De puntillas, se escabulló hasta la cocina. No había nadie en la casa, pero aun así sentía que estaba haciendo algo indebido.
Eran las cinco y media.
Se dirigió al frigorífico y tomo uno de los papeles que yacía pegado al metal con un imán. Este era un pos-it amarillo con un número inscrito en él. Un nombre debajo de este número se podía ver.
¨Psicól. Roses¨
Temblaba mientras marcaba el número en el teléfono de la cocina. Cuando terminó, el sonido de espera lo hizo temblar aun más. El pitido ensordecedor en el silencio de la casa, sin contar los ruidos externos, era perturbante.
Por fin se dignó a contestar.
– ¿Hola?
Silencio un momento, su voz somnolienta lo hizo sentir algo culpable.
– ¿Hay alguien allí?
Su voz somnolienta solo lo hizo recordar al sueño que tuvo hace unos minutos atrás.
– ¿Esto es una broma?
– Hola.
No se le ocurrió que más decir.
– ¿Señor Bracher? ¿Qué ocurre? ¿Se encuentra bien?
Parecía que se había aclarado la mente y ahora su voz tenia un tono genuinamente preocupado.
– Yo ... Si estoy bien, lo siento. Siento haberlo llamado tan temprano.
– Entiendo, señor Bracher, pero ¿Porque me llamó, concretamente?
¨Te escuche gemir mi nombre en mis sueños y quería volverte a escuchar¨ no.
– Me siento mal – No se le ocurrió otra cosa.
– ¿Eh?
– Digo ... Me siento ... Muy triste, muy solo. Nunca ha habido otro día en el que mi casa se sintiera más solitaria.
– ¿Su padre no está con usted?
– No, fue a trabajar.
Unos ruidos de fondo se escucharon por el teléfono ¿Quizá había levantado a más gente en la casa del psicólogo?
– Mire, quizá no lo entienda, pero es la verdad. Hay gente en el mundo, había alguien en mi casa hace un momento, pero ahora ... Me siento ... Tan solo ... Es como si no pudiera comunicarme con la gente a mi alrededor. Me desperté pensando en que jamás podría entablar una relación de cualquier grado con nadie ¿Entiende? No me siento capaz de ser parte de la sociedad nunca más.
Ojalá se haya comido esto. Sí se sentía así de vez en cuando, pero hoy no. Le estaba mintiendo a medias.
– Ya veo – Un silencio muy corto del otro lado – Señor Bracher, la soledad es algo con lo que tendremos que convivir a lo largo de nuestra vida nos guste o no. No todos tienen tantos amigos, e incluso los que los tienen, no pasan todo el tiempo con ellos. A veces todos queremos algo de espacio para respirar y colateralmente eso nos afecta. No se culpe, señor Bracher, le dije y usted creyó que era un potencial bien para la comunidad porque así es. Con el tiempo, aprenderá a sobrellevar estos momentos de soledad y hasta podrá apreciarla, podrá volver a relacionarse normalmente con los demás y hasta podría empezar una relación ¿Quién sabe? Por su expediente y por como yo he convivido con usted, es una persona a la que la vida no la ha tratado de la mejor manera, es todo. No hay pecado que deba pagar.
Si había, había y varios, pero Pico no dijo nada.
Sus palabras fueron ... bonitas.
No contestó por unos segundos.
– Grado – ¿Otra vez? Primero particular y ahora grado. Estas no eran las palabras que quería escucharlo decir y no iba a esperar hasta más tarde – Grado, grado ... ¿Qué opina?
– ¿Del grado?
– ¡Ay! No, lo siento, estaba desvariando. De lo que le dije sobre la soledad, señor Pico.
Allí estaba.
– Repítalo.
– ¿Grado?
– ¡No! ¡Deje el grado! Mi nombre, quiero decir.
Silencio otra vez.
– ¿Su nombre? ¿Por qué?
Quizá se había exaltado un poco.
– Me ... Me siento más seguro si me llama por mi nombre y no por mi apellido.
– Señor Bracher ... Pico, Pico. Suena bien, esta bien, Pico. Me referiré así a usted a partir de ahora ¿Esta bien?
Pico sonrió un poco. Le gustaba la forma en la que decía su nombre, en la que pronunciaba las palabras.
– Si, muchas gracias. Tampoco me gusta que me trate de usted, me hace sentir viejo.
– Uy, lo siento ... ¿Algo más?
¨Me gustas, ven a mi casa y pasémonoslo bien¨.
– Su reflexión sobre la soledad me parece correcta. No lo había pensado antes, sé que no todos tienen tiempo para mí y no me lo deben. Yo debería de acercarme a los demás, debería de dar el primer paso.
– ¡Si! ¡Así es! – La genuina felicidad del ojizafiro al otro lado de la línea era palpable. Pico sonrió, le gustaba escucharlo feliz – Pico, no debes rendirte en esta lucha. Hay baches y callejones sin salida, pero tu esfuerzo cosechara recompensas. Todo tiene su ritmo y tú tienes el tuyo, y me alegra bastante que estés haciendo pequeños progresos.
Se alegraba por él, adorable.
– ¿Puedo saber tu nombre?
– ¿Eh? ¿Mi nombre? ¡Pero si esta en la cita médica que te doy siempre al salir!
– Eh ¿Sí? Es que no lo he leído con detenimiento hasta ahora.
– ¿En serio?
– Si.
Escuchó la risa suave y elegante del terapeuta al otro lado. Pico se sonrojó, nunca lo había oído reír.
– Evan – Roses ... Evan, seguía riéndose un poco de lo gracioso que le parecía que su paciente no supiera su nombre durante todo este tiempo, que tonto – Mi nombre es Evan.
– Es un nombre muy bonito.
– Gracias, Pico. El tuyo también es único.
Ahora eran amigos, hablaban como amigos.
El medico bostezó.
– Creo que eso es todo por ahora ¿No crees? Descansa, Pico. Nos vemos más tarde.
– Hasta la tarde, descansa tú también.
Y colgó.
Pico se sentó en una de las sillas de su cocina y se devoró su desayuno a temperatura ambiente. Mientras comía, recordaba fragmentos de su sueño húmedo y fragmentos de su conversación tenida momentos atrás.
En su sueño, el sexo había empezado rápido y no se había dicho nada más que su nombre.
Ahora podía imaginárselo mejor.
¨ ¿Esto es una broma? ¨ Diría él con la cara pegada al suelo blanco de la farmacia mientras Pico amenazaba con penetrarlo. Solo era juego previo.
¨No, lo siento, siento haberte llamado tan ... tarde ...¨ Diría al mismo tiempo que completaba el coito. Un gemido y el sentimiento de culpa al levantar al rubio en medio de su turno en la farmacia.
¨ ¿Esta bien?~ ¨ Una risita mientras sus movimientos, menos bruscos, hacían presencia. Su piel era suave y su interior era tibio.
Y sus gemidos deleitaban sus oídos.
¨ ¡Si! ¡Así es!~¨ Diría el ojizafiro justo cuando Pico tocaba su punto dulce. Sus estocadas se volvieron más rápidas y el sonido de sus pieles chocando inundo su mente. Se agacho a la altura de su cuello, con la boca muy cerca de su oreja.
¨ ¿Puedo saber tu nombre? ¨
¨Mi nombre es Evan¨
¨Es un lindo nombre¨
¨Gracias, Pico. El tuyo también es único~¨
Esta vez sí pudieron llegar al clímax, total, no había nadie quien lo interrumpiera.
Luego de desayunar y salir a hacer algo de ejercicio, Pico llegó a la conclusión de que Roses no le gustaba solo por su cara bonita y su cuerpo bonito, le gustaba por su voz, sus movimientos, su delicadeza y lo tonto que podía llegar a ser a veces. Su personalidad, también era muy linda.
Entonces se sintió un poco culpable por meter algunos de sus diálogos en su fantasía erótica.
(...)
Sentado en la sala de espera de la clínica, los minutos se hacían eternos.
Quería verlo de inmediato. Con la charla y su imaginación se formo algo de confianza en si mismo para dar un paso más. Iba invitarlo a cenar o a un bar luego de que acabara de trabajar en la clínica, total ¿Por qué se negaría?
Se había acicalado un poco mejor antes de venir. Se dio una ducha en días y se afeito la poca barba incipiente que empezaba a crecer en su mentón. Se hecho algo de colonia y se puso un abrigo decente encima de su suéter verde.
Hacia tap tap en el suelo con el pie. Cuando la puerta se abrió por fin, se levantó de un brinco y corrió a su encuentro. Le extendió la mano y el joven lo correspondió algo curioso ¿A que viene tan buen humor?
– ¿Trajiste las figuras de acción que te pedí la semana pasada?
– Claro que si – Pico metió la mano en uno de sus holgados bolsillos y extrajo dos muñequillos de plástico. Uno tenia la cabeza mordida y otro las piernas torcidas.
– ¿Solo ... Solo dos? – El rubio fresa estaba desconcertado.
– Eh, si ... ¿Esta mal? – Pico inquirió.
– ¡No, no! Para nada, solo, espere ver unas cuantas más, jeje, lo siento – Roses recobró la compostura y se sentó derecho en su silla, Pico hizo lo mismo.
Si la charla de esta vez fue más aburrida de lo esperado, el peli naranja no sabría decirlo. Estaba demasiado exhorto en el muchacho de ojos azules frente a él. Los recuerdos de la madrugada y la mañana se condensaban en uno solo, en un solo anhelo: Él. Lo quería, lo desea, necesitaba ser suyo. De un modo u otro.
Cuando Roses dio por fin terminada la sesión, Pico suspiro fuertemente y no se levanto de su silla cuando Evan empezó a despedirse.
– Yo ... – Inicio algo temeroso, se aclaro la garganta y lo miró fijamente – Me preguntaba si te gustaría salir a tomar un café o una cerveza conmigo en cuanto termines de trabajar.
Roses elevó ambas cejas en señal de sorpresa. Miro hacia a un lado y luego hacia Pico, después de vuelta hacia un lado y luego hacia Pico, volvió a imitar su acción y después hacia Pico. Ladeo la cabeza y lo miro con parsimonia.
– ¿A qué viene la invitación?
– Uh ... – Demonios, no había pensado en eso hasta ahora. No podía decirle de frente que estaba enamorado de él, era demasiado pronto – Bueno, has sido muy bueno conmigo y quería invitarte a salir ¿No hay nada malo en eso, verdad? Como amigos ... Porque somos amigos ¿No?
El rubio fresa levanto una mano y abrió la boca como si fuera a decir algo, pero nada se le ocurrió. Apretó los dientes y miro a todas partes. Luego, suspiro un poco y le dedico una sonrisa.
– No, Pico. Lo siento mucho, pero para que la terapia funcione no puedo establecer un lazo afectivo contigo que no sea el de paciente y psicólogo; ergo, no puedo salir a cenar contigo.
Los hombros de Pico se derrumbaron, tenia razón. Que se haya portado más relajado en la mañana no significaba nada, seguía delirando por el sueño.
– ... ¿Jamás?
La nota de tristeza en su voz era palpable. Entonces, Roses dio cuenta de que había estado ignorando lo obvio en esta sesión. El hecho de que oliera a colonia y loción para después del afeitado, el que viniera mejor trajeado que de costumbre. Las veces en las que sus ojos distraídos se perdían en su persona ... Se dio una patada mental por las tonterías que estaba cometiendo en este empleo. Debió delimitar limites desde el primer momento, aun si las sesiones con el ojiblanco lo habían enternecido en lo más profundo.
– Jamás – Respondió, mirando a otro lado porque la culpa se lo estaba comiendo vivo.
– Uhm, esta bien.
Pico se levantó de su silla y se fue. Se fue sin decir adiós, ni nada.
Roses se quedo de pie en su consultorio unos minutos, hasta que ya no pudo más y tuvo que aferrarse a ese pedazo de plástico para escribir que ya no tenía tinta y que le recordaba que podría salir de esto. Si, era un error grave, pero no era nada que no pudiera solucionar si se esforzaba lo suficiente.
En el mejor de los casos una corta charla con Pico lo arreglaría todo, y en el peor podría recomendarle otro psicólogo.
Cuando volvía a casa en el metro, se detuvo a pensar si sus acciones fueron correctas. Entendía que, las relaciones humanas no eran su fuerte, pero fue precisamente por eso por qué eligió esta carrera. Quería entender a los demás, quería entenderse a si mismo.
Llegó a casa, y la casa se sentía húmeda y fría. No había nadie, imaginaba que el otro habitante del lugar había salido. Calentó lo que le dejó de cena y se sentó en el sofá de la sala a ver tele. Quizá algo de entretenimiento estúpido lo distraería por un rato.
Miró hacia a un lado, hacia la mesita de café en la que reposaba una fotografía en un marco de madera que le devolvía la mirada. En la foto, el director que le estaba entregando su diploma luego de graduarse lo miraba sonriente, y acusatoriamente.
Escuchó la puerta abrirse y alguien arrastro los pies hasta llegar detrás del sofá. Entonces, pasó sus brazos por su cuello y pegó la mejilla a su suave cabello. Y Roses, se sintió un poquito menos peor.
(...)
Pico estaba tirado en el frio y apestoso suelo de un bar cualquiera. Había perdido la noción del tiempo, y los sentidos habían abandonado su cuerpo. Ignoraba las llamadas de su padre, tan solo se ahogaba en alcohol.
Era una ridiculez ponerse así por un chico, y sobre todo, por ese chico.
No quería volver, pero si no volvía todo habría sido en vano. Habría malgastado trecientas libras en nada. En menos que nada. Iba allí a curarse, no a hacerle ojitos a su terapeuta y esperar a que este se los devolviera.
Además, el psicólogo no parecía enfadado con él esta tarde, más bien, parecía sentirse culpable. Eso estaba bien, podía darse algo de tranquilidad.
Pero por más que quería convencerse de eso no podía. No podía y cada lagrima que derramaba uno de sus ojos era el recuerdo ardiente de su persona. Había ido al psicólogo antes, pero eso habíase sido hace mucho y en ese entonces no entendía que su medico solo hacia su trabajo, en realidad no le importaba su vida y sus problemas. Fingir que se interesaba en él, ese era su empleo. Le pagaban por eso.
Que horrible empleo.
Él jamás podría, sentarse a escuchar la desgracia ajena y no solo no enternecerse, si no, no formar un lazo afectivo con el paciente. Has llorado, has sufrido, hora del borrón y cuenta nueva. Te acompañare en tu tragedia y te ayudare a levantarte, porque es lo que cualquier ser humano decente debería hacer.
Pero no esta clase de humanos ¿Cómo olvidas el sufrimiento ajeno en carne propia en tan solo unos días? Había leído por allí que los psicólogos también necesitaban psicólogos, pero no lograba formarse una idea de que tan largas debían de ser las sesiones como para olvidar todo eso.
Incluso si muchas veces su conciencia humana dejaba su cuerpo y le permitía acabar con otras vidas se negaba, se negaba a dejar de sentir.
Quizá eso fue lo que lo fastidio: Sentía demasiado para haber participado en un tiroteo escolar y, más adelante, convertirse en sicario.
Sentía demasiado por él, e incluso su propio cerebro le repetía que enamorarse tan drásticamente de alguien a quien apenas conoce en la superficie era estúpido, muy, muy estúpido.
Pero así pasan todos los enamoramientos, ¿verdad? Alguien lo suficientemente decente te llama la atención y decides salir con él a algún lugar. Si más adelante el doctor Roses terminaba siendo gilipollas, ese ya seria otro tema.
Pero no tendría esa oportunidad, ni ninguna. Su relación era de paciente y galeno, tan simple, pero tan imposible como lo era eso.
(...)
El reloj marcaba los minutos que se le escapan de las manos y una gota de sudor bajaba por su frente. No sabia relacionarse con los demás humanos y no era capaz de regular sus propias emociones. Era un asco.
La enfermera toco suavemente y sin esperar respuesta metió medio cuerpo dentro de su consultorio. El rubio fresa ahogó un respingo.
– ¿Todavía no llega?
– No.
– Tendrá que atender al siguiente paciente, psicólogo.
– Hemos estado haciendo avances, no quiero que todo eso se vaya por el caño.
La mujer levanto una ceja, pero se dio media vuelta y sin agregar nada más cerro la puerta. Volvió a quedarse solo, en la inconmensurable llanura blanca de la habitación.
Tic Tac, Tic Tac. Tan solo faltaban diez minutos para que su siguiente subordinado entrara. O llegara, no había salido desde su consultorio desde que llegó.
Esta vez nadie toco la puerta, nadie le dio aviso ni lo saludo. Abrió el armatoste de madera pulida y se coló en el interior de su sala, y su corazón, en silencio.
Roses abrió la boca para decirle algo, pero nada logro escapar de sus labios. Entonces, soltó un sonido gutural mientras sus manos permanecían en un rictus tembloroso. Pico no se sentó en ninguna parte, tan solo se coloco frente a su escritorio.
A pesar de que, incluso sentado el medico tenía varios centímetros de ventaja en comparación a la altura del peli naranja, se sentía diminuto. Tan, tan diminuto.
En realidad, no había pensado en que le diría cuando lo volviera a ver. La noche anterior, tenía la cabeza en otra parte. Más bien, intentando animarse a meterla en otra parte.
Maldijo sus impulsos lascivos humanos y se sentó en silencio a escuchar lo que sea que el contrario quisiera decirle.
– Me voy, vine a despedirme.
Parpadeo un par de veces, no entendiendo el mensaje al momento. Cuando por fin pudo hacerse una idea, era demasiado tarde.
– No es tu culpa, serás un gran psicólogo. Solo hazte más feo y más tosco, por favor.
– Pico.
– No he terminado aún.
Debió haber dicho algo, debió detenerlo. Cualquier cosa, habría roto el delgado escudo que la impulsividad y la tristeza habría proporcionado a Pico. Pero no lo hizo, se sentó en silencio a escuchar.
– No sé cuando volveré, solo necesito algo de tiempo para pensar. Y repito, no es tu culpa. Es todo este embrollo en general.
Más silencio.
– Anda, repítelo, ¨embrollo¨.
No se a animo a contentarle.
Y por todos los cielos, se veía horrible. Apestaba a alcohol y traía la misma ropa de ayer, solo que ahora estaba sucia y desprolija. No parecía haber dormido bien y sus ojos rojos inyectados en sangre solo hacían recuento de lo que había pasado horas atrás. Había llorado todo lo que hubiese querido, pensando en aquel a quien no podía amar.
Seguramente se había colado de algún modo en la sala, y nadie se hubiese dado cuenta porque Pico seguía creyendo fervientemente que era tan insignificante para cualquiera.
– Quizá sea demasiado cruel al venir aquí a verte, a lo mejor debí haber desaparecido sin dejar rastro. Pero no podía ¿Sabes? Quería verte una vez más, incluso si me veo más horrendo de lo que ya soy normalmente.
Con la mano, temblorosa, acercó sus blancos dedos al lapicero con un dije de corazón en la punta para calmarse. Y para tener las agallas suficientes como para llamar a seguridad.
– Creo que ya no tengo nada más que decirte, solo quiero que me respondas algo más ¿Sí? Es solo para complacerme a mí, tú respuesta no podría impórtame menos.
– ¿Qué cosa?
Pico ladeo la cabeza, esos ojos que antaño encontraban algo de humanidad en su persona, algo de valor. Que no lo confundían con la escoria y la repulsión, se hundían ahora en un mar de nerviosismo sin final. Y su corazón, se rompió un poquito más.
– ¿Yo te importo si quiera un poco, aunque sea como humano?
Dio un par de pasos hacia atrás, y miro la puerta de reojo.
– Si. Más de lo que crees Pico.
– OK.
No quiso agregar nada más, y como dijo, la respuesta del galeno no podía importarle menos.
– Pico.
Lo llamo una vez más. No contestó, tan solo detuvo su mano del tirador de la puerta y miro hacia atrás.
– Yo ...
Pensaba en el joyero que descansaba al lado de su cama, en la mesita de noche. En su bonito decorado y lo que guardaba en su interior. Una cosita tan simplona y arcaica que pudo haberse echado a llorar allí mismo, frente a él.
– Soy ... Soy casado. Lo siento, lo siento mucho Pico. Debería de habértelo dicho desde un inicio.
Apretó en un puño en lapicero rosa, tanto que un pequeño ¨crack¨ proveniente del plástico del que estaba hecho se pudo escuchar.
– Esto ... – Levanto el artefacto frente a ambos – Esto ... Me lo dio mi esposa.
Pico rodo los ojos.
– ¿Y?
Y sin agregar nada más se fue. Cerro la puerta y camino encorvado el corto trecho hacia la salida y despareció.
Dejando un agujero del tamaño de una cancha de tennis en el subconsciente del psicólogo, que, temblando por todo lo vivido, soltó el bolígrafo y se sostuvo de su escritorio. Porque si no lo hacía, caería y el infierno lo arrastraría hasta lo más profundo.
(...)
Tres, tres semanas de silencio sepulcral. Tres semanas en la que su teléfono no se digno en contestar. Por más que quiso contactarse con el padre del pelirrojo, este no tenia intenciones de acercarse a la consulta.
Ahora mismo estaba despierto en su caliente cama. No caliente por algún revuelco matrimonial que pudiese haber ocurrido momentos antes (Todavía tenia problemas con eso), si no porque sudaba a mares y el cuerpo ajeno acostado a su lado despedía una calidez mortal. Quería salir y dormirse sin manta alguna en el sofá, pero su esposa se enfadaba siempre que no despertaba a su lado. Aun no lograba entender el porqué.
De modo que se quedó allí, tostándose y haciéndose añicos el cerebro tratando de arreglar aquello no estaba roto, o por lo menos no roto por él. Quería ser un buen profesional, debía de serlo. Había leído cientos de veces que los pacientes dejaban la terapia por cientos de razones distintas, estaba seguro de que ¨enamoramiento¨ entraba en esa categoría. Creía, sentía que estaba listo para afrontar esa carga. En la escuela, había enamorado a cuanta chica se le pusiera al frente y no sentía nada, nada por ellas. Claro que, era divertido y halagador el recibir su atención, pero ... No era nada que sintiese genuinamente.
De hecho, no sintió nada por nadie de carácter femenino hasta que conoció a su esposa. Ella era guapa y lista, lo escuchaba y apoyaba en todas sus aventuras y su don con las palabras lo había cautivado en lo más profundo. La forma en la que lo ayudaba a expresarse, a poner en palabras lo que sentía era simplemente especial.
Pero ¿Fue especial porque lo ayudo a avanzar, o fue especial porque la amaba? Se suponía que estaba locamente enamorado de ella, de la oji verde, y por eso no dudo en pedirle matrimonio apenas salieron de la universidad juntos. Muchos le habían dicho que tomar tan apresurada decisión era una locura (Y lo fue) pero no les hizo caso. Estaban enamorados y era lo que importaba, o por lo menos, eso le hizo creer ella.
– Sen ... – Voz adormilada y suave, un bostezo pequeño. Alguien lo toma de la mano en la oscuridad – ¿Qué pasa? ¿Tienes una pesadilla ...? Te estas moviendo como un gusano desde hace rato, calma, todo está bien.
– Estoy asustado.
– ¿Por ...?
– Pesadilla.
– Descuida – Otro bostezo más grande. Ella se da vuelta y deja que él hunda su rostro en su tibio pecho, para ocultarse – Esta todo en tu cabeza, no existe.
– Esta todo en mi cabeza.
– Si.
– ¿Todo?
– Si, Sen, todo. Ese miedo, no es real.
¿Qué más no era real? Su compañía era agradable, pero quizá solo era eso, una compañía. No su compañera de vida.
¨ ¿Y? ¨ esperaba cualquier cosa cuando confesó que estaba casado. Un enfado, un despecho, un berrinche, un lloro. Lo que sea, esa indiferencia fue lo más insultante del asunto.
Pico era su primer paciente, y la primera persona por la que se preocupó genuinamente sin recibir nada a cambio. Ni siquiera su esposa entraba en eso, ella lo ayudaba a expresarse y él la quería por eso.
¿Pero solo por eso?
¿No encontraba atractiva su figura, su largo cabello marrón claro, sus delicadas manos, su fina cadera, sus redondos senos, su cantarina voz, su inteligencia, su confianza?
No, en realidad, no encontraba nada de eso atractivo. Ella era guapa, pero no era ... Para él. Su cuerpo no era para él. Por eso hasta ahora, era virgen. Ambos.
Quizá la mujer con la que duerme no le produce más que una pequeña simpatía.
¨Amor de transferencia, es cuando un paciente cree haber desarrollado sentimientos por su terapeuta y es incapaz de darse cuenta de que solo se trata de una mera ilusión¨ ¿Pero y si él se enamoraba de Pico, a eso como se le llama? Todo apuntaba a que Bracher había desarrollado eso, las posibilidades de que se hubiera enamorado genuinamente de él eran tan pequeñas ...
Tan pequeñas ... ¿Qué más era pequeño? Él lo era.
¨ ¿No son reales? ¨
¨No, no lo son¨
¨ ¿Estas segura? ¨
¨Completamente, Sen. Tranquilo, solo estas confundido. ¨
Si, él siempre estaba confundido, por eso ella era importante en su vida.
¨Me gustas porque me ayudas a expresarme ¿Sabes lo difícil que es para mi entender mis propios sentimientos? ¨
Y si no los entendía ¿Cómo es que había estado tan seguro de pasar el resto de su vida con esta mujer? ¿Podría ser que esos sentimientos también eran falsos?
¿Por qué le gustaba Pico? No era particularmente atractivo ni interesante, era común.
En primer lugar ¿Le gustaba?
Senpai, Roses, Evan; se sonrojo y se cubrió la cabeza con la manta, por más que eso le fastidiara. A primera hora de la mañana, haría el desayuno para él y su esposa, Monika, y saldría a caminar. Caminaría hasta que sus piernas no dieran más y entendiera contra el frio suelo que jamás podría comprender sus sentimientos. Ni él, ni Monika. Ni nadie.
Si a su corazón había aflorado un pequeño vestigio de amor hacia Pico, no importaba. Total, no tenia idea de donde estaba y a Pico no le importaba más su persona.
– Soy un completo idiota – Se dijo, y durmió.
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