XVI
—Este lugar es increíble.
La admiración en la voz de SeMi me hizo sonreír desde el otro lado de la cabina de la camioneta de Jimin cuando estacioné en el borde de los terrenos, en la zona de aparcamiento para visitantes.
—Tenía la sensación de que te gustaría.
Una larga pendiente de césped se extendía delante de nosotros antes de descender abruptamente hacia la ribera del río. La hierba era corta y verde; en algunas áreas empezaba a crecer, con la promesa de una nueva vegetación.
Un par de familias ya disfrutaban del día paseando a sus mascotas, o dejando que sus hijos se persigan unos a otros en el gran espacio abierto. Más allá, se extendía una franja de pequeños kioscos y comerciantes vendiendo sus mercancías a los lados de un camino adoquinado.
—¿Y luego qué? ¿Tendremos un picnic como las parejas de allá?
—Demonios, no. Soy pésimo para la cocina. —Enganché el balón que tiré en el asiento trasero antes de dirigirme a su casa esta mañana, lo levanté y le di vueltas en mi dedo antes de capturarlo—. Tú, mi querida profesora, vas a aprender a jugar fútbol soccer.
SeMi arqueó una ceja, al parecer interesada en lugar de horrorizada. —¿En serio? ¿Qué te hace pensar que no sé cómo jugar?
Está bien, eso me tomó por sorpresa.
—¿Sabes?
Sus labios se curvaron, y se veían tan sexys con ese cómplice tironcito. Tuve que volver a recordarme que hoy no iba a tocarla. Simplemente una unión amistosa. Para conocernos.
Aunque al darme cuenta lo que significaba esa sonrisa, me quejé. — Demonios, sí sabes.
—Junto con las señoras del centro deportivo ganamos el partido local el año pasado —confesó, sonando orgullosa de sí misma.
—No tenía ni idea de que te gustara el juego; pensé que odiabas todo lo que tenga que ver con el fútbol, pero... —Entonces caí en la cuenta. Su comportamiento no tuvo nada que ver con su opinión por el deporte en sí, sino por su historia con cierto jugador de ese deporte. Solté un suspiro—. Correcto. Bueno, si hubiera sabido que eras una fanática, te habría fastidiado para que vinieras al partido de práctica que tuvimos hace un par de semanas.
—No te preocupes, fui.
—¿Me viste? ¿Enserio? —Con las cejas elevadas, señalé a mi propio pecho. Asintió y yo tenía que saberlo— ¿Qué pensaste?
Sus ojos se iluminaron con coqueteo mientras rodeaba la camioneta de Jimin para reunirse conmigo al otro lado. —Pensé que podrías ser el próximo Cha Bum-kun.
—¿Qué? No puede ser.
—Así que...si no vas a enseñarme—Me sacó el balón de la mano, y la observé, francamente complacido por su interés en el mismo. —, ¿vas a jugar conmigo?
—¿Bromeas? ¡Claro que sí! —Alcanzando su mano, comencé a llevarnos hacia el césped—. Vamos, necesitamos jugadores.
Durante los primeros diez minutos busqué por los alrededores un grupo bastante joven para acompañarnos, cuando lo encontré, grité:
—¡Hey, ustedes! —les mostré la pelota en alto—, ¿juegan?
Los amigos se vieron entre sí y luego de unos segundos de conversación insonora, asintieron. Se los lancé como confirmación a la invitación, uno de ellos la atrapó sin esfuerzo alguno y aceleraron el paso.
SeMi tiró de mi camiseta parándose sobre sus puntas para alcanzar mi oreja.
—No creo que sea buena idea. Me siento ridícula, seguro voy a patear como una chica.
La forcé a liberar mi ropa solo para acariciar sus nudillos con mi pulgar. —Eres una chica, ¿a quién le importa? Lo harás genial.
Y vaya si Lim Se Mi no fue la estrella del día. A los chicos de secundaria pareció no importarles dejar que la "chica" entrara en la diversión. En realidad, creo que todos tuvieron un flechazo por ella dentro de los primeros cinco minutos. Se veía tan divertida con todo el asunto. Se rió de sus propios errores, y bromeó con sus adversarios cada vez que nos alineamos antes de un saque diciéndoles que si la dejaban ganar les daría su número telefónico. Enserio que era adorable verla llevar el balón. Sonreía al esquivar a sus contrarios. Nunca vi que alguien resplandeciera mientras jugaba al fútbol.
Era un poco imposible de creer que era la misma mujer estricta, seria y mojigata que enseñaba en mi clase de literatura. Pero cuando SeMi se relajaba, se relajaba.
Al caer la tarde los chicos tuvieron que irse y yo moría de hambre. También ella. Cubriéndose el estómago cuando se escapó un fuerte gruñido, dijo—: Podría comer una vaca entera. Aliméntame con algo delicioso o te reprobaré en el próximo examen.
Nuestros esfuerzos deportivos dejaron un brillo rosado en sus mejillas. Y sus ojos... maldita sea, sus ojos se hallaban vivos y lustrosos. Creo que podría haberla mirado fijamente todo el día -o para toda la vida-, justo así.
—¿Qué? —preguntó, enviándome una mirada extraña al tiempo que se quitaba la coleta en la que se había recogido el cabello cuando empezamos el juego.
Mientras se peinaba el cabello con los dedos, dejando que se derramara por la espalda, negué con la cabeza. ¿Quién era esta mujer, y cómo tuve la suerte de conseguirla por un día entero?
—Nada —murmuré tomándole la mano—. Conozco un buen lugar.
Nadie me creería si intentara decirles que la Dra. Lim comía brochetas de puestos ambulantes y era capaz de coquetear con un montón de preadolescentes para que la dejaran meter un gol.
Pero me alegré de que nunca lo imaginaran. Me alegré de tenerla toda para mí.
Me gustó mucho esta versión de ella, incluso más que el modelo ebrio con vestido corto. SeMi lucía chispeante por el sudor y lo encrespado de su cabello. No parecía tímida acerca de comer delante de mí, o pedir más de tres guarniciones. Era tan graciosa y jovial. Tan malditamente perfecta.
Una sola mirada a su sonrisa cansada y mi cabeza ya se encontraba en un lugar al que no necesitaba ir. Pero inclusive después de que aparté los ojos, todavía me encontraba excitado y ardiendo de deseos por tocarla.
—¿Sabes? —dijo con la boca llena sorbiendo los restos del tteokbokki picante—, creo que no sé cuál es tu especialidad.
—Gestión de negocios. ¿Por qué?
Arqueó las cejas. El gran trago de agua que dio amortiguó las palabras. —¿En serio?
Me encogí de hombros. —Creo tener habilidades decentes en situaciones sociales, y me gusta mucho dirigir al equipo en el campo. Me escuchan, y no sé, como que me admiran. Es una cosa que sé que puedo hacer, así que me quedé allí por si acaso es que puedo llegar a la Confederación.
—Pero te encanta el fútbol, ¿no es así? —Fue más como una afirmación que una pregunta, como si en ese momento estuviera dándose cuenta de la respuesta.
—Por supuesto. ¿Por qué jugaría si lo odiara?
—No lo sé —Alzó uno de los lados de sus hombros—. Es que... después de ese día en mi oficina cuando dijiste que se trataba de desesperación, no pensé que el fútbol fuera lo que más amas en el mundo.
—Es... —Bueno, joder, ¿cómo explicarlo?— No lo sé. En secundaria, hacer deporte, liderear al equipo, fue lo que finalmente me hizo ganar el respeto de algunos de mis compañeros de clase. Mi talento natural me dio esta adrenalina que era... adictiva. Me encanta el juego y anhelo esa fracción de segundo en la que tienes que pensar y reaccionar, elaborar estrategias de cuál es la mejor jugada para ese momento antes de que el silbato suene y metas el gol ganador en la última milésima de segundo. Venir a Yongsan me mostró que existe una ligera posibilidad de hacer de esto una profesión. Descubrir que puedo ser hábil en el juego, me abrió la oportunidad de estudiar y ser alguien en la vida. Antes, la simple idea parecía lejana. El fútbol ha sido bueno conmigo, pero ahora hay mucha más presión. Hay mucho más en peligro. Ya no es solo diversión. Ahora lo es todo, lo que le quita un poco de placer. Aunque, sí, para responder a tu pregunta, me sigue gustando. Me encanta.
—Si pudieras hacer o ser cualquier cosa en el mundo, sin ninguna consecuencia o preocupación, ¿qué harías?
Lo primero que me vino a la mente fue ella. Estaría con ella. Pero sabía que se refería a una profesión distinta; así que sólo me encogí de hombros.
—No lo sé. No puedo pensar en nada que me guste más que el fútbol.
—¿Le enseñarías a otras personas si no pudieras jugar más? Hoy lo hiciste muy bien con esos chicos. Creo que serías un gran entrenador.
—Ah. —No pensé en eso antes.
—Deberías considerarlo. Eres lo bastante inteligente como para hacer lo que quieras. Solo quería asegurarme de que el fútbol era lo que más amabas.
Parpadeé y sacudí la cabeza. —¿Me acabas de llamar... inteligente? —Me sorprendió.
Frunció el ceño. —Por supuesto que eres inteligente. Se necesita una serie loca de neuronas para siempre decir en clase justo lo que sabes que me hará enfadar más.
Riendo, sacudí la cabeza y terminé mi comida, pero aún me sentía internamente halagado porque me dijo que era inteligente.
—Está bien. Basta de hablar de mí. Quiero saber más de ti.
Su sonrisa fue un poco más incierta. —¿Yo? ¿Qué quieres saber de mí?
Inclinándome un poco encima de la mesa, le envié una mirada, como si quisiera decirle que se preparara, porque se trataba de una pregunta seria. Con mi voz baja, le pregunté—: ¿Cuál es tu sabor favorito de helado?
—No lo sé. ¿Vainilla?
—¿Vainilla? ¿Quién demonios prefiere vainilla sobre todos los otros sabores que existen?
—¡Oye! —Me regañó, medio riendo y medio insultada— No critiques mis gustos.
—Alócate un poco.
—Bien. —refunfuñó. —Entonces...creo que el de menta con chocolate.
¡¿Qué?! —¡¿Qué?! —Exploté. Tienes que estar jodiéndome. Bueno, supongo que nadie puede ser completamente perfecto.
—¿Qué tiene?
—Combinar el precioso chocolate con el sabor a dentífrico es un sacrilegio.
—Interesante —Haciendo un sonido en la parte posterior de la garganta, se tocó la barbilla con el dedo y me examinó—. ¿Ese repudio por el chocomenta es algún tipo de simbolismo sobre la forma en que se ha desarrollado tu vida?
Solté un bufido y rodé los ojos. —Ay, por favor.
—Lo digo enserio.
—Muy bien, señorita Profesora de Literatura. Ya basta de esa mierda. No todo es una analogía de la vida. A veces solo no nos gusta la forma en que algo sabe —Lamiendo mis labios, me balanceé hacia ella mientras mi atención se centraba en su boca—. Sin en cambio, existen sabores que no vuelven adictos.
—¿Por ejemplo? —preguntó curiosa. —¿Cuál es tu sabor favorito de la vida?
—Tú.
Parpadeó y su boca cayó.
Continué—: Me gusta la forma en que sabes.
—No —advirtió al instante después de recomponerse; toda sonrisa desapareció cuando se apartó.
Maldición, me olvidé de que prometí mantenerlo estrictamente platónico.
—Lo siento. —Levantando las manos, me eché atrás al instante—. Error mío, en serio.
—Namjoon...
—Oh, vamos. Fue un desliz. ¿No puedes dejarlo pasar?
SeMi capturó su labio entre los dientes no viéndose muy segura de querer estar aquí mucho más tiempo.
—Creo que...
La interrumpí poniéndome de pie—Hablando de helados, conozco un lugar que sirve el mejor cono de vainilla de todo el país. Te compraré el más grande.
Llegué a través de la mesa hasta su mano y tiré de ella detrás de mí. Nunca fui una persona de sostenerme las manos antes de hoy, pero me gustó entrelazar los dedos con los de ella y presionar nuestras palmas juntas. Sobre todo porque temí volver a cometer otro error que me costara el fin de esta cita. No iba soltarla.
Ella, por su parte, medio se tranquilizó ocupando su energía de concentración en nuestras manos fuertemente enlazadas. Había algo sano e inocente y, sin embargo, absolutamente erótico en balancear los brazos en sintonía a medida que caminábamos al lado del otro.
Como que eso nos encantó.
Luego de comprarle mi ofrenda de paz, nos dirigimos a través de los puestos, tomados de la mano y comiendo nuestros conos de helado, comprobando todas las porquerías extrañas que las personas tenían a la venta. Pero entonces SeMi encontró un lugar de libros usados.
La observé recorrer los encuadernados deshilachados, encantado por la fascinación en su cara. Se hallaba en su elemento y se veía bien allí. Cuando encontró una historia que supe captó su interés, le pagué al vendedor por el libro antes de que ella se diera cuenta de que lo hice.
—No tenías que hacer eso. —Sus palabras decían una cosa, pero sus ojos me dieron a entender otra mientras abrazaba con gratitud el libro contra su pecho.
—De nada —asentí golpeando un hombro con el suyo—. Ahora vayamos a buscar un sito donde extendernos para que puedas leer.
Sus ojos se agrandaron. —Tú... ¿acabas de ofrecer... dejarme... leer?
—Claro. ¿Por qué no? Es nuestro día de descanso para relajarnos; sé lo mucho que te gusta leer.
—Pero... —Sacudió la cabeza, sin saber qué decir— Creo que ...esto es lo más dulce que alguien me ofreció alguna vez.
No podía creer que estuviera tan conmovida por la sugerencia. No lo vi como algo tan importante.
—En realidad tengo un motivo egoísta. Pensaba que tomar una siesta bajo el sol parecía como el paraíso ahora mismo, así que... si estuvieras leyendo...
—Espera, espera, espera. ¿Me trajiste a una cita para tomar una siesta?
—Oye, espera. ¿Quién dijo que esto era una cita? Pensé que dejé muy claro que no iba a intentar ninguno de esos trucos que suceden en las citas. Solo quería estar con alguien con quién disfruto pasar el tiempo y hacer cosas que los dos quisiéramos hacer juntos. Y ya que puedo ver en tus ojos que te mueres por abrir ese libro, y yo mataría por una hora de descanso, las dos cosas irían bien juntas.
Y al parecer eso fue toda la explicación que necesitaba.
—Está bien —concordó antes de que tratara de continuar engatusándola.
Así que eso es lo que sucedió. Nos estiramos juntos, lado a lado con las caras bañadas por el sol y la espalda apoyada en una enorme roca ornamental. Cerré los ojos mientras ella abría su libro.
No sé cuánto tiempo pasó, pero cuando me desperté la oscuridad se acercaba. Me sentía más descansado de lo que me había sentido en mucho tiempo. Podría tener algo que ver con el hecho de que mi cara se apoyaba en su muslo o que ella pasaba sus dedos por mi pelo, pero maldita sea, se sentía bien. Me quedé allí durante un segundo, simplemente impregnándome de ello, preguntándome cómo diablos mi cara llegó ahí y cómo podría tenerla de nuevo allí, sin ropa.
Oí un cambio de página por encima de mí y decidí incorporarme bostezando. La mano de SeMi cayó de mi pelo, lo que fue una pena, pero me sonrió de una manera encantadora mientras bajaba el libro y preguntaba—: ¿Mejor?
—Mucho —Me estiré, dándome cuenta de que llegó a la mitad de su historia. —. ¿Qué hora es?
Antes de dormirme saqué el teléfono del bolsillo para estar más cómodo. Cuando lo vi cerca en la hierba, fui a tomarlo, pero Se Mi respondió—: Casi las siete.
—¿De verdad? —Jimin tal vez tuvo un ataque.
Como si acabara de oír mis pensamientos, sonó mi celular.
—Por cierto —añadió SeMi—. Alguien llamado Mochi sigue llamando y preguntando dónde está su camioneta.
Gemí al mismo tiempo que le contesté a mi compañero diciéndole que se mantuviera calmado. SeMi leyó la respuesta por encima de mi hombro.
—¿Supongo que Mochi es un amigo?
—Sí —Guardé el teléfono—. El apodo surgió luego de unos tragos con los del trabajo y se le quedó. Toma literatura moderna conmigo en realidad. Park Jimin.
Palideció. Pero tan pronto como lo hizo, se recuperó.
—Oh —La forma en que lo dijo me reveló que sabía exactamente quién era Jimin—. Escribe ensayos muy... interesantes.
Riendo, me apoyé en ella para oler su cabello. Olía exactamente como lo imaginé, a lavanda y sol cálido. —Apuesto a que sí. Lleno de faltas de ortografía y comentarios groseros, ¿no?
Se puso tensa.
Alarmado por su reacción me aparté. —¿Qué pasa? —Entonces comprendí—. Mierda. Lo siento. Sé que no debo preguntarte sobre los trabajos o calificaciones de nadie. Me dije que hoy ni siquiera mencionaría a la escuela.
—No, no es eso. Es que... —Se aclaró la garganta y miró hacia otro lado; sus mejillas se volvieron rosa.
Tomé su mano, preocupado por arruinar nuestro día perfecto. No pensó que yo le hubiese dicho a Jimin lo que hacía con ella en su camioneta, ¿verdad? Abrí la boca para asegurarle que mi amigo no tenía idea de nada, cuando por fin levantó la mirada.
—... ¿Acabas... acabas de inclinarte y olerme?
Eh... Lo hice, ¿no? Otra cosa que me prometí que no haría hoy. Pero ni siquiera lo pensé. Después de despertar relajado y descansado con mi cabeza en su muslo y sus dedos en mi pelo, se sintió como lo más natural del mundo.
—Tal vez —evadí solo para luego girar el enfoque en ella—. ¿Acabo de despertar en tu regazo, contigo rascándome la cabeza?
Ruborizándose locamente, se mordió el labio. —Tal vez.
Quería robarle un beso. Tan desesperadamente. Pero mi teléfono sonó de nuevo haciéndome saber que tenía otro mensaje. Con un gemido, lo levanté, y leímos el mensaje de Jimin queriendo saber cuándo le regresaría la camioneta.
Se Mi frunció el ceño. —¿Por qué tienes su camioneta?
—Porque no tengo auto propio —contesté mientras le respondía a Jimin que estaría en casa a la medianoche.
Los ojos de SeMi se agrandaron. —¿Medianoche? ¿Qué tienes planeado hacer conmigo hasta entonces?
Me estremecí, pensando en todas las cosas que me gustaría hacer con ella hasta entonces, pero tuve que recordarme que prometí comportarme.
—Es una pregunta peligrosa.
Rodó los ojos— ¿Entonces tienes una Vento?
—Ya me gustaría. Una motocicleta me facilitaría muchas cosas. ¿Qué digo? Me conformaría con una bicicleta. Amo esas cosas.
Su sonrisa burlona desapareció. —¿Quieres decir que no...? — Atragantándose, se sonrojó con aire culpable—. Oh, Dios mío. Lo siento. Simplemente asumí...
—Oye, no dijiste nada malo. No tengo un lujoso medio de transporte, eso es todo. Me sentiría, no sé... egoísta, supongo, si me comprara uno mientras mi familia estuviera... Bueno, no tenemos que ir allí. Suelo enviar todo el dinero extra que tengo a casa para que mi hermana se encargue de las cosas allí, por lo que no es como si pudiera costearlo.
—No dejas de sorprenderme, Kim Namjoon. Tan pronto como descubro algo bueno y altruista acerca de ti, vas y lo superas con algo aun mejor.
En lugar de halagarme, sus palabras solo alimentaron mi culpa. Porque traerla aquí hoy fue increíblemente egoísta e incorrecto, amenazando su futuro y el de Yeonwoo, Woo Jin y Gunwoo. Y aún peor, no me molestaba lo suficiente como para ya llevarla a casa.
Ya nos encontrábamos aquí; ¿qué eran otro par de horas? Además, quería que experimentara la única cosa por la que la traje aquí.
—Andando —Le agarré la mano y nos ayudé a ponernos de pie—. Creo que ya es hora del evento principal.
—¿El evento principal?
Señalé las luces detrás de nosotros al otro lado del mercado de proveedores. A lo lejos, se iluminó el contorno de una rueda de la fortuna girando lentamente.
Sonriendo, bajé mi boca a su oído. —Está a punto de experimentar su primer carnaval, Dra. Lim.
Sus hermosos labios se abrieron por el asombro. Las luces de colores brillantes del parque de atracciones se reflejaban en sus ojos deslumbrados. Girando hacia mí, balbuceó:
—¿Cómo...cómo supiste que nunca he...?
Maldición, no recordaba nada de la conversación borracha que tuvimos, lo cual era demasiado condenadamente malo, porque yo no podía olvidar un solo detalle de la misma.
Levantando sus dedos entrelazados con los míos a mi boca, le besé los nudillos levemente y le guiñé un ojo. —Es un viejo truco de percepción extrasensorial que aprendí de mi profesora de literatura. Andando.
Le encantó.
SeMi no dijo nada en voz alta, pero todo lo que tenía que hacer era observar las expresiones que revoloteaban en su rostro para saber que la experiencia le fascinó.
Comió algodón de azúcar, miramos la corta función de marionetas y probamos el juego de pelota. Pateé su trasero, por supuesto. SeMi me dijo que era un mal ganador. Me encogí de hombros y le respondí que se lo pondría fácil cuando ella decidiera ponérmelo fácil calificando mis ensayos.
Murmuró—: Touché. —Luego rodó los ojos, riendo.
Cuando el vendedor me felicitó y puso un conejito de peluche marrón con orejas colgantes rosadas en mi pecho, lo miré como si hubiese perdido la cabeza.
Se Mi se agarró el estómago y rió más fuerte. —Ahhh. Lucen tan lindos juntos. Mira, su pelaje es casi del mismo color que tus ojos. Creo que es una combinación hecha en el cielo.
—De acuerdo, listilla. Te harás cargo del cuidado y manutención de esta cosa.
Cuando lo empujé hacia ella, lo miró como si tuviera la rabia. —Pero... yo nunca he tenido un animal de peluche.
Sus brazos se enredaron alrededor de él para evitar que se cayera.
—Nunca se es demasiado viejo para comenzar —dije, sintiéndome engreído por haber podido darle el conejito sin ser cursi al respecto.
—Pero ¿qué hago con esto?
—No sé. Ponlo en tu cama con todos los cojines que tienes.
—Bueno. —Aún actuaba indecisa, pero podía ver el anhelo en sus ojos. La niña quería su peluche. Al final, pestañeando, cedió con un calmado y sincero—: Gracias.
Lo juro por mi vida, si dejaba caer una sola lágrima, iba a arrastrarla al primer tranquilo y oscuro rincón para besarla sin sentido.
Lo siguiente que pensé fue: ¿qué clase de padres no les compran animales de peluche a sus hijos? Incluso mi rara madre, un año para mi cumpleaños, me lanzó un peluche de perro mutilado con una oreja arrancada.
—Bien, es hora de llevarte a dar un paseo y ver cuán resistente es tu estómago. —Anuncié. Con ojos bien abiertos y expresión cautelosa al instante, negó con la cabeza y se resistió a mí. —¿Qué? No estás asustada, ¿verdad? No te preocupes. Comenzaremos con algo sencillo. ¿Qué te parece la rueda de la fortuna?
—¿La rueda de la fortuna? —Sus ojos se abrieron incluso más—Pero esa es la cosa más grande y alta en todo el parque.
—Oh, vamos. Tienes que probarlo al menos una vez.
Fue muy fácil convencerla para hacerlo; creo que secretamente quería subir pero le ponía nerviosa. Luego de comprar tickets, nos pusimos a la fila detrás de un puñado de niños. Éramos por lejos las personas más grandes esperando subir.
Acercándose a mí, Se Mi murmuró—: Esto es tonto. Vámonos.
—Nop. No te vas a escapar de mí. —Apreté mi agarre en su mano, manteniéndola cerca mientras miraba a la rueda de la fortuna que reducía la velocidad para dejar a unas niñas risueñas bajarse.
Su espalda se tensó de inmediato, y vi que un poco de su yo-profesor brotaba en sus rasgos. Fue un poco sexy. —No estoy escapándome. Estoy...
—Escapándote. —Sonreí con suficiencia retándola a contradecirme,
—De acuerdo. Vamos a la rueda de la fortuna.
—Bien. Porque es nuestro turno.
—¿Qué? —Sus dedos se apretaron alrededor de los míos y gimió—. Namjoon, espera.
Tirando de ella, la ayudé a subir al asiento que el chico mantenía abierto para nosotros antes de saltar a su lado. Se veía tan nerviosa, con sus dedos apretados alrededor de la barra de seguridad hasta que los huesos de sus nudillos trataron de salir de su piel.
Necesitando distraerla, choqué mi codo con el suyo. —¿Sabes? Mi primer beso fue en la cima de la rueda de la fortuna.
SeMi me miró con los ojos muy abiertos. —¿Cómo fue?
Hice un gesto como diciendo más o menos.
—Húmedo y descuidado. Los dos éramos bastante torpes, pero bueno, solo teníamos diez años. Y sus padres vieron todo. La arrastraron lejos tan pronto como bajamos, castigándola por acercarse al desagradable niño Kim. —Con un suspiro, me encogí de hombros—. Nunca más me habló en el colegio.
Cuando noté la extraña mirada de Se Mi, pregunté—: ¿Qué?
Las esquinas de sus labios se elevaron con una sonrisa. —Me refería a cómo fue el paseo en la rueda.
—Oh. Bueno... —Nuestro carro se agitó con un movimiento y fuimos elevados en el aire. Alcancé su mano para cubrirla—. Tiempo de descubrirlo.
Ella contuvo el aliento. Cuando la rueda se detuvo para dejar que subiera más gente, Se Mi tragó saliva y se inclinó hacia delante para mirar todo lo podíamos ver desde esta altura.
—Vaya.
—Lo sé —No podía apartar los ojos de ella—. Bastante sorprendente, ¿no?
—Creo... creo que... es la puesta de sol más hermosa que he visto en mi vida. —Indicios de lágrimas brillaron en sus ojos y no había manera de que pudiera hacer nada. Salvo, quizá, presionar un beso breve y cortés en su mejilla.
Mientras me alejaba, Se Mi tocó su piel húmeda con dos dedos y me miró. Fui mucho más consciente de mí mismo luego de este pequeño besito que de todos los acalorados besos de boca abierta que compartimos antes, aclaré mi garganta y traté de encogerme de hombros.
—¿Qué? Es una tradición para mí. Y tus padres no están aquí para llevarte lejos luego, entonces... ¿por qué no?
Sus labios se elevaron en una sonrisa, por mi parte dejé salir un respiro de alivio encantado de que no estuviese enojada.
Pasamos el resto del paseo en una alegría tranquila mirando el reflejo de la puesta de sol en el agua del río.
—Está bien, eso fue divertido —admitió una vez que nuestros pies estuvieron en el suelo.
—¿No estás encantada de que te haya hecho intentarlo?
Levantó la barbilla y apretó sus labios para contener una sonrisa, pero la vi de todos modos. —Sí. Sí, lo estoy.
—¿Y ahora qué? ¿Autos chocones?
—Tengo una idea mejor. —Echó a andar, así que la seguí.
Luego de que pasamos por una tienda de campaña, dobló a la derecha, llevándome al tranquilo y oscuro lugar al costado, apretado entre la lona y la cabaña del espectáculo de marionetas.
—¿Qué...?
Se detuvo bruscamente y me miró. Fue entonces cuando me di cuenta de... Oh, mierda.
Mi piel vibró con el zumbido de energía. Me rehusé a reaccionar. Le prometí que no trataría nada malo. Pero jamás dije que ella no podía. Y obviamente, parecía querer.
Apenas levantó la mano contuve mi aliento. No dijo ni una palabra; y yo tampoco. Sus dedos rozaron mi mandíbula y mis cortas patillas. Cuando peinó mi cabello, no pude evitarlo, cerré los ojos.
—SeMi. —Su nombre salió de mis labios al igual que el aire silbando de mis pulmones. Mi cuerpo se hallaba tan encendido que sabía, vería chispas eléctricas sobre mi piel si me atrevía a mirar.
—¿No me vas a tocar?
—¿Me lo estás pidiendo? Porque prometí que no lo haría.
Su aliento calentó mis labios. Demonios, se encontraba justo ahí.
—Namjoon—susurró. Abrí mis ojos mientras ella añadía—: Tócame.
Fue hasta entonces que su boca encontró la mía. Santo cielo, lo sentí recorrer por toda mi área pélvica. Mientras mi erección saltaba en mis pantalones, sus labios se entreabrieron y su lengua, tan caliente como húmeda se lanzó hacia delante con cautela.
Jadeando, tomé su cara e incliné su barbilla hasta que quedó como la quería yo: apretando mis brazos y parándose sobre las puntas de sus pies para alcanzarme. Sabía a algodón de azúcar y soda. Presionando mis caderas contra su suavidad, traté de aliviar un poco de las palpitaciones insistentes. Pero ella estaba tan cálida y flexible en estos momentos, que nada menos que la liberación calmaría mi deseo.
—Dios, sabes cómo besar. —Estaba volviendo loca a mi boca con su tímida y curiosa exploración.
Se apartó para jadear contra mi garganta. —¿En serio? —Ya que parecía no creerme, tendría que mostrárselo.
—¿Qué crees? —Volví mi boca a la de ella y llevé las cosas un poco más allá. Parecía ansiosa por ir adonde la llevara; sus manos revoloteaban por mi pecho, sobre mis brazos, en mi cabello...
Paré para recuperar el aliento. Mi respiración entrecortada alborotó su cabello. Se estremeció y me abrazó, así que envolví los brazos a su alrededor. Nos sostuvimos el uno al otro mientras la música de la rueda de la fortuna sonaba sobre nosotros y una brisa fría pasaba con suavidad. La esencia de palomitas de maíz y comida callejera lo hacía casi surrealista, pero realmente nos encontrábamos aquí, haciendo esto, un jugador universitario y su profesora fraternizando.
Descansé mi boca contra su sien y la besé ahí.
Lo hice porque tenía que hacerlo. Nadie me obligó. Quería sostener su mano, admirar su sonrisa, verla comer y ser el que la besara. Quería a SeMi. La quería conmigo; para ser y hacer.
Es probable que ya la necesitase más que a mi siguiente aliento. Pero no me importó. Tenía que intentarlo.
—Estoy dentro si tú lo estás, SeMi. Sé que tenemos mucho que perder. Pero creo también que hay más por ganar; así que, depende completamente de ti. Tienes la última palabra.
Capitulito largo porque....bueno, porque sí. Digamos que SeMi y Nam se lo merecen.
Gracias por leer.
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