Capítulo 72
Ya les advertí lo que viene y recuerden bien las advertencias que dejé en la sinopsis.
Si no estás de acuerdo frena la lectura. Y gracias por llegar hasta aquí ❤️
Lovely Walker.
Resignarse.
Los oídos me zumban mientras el cerebro me arde y trato de abrir los ojos, pero los párpados me pesan. Toso, me ahogo cayendo al suelo, alzo la mirada y trato de enfocar pero no puedo, veo unas botas marrones de uso rudo. Y, mis uñas rotas llenas de sangre al igual que mis manos. Tiemblo viendo al vaho que sale de mi cuerpo y vuelvo a alzar la mirada percatándome de quién es el que me tira agua.
—Límpiate que hoy me servirás —me tira una esponja y un jabón viejo sabrá Dios lleno de que.
«¿Cuánto tiempo ha pasado?»
—Mátame —ordeno—, no quiero seguir con esta mierda donde prueban quién tiene más poder en base a mí.
¿Por qué probarían quién tiene más poder con una niña de 19 años? Quizá porque lo único tan fuerte de no romper es algo tan fuerte como las ganas de vivir de un joven. Pero en el momento que vi a mi mejor amiga... casi hermana, dejar que me tocaran, inconsciente, dejé de vivir. Morí y volví a nacer.
—¿A ti? —se burla alzándome del cabello.
Me percato de que estoy desnuda y mis alarmas se encienden. Pero yo jamás voy a suplicar.
—Tú no vales nada, porque al hombre que te entregaste te vendió y al que tanto deberías odiar, no te busca —sus palabras duelen pero no lo demostrare—, uno te usó a su beneficio y el otro te dejó a tu suerte por zorra.
—Ok.
«No seas cobarde, maldita mocosa»
—A ver cuánto te dura ese caparazón —me arroja al suelo frío y lleno de agua.
Se va a una puerta de metal y la deja medio abierta mientras mis ojos no dejan de mirar la brecha de luz.
Me quito la sangre seca y lavo mi cabello con agua, queda chicloso pero no importa. Camino hacia la salida y me percato de qué hay dos hombres esperándome como mujeres más con el cabello corto que traen ropa.
—Muévete —me empuja un guardia.
Una chica se pone a mi espalda y la nalgada que iba para mí le toca a ella. Cubro mis pechos mientras miro el piso de madera barnizada, y el frío cala mi piel.
Doblamos un pasillo, me dirigen a unas escaleras que dan a muchas puertas. Entramos en una de ellas y el olor a cedro inunda mis fosas nasales.
—¿Qué hay aquí? —pregunto y una de las chicas me pone la mano en la boca.
—No hables mucho —aconseja y asiento.
Me dan la ropa y cierran la puerta. Es una habitación con un tocador y un pasillo hacia un baño, un armario y una pantalla sobre la pared. Me acerco al tocador y busco alguna una arma pero no, no hay nada.
Me apresuro a vestirme y quedo como una perfecta prostituta. Un traje de sirvienta que apenas me cubre el trasero, y no ayuda que se eleve gracias a mis glúteos, mis pechos quedan aplastados haciéndome respirar mal por el corset pero lo acepto. Estoy descalza y no me dieron zapatos, pero hace frío que entume mis dedos.
Rebusco en los cajones y encuentro unos calcetines.
Me los coloco y...
—¿Qué hace mi hechicera? —su voz me hace brincar.
Tiemblo y trato de agarrar lo que sea pero cuando menos lo pienso ya me tiene del cabello. Me gira haciendo que lo mire.
Está vestido de negro completamente y huele a limpio. Besa mis labios temblorosos y se aleja reparándome.
—Este es el trato —me dice y se sienta sobre la cama con mantas blancas mientras yo me quedo inmóvil—, tú te portas bien y nadie te hace daño. Debo salir, poner cara de pésame, y trabajar —rueda los ojos—, pero te traeré pollo frito.
—¿Quién...? —trago saliva con el nombre de Eliot y ese mentiroso a mi mente—. ¿Cuál pésame?
Los ojos se me empañan pero el silencio es lo que me hace sentir que la vida se me sale del pecho.
—Makris...
Dejo de escuchar cuando las palabras salen de su boca y un suspiro me lleva al piso recordando a Elton en el suelo de mi habitación. Elton sabía, y es una arma poderosa, pero, con Aragon en la cárcel... todo les quedo como anillo al dedo.
Trato de respirar pero no puedo, se acerca a mí y ni siquiera me molesto en alejarlo porque no puedo procesarlo. Mi Elton, su sonrisa, sus ojos en blanco, sus ocurrencias, las veces que me enfrentó, y la personalidad fuerte que sólo sacaba cuando se requería, mi chico de ojos zafiro y cabello oscuro.
Mi mejor amigo, mi Elton... él no. Me hago bolita sin poder respirar, y envuelvo mis piernas dejando ir un grito tembloroso que me rompe las cuerdas vocales. El aire se va de mis pulmones y las mil maneras en las que pienso que murió me atraviesan, mientras las fosas nasales se me tapan y la cabeza me duele.
Los pulmones se me queman y pataleo al tipo que me abraza empujándolo lejos de mí.
—¿Por qué? —es lo único que logro decir.
Me levanto temblando, las piernas me flaquean mientras él se ríe.
—Eso pregúntaselo a tu ex, yo no pedí que lo mataran —argumenta dejándome el alma vacía.
Damon no pudo, él no...
—Dime que es mentira, por favor —trato de agarrarme de algo cuando siento el mareo atrapándome.
Toma el control remoto y me sienta en la cama tomándome de la cintura. Busca las noticias de la jerarquía News y está en todos lados.
—Se está llevando a cabo la ceremonia de una corona que nunca renació —la reportera hace que mis berridos se hagan sonoros mientras veo cómo cargan un ataúd con la bandera de Grecia, y estadounidense. Las insignias en ellas no caben y dejo de ver por las lágrimas cuando pitudo en mis tímpanos es grotesco—. Nos están acompañando sus seres cercanos, sus padres y sobaranos así como su prometida. Vanessa Jonson, abogada y cadete de la jerarquía...
—¡Maldita! —aviento el control a la televisión—. ¡Malditasea, Vann! —caigo desplomada sin poderlo asimilar.
Aragon saldrá, él se dará cuenta, lo sé. Él no es capaz de dejarme. Lo sé, lo prometió. Por eso le dije a Elton que él vendría por mí.
—Tranquila —besa mi cabello y lo empujo. Un golpe me deja sorda de un oído cuando caigo al suelo tocando mi mejilla. «¿Qué?»—. ¡Me vas a respetar o te enseñaré a hacerlo! —me empuja contra el piso de madera y que alce mi vestido me pone a la defensiva.
—¡No...! —otro golpe contra el suelo me deja viendo estrellas.
Lo empujo haciendo que caiga al suelo y me levanto. Trato de buscar salida en la cortina, pero cuando la abro me percato de qué hay un bosque marchito cubriendo de nieve.
—¡Te dije que rogarías! —me empuja contra el cristal.
—Por favor, no —suplico. Haciendo que la promesa de hace un momento no valga nada.
—Suplica más.
—Por favor —el cristal enfría mi mejilla y la lágrima hace contraste calentándola.
—Voy tarde —gruñe y pasea su verga en mi culo. Aprieto los ojos como mis labios, remojándolos haciendo que un suspiro se escape—. Pórtate bien, te compensaré esto.
Asiento. Desliza su mano entre mis pliegues y gruñe cuando siente que están secos. Empuja mi cabeza, escucho como escupe, vuelve a llevar sus dedos y los pasea remojándome, inserta un dedo y las lágrimas recorren haciéndome sentir el asco que jamás sentí antes. Introduce otro lastimándome, y cuando consigue lo que quiere los lleva a su boca.
—¿Cuánto llevó aquí? —pregunto y me suelta.
Me quedo unos segundos tratando de similar lo que acaba de suceder y me giro para encararlo.
—Tres días, pero para tu mala suerte el heredero se llevó toda la atención. Es como un tornado —limpia mis lágrimas con un pañuelo y besa mi frente—. Vamos.
Salimos y bajamos nuevamente mientras la incómoda tanga se mete en mi coño adolorido. Cuando comenzamos a cruzar una sala de estar los gritos de negación se hacen sonoros. Hay cabezas de animales adornando las paredes y... ¿personas?
Andersson sujeta mi mano y me enderezo. Pasamos hacia otra área donde los gritos me aturden, lo que veo me deja helada. Son hombres que parecen medievales torturando a un tipo de traje.
—¡Ayuda! —grita mirándome, temblando—. ¡Ya les dije que no sé la fórmula!
Nos ganamos la mirada de los otros tres hombres y el vikingo está sentado fumando tabaco, me escanea con asco y ve a su hermano.
—Ya lárgate que esta necesita ganarse la comida —espeta.
—Más vale que la trates bien —le advierte. Saca algo de su pantalón y me lo entrega—. Es para que hablemos todas las noches —miro mi mano y veo que es un teléfono—. Está encriptado para que sólo podamos hablar tú y yo.
—Ok. —me da un beso en los labios y me trago las ganas de quitarme su saliva.
—¡Denle una pala a esta y unas botas! —grita y Andersson se va con él.
Le echo una mirada al pobre hombre se hace en los pantalones y le cortan la cabeza con una hacha haciendo que me eche hacia atrás.
—¿Demasiado para la dama de la mafia? —se ríe el vikingo.
Lo ignoro porque no tengo ganas de que me muestre como tortura.
Andersson sale cuando una llamada le entra y una de las muchachas vienen a llevarme. Me llevan por un pasillo y entramos a un sitio amplio con chimenea, sala de estar, comedor y escaleras laterales que llevan a alcobas.
La chica me entrega la pala y botas.
—No mires, no hables y si puedes no respires —me aconseja—. Ignora a los hombres, el joven Andersson te eligió y puede que te sirva.
—¿Para qué?
—Para no ser la moneda de cambio cómo nosotras.
Sus palabras me aturden. Pero no me quedo parada y la sigo. Me explica lo que debo hacer y me pongo a recoger nieve con las manos acalambradas.
Quito en un lado de la casa que es gigante y al poco tiempo ya tengo más. Estamos a mitad de la nada pero no me preocupo, sólo debo sobrevivir y encontrar la manera de matarlos.
Termino de allí con la nariz ardiéndome... «¿Elton murió?».
No, eso no pasó, limpio mis lágrimas y me quiebro yéndome al suelo. Todo es una mierda, y ya no tengo ancla, no pienso tener nada porque creo que de alguna y otra manera me la quitarán.
«Tú eres tu maldita ancla —me imagino su voz—. ¡Levántate, mocosa!»
Respiro hondo y me vuelvo a levantar. Termino mis quehaceres y comienzo a lavar los platos de la comida, la panza me gruñe pero algo me dice que no debo de hablar.
El vikingo se escucha a lo lejos y me apresuro. Termino de limpiar la cocina bien equipada con luces cálidas que aborrezco y acomodo la mesa de nuevo. Acomodo el mechón de mi cabello y limpio las lágrimas que brotan no sé porque...
—¡Puta! —me grita y levanto la vista.
—¿Qué?
Niega con ironía.
—Tú si te quieres morir...
—Me habló y yo respondí —le digo firme—, me trato sin respeto así que, no puedo responder de otra manera.
—¡Ven acá!
—Ok.
Camino hacia él y me toma del brazo me pone de espaldas y me jala del cabello. Pone su nariz en mi cuello y aspira.
—Hueles a mierda.
—Es el agua que me diste para la ducha —no miento. Olía de la mierda.
—Oriné en ella —sisea.
Se carcajea y trago pasando saliva.
—Te toca tu iniciación. —me arrastra por no sé donde y el miedo me recorre, me sube a las escaleras laterales.
No, él no me haría nada sexual. Le doy asco.
Abre y una chica está terminando de hacer la cama. Le hace una reverencia sin mirarlo a los ojos y nos adentramos. Se sale y cierra la puerta.
—Te diré, putita —me acomoda frente a un tocador similar al del otro cuarto. Tiene casi la misma estructura, pero éste tiene el baño del otro lado—, no me caes mal, de hecho creo que para tener como 16 tienes cuerpo y agallas de una de 25. —saca unas tijeras de un cajón y las lágrimas deslizan haciéndome saber lo que hará. Pero podría haber algo peor—. Me sorprendió que Aragon no te matara. Era una leyenda, mi padre quería que fuese como él; como el cazador, pocos sabían quién era, pero el maldito perro lo único que tiene son ganas de morir.
Me veo al espejo y los moretones en el rostro son notorios, tengo un golpe plantado en la mejilla izquierda y un hematoma en el pómulo derecho.
—Quería que nos asociáramos pero tiene aires de grandeza y mira —se burla y comienza a trenzar mi cabello. No lo pierdo de vista mientras noto su cabello trenzado, y barba rebajada—, una cría lo encerró y mató a mis hombres en un ataque de superioridad.
Lo escucho detenidamente y levanta la mirada, le paso las tijeras. Sonríe y me deja ver sus dientes blancos, se le hacen hoyuelos en las mejillas.
—¿Así lo conquistaste?
Pongo los ojos en sus manos y veo cómo corta, no hay dolor, y me está cortando una de las cosas que ahora más amo de mí.
Termina de cortar y me la entrega.
—No —respondo su pregunta mirándolo a los ojos—, lo hice retándolo. Enviándolo al precipicio para salvarme, haciéndolo denegar y cuestionarse.
Tomo las tijeras y se las entierro en la pierna. Lo empujo, y me aviento contra la ventana desatando la lluvia de cristales que me rozan la piel de los antebrazos que cubren mi rostro.
Caigo en la nieve y él dice algo en ruso pero no me detengo a traducir. Me sumerjo al bosque y la nieve con ramas secas hace estragos en mispies a través de la tela.
La garganta me arde por las bocaradas de aire que tomo, tropiezo con una rama que me lleva al suelo y ruedo pero me incorporo escuchando gritos y festejos como si fuese un juego pero yo estoy corriendo por mi vida.
«¡Corre!»
Quiero gritar, pero no puedo, no puedo. Sólo quiero escapar. Brinco y me topo con un río crecido enmedio de la nada, no me detengo. Dejo que el agua me adormezca los pies y que el vaho de mi boca se intensifique en lo que trato de respirar. La nariz me arde y los labios se sienten calientes.
Los gritos se escuchan pero no me detengo a esperar que me encuentren, choco contra un árbol y caigo en cuatro patas, noto que mi anillo no está... «No»
Trato de buscarlo entre la nieve mientras soy presa de las lágrimas que me queman la garganta. Me levanto con más ganas, con miedo y temor de que aparezca ese maldito, que me maté sin poder decírselo, sin pegarle una bofetada y decirle lo que siento.
—¿Adónde estás? —dice uno como si estuviera jugando a las escondidas.
Corro como alma que lleva el diablo y el pecho me galopa con euforia recorriéndome las venas, ya ni siquiera siento los pies pero las ganas de salir me pueden cuando escucho llantas rodar. Me dirijo hacia el sonido y caigo cayendo casi en picada.
—Mierda —impulso mis manos de las ramas y alzo la mirada sonriendo cuando encuentro la carretera también rodeada de bosque.
Corro temblando tratando de alejarme lo más que puedo del maldito bosque pero no tengo idea de adónde ir. Me paro justo enmedio pero no veo el sol, no hay nada que me diga en qué punto cardinal caminar. No hay viento, no sé adónde ir.
Me tiemblan las manos, me duele el pecho tratando de escapar un sonido, agarro mi cabello dándome cuenta que esta sobre mi hombros, y eso me quiebra por alguna puta razón.
«Mentón arriba» «No eres una presa, eres mi mujer», su voz llega como un recuerdo que acepto.
Me levanto temblando y a lo lejos veo un auto que me lleva de alegría.
—¡Ayuda! —le hago la parada...
—¡Quítate del camino!
Pasa a toda velocidad aniquilándome el pecho, la furia me ensordece y el pecho se me comprime al ver que seguramente moriré.
—¿Qué te pasa imbécil? —grito frustrada—. ¡Maldito desgraciado, hijo de puta, pendejo de mierda, perro infeliz! ¿Qué mierda sucede con todos? ¡Malditos malnacidos!
Sigo caminando con las bocanadas de aire que me indican que la adrenalina está pasando y recuerdo lo que hice. «Apuñale al líder de la Bratva», me digo.
¿Pero qué diablos hice? Él no es Tayler. No sé porque creí que sería como él...
El ruido de unas llantas me llaman y me retumba el pecho cuando giro viendo el vehículo.
No puedo articular palabra pero le hago señas. Comienza frenar... «Joder». Mis pies comienzan a moverse en sentido contrario cuando veo al hombre que se baja bufando del auto, estoy volando tratando de alejarme de la muerte que me persigue pero me lo impide un golpe que me manda al suelo.
—Maldita puta —me jala el cabello llevándome a rastras.
—¿Te dolió? —me burlo como si no estuviera temblándome cada parte de la piel.
Me encara levantándome del suelo.
—Te juro que te follaria aquí mismo como la perra que eres y se lo mandaría al maldito con el que te revuelcas —trato de respirar por la nariz mientras le niego mis ojos—. ¡Mírame!
Alzo la mirada con respiración temblorosa y suspira.
—Eres sólo una niña —me niega la vista y me conduce al auto. Me mete allí y la calefacción me hace agradecer que me atrapara al igual que los dedos que no siento. Entra y cierra la puerta de un azote con la pierna ensangrentada—. Eres una idiota, si crees que será igual que con él.
—Ok... —la palabra queda en el aire cuando me empuja contra el vidrio que me nubla la vista.
Me van a dejar más loca si siguen así...
Bajo las escaleras de la casa a todo lo que da y Ostin tiene un gorro de asno al igual que Vann. Sonrío y les muestro mis cuernos con campañas.
—¿Qué tal? —doy una vuelta.
—¿Es una fiesta de disfraces? —pregunta mi madre mientras mi padre sigue hablando por teléfono.
—No, sólo vamos a encender lámparas chinas —dice Vann—. Regresaremos temprano.
Es mentira, vamos a beber toda una fiesta de pre-fraternidad para Ostin.
—Yo se la cuido —Ostin me toma de la cintura y me carga hasta el marco de la puerta.
Salimos de la casa y caminamos al carro de Os abrazados.
—Lovely —grita mi madre, giro sonriéndote.
—¿Si, mami?
—Regresa pronto, cariño —dice mi padre con rostro triste.
—¡Sólo es una fiesta, señor! —grita Vann.
Todo a mi alrededor desparece.
—¡Se fuerte, pequeña! —grita mi padre—. ¡Eres mi amazona!
—¿Papi...?
Un golpe me hace brincar y el dolor de cabeza me abruma.
El corazón me atropella el tórax queriéndose salir. Una palmada cae a mi mejilla derecha haciéndome gritar de frustración.
—¡Ya, con una mierda!
Alzo la mirada topándome con el vikingo que me tiene en la misma habitación de antes, estoy amarrada a una silla metálica, las muñecas están sostenidas de metal, que si las muevo duele.
—Prometí que no te mataría, y soy un hombre de palabra —camina a una máquina de tortura con electroshocks que va conectada a la silla—, pero freír ese cerebro terco será mi nuevo entretenimiento.
—¡Jodete...! —el golpe me llega directo el pecho haciendo que apriete los dientes.
Me aturde la contracción muscular, y el aire me falta cuando se me comprimen los pulmones... le baja a la potencia haciendo que me hunda en la silla mientras el corazón trata de salirse de mi caja torácica.
—¿Qué es lo que mi hermano quiere de ti? —pregunta—. ¿Por qué te secuestró aquella vez?
«¿El día de la reunión?»
—¿No es tu hermano? —digo entre suspiros y respiración agitada.
Se acerca a mí, me abre la boca colocándome una goma en los dientes. Aprieto la silla y no pierdo la vista de esos ojos malditos que tiene, me niega la mirada. Sé que tengo una mirada fuerte, no dudaré en usarla.
—Esa no es la respuesta —deja que la electricidad vuelva a fluir haciéndome gritar con los dientes apretados.
El golpe recorre todo mi cuerpo haciéndome perder el sentido de la realidad, me niego a que me vea flaquear, me niego a que me humillen y morir como una perra llorona.
—¿Qué quería? —me grita cuando baja el voltaje pero sigo convulsionandome.
Los golpes eléctricos me están aplastando la vejiga al mismo tiempo que las lágrimas quieren atravesarme.
—¡No lo sé!
—¡Dime! —grita soltando un choque eléctrico que me nubla el pensamiento.
Me adhiero a la silla tratando de zafarme mientras sube el calor a mi rostro y revienta en mi estómago provocando que mi vejiga seda liberando toxinas.
Sigo consciente, no sé si es porque soy fuerte o realmente la vida me odia para no dejarme morir. Pero sé la respuesta a su pregunta. «Eliot».
Y aún así voy a morir antes de que eso suceda. El pecho me duele y el vomito me atraviesa con manos temblorosas.
Baja el voltaje y siento como quita algo de mis muñecas haciendo que arda una sensación reconfortante. No lo veo, simplemente me saca del lugar.
Me arrastra por el pasillo y me mete a no sé dónde, me enfoco en en piso pero me sostiene.
—Eres una puta zorra, pero no vas a morir así —me encierra en la habitación de antes—. Te vas a bañar porque tengo visitas y necesito me atiendas.
Entramos al baño recorriendo el pasillo de su habitación. Me sostengo del lavabo blanco mientras cierra la puerta, hundo mi cabeza entre mis hombros. No puedo ver bien, los ojos me laten, siento que se me van a salir pero aún así trato de alzar la mirada.
Escucho agua sonar, miro al hombre de jeans y botas de combate con un chaleco que prepara agua en una tina. Abre la regadera que está frente a la tina pidiéndome con la mano que me acerque.
Hago caso dudosa, me pone frente a él. Alzo los brazos por inercia, y quita el vestido del uniforme.
—Te entrenó bien —dice con ironía.
Ya no tengo corset, sólo tengo la tanga y los pies descalzos. Me mete en la regadera con agua tibia haciendo que me orine de nuevo. Suspiro con el agua acariciando mi cuerpo y tiemblo con las ganas de dormir pero aquí no puedo.
—Aquí vas a aprender modales, yo no soy el Boss-baboso de la mafia.
Yo sólo miro mis pies porque no quiero que vea que me duele, y sé que mis ojos se lo dirán.
Me da una esponga limpia y jabón líquido.
—¿Puedo bañarme sola? —alzo la mirada.
Me escanea por completo y niega. Se aleja sentándose en la tina.
—Quiero ver a la que hizo una revolución —comienza, y asiento—, quiero ver a la que mató en la cacería, que se convirtió en la protegida de la aristocracia y pasó a ser la dama de la mafia que arrodilló a más de un bando. Esa es la que quiero ver.
Vuelvo asentir y me quito la suciedad. Me enjuago y entro a la tina que me prepara con aceites.
El silencio se hace agradable, sin importar que me esté mirando, es que no puedo mirar a otro lugar, porque no siento absolutamente nada. Hay un hueco en el pecho.
—Mi amigo murió, y supongo que no te interesa —asiente ante mis palabras—, pero siento que me estoy cayendo a pedazos, porque fue el único que me apoyó cuando el mundo me sirvió el charola de plata, y a pesar de todo el sacrificio caí.
—¿Por qué caíste?
—Por idiota —enjuago mis manos con el agua tibia—, porque en lo único que tiene razón la mafia es que no debes de confiar en nadie y yo confié en todos, confíe en mi madre y me vendió; confié en mi mejor amigo y me ocultó cosas, confié en mí y caí, confié en mi mejor amiga y me traicionó después de gritarme en la cara lo loca que estaba por querer a un mafioso.
Río con ironía mientras las lágrimas salen sin sentirlas. Las limpio con agua reprimiendo el punzón de mi pecho.
—Por tu culpa Abby murió —me dice.
—Abby se quitó la vida porque abusaron de ella y no lo soportó —no miento.
Sé lo que sintió, y sí, probablemente no fue una obligación permanecer viva también me hubiese matado.
—Si...
—Sé que no fuiste tú —lo freno—, soy una niña como dices, pero no estoy ciega.
—¿Por qué mi hermano te secuestró? —cambia el tema.
—Por lo mismo que tú —no miento—, pero él por venganza. Sé bien que es un renegado.
—Vístete cuando termines y ve a la mesa.
—Ok.
—No creas que está mierda terapéutica te salvará, puta —sale azotando la puerta.
Levanto la mano para que se largue, pero no ve, y no me interesa.
Cierro los ojos y suspiro. Un rato después me salgo del baño para vestirme, tengo unas medias negras, y un vestido negro con corset que me revienta las tetas, llevo unas bragas de encaje negras que si me agacho se ven. Me reparo en el espejo, el cabello corto no se ve tan mal, pero necesito quitarme la cara de estar muerta.
Rebusco entre las cosas y encuentro un cajón lleno de pinturas, me aplico un perfume que huele a flores, pongo labial rosa que me queda mejor de lo que creí, rímel y coloco labial en mis pómulos para fingir rubor. Cubro los moretones lo más que puedo y me voy hacia donde él me ordeno.
Mis tacones no suenan porque tiene goma la punta, veo a chicas paradas con la bandeja frente a ellas como si fuesen estatuas. Paso hacia adelante y me gano la mirada del año cuando giran hacia mí y lo que veo me retuerce el estómago.
«¿Ricardo?»
—¿Qué hace aquí? —se levanta de la mesa del comedor.
Hay más hombres, pero no veo a Angelo, hay otros pero no los reconozco.
—Es mi nueva puta —dice el vikingo y bebe licor.
—Aragon...
—Ese pedazo de mierda no sabe, con todo y el escándalo del heredero, la zorra ni siquiera importa —dice tajante—. Hablemos de negocios.
Maldito traidor, de todos los que creí este fue el que menos me pasó por la cabeza, pero como siempre, me equivoqué.
Una chica me pasa una bandeja y camino hacia ellos repartiendo lo que me da. No sé porque tengo un chip que me hace casi imposible sentir algo, sólo veo al vikingo y saca una bolsa de pastillas que me hacen tragar grueso.
—Pipsqueak —me llama.
Dejo la bandeja sobre los brazos extendidos de una chica haciendo el ruido que se me antoja.
—¿Qué diablos le pasó? —pregunta Ricardo.
«Acaban de atravesarme con un cuchillo el tórax»
—Digamos que aprendió la lección. —me ofrece su pierna y la rechazo.
Un tipo fuma un puro a mi lado pero no me interesa, yo sólo veo la bolsa de pastillas que me están volviendo la boca agua. La piel comienza a picarme mientras hablan y él abre la bolsa.
—¿Quieres? —pregunta el vikingo.
Niego tragando saliva, remojo mis labios dirigiendo la mirada a los hombres que beben licor y me escanean. Es como si todos estuvieran cerca.
Me quedo parada y...
—Cenicero —dice uno.
Una chica se acerca pero el vikingo la detiene, lo miro sabiendo lo que quiere que haga y no me niego, sólo reprimo el dolor y extiendo la palma dejando que el hombre apague su puro.
«El maldito traficantes de diamantes también hacía eso con su sumisa», me recuerdo.
Un dolor me recorre desde la palma haciendo que me tambalee con el calor que abruma mi cara y baja hasta mis pies poniéndolos a sudar. El pecho me rebota y suspiro cuando lo deja sobre mi mano y bebe.
Me quedo parada mientras hablan de cosas que no escucho porque la bolsa de pastillas hace que me recorra una línea de sudor en la frente.
Me encargo de rellenar las bebidas, soy el cenicero, pero no siento nada, sólo el sudor que hace que las zapatillas se me resbalen, el pecho me duele porque sé lo que quiero, pero él no está, y las píldoras me matarán sin él.
—Cenicero —pide uno y veo la palma de mi mano derecha. Tengo 3 y en la izquierda 4. Camino hacia él y le ofrezco la derecha. La rechaza y me toma la muñeca—. Aquí no estás para ofrecerte, estás para ser tomada.
Asiento y memorizo su rostro.
—Pipsqueak —me habla el vikingo.
Camino hacia él y limpio con disimulo el sudor de mi ojo, no sé si son lágrimas, pero las manos me arden a un nivel donde me laten hasta los tímpanos. Me lloran las orejas haciendo que quiera meterme el dedo con desesperación.
Me acerco y me ofrece la pierna, pero no la acepto.
—Gracias, pero, no.
—¿Cómo terminaste así, mami? —pregunta Ricardo.
Veo su juego de cartas recordando que una de las últimas veces que la vi fue cuando me follo Aragon... paso el dorso de mi mano debajo de mis ojos recogiendo la máscara que tengo regada.
—Te importa una mierda, maldito rata —escupo.
El vikingo me aprieta la pierna por detrás y me muevo.
—¿Con esa boca besabas al cazador?
—Con está de la chupe, maldito idiota.
—Discúlpenla —habla el vikingo palmeándome el trasero—, está sufriendo de abstinencia.
—¿De cuál? —se burla uno que no conozco.
—Ten —me ofrece el vikingo unas pastillas de colores. Niego tratando de no quebrarme—. Haz caso, ¿quieres que alguno de estos hombres te castigue?
—No. —insiste y las tomo mientras los demás juegan.
Me bebo el licor del vikingo y meto las pastillas a mi boca.
—Bésame —exige.
Niego y me jala del brazo. Me estrella contra su boca, me monta sobre él a las malas mientras trato de separarme, su barba me pica y me aprieta la mandíbula, mete la lengua a mi boca y niego apretando los ojos. Besa mis labios y muerde el inferior y saca la pastilla que había dejado en mi boca.
—Ahora no te tocarán —susurra. Me aparta de él...
No sé qué diablos pasó, veo en colores distintos, las mujeres el vikingo bailan en un espacio rojo, hay un tubo pero yo no me enfoco, sólo me voy a la barra mientras ellos juegan y beben... mantengo bebidas llenas. «Este no es el comedor»
—Cenicero —oigo una voz que apenas ubico acercándome.
Las manos me arden y ofrezco ambas. Veo al vikingo besando a una sumisa a la cual le masajea los pechos y trago grueso creyendo que es alguien más.
Un ardor desgarrador me abruma las palmas cuando el maldito hombre que pide cenicero tira el licor en ellas.
—¿Algo que decir? —sonríe. Es un moreno como de 30 y sonrisa mordaz.
—Tengo buena memoria.
Me marea todo, la música me zumba, los gemidos de las mujeres que se follan en una esquina y el calor que me abruma. Tomo una botella y me largo a la mesa donde está el vikingo.
Me siento sobre él y dejo caer mi cabeza en su hombro exhausta, he estado horas parada pasando tragos, los hombres se marchan poco a poco, pero son exigentes. Me ofrece licor... «váyanse a la mierda, ¿qué puede pasar? Voy a morir de todas formas, no voy a salir de aquí en mucho tiempo, está más que claro»
—¿Quieres más?
—Sí —asiento con la vista nublosa.
Elevo la vista y miro sus ojos. Su barba... quisiera que fuera él. Si cierro los ojos puedo imaginarlo, su cuerpo y sus manos, eso son distintos, este hombre es una animal y él es un monstruo.
—No me hables así. —mete una pastilla a mi boca y bebo de la botella—. Ya puedes irte, terminó tu labor, ve a descansar.
La vista se me agudiza, y me levanto ganándome una nalgada. Camino por el pasillo hacia afuera de donde sea que estemos, todo está lejos, no encuentro una salida. Sólo un pasillo amplio que me lleva a la oscuridad.
—¿Quieres? —pregunta una voz poniéndome éxtasis frente a mí.
Llevo la mano a la palma que aparece frente a mí, no me molesto en alzar la mirada, cuando el éxtasis desliza mi lengua y bebo licor... los poros se me abren dejando ir un suspiro y el pasillo se vuelve más largo pero asfixiante.
Me pica la piel, algo no se siente bien... trato de huir pero no puedo, todo se apaga.
...No veo nada, sólo escucho gruñidos, me duele el pecho, me aturde la oscuridad, trato de abrir los ojos y no puedo, el ardor en los pliegues me ahoga, trato de respirar y no puedo, algo golpea mi cabeza una y otra vez con cada empujon.
—Que delicia —jadea alguien y la piel se me eriza.
Me enderezo tratando de frenar algo que no puedo sentir. Pongo las manos hacia el frente impulsándome. Un espejo ilumina mi rostro con luz neutra dejándome ver que tengo un golpe en la cabeza, y el labio partido, y... lo que hay detrás de mí hace que las lágrimas me ahoguen sin poder moverme. Un hombre que no reconozco embistiéndome, empujando al grado de que choco con el cristal que se empaña con mi aliento.
El asco en mi interior me hace recordar algo que jamas había sentido. No así, esto no tiene cura.
—¡Déjame! —suplico con lágrimas y voz desgarrando mi garganta.
No se detiene, me empuja la cara contra el espejo cuarteandolo en el proceso.
—¡Ayuda! —chillo—. ¡Por favor!
—¡Callate! —empuja y los cristales caen cuando mi cabeza choca con el espejo.
Tomo uno con la mano temblorosa. Y lo clavo en algo haciéndolo gritar, no suelto el cristal, se sale de mí arrancándome un sollozo. Le miro la polla percatándome de que tiene condon.
—¡Puta! —grita tirado en el suelo lleno de sangre, le di en el estómago.
No puedo pensar, ni sentir, sólo sé que me voy sobre él con el cristal, lo clavo en el cuello una y otra vez, rompo su camisa para grabar mi mensaje: Encantadora.
Envuelvo el cristal con el trapo mientras estoy a horcadas sobre él y este se trata de tapar la arteria que bombea, lo caliente de su sangre me hace jadear de placer. Empuño nuevamente el cristal, y me voy hacia abajo.
—¡Mírame! —exijo mientras se ahoga con su sangre—. ¡Quiero que mi cara sea lo último que veas!
Rebano el maldito miembro flácido que lo hace volver a la vida de un grito. Se lo meto en lo boca obligándolo a mascar con sangre en ella. Me levanto del suelo, relajo mi cuerpo liberando toxinas que me hacen gemir de lo bien que se siente orinar sobre la porquería.
—¿Qué diablos? —la voz del vikingo a mi espalda me hace girar sonriente.
Le entrego el cristal lleno de sangre. Aún veo estrellas.
—Creí que dijiste que nadie me tocaría —se me quiebra la voz—, veo que no eres un hombre de palabra. Pero aquí está —le muestro al hombre en medio del baño lleno de sangre por todos lados que se convulsiona—, esta es a la que querías ver.
Salgo tambaleándome y el dolor me abruma más que nunca. ¿Me acaba de tocar otro hombre? Por favor. Dios, no. No. La vida me hace extrañarlo y odiarlo tanto, a todos, los odios a todos. ¡Los odio tanto!
—Los odio, los odios, los odio.
Otro hombre me tocó, otro hombre me tocó. Me tocó sin mí permiso, me violó. ¿Me violó? ¿Lo hizo? No... después de todo...
Algo se me atora en la garganta, el pecho se me abre y el asco me atrapa. «Eres una perra»
Trato de caminar, pero no puedo, me duele, ya no quiero seguir, ya no puedo seguir. He luchado tanto, ya no puedo luchar más.
Toco mis pliegues y están secos, y arden. Las piernas me arden llevándome al suelo en negación. «Si hubieras resistido», me regaño. Pero soy una maldita enferma, no sé controlarme, no sirvo para nada, por eso me pasó lo que me pasó, por eso me engañó. ¿Es su bebé? Claro, ella si puede darle...
Pero yo ahora soy la puta de la mafia enemiga, alguien sucia, y aunque he tratado de mantenerme tranquila, valiente... ¿para qué?
—¡Joder! —tengo las manos hechas mierda, y estoy segura de que voy a morir.
La habitación se oscurece.
—Al baño.
Nota:
Lo sé, dolió. Tuve que detenerme muchas veces para tratar de calmarme. Maté a mi Love.
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