Capítulo 41
Lovely Walker.
Amargo.
—Mocosa. Despierta.
Ni durmiendo me deja en paz.
—¿No vas a despertar?
Un calor sube a mis mejillas cuando mi cuerpo es volcado, mis piernas duelen al extremo frustrante. El sol choca con mi rostro y un gemido me rompe las cuerdas vocales cuando su polla se abre paso dentro de mí, apenas puedo abrir los ojos pero ya estoy gimiendo como desquiciada.
—Dios —gimo y me palmea el trasero estrujando con fervor, empujando contra mí.
Mis ojos se abren y paso mis palmas por ellos para toparme con el hombre que trae traje a la medida. Gris con corbata azul marino, y ese cinturón que trata de sostenerle lo que yo recibo como si fuese un dulce.
—No me canso —jadea con esos sonidos que me vuelven la cabeza hecha un mar de hormonas.
Me acomoda bien abriendo mis piernas para pasarlas de los lados de su cadera.
Lo atrapo con las piernas y viene hacia mí besando mi cuello, chupa y muerde mandándome a un lugar extraño.
Recorre mi cuerpo con desespero mientras su respiración se dificulta.
—Eres mi esposa —dice con voz entrecortada en mi cuello.
«¿De verdad?»
Envía una honda eléctrica que me retuerce el estómago queriendo permanecer allí para siempre. Muerde y besa mi mandíbula para ir a mis labios, huele a pasta dental, lo freno. Porque yo huelo a licor y sexo.
—No me he cepillado.
—Que se joda el cepillo —se hunde en mis labios, mordiendo mientras azota contra mí—, siempre hueles a cereza.
—Fueron las margaritas —me burlo y recibo un mordisco de su parte en mi pezon.
Jala mi cabello arremetiendo con fuerza, dejándome ciega mientras chupa y muerde mis tetas. Me gusta esto.
—Follame las tetas —le pido.
Se sale de mí casi de inmediato cuando veo que sus pupilas se dilatan y gruñe acomodando un beso con una mordida.
Se baja el pantalón, y alza su camisa dejándome ver la cabeza de la serpiente. Pongo mis manos al lado lateral de mis pechos sin perder el contacto visual. Está agitando, desesperado, y me gusta, sus ojos dorados están oscuros y sus labios húmedos a base de su lengua.
Introduce su polla húmeda dándome un placer extraño mientras aprieto mis pechos envolviéndolo, le arrebato un suspiro y mi sexo palpita por esta maldita imagen que me está pasando.
Abro la boca para recibirlo mientras folla mis tetas, sus ojos se pierden en lo que hacemos y extiendo la lengua para recibir la punta brillante.
—Rico —jadeo jugando con la punta cuando choca con mi lengua.
—Joder, mocosa... —su cabello arreglado cae ligeramente a su frente mientras me deleito del sabor que desprende.
Jadeo y gimoteo masajeando mis tetas contra él, envuelto en el placer que me da tenerlo así.
Porque le gusta y a mí me encanta lo que su cuerpo provoca.
Comienza a desabrochar su camisa mientras sigue follandome las tetas y mi boca que lo recibe con gusto.
—Eres una desquiciada —jadea—. Joder, Lovely... sí —chupo cada que entra y sale de mi boca—. Tan buena, tan jodidamente exquisita.
Me hormiguea la entrepierna palpitándome como si fuese a terminar con un maldito roce.
—Trágatelo —ordena. Su polla comienza a crecer contra mis pechos y aprieta con fuerza con sus manos.
Me ahogo por su tacto que me deja al borde, con tan sólo tocarme las tetas me pone a vibrar. No pierdo sus ojos y él no me los niega. Está luciendo perfecto, cabello húmedo, labios jugosos y ojos oscuros debajo de sus cejas y pestañas. Boca entra abierta y cejas ligeramente fruncidas mientras mi boca atrapa su polla con la lengua.
Sus jugos cálidos se mezclan con mi lengua mientras saboreo y muevo la punta de mi lengua recibiéndolo en cada embestida.
—Jo... der... joder —gimotea haciendo poner los ojos en blanco. Arqueo la espalda por el deseo que me desborda la cordura—. Tan malditamente mía.
Se acerca a mi boca plantándome un beso que me deja sin aire.
—Hazme el amor —pido en un suspiro.
Sus ojos me miran con el ceño fruncido. Quita el exceso de sus fluidos en mi pecho, mientras pasea su polla sobre mis pliegues húmedos.
—Dios... —jadeo entregándome a él.
Me da un último vistazo y se hunde en mí, soltando un gruñido que ahoga en mi cuello.
Mueve en círculos estimulándome de una manera descomunal, acaricio su espalda rasgándolo con mis uñas largas, hundo mi otra mano entre sus cabellos suaves y busco su boca, esa que me entrega como si me perteneciera.
Azota su lengua con suavidad, su respiración agitada me hace temblar, porque quiere partirme a la mitad pero me esta haciendo el amor, lento, me besa y acaricia como si fuese la primera vez.
Un espasmo me atraviesa y no porque lo esté haciendo si no porque disfruto de sus besos y caricias, de sus ojos que se detienen a mirarme, de sus manos que masajean mis pechos y manos que acarician mi rostro topándome esos ojos de serpiente que tiene, y un espasmo térmico desborda por cada poro de mi piel.
—Oh, Dios —jadeo refregándome contra él mientras chupa mis tetas y me embiste de una manera infernalmente celestial.
—No, mocosa —se ríe subiendo el ritmo y palmea mi teta intensificando un placer mezclado con euforia—, soy Tayler Aragon. Ese mismo que te ha hecho correrte más veces en una noche que en toda tu vida.
—Sí —gimoteo y me prendo de su boca sintiendo que me convulsiono.
Pierdo las fuerzas, mi pecho retumba con la sensación que crece, y crece mientras me refriego contra él. Pone una mano en mi mejilla y la otra la entrelaza con mi mano.
—Ojos en mí —ordena entre jadeos—. Dame ese mercurio.
Me besa mientras trato de no poner los ojos en blanco. Sus ojos se suavizan como nunca y jadea contra mi boca, ahoga mis gemidos con los suyos suaves mientras un azote a mi clitoris me parte enviándome lejos de la vida.
Estoy volando en la galaxia, tiemblo y me prendo de su boca ahogando un grito que me hace retorcerme contra él. Sus ojos no dejan de verme, dilatados, me está cazando, disfrutando de cómo caigo sin frenos al precipicio porque me desvanezco sobre su polla que se infla dentro de mí enviándome el espasmo que faltaba para perder la conciencia.
—¡Malditasea! —chillo cuando el orgasmo me atraviesa dejándome sorda y ciega—. Oh... sí... sí...
Caigo en pedazos y él se levanta apretando mi cuello mientras no estoy siendo consciente de lo que sucede ya que me fui, lo escucho a lo lejos, jadear, gemir y gruñir.
—Jodidamente jugosa —gruñe entre jadeos—. Me gusta, joder... me vuelves loco, malcriada de mierda. Te doy lo que quieras —me abofetea y mi estómago se contrae cuando su dedo masajea mi clitoris—. Todo lo que quieras.
Empuja y empuja haciéndome temblar. Termina después de mí y se sale dándole una palmada a mi coño sacándome un gemido sonoro.
—Tay —alucino viéndolo a lo lejos o, está oscuro aún.
—Mira lo que has hecho —jadea y se mofa.
Las nubes me dejan caer en el fuego que envolvió mi cuerpo al lanzarme desde el especio cuando me hizo sentir como si no fuera más que una bola de orgasmos y gemidos.
Miro al frente recuperando mi conciencia, haciéndome presente de mis actos, y veo que tiene la camisa bañada.
Se baja como un leon que bebe agua, me retuerzo cuando sus ojos me mirar mientras me limpia pasando su lengua.
—Jesús —sonrío con descaro. Es tan malditamente morboso.
—¿Qué esperas, mocosa? —me pregunta.
Salgo de mi burbuja incorporándome con el dolor de cabeza que hace poco era inexistente. Me duele la cabeza aún peor, los rayos de sol calan mi cabeza y su voz se hace un martillo contra mis sienes.
Se acomoda el pantalón y lo quita cuando nota que igual está mojado. No sé porque me palpitaba todo, está desnudo, su cuerpo lleno de tatuajes significativos y artísticos me dejan apreciar que se le ve bien cualquier tipo de tinta.
Es como estar enfrente a la fotografía que perfecta, en cualquier ángulo.
—¿Qué hora es? —pregunto.
Paso mi mano por mi rostro. El diamante sale a relucir y lo miro frunciendo el ceño.
—Es la hora de... que te levantes —saca ropa de una maleta—, tengo trabajo y tú tienes escuela.
Tallo mis sienes y me obligo a levantarme.
—¿Nos casamos? —pregunto.
Me mira mal.
—No, la ceremonia de ayer sólo fue una obra de teatro —ironiza y le saco la lengua.
—Sangrón.
—Ajá. —acomoda su ropa a la velocidad de la luz.
Me envuelvo en una toalla y camino hacia la ducha que está saliendo de la habitación. Me frena y me pide la mano.
—¿Qué? —sonrío somnolienta y con el cabello revuelto. Aparta los mechones y trae mi mano a las malas.
—Esto es tuyo —pone ese collar rojo que tanto temía, un escalofrío me recorre haciendo que mi garganta sienta algo salado—. Ya no lo pierdas.
Niego y lo atraigo a mi pecho. Suspiro y las lágrimas salen, como si fuese algún tipo de memoria muscular. En serio extrañé este collar. Lo abrazo por inercia y me separado casi tan rápido como lo hice.
—¿Tú me lo diste, verdad? Antes de la cacería... dijiste... —lo miro y seco mis lágrimas, aclaro mi garganta—. Dijiste...
—Te hace falta algo —termina mi frase y yo asiento.
—¿Podrías? —se lo entrego para que me lo coloque él.
Me doy la vuelta, agarro mi cabello y pasa entre los huecos de mis brazos, un temblor me abruma. El pecho se me desboca cuando el corazón de diamante desliza hacia abajo. Giro sobre mi propio eje y le planto un beso, uno que cuesta ya que pararme de puntitas sobre sus zapatos sigue siendo difícil.
Sonríe contra mis labios y me levanta en el aire.
—¿Quieres ser mi esposa? —pregunta mientras me estruja.
—Sí —asiento suprimiendo una sonrisa mientras acaricio su cabello, viendo sus ojos brillantes.
—Pues muévete que te casas conmigo en dos semanas —suelta—, todo el mundo estará presente.
Me baja poco a poco y mi pecho lo recuerda. «Damon».
Estará tan decepcionado de mí, y tan traicionado por mí.
—¿Dos? —frunzo el ceño—. Es muy pronto.
—Para mí llevamos un año en esto, y me basta para saber sólo una cosa —me toma de la barbilla, y miro sus labios devolviéndome a sus ojos—: no te perderé de nuevo. No dejaré que vuelvas a morir.
—No moriré —lo señalo con el dedo y entrecierro los ojos. Sus increíbles estrellas me escanean—. Tú me salvaras todas las veces que sean necesarias.
Se queda en silencio mirando mis labios, y un miedo recorre mi pecho. Cómo si algo malo fuese a pasar.
—Sí, lo haré. —besa mi coronilla y sale de la habitación.
Corro hacia él en el pasillo antes de que suba al elevador que lo bajara. Me tiemblan las piernas y no sé la razón, pero me mira con el ceño fruncido.
—Espera —pauso el elevador y entro para acomodarle la corbata. Palmeo su pecho cuando la arreglo—. Listo. Es mi primer acto como esposa.
Le doy un beso fugaz y aprieto el botón. Salgo del elevador dejándolo pasmado.
—Listo —quito la toalla que me envuelve y veo cómo se cierran las puertas mientras intenta detenerlo.
Me parto a carcajadas y me dirijo al baño. Se siente distinto, como si por primera vez no hubiese dudas de lo que sucede.
Quizá se debe a que mis padres estuvieron aquí, o que mis amigos están aquí, quizá se debe a que todos los que amo están conmigo en esto, y lo hicieron para mí.
Termino mi ducha apreciando que la parte del baño tiene ventanas en lugar de paredes, por suerte la regadera se cubre con una cortina donde me envuelvo después de la ducha.
Miro hacia la ventana donde la naturaleza predomina con las estatuas de hombres follando, y mujeres recibiendo un oral. Hay una en específico, hay una que me recuerda a Tayler. Es un hombre y una mujer en una fuente, ella está recargada y él la tiene por el cuello empujándola contra el aro de arriba donde sale el agua que desliza la fuente.
Y tiene una serpiente en la cintura que desciende hasta la entrepierna de ella, como si el pene fuese la serpiente.
Es perfecta.
La quiero.
Me arreglo para ir a la maldita central horrible, y no tengo nada del maldito informe. Ese hombre me va a matar.
Recojo todo y me apresuro al elevador para llegar rápido. Rebusco las llaves de mi auto y las encuentro. Mi uniforme cubre mi collar, y lo dejo entre mis pechos. Pero sinceramente quiero abrirlo, quiero saber qué hay, aunque me da miedo.
Me despido del yakuza que está con una bolsa de hielo en la cabeza. Rose está tirada en el sofá de la sala y yo sólo me rio, aquí no hay refrigerador, debo que viajar hacia la parte del sureste y al fondo.
Tayler no está por ningún lado, así que, me apresuro. Él debe trabajar.
Tampoco veo a Elton, ni Vann. Envío un mensaje de reporte al grupo mientras empujo una de las puertas que casi hacen que me vaya de boca. Alguien abre por mí.
—¿Por qué eres tan torpe? —me regaña—. Te tardaste una hora.
—Déjame —ruedo los ojos indignada—. Además —lo encaro—, tú vas a trabajar, ¿no?
—Primero te voy dejar —escupe y me jala quitándome mis cosas—. Además el bufón y los vagabundos que tienes a como amigos se llevaron tu auto.
Miro mi control...
—¿Cómo?
—Porque yo les dije —dice sin más. Me abre la puerta de copiloto.
—Yo quiero conducir...
—Ajá —me mete a las malas—. Tengo la polla a reventar por tu graciosidad del elevador, voy tarde al trabajo, tú vas una hora tarde y si no te follo me voy a reventar la cabeza, así que, metete.
No sé porque me gana la risa y cierro la puerta mientras él se frustra y camina dejándome ver semejante voltaje que sostiene ese cinturón por sus caderas.
—Rico —saboreo y entra al auto con una cara de pocos amigos. El calor enciende mis mejillas.
Me reviso el rostro con las manos. Se viene hacia mí y me besa como loco desquiciado, arruinando mi brillo sabor a cereza y chocolate.
—Mocosa —sisea. Enciende el auto con la huella que pone en el sensor—. Y tienes la osadía de ponerte ese sabor... —chasquea la lengua—: pensaré en un castigo.
—Oki —asiento sonriente.
Me mira como si no lo pudiera creer. Cómo si hubiese enloquecido pero creo que eso ya pasó hace mucho.
—¿Y el collar? —dice escuetamente mientras emprendemos camino.
Enciendo el estéreo del auto, él niega. La lluvia de Londres se hace más notoria, este día aparte de horrible tendrá horrible sensación térmica. Al menos el entrenamiento será más relajado, yo prefiero el sol, así mi piel blanca se broncea un rato y no parezco zombie ambulante.
Porque la resaca y el sexo sin pudor por toda madrugada no ayudan en absolutamente nada.
No sé cuántas veces lo hicimos, ni siquiera recuerdo la mayor parte. Porque el pudor nunca fue una opción. Mis padres se fueron a un hotel porque no querían estar con el Yakuza y sus aliados. Nos despedimos en la puerta y después empezó la maldita noche de bodas más escalofriante.
Me duelen las piernas y tengo un sueño descomunal.
—¿Me vas a contestar o vas a fingir demencia como es lo tuyo mientras te muerdes el labio que me endurece la polla? —escupe con frustración mientras yo sacudo la cabeza.
—Lo olvidé —me encojo de hombros.
Frena en seco aventándome casi por el maldito frente. Hace cambios y comprendo lo que hará.
—¡Es broma! —cubro mis labios. Me ve como si fuese a asesinarme pero lo máximo que hará es besarme así que...
—¿Te quieres morir? —sacude la cabeza aburrido.
Quito un par de botones dejando que mis pechos se escapen por la brecha. Le muestro el rubí que tiene aspecto cristalino. Está rodeado de diamantes al rededor, y parece que tiene una abertura.
—¿Qué hay adentro? —le pregunto.
Sigue conduciendo, resopla haciéndome saber que responderá aunque lo aburra.
—Supongo que lo sabrás si lo abres.
No me mira pero noto su pecho elevarse, su mano apretando el volante mientras lleva sus antebrazos arremangados. Miro el corazón y repaso sintiendo como me gorgotea el estómago.
El pecho me retumba poniendo pareciendo en el click que lo abre, está sellado para que no entre agua.
—El bufón se encargó de que me lo trajeran justo a tiempo —comenta y me pierdo en sus labios hermosos mientras lo hace—. Cuando lo vi supe que era para ti, mi dulce encantadora.
—¿Encantadora?
—En español así suena tu nombre —dice perdido en su mente. Cómo si por primera vez estuviese hablando con el chico que dice Elton que fue.
—¿Si lo abro...?
—No hay nada que no sepas.
Suena el click haciendo que me recorra un escalofrío. Y mis ojos parpadean cuando quito el corazón para tenerlo de frente. Hay un rubí de oro, uno similar al que tengo, pero este sólo es un rubí, y uno precioso. Lo tomo y descubro una fotografía que me parte en mil pedazos poniéndome a tragar saliva, una que no pasa, una que no sucede.
No puedo pasarla, no lo digiero ni lo distingo.
Somos nosotros, una foto pequeña en forma de corazón, la saco para apreciarla y mi sonrisa se expande cuando mis manos tiemblan.
El recuerdo vago viaja por mi mente haciendo que duela. Es una foto de nosotros con Eliot y al fondo esta Manchas, Tayler le da biberón a Eliot mientras sonríe ligeramente hacia mí, se ve bien. El viento golpea su cabello mientras yo sonrío de par a par ante la cámara. Estamos cerca del acantilado como si fuese un pequeño picnic.
—¿No me obligaste, verdad? —trago saliva en espera de la respuesta mientras juego con el anillo.
El aprieta la manidibula, quizá porque le da furia que aún viendo todo yo siga buscando algo para odiarlo.
—No.
Mis lágrimas y sollozos llegan pero con una sonrisa en el rostro mientras guardo todo de nuevo. Es como un recuerdo de que por segunda vez hice algo que creí no hacer, algo que me dobla la moral y aún así lo quiero.
Cierro el corazón y pongo mi mano sobre la pierna de Argon. Él entrelaza sus dedos con mis míos mientras conduce con otra.
—¿Debo fingir que estamos enojados? —pregunto.
Asiente sin preocupación.
—Tú no me quieres —dice—, estás enamorada de otro. Y estás conmigo por la vida de tu familia.
—Yo no... —niego.
—Eso es lo que sucede —me frena—, así es como son las cosas, y no debes flaquear. Sólo serán dos semanas.
Algo baja y sube de mi cuerpo dándome tranquilidad y vida. Por y momento creí que todo era falso, sin embargo, hay una espina que me hace sentir frío mientras nos desviamos hacia el pasto y graba.
—¿Y Angela?
—Trata de ignorarla, es sólo una ex —me mira—. Así como Armstrong.
—¿Lo que hiciste?
—Ya no quiero que nadie más te lastime —detiene el auto apretando el puente de su nariz—. Estoy cansado de luchar, sólo quiero despertar un maldito día como cuando la única preocupación era tenerte café de vainilla y manzanas, esas que odias.
Mi sonrisa se expande y las mariposas revuelan.
—¿Por qué las ponías?
—Porque quería ver cómo odiabas algo más que a mí. —niega con ironía—. Y yo las terminé odiando porque las odiabas.
—Yo no te odio —admito—, creo que eso nunca sucedió del todo. —no miento y me recargo de su hombro.
—No, creo que no.
—¿Puedes contarme todo? —le echo un vistazo y por unos segundos me pierdo en sus verdes dorado.
—No —se devuelve a la entrada de la central del instituto—. Quisiera que olvidaras todo, que todo se desapareciera, quisiera poder conocerte como cualquier persona normal, invitarte a un maldito café, un bar o follarte en un puto callejón si eso quieres —se mofa amargamente. Mi pecho resiente la razón—, pero, las mierdas siempre se complican. Cómo si no tuviese algún tipo de perdón hacia mí.
—¿Qué hiciste después de hacerlo?
Sus latidos se volvieron agitados y su pecho brinco haciéndome dudar.
—Corrí hasta mi auto y me aleje para llorar y vomitar como tú lo hacías —cuenta—; vomitabas de todo y por nada. El miedo, y ahora... ahora no sabes el significado del miedo.
—Supongo que vivo con el miedo bien arraigado —carraspeo cuando nos abren. Prefiero cambiar de tema—. ¿Entonces que harás? ¿Me invitarás un café? —me separo de él.
—Te paso a recoger el jueves después de clases —concluye.
Hago puchero.
—¿Por qué no hoy?
—Tengo una boda con una mocosa delincuente, desquiciada, demente, con amnesia y con la palabra vivir nula en su diccionario —se queja.
—¿Me das un besito?
—No —me empuja—. Ya se te hace tarde.
—Ok —ruedo los ojos.
Maldito sangrón de mierda.
Cuando quiero abrir cierra con seguro y me aplasta con su cuerpo al girarme. Un Beso ¡joder! Me devora la boca, estrella su lengua con la mía enviándome una honda térmica a las bragas que se quieren caer solas, muerde mi labio finalizando un beso que me da ciega.
—Y ya, deja de ser tan pediche —abre y salgo temblando el maldito auto.
—Idiota —azoto la puerta fingiendo enojo que es más bien un orgasmo bucal.
«Dios, ayuda».
Camino dejando dejando que salga del auto, le entrega las llaves a la tipa que los estaciona, ya no está el muchacho. Le coquetean con descaro, y yo me estreso a más no poder, los celos me carcomen pero no puedo evitarlo.
Camino a toda prisa hasta el elevador después de pasar mi tarjeta y que apareciera en rojo por el retraso, lo bueno que es la clase de la perra desquiciada de Angela y dura dos horas.
Tayler sale del elevador de sentido contrario, pero vamos hacia la misma aula. Me palpita y no el maldito corazón cuando veo que se acomoda el cinturón de armas que le aprieta dejándome ver la anaconda que quiere salirse.
Trato de llegar hasta la puerta antes que él pero...
—Hechicera —saborean a mi espalda. Me detengo por inercia y...
Pasa delante de mí topándose con Tayler, le hace una reverencia con la cabeza y él lo ignora como es su costumbre, están casi de la misma altura, el problema es que Aragon tiene el cuerpo de un luchador de la WWE, brazos grandes, espalda ancha, y caderas descomunales. Es como si tuviese una mezcla de Superman y Tarzan.
Tan delicioso...
—Muñeca —Elton se pone frente a mí.
—Malditasea —llevo mi mano al pecho.
—Abrocha esa camisa —pide. Trae su uniforme de pila, e insignias de la aristocracia—. ¿Cómo estuvo tu noche?
Resoplo rodando los ojos.
—Movida —simplifico. Me encamino a su lado para entrar al aula.
Me planto en el maldito umbral de la puerta y los intestinos se me retuercen. Elton me toca el hombro. Los alumnos no miran porque tienen prohibido pero lo que yo veo no está como para suceder en un aula.
Angela está colgada del cuello de Tayler y lo besa, él no la toca pero no la quita del beso causándome un asco horrible. Me tiemblan las piernas. El pecho se me comprime, el aire me falta, caigo de rodillas en el cubo de basura y una arcada que me quema el esófago sale mientras me gano la vista de los compañeros.
—Déjalo ir —Elton masajea mi espalda y recoge mi cabello.
Tiemblo con el maldito vomito y mis compañeros me miran como desquiciada.
—Quítale las manos de encima —gruñe para los tres. Me levanta y lo empujo.
—¡No me toques! —miro a la perra infeliz, y todo se me oscurece. Debo calmarme, no puedo hacer un escándalo.
—Te llevo a la enfermería —dice Elton. Me toma de la mano y se la quito.
Veo a Tayler que se quita el labial café de la boca y el pecho me retumba. Salgo del aula sin escuchar sus voces, sólo pude leer:
—Espera.
Me duele la cabeza, ya no tengo papeles en las manos, me tiemblan las piernas. ¿Por qué tengo celos? Paso las manos por mi rostro, y trato de mantenerme tranquila, bajo y entro a un baño. El mareo no me abandona, choco con un hombro y me dirijo al lavabo, paso la mano para que el sensor suelte agua, y remojo mi cara.
—Dios —suspiro aferrándome al mármol.
Abro los ojos topándome con dorsos desnudos. «Los baños de hombres».
—Perdón —giro hacia ellos y lo hace peor cuando todos están como modelos de revista—. No me fije.
—¿Por qué todos con su puto escándalo? —una voz estrella la puerta.
«¿cual escándalo?»
Este día no se puede poner peor. Ruedo los ojos para el maldito imbécil que viste de traje azul como demanda el protocolo.
—¿Me permites? —trato de pasar.
—¿Qué te tiene tan temblorosa? —se acerca y los chicos salen como alma que lleva el diablo—. O... es que aún te pones nerviosa en mi presencia.
—Damo...
—¿Es en serio? —una voz abre la puerta a su paso. El maldito de Elton—. Vámonos.
Me jala y salgo sin más, no tengo ganas de que algo pase.
—Cuando quieras puedes volver —habla Damon desde el marco de los baños.
Miro a Elton que me regaña con los ojos, me lleva con fuerza hacia la parte superior. Tayler se ve del otro lado, y la figura del dragón lo cubre.
Caminamos hacia mi segunda clase donde todavía no llega nadie, y entra conmigo al salón.
—¿Qué haces, muñeca? —señala su sien frustrado.
—¿¡Qué!? ¿Yo? —el pecho se me comprime—. ¿¡Él se besa con otra enfrente de todos y yo no puedo!?
—¡No, Lovely! Él lo hace para algo distinto a placer —se fija que nadie venga—. Y tú lo haces por amor, ¿aún amas a ese tipo?
Sus ojos decepcionados me escanean y no sé qué responder, porque no sé lo que siento, y si digo que no, le estaré diciendo que estoy enamorada del hombre que me hizo daño.
Pero si lo acepto entonces yo lo sabré y no quiero saberlo.
—Creo que me queda claro —me frena antes de que pueda articular palabra—, sólo mantente lejos de ese tipo. Él sólo quiere hundirte en sus delirios. Tenemos trabajo que hacer, y si tú no te lo tomas en serio, yo sí —su rostro cambia del Elton dulce y carismático—. Si no quieres a Aragon te hubiese ido cuando te lo dijo.
Sale del aula azotando la puerta, dejándome sin ninguna palabra en mis pulmones, ningún aire que pueda articular.
Me siento en mi taburete y espero a que la clase comience. Elton no me mira, ni siquiera se interesa, sólo se pasea como todo un profesional y recibo más informes a lo largo del día. Me largo a almorzar en mi cubículo porque tengo todo menos tiempo, ordeno y cambio mi uniforme a pantalones y botas azules. Llevo una camisa negra dentro del pantalón con uniforme. Noto que estoy subiendo de peso, sigo teniendo el cuerpo torneado y saludable al igual que mi cabello.
Guardo el informe que apenas llevo la mitad para mañana, y aún tengo los tres que recibe en la tarde.
Me dirijo al elevador para subir a combate y mi collar brinca cuando troto, voy cinco minutos tarde. Me pongo frente al profesor Stuart.
—¡Walker! —me grita. Me pongo firme apretando los dientes sin mirarlo. Adentro ya hay chicos en combate y pasando los obstáculos de gimnasia—. ¡Cinco minutos tarde, se quedará otra hora pasando los obstáculos!
—¡Como ordene, General!
—¿General?
Miro su insignia nueva.
—Sargento —corrijo con firmeza.
Desliza la puerta que me detenga con una cortina azul transparente como sensor.
Todos se quedan quietos cuando me ven, acomodo mi cabello con el moño ajustado, esperando que no tenga ningún cabello fuera.
Hay obstáculos de gimnasias con los de la milicia. Los aros me hacen estragos por la altura pero, ya los he pasado así que no importa.
Me quito las botas y cambio mis zapatos dejándolos en la vitrina donde saco el número que necesito. Los cambio y pongo los que son para escalar.
—¿Ya llego Chan? —pregunta Stuart a un chico.
Se acerca a él y le dice algo que no escucho. Me entretengo complicando con los deberes.
Subo a más no poder con los malditos aros que debo meter a unos tubos mientras escalo. Termino mi entrenamiento diario cuando caigo más cansada que la mierda después de la práctica de tiro.
Me dirijo a mi cubículo. Ya no hay nadie en ningún lado, pasan de las seis de la tarde. Estuve dos horas como perra desquiciada haciendo lo mismo.
Aún tengo la imagen de esos malnacidos besándose, me asqueo de sólo pensarlo.
Me ruge el estómago, y mis amigos hablan en el grupo sobre una infiltración que tendrán.
Tecleo un link que me envió Aragon y me topo con miles de cosas sobre bodas, todas preparadas, pero algo me retuerce el estómago, no tengo nadie con quien hablar y elegir.
Cierro mi computadora y me duermo porque la maldita trompeta suena a las cinco de la mañana no sé porque. Pero yo entro hasta las ocho a clases, y no tengo que hacer cosas de soldados.
Nota:
🥀🥀🥀
"Suelten mis cadenas, no quiero ser prisionera, yo lo elegí.
Denme agua, que no puedo gritar con la boca seca. ¿Por que se aferran a hacerme sufrir con algo que disfruto?
La muerte nunca sabe bien para los que quieren estar vivos, pero no he sabido el significado de vivir sin sentir que moriré el cualquier segundos.
Es existente, y embalsamador torturarme con algo que me hace desesperar del sueño. Dolor."
—Gracias por Leer.
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